CRÍMENES Y CRIMINALES PROCESOS JUDICIALES EN LA CIUDAD DE POPAYÁN, NUEVA GRANADA (1770-1810) Jesús Iván Sánchez Andrés Felipe Troyano Responde a la pregunta129. En la actualidad en nuestro país existen jueces, juzgados, fiscalías y demás entes encargados de castigar y condenar a quienes violan la ley. Hace 200 años, en la Nueva Granada, ¿de qué manera se juzgaba a los delincuentes? (Juan Vicente Rojas Martínez, Grado 7, Palmas del Socorro, Santander). INTRODUCCIÓN Existe una estrecha relación entre Derecho e Historia. Cuando se estudia el Derecho hay una narración, un discurso histórico que da cuenta de una concepción de mundo, una filosofía, una metodología, unas instituciones. A su vez, fuertemente ligados se encuentran el Derecho y la Historia al pensamiento político. Así, la Filosofía, la práctica del Derecho y las formas de gobierno dan cuenta de una serie de procesos históricos. Pero las leyes y las instituciones por sí solas no pueden dar cuenta de su aplicación, y de cómo éstas intervienen en la vida cotidiana. Un medio para acércanos a esto es investigar los casos judiciales y más exactamente los fondos criminales de los archivos. El crimen hace parte de las prácticas sociales que se intentan invisibilizar, corregir o eliminar por el sistema judicial que, paralelamente, toma vida a través del crimen y debe su existencia a éste. Pero la concepción del crimen como la del conflicto y conciliación, orden y desorden, cambia con el tiempo y desde las distintas posiciones tanto culturales, como políticas, filosóficas, religiosas, económicas, es decir, desde la mirada de una época en un lugar determinado. El “sistema judicial” como instrumento de control y regulación de las conductas y los cuerpos (cuerpo individual y cuerpo social) responde a los procesos y discursos históricos. A su vez, su relación con los sistemas políticos se hace estrecha porque en determinados momentos sus instituciones refuerzan y orientan a los gobiernos y a la entidad legislativa. Igualmente, las directrices políticas e ideológicas determinan las formas de los procedimientos y aplicación de la ley, incluso en contra de algunos derechos que ya tenía o había ganado la sociedad. Son escasos los estudios por parte de abogados e historiadores sobre el Derecho y más exactamente sobre el sistema judicial. La gran mayoría de investigaciones miran el Derecho desde la institución y no desde las formas de operación y 1 aplicabilidad de la ley. Parece ser que la luz de los discursos legales nos impide ver más allá, separando el discurso jurídico y judicial de la práctica y la operatividad de la ley. Cuando nos referimos a procesos judiciales, éstos se entienden como las etapas de indagación y producción de una verdad judicial elaborada por un juez y un fiscal para algunos casos delictivos durante la época Colonial, comprendida entre los años 1770 y 1810. En este sentido, se pretendió en este acercamiento analizar algunos casos criminales en la ciudad de Popayán en dicho período, desentrañando los procesos con sus diferencias y similitudes. Se abarcaron situaciones de homicidio, adulterio, amancebamiento y robo, que son las más frecuentes. Se examinaron también en los casos seleccionados los elementos más relevantes que conforman los procesos judiciales y su funcionalidad dentro de la elaboración del discurso judicial: testigos, tipos de pruebas, formas discursivas, etc., es decir, todos los elementos que forman la parte sumario, que es el estado del proceso secreto desde la denuncia hasta la acusación fiscal. La ciudad vigilada. Rondar y castigar La forma cuadricular, con apariencia de damero del diseño de la ciudad de Popayán entre los siglos XVIII y XIX, con sus casas frente a frente, permitió la vigilancia constante de sus habitantes. Las iglesias, de acuerdo a su ubicación dentro del espacio urbano, vigilaban y controlaban la moral pública. Popayán para aquella época era una ciudad que vigilaba y era vigilada; vigilaba el control de las autoridades políticas y religiosas a través de la “[…] vida en Policía”1, y vigilada porque sus mismos habitantes intentaban controlar todos los órdenes de la vida y el gobierno de la ciudad. La división de la ciudad en cuarteles y barrios, la inspección sin cesar, e incluso la dificultad de movilizarse en determinados tiempos y lugares sirvió para controlar y medir los movimientos de los pobladores. La arquitectura se convirtió en un elemento crucial para la vigilancia (dispositivos de poder), donde los guardianes de los cuerpos (las personas, en su ser individual pero también el cuerpo social, el conjunto de personas que habitaban la ciudad) vigilaban y rondaban sin ser vistos. Un ejemplo de ello puede ser la Torre del Reloj, edificación ubicada en la parte suroccidental de la Plaza Mayor, y desde la que se observaba la totalidad de ésta —hoy llamada Parque Caldas— sin ser notado por las personas que transitaban por ella. No necesariamente toda la sociedad payanesa perteneció al cabildo o a la iglesia, los 1 “La noción de policía es muy compleja. La mayoría de los autores subrayan el carácter borroso de la palabra, cuya etimología es similar a la de política, politia (reglamento, gobierno y buen orden de la ciudad). En principio, es posible constatar una especie de simbiosis de sentido entre política y policía, pero con el transcurrir del tiempo se forman dos vías: la política se vuelve una disciplina sabia, objeto de aprendizaje y de transmisión; mientras que la policía se orienta hacia una cierta racionalidad pragmática, con una vocación instrumental, esencialmente práctica. Hay dos dimensiones vinculadas con la génesis de la noción de policía. Se trata de las actividades materiales y de las garantías ofrecidas a la seguridad de los habitantes. […] En español, el término policía tenía tres acepciones en el siglo XVIII. En primer lugar, hacía alusión al buen orden que se observa y se guarda en las ciudades y repúblicas, obedeciendo las leyes y decretos establecidos para su mejor gobierno; en segundo lugar, se refería a la cortesía y urbanidad en el tratamiento y en las costumbres, y, en tercer lugar, nombraba el cuidado y limpieza de los espacios y los objetos” (Alzate, 2007, pp. 36-37). 2 guardianes de los cuerpos eran todos pero a la vez ninguno, se escondían, reprochaban y sancionaban las conductas de los que desobedecían las leyes de Dios y del rey a través de la frase es “público y notorio”2. En muchas ocasiones llegaban a los estrados denuncias anónimas, en las que se decía quién había cometido un crimen. Pero también el rumor o el chisme podían llevar a la captura y el juzgamiento de un sospechoso. Popayán, como casi todas las ciudades coloniales, estaba dividida en cuarteles y barrios. Éstos eran: el cuartel de la Carnicería ubicado en la parte suroriental de la ciudad; Altozano y Callejón, ubicado en la parte nororiental; el barrio de San Francisco en la parte noroccidental; y el de San Agustín en la zona suroccidental (Sánchez, 2006, p. 103). En estos cuatro cuarteles se encontraban varias iglesias que hacían la interdicción del mal y del maligno, además de la protección y la vigilancia del alma y los cuerpos: la iglesia de Belén lo hacía para el cuartel o barrio de la Carnicería, la iglesia del Carmen, donde también se ubicaba el convento de las carmelitas, para el cuartel o barrio de Altozano y Callejón; la iglesia de San Francisco y el monasterio franciscano para el cuartel o barrio de San Francisco; y por último, la Iglesia de San Agustín para el cuartel o barrio que lleva el mismo nombre. Todas formaban un cuadro de seguridad frente al acecho de Satán. Había unas autoridades que se encargan de la vigilancia, organización y control de la moral en los barrios. Ellos eran los alcaldes de barrio, encargados de prevenir los delitos: Eran los jueces de un sitio pequeño sujeto a la jurisdicción de la ciudad, su jurisdicción y poder era limitado, pues sólo podían castigar de tres a menos días, a los que faltaban al respeto a las autoridades, a los que escandalizaban con obscenidades, causaban pendencias, proferían injurias, violaban las propiedades ajenas siempre que no se tratara de hechos graves. En las causas graves debían recibir las declaraciones de los testigos, prender o asegurar a los sindicados, embargar sus bienes y remitir los reos junto con el alcalde ordinario (Patiño, 1994, p. 149). Dentro de sus funciones se encontraban también las rondas nocturnas3, que se desarrollaban en la madrugada junto con el alcalde ordinario4. Estas rondas nocturnas eran 2 “El panóptico es un tipo de implantación de los cuerpos en el espacio, de distribución de los individuos unos en relación con los otros, de organización jerárquica, de disposición de los centros y de los canales de poder, de definición de sus instrumentos y de sus modos de intervención, que se puede utilizar en los hospitales, los talleres, las escuelas, las prisiones. Siempre que se trate de una multiplicidad de individuos a los que haya que imponer una tarea o una conducta, podrá ser utilizado el esquema de Panóptico. Es aplicable –bajo reserva de las modificaciones necesarias- “a todos los establecimientos donde, en los límites de un espacio que no es demasiado amplio, haya que mantener bajo vigilancia a cierto número de personas” (Foucault, 1998b, p. 209). Este espacio panóptico, de vigilancia sirve para interpretar la ciudad de Popayán en el siglo XVIII. 3 “Como perros, las autoridades husmeaban en donde se sospechaba que se hacía el amor furtivo. Allí acudía con su vara, su espada y su poder real para sacar de la cama o de cualquier escondite a quienes luego serían acusados de tráficos ilícitos y de delitos contra la moral. […] Las rondas y los alcaldes de barrio, eran “muy eficaces”: hacían público lo privado. Al no poder negar lo evidente, casi todos aquellos que fueron asaltados en su desnudez, trataron de encontrar una justificación moral o económica a su presencia en las cujas, camas y hamacas de sus queridos o queridas” (Tovar, 2004, pp. 43-44). 3 apoyadas a veces por la luz de la Luna o por las escasas velas y antorchas que hacían visible lo que quería ser oculto5. La ciudad vigilada fue un ideal constantemente lesionado por las prácticas cotidianas de los habitantes. Las autoridades trataron de controlarlas a través de las rondas nocturnas, los discursos morales, la confesión, etc., pero sus estructuras de vigilancia fallaban y se infringían los órdenes de la vida. Muestra de ello son los crímenes que eran sujeto de la persecución y la sanción de la justicia. ¿Quiénes son los asesinos? La noche del lunes 29 de enero de 1770 en Popayán muchos dijeron no haber escuchado nada; otros, por el contrario, oyeron pasar a un grupo de hombres llevando ganado. Ignacia de Ribas, costurera y cocinera, fue la primera que vio lo que había ocurrido entre la calle de los Bueyes y la Pamba (Castrillón, 1990, p. 28), justamente en la esquina de la casa de sus amos, don Pedro López Crespo de Bustamante y doña Dionisia de Mosquera. El lugarteniente de gobernador, Luis de Solís y el escribano Ramón de Murgueitio le recibieron juramento6, haciendo que su testimonio se legitimara ante Dios y la ley, y de haber dicho una mentira sería castigada por Dios al violar el séptimo mandamiento, jurar en vano su santo nombre. Este castigo de la justicia divina haría que su alma se consumiera en las llamas del infierno y podía también recibir un castigo por la ley de los hombres: Dicho señor teniente hizo traer a su presencia a una mulata presa en dicho divorcio llamada Ignacia de Ribas, a quien por ante mí el escribano le Recibió 4 De todos los cargos elegibles el más importante era el del alcalde ordinario de primer voto, dado que le tocaba ejercer las funciones ejecutivas, judiciales y aun legislativas en la órbita municipal. Sus deberes eran muy amplios e iban desde presidir el cabildo, dictar “autos de buen Gobierno” y velar por su cumplimiento, hasta actuar como gobernador interino cuando éste moría, era suspendido o se ausentaba. De todas sus funciones, sin embargo, la más importante era la de conocer en primera instancia todas las causas civiles y criminales que ocurrieran en su jurisdicción. El alcalde de segundo voto lo reemplazaba cuando no podía cumplir con alguno de estos deberes. […] el cargo de primero y segundo voto fue monopolizado por algunas familias importantes (Patiño, 1994, pp. 154-156). 5 El alumbrado urbano, que empieza a hacerse más sistemático en varias ciudades del virreinato, fue otra cuestión que ganó importancia por diversas razones, pero especialmente por su relación con la seguridad nocturna, la moralidad y el orden público. Ello también forma parte del deseo de un nuevo aspecto urbano, que condensa en sí varias exigencias y muestra la importancia que el orden impone a la mirada. El alumbrado, que marca una especie de temporalización de las actividades llevadas a cabo en la calle, se hacía con tea (astilla de madera resinosa que arde con facilidad y con llama viva) o con faroles con velas de cebo, ubicados en sitio estratégicos. Ver: Alzate (2007, p. 28). 6 “Este juramento se puede distinguir a nuestro intento en tres especies, que son asertorio, promisorio, y execratorio. Asertorio es, cuando el hombre interpone la autoridad del Nombre Divino, para confirmar una verdad presente o pasada. Promisorio es, cuando se vale de esa misma autoridad para prometer a otro una cosa futura. Execratorio finalmente es, cuando llama a Dios, no solo como testigo, mas como juez a cuyo castigo y potestad debe sujetarse, el que jura así, en caso de haber mentido advertidamente. Así se porta, el que exclama tal vez: si no es verdad, no me asista Dios en mi muerte, me haga pedazos, me despeñe, me coma un día a mis hijos, de hambre, y es lo mismo, que decir: si miento, Dios como vengador de las mentiras, a él manifiestas, descubra, que soy mentiroso, a tanta costa mía” (Señeri, 1772, p. 16). 4 Juramento que lo hizo por Dios Nuestro Señor y una Señal de la Cruz según derecho, bajo del cual prometió decir la verdad de lo que supiere […] preguntada cómo se llama, de dónde es natural, qué edad y oficio tiene, dijo que se llama Ignacia de Ribas, que es natural de la provincias del Chocó, que su oficio es de costurera y que es de edad de veinte y cinco años y responde preguntada porque se halla presa si presume la causa de ella, […] dijo que se halla presa por la muerte de Don Pedro López Crespo, que quien la prendió fue el gobernador y que esta se verificó a las nueve de la noche y que la trajo a ella el alguacil y el presente escribano. Responde preguntada […] Con el motivo de estar la declarante en la cuadra, con Doña Dionisia de Mosquera, y que al tropel de unas bestias que dice pasaron a cosa de las siete poco más o menos, abrió la dicha Doña Dionisia una ventana y le dijo, Ignacia anda mira que se les ha caído a esos arrieros y que con este motivo salió a la esquina y que vio sin embargo de estar la noche obscura un bulto que estaba boca abajo de las piedras del alar. Y que luego que vio el bulto tendido, con la mulata Teresa empezó a gritar la declarante, luego que la dicha Teresa lo levantó de la cabeza y conoció que era Don Pedro Crespo, y que también fue la negra Isabel que acababa de llegar del mandado que la había [enviado] doña Dionisia, […] y que habiendo visto que el que estaba tendido boca abajo era el citado difunto Don Pedro, dice la que declara que la expresada Doña Dionisia le dijeron que había llegado hasta la esquina y se volvió a entrar en su casa y que la declarante fue a pedir socorro a la casa del capitán Don Thomas de Quijano y que cuando volvió ya halló alrededor del cuerpo a la dicha María Teresa, a la negra Isabel, la negra Agustina y otros7. El juramento hizo que valiera el testimonio de los interrogados y su base era el sacramento de la confesión. De esta forma la declaración asumió un carácter religioso y legal. Así se iniciaba la sumaria del proceso, la parte investigativa de la causa, donde se pretendía atrapar y castigar a los responsables del delito. Los habitantes comentaron en un principio que la muerte de Pedro Crespo de Bustamante fue causada por una cornada de un toro que andaba suelto en las calles, pero pronto empezaron a sospechar que esta muerte no era accidental, entre estos Antonio Valdez dijo que lo que sabe es por haberlo oído decir públicamente en esta ciudad y ser notorio en ella, que la muerte acaecida al difunto Don Pedro Crespo de Bustamante no fue de cornada de toro sino que fue hecha en su propia casa, que el modo [en] que fue hecha, ni por quién fue hecha, no sabe otra cosa, y que esta es la verdad [de] lo que sabe y puede decir en el asunto en fuerza de juramento8. La comprobación de los hechos que llevaron a la muerte de Pedro Crespo se inició por parte de las autoridades con el reconocimiento (la primera parte del sumario), el cual se 7 8 Archivo Central del Cauca [AAC] (Autos criminales de Pedro López Crespo [ACPLC], folio 13-14). AAC (ACPLC, folio 24). 5 componía de varias acciones en un determinado orden. Se acudía y se ubicaba prontamente el lugar del hecho para situarlo en la declaración; luego se identificaba el nombre de la víctima, sus heridas, contusiones y señales o se averiguaba la causa de la muerte (esto se aplicaba también a las personas que habían sido maltratadas o golpeadas); realizadas estas diligencias se le debía hacer sepultura eclesiástica a la víctima. Este reconocimiento era el cuerpo del delito o las pruebas que harían parte de la sumaria del caso, haciéndose siempre en presencia de algún representante del orden. Las autoridades, el gobernador don Joseph Ignacio de Ortega, el escribano Ramón de Murgueitio, Luis de Solís, teniente de gobernador, y los médicos don Francisco Domingo y Pedro Juan Casanovas fueron a constatar lo que parecía un azar desafortunado del destino. En el primer reconocimiento el médico Francisco Domingo determinó: Llegado a la casa encontré tendido en el estrado ya el cuerpo del referido difunto a el cual toqué y halle frió y helado cadáver, amarrado y ligado con unas ligaduras en los muslos y luego inmediatamente pasé a reconocerle y hallé que tenía dos heridas, la una en la cabeza al lado izquierdo en el coronal hueso y parte lateral de longitud dos pulgadas hecha con instrumento contundente, otra en el hueso pómulo pero simple y otra en la cavidad umbilical y parte lateral izquierda, mortal penetrante de necesidad, de longitud una pulgada más o menos dada con instrumento punzante y cortante, de las cuales dos principal heridas debió precisamente haber salido porción de sangre de la que había muy poca y particularmente en el costado izquierdo pues sólo se registra un parche en la parte posterior del dicho lado. Así mismo observé que el dicho difunto Crespo tenía la cara sumamente morada, comprimida y la boca abierta y parte de la lengua sobre los dientes, y que aunque tenía amarrado un pañuelo cogiéndole la mandíbula inferior con la cabeza para que la cerrasen no se consiguió, esto tan brevemente y habiéndole aflorado un pañuelo negro o cinta que tenia amarrando la garganta, poco a poco se fue disipando el color morado de dicho rostro. Con lo cual y no teniendo que hacer otra cosa en asunto me retiré para mi posada9. El médico Francisco Domingo hizo parte de las autoridades encargadas de vigilar a los habitantes de la ciudad. Su mirada10 sobre el cuerpo intentó descubrir si se cometió un delito y una infracción al orden; además, describió las heridas y su ubicación expresando que fueron causadas por instrumento punzante y cortante, haciendo que su mirada fuera más allá de la simple apariencia, poniendo en duda que la muerte de Pedro Crespo fuera 9 AAC (ACPLC, folios 3 y 4). “El vistazo no revolotea sobre un campo: da en un punto, que tiene el privilegio de ser el punto central o decisivo; la mirada es indefinidamente modulada, el vistazo va derecho, escoge, y la línea que traza con un movimiento opera, en un instante, la división de lo esencial; va por lo tanto más allá de lo que ve; las formas inmediatas de lo sensible no lo engañan, porque saben atravesarlas: es por esencia destructor de mitos. Se afecta en su realidad violenta, es para herir, para levantar, para desprender la apariencia. No se detienen en todos los abusos del lenguaje, el vistazo es mudo, como un dedo apuntado, y que denuncia. El vistazo es del orden no verbal del contacto, contacto puramente ideal sin duda, pero más explosivo en el fondo porque atraviesa mejor y va más lejos bajo las cosas”. (Foucault, 1998a, pp. 175-176) 10 6 accidental. Por orden del gobernador se nombró a Luis de Solís como juez de la causa y dada la declaración del médico se ordenó la captura de los sospechosos11. La sospecha de un homicidio fundamentada en la observación hecha por el médico llevó a una nueva mirada sobre el cuerpo por parte de las autoridades. El escribano Ramón de Murgueitio describió los nuevos hallazgos del proceso: El nominado nuevo reconocimiento a cuyo tiempo el presentado don Francisco Domingo, con Don Francisco Requejo y Don Fernando Baca y su señoría [...] mandó que dicho Don Francisco y yo, y demás circundantes, reconociésemos el cadáver y hecho con toda reflexión y a vista de no tener ni salir sangre por la herida del vacío izquierdo, se presumió y no con la fundada opinión de que esta se le había dado después de muerto como la de la cabeza y contusión de la cara y mas cuando se le quito la capilla del hábito con que estaba amortajado y se le reconoció en la garganta y en ella se vieron señales grandes de compresión acardenalada. Con lo cual su señoría mandó ponerle otra vez la capilla y concluyó esta diligencia12. En esta nueva certificación se confirmó que había sido un asesinato, por los signos presentes en el cuerpo. El médico Francisco Domingo manifestó que la muerte fue causada por asfixia por “haber sido compreso de la garganta a vista de reconocerse en ella varias señales de ramalazón moreteados”13. El caso de Pedro Crespo cobró importancia para las autoridades, ya que su cuerpo habló de una acción violenta ocurrida sobre él, pero no dio indicios del causante ni de la razón. A la pregunta ¿Sabe o ha oído decir que el difunto Don Pedro Crespo tuviese genio inquieto y que por eso hubiese conciliado alguna enemistad?, las respuestas de los testigos fueron: “No tenía genio inquieto y quimerista, abstraído de amistades, parcial, amistoso y de bellas prendas, afable y jovial, nada entrometido en negocios ajenos y no se le conocía que tuviese enemistad por su independencia”14. Las declaraciones no permitían acusar a nadie a través del método de la sospecha, basado en un principio: “[…] buscad a quién aprovecha el delito y encontrareis al culpable”15. Para las gentes de Popayán era “público y notorio” que la esposa de Pedro Crespo de Bustamante le era infiel con Pedro García de Lemus, y que ellos, junto con sus esclavos, tuvieron participación en el crimen. El rumor16 reveló la relación de adulterio en la ciudad y las 11 AAC (ACPLC, folio 1). AAC (ACPLC, folio 3). 13 AAC (ACPLC, folio 4). 12 14 11, 37,44 y 45). “Este medio probatorio se fundamenta en lo que hoy llamaríamos preconceptos, o prejuicios; algo que iba más allá del indicio, generalizando la máxima ‘buscad a quien aprovecha el delito y encontrareis al culpable; con base en ello, dogmáticamente se señalaba autores presuntos a diestra y siniestra” (Suárez, 1996, p. 152. 16 “En general el Rumor exige tiempo para elaborarse, estructurarse y arraigarse, por ello se diferencia del chisme que bordea los límites de lo fugaz. El rumor al nacer hunde sus raíces sobre el medio y se alimenta de la sociedad que lo sustenta. El Chisme llega de lejos como un viento pasajero anunciando tormentas que pueden ser o no ser. El Rumor se incrusta en la tierra y forma parte de la vida cotidiana como si fuese una parte más del día y la noche. El Chisme es como los fantasmas, no tiene asidero y está hecho para recorrer aquí y allí sin saberse nunca su morada. El Rumor queda para formar parte de la realidad mientras que el chisme se diluye en su propia sustancia inmaterial” (Tovar, 2004, p. 55). El rumor y el chisme son unas 15 AAC (ACPLC, folios 7 autoridades tomaron en cuenta las declaraciones del vecindario para aumentar las pruebas en la parte sumaria. En su declaración, Francisco Antonio Sarasti, en 14 de febrero de 1770 dijo: […] que lo [ha] oído decir por público y notorio y fama en esta ciudad, que el asesinato cometido la noche de el veinte y nueve de Enero del mes pasado, entre las siete y ocho de la noche en la persona de Don Pedro Crespo, fue en su propia casa y que los agresores fueron Don Pedro Lemus y Doña Dionisia de Mosquera, el mayordomo de la hacienda de La Herradura llamado Joachín Perdomo, el negro capitán de ella Francisco alias Fuche, un mulato Clemente y otros patianos, que la dicha Hacienda es de Pedro Lemos17. Los vecinos del difunto Pedro Crespo sabían de la infidelidad cometida por doña Dionisia de Mosquera, pero no la denunciaron, ya que era una persona de la élite payanesa. Las autoridades determinaron después de estas declaraciones los posibles culpables y se ordenó su persecución. La primera orden de captura fue emitida el 3 de febrero de 1770, y disponía “el arresto de Dionisia de Mosquera y Bonilla”, diligencia que se ejecutó en la casa de Gertrudis de Bonilla, madre de Dionisia, en cuya casa no se encontró, según dijo el alcalde ordinario don Lorenzo de Oliver18. También se allanó el convento de La Encarnación con el respectivo permiso del obispo de Popayán, pero tampoco se encontró ningún rastro de la prófuga19. Las autoridades por medio del pregón público el 15 de marzo de 1770 llamaron a los acusados de homicidio, Pedro García de Lemos, Dionisia de Mosquera, Joaquín Perdomo, Francisco Fuche, Clemente Eguizabal, Felipe Palacios y Pedro Fernández de Borja (acusado por uno de los testigos, Marino Eguizabal, como colaborador del crimen), para que se entregaran en nueve días. El tiempo para entregarse se cumplió, fueron llamados dos veces nuevamente, pero los supuestos criminales no se entregaron20. Las redes de control y vigilancia se extendieron hasta las afueras de Popayán. Los alcaldes de Santa Hermandad conformaron esa vigilancia exterior de la ciudad. Ellos se encargaban de ordenar y controlar a los habitantes del campo. Perseguidores de los fugitivos, los alcaldes de Santa Hermandad se multiplicaron en la agreste geografía del Patía. Pronto dieron resultados al capturar el 6 de abril de 1770 en los caminos del Patía a Francisco Fuche y Pedro Fernández de Borja, quienes fueron llevados a Popayán. Allí se les pidieron sus respectivas confesiones21. Ésta fue la de Francisco Fuche: sofisticadas prácticas de comunicación orientadas a disminuir la concentración de poder en unos determinados grupos. A través de la conversación, los excluidos atacan a los grupos hegemónicos. La procedencia del rumor y del chisme es anónima, no conocida, pero todo el mundo está al corriente. En el chime y el rumor hay un grado de verdad que atrae a las personas, aunque todo lo demás sea inventado y tergiversando. Hay un juicio de valor, una crítica abierta pero oculta bajo el anonimato. El chisme se da en cadena y tiene un efecto multiplicador, a medida que avanza se regenera con nuevos datos falsos o verdaderos y su contenido es siempre un tema que se reactualiza. 17 AAC (ACPLC, folios 31-33). 18 AAC (ACPLC, folio 21). 19 AAC (ACPLC, folios 26 y 27). 20 AAC (ACPLC, folios 78 y 80). 21 “Una vez que el inculpado estaba preso, el juez, ante escribano, debía tomar su confesión bajo juramento. Cuando el delincuente era menor de edad se le nombraba un curador quien debía estar presente en la toma de 8 Dijo que los que concurrieron [en el crimen fueron] su amo Don Pedro García de Lemos, Pedro Fernández de Borja, Joachin Perdomo, Dionisia de Mosquera y el confesante, que se ejecutó en la propia casa, en la sala, en esta forma. Que el confesante con su amo Don Pedro de Lemos se pusieron de la parte de adentro de dicha sala a la mano izquierda, y al lado derecho de la misma puerta de la parte de adentro puso a Pedro Fernández de Borja, estando la sala a obscuras por no haber luz en ella, sin embargo que eran más de las siete de la noche, y a Joachin Perdomo lo puso en la tiendecita. Con orden de lo que habían de ejecutar, luego que entrase en su casa Don Pedro Crespo de Bustamante, para lo que le dio al confesante un palo con un cachiporra [Don Pedro García de Lemus] la que había labrado el dicho Joachin Perdomo para el hecho referido. Que el Borja le [vio] un machetico corto que por estar a obscuras no vio las armas que dicho su amo llevaba y que lo mismo le sucedió con Perdomo. Que habiendo llamado después de las siete el difunto Crespo a la puerta de su casa le dijo al confesante y al Borja el dicho su Amo Don Pedro de Lemos que mirasen lo que hacían según lo que les tenia prevenido, que sus vidas estaban arregladas y su honor perdido, que le diese [a Pedro Crespo] un garrotazo duro. Y que habiendo salido a abrirle la puerta al dicho difunto, doña Dionisia de Mosquera a obscuras como estaban, volvió prontamente a cerrarla y se fue entrando a la dicha sala la referida Doña Dionisia y Don Pedro Crespo detrás, y al entrar este por la puerta de la sala le hizo señal prontamente el dicho su Amo al confesante para que le diese […] con la dicha porra en la cabeza, en cuyo golpe cayó en el suelo sentado e inmediatamente dijo su Amo al confesante y al Borja, acabalo de matar, y prontamente le echo el Pedro Fernández de Borja una ruana encima de la cabeza, cayó con el citado Pedro Fernández al suelo y apretándole el pescuezo, narices y boca lo ahogaron, echando mucha babaza por boca y narices, la que sabe el confesante la limpiaron, trayendo luz con una linternita la dicha Dionisia. Que no es tan cierto si fue con Paño o con sabana de lienzo por la prisa con que se hacían las cosas y hallándose cadáver el citado Don Pedro Crespo llamó a su Amo Don Pedro Lemos a Joachin Perdomo, quien tenía un cacho muy afiliado hecho a propósito y le señalo el referido su amo Don Pedro de Lemos a Perdomo el lugar de la Barriga por donde lo había de meter en el cuerpo del citado difunto […] luego ejecutó Perdomo abriéndole la herida que tenía en el lado izquierdo [en la] barriga el dicho difunto, volviéndolo a sacar después, y se lo llevó consigo el dicho Perdomo. Y de cuya herida no salió sangre por estar el cuerpo ya frío, helado cadáver, y que la sangre que se encontró en la casa fue de la mucha que echo de la herida de la cabeza y que para poderlo sacar a la calle le quitaron la chupa para poder disimular el hecho de el toro por lo muy ensangrentaba que estaba la chupa. Y que estando en la sala con las agonías de juramento, pero no en la confesión por ser ésta una diligencia de carácter secreto. […] La confesión era el acto más delicado y peligroso del juicio, pues la aceptación por parte del delincuente de haber cometido el delito, se considera una prueba más segura” (Patiño, 1994, p. 93). 9 la muerte dio un patada en la puerta de la sala en donde fue muerto, en la que hizo algún ruido, y a éste, dijo la dicha Dionisia de Mosquera que no hiciesen ruido, que acabasen breve, que si para eso era menester tanto tiempo22. Después de la captura y confesiones de Francisco Fuche y Pedro Fernández de Borja, actores materiales del crimen, se inició el respectivo juicio de todos los criminales con el nombramiento del fiscal Javier López Corella y el abogado Manuel Pontón. El primer juicio que se haría a los reos sería en la vida terrenal, el segundo sería en el juicio final, en el cielo donde asistirían todos. Sus vidas ya no dependerían de que pudieran esconderse, serán las argumentaciones del abogado frente a las acusaciones del fiscal y el juez las que determinarán su destino. ¿Qué es la libertad?, el embeleso del deseo, el imán de la solicitud, y el ahínco de la naturaleza, y es la falta de libertad acíbar de las comodidades, sinsabor de los gustos, y tedio universal de los racionales, de los brutos y de los vegetales […] Desprecia el esclavo las asistencias y comodidades de la sujeción por la mendiguez del liberto, porque mucho que aborrezca la esclavitud, si el libre todavía quiere libertad y más libertad […] mis reos temieron perder la Libertad que esperaban, temieron azotes y prisión, temieron la misma muerte y temieron quedarse en la servidumbre sin los bienes que les estaban asegurados23. El abogado aludió a las promesas que hicieron los amos a sus esclavos y el deseo de querer ser libres como principal argumento de la defensa. El deseo de libertad, según Miguel Pontón, llevó a los esclavos a cometer el crimen o que coadyuvaran a ejecutarlo; también, las amenazas hechas por los amos fueron las causas de participar en el crimen de Pedro Crespo. Para el fiscal hubo directamente una ofensa a la ley: […] [el siervo debe] de guardad a su señor de daño y deshonra en todas la manera que pudiere y supiere, luego estos siervos son dignos de la pena del último suplicio porque no impidieron ni guardaron a su señor [Pedro García de Lemus] de la ejecución y delito de asesinato de la que provenía y efectivamente se le ha provenido […] luego estos sindicados se han puesto la pena de muerte por no haber socorrido a su señor, y morir por él, [por] dejarlo [a Pedro García de Lemus] perpetrar el asesinato para de tal manera excusarlo de la muerte y de la deshonra que le ha acarreado aquella ejecución lastimosa […] asesinos merecen se les dividan sus almas de sus cuerpos en la Horca24. El fiscal argumentó que los reos no impidieron ni trataron de persuadir a su amo Pedro García de Lemus para que no ejecutara el crimen. Según Javier López Corella, los criminales debieron proteger a su amo de los castigos que la justicia aplicaría y por eso eran culpables y merecían la pena de horca. La interpretación de las pruebas y la aplicación de 22 AAC (ACPLC, folio 180). AAC (ACPLC, folio 190). 24 AAC (ACPLC, folios 197-202). 23 10 las leyes conforma la verdad judicial, que se expresa en la sentencia del juez después de haber interpretado las declaraciones y pruebas, además de haber escuchado al fiscal y al abogado, pero para este caso criminal era una instancia superior la que debe expresa el veredicto final: la Real Audiencia de Quito: […] fallamos […] debemos de condenar y condenamos en la pena ordinaria de muerte a Don Pedro García de Lemos, a Dionisia de Mosquera mujer que fue de don Pedro Crespo, a Joachin Perdomo, a Pedro Fernández de Borja y Francisco Fuche, la que se ejecutará en la manera siguiente, Don Pedro Lemos y Doña Dionisia de Mosquera serán conducidos a un cadalso público donde sentados y arrimados aun garrote se les ahogará con un cordel, hasta que naturalmente mueran: Joachin Perdomo, Francisco Fuche y Pedro Fernández de Borja se sacarán arrastrados a la cola de un caballo y serán conducidos por las calles públicas hasta el lugar de la horca, donde serán colgados del pescuezo hasta que naturalmente mueran, manteniéndolos en ella bastante tiempo con correspondiente guardia, y puestos después los cuerpos en el suelo, serán trozados y descuartizados, cuyas cabezas en jaulas de hierro se clavaran en las puertas de la cárcel, y los demás cuartos, serán puestos en vigas altas, repartidos por los caminos del Patía [además] […] de la confiscación de Bienes25. Pedro García de Lemus y Dionisia de Mosquera serían ejecutados de una manera diferente a la de sus esclavos por ser de los principales (gente honorable, de la jerarquía más alta) de la ciudad, mientras sus esclavos y cómplices tendrían un castigo ejemplarizante para “las gentes de todos los colores”, haciendo vindicta publica y así compensarían la ofensa irrogada al cuerpo social (Colmenares, 1998b, p. 217). Pero Dionisia de Mosquera, Pedro García de Lemus y Joaquín Perdomo nunca fueron capturados, suerte con la que no contaron Pedro Fernández de Borja y Francisco Fuche, quienes fueron ejecutados: “[…] a las diez y cuarto de la mañana, con poca diferencia uno en pos del otro, y a voz de pregonero que publicó sus delitos según se mando en dicho auto, fueron conducidos hasta la horca con la Guardia y custodia necesaria, donde siendo mas de las once y cuarto poco más o menos de dicho día, fueron colgados en ella de el pescuezo por Manuel y Lorenzo Tulambi, ejecutor de sentencias, habiendo quedado cadáveres colgados en la dicha horca con Guardia suficiente, hasta las tres de la tarde del propio día en que fueron bajados por los dichos ejecutores los relacionados cadáveres de Francisco Fuche y Pedro Fernández de Borja, para dar cumplimiento a la sentencia, siendo por ellos mismos trozados y descuartizados, cortando las cabezas piernas y brazos, entregando éstos al citado Alcalde Pedáneo del Patía y clavando en Jaulas de hierro las cabezas a las puertas de la cárcel, en donde se hecho un pregón con la expresión que ninguna persona de cualquier estado, condición o calidad que fuese, sea osada a quitar dichas cabezas de las dichas puertas con 25 AAC (sig. 5333, Col-JI-2cr, folios 1 y 2). 11 pena de la vida. Y lo demás del Arca y entrañas de los cadáveres se les dio eclesiástica sepultura, a pedimento de más personas piadosas y caritativas”26. Popayán a fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX era una ciudad en la que sólo una escasa minoría sabía leer; la consecuencia de esto era la necesidad de una pedagogía del miedo —para las gentes de todos los colores principalmente—, mediante la justicia punitiva, la cual mantenía el orden de las dos majestades (Dios y el rey). Los actos punitivos fueron aprovechados por el poder para mostrar la eficacia de la justicia; además, instruía en las leyes y en las buenas costumbres, previniendo el delito a través del miedo y de la vindicta publica (venganza pública, retornar al orden social). En esta historia de crimen pasional la prisión moral de los dos amantes llevó al asesinato de Pedro López Crespo de Bustamante, pero hubo otras causas de homicidio que no tuvieron vínculos con las relaciones ilícitas. La chicha, condenada por ser una bebida consumida por los grupos de la baja esfera social, fue también causante de riñas y de asesinatos en Popayán. La noche del 7 de enero de 1780 entre las nueve y media y las diez y media se encontró un hombre muerto en los alrededores de la iglesia de San Agustín: […] habiendo pasado a el lugar, en el citado barrio dijo haberlo visto [el cuerpo] que fue en la esquina que está a la espalda de la Iglesia de San Agustín frente a la tienda que tiene en la esquina opuesta la mujer de Luís de Velasco, nombrada la Carisucia. Allí efectivamente se halló el cuerpo de un hombre difunto con una puñalada hacia el lado izquierdo sobre el costado, hecha al parecer con arma, con instrumento cortante, y otra del mismo lado en la espalda, pero debajo de los riñones, de que hizo prolijo reconocimiento el citado cirujano al presentarse el señor juez y su señoría que doy fe, mandando su señoría que por separado y a continuación de éste se entendiese por el cirujano y por mi con las correspondientes formalidades de derecho la diligencia de reconocimiento y fe de heridas que habían presenciado, consecutivamente su merced, dicho señor juez hizo allí indagación de las personas que habían presenciado este funesto hecho […] el difunto se llama Manuel Victoria que era soltero, y absolutamente pobre, sin bien alguno con todo mandó su señoría se hiciese también sobre esto averiguación y según resultase, proceder desde luego a lo que convenga27. La sumaria de este caso comenzó con la averiguación de la certeza del delito cometido. La realizaron las siguientes autoridades: el teniente de gobernador auditor de guerra don Nicolás Prieto de Dávila, juez de la causa, el alcalde de barrio don Gabriel de Espinosa, el cirujano don Clemente Ruiz y el escribano Ramón de Murgueitio. La averiguación y reconocimiento se hacía con “circunspección y formalidad”, es decir, con prudencia, en secreto, llevando registro de todas las circunstancias en que sucedieron los hechos para capturar a los sospechosos sin darles la posibilidad de. El reconocimiento determinaría el 26 27 AAC (ACPLC, folios 278-282). AAC (sig: 8831, col. J II -3 cr, folio 1, 1780). 12 lugar, las heridas sobre el cuerpo yaciente, las circunstancias y las gentes que pudieran tener alguna información. La mirada del médico y el cirujano siguió siendo parte constitutiva del reconocimiento y la recolección de pruebas para iniciar el proceso judicial: Don Manuel Ruiz, Médico cirujano, certifico haber reconocido del que se expresa en la antecedente auto [Manuel de Victoria] al que le halle dos heridas, la primera en la región lumbar [a cuatro] dedos [de] la espina, penetrante […] con instrumento contundente y punzante cuya dirección manifiesta habérsele enterrado en el riñón […] y la segunda [en la] izquierda cerca de la costilla verdadera […] [con efusión de sangre en la boca]28. El primer testigo y sospechoso del caso fue el cabo de la compañía de milicias, Vicente Paredes, quien fue apresado por el juez por encontrarse en el lugar del crimen, y desde su captura se le presumió de culpable. Se le tomó juramento y declaró: […] únicamente oyó la voz del Manuel de Victoria que decía: vos me queréis pegar, y el agresor que decía: ya veréis, la muerte fue causada por Roque de la Cruz, el declarante dice que lo conoce mucho, la muerte sucedió en la esquina de la Iglesia San Agustín y junto a su cocina y que aquel sitio hace frente a la tienda que tiene la Carisucia, pero que al tiempo de la muerte la tienda estaba cerrada, se encuentra a distancia de cuatro varas [donde] ocurrió la muerte29. Vicente Paredes fue interrogado directamente por el juez don Nicolás Prieto de Dávila, autoridad encargada de la causa y de dictar sentencia. De esta forma el juez se informó de manera inmediata sobre el hecho, analizando acto seguido la autenticidad e importancia de la declaración (Patiño, 1994, pp. 70-71). Vicente Paredes denunció que la muerte de Manuel de Victoria fue causada por Roque de La Cruz, despejando las sospechas de las autoridades, pasando a ser testigo presencial del acto criminal. La recopilación de las Leyes de Indias definía al testigo como persona fidedigna de uno y otro sexo, que declaraba sobre la veracidad de los hechos30. A su turno, Juana Díaz dijo que horas antes Manuel y Roque habían estado tomando chicha, y que Roque siempre tuvo fama de osado y atrevido: Como a las siete y media llegó a su tienda Roque de la Cruz a comprarle a la declarante chicha, que no le quiso vender porque en otras ocasiones que había concurrido con el mismo fin, se había mostrado muy osado y atrevido diciendo desvergüenzas contra la declarante, que después de mucho rato llegó Manuel Victoria, y le pidió a la que declara un cuartillo de chicha, que habiéndoselo dado se lo brindó al citado Roque […] después le dio aun indio y una india que estaban en la tienda de la declarante tomando la que sobraron, sin que ninguno se pudiese emborrachar por ser muy poca porción el cuartillo repartido entre cuatro, […] que no estaban [borrachos] ni Manuel ni Roque, que luego que 28 (sig: 8831, col. J II -3 cr, folio 1, 1780). (sig: 8831, col. J II -3 cr, folio 2, 1780). 30 Novísima Recopilación de las Leyes de Indias (Ley 9., tit. 16, partida 3). 29 AAC AAC 13 salió de la tienda Manuel le reconvino el dicho indio Roque, que no le daba mas que aquel poquillo de chicha, a que le contestó el dicho Manuel: que de un cuartillo qué más quería, y entonces el dicho Manuel quitándole el sombrero al Roque le dijo: pues empeñaremos este tu sombrero por otro cuartillo, que entrando donde la declarante le pidió que sobre dicho sombrero le diese un cuartillo de chicha, a que le respondió que no le daba, que se fuera, lo que verificó saliendo con el sombrero del Roque debajo del brazo, y este al verlo le dijo: con que te llevas mi sombrero, y el otro callado prosiguió con él, que después de mucho rato por la izquierda por la cuadra, en camisa sin jerga, con solo su sombrero y sin el de Roque, […] oyó un corto murmullo y golpes como que se amoqueteaban lo que la movió a ir [escuchar] y entonces oyó más ruido como que había caído un cuerpo y entreabriendo su puerta como que no se podía ver a los dichos Manuel y Roque […] vio a Marcelina Narváez que pasaba a este tiempo con una luz encendida por la puerta de la declarante y llegando a la esquina dijo que habían hecho muerte al pobre [Manuel, que había] caído31. Después de tomadas las declaraciones a los testigos, manteniendo el secreto de la identidad y de sus testimonios, por la necesidad de protección frente a eventuales peligros que les podrían acarrear por sus imputaciones (Caballero, 2003, p. 105), se inició el juicio con la orden de captura emitida por el juez. Según testimonios de los declarantes32, Roque de la Cruz había tomado camino al pueblo de indios llamado Puelenje. El guarda José Ferbiel, acompañado de dos personas más, fue encargado de ir en búsqueda de Roque de La Cruz y capturarlo33. En Puelenje no encontraron a Roque, con lo cual, por orden del juez de la causa se inició la persecución al norte de la ciudad de Popayán, enviando cartas a los alcaldes de Santa Hermandad, quienes sí lograron capturar al citado reo en Quilichao. Y habiéndome encontrado con un indio de Quito presumiendo que fuese, lo arresté a la cárcel y le tomé declaración sobre si tenía noticia del crimen y confesó llanamente ser él el que lo había perpetrado como dice el documento que remite con el reo para que su señoría lo pase al juez de la causa, para que éste reponga la confesión con aquellos prerrequisitos que el derecho dispone, pues a mí me aparecido sólo regular la justificación y la indagación del agresor del delito. 17 de enero de 178434. Las capturas por los alcaldes de Santa Hermandad exhibían la eficacia de una justicia que buscaba ser temida para que no se volviera a perpetrar delitos, como también estos alcaldes representaban los límites del control y la jurisdicción del cabildo del Popayán. La comunicación con los alcaldes de Santa Hermandad se hacía a través de cartas y en ellas se informaba sobre el desplazamiento de los criminales en la jurisdicción para que fueran 31 AAC (sig: 8831, col. J II AAC (ACPLC, folio 6). 33 AAC (ACPLC, folio 7). 34 AAC (ACPLC, folio 17). 32 -3 cr, folios 5-4, 1780). 14 atrapados. Traído a Popayán, el reo Roque de La Cruz ya había hecho la confesión de su delito al alcalde de Santa Hermandad, don Baltasar de Velasco: Se tomó juramento a Roque de La Cruz, […] que es vecino de la ciudad de Quito, se infiere mi captura por haber dado una puñalada a Manuel cuyo apellido ignora —manifestó Roque—, en Popayán el día siete del corriente en la esquina del convento de San Agustín, de cuya herida se le ha informado que murió, [¿tuvo algunos cómplices?, preguntó el juez] ninguna otra persona pues aunque hirió al difunto no fue acaso pensado ni tal intención, había tenido el motivo que para ello, fue que intentando el difunto herirlo a el confesante con una navaja por defensa propia se la quitó y entonces lo hirió sin saber dónde, por hallarse embriagado […] como de ello es testigo, Pedro, indio zapatero, y oriundo de Quito35. El alcalde de Santa Hermandad había iniciado el interrogatorio del acusado bajo juramento, y se le había hecho confiscación de los bienes “no encontrándosele cosa alguna de valor, solo dos sombreros”36, siendo ésta una medida cautelar que se fundamentaba en que de ser declarado culpable, el reo quedaba sujeto a la pena de confiscación. A Roque, como a cualquier criminal, no se le comunicaba la causa de su detención37, pero para este caso él confesó que había cometido el asesinato de Manuel Victoria. Por ser indio se le nombró de abogado al protector de naturales don Francisco de Velasco, quien argumentó que Roque “se encontraba borracho y no tenía conciencia de lo que hacía”, a lo que el fiscal Felipe Delgado replicó: Después de la confesión de este reo resulta calificado el homicidio, aunque éste se considera simple, ha incurrido el delincuente en pena de muerte conforme a las leyes sagradas del antiguo y nuevo testamento, a igual pena lo condena la ley 3ª titulo 23, libro 8 de la Recopilación de Castilla determinando la ley diez la muerte de horca […] en forma pide el fiscal se aplique al citado Roque para que se castigue, como para satisfacer a la república ofendida, y escarmiento para otros delincuentes que en esta especie de culpas son muchas y frecuentes en esta provincia38. El fiscal que acudió a las leyes para dar su veredicto sobre el acusado puso en cuestión la defensa del abogado protector de naturales, al considerar que fue intencionado el asesinato. El enfrentamiento argumentativo se centró en las intenciones del reo al ejecutar el hecho y no en la presunta legítima defensa de Roque. 35 folios 19-20). El resaltado es nuestro. folio 20). 37 Cuando se capturaba a un delincuente no se le comunicaba la causa de su detención, las autoridades tendían a confirmar la presunción de culpabilidad, la cual ya se daba por sentada, la que se lograba al conseguir la prueba reina, la confesión. 38 AAC (ACPLC, folio 30). 36 AAC (ACPLC, AAC (ACPLC, 15 Para el juez don Nicolás Prieto de Dávila, “los males que hace la chicha a los indios”39 fueron la causante de la muerte de Manuel de Victoria, por eso la condena de Roque de la Cruz fue de “doscientos azotes, que se le darán por las calles públicas acostumbradas y a diez años de presidio en una de las galeras de la plaza de Cartagena”40, y no la muerte, demostrándose así que tuvo en cuenta el juez las condiciones de alteración mental (debido a la embriaguez) en la que se encontraba el reo a la hora del asesinato. Los autos fueron enviados a la Real Audiencia de Quito para consulta, donde se confirmó la sentencia, percibiéndose la dependencia de la justicia local con respecto a las ciudades que contaban con instancias superiores, como las reales audiencias y los virreinatos —desde los primeros tiempos la rama judicial de Popayán dependía de la Real Audiencia de Quito—. Pero la pena no se pudo cumplir por no haber oficio de verdugo. El gobernador le ofreció al reo, a cambio de su pena, el ejercicio de este oficio, en el que debía durar un tiempo similar a la condena. Al consultar a Quito esta decisión, la Real Audiencia la aprobó, pero con la condición de que el criminal se comprometiera a ejercer dicho oficio el de verdugo por toda su vida, agregando que: “Lo tendrán siempre en la cárcel de donde no lo sacarán sino para las ejecuciones”41. A pesar de que el indio Roque se salvó de ir a las galeras en Cartagena, ser verdugo era una pena porque lo llevaría a una muerte social, a ser excluido de toda relación social, a incrementar su mala reputación por el ejercicio de un oficio que causaba repulsión moral por parte de los habitantes de Popayán. Una ilícita amistad La justicia colonial mantuvo un control sobre la vida de los habitantes de las ciudades y por eso no sólo condenó a los asesinos y a los ladrones; también perseguían y condenaban a todos aquellos que escandalizaban y transgredían la moral pública. La Iglesia y la Corona trataron de mantener la “limpieza de sangre por los cuatro costados”, en la que trataron de impedir que la población de origen hispánico se mezclara con gentes de otros grupos socioraciales; igualmente, el matrimonio sirvió como instrumento de lucha contra la poligamia y la idolatría durante la época de la Conquista, especialmente para los indios, como también fue el principal vehículo para el establecimiento de alianzas y compromisos de los estamentos entre los siglos XVII y XIX (Rodríguez, 1997, p. 141). Pero frente a la vigilancia sobre las relaciones, el adulterio retaba al sagrado sacramento del matrimonio y al orden en una sociedad altamente moralizada. Debía ser muy evidente y desvergonzada la amistad ilícita para que fuera llevada a juicio. Fue así como aconteció con el proceso judicial de Miliciano Mariano Domínguez y María Concepción Hurtado, quienes fueron encarcelados por adulterio y amancebamiento por el alcalde ordinario don Francisco Gregorio de Angulo, quien dijo: Siendo tan repetidos los denuncios que su merced ha tenido de la ilícita amistad adulterina, en que con escándalo de la república sin temor de Dios ni de la Real 39 AAC (ACPLC, AAC (ACPLC, 41 AAC (ACPLC, 40 folio 45). folio 45). folio 49). 16 Justicia en que han vivido y viven Mariano Domínguez y María Concepción de Hurtado con desprecio de su estado no habiendo bastado algunos oficios y amonestaciones que se han hecho por varios sujetos de respeto y honor, y tener por ella abandonadas sus obligaciones, por tanto, para castigar como corresponde semejantes excesos, en la forma que previenen las leyes a los [consumantes] acordó que debía de mandar y mandó se reciba sumaria información de los testigos que fuesen sabedores de esta ilícita amistad, su tiempo y reincidencia, y en lo que ella resuelve proceder a lo que haya lugar en derecho y con las procedencias que sean oportunas y pertinentes42. El escándalo por el adulterio en la ciudad fue un mal ejemplo para sus habitantes, lo que quisieron prevenir las autoridades, pero la infracción al orden iba más allá. Para los denunciantes el adulterio trajo daño y ruina espiritual a toda una comunidad, porque afectó la moral y la ley de Dios. Y si las gentes consentían esta amistad ilícita, también eran cómplices del pecado y ponían en riesgo su salvación43. Del mismo modo, la infidelidad iba en contra del honor y la mujer como patrimonio. El proceso judicial llamaba a los testigos para comprobar el tiempo de la amistad ilícita, el lugar, si tenían hijos o no, cómo era su relación con el esposo o esposa, etc., para reprimir y retornar al orden. Benancio Gironza, testigo, dijo que Mariano Domínguez tenía ya hijos con María Concepción. Hace años está en ilícita amistad Mariano Domínguez con María Concepción Hurtado, ambos casados, sin que hayan valido los esfuerzos de apartarlos de varios sujetos, […] a fin de separarlos de semejante ilícita escandalosa amistad de la cual han tenido prole y por ella el marido de la Concepción [hace] años esta separado, que también sabe que dos de la prole adulterina viven y dos han fallecido que por cuenta de esta ilícita amistad […] la mujer [legítima] del Mariano […] pasa una vida sumamente mala […] esta amistad ilícita adulterina es pública y escandalosa sin respeto de Dios y al Rey ni a la Real Justicia, que a los hijos legítimos […] de la primera mujer […] no los atiende como es debido porque todo lo invierte en la dicha Concepción y en su prole y en paseos, bailes y otras diversiones, que esta es la verdad44. El proceso judicial se presentó en este caso por la misma presión social que ejercieron los vecinos, que veían en estas ilícitas amistades un peligro para las mujeres y su honra. Sufriendo el abandono de sus maridos, debían trabajar para el sustento de sus hijos y otras llegaban a deshonrarse para no morir de hambre. Los testigos y denunciantes vieron como 42 (sig. 7854, col. J I -8 cr, folio 2, 1785). “Un delito es una infracción a la ley penal, es un acto prohibido que produce más mal que bien. Los delitos ponen en peligro la tranquilidad y el orden público, y también son un atentado contra la fe y las buenas costumbres. Por su parte, el pecado es la transgresión voluntaria de la norma religiosa o moral y se caracteriza por el sentimiento de culpa. Pecado es ir contra la ley de Dios y, en la religión católica, que se fundamenta en la creencia de un mundo ultraterreno, éste constituye una ofensa a la divinidad” (Berman, 1996, pp. 119-220). 44 AAC (sig. 7854, col. J I -8 cr, folio 3, 1785). 43 AAC 17 agravante las torturas y padecimientos que hubo de sufrir la mujer legítima de Mariano Domínguez. Esto declaró Manuel Lemos: Que sabe por público y notorio que viven en amistad ilícita Mariano Domínguez y dicha Concepción de Hurtado, que ambos son casados, que a Miguel […] marido de la dicha Concepción jamás lo ha visto en la casa, que sabe está separado. Que sabe que esta tiene prole de este amancebamiento y que había tres meses que dicha Concepción se le murió un hijo y se halló en su velorio el dicho Domínguez que así mismo […] oyó decir el declarante que se habían ido para aun paseo juntos Domínguez y Concepción Hurtado […] ha oído decir que la mujer del dicho Mariano Domínguez padece bastantes torturas y mala vida por esta mala amistad, que esto que deja dicho y declarado es la verdad en fuerza de juramento45. Los dos adúlteros, Mariano y Concepción, se habían separado de sus respectivos cónyuges y su delito se había agravado con el amancebamiento, del cual habían tenido hijos naturales. La sexualidad de los dos amantes se había desbordado y se encontró con lo prohibido por parte de la Iglesia y la justicia. Relación que por lo pública y notoria se hizo objeto del proceso judicial, haciendo que se descubriera a través de los diferentes declarantes hasta lo más íntimo de la vida cotidiana de esta unión. La justicia trató de encubrir el delito para restablecer la normalidad del matrimonio, y por tal motivo no se llamó a los cónyuges ofendidos para que denunciaran. El alcalde ordinario Francisco Gregorio de Angulo, al pasar el proceso al señor gobernador y comandante general, le expresa: Seguir y castigar el delito de adulterio cometido por […] Concepción Hurtado, que justifica ser cómplice y principal […] de Miliciano Mariano Domínguez. Y por eso lo ha pasado a vuestra señoría como juez privativo de aquel para que le juzgue y castigue. […] Del proceso […] puede resultar un perpetuo desprecio y separación de sus respectivos consortes y reflexionando de esta especie de delitos no siguen la naturaleza de los demás, sino que el derecho tiene circunscrita su acusación a determinadas personas, es preciso por esto proceder con pulso y tento. Pero por […] ser tan escandaloso el adulterio amancebamiento […] es necesario el disimulo enteramente de este delito de tanta gravedad46. Las autoridades intentaron mantener el vínculo matrimonial ocultando lo que era evidente desde tiempo atrás: el adulterio y amancebamiento de Miliciano Mariano Domínguez y Concepción de Hurtado. El juez de la causa, Pedro Becaria Espinosa, gobernador y comandante general de la gobernación de Popayán, tratando de mantener el matrimonio de Mariano Domínguez dictó su sentencia: 45 46 AAC AAC (sig. 7854, col. J I -8 cr, folios 3 y 4, 1785). (sig. 7854, col. J I -8 cr, folio 7, 1785). 18 […] por este juzgado se procedió a la recomendación y apercibimiento y castigo de ambos cómplices adúlteros en el público y escandaloso concubinato que se justifica en el respectivo sumario; se hallaban desenfrenadamente separados de sus matrimonios María Concepción de Hurtado y Mariano Domínguez […] Y que habiendo por esta causa corregido a María Concepción, según enuncia el oficio con que este juzgado puso el sumario […] tiene la evidencia este juzgado de hallarse reincidida en su gravísima culpa. […]En esta inteligencia y de haberse seguido y estarse continuado no sólo la ofensa de Dios nuestro señor, sino también el agravio del santo sacramento matrimonial, y así mismo la fracción de la fe del estado, igualmente la injuria a la propia naturaleza; no le será disimulable a este juzgado la resolución de otras rigurosa providencias que verifiquen el escarmiento de la expresada cómplice […] En el antecedente se informa que se halla Mariano Domínguez en unión maridable con su mujer legitima, la que sería expuesta a turbarse o enteramente destruirse si se adelantase el proceso […] se cortará de raíz esta amistad ilícita. [El juez] clama a su presencia a Domínguez para dar severa y dura represión con la posible reserva, apercibiéndole que se tratará con mayor rigor si volviese a tratar de ver a la María Concepción, que deben estar separado cuatro cuadras de contorno, se seguirán sus conductas y procedimientos47. La sentencia del juez restituyó el orden matrimonial, y el castigo para los amantes resultó ser su separación. La legitimidad del matrimonio fue protegida, con lo cual se avizoró el triunfo de la justicia frente al deseo. Los adúlteros no podrían volver a acercarse, a tener contacto. Miliciano Mariano Domínguez fue condenado a la prisión del matrimonio y al control de sus deseos y sentimientos. De este modo, las autoridades hicieron cumplir las leyes contra el adulterio y el concubinato48. Público amancebado condenado al destierro El amancebamiento49 era una opción en medio de un mundo con escasas opciones; sólo eran permitidas las relaciones afectivas dentro del matrimonio. Las rondas nocturnas perseguían los ilícitos tratos entre hombres y mujeres, dejando tras de sí las separaciones de los amantes. Las autoridades intervenían con rigor cuando el escándalo se tornaba insoportable en un barrio o en toda la ciudad (Rodríguez, 1991, pp. 73-83). A pesar de las censuras, regaños y llamados de atención, los amantes retaban a las gentes, las leyes, la Iglesia y la justicia real. Muchos se escandalizaban por la libertad de elegir, porque no conocían la posibilidad de decidir a quién amar. Los sentimientos de esta sociedad fueron tan controlados que los padres elegían y casaban a sus hijos e hijas y sólo unos pocos se 47 AAC (sig. 7854, col. J I -8 cr, folios 8 y 9, 1785). Novísima Recopilación de las Leyes de Indias (Libro VII, Ley 1-10., tit. 8, partida 3) 49 “El concubinato, en el fondo era una unión de hecho. No había, como a veces se supone, un trato discriminatorio hacía la mujer. Y no podía haberlo porque ellas mismas estaban contribuyendo a construir ese mundo de corrupción de costumbres, infidelidad, miseria y desdicha de que hablaban los obispos” (Tovar, 2004, p. 70). 48 19 escapaban de las costumbres, exponiéndose a ser castigados con todo el rigor por crear espacios propios para su relación. Diego Aldes y María Luisa Palomino fueron repetidamente denunciados por su amancebamiento, siendo éste un delito público porque ofendía a Dios, al rey y al Estado en general. En la ciudad de Popayán en diez y nueve días del mes de Abril de mil setecientos y noventa años el señor Francisco del Campo y Larraondo, Regidor Perpetuo, Alcalde Ordinario de esta ciudad, de sus términos y jurisdicción por su majestad dijo: Que habiendo repetidos denuncios del ilícito trato que Diego Aldes ha tenido hasta esta fecha, en la que su merced habido aprendido con María Luisa Palomino, viuda vecina de esta ciudad, causando a la República notable escándalo y mas siendo ser de la ciudad de Quito donde es natural, y a quien en cumplimiento se le tiene desterrado de esta dicha ciudad por el mismo delito y por los mismos Señores Jueces antecesores […] estos excesos van contra la Majestad Divina por ser Diego casado en la dicha ciudad de Quito. […] se acordó por su merced que debía mandar y mando que se le notifique al dicho Diego Aldes Escobar [que debe salir] desterrado de esta notada ciudad y jurisdicción por el término de cinco años que cumplida la presente sin excusa, y la que se le dará ocho días para salir de la ciudad50. A Diego Aldes se le impuso sentencia porque fue capturado en flagrante delito con María Luisa Palomino, además se agravó su situación por los antecedentes mantenidos en la ciudad de Quito. El proceso judicial consistió en la denuncia directa de los vecinos de María Luisa Palomino, quien constantemente fue recriminada. Diego Aldes trató de defenderse para no ser desterrado de la ciudad: Hablando con el respeto que debo es muy corto el término asignado, suplico a la alta consideración de Vuestra merced se sirva concederme algún tiempo más por las razones y fundamentos siguientes: El Referido Auto proveído contra mí se funda en decir que soy casado, esto es cierto, pero hace el espacio de ocho años que estoy divorciado por fundamentos que justifiqué en la Curia Episcopal de la Ciudad de Quito, lo que protesto hacer constar si fuese necesario, y se deja ver claramente porque si yo pudiese hacer vida con mi mujer no había aguantado más de siete años […] El atribuirme el delito de amancebamiento de que se me acusa, para esto me parece señor alcalde era necesario que hubiera sido castigado por la misma sujeta [María Luisa Palomino] […] por lo que me parece una liviandad frágil, no debe traer tan aparejada la pena capital de destierro. Últimamente debo considerar que en el tiempo que llevo en esta ciudad no he dado de qué hacer ni tampoco he sido demandado en ningún tribunal51. 50 51 AAC AAC (sig. 7774, col. JI -8 cr, folios 1, 1790). (sig. 7774, col. JI -8 cr, folios 3, 1790). 20 Diego Aldes se defendió argumentando que María Luisa Palomino debía denunciarlo, prácticamente atribuyéndole a ella ser la única interesada en culparlo de algo. Además, para el reo el amancebamiento con su concubina era una falta menor, de poca importancia “comparado con otros que se dan en la misma ciudad”52. Para el juez de la causa fue tan grave su afirmación que aumentó su pena. Debe cumplidamente salir de la ciudad en ocho días por ser repetidas los denuncios del ilícito trato que con escándalo, y aun sin respeto, ni temor de Dios mantenía con María Luisa Palomino, y en que los aprehendió: cuyo auto se le intimó en veinte y uno del mismo abril y aunque el referido Aldes presentó el escrito alegando varios motivos para que se le concediera mas termino para cumplir con el mandato en el citado auto dentro de tres días, que se le prorrogaron como último y perentorio término con apercibimiento omisión y de procederla […]se le castiga a Diego Aldes con un grillete a trabajar en la Real fábrica de esta ciudad a ración y sin sueldo por seis meses, en calidad de presidiario y que en calidad de dicho término salga desterrado por los cinco años asignados […] se le debe notificar a María Luisa para que abstenga de cualquier contacto con el citado Diego Aldes baja amenaza de castigo53. Las declaraciones hechas por los criminales podían agravar su pena. A Diego Aldes se le incrementó su castigo por sus declaraciones. Además, la condena es también sentimental porque fue separado de la viuda María Luisa. La viuda ya no pudo encontrarse más con el hombre de sus deseos, por la advertencia de destierro y confiscación de bienes. Así, las costumbres volvían a ser reivindicadas en el vecindario. Diego Aldes desafió la cárcel moral y fue desterrado de la ciudad54. El robo del jarro de plata A finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX el hurto se castigaba en España y sus colonias, según su particularidad y el precio del objeto, con multas, azotes cercenamiento de miembros, con presidio en Cartagena y hasta con la muerte. Felipe II dispuso en la Recopilación de los Reinos de Indias (Tít. XIV, Leyes I y II), castigar el hurto menor únicamente con azotes. Pero al incrementar el número de robos en sus colonias, el Rey Felipe V en el siglo XVIII modificó el castigo, incrementándolo hasta la pena capital (Suárez, 1996, pp. 168-169). En los barrios los vecinos cuidaban celosamente sus bienes y los de los demás. No solamente había vigilancia moral sobre los cuerpos, sino que también había protección 52 (sig. 7774, col. JI -8 cr, folios 4, 1790). (sig. 7774, col. JI -8 cr, folios 4, 1790). 54 “Al destierro regional con su nostalgia se unía el desarraigo sentimental con su despecho, y el mundo de estos enamorados se volvía un vacío de rebeldía, mascados en la soledad. Como bucaneros sentimentales se lanzaron por entre las islas de sus desafueros a destruir la fuerza invisible del imperio: su familia imaginada. Todos estos traumas fueron forjando el carácter triste y melancólico de la sociedad colonial y republicana” (Tovar, 2004, p. 72). 53 AAC AAC 21 mutua para mantener la seguridad que se reforzaba con las rondas nocturnas de los alcaldes de barrio. A pesar de ello, los criminales aprovechaban para robar en los días de fiesta religiosa o civil, porque se dejaban solas las casas. Precisamente un viernes, día del Concilio55, la casa de María Antonia Bautista fue asaltada: En la ciudad de Popayán en dos días de mayo de mil ochocientos diez, su merced el señor alcalde ordinario de primer voto Doctor Don Félix Restrepo dijo que Isabel, ha ocurrido a su juzgado diciendo que el Viernes del Concilio, cuatro del pasado, le robaron de la casa de su vivienda dos camisas, una varas de lienzo, un poncho fino, una servilleta, una manta Blanca, dos pares de sábanas, una sobre cama, y un jarro de plata de diez y ocho onzas. Mando compareciesen los testigos indicados por la querellante y que puedan tener noticia de hecho56. Con la denuncia se dio inicio a la averiguación del hecho a través de los testimonios de testigos, que por lo general eran los vecinos de la casa donde se había cometido el hurto, porque ellos pudieron haber visto y oído algo. Así comenzaba la sumaria y fase informativa. Los testigos se acercaban por su propia cuenta a denunciar lo que habían visto porque sentían que se había vulnerado la seguridad de su barrio. José María Sánchez, vecino de María Antonia, declaró que Ignacio Guevara había ofrecido un jarro de plata a Francisca de la Rosa: […] lo que inicialmente sabe del particular es haber oído a Francisca de la Rosa que Ignacio Guevara había ofrecido un jarro de diez y seis onzas de plata, algunos días después del robo, lo que oyó el declarante con motivo de haber ido donde la citada Francisca a trocarle un rosario de oro perteneciente a Pedro y Joachin Ruiz hijos de María Antonia Bautista dueña de la casa donde se hizo el robo, y entonces le dijo la citada Francisca que había ido el Ignacio a ofrecer el jarro, y que conceptúa ser el mismo que se perdió en la casa por entrar allí con frecuencia el Ignacio y saber poco más o menos las horas que tenía57. Entre los vecinos del barrio construían formas de solidaridad y vigilancia. La recomendación de la casa mientras su dueño no se estaba en ella era un favor que hacía más segura la convivencia frente al acecho de los criminales. Este intercambio y ayuda mutua permitiría determinar quién había robado el jarro de plata y demás enceres. Igualmente, la arquitectura de la ciudad con las casas frente a frente y con grandes ventanas permitía la inspección constante de los movimientos de la calle. Juan de Dios Castro, vecino de María Antonia, se había dado cuenta de todo lo sucedido: 55 “La Iglesia Católica celebra el Viernes de Concilio en reverencia al Primer Concilio de Nicea (año 325) y en cual se estableció a la Cristiandad que la fiesta de Pascua de Resurrección debía celebrarse cada año el domingo siguiente al primer plenilunio tras el equinoccio de primavera. Esta decisión se tomó para relacionar la Semana Santa con la luna llena, de forma que durante ella haya una luna llena, ya que Jesucristo murió en la cruz un viernes con luna llena”. Brugada (2002). 56 AAC (sig. 11133, col. J II -8 cr, folios 1, 1810). 57 AAC (sig. 11133, col. J II -8 cr, folios 1, 1810). 22 Que sabe que Guevara robo a María Antonia Bautista […] que vendió el jarro de plata a Mariano Velasco, que este robo lo verificó el viernes del concilio a las siete rompiendo dos balaustres de la ventana de la casa. Que el declarante le vio puesto el poncho comprendido en el robo y que según el era el mismo, aunque lo había diferenciado cortándole fleco de abajo y poniéndole vivo, costura del traje. Del mismo colorado en el cuello; que la negra Josefa Ruiz le expresó al declarante que le había conocido la camisa puesta en su cuerpo siendo esta la que robo y que una vez que el mismo Guevara vendió el Tarro a Mariano de Velasco, no hay duda que él fue el que robó los demás trastos58. Juan de Dios Castro fue el testigo presencial del hurto. Todo este proceso se llevó al margen del conocimiento del sospechoso. La investigación había reunido suficientes pruebas para castigar al presunto culpable Ignacio Guevara. Sin embargo, no se dictó orden de captura hasta que estuvieran todas las evidencias. El juez de la causa, Félix Restrepo decretó “el arresto de la persona de Ignacio de Guevara y embargo de sus bienes al juzgado”59. Inmediatamente se ejecutó la captura del presunto criminal y se le tomó confesión. El juez le preguntó: Quién compró o de dónde hubo un jarro de plata, que vendió desde el mes de abril del presente, lo cierto […] es que lo robó el que declara, rompiendo una ventanita de la casa de María Antonia Bautista de donde lo sustrajo, y vendió a Mariano de Velasco, que peso diez y seis onzas, y le dio a razón de siete reales onza el comprador […] y que este hecho lo ejecutó el viernes del concilio, que el motivo que tuvo para ello fue que María Antonia Bautista le debe al declarante ochenta y tantos pesos por los cuales le paso demanda ante el Señor Alcalde Ordinario Ramón Vergara quien le ordenó pagase, y habiendo ocurrido el confesante no consiguió cosa alguna, y antes se marchó para el Chocó y que luego que lo supo en alcance de la dicha, Reconviniéndola y como se negaba al pago [María Antonia Bautista] le dijo pues no hay medio60. Ante el miedo al perjurio y temiendo que ya fuera descubierto, Ignacio Guevara confesó haber perpetrado el robo. La confesión era la prueba reina del proceso, y con la captura del criminal se emprendió su juzgamiento. Se nombró a Joseph María Carvajal como fiscal de la causa, quien argumentó que Ignacio Guevara con su delito hizo “invasión temeraria y precipitada de la casa de María Antonia Bautista además, infracción del orden civil y perturbación de la fragilidad privada, declarándosele perdido conforme a las Leyes de la recopilación”61. En este sentido, el fiscal aludió a que el hurto fue también una violación al espacio privado. El abogado nombrado en el proceso de Ignacio planteó que el motivo del robo fue por la compensación de la deuda y que por eso no se le debía castigar. 58 AAC AAC 60 AAC 61 AAC 59 (sig. 11133, col. J II -8 cr, folios 5, 1810). El resaltado es nuestro. (sig. 11133, col. J II -8 cr, folios 6, 1810). (sig. 11133, col. J II -8 cr, folios 7, 1810). (sig. 11133, col. J II -8 cr, folios 8, 1810). 23 El defensor de Ignacio Guevara, preso en la cárcel pública de esta ciudad por crimen de hurto que se le ha imputado, en vista del sumario seguido, y acusación fiscal dice: que ni por las declaraciones ni tampoco por la confesión de este reo se convence el hurto de los efectos mandados y por esto solamente consta que Ignacio Guevara quitó por compensación el jarro de Isabel Gonzáles, por aquellas apenas se aprueba que hubiese tomado esta misma alhaja versando en orden, además unos juicios conmensurables e inciertos, y dichos relativos, cuya condición jurídica es bien sabida, satisfecho queda uno de los testigos con asegurar que Guevara fue el ladrón de aquellos trastos […] qué juicio tan poco reflexivo; esta misma franqueza en su proceder, lo pongo en sospecha. Es pues incontestable su indemnidad. El robo pasa por compensación de la legítima deuda aducida por demandar ante don Ramón de Vergara que fue alcalde ordinario62. Pero el argumento de la deuda contraída por María Antonia Bautista con Ignacio no libró a éste de la sentencia del juez. Las pruebas estaban ya exhibidas y recogidas por el señor fiscal, por lo que el abogado de Ignacio debió asumir la defensa a partir de las pruebas presentadas. La sentencia por parte del juez era clara, se descubrió la verdad y la seguridad del barrio se restituyó después de la vulneración. Sentencia en la causa criminal que se ha seguido en este juzgado en virtud de demanda verbal puesta por Isabel Gonzáles [esclava de María Antonia Bautista] contra Ignacio Guevara por haber hurtado un Jarrón de plata de los efectos que se hace […] visto el proceso y de lo que en el se haya probado y confesado, sin que se haya hecho contar la excepción que opuso Guevara en su confesión, que repitió su defensor, […] condeno a que satisfaga a Isabel Gonzáles el jarrón, y efectos expresados, pues aunque ha negado la sustracción de estos consta por sumario y por su confesión […] lo condeno para su corrección y escarmiento de otros delincuentes a que sirva por un año contado, desde el día que de principio a ración y sin sueldo en las obras publicas de la ciudad, con grillete y finalmente a la satisfacción de las costas procesales63. La pena y castigo involucró los bienes del criminal, los cuales eran la vida, el cuerpo y los bienes de fortuna (Patiño, 1994, p. 125). La confesión atenuaba el castigo, que se hacía para recuperar la pax pública —término empleado en la época para definir la convivencia entre la población— y dar ejemplo a través de la pedagogía del miedo para prevenir más delitos. Hubo penas que se cumplieron en la plaza pública para que todos las observaran y temieran el poder de la justicia. Ocurrió esto con Inocencio, esclavo del monasterio de la 62 63 AAC AAC (sig. 11133, col. J II -8 cr, folios 9, 1810). (sig. 11133, col. J II -8 cr, folios 12, 1810). 24 Encarnación, por haber robado de la hacienda de la Ladera, de propiedad del maestro don Pedro Sánchez, un ternero mamón, “se le condenó a la pena de cincuenta azotes, que se le dieron en la cárcel y a la de vergüenza pública (que sufrió en la picota por las horas acostumbradas después de los azotes) y a ser vendido a cualquiera de los dueños de minas de Barbacoas o del Chocó, “para donde directamente le sacará su dueño de la cárcel”64. En el llamado a la justicia existió una distinción en el tratamiento y el rigor de las leyes para aplicarlas dependiendo de las condiciones socioraciales de los criminales, en la que se acrecentaba la pena y los métodos de escarmiento a aquellos que se hallaban por fuera de las jerarquías. Una mujer o un hombre de origen o descendencia hispánica, pertenecientes a la élite de la ciudad no serían penalizados con la misma dureza que un indio o una esclava. 64 AAC (sig. 9882, col. J II -8 cr, folios 16, 1790). 25 CONCLUSIONES En el proceso judicial hay un vínculo entre el conocimiento y el poder. Por ejemplo, por cada victoria de las autoridades se descubre un instrumento nuevo para obtener la verdad sobre un crimen. También se obtiene un nuevo conocimiento que podrá ser utilizado contra probables sospechosos en otras situaciones que atañen a un delito. Pero estos saberes formados a partir del proceso judicial no quedaron estancados. Los conocimientos adquiridos en esta práctica de la justicia ayudaron a formar los procedimientos ordenados para los casos y los juicios aplicados a los delitos, haciendo que la justicia fuera más eficaz, además de modelar nuestros sistemas penales actuales. El proceso judicial colonial tuvo una regularidad en cuanto a las medidas que abordaron los casos criminales. Se encuentran siempre dos etapas, no obstante sus diferencias según las circunstancias de los delitos: la parte sumaria o informativa y el juicio plenario que consistía en dos fases: el debate entre las partes y la fase probatoria y decisoria. La frecuencia del método para judicializar a los criminales nos puede llevar a pensar en el relativo éxito de este sistema de justicia, pero también las sucesivas subversiones al orden nos hablan de una inconformidad con lo represivo del mismo. Cuando nos aproximamos al Derecho desde la institución, pareciera que todo lo cubriera y todo pudiera reglamentarlo bajo el imperio de la ley. El proceso judicial y sus discursos por lo general nos muestran las intenciones o las pasiones que llevan en un momento a los seres humanos a romper con las ataduras de las normas. Estos elementos del delito quedan silenciados bajo la mirada administrativa de las instituciones encargadas de hacer justicia. Así mismo, si se analizan los delitos de manera aislada de su contexto o sin relación con otros delitos, tal vez no se les encontrará sentido. Los lugares donde aparece, las circunstancias y la forma que toman las faltas a las leyes son elementos que hablan de sus practicantes y de sus formas de ver el mundo. No se podría adjudicar al delito, en un panorama general, unos objetivos e intereses específicos (individuales o colectivos). Por el contrario, también estaba mediado por los sentimientos y pasiones, que pueden ser reprimidos, pero siguen existiendo porque son parte constitutiva del ser humano y pueden ser movilizados por las circunstancias, tomando diferentes expresiones. Para los casos criminales, objetos de este ensayo, el proceso judicial no sólo muestra la aplicación del poder del rey sobre los sospechosos; también insinúa cómo las pasiones movilizan actos que ponen en cuestión los órdenes tanto políticos como religiosos. Para entenderlo debemos ir más allá de la institución y contextualizarlo a través de su relación con las diferentes realidades sociales. De esta manera, el estudio del proceso judicial en el Derecho va más allá de una aplicación del poder y la normatividad sobre los cuerpos. También nos introduce en las concepciones de mundo y en las prácticas sociales de una época que aún está muy cercana a nosotros, porque incluso hoy muchos de los dispositivos del nuevo sistema acusatorio tienen sus raíces en el sistema judicial colonial. 26 BIBLIOGRAFÍA Archivos Archivo Central del Cauca [ACC] (Fotocopiado ante su pérdida). (Autos criminales de Pedro López Crespo de Bustamante [ACPLCB]) (Sig. 5333, Col-JI-2-cr). (Sig. 7774, Col-JI-8-cr, 1790). (Sig. 7854, Col-JI-8-cr, 1785). (Sig. 8831, Col-JII-3-cr, 1780). (Sig. 9882, Col-JII-8-cr, 1810). (Sig. 11133, Col-JI-8-cr, 1810). .. Documentos Recopilación de Las leyes de los Reinos de Indias. Mandadas a imprimir y publicar por la Majestad Católica del Rey Don Carlos II. (1791). Madrid. Publicaciones Alzate, Adriana María. (2007). Suciedad y orden, Reformas Borbónicas en la Nueva Granada 1760-1810. Bogotá: Universidad del Rosario. Berman, Harold. (1996). La formación de la tradición jurídica en Occidente. 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