FILOSOFIA MODERNA RENE DESCARTES Carlos Maurin Fernández. Con René Descartes (1596-l650) se inicia efectivamente la Edad Moderna. El primer intento logrado de pensar la realidad desde los nuevos supuestos del hombre moderno es la filosofía cartesiana. Nace Descartes en la Haye, Turena, Francia, dentro de una familia aristocrática: Se educó en el colegio de los jesuitas “La Fléche” lugar donde aprende la filosofía escolástica. Termina su educación en el colegio, en el año 1618, ingresa al ejército, con el cual recorre y conoce mundo, algo que él consideraba muy importante para su educación. En el año 1629 se va a vivir a Holanda, donde vive la época más fructífera de su pensamiento y escribe sus obras más importantes: En 1650 es llamado a la corte de SUECIA POR LA REINA CRISTINA y, poco después de llegar, muere en Estocolmo. Obras más importantes son: Las meditaciones metafísicas y las reglas para la dirección del espíritu. Además de obras filosóficas escribe sobre biología, física y geometría, en cuyo campo hace grandes descubrimientos, aplicando al cálculo a la geometría y siendo con ello, el creador de la Geometría Analítica. REGLAS METODOLÓGICAS ESTAS DEBEN, ajustarse para ir deduciendo, a partir de las verdades evidentes, otras verdades a las que quiere llegar en forma sistemática y segura. Estas son: Primera Regla “No admitir jamás como verdadera cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era; evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención y no comprender en mis juicios más que lo que se presentase a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda Segunda regla Dividir cada una de las dificultades que examinase, en tantas partes como fuese posible, y cuantas requiriesen su mejor solución. Tercera Regla Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, como por grados hasta el conocimiento de los más compuestos y suponiendo un orden aún entre aquellos que no se preceden naturalmente unos a otros. __________________________________________________________________________________________ Página 1 de 3 Publicaciones del Prof. Carlos Emilio Maurin Fernández © 2012. Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción, total o parcial de este documento, por cualquier medio, sin el previo y expreso consentimiento por escrito del autor. Cuarta regla. Hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan generales, que estuviera seguro de no olvidar nada (Discurso del Método, III). No admitir jamás como verdadera cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era; evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención y no comprender en mis juicios más que lo que se presentase a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda. En su primera regla, da el criterio que usará para la aceptación de verdades: éste será evidencia, que la explica como una manera de presentarse al espíritu en forma clara y distinta. Él se atendrá siempre a esta regla e irá buscando cuales son las verdades que se le presentan en esta forma para que ellas sean las únicas con las cuales construya su filosofía. El entiende por clara y distinta lo siguiente: Se presente al espíritu en forma clara y distinta “Llamo “clara” y distinta a la percepción que es presente y manifiesta a un espíritu atento... Y “distinta” a la que es de tal modo precisa y diferente de todas las demás que no comprende en sí misma más de lo que aparece manifiestamente a quien lo considera como es debido”. (Principios, I, 45). En general, la idea de las otras reglas, es ir introduciendo la claridad y distinción sobre la base de análisis, orden y enumeración. El hombre ha quedado solo Descartes, en el momento en que el hombre se ha quedado solo, intenta construir la filosofía entera e la realidad humana: más aún en el yo pensante. La consecuencia de este punto de partida ha sido el gran hallazgo y el gran error de tres siglos que se llama idealismo. Esto va a determinar los caminos por los que ha de transcurrir la antropología desde el siglo XVII, hasta casi nuestros días EL YO PENSANTE Advertí luego que, queriendo y pensar, de esa suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad; "yo, pienso, luego soy”, era tan firme y segura que la más extravagante suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando. Examiné después atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo alguno y que no había mundo ni lugar alguno en el que yo me encontrase, pero que no podía -fingir por ello mismo que yo no fuese, sino al contrario por lo mismo que pensaba en dudar de la verdad de las otras cosas, se seguía muy cierta y evidentemente- que yo era, mientras que, con sólo dejar de pensar ,aunque todo lo demás que había imaginado fuese verdad, no tenía ya razón alguna para creer que yo era, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia y naturaleza toda es pensar, y que no necesita, para ser, de lugar alguno, ni depende de cosa alguna material; de suerte que- este yo ,es decir, el alma, por la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es. ( Discurs de la méthode,IV parte.) __________________________________________________________________________________________ Página 2 de 3 Publicaciones del Prof. Carlos Emilio Maurin Fernández © 2012. Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción, total o parcial de este documento, por cualquier medio, sin el previo y expreso consentimiento por escrito del autor. LA ESTRUCTURA DEL HOMBRE Estos hombres estarán compuestos, como nosotros, de un alma y un cuerpo; y es menester que os describa primero-el cuerpo-aparte, luego el alma también aparte, y por último que os muestre cómo estas dos naturalezas tienen que estar unidas y juntas para componer hombres que se nos asemejen. Su pongo que el cuerpo no es otra cosa que una estatua o máquina de tierra que Dios forma expresamente para hacerla lo más semejante a nosotros que es posible, de suerte que no sólo le da fuera el color y la figura de todos nuestros miembros, sino que además pone dentro todas las piezas que se requieren para que ande, coma, respire, y en fin, imite todas aquellas funciones nuestras que puedan imaginarse procedentes de la materia y sólo dependiente de las disposición de los órganos Vemos relojes, fuentes artificiales, molinos y otras máquinas semejantes que, aun estando hechas sólo por hombres no dejan de tener la facultad de moverse - por sí mismas de varios modos distintos; y me parece que no podría imaginar tantas clases de movimientos en ésta, que supongo hecha por las manos de Dios, ni atribuirle tanto artificio que no tengáis motivo para pensar que pueda haber todavía más. Os diré que cuando Dios una un alma racional a esta máquina, como pretendo deciros más adelante, le dará su sede principal en el cerebro, y la haré de tal naturaleza que, según, los diversos modos como se abran, por medio de los nervios, las entradas de los poros que hay en la superficie interior de ese cerebros, tendrá distintos sentimientos. (Traite de L Homme, I .1-2 III.28) EL HOMBRE Y DIOS No hay por qué extrañarse de que Dios, al crearme, haya puesto en mí esa idea (de Dios) para que sea como la marca del artífice impresa en su obra; y tampoco en necesario que esa marca sea algo diferente de la obra misma, sino que por sólo haberme creado Dios, es muy de creer que me ha producido, en cierto modo, a su imagen y semejanza y que yo concibo esa semejanza, en la cual está contenida la idea de Dios con la misma facultad por la que me concibo a mí mismo; es decir, que cuando hago reflexión sobre mí mismo, no sólo conozco que soy una cosa imperfecta, incompleta y dependiente ,que sin cesar tiende y aspira a algo mejor y más grande que yo , que conozco también al mismo tiempo, que ése ,de quien dependo, posee todas esas grandes cosas que yo aspiro y cuyas ideas hallo en mí; y las posee, no indefinidamente y sólo en potencia, sino gozando de ellas en efecto, en acto e infinitamente, y por eso es Dios. Y toda la fuerza del argumento que he empleado aquí para probar la existencia de Dios, consiste en que reconozco que no podría ser mi naturaleza la que es, es decir, que no podría tener yo en mi mismo la idea de191919 Dios, si no existiese verdaderamente. (Meditationes de prima philisophia,III) __________________________________________________________________________________________ Página 3 de 3 Publicaciones del Prof. Carlos Emilio Maurin Fernández © 2012. Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción, total o parcial de este documento, por cualquier medio, sin el previo y expreso consentimiento por escrito del autor.