3.Colombia y su situación en el siglo XXI

Anuncio
Colombia y su situación en el siglo XXI
Una aproximación histórica
Desde la llegada de los españoles en 1492, Colombia ha pasado por los modos de producción
feudal, esclavista y capitalista, lo cual da la base estructural socio-económica a la Colombia de hoy.
Y por las luchas populares contra las clases dominantes que esos sistemas económicos han
generado y acicateado.
La encomienda y la mita, impuestas por los invasores españoles, encarnaron una mezcla de la
utilización de la servidumbre feudal y el trabajo asalariado que anunciaba la aparición del
capitalismo, sistema socio-económico que se desarrollaría con más fuerza con la "colonización
antioqueña"; la producción de mercancías por los artesanos; la manumisión de los esclavos y con
las libertades para comercializar sin muchos obstáculos aduaneros el café, el tabaco, la quina y el
añil.
Los grandes latifundistas, apoyados principalmente en la aparcería y la esclavitud de los negros,
practicaron una singular integración entre la esclavitud y el feudalismo, heredados de la
colonización española. Así mismo, la solidaridad entre indígenas y esclavos llevó a concentrar
esfuerzos que aceleraron la desaparición de la esclavitud y de ciertas formas de servidumbre.
Los pequeños artesanos, los indígenas que abandonaban el resguardo y las formas de servidumbre
de los terratenientes, ligados al desarrollo del colonato y de la producción manufacturera dieron
pié al surgimiento de la clase obrera industrial en Colombia a principios del siglo pasado.
Desde principios del siglo XX la clase obrera, animada por los debates sobre las alternativas del
socialismo, el comunismo y la necesidad del partido proletario, ha desarrollado importantes luchas
contra la explotación despiadada con el uso de las huelgas iniciando por aquel entonces con los
ceses en los ferrocarriles, las bananeras y otras explotaciones capitalistas; en una lucha de nunca
acabar, enfrentada con la clase de los capitalistas, por el logro de acuerdos colectivos y una
legislación laboral favorable, los dueños del capital acumularon sus fortunas en medio del
desarrollo de diversas y cruentas luchas jurídicas y políticas, que incluyeron la liberación de los
esclavos y llevaron a sucesivas guerras civiles, ocurridas luego de alcanzar la independencia de
España el 7 de agosto de 1819.
La lucha de independencia de España se libró con apoyo en algunos importantes empréstitos a
Inglaterra, los cuales fueron aumentando y metiendo el capital inglés en medio de la economía
colombiana, capital que en el siglo XIX ya contaba con gran preponderancia en el mundo y que en
correspondencia llevó a unas relaciones de dependencia de la metrópoli imperialista, Londres,
pronto reemplazada y superada por las inversiones del ascendente proceso del capital
transnacional gringo en el petróleo, actividades extractivas, financieras y comerciales.
Esta historia de acumulación de los capitalistas modernos de Colombia, ha estado cruzada por
asuntos estructurales como la dependencia de centros de poder imperialista –especialmente de
los Estados Unidos- y por el uso sistemático de formas de intensa explotación de la fuerza de
trabajo. Indígenas, negros afrodescendientes, comunidades raizales, mestizos y mulatos, hombres
y mujeres de todas las edades han sido explotados por siglos.
Igualmente, la acumulación capitalista en Colombia está signada por la utilización de la guerra
para dirimir los conflictos entre los poderosos: unos, abogando por desarrollar las fuerzas
productivas y pasar al capitalismo con el explotador trabajo asalariado y, otros, los ricos
propietarios de los grandes latifundios, pretendiendo mantener atada la economía del país a las
formas de explotación esclavistas y a la servidumbre feudal, para sacar el máximo de provecho al
usufructo parasitario de la renta de la tierra.
Los monopolios nacionales y extranjeros dominan
El proceso de monopolización en los sectores financiero, productivo, comercial y de servicios
consolidó, como asunto estructural, el control oligárquico y pro imperialista en manos de
poderosos grupos financieros extranjeros y nacionales que son fuente del centralismo asfixiante y
el autoritarismo brutal.
La rápida monopolización, urbanización y llegada del capitalismo al campo en condiciones de
dependencia de los poderes concentrados en Washington, es la causa de que en Colombia
avanzaran los profundos problemas estructurales, antes mencionados, que imponen el atraso en
vez del desarrollo moderno del país e imprimen la tendencia a un escaso desarrollo de la industria
pesada y a la desindustrialización general que incrementa (como nuevo hecho histórico del
capitalismo la gran y profunda crisis cíclica que inicia con el siglo XXI). Mientras el campo no
asegura la soberanía alimenticia del país y la agricultura comercial está orientada en función del
lucro de los exportadores y no para la satisfacción de las necesidades de la industrialización y el
mercado interno.
Con el aceleramiento de las prácticas neoliberales el peso del capital financiero o parasitario,
como gran columna de la monopolización, está en crecimiento; la capitalización bursátil, o
especulativa que se duplicó en la última década, llegó al 41% del PIB. El sector financiero
colombiano (bancos, corporaciones, aseguradoras, etc.) venía acumulando cifras de crecimiento
muy superiores a las del resto de la economía, el procedimiento del gobierno del tramposamente
reelegido presidente Álvaro Uribe y sus banqueros amigos ante las llamadas pirámides en el 2008
es señal de la crisis del sector, las medidas denominadas anticíclicas (o para darle liquidez a la
banca) no libran a las instituciones financieras de la decadencia general del capitalismo acentuada
con la gran crisis cíclica de la primera década de los años dos mil.
Simultáneamente, con las corrientes migratorias derivadas de las presiones económicas y los
desplazamientos forzados por el conflicto armado, que llevaron a Colombia al primer lugar
mundial en desplazamiento interno con más de tres millones de personas en esa dura situación, se
aceleró la urbanización ampliando la base estructural negativa para un desenvolvimiento a favor
de los intereses populares y el desarrollo nacional. Hoy, más del 71% de los casi cuarenta y cinco
millones de colombianos se aglomeran y hacinan en ciudades que no ofrecen lo necesario para
este éxodo de trabajadores y se propagan los “cinturones de miseria”.
Esta realidad propició un empobrecimiento general que tiene causas estructurales y ya supera el
60% de la población, así las metodologías estadísticas inventadas durante el gobierno de Álvaro
Uribe digan lo contrario para ganar apoyo, aunque es difícil que la mayoría de los colombianos
acepten la propaganda oficial que dice que sólo es pobre quien tiene ingresos por debajo de 250
mil pesos mensuales, cuando la canasta familiar básica cuesta cerca de un millón de pesos y el
salario mínimo no permite comprar la mitad de esos productos básicos.
La gran realidad es que cerca de la mitad de los ingresos del país la disfruta un puñado de
adinerados que no llega al 5% de la población como otra expresión de la decadencia del sistema.
Asunto que se agrava con la tendencia al incremento del desempleo, a los bajos salarios derivados
de la Reforma Laboral y Pensional (Ley 789) impulsada por Uribe con el respaldo de toda la
oligarquía y la batuta del Fondo Monetario Internacional, FMI, así como a la disminución del
ingreso de los medianos y pequeños propietarios de empresas en la ciudad. Esta situación está
apuntalada en la crónica recesión que afecta el campo, donde las áreas que se dejan de cultivar se
cuentan por centenares de miles de hectáreas, al igual que los empleos perdidos.
Como asunto estructural, crece la brecha y los antagonismos entre pobres y ricos, entre
trabajadores asalariados y empresarios, entre hacendados y campesinos, el antagonismo de clase
y la lucha de clases se desarrollan.
En la actualidad, especialmente luego de que se acentuó el neoliberalismo y la llamada
globalización, que desde el 2008 han entrado en la lista de teorías económicas burguesas en
bancarrota, el país está sujeto a la dominación de instituciones internacionales controladas por los
países desarrollados que practican el colonialismo, ejemplo de ello son el FMI, el Banco Mundial,
la Organización Mundial de Comercio, la ONU y los planes que definen los ocupantes de la Casa
Blanca, ya sean republicanos o demócratas, quienes deciden los derroteros claves de la economía,
la vida social y la política del país.
La deuda pública, tanto la externa como la interna, no paran su espiral alcista disparado con la
administración de “presupuestos al debe” permiten a los imperialistas imponer políticas
económicas, que si bien en algunos casos generan evoluciones económicas del país, son
préstamos impagables, son otra soga al cuello para los colombianos y el capital financiero
internacional cada día la aprieta más.
El neoliberalismo y sus estragos
Las medidas neoliberales han agravado la crisis de Colombia porque, entre otros factores,
Washington pretende eliminar la soberanía nacional en todos sus aspectos. El TLC y el ALCA son un
ejemplo de esa pretensión que se complementa con las formulaciones injerencistas de la Carta
Democrática Interamericana de la OEA y el Plan Colombia que tiene un alto componente militar
argumentado con la excusa de combatir el terrorismo y el narcotráfico, cuando en realidad son
protección para los capitales extranjeros a expensas de la libertad de los nacionales colombianos.
La pregonada "inserción de Colombia en la globalización", la “desregulación, flexibilización y
liberalización” de los mercados internos que reza todo neoliberal fueron plasmados en la
Constitución del 91 y como lo afirmó nuestra I Convención Nacional, no aseguraron el progreso y
la independencia económica añoradas por los colombianos.
Las privatizaciones y la desregulación de la economía han dado lugar al predominio de muy bajos
índices de crecimiento, o incrementos del Producto Interno Bruto que no se apoyan en el
desarrollo de la industria y la agricultura sino en la burbuja de la especulación financiera, el gasto
público y el militarismo. Legislatura tras legislatura, luego de aprobada la Constitución del 91, se
reducen las transferencias y la inversión social, aumentando la desprotección de millones de seres
mientras hacen el gran negocio los privilegiados particulares socios o testaferros de los magnates
financieros nacionales y extranjeros, que cada vez más nos dejan inermes ante las ondas
especulativas de las bolsas de valores de los grandes centros financieros, mientras que el
neoliberalismo no puede estabilizar los ingresos de sectores exportadores y la peligrosa pérdida
del ahorro interno.
Si bien para el 2007 se dio un crecimiento del PIB por encima del 7 por ciento, luego de 2008 este
indicativo cayó abruptamente a un 2.5 por ciento, en contra de las opiniones del gobierno los
especialistas estimaron que para el 2009 la tendencia del crecimiento sería cero, lo que demuestra
que la crisis económica que atraviesa el país, no despega, ni aún con la llamada “confianza
inversionista” generada por la también fracasada “seguridad democrática” como lo indican los
altos índices de criminalidad en las ciudades que concentran la mayor cantidad de habitantes de
Colombia.
El dominio imperialista del norte con medidas como el ALCA y el TLC, en su esencia, pasa cada día
más de un control indirecto a un dominio más directo del mercado y del ahorro interno y, por
ende, a estrangular la base industrial, agrícola y de servicios, afectando severamente la formación
del capital nacional. Siendo necesario resaltar que la defensa de esos mercados incluye medidas
de fuerza como la implantación de sus bases militares en Colombia, la reactivación de la IV Flota
que navega en las aguas del Cono Sur de nuestra América y las conspiraciones contra gobiernos
democráticos y progresistas como el de Hugo Chávez y Evo Morales.
Existe gran incertidumbre sobre el futuro de los principales sectores productivos del país, en
general muy ineficientes, al ser sometidos a la doble tortura de la mayor competitividad en casi
todos los rubros y las difíciles condiciones financieras internas, heredadas del fracasado
aperturismo neoliberal impulsado con especial fuerza por el gobierno de César Gaviria guiado por
el articulado económico de la Constitución del 91.
Si hasta hoy la mayoría de las empresas, comercios y bancos están dando ganancias, se espera que
disminuyan, además, pueden aparecer sensibles pérdidas en algunos sectores, y con tendencia a
empeorar de continuar las condiciones negativas internacionales y nacionales.
El narcotráfico en la economía, la guerra y la política
El estruendo del narcotráfico en el país y el mundo ha tenido mucho de insondable pero cada día
aumentan las voces contra la política imperialista de guerra antidroga (que incluye al Plan
Colombia) y el prohibicionismo, aparecen nuevas iniciativas pugnando por la despenalización,
entre esas voces están las de ex jefes de Estado y destacados académicos de distintas ramas del
conocimiento.
La economía colombiana, además de sus rasgos de economía de guerra, está impregnada de los
dineros del narcotráfico y los intríngulis de la corrupción. Los negocios internacionales se afectan
con el tráfico de estupefacientes y se crea la excusa para la intervención de los EE.UU. Las cifras de
este “agujero negro” de la economía son tan imprecisas como cuantiosas, superan 10.000 millones
de dólares anuales y producen un gran impacto económico, político, social y militar en todo el
país. Tanto así que el paramilitarismo se ha nutrido de esos dineros para sus operaciones militares
y evolucionó hasta convertirse en verdadero cartel de la droga.
El gobierno norteamericano apadrina sus propias mafias y deja que los bancos de su país sean los
principales medios de legalización de los inmensos capitales de éstas.
El gobierno de Álvaro Uribe Vélez replicó el comportamiento gringo con la Ley de "justicia y paz"
de 2005, de la cual se derivaron legalizaciones de jugosos capitales y dividendos políticos para
cambiar la Constitución, asegurar su reelección y apuntalar el impulso del proyecto de corte
fascista: el “Estado Comunitario”. La extradición de los capos participantes en el proceso del Ralito
no desvirtúa lo anterior ni deja libre de responsabilidades al gobierno reeleccionista de Uribe.
El procesamiento y distribución de sustancias alucinógenas, ligadas a otras actividades ilegales,
generan unas súper ganancias por las singularidades de su producción y venta para satisfacer la
gran demanda de los derivados de la coca y la amapola en Norteamérica.
Los carteles colombianos lograron destacarse en este rentable negocio capitalista cuyos
dividendos son aprovechados por los empresarios de las ramas legales de las finanzas, la
producción, el comercio y los servicios, así como por el mismo Estado, que valiéndose de distintas
formas no ha dejado de tener lo que se llamó la “ventanilla siniestra” del Banco de la República,
que legalizaba dólares procedentes de ilícitos.
En general, se destaca el resultado funesto del narcotráfico en la vida del país. Además de
constituir una actividad económica en la que están altamente comprometidos los grandes
monopolios del país y las trasnacionales, ha servido como estrategia para acabar con el aparato
productivo y acrecentar el dominio de sectores burgueses emergentes que pugnan con los
oligarcas tradicionales por el control y la hegemonía del Estado colombiano.
La antidemocracia del régimen político
Estas bases o estructuras sociales y económicas, a todas luces injustas, han incentivado la
respuesta popular reclamando solución política al conflicto político, social y armado en búsqueda
de la paz con justicia social.
Colombia a lo largo de su historia vive un ejercicio del poder político que atiza el conflicto, basado
en el desarrollo de fuertes tendencias autoritarias, militaristas y guerreristas, a menudo inspiradas
en tesis fascistas, que socavan más las débiles bases del "Estado Social de Derecho" que se
propuso la Constitución del 91; hoy en vía de extinción con el embeleco de corte fascista llamado
"Estado Comunitario", consagrado en la Ley del Plan del 2003, el cual prolongarán hasta el 2010
con muy pocas modificaciones.
No menos notorio en la vida de Colombia es el peso del centralismo que aplasta el desarrollo de la
mayoría de regiones, excluye y posterga aspiraciones democráticas de los pueblos negros,
indígenas y raizales, al igual que subvalora o destruye recursos naturales valiosísimos. El
neoliberalismo y las prácticas fascistas han ido recortando los pasos limitados que contra el
centralismo autoritario dio la Constitución del 91.
Los dueños de la fortuna y el poder dominan el Estado y lo tienen a su servicio. Sin embargo,
alardean sobre “la tradición democrática de Colombia” citando el “buen funcionamiento de las
instituciones”, los calendarios electorales y la ausencia de “rupturas institucionales” como golpes
de Estado o cierres del Congreso, si bien ya la Corte Suprema de Justicia en su fallo del 2008 por el
cohecho de la congresista Yidis Medina declaró ilegal e ilegítima la reelección de Uribe Vélez,
asunto que rehuyó estudiar la Corte Constitucional acudiendo a una leguleyada.
La realidad es que cada día es más evidente la existencia de un régimen aparentemente
democrático, del predominio de la democracia restringida y el autoritarismo presidencialista.
De eso dan cuenta episodios tan tristes como los 16 años del Frente Nacional de alternancia
liberal-conservadora en el gobierno con la exclusión de las demás opciones políticas, que resultó el
peor remedio a la violenta antidemocracia que pasó por el asesinato del caudillo liberal Jorge
Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948, generando un gran levantamiento popular y el inicio del triste
episodio llamado “La violencia”, antesala del actual movimiento insurgente y el conflicto armado
que vive Colombia hace más de cuatro décadas.
También hacen parte de las “tradiciones democráticas” de Colombia la aplicación de la teoría de
“seguridad nacional” del Pentágono que dio origen a los actuales grupos paramilitares; el uso, casi
permanente, del Estado de Sitio o Ley Marcial por décadas, y la posterior institucionalización de
las medidas de orden público y judiciales dictadas bajo el Estado de Sitio, tarea encargada en
especial al llamado “Congresito” que funcionó como apéndice o prolongación de la “Asamblea
Constitucional” que votó la Carta del 91, bajo la Presidencia del neoliberal César Gaviria Trujillo.
Tampoco escapa a esas “tradiciones democráticas” una gran humillación a la dignidad nacional
materializada en la extradición, una verdadera sumisión al dictado jurídico de la “Casa de Justicia”
norteamericana.
En general, los colombianos sufrimos una sistemática reducción de la libertad política y del
derecho a la información vulgarmente negado con la monopolización de los medios de
comunicación por unos pocos conglomerados que se van asociando con el capital transnacional.
La elaboración de estatutos penales especiales para combatir la lucha social y no sólo a la
insurgencia, se complementan con los reglamentos de trabajo interno para asfixiar a los
trabajadores e impedir su sindicalización y los derechos de petición, negociación y huelga.
En este marco antidemocrático, Álvaro Uribe y su bancada aprobaron en 2003 el Estatuto
Antiterrorista que mejora el Estatuto de Seguridad del ex presidente liberal Julio César Turbay en
1979. La Corte Constitucional lo derogó pero aún así continúan las redadas y detenciones
indiscriminadas como la ocurrida el 11 de marzo en Bogotá a propósito de la protesta contra la
visita del imperialista Bush que dejó 320 detenidos. Las FFMM en la práctica siguen ejerciendo
funciones de policía judicial, la autoridad militar continúa actuando por encima de la civil en
muchísimos casos, entre otras acciones y medidas contra la libertad política y los derechos civiles
de los ciudadanos de las capas excluidas y discriminadas por el capital. Es larga la lista de presos
políticos que han purgado y cumplen largos años de injustas penas.
Tampoco están atrás los intentos corporativistas que violan acuerdos de la Organización
Internacional del Trabajo, OIT, para estatizar o controlar al milímetro a las organizaciones
sindicales, cooperativas y otros entes sociales de los ciudadanos.
No podemos pasar desapercibido que en esas “tradiciones democráticas” del país incluyen la
llamada “tradición civilista” de las FFMM que han copiado los manuales de la Escuela de Las
Américas y obedecido al Comando Sur de los Marines Norteamericanos, que han consentido o
impulsado el paramilitarismo con apoyo legal desde 1965 y transitan hacia la paulatina conversión
en cuerpos de élite mercenarios, con fueros especiales y violaciones frecuentes de los derechos
humanos con los “falsos positivos”, que son nuevas versiones de la guerra sucia contra el pueblo y
sus líderes que ha dejado un gran saldo de desapariciones, torturas, atentados y ejecuciones
sumarias.
Estas medidas hacen parte del reforzamiento del papel de la rama ejecutiva del Estado para dejar
bajo su arbitrio a las demás ramas del poder público y eliminar los contrapesos democráticos
llegando hasta el delirio con la aprobación de la reelección, sin modificar de conjunto la
Constitución para brindar garantías a todos los candidatos a la primera magistratura del país. Así,
en vez de evitar las viejas exclusiones aprendidas en el “Frente Nacional” se las recuerda para
aplicarlas en beneficio de la coalición “primero Colombia” que reeligió al Presidente y ahora incide
en la conformación de las instancias de control, las altas cortes de justicia y la directiva del Banco
de la República hasta coparlas con los partidos que la integran.
Es evidente que los gobiernos y las instituciones del Estado, así como la prensa y muchas
organizaciones de la oligarquía para difundir su pensamiento, sólo recuerdan la carta de derechos
económicos, sociales y culturales consignada en la Constitución para ver cómo pisotearla. O
simplemente, para posar de demócratas recitando su letra, que en la práctica está muerta.
Podemos resumir indicando que la antidemocracia que caracteriza el Estado colombiano muestra
a diario la falacia de la existencia de un Estado Social de Derecho, que en su delirio mesiánico el
presidente Uribe dice haber llevado a la etapa superior que es el más abusivo “Estado de Opinión”,
y le dan peso político a los argumentos y las acciones orientadas a conquistar una Nueva
Constitución al servicio del pueblo.
Por: Movimiento por la constituyente nacional- Polo Democrático Alternativo.
http://www.constituyentepopular.org/documentos/colombia-siglo-xxi.html
Descargar