“ ELOGIO DE LA PRISIÓN ” Por Pierre Ducross Las prisiones se parecen a las viejas torres donde se ponía preso al señor. Si Ud. Desea volver a encontrar a Don Quijote de nuestro tiempo, no lo busque en la ciudad ni en el campo, pero puede ser que lo encuentre en prisión. En cuanto a Sancho Panza, fiel guardián de la prisión: pone valerosamente bajo llave a su maestro por miedo a que este último continúe sus aventuras caballerescas en un mundo donde los caballeros viajan en tren o en avión. La prisión es el solo monumento del pasado que ha guardado su estilo original y su poesía. Los filántropos, las sociedades de historia, los arquitectos, los pintores, los ingenieros no la juzgaron digna de su atención y de sus trabajos de renovación. ¡Felizmente! No encontrará guías ni cartas postales, ni pinturas, tampoco confort moderno. Un detenido puede pasar una parte de su vida en una prisión y saldrá de allí sin haberla jamás visitado. Este lugar ha conservado más austeridad que nuestros viejos conventos. Los búhos, las ratas la habitan, los espectros y los fantasmas hacen sus apariciones, las hadas se pasean en punta de pie. Si Ud. penetra en una de esas viejas torres habitadas por los prisioneros, se impresionará por la abundancia de los barrotes de hierro. No les tema. Forman entre ellos numerosas cruces por las cuales se filtra la luz del día. Eso es un magnífico símbolo. El culpable ve en ellas un obstáculo para su libertad, el inocente descubre allí el signo de la redención. El primero se asusta de la condenación, el segundo piensa con alegría en la verdadera libertad que conduce al camino de la cruz. Es aquí, lejos del ruido y de las zozobras del mundo, que nociones tales como la vida y la muerte, el tiempo y la eternidad, el espacio y el infinito recuperan su verdadero significado. El hombre del mundo no está obligado a responder a estas preguntas: ¿Qué es la vida, el tiempo, el espacio?. Él lo dispone; no reflexiona. Pero el detenido condenado a sufrir un largo cautiverio en un espacio muy restringido está obsesionado por esos problemas. Sueña también con la muerte, con la eternidad y con el infinito. ¿Por qué? Porque su vida no le pertenece más y no goza ni del tiempo ni del espacio. Entonces piensa en lo que no tiene y mira más lejos. Evadiéndose, su espíritu reencuentra la verdad. Queda prisionero, pero no se vuelve esclavo, al contrario, se libera. Toda la vanidad del mundo, todas las ilusiones de la vida se borran enseguida en una celda: queda sólo el hombre cara a cara mirándose tal cual es. Sin duda a Ud. le habrá sucedido alguna vez guardar un libro mucho tiempo a su lado sin haberlo jamás abierto, pero con la esperanza de leerlo un día con toda tranquilidad. Por fin, en un momento de descanso, se pone a leerlo y no lo decepciona para nada. Esto es un poco lo que pasa en la prisión. El silencio y la soledad son el verdadero espejo del alma. El régimen celular desnuda el espíritu y libera el alma. Permite conocer con mayor claridad el juego de las pasiones, las alternativas de los sentimientos, todas las aspiraciones íntimas. Su propia máquina se desarma así en una prisión y, con un poco de observación, se descubren todos los resortes secretos. No se ve solamente el esqueleto del hombre, enflaquecido por las privaciones, se ve su alma. Y el alma se graba en el rostro de los prisioneros, no como una máscara artificial falsa según los prejuicios del tiempo, sino como una revelación de lo que está escondido en lo más profundo de sí mismo. Se agrada presentar a San Francisco de Asís dando el espaldarazo a la dama Pobreza que exime al hombre de sus harapos mundanos y le acerca a su destino sobrenatural y a su Creador. Cuando veo el rostro ascético de un prisionero detrás de los barrotes, me dan ganas de saludarlo en voz baja para agradecerle llevar un rostro humano iluminado por un reflejo espiritual y casi divino. Esto es totalmente raro en el mundo moderno. Un día que caminaba solitario por los corredores, escuché una voz dulce que salía de una celda. Me acerqué a la puerta y vi a través de las rejas dos ojos profundos y lánguidos, ojos como tienen solamente la gente muy desgraciada. -¿Ud., aquí? Me dice el desconocido con tono inspirado; yo soy psicólogo y Ud. no tiene el aspecto de un criminal. Tuve ganas de abrazarlo, pero Sancho surgió de improviso. La prisión es un verdadero museo del hombre. Se encuentran Caín, Judas, los Profetas, el buen ladrón, Vercingétorix, nobles señores, locos, trovadores, sin contar mucho de ermitaños y de santos. En efecto, no crea que en los conventos se encierran solamente santos y en las prisiones solamente criminales. Esto es un prejuicio absolutamente falso, en todo caso en nuestros días. Además, ¿No hemos sido todos criminales un día u otro? ¿Y por qué ciertos hombres deben tener la etiqueta de criminales toda su vida y los otros nunca? Si es verdad que entre los prisioneros se encuentran todos los tipos humanos, al menos encontraremos allí verdaderos tipos. No son ni comediantes, ni cortesanos, ni prestidigitadores, ni presumidos, ni vanidosos, ni zonzos. Lo mismo que el agua se filtra a través de la roca, también el hombre se despoja de sus impurezas atravesando la pesada reja de la prisión. Encerrado detrás de las gruesas paredes de piedra, se transforma inevitablemente sea en cristal, sea en estatua de sal, sea en un licor precioso, sea en vinagre. Los fósiles, esto es, los indiferentes, los incrédulos, los egoístas, los cobardes, se encuentran allí, asidos a las rejas, como reliquias mundanas que no osaron sufrir la gran prueba de la metamorfosis espiritual. Yo compadezco a los detenidos que no pueden explicar por qué han sido detenidos y que golpean la cabeza y los puños contra la puerta de hierro. Todavía no han resuelto el problema de su misión en la tierra. El prisionero es un testigo. Pero me dirán: todos somos testigos; el mártir es un testigo de la verdad, el héroe es un testigo de la virtud, el poeta es un testigo de la inspiración, el enfermo es un testigo de la imprudencia, del vicio o de la intemperancia. Sin duda, pero todos no somos mártires, ni héroes, ni poetas o enfermos. Es un gran privilegio ser elegido como testigo. Hay tanta gente que atraviesan la vida sin dejar ningún testimonio de su misión. Su pasaje sobre la tierra no produce ni amor, ni odio. El prisionero, al contrario, es un testigo, sea voluntario, sea forzado. El mártir sacrifica su vida, el prisionero sacrifica su libertad. Esto es muchas veces duro. Asimismo, el testimonio de un detenido es más implacable y más duradero que el de un mártir o el de un héroe. André Chenier triunfó del Terror por sus versos. El prisionero es el que ha abandonado todo para servir de testimonio a su nación. Su libertad, su familia, sus bienes, no le pertenecen más, ni se pertenece más a él mismo; pertenece enteramente a la sociedad. Ha dejado de ser el hijo, el hermano, el esposo, el padre, el fiel, el asociado, el militante; se convirtió en el verdadero testigo del pueblo. Es por eso que la prisión en su sentido más amplio fue la causa de todas las cruzadas, de todas las guerras y de todas las revoluciones. Se rescata la tumba de Cristo, se libera el territorio nacional, se dejan en libertad a los prisioneros de la Bastilla. Los historiadores pretenden que esos no son más que pretextos, que no había precisamente ningún prisionero en la Bastilla y que las verdaderas causas de las cruzadas, de las guerras y de las revoluciones deben ser buscadas en otra parte. Puede ser. Pero esos son los pretextos que sacuden a los pueblos y esos son los pueblos que escriben la historia. El idioma popular es la expresión más pura de la verdad. La gente del pueblo dice de una mujer que ha parido: ¡Ha dado a luz!, y de un viejo que muere: ¡Qué liberación! Los fetos prisioneros en el vientre de la madre, el alma prisionera en el cuerpo son en efecto liberados y la vida nueva nace siempre de una prisión. La palabra liberar, una de las más hermosas de nuestra lengua, es agradable al oído y a la inteligencia. Se tiende, desgraciadamente, a sustituirla por el término de liberación. Liberar era el eco de la generosidad en Francia, liberación parece haber sido fabricado en Chicago. La primera palabra evoca la imagen de un caballero derribando un dragón con, en el fondo, una dama que parece sonreír; la segunda evoca el recuerdo de un bombardeo con los cadáveres de mujeres y niños entre las ruinas. La noción de liberación se manifiesta con la de revolución. Un día se tomarán estas palabras como trofeos en los muros de las lamentaciones contemporáneas. La palabra no es lo que quita un sueño. Después de soñar, lo que queda se lo lleva el viento como los pétalos de una rosa. Napoleón, ha dicho un poeta, hacía sus planes de campaña a la noche cuando sus soldados dormían soñando. ¡Soñad, prisioneros! Pero no hagáis sueños de soldados, sino sueños de hombres. Entonces no se dirá jamás de vosotros, como de románticos impotentes y sentimentales: murieron por no haber llevado a cabo sus sueños. Las prisiones con todo su horror, tendrían que ser lugares de sueños como los conventos son lugares de oración. Si eres prisionero del odio, triunfa por el amor; si eres prisionero de la cobardía, triunfa por la generosidad; si eres prisionero de la injusticia, triunfa por la justicia; y si, por desgracia, eres prisionero del vicio, triunfa por la virtud. No olvides, cristiano, que vives bajo el signo de la Cruz, y que Cristo en su tumba triunfó de la muerte. En todos los lados que haya un nacimiento, sea físico o sobrenatural, hay también una emancipación. La matriz, la celda, la tumba son las cunas del hombre. La vida sale siempre de una celda como la abeja que emprende vuelo por primera vez. De esas oscuras celdas que se llaman catacumbas, la Iglesia, la más grande institución de todos los tiempos, nació, pronta para el combate. Las sociedades secretas hacen pasar a sus iniciados por el “gabinete de reflexión” que es también una celda en su género. El hombre ante cada etapa de su vida civil o religiosa se encierra en un retiro; vuelve a la celda. Las maternidades, los colegios, los cuarteles, ¿No fueron construidos siguiendo el sistema celular y sus edificios no se parecen además un poco a las prisiones? Lo esencial es, pues, producir frutos en la prisión como se triunfa en el colegio. Hay, en efecto, buenas prisiones, como hay buenas enfermedades. Las prisiones son también especies de hospitales y los prisioneros de la celda pueden ser comparados a los prisioneros del cuerpo. Cada edad tiene sus enfermedades, como tiene sus prisiones; el niño tiene sus enfermedades, como tiene el cuarto oscuro; el adolescente tiene sus enfermedades, tiene también su cárcel; el anciano tiene sus enfermedades, también tiene su tumba. Nuestro Señor curó a los enfermos, también perdonó a los pecadores. A fin de mostrar a los incrédulos que tenía poder de rescatar las almas, rescató también los cuerpos. Es por eso que desde el fondo de sus oscuras celdas los prisioneros vuelven su mirada hacia Él que es la Luz y la Vida. Pierre Ducross. “Elogio a la Prisión”. Gladius. Buenos Aires. 1991. Año 7. Nº 21. Págs. 177-181. Oración: “OH Dios, que suspendes el castigo cuando lo merecemos, y que en tu ira te acuerdas de tener misericordia; humildemente te suplicamos que por tu bondad, te sirvas consolar y socorrer a todos los Prisioneros de Guerra de nuestra Patria. Concédeles un perfecto conocimiento de sí mismos, y de tus promesas; para que, esperando solamente en tu misericordia, no pongan su confianza sino en Ti. Alivia sus sufrimientos, protege a sus familias; y por cuanto Tú solo sacas luz de las tinieblas, y bien del mal, concede a estos tus siervos, que por el poder del Espíritu Santo sean libertados de las cadenas del odio y de la venganza marxista, y llevados a una vida nueva; por Jesucristo nuestro Señor”.