Paul Preston LOs corresponsales extranjeros en la guerra civil española Cuando terminó la Guerra Civil española, Frank Hanighen, que había sido corresponsal en España durante un breve espacio de tiempo, recopiló los recuerdos de varios compañeros. Señalaba que «antes o después, casi todos los periodistas destinados en España se convertían en alguien distinto al atravesar los Pirineos». «Después de llevar allí una temporada, las preguntas de su editor desde la remota Nueva York o desde Londres parecían interrupciones banales. Porque más que en un mero observador, se había convertido en un participante del horror, la tragedia y la aventura que representa toda guerra».1 El viajado corresponsal estadounidense Louis Fisher apuntaba en la misma línea que «muchos de los corresponsales extranjeros que visitaban la zona franquista se convirtieron en republicanos, pero prácticamente todos los innumerables periodistas y demás visitantes que penetraban en la España republicana se transformaron en colaboradores activos de la causa. Ni siquiera los diplomáticos y los agregados militares extranjeros podían disimular su admiración. ferrol análisis 23.indd 149 Sólo un imbécil desalmado podría no haber comprendido y simpatizado con ella».2 En ese convertirse en lo que Fisher denominó «colaboradores activos de la causa» hay un conexión entre muchos de los escritores y periodistas que llegaron a España y los miles de hombres y mujeres de todo el mundo que acudieron al país para incorporarse a las Brigadas Internacionales. Aquellos voluntarios creían que combatir en defensa de la República española era luchar por la supervivencia misma de la democracia y la civilización ante el ataque del fascismo. En la otra banda, además de los soldados regulares enviados por Hitler y Mussolini para apoyar a Franco y a los militares rebeldes, hubo un número de voluntarios más reducido que también acudió para luchar por lo que creían que era la causa del catolicismo y el anticomunismo. Una gama similar de sentimientos podía encontrarse entre el casi millar de corresponsales que llegó a España.3 Junto con los corresponsales de guerra profesionales, 149 algunos de ellos veteranos curtidos en Abisinia y otros cuya valía todavía estaba por demostrar, llegaron algunas de las figuras literarias más sobresalientes del mundo: Ernest Hemingway, John Dos Passos y 22/10/08 9:57:32 L os corresponsales extran j eros en la g uerra ci v il espa ñ ola 150 André Malraux, corresponsal de guerra e intelectual francés. F a Martha Gellhorn de Estados Unidos; W. H. Auden, Stephen y George Orwell de Gran Bretaña; y André Malraux y Antoine de Saint Exupery de Francia. Algunos periodistas acudieron siendo ya izquierdistas; otros, bastantes menos, como derechistas; e infinidad de los que pasaron breves períodos en España pensaban trabajar como reporteros de forma puntual. ferrol análisis 23.indd 150 Sin embargo, como consecuencia de lo que vieron, incluso algunos de los que llegaron sin compromiso previo acabaron abrazando la causa de la República asediada. En su conversión subyacía una profunda admiración por el estoicismo con el que la población republicana resistía. En Madrid, Valencia y Barcelona, los corresponsales vieron el hacinamiento causado por el incesante flujo de refugiados ocasionado por los avances de las fuerzas de Franco y el bombardeo de sus hogares. Vieron cadáveres despedazados de civiles inocentes bombardeados desde tierra y aire por los aliados nazis y fascistas de Franco. Y vieron el heroísmo de la gente de a pie que se apresuraba a participar en la lucha para defender su régimen democrático republicano. No se trataba sólo de describir lo que presenciaban. Muchos de ellos reflexionaban sobre las consecuencias que tendría para el resto del mundo si no se paraba el fascismo en España. Sus experiencias les provocaron una profunda frustración y una ira impotente ante la ciega complacencia de los líderes políticos de sus países, Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. Trataron de transmitir lo que percibieron como la injusticia de abandonar a la República indefensa y obligarla a caer en brazos de la Unión Soviética debido a la adopción de una política miope de No Intervención por parte de las potencias occidentales. En palabras 22/10/08 9:57:32 Paul Preston En algunos casos, como el de Ernest Hemingway, Jay Allen, Martha Gellhorn, Louis Fischer o George Steer, se convirtieron en partidarios decididos de la República hasta llegar al extremo del activismo, pero no en detrimento de la fidelidad y la sinceridad de su quehacer informativo.5 De hecho, algunos de los corresponsales más comprometidos redactaron varios de los reportajes de guerra más precisos y duraderos. Al igual que muchos otros, Fischer descubrió que sus emociones estaban profundamente comprometidas con la República. Al comparar el impacto de la Revolución rusa y la Guerra Civil española escribía en un tono que recordaba a los escritos de otros corresponsales prorrepublicanos: El bolchevismo levantó pasiones encendidas entre sus partidarios extranjeros, pero en absoluto la ternura y el cariño que despertaba la España leal. Los partidarios de los republicanos amaban al pueblo español y participaban dolorosamente del suplicio de las balas, las bombas y el hambre. El sistema soviético suscitó aprobación intelectual, pero la contienda española hizo aflorar la identificación emocional. La España leal fue siempre el ferrol análisis 23.indd 151 bando más débil, el perdedor, y sus amigos vivían una precocupación tensa y continua por si se le acababan las fuerzas. Sólo aquellos que vivieron con España durante los treinta y tres trágicos meses transcurridos desde julio de 1936 hasta marzo de 1939 pueden comprender plenamente la alegría de las contadas victorias y, con más frecuencia, la punzada de la derrota que los avatares de la Guerra Civil ocasionaron a sus millones de participantes desde la lejanía.6 Fran Hanighen consideraba que «la guerra marcó el comienzo de una nueva etapa, la más peligrosa con diferencia de toda la historia del reportaje periodístico».7 Subrayaba los peligros que en acciones bélicas afrontaban los corresponsales. Durante la guerra murieron al menos cinco y otros muchos resultaron heridos. El día de Nochevieja de 1937, durante la batalla de Teruel, un coche en el que almorzaban cuatro corresponsales fue alcanzado por el fuego de artillería republicano. Bradish Johnson, el periodista de veintitrés años de Newsweek, que llevaba en España sólo tres semanas, murió en el acto. Richard Sheepshanks, el reportero estrella de Reuters, resultó malherido, como también le sucedió a Edward J. Neil, de Associated Press. Fueron trasladados al hospital de Zaragoza, en donde ambos murieron. Sólo sobrevivió Kim Philby, de The Times, que sufrió una herida leve en la cabeza.8 En ambos bandos, los corresponsales afrontaban el peligro de los francotiradores, de los obuses y de los bombardeos de la aviación enemiga. En ambos bandos había dificultades para superar el aparato de censura, si bien lo que en la zona republicana podía ser molesto en la zona rebelde suponía directamente una amenaza de muerte. En la zona franquista, algunos, como Edmond Taylor, el jefe de la oficina europea del Chicago Daily Tribune; Bertrand de Jouvenal, de Paris-Soir; Hank Gorrel y Webb Miller de United Press; y Arthur Koestler y Dennis Weaver, ambos del News Chronicle, estuvieron entre los encarcelados y amenazados con ser ejecutados.9 Más de treinta periodistas fueron expulsados de la zona rebelde, pero sólo uno en la republicana. Al menos uno, Guy de Travesay, de L’Intransigeant, fue fusilado, y aproximadamente una docena más de ellos fueron detenidos, interrogados y encarcelados por los rebeldes durante temporadas que oscilaban entre unos pocos días y varios meses. Se corría el riesgo físico de ser bombardeado por tierra o aire en ambas zonas, si bien la superioridad artillera y aérea rebelde hacía que este riesgo fuera mayor para quienes estaban destinados en la República. Además, el férreo control ejercido sobre los corresponsales en la zona rebelde mantenía a éstos alejados del peligro del frente. En la zona rebelde había, claro está, entusiastas de Franco y del fascismo, y no sólo entre el contingente nazi y fascista italiano. Sin embargo, Francis McCullagh, Harold Cardozo, y Cecil Gerahty entre los británicos, y Theo Rogers, William P. Carney, Edward Knoblaugh y Hubert Knickerboocker entre los estadounidenses representaban una minoría. Muchos de quienes acompañaban a las columnas de Franco huyeron por la barbarie que presenciaron con las columnas rebeldes, como John Whitaker, Webb Miller o Edmond Taylor. Los corresponsales de la zona rebelde sufrían una estrecha supervisión y los despachos que publicaban eran escudriñados para detectar cualquier tentativa de sortear la censura. La trangresión se castigaba con el hostigamiento y, en ocasiones, con la cárcel y la expulsión. En consecuencia, en sus despachos diarios no podían referir lo que habían visto 151 F a de Martha Gellhorn, sentían que «las democracias occidentales tenían dos obligaciones primordiales: defender su honor ayudando a una joven democracia en peligro y salvar a tiempo el pellejo combatiendo en España a Hitler y Mussolini en lugar de hacerlo más tarde, cuando el sufrimiento humano ya había alcanzado cotas inimaginables».4 En consecuencia, muchos periodistas se vieron empujados por la indignación a escribir en favor de la causa leal, algunos a ejercer presión en sus respectivos países y, en unos pocos casos a tomar las armas para defender la República. 22/10/08 9:57:33 L os corresponsales extran j eros en la g uerra ci v il espa ñ ola 152 y lo hicieron únicamente después de la guerra, en sus memorias. A los corresponsales de la zona republicana se les concedía mayor libertad de movimientos pese a que también tenían que hacer frente a un aparato de censura, pues era mucho menos burdo y brutal que el equivalente rebelde. Sin embargo, dado que la mayor parte de la prensa de las democracias estaba en manos de la derecha, a los corresponsales prorrepublicanos les solía resultar más difícil de lo que hubieran imaginado publicar sus testimonios. Resultaba irónico que una elevada proporción de los mejores periodistas y escritores del mundo apoyara la República pero, a menudo, tuviera dificultades para F a Madrid, 27 de septiembre. Mitin organizado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, celebrado en el teatro Zarzuela. En la imagen, María Teresa León (1i), José Bergamín (4i), Rafael Alberti (3d) y el redactor jefe del diario Pravda, Mijail Koltsov (2d). ferrol análisis 23.indd 152 22/10/08 9:57:34 Paul Preston sus artículos suscitaban hacia la República. Además, los grupos de presión católicos utilizaron la amenaza de boicot o la retirada de publicidad para que unos periódicos venidos a menos alteraran su posición sobre España. El doctor Edward Lodge Curran, presidente de la International Catholic Truth Society, alardeaba en diciembre de 1936 de que su poderoso control sobre el negocio de la publicidad le había permitido modificar la política de un diario de Brooklyn para que dejara de defender a los republicanos y se mostrara favorable a los rebeldes. Otros periódicos más liberales estaban sometidos a 153 F a conseguir que su material se publicara tal como estaba redactado. La prensa del poderoso Hearst y varios diarios como el Chicago Daily Tribune ya mostraban profunda hostilidad hacia el régimen democrático republicano. Jay Allen, por ejemplo, fue despedido del Chicago Daily Tribune por la simpatía que ferrol análisis 23.indd 153 22/10/08 9:57:35 L os corresponsales extran j eros en la g uerra ci v il espa ñ ola 154 presiones que impedían la publicación de noticias pro republicanos. A Herbert L. Matthews, el corresponsal meticulosamente sincero del New York Times, le acosaban continuamente con telegramas en los que le acusaban de enviar propaganda. Hemingway, que estaba en España para informar para la North American Newspaper Alliance, encontraba a menudo motivos para quejarse de que su material había sido modificado o sencillamente no se había utilizado. Igual que él, otros corresponsales, creían que tanto el escritorio del telegrafista como la oficina de guardia del New Yok Times estaban a cargo de mititantes católicos profundamente contrarios a la causa republicana que corregían o incluso omitían el material que consideraban favorable a los republicanos. Según parece, cada vez que Matthews escribía que había «tropas italianas» con los rebeldes la expresión se sustituía por «tropas insurgentes». Como Matthews trataba de informar de la intervención italiana a favor de Franco, esta coletilla despojaba de sentido a sus despachos.10 F a De hecho, Matthews se enorgullecía muchísimo de su trabajo, y su ética personal le obligaba a no escribir nunca una palabra que no creyera fervientemente cierta. En España tendría que soportar la amargura de ver perder al bando que apoyaba. ferrol análisis 23.indd 154 Quienes defendíamos la causa del gobierno republicano contra la de los nacionales de Franco teníamos razón. A fin de cuentas, era la causa de la justicia, la moralidad y la decencia… Todos los que vivimos la Guerra Civil española nos conmovimos y nos dejamos la piel… Siempre me pareció ver falsedad e hipocresía en quienes afirmaban ser imparciales; y locura, cuando no una estupidez rotunda, en los editores y lectores que exigían imparcialidad a los corresponsales que escribían sobre la guerra… Al condenar la parcialidad se rechazan los únicos factores que realmente importan: la sinceridad, la comprensión y el rigor.11 En cualquier caso, aquello no mermó su apasionado compromiso para escribir la verdad tal como la veía: «La guerra también me enseñó que a largo plazo prevalecerá la verdad. Puede parecer que el periodismo fracasa en su labor cotidiana de suministrar material para la historia, pero la historia nunca fracasará mientras el periodista escriba la verdad».12 Martha Gellhorn (1908-1998). Escritora y periodista estadounidense. Está considerada como la primera corresponsal de guerra del mundo. Estuvo casada con Hemingway entre 1940 y 1945. Escribir la verdad significa, citando de nuevo a Martha Gellhorn, «explicar que [la causa de la República española] no era una banda de rojos sedientos de sangre ni el efecto de la zarpa rusa». Al igual que Hemingway, ella creía que quienes combatieron y murieron por la República española «sin distinción de nacionalidad, ya fueran comunistas, anarquistas, socialistas, poetas, fontaneros, trabajadores de clase media o príncipes de Abisinia, fueron valientes y generosos, porque España no dio recompensas. Lucharon por todos nosotros contra las fuerzas aliadas del fascismo europeo. Merecían nuestro agradecimiento y respeto y no obtuvieron ninguno de los dos».13 Unos cuantos de los que se volvieron partidarios de los republicanos fueron más allá de escribir meramente la verdad, mucho más allá incluso de sus obligaciones periodísticas. Hemingway donó una ambulancia y prestó consejo a los mandos militares. Fischer contribuyó tanto a organizar los servicios de prensa de la República como a repatriar a brigadistas internacionales heridos. Jay Allen ejerció presión en Estados Unidos en favor de la República y después se marchó a la Francia de Vichy para ayudar a los refugiados españoles y fue recluido en una prisión alemana. George Steer hizo campaña en favor del gobierno vasco para conseguir que Gran Bretaña facilitara el paso de suministros a través de una Bilbao bloqueada. El ruso Mijaíl Koltov escribió con tanto entusiasmo sobre el ímpetu revolucionario del pueblo español que, en el clima de las purgas soviéticas, se convirtió en alguién incómodo y fue ejecutado. Se han podido reconstruir las vivencias en España de algunos de los mejores reporteros del mundo en parte a través de sus despachos, cartas, diarios y memorias. Sin embargo, gran parte de sus actividades y de sus relaciones con el aparato de la censura ha sido revelada en las memorias escritas por figuras importantes de las oficinas de prensa republicanas en Madrid, Valencia y Barcelona: Arturo Barea, Kate Mangan y Constancia de la Mora. Lo que escribieron los reporteros extranjeros fue crucial a la hora de conformar la opinión pública de las democracias. A partir de entonces, el corpus de obra producido por los corresponsales durante el conflicto español, minado sin cesar por los historiadores posteriores, ha sido verdaderamente «el primer borrador de la historia». 22/10/08 9:57:35 Paul Preston Respecto a la No Intervención, el juicio más contundente procedió de los labios de Josephus Daniels, a cuyas órdenes había estado Franklin D. Roosevelt como secretario adjunto de la Marina durante la Primera Guerra Mundial. El 7 de agosto de 1939, Daniels escribió a Claude Bowers sobre la represión franquista: «Acierta usted cuando dice que las tres grandes democracias deben asumir la responsabilidad plena de los crímenes españoles».14 Pese a los informes eleborados por sus propios diplomáticos y por infinidad de corresponsales destinados en España, mientras duró la Guerra Civil española los gobiernos de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos decidieron ignorar el hecho de que Hitler y Mussolini no escatimaran esfuerzos para enviar ayuda a los rebeldes e inclinar el equilibrio de poder internacional en contra de las democracias. A pesar de que permitir que un gobierno amigo adquiriera armas y suministros era una práctica habitual amparada en la legislación internacional, los tres gobiernos le negaron este derecho ferrol análisis 23.indd 155 155 a la República española. Ni la No Intervención anglofrancesa ni el embargo «moral» estadounidense y la posterior ampliación de la Ley de Neutralidad de 1935 para que incluyera a España fueron neutrales en sus consecuencias.15 Perjudicaron a la causa del gobierno legítimamente elegido de España, limitaron la capacidad de defenderse de la República y la arrojaron en brazos de la Unión Soviética. La propensión de Leon Blum a romper a llorar cuando recordaba que si la República española era aplastada, Francia y el resto de Europa la seguirían, indica que le martirizaba el arrepentimiento por la política que había practicado sin necesidad de que se lo recordaran periodistas como Louis Delaprée.16 No existen pruebas documentales de que Neville Chamberlain manifestara estar arrepentido por su traición a la República española, aunque sí fue un peldaño más en la senda hacia su caída del poder en junio de 1940. Por el contrario, cuando Claude Bowers fue a informar a Franklin D. Roosevelt sobre la victoria de Franco, el presidente, alicaído, le dijo: «Hemos cometido un error. Ustedes tenían razón desde el principio».17 En 1944, el ayudante del secretario de Estado, Sumner Welles, reconoció que «de todas nuestras ciegas políticas aislacionistas, la más catastrófica fue nuestra actitud hacia la Guerra Civil española» y que «en la larga historia de la política exterior de la administración Roosevelt no ha habido, a mi juicio, ningún error más garrafal que la política adoptada durante la Guerra Civil en España».18 Por lo menos Roosevelt se arrepentía, pero quizá aquello no supusiera nada comparado con la amargura que sintieron los muchos liberales e izquierdistas de Estados Unidos y Europa que habían visto cómo la política de las potencias El 29 de octubre de 1936, el Secretario del Foreign Office, Anthony Eden (en la imagen), dijo ante el Parlamento británico refiriéndose al Comité de No Intervención, que éste había sido como «una improvisada barrera de seguridad» y que «en general había reducido el peligro de una guerra europea». democráticas estrangulaba a la República española y aceleraba el triunfo del fascismo. Los corresponsales, con sus despachos y, en el caso de Jay Allen, Louis Fischer y George Steer, con sus actividades a favor de la República, habían tratado de transmitir esta idea a su país. Gracias en buena medida a los corresponsales, millones de personas que sabían poco sobre España acabaron por sentir en sus corazones que la lucha por la supervivencia de la República española era de algún modo su propia lucha. La labor de los corresponsales y sus cartas a la esposa del presidente Roosevelt causaron cierto impacto sobre el pensamiento de éste acerca de la amenaza del fascismo. A su vez, el hecho de que él antepusiera los intereses electorales a cuestiones morales más generales causó gran impacto sobre ellos. Contribuyó a F a La historia de los corresponsales extranjeros es fundamentalmente la historia del valor y la destreza de los hombres y mujeres que plasmaron lo que sucedía en España. Expone muchas de las diferencias entre la severa atmósfera de la dictadura militar en la zona rebelde y el hecho de que, superando todas sus dificultades, la República tratara de actuar como una democracia a pesar de la situación de guerra. El redescubrimiento de los corresponsales y de sus escritos tiene un importancia suma en la historia de la Guerra Civil española. El hecho de que hubiera tantos corresponsales que escribieran y defendiaran el cese de la Política de No Intervención subraya hasta qué extremo fue traicionada la República española por las democracias… en su propio perjuicio. 22/10/08 9:57:37 L os corresponsales extran j eros en la g uerra ci v il espa ñ ola Georges Soria (d), periodista francés enviado especial de L’Humanité, con otro periodista extranjero en la terraza del Hotel Colón. (Foto Juan Guzmán). F a que Jay Allen quedara sumido en la depresión y a materializar el giro de Louis Fischer hacia el pacifismo de Gandhi. ferrol análisis 23.indd 156 La República española era un baluarte defensivo frente a la amenaza de la agresión fascista. Pero su atractivo iba más allá. En el mundo gris y cínico de los años de la depresión, los logros culturales y educativos de la República española parecían ser un experimento emocionante. Sin embargo, para la mayoría de los corresponsales, el elemento más importante de su apoyo a la República fue la lucha para defender la democracia frente al avance del fascismo. A su decepción en España había que añadir el vilipendio que sufrían en sus países por parte de aquellos que creían que Franco lideraba una cruzada en defensa de la auténtica religión y contra la brutalidad bolchevique. La consecuencia fue lo que F. Jay Taylor calificó como «una de las controversias políticas y religiosas más apasionadas de aquella generación». Y, ciertamente, la controversia suscitada en Estados Unidos representaba un conflicto tan intenso que el cónsul británico en Nueva York informó en febrero de 1938 de que la ciudad estaba «adoptando casi el aspecto de una España en miniatura».19 No obstante, pese al vilipendio, a la derrota y a la amarga frustración de haber sido testigos de la negligencia culpable de las democracias, casi todos los que apoyaron la causa de la República española mantuvieron durante el resto de sus vidas la convicción de que habían tomado parte en una contienda realmente importante. Se trataba de un sentimiento que compartía incluso George Orwell, cuyas memorias del breve período que pasó en España han ayudado mucho a quienes desean afirmar, ya sea desde la extrema izquierda o desde la extrema derecha, que la responsabilidad de la derrota de la República española recaía, en cierto modo, más sobre Stalin que sobre Franco, Hitler, Mussolini o Neville Chamberlain. Al abandonar España, Orwell pasó tres días en el puerto pesquero francés de Banyuls. Su esposa y él «pensaron en España, hablaron de ella y soñaron con ella sin cesar». Pese a la amargura por lo que había visto siendo soldado raso del semitrotskista POUM, Orwell afirmaba no sentir ni decepción ni cinismo: «Resulta bastante curioso que la 22/10/08 9:57:38 Paul Preston experiencia en su conjunto no haya mermado mi fe en la sinceridad de los seres humanos, sino que la haya incrementado». 20 Nada menos que a mediados de la década de 1980, Alfred Kazin todavía consideraba que la guerra de España era «la herida que no cicatrizaba». Con unas palabras que podrían haber pronunciado Jay Allen, Louis Fischer, Mijaíl Koltsov, George Steer, Henry Buckley o Herbert Southworth, Kazin escribió: «España no es mi país; pero la Guerra Civil española, igual que la que le siguó, sí fue mi guerra. En ella perdí amigos. Perdí la esperanza de que pudiera detenerse a Hitler antes de la Segunda Guerra Mundial. Con los juicios de las purgas de Moscú perdí la condescendencia que podía quedar en mí hacia los comunistas. Sin embargo, quienes destruyeron la República española siempre serían mis enemigos». En todo caso, nadie ha sintetizado mejor el significado que la Guerra Civil española tuvo para tantos escritores y periodistas que fueron testigos de la heroica lucha de la República. En 1966, Josephine Herbst fue a ver el documental sobre la Guerra Civil Mourir à Madrid, obra del cineasta francés Frédéric Rossif. Posteriormente escribió a unos amigos: No me hubiera gustado tener a alguien conocido sentado a mi lado; no, a menos que también hubiera pasado por la misma experiencia. No sólo sentí como si muriera, sino también que había muerto. Y después estuve sentada un buen rato en el vestíbulo tratando de recuperarme, fumando, y lo que vi fuera de la sala y en la calle al salir parecía completamente irreal. No era capaz de sintonizar con nada ni de percibir el significado de nada, algo similar a lo que había sentido al bajar del avión en Toulouse ferrol análisis 23.indd 157 procedente de Barcelona, cuando esperaba disfrutar pidiendo comida en condiciones para variar y, por el contrario, me senté llorando ante una tortilla… Era lo único que me apetecía comer… bebí vino… Y acabé mirando pasar tranquilamente a la gente como si hubiera entrado en una pesadilla en la que el mundo «real» hubiera sido absorbido de repente por una esponja y hubiera desaparecido para siempre. Y lo cierto era que, sentada en aquel vestíbulo, fumando, se me ocurrió que en el sentido más literal, mi vida había acabado en esencia en España. Nada tan trascendente, ni en mi vida personal ni en el devenir del mundo, se ha repetido jamás. Y en el fondo, todo ha sido, durante años y años, una imagen ensombrecida de lo que ocurrió. Aunque entonces la guerra no había terminado todavía, en Toulouse ya sabía que terminaría y con la derrota. Sabía que nada iba a impedir la Segunda Guerra Mundial. Nada. Y desde entonces la mayor parte del tiempo la he vivido gracias al tesoro enterrado de los años anteriores, a una especie de munificencia de la que todavía podía nutrirme, y sospecho que el tipo de merma que he acabado por sentir se debe a la falta de elementos vitales suficientes que fluyen en los sucesos y las circunstancias. Todo se repite, y es terrible, pero nunca se aprende la lección.21 York, 1983, p. 29 (hay trad. cast.: La guerra apasionada: historia novelada de la guerra civil española, trad. de J. A. Bravo y Jordi Fibla, Martínez Roca, Barcelona, 157 2000); Philip Knightley, The First Casualty. The War Correspondent as Hero, Propagandist, and Myth Maker fron the Crimea to Vietnam, André Deutsch, Londres, 1975, pp. 192-195 (hay trad. cast.: Corresponsales de guerra, trad. de José Manuel Álvarez Flórez, Euros, Barcelona, 1976. 6. Louis Fischer en Richard Crossman, ed., The God That Failed. Six Studies in Communism, Hamish Hamilton, Londres, 1950, p. 220. 7. Hanighen, Nothing but Danger, p. 7. 8. The New York Times (1, 2 y 3 de enero de 1938); Reynolds y Eleanor Packard, Balcony Empire. Fascist Italy at War, Oxford University Press, Nueva York, 1942, p. 56 (hay trad. cast.: Imperio del halcón; Italia fascista en la guerra, Ayacucho, Buenos Aires, 1943). Donde mejor se relata es en la obra de Judith Keene, Fighting for Franco. International Volunteers in Nationalist Spain during the Spanish Civil War, 19361939, Leicester University Press, Londres, 2001, pp. 74-76 (hay trad. cast.: Luchando por Franco: voluntarios europeos al servicio de la España fascista, 1936-1939, trad. de Monserrat Armenteras, Salvat, Barcelona, 2002). 9. Edmond Taylor, «Assignment in Hell«, en Hanighen, Nothing but Danger, pp. 58-60; Webb Miller, I Found no Peace. The Book Club, Londres, 1937, pp. 325327. 10. «To Aid Spanish Fascist», The New York Times (1 de diciembre de 1936); William Braasch Watson, «Hemingway’s Civil War Dispatches», The Hemingway Review, vol. VII, nº 2, (primavera de 1988), pp. 4-12, 26-29, 39 y 60; George Seldes, ««Treason» on the Times», The New Republic (7 de septiembre de 1938). 11. Citado en Knightley, The First Casualty…, pp. 194-195. para las descripciones de Matthews, véase Sefton Delmer, Trail Sinister. An Autobiography, Secker & Warburg, Londres, 1961, p. 328, y Carlos Baker, Ernest Hemingway. A Life Story, Collins, Londres, 1969, p. 369. 12. Herbert L. Matthews, The Education of a Correspondent, Harcourt Brace, Nueva York, 1946, pp. 130-131, 142143. 13. Gellhorn, The Face of War…, p. 17. 14. Peter J. Sehlinger y Holman Hamilton, Spokesman for Democracy. Claude G. Bowers 1878-1958, Indiana Historical Society, Indianapolis, 2000, p. 200. 15. Sumner Welles, The Times for Decision, Harper & Brothers, Nueva York, 1944, p. 59 (hay trad. cast.: Hora de decisión, Sudamericana, Buenos Aires, 1944); Dante A. Puzzo, Spain and the Great Powers, 19361941, Columbia University Press, Nueva York, 1962, pp. 149-160. 16. Dolores Ibárruri, El único camino, Editorial Castalia, Madrid, 1992, pp. 423-425. 17. Dominic Tierney, FDR and the Spanish Civil War. Neutrality and Commitment in the Struggle that Divided América, Duke University Press, Durham y Londres, 2007, pp. 1, 139-140; Richard P. Traina, American Diplomacy and the Spanish Civil War, Indiana University Press, Bloomington, Indiana, 1968, pp. 230-232. 18. Sumner Welles, The Times for Decision, Harper & Brothers, Nueva York, 1944, pp. 57, 61 (hay trad. cast.: Hora de decisión, Sudamericana, Buenos Aires, 1944). Notas: 1. Frank C. Hanighen, ed., Nothing but Danger, National Travel Club, Nueva York, 1939, p. 7. 2. Louis Fischer, Men and Politics. An Autobiography, Jonathan Cape, Londres, 1941, p. 438. 3. José Mario Armero recopiló un relación de 98 hombres y mujeres en España fue noticia. Corresponsales extranjeros en la guerra civil española, Sedmay Ediciones, Madrid, 1976, pp. 409-436. La lista es deficiente en muchos aspectos y omite muchos corresponsales, pero sirve de referencia. 19. Tierney, FDR & SCW, p. 89. 20. George Orwell, Homage to Catalonia, Secker & Warburg, Londres, 1971, pp. 246-247 (hay trad. cast.: Homenaje a Cataluña: Un testimonio sobre la revolución española, trad. de Carlos Pujol, Ariel, Barcelona, 1973. 21. Carta de Herbst a Mary y Neal Daniels, 17 de febrero de 1996, Colección Za Herbst, Biblioteca Beinecke, Universidad de Yale. Está reproducida al completo en Elinor Langor, Josephine Herbst, Little, Brown, Boston, 1984, pp. ix.x. 4. Martha Gellhorn, The Face of War, 5ª ed., Granta Books, Londres, 1993, p. 17 (hay trad. cast.: El rostro de la guerra, trad. de Cari Baena, Debate, Madrid, 2000, p. 14). 5. Peter Wyden, The Passionate War. The Narrative History of the Spanish Civil War, Simon and Schuster, Nueva 22/10/08 9:57:38