POSIBILIDADES INNECESARIAS DAVID PÉREZ CHICO / RECENSIÓN 186 César GÓMEZ LÓPEZ: Significado y libertad, Siglo XXI, Madrid, 2003. Escepticismo, los lenguajes privados, significado, libertad y la filosofía de Wittgenstein son los temas principales de la primera obra filosófica de César Gómez López, catedrático de Física Teórica y profesor de Investigación del CSIC. Pero ni el hecho de que sea una primera obra, ni el que su autor no sea un filósofo en el sentido estrictamente académico del término, debe llevarnos a engaño: quiero dejar constancia desde este primer párrafo que en mi opinión estamos ante una obra interesante y muy sugerente. Claro que, a todos los que estén al tanto de la trayectoria intelectual del autor, esto que acabo de decir no les resultará extraño. Sin ir más lejos, Hilary Putnam, en el prólogo a la edición española de sus Dewey Lectures de 1994, comenta que fue precisamente César Gómez López el que le hizo ver la posibilidad de acercarse al problema del realismo desde la perspectiva que ofrece el punto de vista de John Austin1. En fin, ésa es otra historia traída a colación únicamente para dar fe de la pericia filosófica de nuestro autor. Ciñéndonos exclusivamente al contenido del libro, en él Gómez trata de vincular los problemas filosóficos del escepticismo y del libre albedrío a través de una lectura modal del primero y una crítica a la concepción metafísica de la libertad. Así, una de las principales intuiciones del autor que sirven de base a la ulterior reflexión es la de que el «problema escéptico de la epistemología tradicional (la posibilidad de poner en duda no sólo el carácter objetivo de nuestro conocimiento del mundo, sino de la propia naturaleza real del mismo) deriva en último extremo de una cierta manera de concebir el libre albedrío». Gómez tiene la sospecha de que el problema escéptico mantiene su vigencia porque en el fondo constituye una manera de afir- 1 H. Putnam, Sentido, sinsentido y los sentidos, Barcelona, Paidós, 2000, p. 9. rese 12.pmd 186 mar la autonomía de la voluntad. Libertad entendida, a su vez, como subproducto de la imperfección epistémica: por un lado tendríamos que las limitaciones epistémicas denunciadas por el escéptico en lo que se refiere a nuestro acceso empírico a la realidad abren, no obstante, una puerta a la creación ex nihilo de mundos imaginarios, por donde se cuela también lo que a veces interpretamos como libertad humana. Por otro lado, lo que entendemos como libre albedrío parece requerir para su propia existencia el resquicio ontológico que separa la opinión de la certeza: el «llegar a ser» del «ser». Frente a otras concepciones del problema del escepticismo basadas en alguna versión empírica del fenómeno perceptivo, Gómez opina que lo que el escéptico quiere realmente mostrar no es que no podamos llegar a saber cómo son las cosas en sí mismas, sino que «nunca podremos saber si lo que de hecho sabemos acerca del mundo es como es el mundo realmente» (p. 2). Dicho de otra manera, «la conclusión modal del escéptico radica en señalar que acerca del mundo tan sólo podemos conocer lo que es posible, no lo que se da de hecho» (p. 2). El tradicional abismo epistemológico entre los datos sensoriales y las cosas se convierte en un abismo modal entre lo que es posible y lo que se da de hecho. La anterior, ampliando el comentario con el que abríamos este párrafo, es la lectura modal que hace Gómez del problema del escepticismo filosófico, contraria a otras versiones en las que la dificultad radica en pasar de lo que se supone que es el contenido inmediato de la percepción a lo que es externo a nosotros. En lo que respecta a la crítica al concepto metafísico de libertad, se relaciona con el anterior razonamiento si consideramos que, tradicionalmente, la «posibilidad se piensa como algo cuya ‘existencia’ conocemos a priori y no como resultado de la experiencia». Según esta manera de pensar, la libertad se define como el «reconocimiento interior de la ‘existencia’ de la posibilidad de haber podido hacer algo distinto a lo que de hecho hacemos» (p. 5). Lo que se pregunta Gómez es si esta manera de pensar la libertad humana no confunde lo que de hecho hacemos, la acción, con lo que no es sino una interpretación de dicha acción. Y lo que es peor, si el co- 22/08/2003, 8:30 rese 12.pmd 187 que nos ofrece el escéptico son, por lo tanto, «dos posibles interpretaciones de lo que de hecho ocurre» y no dos posibles hechos (p. 4). Gómez nos muestra cómo Wittgenstein trata de precisar el significado del concepto de posibilidad recurriendo al ejemplo de la máquina lógica o ideal. «El contenido ontológico del concepto de posibilidad [...] se precisa como la preexistencia [...] Los movimientos posibles se interpretan como algo que la máquina posee» (p. 112). En el Tractatus Wittgenstein ya habría defendido una ontología similar en la que «todo lo posible está ya contenido en lo dado» y es la Lógica la que estructura a priori el orden de lo posible. Por lo que respecta a la teoría del significado, también nos encontramos con que el «significado, como la máquina lógica, contiene (posee) los posibles usos» (p. 112). Esto es, el uso futuro de un término debe estar presente de alguna (extraña) forma en el acto de capturar el significado (cfr. Investigaciones Filosóficas, §201). A los posibles usos es a la que Wittgenstein llama interpretaciones de la regla. Así, tenemos que para Wittgenstein «la interpretación de la regla es al uso lo mismo que la posibilidad del movimiento es al movimiento real» (p. 112). En cualquier caso, debe quedar claro que la interpretación «no determina el significado, el uso, la conducta. La interpretación es la posibilidad del uso. Un lenguaje privado radica en confundir el uso con su posibilidad» (p. 113). Pero el lenguaje privado no es más que «la versión lingüística de una tesis mucho más general que identifica el pensamiento, el alma, con la máquina ideal y el mundo con sus posibles movimientos» (p. 113). Entonces, tenemos que bajo la paradoja denunciada por Wittgenstein de que «toda acción puedo acomodarla a una regla si y sólo si pienso la acción como la interpretación de la regla», en realidad refleja la siguiente «tesis metafísica: toda acción es, para mí, la ‘actualización’ de la posibilidad de una acción que preexiste en mi pensamiento» (p. 113). Lo cual nos lleva a pensar que somos libres «porque lo posible preexiste en mi pensamiento. La libertad como posesión y no como una práctica» (p. 113). La última parte del libro la dedica Gómez a explorar las consecuencias del anterior salto 22/08/2003, 8:30 DAVID PÉREZ CHICO / RECENSIÓN 187 nocimiento que decimos tener de la existencia de esa posibilidad se deriva de la experiencia o no, pues el problema filosófico surge «cuando para dar un valor trascendente a mi libertad debo traspasar [los límites de la experiencia] y usar una forma extraña de conocimiento a priori de la existencia de ciertas posibilidades» (p. 6). Cuando esto ocurre el problema escéptico en su versión modal y el problema del libre albedrío se funden, o mejor dicho, se confunden. Gómez reconoce que el campo modal de posibilidades no está definido de una vez y para siempre, por lo que, obviamente, puede crecer y con él nuestra libertad. Lo que ocurre es que en ocasiones lo agrandamos de manera ilícita. Lo anterior, no obstante su importancia, pasa a un segundo plano ante la remarcable interpretación que hace nuestro autor de la filosofía del segundo Wittgenstein. Para empezar, tenemos que la anterior lectura modal se encuentra ya en la manera en la que, según Gómez, el Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas interpreta el Tractatus: como «la tesis de que los tradicionales intermediarios epistémicos de la versión clásica del problema escéptico no son sino posibilidades de hecho» (p. 3), siendo esta lectura modal el «primer eslabón» de la solución wittgensteniana al problema escéptico. El segundo eslabón de esta solución lo podemos encontrar, siempre según Gómez, en el análisis wittgensteniano de «la percepción como un fenómeno en el lenguaje, como parte de una forma de vida cuya estructura es la gramática» (p. 4). Dicho con las palabras de otro destacado intérprete de Wittgenstein, Stanley Cavell: si entendemos que al aprender a hablar no sólo aprendemos a nombrar las cosas sino a saber qué son esas cosas, «podemos desviar el objetivo del problema de la percepción, al problema [...] de descubrir en qué pueda consistir seguir una regla» (p. 4). El tercer eslabón del argumento radica en observar que la «estrategia modal del escéptico consiste en confundir seguir una regla con interpretarla» (p. 4). Aquí es importante tener en cuenta que la «interpretación de una regla juega el mismo rol dentro de la gramática (de los lenguajes privados) que la posibilidad del fenómeno dentro de la metafísica (del Tractatus)». Lo DAVID PÉREZ CHICO / RECENSIÓN 188 rese 12.pmd metafísico. En concreto le interesa que la manera en que tradicionalmente se ha venido entendiendo lo necesario está estrechamente relacionado con que, al asignar a la máquina ideal la posibilidad de movimiento como algo poseído por ella, dicho conocimiento no nos parece que lo hayamos adquirido por experiencia, sino que tiene que ser a priori, esto es, la existencia de la posibilidad ha de ser necesaria. ¿Y qué tiene que ver todo lo anterior con el escepticismo, o con la libertad? Bueno, tenemos que tener presente que el ejemplo de la máquina ideal no es más que un recurso empleado por Wittgenstein para hacernos ver con mayor claridad que, por ejemplo, «al modelar [como hace el escéptico] el pensar como el hacer de la máquina ideal nos surge un plano interpuesto entre nosotros y el mundo [qualia, representaciones, etc.] que no es otra cosa sino la interpretación del pensamiento como la posibilidad del fenómeno» (pp. 140-41). Esto a su vez nos aporta «un extraño modelo de la autonomía de la voluntad» (p. 141). Extraño, entre otras cosas, porque lo que esta aportación supone de beneficio es claramente insatisfactorio si lo comparamos con lo que perdemos: lo que ganamos es que nos moveremos con total libertad en un mundo completamente nuestro, pero como lo que hacemos es «reemplazar el mundo por «una fantasía: su posibilidad», en realidad lo perdemos todo. ¿Propone alguna solución Gómez? Si no una solución concreta, sí al menos las líneas maestras de lo que contaría como tal: hay que deslindar el concepto de «necesario» de todo lo que suene a máquina ideal, lenguaje ideal, condiciones epistémicas ideales y demás «fantasías» 188 filosóficas semejantes. El peligro de un proceder semejante estriba en que corremos el riesgo de acabar perdiendo el concepto de «necesario», cuando lo que en realidad buscamos es una mejor comprensión de aquél. Esto es, descubrir «cómo el lenguaje acoge [experiencias cotidianas como las de sumar, en la que una parte importante es que el mismo cálculo dé siempre el mismo resultado] y las enmarca o atemporaliza, cómo, utilizando terminología wittgensteniana, las convierte en definiciones, cómo las promueve al rango de reglas» (p. 166). Filosóficamente hablando, este libro aporta una novedosa e interesante lectura de problemas como los planteados por el escepticismo y por el libre albedrío, pero no creo que sea esta interesante lectura lo mejor que podemos extraer, sino que en mi opinión lo es la interpretación del pensamiento de Wittgenstein. Éste no es fácil de captar en toda su magnitud desde lo que suelen ser posiciones filosóficas excesivamente maniqueas: unos lo interpretan en clave conservadora, para otros es un escéptico, un relativista, un conductista, etc. Parte de la dificultad reside en que la filosofía de Wittgenstein no se mueve dentro de los límites tradicionales. Pero porque Wittgenstein se aleje de las formas tradicionales no debemos concluir alegremente que también lo haga de los problemas tradicionales. Gómez tiene, en mi modesta opinión, el mérito de haber captado como casi nadie antes (tan sólo se me ocurre el nombre de Stanley Cavell, aunque seguro que alguno más habrá) el verdadero tono filosófico del pensamiento de Wittgenstein. DAVID PÉREZ CHICO 22/08/2003, 8:30