1 Prodavinci Una lectura de la pandemia en América Latina a partir de La peste de Camus Prodavinci · Thursday, July 16th, 2009 Por Diego Arroyo Gil De Ciudad de México a Buenos Aires, durante algunos meses América Latina presenció la expansión de la gripe AH1N1. Crónica del infortunio como la novela La peste de Albert Camus, durante este período realidad y fabulación se entrecruzaron en un intento por medir los posibles alcances de un virus hasta entonces desconocido. La ciencia, siempre alerta, asumió el reto mayor y hoy puede decirse que cumplió con su trabajo de tal modo que logró desmitificar el fenómeno, lo cual se ha traducido en una disminución considerable de la paranoia de las primeras semanas. Lo que ahora se siente no puede llamarse miedo, la actitud más bien es la del que se mantiene atento. Con todo, ese asombro inicial que a tantos hacía preguntarse cómo era posible que un país entero pudiera estar amenazado por una gripe en pleno siglo XXI; ese asombro, aun al ver desinflada con cierta prontitud la noticia, ha dejado erizada la imaginación latinoamericana. La enfermedad le ha recordado a esta parte del mundo que, a pesar de los sueños de progreso y las promesas de una nueva libertad, el hombre sigue siendo tan vulnerable como siempre ante lo inesperado. Esto sugiere, si lo llevamos al extremo, que la influenza hizo dos viajes por el continente. El primero le permitió recorrer la vida cotidiana: instantánea, contingente, olvidadiza, fabricada con hechos concretos y comprobables. El segundo, en cambio, le Prodavinci -1/5- 04.09.2015 2 sirvió para visitar terrenos menos claros y medibles de la experiencia humana: el terreno de la intuición y la sugerencia. Decir esto no tendría ningún sentido a no ser porque la novela de Camus se ha leído con un criterio semejante desde su publicación en 1947: la peste que trastorna la vida de la ciudad argelina de Orán es una alegoría de la ocupación de Francia durante la Segunda Guerra Mundial, aunque sería preferible decir que es una alegoría (entre otras también más amplias) de los estragos que es capaz de causar el ejercicio totalitario del poder en la vida de cualquier pueblo. No se trata aquí de forzar el hallazgo de claves para entender qué es lo que pasa en algunas naciones de América Latina, que políticamente dan tumbos entre lo insólito y lo increíble, sino de observar cómo la realidad se hace más reveladora y menos sofocante cuando se la mira desde los ojos de un novelista: la peste es un alterador de “la vida normal”, ese bien por excelencia cuyo valor se hace brutal cuando se lo pierde; y es también una fuerza que se impone y quebranta la libertad. “Desde el punto de vista superior de la peste -apunta el doctor Rieux, protagonista y narrador de la historia-, todo el mundo, desde el director hasta el último detenido, estaba condenado y, acaso por primera vez, reinaba en la cárcel una justicia absoluta”. El fragmento se refiere a la amenaza que representa la epidemia para la prisión de Orán, pero lo cierto es que la situación es idéntica en la ciudad entera, de la cual nadie puede salir porque sus puertas se han clausurado para evitar que el contagio alcance otros lugares. Es interesante que Camus sugiera que ese “punto de vista superior” (quienes ejercen el poder sin atenerse al dictamen de ninguna sindéresis suelen presumir de superioridad) termina por convertirse en justificación de la muerte. A fuerza de empeñarse en realizar la utopía, se procede a cortar las cabezas de quienes no se ajustan a sus medidas. Así, a la sensación de que lo que está pasando en la escena pública confina con la caricatura y el sinsentido, se suma el temor de pisar fuera de sitio y caer en desgracia. No obstante, en la novela, este riesgo avisado no logra adormecer el afán “de los hombres, que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan en ser médicos”, como el doctor Rieux. Son ellos los que pueden asumir “la lucha sorda entre la felicidad de cada hombre y la abstracción de la peste”. No es fortuito que Camus emplee esta palabra: abstracción. En efecto, ciertas desdichas tienen algo como de despropósito, pues no parecen estar hechas “a la medida del hombre”, y por lo tanto el hombre se dice que la desdicha es irreal o abstracta. “Pero cuando la abstracción se pone a matarle a uno, es preciso que uno se ocupe de la abstracción”. Es en este punto donde creo que la alegoría de la peste se hace más evidente, pues ha de vérsela como una “abstracción” que asesina hombres en serie, como la guerra, o, aún más escalofriante, como los regímenes que fichan gente para luego marginarla o acabar con ella. El trabajo de esta maquina de la exclusión y del homicidio es el que hace decir al narrador que en Orán “ya no había destinos individuales, sino una Prodavinci -2/5- 04.09.2015 3 historia colectiva que era la peste y sentimientos compartidos por todo el mundo”. Para hacerle resistencia a este destino, Rieux se empeña en que el sufrimiento no le anestesie la sensibilidad. De ocurrir esto, piensa, el desastre sería inmenso, “porque el hábito de la desesperación es peor que la desesperación misma”. Por el contrario, insiste en amar, que es una manera de negarse desde el alma a la esclavitud, y ello le permite condolerse de los apestados y hacer bien su trabajo. “No se trata de heroísmo -dice-. Se trata solamente de honestidad”, toda vez que él entiende la honestidad, no como una generalidad, sino en la medida de su propio caso: “hacer mi oficio”. En la novela de Camus, sólo hay un hombre que se siente cómodo en medio del terror y ése es Cottard. Lo mencionaré de paso porque me parece que es un tipo bien reconocible. Como él está enfermo (se infiere que su dolencia es más bien anímica) y tiene problemas con la justicia, asume que la peste es su aliada y se convierte en su cómplice. “Puesto que él ha vivido en el terror, encuentra normal que los otros lo conozcan a su turno. Más exactamente, el terror le parece así menos pesado de llevar que si estuviese solo”. Cuando la peste da signos de estar desapareciendo, Cottard pierde el juicio. Pero Cottard no es la norma. Al igual que en Ciudad de México durante los primeros días de la influenza AH1N1, la mayoría de los habitantes de Orán optaron por lo único que podía evitar que los desmoralizara el avance de la pandemia: contra el absurdo de la situación, la búsqueda de un sentido en la solidaridad. ¿Tengo que confesar que, como latinoamericano, esta novela me ha hecho sentir cierto escalofrío? ********** Como posdata me gustaría referirme a algo que no he querido incluir en el artículo. Se trata de una intuición que tuve al terminar de leer la novela y que considero centro de misteriosa poesía, algo que merecería una reflexión posterior y más dilatada. Por tanto, la presento a modo de anotación y la dejo pendiente. Al comienzo de La peste, el narrador nos cuenta que una rata muerta (las ratas son, luego lo sabemos, los agentes de la plaga), tendida en un pasillo del edificio donde vive el doctor Rieux, le hace pensar a éste en la salud de su esposa, enferma desde hace un año y quien “iba a partir al día siguiente para un lugar de montaña” en busca de recuperación y de descanso. El día del viaje, en la estación de trenes, el doctor y su mujer conversan antes de despedirse. Leamos la crónica del narrador: “-¿Qué historia es esa de las ratas? -No sé, es cosa muy curiosa -respondió Rieux-. Ya pasará. Después le dijo muy apresuradamente que tenía que perdonarle por no haberla cuidado más; la había tenido muy abandonada. Ella movía la cabeza como pidiéndole que se callase, pero él añadió: Prodavinci -3/5- 04.09.2015 4 -Cuando vuelvas todo saldrá mejor. Tenemos que recomenzar. -Sí -dijo ella, con los ojos brillantes-, recomenzaremos. Después se volvió para el otro lado y se puso a mirar por el cristal. En el andén las gentes se apresuraban y se atropellaban. El silbido de la locomotora llegó hasta ellos. La llamó por su nombre y, cuando se volvió, vio que tenía la cara cubierta de lágrimas. -No -le dijo dulcemente. Bajo las lágrimas, la sonrisa volvió, un poco crispada. Respiró profundamente. -Vete, todo saldrá bien. La apretó contra su pecho y, ya en el andén, del otro lado del cristal, no vio más que su sonrisa. -Por favor -le dijo-, cuídate mucho. Pero ella ya no podía oírle”. Ausente su esposa, comienza la lucha del doctor Rieux contra la peste, que se extiende por meses y meses. Como la ciudad se encuentra en cuarentena, ella no puede volver, e incluso si tal no fuese la situación, tampoco convendría que lo hiciera, dada la precariedad de su salud. De modo que toda la novela transcurre en el lapso de un distanciamiento, que no de una ruptura. Aunque la comunicación entre ellos es escasa, Rieux sabe por lo que está pasando su esposa, y viceversa. Esto es lo que veo como un centro de misteriosa poesía. Habría como una correspondencia entre la lucha del doctor contra la peste y la de su mujer contra su propia enfermedad. Es como si existiese la posibilidad de que lo que ocurre en la ciudad ocurra también en la montaña. Esto vale para cada hombre: lo que nos ocurre en la ciudad también puede ocurrirnos en nuestras montañas interiores. La mujer de Rieux es su alma. Cuando él pasa trabajo, ella lo registra en otra parte, en “la distancia”, que no es sino una cercanía innominada. Una lectura como la que ofrezco aquí sólo me parece posible por el hecho de que la mujer de Rieux muere al final de la novela. A priori la noticia es desconcertante e incluso llega a sentirse como una crueldad del escritor, que, no contento con todo lo que ha sufrido Rieux a lo largo de 200 páginas, no le concede siquiera la felicidad del reencuentro con su esposa. Sólo después uno comprende que esa muerte -vista también desde la alegoría- es la prueba de que la peste no le ha pasado en vano al doctor Rieux, quiero decir, que la desgracia ha operado un movimiento profundo en su alma, que el evento (la propia peste) se le ha hecho psíquico, para decirlo con una palabra que tiene buena aceptación entre algunos lectores. Y por eso, creo, Rieux no se vuelve loco. Locura: pactar con el terror para no dolerse. Prodavinci -4/5- 04.09.2015 5 ******* Bajo el título “Realidad y alegoría de la pandemia”, el sábado 11 de julio de 2009 se publicó un fragmento de este artículo en el diario El Nacional. Aquí se reprodujo completo. Foto: Stuartiroff This entry was posted on Thursday, July 16th, 2009 at 11:00 am and is filed under Artes, Fundación Valle de San Francisco, Perspectivas You can follow any responses to this entry through the Comments (RSS) feed. You can leave a response, or trackback from your own site. Prodavinci -5/5- 04.09.2015