Vocación y realización de la persona Proyecto de vida y condiciones socioeconómicas José María Berro Miembro de la CGT y del Instituto E. Mounier T entación de cualquier artículo, aunque deba tratar solamente el aspecto parcial de un tema, la vocación en este caso, es iniciarlo con una definición sobre la misma. Dejemos que cada uno la entienda con los matices y acentos que considere oportunos y atengámonos aquí a que, aún siendo la vocación algo relativo a la naturaleza de la persona, viene influida, favorecida o perjudicada en sus posibilidades de desarrollo, por condicionantes externos. Y aunque esos condicionantes se manifiesten en las diversas facetas o ámbitos sociales, sí me parece importante destacar que no pueden reducirse a ellos y que estos no son más que el síntoma de un condicionante más general. De lo contrario sería todo muy sencillo; si hoy el surgimiento de la vocación estuviera obstruido solamente por algunas deficiencias en el sistema educativo o en las relaciones laborales, bastaría con algunas mejoras parciales en ellos para arreglarlo. No hay que despreciar esas mejoras, y es seguro que cualquier mejora parcial en cualquier campo social introduce avances que favorecen el desarrollo vocacional, como los retrocesos parciales lo perjudican, pero creo que el asunto es más complejo. El diagnóstico inicial y punto de partida pudiera expresarse como que algo se ha roto en nuestra sociedad que le afecta en su centralidad y se manifiesta en todos sus ámbitos. Es como una falla ancha y profunda que se va agrandando continuamente y que no puede ser salvada por los puentes que pueden tenderse en esos diver- sos campos sociales. El sindicalismo es impotente en su terreno porque no es sólo un problema de relaciones laborales. Los movimientos pedagógicos y la buena voluntad de algunos enseñantes choca con algo que les sobrepasa. El empeño de muchos padres de familia no es suficiente para recomponer ésta. La actuación, en fin, de los grupos ecologistas, antimilitaristas, feministas… no alcanza a cubrir sus objetivos por similares razones. Para nada quisiera aminorar la importancia de todos esos intentos al destacar su insuficiencia y las limitaciones que hoy todos reconocemos. Esa misma insuficiencia es una parte, otra forma de expresar, el punto de partida inicial: «algo profundo se ha roto en nuestras sociedades», y ese resquebrajamiento se sitúa en un plano distinto en el que nuestra capacidad de influenciarlo es muy reducida, en el que nuestra posible buena voluntad choca con algo que le sobrepasa. Y, aunque cualquier definición de esa ruptura sea una forma de simplificación, el rasgo más característico y definitorio de ese desequilibrio es el de un proceso crecientemente acelerado de mecanización, que convierte a la sociedad en sistema y que anula, y —en el caso de que esa anulación no sea total— somete cualquier forma de voluntad colectiva o individual, erigiéndose siempre por encima de ella. Esa mecanización es la independización del todo (del sistema que somos todos y que no es nadie) sobre las partes, su absolutización o colocación en otro plano por encima de aquél en el que se desarrolla la activiAcontecimiento 41 Análisis dad humana, de tal forma que ésta no puede alcanzar a variarla. Es como si el modelo de sociedad se nos hubiera escapado de las manos adquiriendo una dinámica propia, unas leyes que lo rigen propias, una voluntad propia, que es independiente de toda voluntad individual y de su posible (imposible) suma. Una realidad que se plasma en formas diversas: • La enorme separación entre poder y sociedad. • El sometimiento de lo concreto a lo general. • El predominio de los medios técnicos y de los elementos de mediación sobre la voluntad y los objetivos. • El empequeñecimiento de lo humano. • El ritmo crecientemente acelerado. • La invasión de todo espacio y de todo tiempo; el permanente llenado desde fuera. En definitiva, se ha abierto una fractura entre el todo y la parte, entre el peso de lo que ya es historia y las posibilidades de futuro, entre el uso que hemos hecho de las posibilidades que hemos desarrollado hasta el presente y el que podemos hacer de las posibilidades que nos quedan por desarrollar. Parece como si fuéramos una sociedad vieja, una humanidad vieja, a la que ya no le queda sino arrastrar y sufrir las consecuencias de su pasado. Esa mecanización del todo, del «sistema», convierte a las partes en piezas de engranaje, en función utilitaria, sustrayéndole su autonomía y sometiendo sus posibilidades hipotéticamente implícitas. Previo a centrarnos en lo socioeconómico, que es de lo que debiera tratar el artículo, sí conviene apuntar que el individuo que se inicia como sujeto socioeconómico autónomo (o con un cierto grado de autonomía relativa) llega con una experiencia importante que le hace estar ya resabiado y baqueteado. La familia ha sido (y está dispuesta a seguir siendo) un ámbito garantista que muestra su operatividad para evitar la caída en la exclusión, pero carece de posibilidades para una oferta más propositiva; también ha sido un buen refugio de acogida y de cariño, pero, muy invadida por el ambiente general, no es capaz de convertirlo en criterios propios, en educación, en exigencia. La escuela y sus prolongaciones han supuesto un aparcamiento que mejora la alternativa de la calle, pero el individuo 42 Acontecimiento que se enfrenta al trabajo entre los 15 y los 22 años, normalmente, forma parte de la legión de integrantes del fracaso escolar (aunque no figure en las estadísticas o sólo lo haga en las del último ciclo intentado), ha dado por cerrada (en principio, por lo menos) su contacto con el saber, carece de educación y a lo sumo, ha adquirido algunos conocimientos profesionales que por su abundancia no suponen gran valor social ni le ofertan ninguna expectativa. Con un grado importante de frustración, de increencia en sí mismo y en los demás, reduce sus aspiraciones a mantenerse a flote en la corriente dominante. A la pregunta sobre qué va a hacer, responde con un «ya veremos» o un «lo que sea», dando por sentado de antemano que las cosas no dependen de él mismo. Así, está dispuesto a trabajar en lo que salga, sin más, y sus contactos iniciales con el mundo del trabajo le supondrán un ejercicio de disciplinamiento y una rebaja de cualquier pretensión o aspiración que pueda albergar aunque no se atreva a manifestarla. El 33% de los puestos de trabajo actuales son precarios, sin contar que los contratos indefinidos recientemente legislados no dejan de ser una forma de precariedad. Quiere esto decir que el que se está iniciando no tiene acceso más que a esos contratos, los demás están ocupados por trabajadores antiguos. Y no es sólo la precariedad; buena parte de esos puestos de trabajo están fuera del proceso productivo general y dedicados a cubrir demandas directas de individuos que están dentro y bien situados en ese proceso; empleadas de hogar, repartidores a domicilio de casi todo, cuidadores del jardín o del abuelo… hoy son abundantes los que trabajan para un particular, no para una empresa o un empresario, no ofertando un servicio al que puede acceder cualquiera, sino respondiendo a la demanda concreta, circunstancial y particular de otros individuos. Además, durante la etapa inicial el modelo de relaciones laborales le va a hacer ofertas especiales. Cualquier puesto de trabajo, incluso aquéllos que no requieren ningún tipo de especialización, puede ser ofertado vía contrato de aprendizaje, con el que, por un salario de 65.000 ptas., trabajará las horas que se le ordenen. El joven va aprendiendo, naturalmente; va aprendiendo a adaptarse a cualquier empleo y Vocación y realización de la persona condiciones de trabajo, a someterse y a recortar cualquier aspiración. La segunda oferta especial son las Empresas de Trabajo Temporal (ETTs): la duración media de esta modalidad de contratación no llega a los dos días por contrato y también empeora, pese a la última reforma, las condiciones laborales y salariales de otras formas de contratación. Unos pocos años con contratos de aprendizaje y de ETTs, dejarán al aspirante a integrarse en el mundo laboral más suave que un guante, dispuesto a cualquier cosa que se le oferte y teniendo como máxima aspiración el acabar accediendo a las listas de contratación de cualquier gran empresa (garantía aparente de estabilidad), estar en ellas un tiempo imprevisible como eventual (entrando y saliendo) para al final llegar a un contrato indefinido con menor salario y menos derechos que los que tienen contratos fijos antiguos, pero que a él se le presenta como si hubiera llegado a la Meca. Este proceso de errabundez puede durar entre 10 y 20 años, hasta los 35 o 40 años de edad, en los que el individuo logra una situación de relativa estabilidad. Eso quien no pasa a esa otra categoría de parados todavía más cerrada y ya definitiva, «los mayores de…» o su deambular se convierte en perenne repartiéndose entre la eventualidad ocasional, los programas de ayudas y las empresas de inserción. Alcanzada esa situación «estable» sus disyuntivas laborales se van a desenvolver entre el sí y el no a las horas extras, el cómputo anual de horas de trabajo con mayor o menor flexibilidad en su utilización por la empresa, que significa una mayor o menor disponibilidad del trabajador para con ella y el número de turnos. El único objetivo, después de haber llegado a una cierta estabilidad, es el de alcanzar la edad de jubilación. Llegar a la jubilación significará haber sobrevivido. Naturalmente a esta descripción del currículum laboral se le puede objetar que hay quien entra a los 16 años en un taller y desarrolla en él toda su vida laboral, adquiriendo, además, una progresiva capacitación profesional; que otros encuentran pronto un hueco en una empresa o servicio público; y a otros les va, todavía mejor. Esto es verdad, pero es una verdad más pequeña cada día, mientras que está más generalizado el proceso descrito. Este itinerario laboral tiene una gran importancia en el planteamiento vital del individuo. Hace ya demasiado tiempo que el capitalismo acabó con el componente vocacional del trabajo en la mayoría de los empleos. La mediación del capital supedita el trabajo a la máquina (capital) desproveyéndolo de toda profesionalidad y de toda realización de capacidades, privándole también de buena parte de su objetivo de satisfacción de necesidades y priorizando el de obtención de beneficio, con lo que el trabajo perdió su capacidad de dotación de sentido y utilidad. No obstante, hasta fechas recientes, se había llegado a una especie de arreglo. El trabajo no realizaba y había perdido su contacto con el placer (en el sentido más noble) pero resolvía la vida y liberaba tiempo para plantearse formas diversas de realización en otros terrenos, aunque fueran al margen y suponiendo un corte con la situación laboral. También en lo laboral, la estabilidad propiciaba un cierto equilibrio soportable, el individuo desarrollaba las habilidades para trabajar con el menor desgaste posible y hasta permitía alcanzar un cierto grado de identificación con «su» trabajo, aunque fuera una identificación en pugna. Hoy ese equilibrio se ha roto radicalmente y no tiene visos de recomponerse aunque sea en una modalidad distinta, más degradada. Una hipotética recomposición del equilibrio que sea tardará en alcanzarse algunas generaciones. Mientras tanto, aquéllos a los que les toca vivir el presente van a ver muy sometidas y recortadas sus posibilidades por el actual estado de las relaAcontecimiento 43 Análisis ciones laborales. Hemos pasado de que el trabajo dejase de ser fuente de sentido para una buena mayoría de la población, a que entorpezca muy considerablemente el poder alcanzarlo, no sólo en lo laboral, sino también en cualquier otra faceta de la vida pues el trabajo actual las marca todas: 1. Genera una especie de fatalismo resignado. El individuo acaba aceptando trabajar de cualquier cosa que le permita vivir de ello, al margen de cuáles sean sus inclinaciones y al margen de aquello para lo que se haya preparado en su etapa de aprendizaje. Cualquier atisbo de vocación profesional, que haya sobrevivido a la etapa de instrucción tendrá muchas posibilidades de sucumbir a los primeros contactos con el mundo laboral. El trabajo ha pasado de tener una carga de no realización, a tenerla directamente de frustración. 2. El peregrinaje de un trabajo a otro, en las etapas iniciales de la vida laboral, supone una desidentificación absoluta con cualquier trabajo concreto. Es significativo, por ejemplo, que en la presentación cotidiana de una persona, junto a su nombre, era habitual añadir la profesión e incluso la empresa en la que trabajaba. Hoy, en la mayoría de los casos, ni los demás identifican al individuo con su trabajo, ni él tampoco lo hace. El trabajo, de ser parte de uno mismo, forjador y componente de la propia personalidad, se ha reducido a mera circunstancia accidental y provisional. En estas circunstancias, mentarle a un joven que ha pasado por 12 ó 15 trabajos en sus primeros 8 años de vida laboral, con toda suavidad y relativismo, el aspecto vocacional y realizador del trabajo, recibe una contestación en forma de mueca mezcla de odio y escepticismo llevado al limite. Con todo, podríamos considerar que lo laboral profesional no lo es todo y que la vocación puede tener otros muchos campos de surgimiento y de expresión. Esa persona que no se identifica con su trabajo y que acepta lo que le sale con cierto fatalismo, puede desarrollar en otros campos el juego de elección y de búsqueda, de desarrollo de aspiraciones y de identificación en que consiste lo vocacional. Pero la actual 44 Acontecimiento situación laboral afecta también a esos otros campos de la vida y lo hace también en esa dirección de entorpecimiento de toda dimensión de sentido, de encuentro con un espacio vital propio, de proyección de futuro. 1. Una primera consecuencia es la pérdida de relación en el mundo del trabajo, o su acondicionamiento a la provisionalidad imperante. Cuando el trabajo era estable se alcanzaban entre los trabajadores unas relaciones estables, llegando a constituir todo un mundo social dentro de cada centro de trabajo. En él cada individuo acababa encontrando su papel propio y diferenciado de acuerdo a sus capacidades y formas de ser; el individuo acababa apareciendo tal como era y así era aceptado con la carga, sintonías y disintonías propias de cualquier relación social. Esas relaciones personales con frecuencia iban más allá del centro de trabajo, constituyendo una fuente de relaciones personales y sociales estables. Hoy las relaciones son las de gente de paso que se encuentra breve y casualmente. Ni se sienten unidos por una misma condición (la de estar vinculados a unas condiciones de trabajo similares), ni tienen tendencia a establecer vínculos personales. Simplemente están juntos por algún tiempo y se soportan. Lo esporádico, cuando se convierte en norma, trivializa. 2. No sólo el tiempo de trabajo se modifica, sino que condiciona todo el tiempo, toda la vida, del trabajador, sometiéndolo a sus exigencias. Cada día la flexibilidad horaria es mayor, y de ella dispone el empleador con el solo límite del computo anual de horas. También aumenta el número de turnos llegándose a la fábrica en funcionamiento las 24 horas de los 365 días del año. Todo ello aumenta la disponibilidad del trabajador y la supeditación de todo su tiempo vital a esa flexibilidad-disponibilidad que se le impone. Un día puede trabajar 4 horas de mañana y al siguiente 9 ó 10 de tarde o de noche, su día de libranza semanal puede ser cualquiera de los de la semana y las vacaciones pueden tocarle en cualquier época del año. Supone un desbarajuste que le impide organizar y aprovechar el tiempo que le queda fuera del horario laboral y le limita fuertemente su vida social. Cada día es- Vocación y realización de la persona tamos más individualizados y las relaciones laborales contribuyen a este hecho; ritmos dispares e imprevisibles difícilmente pueden compatibilizarse y cada uno acaba montándoselo por su cuenta: su deporte, su ocio, sus salidas, sus vacaciones… su vida. 3. Habría que sumar también, aunque todavía esté poco implantada pero no por falta de ganas, la movilidad geográfica. Una ruptura del espacio propio; familiar, social, terrenal. El discurso sobre los inconvenientes del piso en propiedad y las libertades del alquiler permanente que los políticos presentan como parte del progresismo, supone parte de esa tendencia a la desvinculación del individuo con cualquier espacio propio. 4. La organización actual del trabajo no afecta sólo a la utilización del tiempo, sino a su misma concepción. Adaptarse a las actuales circunstancias no se consigue sin que el individuo se vea obligado a variar su concepción del tiempo, que deja de ser algo continuo y sucesivo, para convertirse en una suma de momentos puntuales sin relación. El inmediatismo arrasa con cualquier visión más o menos unitaria de la vida y todavía más de la historia. El efecto más notorio de la precariedad laboral es la instalación en la provisionalidad, en el inmediatismo, en una especie de permanente presente pero sin impulso vital. 5. Se nota esto en la variación que han sufrido los hábitos de consumo. Si las generaciones anteriores tuvieron una concepción de la riqueza ligada al acrecentamiento y mejora del patrimonio, como riqueza estable para el presente y el porvenir, la generación que hoy ocupa el mundo redujo la riqueza a dinero, a capacidad de consumo con una cierta previsión que incluyera elementos como la educación de los hijos, el piso, las vacaciones, el plan de jubilación, etc. y las generaciones emergentes ven la riqueza como capacidad de consumo inmediato. Un joven con un salario corto del que no sabe si dispondrá mañana, sólo tiene acceso a un fin de semana más despilfarrador, a algún plan parecido a unas vacaciones cuando pilla una buena racha, y a una cadena musical, una moto o un coche como máxima expresión de su capacidad de inversión en el largo plazo. 6. El inmediatismo se traslada a todos los comportamientos y actitudes de la vida. Como anécdota significativa es bueno observar el esfuerzo que les supone a muchos de los jóvenes la planificación sostenida del tiempo requerida para algo tan nimio y deseado como Acontecimiento 45 Análisis sacarse el carné de conducir, un logro que puede tardar años en alcanzarse y que acaba necesitando una luz o apremio especial. Anécdotas aparte, el efecto más notorio es el alargamiento casi patético de la juventud, en cuanto etapa provisional, carente de proyectos vitales y de la asunción de compromisos. El retraso de la edad de marcha de la casa paterna no supone ninguna forma de revalorización de la familia, sino sólo ese retraso en plantearse el propio proyecto y el alargamiento en el descompromiso consigo mismo y, por supuesto, con el otro. Es «el ir tirando». El «no futuro» es algo más que una frase rockera, es el resultado de la adaptación y el plegamiento a la situación que les viene dada y al cómo se les aparece la actual sociedad y el mundo. No es, desde luego, el ambiente más propicio al surgimiento y desarrollo de cualquier vocación. Hoy el encuentro con el trabajo se presenta a buen número de individuos como una situación castrante, reductora de cualquier aspiración, terriblemente sometedora a lo que existe, a una realidad sórdida, cerrada, en la que queda atrapado el individuo. La sordidez que envuelve la realidad se traspasa a la vida, a la persona. Una realidad tan fuerte y total que ante ella el individuo se siente anonadado, pierde su condición de sujeto o la ve muy mermada por el predominio de la realidad que le es dada, que le es impuesta. Siempre las circunstancias condicionan la libertad humana pero cuando lo hacen de forma tan determinante, ofreciendo a la libertad un margen tan estrecho, más que condicionarla la anulan, haciendo que desaparezca. Recorta el panorama vital en todos sus aspectos. Recorta la capacidad de proyectarse hacia el futuro por falta de base sólida sobre la que afianzarse y marcarse nuevas metas. Una de las características del individuo actual es el retraso en el diseño de su proyecto de vida, cuando ese re- 46 Acontecimiento traso no se convierte en carencia definitiva. El retraso no es sólo un aplazamiento; es en la juventud cuando se tiene ilusión y fuerzas para emprender una búsqueda, cuando se confía en no quedar atrapado en la estadística y en ser algo más que mera repetición programada, y es la época de la vida más generosa, y más susceptible de seguir aquello que se considera más noble, por encima de intereses y de dificultades. Frente a esa dificultad de proyecto, el individuo vive al día y se encierra en lo inmediato. Pero no es un vivir al día que muestre vitalismo, alegría y mayor entrega a lo concreto y al momento, sino carencia e imposibilidad de plantear el futuro. Es el vivir al día reducido a inmediatismo, a cortedad de miras, a achicamiento de horizontes. Un inmediatismo en el que la voluntad pierde razón y guía siendo más débil frente a la oferta/imposición proveniente del exterior. El inmediatismo es fácilmente llenable y, además, fácilmente llenable de basura. Los actuales factores socioeconómicos tienden a delinear un individuo sin aspiración, sumiso, adaptable, provisional, a trozos, llenado desde fuera… que para nada favorece el encuentro con uno mismo que requiere el surgimiento de una vocación. Incluso, el individuo permanentemente sometido, utilizado y reducido a función es difícil que considere que él sea alguien, que su yo mismo exista, que la voluntad y la libertad, las suyas, sean cualidades fundadoras desde las que oponerse al sin sentido. Cuando perdemos capacidad de variar la realidad, de influir en las situaciones y de hacer frente a las circunstancias, en la misma medida perdemos capacidad de hacernos a nosotros mismos. Es un proceso reductor, de cosificación, que avanza de lo material a lo social, y de éste a lo psíquico, y de lo psíquico a lo espiritual. El actual endurecimiento de las condiciones económicas y sociales no es la causa de ese proceso (muy al contrario, seguramente es una de sus consecuencias) pero sí es un factor que lo reafirma y lo acelera de forma muy alarmante.