Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo BIBLIOTECA DE RECURSOS ELECTRÓNICOS DE HUMANIDADES para red de comunicaciones Internet ÁREA: Literaturas Extranjeras-Norteamericana Los contenidos incluidos en el presente artículo están sujetos a derechos de propiedad intelectual. Cualquier copia o reproducción en soportes papel, electrónico o cualquier otro serán perseguidos por las leyes vigentes. Liceus, Servicios de Gestión y Comunicación S.L. 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Se hace especial hincapié en una serie de transformaciones económicas y sociales que se produjeron tras la Guerra Civil y que supusieron un radical cambio de paradigma en la forma de concebir al ser humano en su relación con el entorno y con sus propios ideales. Debido a la diversidad y complejidad de las distintas influencias —muchas relacionadas con los cambios internos de la nación, pero otras llegadas a través de las ciencias y de las artes desde el viejo continente— la narrativa naturalista se nos presenta como un arte proteico que adopta diferentes formas dependiendo de las distintas vivencias e intereses de los autores. Aunque la mayoría de ellos revelan una clara afinidad a las tesis del darwinismo social y de un determinismo pesimista, cada artista incorpora una serie de elementos idiosincrásicos que enriquecen su visión. En este artículo sólo nos ocupamos de los tres o cuatro autores que produjeron sus obras más memorables antes del cambio de siglo (1900). 2 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo 1. Introducción Pocos periodos en la corta historia de los EE.UU. han sido testigo de la increíble aceleración socio-económica que se produjo entre la Guerra de Secesión y la Primera Guerra Mundial (1865-1914). Las causas de esos cambios acelerados fueron, como veremos más adelante, muy diversas y afectaban a ámbitos tan distintos como el de la educación, las migraciones humanas, la economía o las relaciones entre la religión y las ciencias. En cualquier caso, de lo que no cabe ninguna duda es que el país que se había lanzado a una lucha fratricida a mediados del XIX tenía muy poco que ver con el que entró ya como superpotencia mundial en el siglo XX. No es de extrañar por ello que muchos críticos e historiadores hayan definido este periodo de apenas cuarenta años como aquel en el que la cultura estadounidense perdió los últimos vestigios de su inocencia. Debido sobre todo a los descomunales desplazamientos demográficos, al desarrollo tecnológico e industrial y al cambio de los valores que dominaban la vida de una mayoría de los norteamericanos, se hizo obvio que los mitos e ideales que habían guiado las reflexiones de pensadores y literatos como de Tocqueville, Jefferson, Emerson o Holmes habían perdido ya buena parte de su vigencia. Los transcendentalistas fueron los últimos en ver signos de continuidad entre la naturaleza, el hombre y ese Ser Superior que todo lo había creado. Tras la contienda civil entre un sur todavía agrícola y el norte más industrializado resultaba mucho más difícil vislumbrar toda aquella red de interconexiones entre lo humano y lo divino que había resultado tan manifiesta para Emerson y sus coetáneos. Las tres últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX se caracterizaron por la eclosión de nuevas aspiraciones tanto intelectuales como literarias que intentaban dar respuesta a los retos y preocupaciones que surgieron como consecuencia de la gradual volatilización del idealismo y el individualismo a ultranza que habían dominado épocas anteriores. Con la consolidación de nuevos avances tecnológicos, sociales y sobre todo económicos, el universo había dejado de ser aquel sistema equilibrado y armónico que había cautivado la mente de artistas y pensadores de principios del XIX. Como Leo Marx demuestra en su clásico The Machine in the Garden, aquel paisaje pastoril y paradisíaco de la Norteamérica de los primeros años de la república se vio sustituido por un caos de fuerzas —con frecuencia antagónicas— que desorientaban al individuo hasta convertirlo en víctima propiciatoria del sistema. En este contexto, la voluntad humana perdía buena parte de su relevancia pues resultaba inefectiva frente a una serie de condicionantes internos y externos que iban a determinar el destino de cada persona. Mientras que los novelistas realistas creían todavía que el poder de decisión del individuo valía para algo —véanse los ejemplos de personajes literarios 3 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo como Huck Finn, Silas Lapham o Isabel Archer—, los naturalistas van a ofrecer una visión más sombría de la realidad con unos personajes que difícilmente encuentran el espacio necesario para imponer sus propios deseos. La celebración del centenario de la Declaración de Independencia de la nueva república, que tuvo lugar en Filadelfia en 1876 y contó con la presencia de diez millones de visitantes, hizo evidente todas las luces y sombras que acompañaban la transición del país de su tierna infancia a su edad madura. Si bien era evidente que los EE.UU. estaban llamados a ocupar un lugar destacado en el nuevo orden mundial por su potencial económico y su posición geopolítica, no lo era menos que la Gilded Age (era dorada), que Twain y Warner retrataron en su emblemática obra con el mismo nombre, ocultaba otras realidades mucho menos cautivadoras. De hecho, la ficción, y en algunos casos el teatro y la poesía, de los autores de finales del XIX centró su atención en los costes que innumerables seres humanos hubieron de pagar por la transformación de una sociedad agrícola y rural en una industrial y urbana, por la súbita erupción de un capitalismo financiero desenfrenado que estaba hambriento de recursos naturales y mano de obra, por la búsqueda de nuevos horizontes tras el cierre de la frontera del oeste americano en 1893 o por la invención de novedosas máquinas que dejaban obsoletas toda una serie de profesiones (ver la poesía de E.A. Robinson). Es muy probable que si a cualquier estudioso de la literatura norteamericana se le preguntase por las figuras clave del American Renaissance (romanticismo) y de la corriente realista, no tendría mayor problema en designar a Ralph W. Emerson y a William D. Howells como los verdaderos catalizadores de estos movimientos literarioculturales. Más difícil resultaría realizar este ejercicio con respecto al grupo de artistas que habitualmente han sido clasificados como pertenecientes a la corriente naturalista: Stephen Crane, Frank Norris, Ambrose Bierce, Jack London o Theodore Dreiser. En efecto, como González Groba (2001: 130) y otros han observado acertadamente, “las diferencias entre las características y las modalidades de ficción de estos escritores resaltan a menudo más que las similitudes y tampoco es fácil extraer de sus obras de crítica y de ficción una definición coincidente y consistente” de lo que cada uno de ellos entendía por ‘naturalismo’. Si bien es verdad que la mayoría de las obras de estos escritores comparten una serie de intereses temáticos y rasgos estilísticos, pecaríamos de un evidente simplismo analítico si concluyésemos que todos ellos se vieron guiados por unas pautas específicas en la representación artística. Es posible que Pizer (1984: 9) esté en lo cierto cuando mantiene que debiéramos entender el naturalismo literario como una ‘prolongación’ de la tradición realista, aunque, eso sí, con una diferente orientación filosófica que pone el énfasis en un determinismo muy pesimista que condena a los personajes a finales trágicos. Ahora bien, más allá de 4 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo estas coordenadas tan amplias y generales, resulta complicado establecer una serie de indicadores que nos permitiesen determinar el grado de fidelidad de los distintos autores al naturalismo literario. Martín Gutiérrez (2003: 96) hace notar a este respecto que desde sus inicios en la última década del XIX hasta el reformismo de cuarenta años más tarde, “el naturalismo evolucionó al compás de las circunstancias y cambios históricos concretos sin proponer un estilo específico”. Tanto la ausencia de un único ‘arbitro’ o catalizador entre esta joven generación de escritores como la rapidez de los cambios de todo tipo tuvieron seguramente mucho que ver con la heterogeneidad y la diversidad de su producción. Sin embargo, convendría también tener en cuenta las distintas influencias —internas y llegadas del extranjero— que se conjugaron de maneras muy particulares en cada uno de los autores para dar una forma concreta a sus experimentos narrativos. 2. Una genealogía de la ficción naturalista Numerosos especialistas han indagado recientemente en las influencias de distinta índole que produjeron un radical cambio de paradigma en la forma de ver el mundo y de representarlo de los escritores del periodo de entreguerras. Por una parte, se alude con frecuencia a la Guerra Civil como el evento fundamental que marcó un antes y un después en la historia del país al haber dado, paradójicamente, un impulso decisivo al desarrollo industrial y organizativo del país. A nadie se le escapa que los conflictos bélicos suelen tener ciertos efectos revitalizadores y la Guerra de Secesión resulta un buen botón de muestra. En el periodo entre 1861 y 1869 se produjeron hitos históricos tan importantes como el establecimiento del telégrafo transcontinental, la aprobación del Homestead Act (1862) —que abrió vastas extensiones de tierras al oeste del país a los espíritus más emprendedores y acabó por ‘arrinconar’ por completo a las tribus nativas de aquellos territorios—, la fiebre del oro y la construcción del ferrocarril de un extremo a otro de la nación, que atrajo cantidades ingentes de inmigrantes y pioneros hacia esas tierras, mientras algunos empresarios empezaron a amasar incalculables fortunas. En palabras de Mitchell (1991: 499), “el nuevo Gran Negocio hizo millonarios a los Gould, Carnegie, Armour y Rockefeller, pero presionó a la abrumadora mayoría de los americanos hacia la clase obrera industrial”. Resulta evidente que todos estos movimientos de personas, capital e información produjeron profundos cambios en los temas que iban a resultar de interés a los escritores pero, sobre todo, transformaron su forma de ver el mundo, las relaciones humanas y las cuestiones morales. Al mismo tiempo, parece poco probable que los autores de las dos últimas décadas del XIX en Norteamérica vivieran ajenos a los giros copernicanos que la ficción narrativa estaba 5 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo experimentando al otro lado del Atlántico. Casi todos los análisis de la novelística de Norris, Garland o Dreiser comienzan por reconocer el influjo que la obra y las ideas de escritores como Balzac, Dickens, Zola y Turgueniev tuvieron sobre sus narrativas. En el caso de los autores naturalistas, fueron seguramente las reflexiones de Émile Zola en los prefacios de algunas de sus novelas (véase el de Thérèse Raquin [1867], por ejemplo) las que tuvieron una mayor incidencia en la forma de concebir el acto creativo de los norteamericanos. Para ser concisos, dos fueron los principios fundamentales que adoptaron de sus predecesores europeos: por un lado, el arte debía ofrecer una representación objetiva y minuciosa de la realidad que les rodeaba y, por otro, esa representación cuasi-científica debía evitar cualquier expresión de juicio moral acerca de los eventos o acciones que en ella se recogían. Según Martín Gutiérrez (2003: 92), aunque “la siembra del realismo [y naturalismo] europeo en América no produjo una cosecha abundante, sí encontró un terreno abonado por el ambiente social en ebullición y un momento histórico propicio”. Pero quizás la influencia más importante sobre esta generación de escritores no les llegó ni de su experiencia de un país en constante evolución —y expansión, ya que fue entonces cuando se hicieron visibles los primeros signos de un incipiente imperialismo— ni de allende los mares, pues como señala Mitchell (1991: 497), “la mayoría de las revoluciones intelectuales europeas pasaron inadvertidas para los naturalistas americanos”. No cabría decir lo mismo de los abrumadores avances científicos desde el primer cuarto del siglo XIX, cuando Auguste Comte y Georges Cuvier ya habían empezado a construir teorías más positivistas de las ‘ciencias humanas’ que dejaban atrás tanto las constricciones de la fe cristiana como de la ideología republicana. Pero fueron las tesis del inglés Herbert Spencer, combinadas con las teorías de Darwin sobre la selección natural de las especies, las que a partir de la década de 1870 cautivaron la mente de muchos norteamericanos. Para Spencer, la sociedad habría de guiarse por dinámicas y principios similares a los que se observan en la naturaleza, esto es, un laisser-faire a ultranza que haría que sólo los más fuertes sobrevivieran a los inevitables conflictos sociales, económicos y culturales. Como observa Roland Martin (1981: xi), “la idea de que la realidad es meramente un sistema de fuerzas tuvo gran popularidad e influyó decisivamente en la América de finales del XIX”. Ni qué decir tiene que esta nueva percepción de la realidad tuvo un impacto muy importante en la forma de representar el entorno de los escritores naturalistas. Norris, Cahan, Crane o Sinclair tienden a elegir personajes inadaptados o marginales del tejido social que pierden progresivamente el control de su destino y son, finalmente, destruidos por un universo totalmente indiferente a sus deseos y aspiraciones. “[P]ara los escritores naturalistas”, mantienen Furst y Skrine (1971: 18), “el hombre es un 6 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo animal cuya vida viene determinada por su herencia genética, las condiciones del entorno y las presiones de cada momento”. Y añaden, “esta visión tan deprimente priva al ser humano de su libre albedrío y de cualquier responsabilidad en sus acciones ya que estas son el producto inevitable de unas fuerzas físicas y unas condiciones que escapan totalmente a su control”. Un breve, pero muy conocido, poema de Stephen Crane resume a la perfección esta cosmovisión naturalista: Un hombre dijo al universo, “Pero Señor, ¡yo existo!” “Sin embargo”, contesto el universo, “Ese hecho no ha creado en mí Ningún tipo de responsabilidad”. 2.1 La cosecha de los cambios Dado el papel primordial que las nuevas condiciones socio-económicas y fuerzas físicas juegan en la ficción naturalista, conviene al menos realizar un somero repaso de los factores que contribuyeron decisivamente a convertir la existencia humana en una especie de parodia en la que la aplicación de consideraciones éticas resulta del todo irrelevante. En su libro Harvests of Change, Jay Martin (1967: 21) explica que: Asediada por toda clase de novedosas experiencias; enfrentándose a profundas transformaciones en los patrones sociales y demográficos; perpleja y deslumbrada por las nuevas fuentes de riqueza; entusiasmada con la ciencia y los inventos, la forma de pensar norteamericana perdió su orientación y su sentido de la realidad al no poder apoyarse ya en los valores tradicionales. Esa forma de pensar de finales del XIX quedó fragmentada por un conocimiento que cayó sobre ella de manera demasiado inesperada y repentina. El primer capítulo de ese libro nos ofrece un sucinto e iluminador recorrido por aquellos factores que ocasionaron la desaparición de la sociedad prebélica y la aparición de un nuevo contexto en el que el sujeto había de guiarse por otros ideales. En este sentido, era evidente que los estadounidenses ya no veían a los soldados y aguerridos pioneros (ver la ficción de J.F. Cooper) como sus héroes culturales. Las necesidades creadas por la Guerra Civil en los medios de transporte, industria textil, armamento o el empaquetado de carne habían generado una actividad empresarial y un grupo de empresarios que se iban a convertir en los verdaderos modelos a seguir. Los relatos de Horatio Alger sobre el ascenso de héroes anónimos “de los harapos a la abundancia” y los pasajes de los McGuffey Readers que cautivaron la imaginación de los americanos desde 1840 hasta finales de siglo contribuyeron a la consolidación del 7 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo nuevo mito. No es de extrañar por ello que el número de millonarios se disparase en poco más de treinta años, pasando de ser alrededor de un centenar a sobrepasar el número de cuatro mil para 1893. En su trilogía (The Octopus, The Pit, “The Wolf”) sobre la producción, el transporte, la distribución y el consumo del trigo, Frank Norris ofrece una fascinante disección de los mecanismos económicos que concentraron más de una cuarta parte del capital de la nación en esas pocas manos. Por supuesto, esa carrera ciega y desesperada de muchos ciudadanos hacia la riqueza dejo más víctimas que triunfadores ya que “The Gospel of Wealth” (“El evangelio de la riqueza”), que Carnegie propuso en su famoso opúsculo, se caracterizaba por el sacrificio de los menos dotados y favorecidos en beneficio de los más fuertes. Figuras como la de McTeague en la novela homónima de Norris o de Clyde Griffiths en An American Tragedy (1925) de Dreiser revelan en toda su crudeza los terribles niveles de violencia y degeneración a que podían llegar ciertos personajes en su incontrolada carrera hacia un éxito material que casi siempre estaban totalmente fuera de su alcance. El arduo batallar por la supervivencia que las nuevas industrias manufactureras y la explotación incontrolada de los recursos naturales supusieron para una gran parte de los norteamericanos (veáse Life in the Iron Mills de Rebecca H. Davis o The Jungle de Upton Sinclair) se vio agravado aún más si cabe por las duras e infrahumanas condiciones que se daban en algunas de las grandes urbes. Fue precisamente en ciudades como Nueva York, Chicago o San Francisco donde los contrastes entre las clases afluentes y los desfavorecidos se hicieron más patentes. En su clásico The Theory of the Leisure Class (La teoría de la clase ociosa, 1899), el sociólogo Thorstein Veblen analiza, no sin cierto sarcasmo, los opulentos hábitos de la clase acomodada —que importaba castillos europeos, daba interminables fiestas o se compraba títulos de nobleza—, mientras a pocas manzanas las clases trabajadoras sufrían todo tipo de penurias. González Groba (2001: 158) destaca que en la narrativa naturalista, “los escenarios se trasladaron de los recibidores y salas de estar de la burguesía a los barrios bajos y a las factorías, y los refinados modales de la clase media dieron paso a un mundo de lucha brutal y despiadada por la supervivencia en el ámbito de los negocios y en la jungla urbana”. Stephen Crane fue el primero que, en su Maggie: A Girl of the Streets (1893), mostró el coraje suficiente para plasmar en toda su crudeza y brutalidad la existencia en los barrios más deprimidos de las ciudades. Su ‘heroína’, que vive en el Bowery neoyorquino, se convierte en chivo expiatorio de un entorno que nunca llega a comprender y apreciar su enorme potencial humano y la condena a pasar por todo tipo de vejaciones —incluso la prostitución— hasta su auto-inmolación en un río. La breve novela de Crane no sólo hace patente las difíciles condiciones de vida de millones de ciudadanos que tuvieron que adaptarse en un par de décadas de 8 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo una cultura agraria antes de la guerra a una industrial, sino que también muestra el enorme impacto que la inmigración tuvo en las grandes urbes. Melville y Whitman ya habían vislumbrado en sus obras varios lustros antes la creciente importancia que los contingentes extranjeros iban a tener para la nación; pero mientras su adaptación a la Norteamérica rural de la primera mitad del XIX había sido bastante fluida, su llegada a las grandes ciudades no se caracterizó por un fácil asentamiento e incorporación (véase la película Gangs of New York de M. Scorcese). Novelas como The Promised Land (1912) de Mary Antin o The Rise of David Levinsky (1917) de Abraham Cahan ofrecen una visión más edulcorada del proceso de asimilación a la cultura dominante, pero tampoco están del todo exentas de evidentes signos de desorientación identitaria y de referentes éticos. Pero fueron otras, como The Jungle (1906) de Upton Sinclair y Christ in Concrete (1937) de Pietro di Donato, las que presentaron la despiadada destrucción de inmigrantes lituanos e italianos que son literalmente engullidos por unas industrias y ciudades con frecuencia descritas como auténticos monstruos a la caza de nuevas víctimas: Habían sido derrotados; habían perdido la batalla, estaban acabados. No resultaba menos trágico por ser tan sórdido, pues tenía que ver con sus jornales y con el alquiler y la lista de la compra. Habían soñado con la libertad; con la oportunidad de mirar a su alrededor y aprender algo; de ser pulcros y decentes, de ver a sus hijos crecer sanos. Y ahora todo se había esfumado — ¡ya nunca ocurriría! Habían librado la batalla y la habían perdido. (La jungla, cap. XIV) A pesar de todas las consecuencias negativas que la irrupción de las nuevas fuerzas y aceleradas transformaciones produjeron tras la Guerra Civil, sería erróneo suponer que todos los artistas norteamericanos se dejaron someter a la ansiedad y el derrotismo que invadió a muchos de sus compatriotas. De hecho, el triunfo de la causa abolicionista en el conflicto civil sirvió de impulso a otros reformistas en el ámbito de la educación, los derechos laborales o la igualdad entre los géneros para desarrollar sus proyectos en un intento de combatir unos abusos e injusticias que cada vez se hacían más notorios. Para 1872 el Tribunal Supremo ya había dictado sentencia en varios casos para garantizar la gratuidad de la educación de todos los niños estadounidenses y el movimiento feminista —que había dado sus primeros pasos oficiales en la Seneca Falls Convention de 1948— experimentó una gran revitalización a finales de siglo, cuando hubo de redefinir los papeles que la mujer era capaz de asumir en la esfera pública. The Bostonians (1886) de Henry James describe, no sin ciertas dosis de sátira social, la lucha de varios personajes femeninos por establecer sus derechos en algunos ámbitos que antes les habían estado totalmente vetados. Pero son quizás 9 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo aquellas ficciones en las que el elemento feminista se entrecruza con el de las nuevas realidades en el mercado de trabajo las que ofrecen una visión más iluminadora de los problemas de muchas norteamericanas para conciliar sus propias aspiraciones con las expectativas que el resto de la sociedad tenía de ellas. Work (1873) de Alcott y The Silent Partner (1873) de Elisabeth S. Phelps exploran el inevitable conflicto que se producía entre las necesidades de autosuficiencia y autonomía de las mujeres y las ataduras que todavía las ligaban a sus funciones como esposas y madres. Aunque si hubiéramos de referirnos a una cosmovisión naturalista en algunas de las novelas ‘experimentales’ escritas por mujeres, las obras a estudiar serían quizás The Story of Avis (1877) de la propia Phelps y The Awakening (1899) de Kate Chopin. Ambas autoras reflejan la atormentada existencia de unas ‘heroínas’ que son incapaces de encontrar un equilibrio entre sus necesidades de autorrealización e independencia y las presiones que sobre ellas ejercen los personajes que las rodean. Tanto Avis como Edna Pontellier sucumben a las fuerzas de unos códigos de conducta que les impiden desarrollar sus potenciales tanto artísticos como emocionales. En su trabajo seminal sobre el naturalismo en EE.UU, Charles C. Walcutt (1956) defiende que es incorrecto interpretar la narrativa de autores como Crane o Norris como obras lúgubres y pesimistas pues, a pesar de las premisas filosóficas en las que se basaban, todos ellos se mostraban convencidos de las posibilidades de mejorar las condiciones de vida de los humanos. En el mismo sentido, Pizer (1984: 11) arguye que una de las tensiones clave en la ficción naturalista es la que se produce entre la representación de “las inquietantes verdades que [el autor] había descubierto en las visiones y experiencias de finales del siglo XIX, y su deseo de encontrar algún sentido a esas experiencias que reafirmase la utilidad de la constante lucha del ser humano”. Como veremos más adelante, en el caso de algunos de los escritores naturalistas resulta difícil negar la existencia de este elemento moralizante que muy probablemente les vino impuesto tanto por el impulso reformista de la época como por la convicción de que, a pesar de que los condicionantes biológicos y sociales influían de manera decisiva en la vida de sus personajes, aún quedaba un pequeño resquicio para que la voluntad y los sentimientos humanos tuvieran cierta incidencia en su destino final. 2.2 Ecos literarios de ultramar En buena medida, la metáfora que Walcutt utiliza para describir el naturalismo literario de finales del XIX, “a divided stream” (una corriente dividida), refleja de forma acertada la convergencia de las dos grandes tradiciones de pensamiento y de manera de ver el 10 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo mundo que encontraron cabida en la narrativa de sus escritores. El hecho de que su ficción sea descrita a menudo como tentativa y experimental deriva precisamente de la ambivalencia que se observa en la mayoría de estos autores respecto a la tradición romántica que artistas como Longfellow, Emerson, Lowells, Whittier o Holmes seguían representando y las nuevas tendencias de una aproximación más rigurosa y científica que llegaban de Europa. Mientras que los primeros aún mantenían un cierto idealismo progresista al pensar que las intuiciones del espíritu humano podían ofrecernos claves sobre cómo relacionarnos con la naturaleza y la divinidad, los segundos sólo ponían su confianza en la observación metódica y las leyes naturales para llegar a entender los mecanismos y fuerzas que determinan nuestro comportamiento. Para Pizer (1984: 29), el objetivo de los naturalistas no era únicamente el demostrar la sobrecogedora influencia de las fuerzas materiales sobre nuestras vidas, sino también representar el tipo de resistencia que los seres humanos podían oponer a esas fuerzas poderosas: “Los naturalistas no deshumanizan al hombre. Más bien sugieren nuevas y distintas formas de resistencia del ser humano que se alejan de las anticuadas y caducas fuentes de valor como el amor romántico, el heroísmo o la responsabilidad moral”. Parece claro que personajes como el Martin Eden de London o Caroline Meeber (la famosa Sister Carrie) de Dreiser consiguen adquirir cierta conciencia de esas formas alternativas de resistencia, aunque su capacidad de utilizarlas con acierto sea bastante restringida. Varios de los llamados “brahmanes de Nueva Inglaterra” anteriormente mencionados vivieron hasta bien entradas las dos últimas décadas del siglo XIX, y es probable que su fe en las posibilidades humanas y su idealismo innato encontrasen cierta receptividad en los espíritus más jóvenes de los nacidos en la segunda mitad del siglo. Como Conn hace notar (1998: 177), estos “escritores estadounidenses tendieron hacia combinaciones eclécticas e incluso anárquicas del vocabulario científico naturalista con las antiguas tradiciones del realismo y la novela romántica”. Sin embargo, si algo caracterizó el periodo de entreguerras fue la expansión de la literatura de masas y la aparición de nuevas formas de venta y distribución de libros que hicieron accesibles para muchos estadounidenses títulos procedentes de otros países. La venta por suscripción y la nueva fascinación por la ‘cultura’ hicieron posible que incluso los agricultores sureños o los buscadores de oro del lejano oeste tuvieran la posibilidad de adquirir biblias, memorias de soldados o presidentes, enciclopedias o clásicos literarios. Fue ésta la época del fenómeno conocido como ‘book butchering’ (‘carnicería editorial’) que permitía que los mayoristas comprasen tiradas de libros a un precio muy bajo en Nueva York y luego los vendiesen con sustanciales descuentos en todo tipo de establecimientos —conviene recordar que la International Copyright Law no se aprobó en los EE.UU. hasta 1891—. A pesar de las protestas de revistas como 11 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo Publishers’ Weekly, que alegaban que estas prácticas “convertían el mercado del libro en poco menos que un bazar y arrastraban la dignidad de la literatura por los suelos”, lo cierto es que escritores como Stevenson, Dickens, Balzac o George Eliot llegaron con gran rapidez a numerosas bibliotecas públicas y privadas. Además, si el número de revistas publicadas en toda la nación en 1860 apenas rondaba las 200, para finales de siglo su número había ascendido hasta las 1800. Escritores como Howells, Henry James, Frank Norris o Lafcadio Hearn hacían patente su interés por otras tradiciones literarias en publicaciones como el Atlantic Monthly, The Nation, el Cosmopolitan o Scribner’s, en las cuales no era extraño toparse con artículos sobre Turgueniev, Tolstoi, Zola, Maupassant o Thomas Hardy. Y lo cierto es que algunos de estos autores extranjeros no sólo eran conocidos por las elites literarias, sino que fueron leídos por muchos americanos —a veces con cifras de ventas que se acercaban al millón de copias, como en el caso de Nana de Zola— en las dos décadas anteriores a la aprobación de la ley de copyright. El propio Mark Twain manifestó sus dudas sobre los efectos de una ley que, en principio, parecía favorecer sus propios intereses: Ahora puedo comprar muchos de los grandes clásicos, en ediciones de bolsillo, por entre tres y treinta centavos cada uno. Estas obras llegan a las cocinas y las cabañas de todo el país. Una generación que se ha beneficiado de esta clase de política editorial nos ha de convertir en una de las naciones más ilustradas y sabias del mundo. Pero el copyright internacional nublará este sol radiante y nos devolverá a la antigua oscuridad y a las novelillas baratas de antaño. Pero la batalla final fue ganada por los nacionalistas literarios que vieron en la ley una forma de proteger a los autores norteamericanos de la competencia extranjera. De hecho, para 1894 el número de novelas publicadas por escritores estadounidenses superó por primera vez al de aquellas que habían sido escritas por autores foráneos. En cualquier caso, los artistas que crecieron en los años posteriores a la Guerra Civil tuvieron la fortuna de vivir en un escenario literario mucho más cosmopolita en el que los contactos con la ficción de los autores del otro lado del Atlántico fueron mucho más habituales. Por este motivo cualquier análisis de los naturalistas norteamericanos ha de tener en cuenta el significativo impacto que la literatura y la crítica llegadas del viejo continente tuvieron sobre las opciones de cómo aproximarse a la obra artística y las responsabilidades del escritor como figura pública. Saporta (1976: 132) explica que sería difícil entender el realismo y el naturalismo americano sin hacer referencia a algunas de las obras y ensayos de Zola y de los hermanos Goncourt. Parece incontestable que el hecho de que prácticamente todos los escritores de la generación de la posguerra diesen sus primeros pasos en el periodismo no sólo 12 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo les hizo más receptivos al ideario del nuevo realismo literario, que abogaba por una detallada representación de las realidades sociales, sino que les obligo a reflexionar sobre la naturaleza de esa realidad. En palabras de González Groba (2001: 159), “el escritor se parecía —y a menudo lo era— al reportero que da cuenta de los distintos hechos sociales de la ciudad que habita y observa, que tiene experiencia personal de los barrios bajos, los bloques de apartamentos, los ‘sweatshops’ donde se explotaba al proletariado”. No es de extrañar por ello que buena parte de los naturalistas abordasen el arte de la ficción narrativa con el mismo espíritu cientificista y experimental que Zola describió en detalle en su ensayo “Le roman expérimental”. Al igual que él y Balzac, todos llegaron a la convicción de que un estudio minucioso del temperamento y las pulsiones internas de los personajes, así como de las circunstancias imperantes a su alrededor eran las condiciones mínimas para alcanzar los niveles deseables de verdad y honestidad. Esto implicaba por supuesto un sustancial grado de distanciamiento y objetividad que se hacen perfectamente visibles en los relatos de Bierce o de Crane, en los que quedan recogidas tanto las aspiraciones más ilusorias de sus personajes como sus instintos más viles y animales. Varios especialistas han hecho notar que la tendencia de estos autores —como también lo fue de Zola, Hauptmann o Hardy— a colocar a sus personajes en unas circunstancias tan extremas que conseguían educir sus pasiones más básicas e instintivas es uno de los notables deméritos de su ficción. Sin embargo, para ellos no se trataba de que su visión fuera especialmente fatalista o sensacionalista sino más bien de que las realidades que les habían tocado vivir daban poco pie a representaciones más positivas del entorno. En su colección de ensayos The Responsibilities of the Novelist (1903), Norris sitúa al escritor naturalista a medio camino entre el realismo, que perseguía la objetividad —y, según él, la rutina— a toda costa, y un romanticismo, que intentaba llegar a las últimas verdades del corazón y la mente humana. Notablemente mediatizado por las ideas de Émile Zola, Norris llegó a la siguiente conclusión: ¿No queda la Verdad en realidad “a medio camino”? ¿Y que escuela literaria cae a medio camino entre los Realistas y los Románticos, tomando lo mejor de cada uno de ellos? ¿No es precisamente la escuela del Naturalismo la que persigue denodadamente tanto la precisión científica como la verdad? Por fin hemos llegado al fondo de la cuestión, y ¿no debiéramos reconocer por ello que el autor de La Débâcle (no el de La Terre y Fecondité) es el que merece ilustrar el actual grado de desarrollo de la literatura de forma más adecuada, satisfactoria y justa? (“Truth and Accuracy”) Es bastante probable que no todos los autores de esta generación comulgasen con las ideas de Norris de que una aplicación del método científico de Zola les iba a permitir 13 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo acceder a los últimos recovecos del corazón humano. Sin embargo, sí parece indudable que una mayoría de ellos sucumbieron a la gran fascinación de una nueva narrativa capaz de representar la condición humana como si el mundo fuese un gran laboratorio. Como escribe Walcutt (1974: 8), “la gente estaba imbuida de la idea de una nueva era en la historia de la humanidad, una era que iba a aportar conocimiento, control e incluso una manipulación creativa de la condición humana”. No sorprende por ello que muchos artistas se lanzasen a retratar lo que Crane llamó unas “rebanadas de vida” contemporánea en un intento de dar forma específica —y a menudo criticar— buena parte de los obstáculos a los que sus compatriotas hacían frente a diario. Como era de esperar, los editores y el público lector se mostraron muy reticentes al principio a aceptar unas visiones tan despiadadas y amorales de vidas que parecían abocadas a ser paulatinamente destrozadas por el entorno. Sin embargo, para finales de siglo la novela naturalista ya había encontrado un grupo de adeptos incondicionales tanto entre los críticos literarios como entre muchos lectores de a pie que la consideraban una especie de hermana insurrecta del realismo. En opinión de Conn (1998: 177), “la lógica del naturalismo y su potencial para sacudir el edificio de los prejuicios de la élite dominante le dio cierto prestigio entre la vanguardia del país”. 2.3 Determinismo y darwinismo social Como ya indicábamos anteriormente, toda una generación de estadounidenses crecieron a la sombra de un exagerado ‘cientificismo’ que venía avalado por las teorías sobre la evolución y la selección natural de las especies de Charles Darwin, la ‘filosofía sintética’ (Synthetic Philosophy) de Herbert Spencer y los incipientes hallazgos sobre las leyes de conservación de la energía. El esquema del universo que emergía de la combinación de todas estas teorías era que todas las criaturas —incluida la especie humana— estaban sujetas a una serie de fuerzas y condicionantes que determinaban desde antes incluso de su nacimiento su devenir sobre la tierra. Parece lógico por ello que para Conder (1984: 9) el rasgo filosófico que define más decisivamente la visión naturalista es el de que “para todo lo que pasa en el mundo existen siempre unas condiciones previas, dadas las cuales, las cosas no podrían haber ocurrido de otro modo”. Obviamente, una de las consecuencias fundamentales de esta forma de ver el mundo es que el libre albedrío del ser humano se ve profundamente cuestionado y la posición superior del hombre frente a otras criaturas también se pone en tela de juicio. Aunque a algunos pensadores y artistas les costó admitir que esos habían de ser los resultados de ver el mundo a través del prisma del nuevo conocimiento científico y de una causalidad que respondía al sentido común, al final tuvieron que reconocer que 14 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo elementos tales como la libertad moral del individuo o su responsabilidad tenían poco que aportar respecto a su devenir en el mundo (R. Martin, 1981: 94). Bierce resume a la perfección en uno de sus relatos, “One of the Missing” (“Uno de los desaparecidos”), esta nueva concepción de la existencia humana: Pero estaba escrito desde el principio de los tiempos que el soldado Searing no iba a matar a nadie aquella mañana soleada de verano, ni que él iba a anunciar la retirada de las tropas confederadas. A lo largo de periodos inmemoriales, los hechos habían encajado unos con otros de tal manera hasta llegar a formar ese sorprendente mosaico del cual algunas de sus partes, vagamente discernibles, nosotros llamamos historia, que las acciones que quería llevar a cabo hubiesen echado a perder la armonía del modelo. Ese modelo al que el autor del Diccionario del diablo se refiere no es otro que el de concebir el universo como un conjunto de fuerzas físicas y biológicas que abocan a una interpretación mecanicista —e inevitablemente determinista— del mismo. En un principio, como era previsible, varios filósofos y teólogos se esforzaron por dar un giro más esperanzador a las teorías científico-sociales de Darwin y Spencer (véase su obra First Principles) en base a una reconciliación de los axiomas evolucionistas con otros de corte más teísta o que al menos abogaban por la superioridad del hombre frente a otras especies. Nombres como Henry W. Beecher, John W. Powell, Lyman Abbot y, sobre todo, John Fiske llenaron páginas y páginas con reflexiones acerca de cómo la maquinaria del universo, a pesar de su aparente indiferencia y crueldad, siempre nos llevaba hacia el bienestar y el progreso. Ni qué decir tiene que varios de los magnates industriales y multimillonarios de la época, Andrew Carnegie y J.P. Morgan entre ellos, se agarraron a estas visiones más entusiastas y progresistas del universo de fuerzas para justificar las abusivas condiciones laborales y un capitalismo salvaje. Aunque los personajes que interesaron a Norris, Dreiser o Sinclair no eran precisamente aquellos que triunfaban en este contexto de lucha sin cuartel por la supervivencia, sino más bien aquellos que se veían empujados a callejones sin salida en los que sus acciones no hacían sino acelerar su caída. Según Mitchell (1989: 7), “el naturalismo ilustra el principio de que el impulso a actuar de manera predecible socava totalmente nuestra presunción del valor y sentido de la acción humana. Abandonamos progresivamente esa presunción, ya que todo lo que necesitamos ahora para explicar una acción es una serie de condiciones, no un ser responsable”. Resulta relativamente sencillo encontrar pasajes en la ficción naturalista en los que el individuo es dibujado como si fuese un diminuto insecto a merced de unos elementos que parecen conjurarse para aplastarlo. En el relato “The Blue Hotel” (“El hotel azul”) de Crane nos encontramos con unas condiciones de este tipo, que en este caso rodean al ‘Sueco’: 15 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo Pudiera haber estado en un pueblo fantasma. Siempre nos imaginamos el mundo desbordante de humanidad y repleto de hazañas, pero aquí, con las trompetas de la tormenta rugiendo, era difícil imaginarse una tierra habitada. Uno se daba cuenta entonces de lo precaria que era la existencia humana, y se maravillaba ante la visión de esos piojos que se agarran como pueden a una bombilla ardiente, que gira sin parar, atrapada en el hielo y llena de ponzoñas. La prepotencia del hombre se hacía perfectamente visible en esta tormenta que era el verdadero motor y reflejo de la vida. Uno debía ser un estúpido para no dejarse morir en ella. Pero el Sueco encontró un bar. El destino final del Sueco demuestra que, efectivamente, quizás hubiese sido más sabio morir en el inhóspito entorno de la tormenta de nieve, pues su ‘reencuentro’ con la civilización no va sino a ocasionar mayores daños colaterales. Sin embargo, ni siquiera esa decisión de poner fin al constante batallar de su existencia parece estar en sus manos. El naturalismo viene a representar sobre todo el poder de los eventos para ‘incrustar’ —e incluso hacer desaparecer— a los personajes en ese sistema de fuerzas en que el mundo se ha convertido. Como dice R. Martin (1981: xiv), aunque resulta incontestable que los escritores de finales del XIX se vieron profundamente influidos por los conceptos científicos y por esta visión mecanicista del universo, la verdadera batalla tuvo lugar en su imaginación creativa, “donde la verdad lógica o falsedad de esos conceptos y su utilidad o ineficacia no importa tanto como la calidad de las intuiciones, el sentido estético y la visión simbólica que son capaces de generar en las distintas obras”. En la siguiente sección vamos a observar que lejos de producir una especie de parálisis creativo o estilístico en los autores —como algunos críticos han defendido—, el determinismo filosófico y darwinismo social que uno descubre en muchas de estas novelas ha abierto nuevas posibilidades interpretativas al poner en suspenso varias de las presunciones más comunes de las que partimos al descodificar cualquier texto narrativo. “De hecho”, según mantiene Mitchell (1989: 15), “cuando el naturalismo tiene éxito en sus intentos por alienarnos de algunas de esas suposiciones culturales puede conseguir que nos apercibamos de que nuestro propio sentimiento de independencia y libertad se está viendo amenazado”. Los giros irónicos que algunos de los relatos de Crane y Bierce (véanse “The Open Boat” o “Chickamauga”) incluyen en sus desenlaces son buena muestra de que el lector puede tornarse también en víctima propiciatoria en este tipo de ficciones. 3. Los padres del naturalismo norteamericano y sus singularidades Carme Manuel (2006: 303) explica en la introducción a la corriente naturalista de su libro que los autores pertenecientes a la misma muestran al menos tantas diferencias y 16 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo singularidades en sus obras como rasgos comunes. Si bien es cierto que casi todos presentan al ser humano como una pieza más en un universo de fuerzas y la libertad del individuo se ve constantemente cuestionada por los condicionantes genéticos, sociales, económicos o culturales que lo impulsan, no lo es menos que cada uno de ellos centra su atención en los distintos resortes que sus personajes son capaces de oponer a esas fuerzas y lastres. Como bien señala Walcutt (1974: 9), “cualquiera que fuera el poder de las fuerzas en una novela y el entusiasmo con el que el escritor las celebrase, nunca se podía liberar del todo de ese interés innato en la libertad del personaje que se movía ‘impotente’ entre esas fuerzas”. Algunos autores como Bierce y Crane no pudieron eludir del todo las tramas, imágenes y el tono de aquella tradición más romántica y metafísica con la que entraron en contacto a través de sus lecturas. De ahí que algunos críticos hayan tenido serias dificultades para desligar su obra de la de varios autores que les precedieron y con los que sin duda estaban adeudados. Los relatos de Garland y Norris, por otro lado, estaban más impregnados de una tradición del regionalismo y el reformismo que prestaba mayor atención a las circunstancias específicas en que el individuo había de luchar por su supervivencia y a las cualidades que podían ayudarle a superar las distintas pruebas con éxito. Sean cuales fuesen sus ascendentes, de lo que no cabe duda es que todos los escritores consiguieron que sus lectores se implicasen emocionalmente en sus obras al hacerles sentir diversos tipos de pena y frustración ante las evidentes limitaciones de sus ‘héroes’. Para conseguirlo recurren a distintas formas de expresión y recursos estilísticos que les van a permitir preservar su propia idiosincrasia artística sin por este motivo desconectar del todo de los asuntos que resultaban especialmente acuciantes para todos ellos. En resumen, “si el determinismo evoca a veces ciertos temas, o ciertos problemas sociales, o un contraste marcado entre la vida y el arte, el naturalismo norteamericano consiguió ofrecer toda una gama de expresiones literarias explorando estas preocupaciones” (Martín Gutiérrez, 2003: 101). 3.1 Stephen Crane: Recopilador de imágenes e impresiones Aunque a veces se nos presenta a Crane como el verdadero padre del naturalismo americano, lo cierto es que sus obras no dependen tanto como las de Norris, Garland o Dreiser de una documentación exhaustiva de los hechos que retrata. De hecho su narrativa resulta mucho más densa y sugerente precisamente porque de unos pocos brochazos y con unas contadas imágenes es capaz de describir en profundidad a sus personajes y los contextos en que se mueven. No es casual, en este sentido, que muchos críticos hayan optado por comparar sus relatos a las obras de los grandes 17 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo pintores impresionistas, más que a las de otros escritores de la época. Como Berthoff (1981: 227) explica, “los motivos de Crane para escribir no eran describir condiciones o establecer verdades universales sino producir un cierto tipo de escritura, un retrato lleno de vivacidad de una serie de impresiones en el estilo más adecuado”. Los rasgos que mejor definen la narrativa craniana son la concisión y una rigurosa selección de los colores e imágenes que mejor transmiten las percepciones y sentimientos de sus personajes. Conn (1998: 173) describe su opera prima, Maggie, como “una pesadilla impresionista” más que como una novela documental y el siguiente párrafo de su relato “The Open Boat” (1897) revela con claridad sus mejores cualidades narrativas: En la luz mortecina, los rostros de los hombres debieran parecer grises. Sus ojos debieran brillar de forma extraña mientras miraban fijamente a popa. Observados desde una terraza, toda la escena hubiese parecido curiosamente pintoresca. Pero los hombres en la barcaza no tenían tiempo de verla, y si lo hubiesen tenido, había cosas más importantes que ocupaban su mente. El sol se mecía de un lado a otro del cielo, y sabían que aún era de día porque el color del mar cambiaba del gris pizarra al verde esmeralda, rayado con toques luminosos de ámbar y una espuma que parecía nieve deslizándose por una ladera. (Parte I, “The Open Boat”) Este relato, considerado por algunos como el mejor de Crane, conjuga a la perfección su gran interés por el misterioso mundo interior de las fantasías y temores de sus personajes con su profundo respeto hacia ese mundo exterior lleno de fuerzas que escapan a la comprensión humana. Buena parte de la ironía que encontramos en The Red Badge of Courage (1895) o “The Blue Hotel” (1898) derivan sobre todo del hecho de que ni Henry Fleming, el joven recluta que protagoniza su famosa novela, ni el ‘Sueco’ son conscientes en ningún momento de los inminentes peligros que les acechan. Adormilados en ocasiones por los analgésicos de la religión, la moralidad convencional o el idealismo —que Crane consideraba terriblemente dañinos—, se ven abocados a descubrir su verdadera posición en un universo lleno de fuerzas azarosas de la manera más cruenta. Como muchos de sus contemporáneos, Crane estaba fascinado por el determinismo observable en los más diversos contextos —la guerra, las barriadas de inmigrantes, el oeste americano, etc.— y por cómo la mayoría de las personas “respondían al asedio de fuerzas con una constelación de deseos e ilusiones muy similares, aunque siempre carecían de la voluntad necesaria para resistirse a sus instintos y modificar sus conductas” (Mitchell 1989: xii). A pesar de las terribles dificultades que Crane tuvo para ver Maggie publicada, el poeta John Berryman ha manifestado que esta novela, que el autor escribió cuando apenas contaba veinte años, debiera considerarse como el “inicio de la novela norteamericana moderna”. En efecto, hay aspectos de la prosa y la poesía de Crane —su 18 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo concisión, el poder de sus imágenes o su nihilismo— que anticipan algunos de los grandes experimentos que autores como Hemingway, Anderson o Fitzgerald iban a introducir en la narrativa del siglo XX. Puestos a elegir el rasgo más idiosincrásico de su narrativa, éste sería su capacidad de sorprender al lector con unas imágenes y percepciones chocantes que resultan muy reveladoras sobre las limitaciones que sus personajes muestran a la hora de comprender la realidad en su totalidad. 3.2 Hamlin Garland y Ambrose Bierce: Los horrores del campo y de la guerra Mientras Crane había nacido y vivió la mayor parte de su corta vida en la costa este de los EE.UU., Garland y Bierce son hijos del midwest y muchos de sus relatos tienen lugar en esta región del país o incluso en la parte más occidental del mismo. Ambos autores eran hijos de granjeros que pasaron por momentos difíciles durante sus años más jóvenes y, finalmente, ambos abandonaron la América rural para buscar su futuro en los diarios de las grandes ciudades. Al contrario que Crane, para quien cualquier tipo de intención moralización era anatema, las obras de estos dos autores contienen evidentes elementos reformistas y aleccionadores. En la que es probablemente su obra más destacada, Main-Travelled Roads (1891), Hamlin Garland hace un retrato fidedigno y a menudo despiadado de la vida de los granjeros— y, sobre todo, de sus mujeres— en los inhóspitos territorios que le habían visto crecer. Influido por sus lecturas de Darwin y Spencer, así como por las teorías económicas de Henry George, tanto su primera colección de relatos como Prairie Folks (Gente de las praderas, 1893) recibieron palabras laudatorias de Howells por su enorme impulso al realismo y a la mejora de las condiciones de vida de un segmento de población que había quedado muy olvidado. Junto con otros pocos autores como Edward Eggleston, Joseph Kirkland y Harold Frederic, Garland dio forma a algunas sombrías historias sobre la vida más allá del Mississippi, donde las fuerzas de la naturaleza se convertían en el factor clave a la hora de determinar el devenir de las gentes. Como el rústico Grant confiesa al refinado urbanita Howard McLane al final del relato “Up the Coulé”: “La vida aquí no tiene mayor valía para mí. Soy demasiado viejo para empezar de nuevo. Soy un fracaso total. He llegado a la conclusión de que la vida es un fracaso para el noventa y nueve por ciento de nosotros [granjeros]. Usted ya no me puede ayudar. Es demasiado tarde”. (Parte IV, “Up the Coulé”) Los mejores relatos de Bierce tienen lugar, por otra parte, sobre el campo de batalla, donde los combatientes se ven constantemente sorprendidos por encuentros y 19 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo coincidencias que ponen de manifiesto el inefable discurrir de su fatal destino. Al igual que la famosa novela de Crane sobre la Guerra Civil, las breves anécdotas en Tales of Soldiers and Civilians (1891) se interesan bastante más por los efectos del terror y la violencia en la mente de los soldados que por los hechos objetivos de la contienda. No debiera de extrañarnos por ello que Bierce experimente repetidamente con técnicas literarias como el fluir de la conciencia, la subjetivación del tiempo o incluso otras de corte más surrealista. En relatos como “An Occurrence at Owl Creek Bridge” o “Killed at Resaca”, el autor yuxtapone con enorme maestría la realidad de luctuosos eventos sobre el campo batalla con los pensamientos de los personajes principales mientras estos ocurren. En el primero de ellos, por ejemplo, se nos narra la esperanzada huída de Peyton Farquhar hacia su mansión sureña tras conseguir escapar de una ejecución segura en el puente del título. Sin embargo, las dos últimas líneas del relato nos hacen conscientes de que durante su desarrollo hemos sido prisioneros simplemente de las últimas ensoñaciones del hombre implicado en la “empresa de ser colgado”. 3.3 Frank Norris: De los instintos animales y la voluntad de poder De entre los naturalistas norteamericanos mencionados en este capítulo, Norris fue probablemente el más ecléctico y versátil con obras como McTeague y Blix, ambas publicadas en 1899, que oscilaban desde el más lúgubre naturalismo biológico á la Zola de la primera hasta un cierto optimismo sobre la vida norteamericana á la Howells en la segunda. En el caso de Norris, por lo tanto, al contrario que en el de Crane, la visión naturalista no deriva necesariamente en un determinismo fatalista que condena al ser humano al fracaso y la destrucción. Aunque como a Crane y Bierce, a él también le gustaba desenmascarar todos esos hábitos de pensamiento y formas de conducta de la clase media que esconden las verdaderas pulsiones de los personajes, Norris estaba convencido que en último término la lucha por la supervivencia contribuiría a una mejora del orden social. Para Martín Gutiérrez (2003: 100), “el optimismo latente en las novelas de Norris acerca su orientación determinista hacia el empeño reformista y socialista que define a las de Jack London”. Sin embargo, aunque algunos de sus ensayos críticos auguraban ese futuro glorioso a la estirpe humana, sus primeras novelas presentaban un aquí y ahora del fin de siècle en el que el hombre no podía ocultar su innata animalidad. Tanto McTeague como Vandover and the Brute (1914) tuvieron serios problemas para ver la luz pública precisamente por la explicitud con que trataban la lujuria, la avaricia, la envidia o la ira del ser humano. En ambos casos, aunque por motivos diferentes, los ‘héroes’ son víctimas de unos instintos heredados 20 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo que chocan frontalmente con los códigos de conducta a su alrededor y les causan un profundo sentimiento de desazón y de culpa. Si bien las novelas más tempranas de Norris se vieron claramente marcadas por ese determinismo de corte biológico —indudablemente insuflado por las teorías evolucionistas—, que indagaba en las raíces animales e instintivas de las luchas de poder, las que publicó a comienzos del nuevo siglo como parte de la “Trilogía del trigo” mostraban unas aspiraciones más altas. Estas tres novelas —de las que sólo pudo completar dos antes de su prematura muerte— pasan a estudiar las fuerzas socioeconómicas y los enfrentamientos colectivos que se desatan cuando un mercado capitalista nace y comienza a crecer. Según Manuel (2006: 305), la trilogía coincide con el credo del autor sobre lo que la “Gran Novela” norteamericana debía ofrecer: “una épica que describiese la lucha, el choque de los grandes intereses, las batallas por el control de la riqueza y de la tierra, y los esfuerzos inútiles de los individuos por entender y rehuir los poderes que manipulaban sus vidas”. Pero como adelantábamos antes, para Norris los avances colectivos fueron siempre mucho más importantes que las ‘pequeñas crisis’ individuales y, por lo tanto, todos estos movimientos llevaban inexorablemente hacia un perfeccionamiento de la sociedad humana. 4. Conclusiones Tres han sido los objetivos fundamentales de este capítulo. En primer lugar, ofrecer una visión panorámica de las profundas transformaciones que los EE.UU. estaban experimentando en el periodo de entreguerras, tanto en el ámbito económico y social como en el cultural y artístico. Teniendo en cuenta que la práctica totalidad de los escritores de esta generación comenzaron sus vidas profesionales como aprendices y colaboradores en periódicos, sería ingenuo pensar que su obra artística no se vio influida por su trabajo como reporteros. En el caso de algunos de los relatos tardíos de Crane o de Norris resulta incluso difícil establecer una frontera clara de dónde termina su trabajo como periodistas y donde comienza a tornarse en una obra artística. De lo que no cabe duda es que todos estos autores en raras ocasiones escribieron de espaldas a la realidad que les había tocado vivir —e intentar interpretar—. En segundo lugar, hemos dedicado también bastante espacio a considerar las posibles influencias tanto formales y estilísticas como ideológico-filosóficas que tuvieron un mayor impacto en los artistas de este periodo. Aún admitiendo que resulta imposible establecer una serie de rasgos estilísticos y en cuanto a los temas abordados que sean igualmente válidos para la mayoría de los escritores, si hemos llegado a una serie de principios que sirvieron de guía para buena parte de ellos. Así por ejemplo, prácticamente todos 21 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo estaban convencidos de la necesidad de dejar atrás todas esas aproximaciones a la realidad que la revestían de una moralidad victoriana que la hacía más fácilmente digerible. Para algunos de ellos, incluso el realismo de Howells y James mostraba esa tendencia a circunvalar aquellos aspectos de la experiencia humana que no resultaban especialmente placenteros. No es extraño pues que muchos optasen por representar principalmente la parte más oscura y desarreglada de una sociedad que a menudo se mostraba demasiado autocomplaciente. Por último, hemos visto también que, a pesar de que la visión del ser humano en la literatura de esta época es fundamentalmente pesimista ya que se encuentra ‘enjaulado’ en un sistema de fuerzas tanto internas como externas, no es menos cierto que cada escritor busca una forma de expresión para este universo tan inhóspito e indiferente en la que nuestro comportamiento merezca algún tipo de atención. A veces, como se observa en los relatos de Garland y Bierce, quedan pequeños espacios para la resistencia en los que la voluntad humana todavía parece contar para algo; en otras ocasiones, el propio combate entre distintas fuerzas puede convertirse en objeto estético, aunque en el camino haya de consumir un número significativo de vidas humanas. 22 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Aitor Ibarrola-Armendáriz – Contexto y perspectiva general del naturalismo BIBLIOGRAFÍA Ahnebrink, L. (1950): The Beginning of Naturalism in American Fiction. Cambridge, Harvard University Press. 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