Por Cristina Larraín Heiremans, legataria de Luis Alberto Heiremans Cristina Larraín Heiremans, sobrina de Luis Alberto Heiremans y legataria de los archivos y memoria del dramaturgo, retrata la biografía del escritor a través de sus propios recuerdos de niña. Sus viajes, su obra, su insatisfacción del país y su muerte son revisitadas desde la mirada íntima y subjetiva de Cristina Larraín quien plasma su visión, sus sensaciones y su propia historia con el “Tío Tito”, hermano de su madre. Tengo tres años. Estoy en un auto, me llevas en brazos. Tengo mucho dolor. Me sostienes, pero, el dolor no se pasa. Mi última visión es una cama en una clínica y un tajo. Desapareces Tengo siete años. Hablamos por teléfono, estás muy interesado en la monja Julia. Te divierten mis sensaciones. Luego publicas un cuento donde, finalmente, se hace presente la Monja Julia. Luego desapareces Entremedio ya parece que has terminado tu carrera de medicina y estás en la actuación, en el teatro, en el cuento. Se dice que eres un prosista sobrio, dueño de un agudo sentido poético, consiguiendo que tus cuentos sean de aquí y de todas partes (parafraseando a Hernán del Solar). Te ganas el concurso de teatro con tu obra Noche de 6 Equinoccio, donde te señalan como un promisorio joven comediante. En seis meses y con 22 años, ya has estrenado dos obras. Tal vez tengo cinco años. Te vas de viaje. Mi madre se ha ido a juntar contigo. Yo espero los lunes unas tarjetas con ojos de perro que se dan vuelta. Las miro largo rato. Los dos andan por Europa: París, Grecia, Roma y no sé qué más. Según le dices a mi abuela en una carta, tenías que irte con urgencia de este país: “Cuando me vine a Europa, estaba enfermo y deshecho. Supongo que esto último era mejor. Ya que es más fácil reconstruir con ladrillos que con paredes ya hechas. La fabricación de un individuo, y eso es lo que quiero hacer, es mucho más difícil de lo que se pueda imaginar. El niño necesita, para transformarse en hombre, una lenta elaboración. Durante mi estadía acá, todo estaba aconteciendo. Parece que la venida de Techa[su hermana] lo demoró un poco, lo vigorizó con toda la frescura que su cariño siempre me ha traído; pero cuando quedé solo los hechos se precipitaron tal cual si hubiesen estado retenidos durante mucho tiempo y quisieran vengarse”. Decides quedarte, a pesar de que estás todo el tiempo diciendo que vas a volver; estudias en Londres, vas a Estados Unidos, a París. Estás ávido de tragarte todo lo que puedas conocer del arte en Europa. Vuelves Es un domingo cualquiera. No sé si estás de paso o te vas a quedar un tiempo. No pregunto, tampoco importa mucho, sólo sé que sales a recibirnos por un largo pasillo con tu chaleco celeste. Me gusta tu cara, te encuentro lindo, sales sonriente, y entramos a tu casa que es atípica para todas las que conozco. Hay un jardín que crece como se le da la gana, no hay pasto organizado, ni piscina como símbolo de estatus en ese tiempo. Es un poco oscura y está en la mitad de todo y de nada. Nos interrogas para que te contemos de nuestras vidas. A mi madre, se la ve contenta, lo que no es tan frecuente. No sé si cuentas algo de tus viajes, no sé si cuentas algo de tus obras o de lo que estás escribiendo. Es un domingo cotidiano donde hay que esperar que el día pase. Tampoco hay grandes comidas. Luego te vas Andas de nuevo por Europa. Se saben noticia tuyas. También, de repente, sales en los diarios, pero a mí eso no me importa, sólo sé que escribes y que a veces se nos permite ir a ver tus obras. Me recuerdo que en una no nos dejan porque aparecen prostitutas. No digo nada. Acato y tengo que ir a ver otra como Ordenanza Ortega, por ejemplo. Las profes de castellano están muy ilusionadas cuando saben de mi parentesco. La primera o segunda frase que escucho es y “tan buen mozo”. De pronto reapareces Has vuelto a compartir con nosotros esos días domingos y te has vuelto a ir. Parece que para ti es complicado vivir aquí. Yo pienso que para muchos. Por suerte mi abuela (tu madre) a pesar de que pasa hablando de Europa y trata de que nosotros le hablemos en francés, está cerca y podemos recurrir a ella, a los almuerzos calientitos, a su despensa de la cual, con llaves en la mano, vas sacando las porciones de lo que se va a usar. Algo pasa, algo se rumorea. Hay una obra tuya que está en el tapete. Se llama Versos de Ciego. No, no hay caso, no puedo ir a verla. Recordarán: las prostitutas. Algunos dicen que es muy buena y otros que es muy mala. A quién le creemos. Yo por supuesto a los que dicen que es muy buena. Sólo sé que el hermano de mi papá, el sacerdote Hernán Larraín, sale en defensa de tu propuesta de teatro simbolista. Tu obra gana un premio y va a España y París. Allá sí tiene éxito. Recuerdo haber escuchado que algún crítico dijo que la fuiste cambiando con el viaje. Eso enoja a mi familia, especialmente a mi abuela. Luego te vas Acabamos de cambiarnos de casa. Mi madre viene llegando de estar contigo en Estados Unidos. Habla mucho de una comedia musical que vieron juntos y trae el disco Hello Dolly que suena a largos ratos. A ti parece gustarte el género musical. Eres el primero en este país que escribe, en compañía de tu amiga Carmen Barros, una obra musical Esta Señorita Trini. A mí no me gusta mucho, pero en fin… Es un día de la semana y al llegar a mi casa, siento un llanto en la pieza de mi madre. Eso no es común. Tiene un cable o telegrama en la mano. Algo pasa. Hablan de tumor. De tu enfermedad, de tus escasas posibilidades. Imposible digo yo. La muerte para mí no existe y, además, eres muy joven y bello y caminas por el pasillo de tu casa a buscarnos con tu suéter celeste y tus ojos profundos, que no alcanzo a percibir lo que guardan. No quiero saber, no quiero otra tragedia más. Pero está ahí. Vuelves Es Semana Santa o algo parecido, estamos en la casa de mi abuela esperándote, haciendo como que no pasa nada. Parece que te han operado. La casa está como siempre, calientita y acogedora. La abundancia en su justa medida. De pronto se anuncia tu aparición. Vienes con un impermeable beige. Yo creo que lo único que quieres es irte a tu casa, pero siempre amable y educado nos saludas a todos. Te miramos y nos quedamos mudos. Estás pálido, demasiado flaco. Etéreo, más que otras veces, casi como si empezaras tu ascenso, el que has perseguido toda tu vida. La certeza se me cruza. Ese año, lo recordaré por siempre. Mi madre sufre y no sabe qué hacer para que estés mejor, te levantas, haces tus últimos esfuerzos literarios, estás terminando el Tony Chico, adaptando una obra para Sivia Piñeiro Íntimas Íntimas y haciendo un programa para la televisión que se llama Guaripola, donde Andrés Rojas Murphi es el organillero y mi hermana te tipea los libretos. Le das la pelea. Eso es lo que más duele. Es un día de elecciones, mes de septiembre, estamos en tu casa. Salen a celebrar, a mí me da lata y me quedo en esa casa que me gusta, con la Carmela (la señora que trabaja ahí), que es silenciosa y cariñosa. Te devuelves. Pasas rápido, casi no me hablas, mientras te acuestas siento que el dolor es fuerte. Tengo desesperación y miedo. No me atrevo asomarme a su pieza. Me quedo en el living encogida esperando la llegada de los otros. Ya casi no te vuelves a levantar. Tu cuñada se traslada a cuidarte, ya que ella es enfermera y comparte ese cariño o casi veneración que te tenemos. Estamos todos desolados a nuestra manera y desde las distintas edades. Mi madre no está en la casa. Su pensamiento, su cuerpo, su accionar está con él y eso a mí a veces me da un poco de rabia. Lo vamos a ver, ratos cortos, está cansado; un saludo desde la puerta, un cuento cortito, cualquier escena escolar. No entiendo. Es muy joven. Se supone que las personas jóvenes no se mueren y por ahí escucho muchas veces la palabra “no hay vuelta”. Mi madre cada vez se queda más en tu casa y cada vez la veo más triste. En mi familia, ya casi el único tema es el “Tío Tito”. Es de madrugada, suena el teléfono. Estamos los cuatro hermanos solos. No sé quién contesta, pero adivino el motivo. Nada que hablar, hay que vestirse y partir. Cruzamos ese pasillo que se hace más largo sin tus pasos. Está más oscuro que de costumbre. Tengo miedo. De pronto me topo con tu cama. Estás inerte, pálido y bello, con el rostro distendido como si los dolores hubieran terminado. No sé si llorar porque no sé si para mí estás muerto. En la tarde llegan los actores; el equipo del Tony Chico a punto de estrenar. Todos están desconsolados. Entremedio de llantos y desmayos, le piden a Silvia Piñeiro que suspenda la función y, desde su pequeñez, se para, crece y con una fuerza que le sale del alma dice “Tito nunca pudo ver esta obra y hoy día la va a ver. No la voy a suspender”. Sus palabras quedan resonando en mis oídos. “La va a poder ver, la va a poder ver”. Es de noche y estamos todos sentados en su cama para acompañarlo porque todavía no podemos creer. Pienso, era mejor que estuviera casi siempre de viaje. Comienza el noticiario de la noche con la 7 T E AT R O U N I V E R S I DA D C AT Ó L I C A RETAZOS DE LUIS ALBERTO HEIREMANS versos de ciego T E AT R O U N I V E R S I DA D C AT Ó L I C A versos de ciego 1961, RETROSPECTIVA DE UN ESTRENO Tengo miedo, cada vez que cierro los ojos siento su voz retumbando en mis oídos y su figura desplazándose que se esfuma. Una semana después estoy sentada en el estreno del Tony Chico, parece ser que ahora ya no importan las prostitutas. Es un teatro que está inmóvil. No hay una mirada que no tenga los ojos brillantes. Hay expectación. Más aún cuando aparece el protagonista y cada uno está viendo a Tito en él. Lo hace Marcelo Gaete y está impregnado de su ser, de su búsqueda, de su sufrimiento, de no saber cuál es su lugar en esta tierra, del hijo que no tuvo y, finalmente, ese disparo que le cae por casualidad igual que en la vida real. ¿Por qué a él? ¿Por qué a una persona de 36 años en pleno apogeo?¿Por qué, por qué? Los aplausos son con sollozos. Eso es lo que se siente en el público. Todos te estamos llorando. Te estamos dando tu despedida en un escenario con una obra maravillosa donde nos anuncias tu partida. Las personas no se paran de sus asientos, los actores no se bajan del escenario. No queremos volver a la realidad de no verte. Desapareces. Vuelves una y otra vez a través de diferentes formas. Una obra de teatro, un profesor en la universidad, un curso de teatro chileno, una historia de viaje de mi madre, las fotos que hemos recopilado, la fundación que dejaste y ahora has estado conmigo una y otra noche leyendo las cartas que le mandaste a mi abuela en todos tus viajes y que ella archivó, tal vez, para que sigamos siempre dando a conocer alguna otra faceta que no mostraste. Fuiste, eres y serás nuestro tío querido. Luis Alberto Heiremans Médico, dramaturgo, traductor, cuentista, novelista y actor. Nace el 14 de junio de 1928 y muere el 25 de octubre de 1964, a la edad de 36 años. Es considerado uno de los dramaturgos chilenos con mayor influencia y proyección en la historia de la literatura nacional. Su obra se caracteriza por la fuerte influencia del existencialismo, retratando el mundo popular y el folclore de nuestro país. Trabajó como actor en las obras: Calígula, Carlos III, Ana de Austria y Martín Rivas, entre otras. Fue director del Teatro Ensayo de la Universidad Católica y docente en la Academia de Arte Dramático. Entre las obras de su dramaturgia se encuentran: Noche de equinoccio (1951), La hora robada (1952), La eterna trampa (1953), La jaula en el árbol (1957), ¡Esta señorita Trini! (1958), Los güenos verso (1958), Sigue la estrella (1958), Moscas sobre el mármol (1961), Versos de ciego (1961), El palomar a oscuras (1962), El abanderado (1962), Buenaventura (trilogía) (1962) y El tony chico (1964). Cristina Larraín Heiremans: Profesora de Literatura y experta en antroposofía. Compiladora del epistolario de Luis Alberto Heiremans a publicarse por RIL Editores. 8 9 T E AT R O U N I V E R S I DA D C AT Ó L I C A Versos de ciego, de Luis Alberto Heiremans. Dirección: Eugenio Dittborn. Teatro de Ensayo de la Universidad Católica de Chile, 1961. Autor imagen: René Combeau. Fuente: Archivo de Teatro UC versos de ciego sentencia sin vuelta atrás: “Ha muerto Luis Alberto Heiremans”. Todos nos derrumbamos. Yo porque ya no escucharé más esa voz que me hacía sentir querida, esa risa contagiosa donde miraba los sucesos desde la más profunda humildad del ser humano, esos ojos que tenían una búsqueda en sus pupilas, su caminar que se desplazaba por encima de la tierra. Es mi figura, es mi tío querido y cercano que quiere a mi madre, es el hijo de mi abuela que siempre nos ampara, es el escritor que escucho en el colegio, en los diarios, en muchas partes. versos de ciego T E AT R O U N I V E R S I DA D C AT Ó L I C A Versos de ciego, de Luis Alberto Heiremans. Dirección: Eugenio Dittborn. Teatro de Ensayo de la Universidad Católica de Chile, 1961. Autor imagen: René Combeau. Fuente: Archivo de Teatro UC