Observatorios Urbanos Lo que no se vende en la farmacia Sagrario Tapia*

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Observatorios Urbanos
Lo que no se vende en la farmacia
Sagrario Tapia*
Los seres humanos tenemos cada vez más recursos para “defendernos” de la
naturaleza y de lo que provocamos en ella. La tecnología permite acortar distancias
para comunicarnos, reconstruir ciudades devastadas por guerras u otros desastres,
crear nuevas vacunas y hasta engañar a los telespectadores más astutos como en los
pasados Juegos Olímpicos de Beijing y sus fuegos artificiales, pero las invenciones
humanas de esa índole no siempre son suficientes para cubrir las necesidades de la
especie que las ha creado, por ejemplo, en caso de una enfermedad crónica como la
diabetes mellitus tipo II.
Nuestros cuerpos funcionan básicamente gracias a que el corazón distribuye la sangre
al resto de los órganos, pero dado que tenemos emociones y características especiales
definidas por el contexto en el que vivimos, nuestro bienestar integral, incluido en él
la salud, depende en buena medida del rol que desempeñamos en la sociedad. Cuando
un individuo tiene diabetes u otro padecimiento con el que habrá de lidiar toda su
vida, los medicamentos de última generación no bastan; además de lo que se vende en
la farmacia, el apoyo y la aceptación de sus semejantes representan para él una
“medicina” esencial para sobrevivir.
La diabetes mellitus tipo II es la principal causa de mortalidad general en México y en
Sonora ocupa el segundo lugar en el mismo indicador; su elevada prevalencia ha
llevado a las autoridades estatales a reconocer que sus efectos probablemente rebasen,
en un futuro no muy lejano, la disponibilidad de los recursos económicos, humanos y
de infraestructura para atenderla. Ubicar este desolador panorama en una realidad aún
más cercana es muy simple, sólo hay que pensar en nuestras familias, amigos o
compañeros de trabajo e identificar quiénes padecen diabetes. Seguramente más de
dos personas nos pasarán por la mente.
Si para controlar y prevenir esta epidemia no son suficientes los avances tecnológicos
de la medicina o las inversiones en clínicas y hospitales, es urgente prestar mayor
atención en un recurso que ya se utiliza en algunas instituciones públicas de salud y
organizaciones civiles, en el que se fortalece la parte emocional y social de los
individuos, lo que contribuye a elevar su conciencia respecto al control de la
enfermedad para prevenir mayores consecuencias. Se trata de los grupos de ayuda
mutua, un espacio donde los diabéticos intercambian experiencias, apoyo moral y
conocimientos que incrementan su bienestar y autoestima para continuar
desempeñándose efectivamente en la sociedad, ya sea en el ámbito laboral, familiar,
etcétera.
Esta estrategia no requiere de arduas gestiones ni pleitos políticos, tampoco de
exagerados incrementos presupuestales ni licitaciones; la voluntad de los pacientes y
las instituciones correspondientes, además de una amplia promoción serían quizás,
ingredientes suficientes para incrementarla en cantidad y beneficios.
Hace unos días conocí un grupo de ayuda mutua para diabéticos, que se reúnen en un
centro comunitario de la colonia El Choyal, en Hermosillo. Aproximadamente treinta
integrantes, la mayoría mujeres de la tercera edad, aprenden juntas a elegir alimentos
más sanos para su dieta de acuerdo a sus posibilidades económicas, a hacer ejercicio
según sus condiciones físicas, a darle importancia a la ingesta puntual de sus
medicamentos, a entender que con una enfermedad crónica también se puede ser
productivo, entre otros aspectos que fortalecen no sólo el trabajo del médico en el
consultorio sino la constante lucha por no sentirse discapacitados.
Fue afortunado encontrar personas que aunque no padecen la enfermedad, asisten a
las reuniones con el fin de prevenirla. Sus experiencias con familiares y amigos
afectados los ha hecho tomar conciencia al respecto. Una de ellas hizo una reflexión
sencilla pero sabia, comentó que prefería no faltar al grupo que sentarse a esperar en
casa la llegada de la diabetes, para que después sus paseos más interesantes se
convirtieran en visitas al médico.
Si bien el Estado es el responsable de promover la salud de tal manera que todos
tengamos información acorde al contexto social en el que vivimos, para prevenir las
enfermedades, no podemos esperar a que la tecnología evolucione y esté disponible
en una farmacia, clínica u hospital para empezar a cuidarnos. Parte de la solución
circula latente en nuestras comunidades y en nosotros mismos.
*Estudiante de la Maestría en Ciencias Sociales de El Colegio de Sonora, Línea de
investigación: Vulnerabilidad social y desigualdades en salud, sagui.tapia@gmail.com
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