Desastres y catástrofes Lic. Marilina Risso "Ahí están los elementos que parecen burlarse de todo yugo humano: la tierra, que tiembla y desgarra, abismando a todo lo humano y a toda obra del hombre; el agua, que embravecida lo anega y lo ahoga todo; el tifón, que barre cuanto halla a su paso; y por último, las enfermedades, que no hace mucho hemos discernido como los ataques de otros seres vivos” (S. Freud, 1927. “El porvenir de una ilusión”) En un artículo de 1931 llamado “El malestar en la cultura” S. Freud plantea que el sufrimiento en la vida humana, amenaza desde tres fuentes: • Desde la naturaleza, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas despiadadas y destructoras. • Desde el propio cuerpo que, destinado a la ruina y a la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia. • Y por último, desde los vínculos con los otros seres humanos. Los llamados desastres y/o catástrofes son los modos en que estos tres factores se manifiestan en sus formas extremas desbordando las capacidades materiales y simbólicas para enfrentarlos. Los términos desastre y catástrofe se suelen utilizar de manera indistinta. La diferente raíz etimológica de cada uno de ellos permite, sin embargo, realizar una diferenciación. Desastre (del latín Astra) alude a una alteración de la configuración astral, un desorden del cosmos. Se trata de un trastrocamiento de los elementos que están por fuera de la orbita del sujeto. Desastre identifica, por lo tanto, al evento cuya gran magnitud lo torna potencialmente disruptivo. Catástrofe (del griego Trophe) refiere a la alteración de las referencias simbólicas en los sujetos, cuando la magnitud del evento excede las capacidades singulares y colectivas. El primero de los términos pondría el acento en el fenómeno objetivo, mientras que el segundo lo haría en el subjetivo. "El desvalimiento y la indefensión del género humano, son irremediables" así se pronuncia S. Freud en 1927, aunque tal idea, abordada desde diferentes perspectivas, 1 recorre toda su obra. El desvalimiento y la desprotección, si bien son sentimientos infantiles, acompañan al hombre a lo largo de toda su vida. La humanidad ha generado en todos los tiempos modos de mitigar tal desvalimiento, sea en las formas instrumentales que mediatizan la relación del hombre con la naturaleza, sea en la forma de mediaciones normativas que regulan la amenaza que proviene del semejante (con la creación de leyes y normas, por ejemplo). Este conjunto de mediaciones simbólicas, hacen posible soportar el desvalimiento humano constitucional promoviendo sistemas de sentido y formas posibles de acción aún sobre el trasfondo de la indefensión irreductible. La vulnerabilidad frente a la naturaleza es propia de la condición humana. Mediante el desarrollo de las fuerzas productivas (ciencia, técnica y tecnología) la humanidad ha generado los medios para protegerse de las inclemencias de la naturaleza, emanciparse de las limitaciones que ésta le impone, y extraer de ella los elementos que satisfagan sus necesidades. No obstante, ciertas circunstancias enfrentan al sujeto a la desprotección estructural a la que está sometido desde el nacimiento. Se trata de situaciones que, al desbordar los sistemas de representaciones vigentes y mostrar su insuficiencia, desbaratan aquellos sistemas de sentido que le permitían al ser humano mitigar la ajenidad de lo imprevisible e inefable. Siempre existe un núcleo irreductible, un punto de exceso en el que la naturaleza no puede ser controlada. Muchas veces, la magnitud de las manifestaciones de la naturaleza revela la insuficiencia e ineficacia de las mediaciones simbólicas, confrontando a los seres humanos con ese punto de indefensión estructural. Es así como el desastre, definido en términos sociales, físicos y sanitarios, se torna a su vez catástrofe subjetiva. Las dos caras del trauma Se entiende muchas veces erróneamente, que en el trauma es lo más ajeno al sujeto. Se dice que el trauma es la contingencia, es ese encuentro fortuito con algo que viene de afuera. Colette Soler, psicoanalista francesa, hace una puntualización muy clara al respecto “para que haya trauma necesitamos de la participación subjetiva”. S. Freud habla acerca del “momento traumático” y caracteriza a este momento por un exceso de excitación que ingresa dentro del aparato psíquico. Este exceso de energía es 2 insoportable y es intratable por los recursos que tiene el aparato psíquico (como el mecanismo de la represión, por ejemplo). Ese exceso puede venir desde afuera (situaciones de desastre) o, puede venir desde adentro a partir de las pulsiones. Pero no solamente se trata de este aumento de excitación que viene repentinamente y que es intolerable, sino que además hay otra parte que le concierne al sujeto y se denomina “situación de desamparo”. El sujeto en situación de desamparo, implica un sujeto que no tiene capacidad de soportar, resistir, canalizar, de repartir ese quantum de excitación que le llega. Esta característica del sujeto incapaz de encauzar esa energía, determina la intrusión de ese exterior traumático. Ahora bien, el sujeto ¿está siempre en estado de desamparo? De ninguna manera, ante una situación de desastre no todos los sujetos toman la misma posición. La situación de desamparo del sujeto es algo que deberíamos entender en términos de la singularidad de cada uno. Entonces para hablar de trauma, es necesario incluir dos elementos: 1) Por un lado implica una cantidad de excitación intolerable. Un encuentro con algo que es imposible de anticipar e imposible de evitar. En este primer momento, que es el momento del infortunado encuentro con lo inefable, no hay participación subjetiva. Aquello no depende del sujeto, a ese nivel el sujeto es una ‘víctima inocente’. Aquello aparece bajo la forma de lo inasimilable y se presenta bajo la forma de lo accidental. 2) Por otro lado implica una incapacidad del sujeto para domeñar y asimilar esa cantidad de excitación. Aquí aparecen las repercusiones subjetivas (es decir, las secuelas). Esta forma negativa respecto de cómo el sujeto lo tramita, lo piensa y lo procesa, constituirán lo que hemos denominado catástrofe. En esta definición ya no se trata de algo absolutamente exterior que invade al sujeto de afuera, sino que aquí está implicado el sujeto. La conjunción de ambos elementos configura al momento traumático en tanto tal. 3