misione s y predicación celebraciones y oración diálogo y comunidad estudios y reflexión 8 Una espiritualidad que se gesta al compás de la misión por Francisco Quijano OP Un año después de haber solicitado al Papa Inocencio III la confirmación de la comunidad que Fulco, obispo de Tolosa, había instituido en su diócesis, el prior de los predicadores de San Román, fray Domingo, la obtiene de su sucesor, Honorio III. La bula promulgada el 22 de diciembre de 1216 es el motivo por el cual estamos celebrando el Octavo Centenario de la Orden de Predicadores. Pero, ¿qué dice la bula acerca de esta comunidad? En la parte sustancial: «Atendiendo a esto, amados hijos en el Señor, Nos asentimos con clemencia a sus justas súplicas y recibimos bajo la protección de San Pedro y nuestra la iglesia de San Román, en la que están entregados al servicio divino y lo corroboramos con el privilegio del presente escrito. Y en primer lugar establecemos que la orden canonical, que está allí instituida según Dios y según la Regla de San Agustín, se mantenga y guarde en el mismo lugar en todos los tiempos de manera inviolable». Honorio recibe bajo su protección una comunidad de canónigos, que llevan una vida religiosa regular como otros conforme a una regla, nada dice de la predicación. ¿Era esto lo que Domingo había solicitado a Inocencio? Tenemos el testimonio de su sucesor en el gobierno de la Orden, Jordán de Sajonia: «Fray Domingo se incorporó al obispo Fulco para ir al Concilio, y exponer al Papa Inocencio el común deseo de que confirmara la Orden de fray Domingo y sus compañeros, que se debía llamar y ser en verdad de Predicadores» (Orígenes… n. 40). En otra bula del 21 de enero de 1217, Domingo consigue que se reconozca el propósito de su comunidad, la predicación: «Nos rogamos y exhortamos a ustedes, queridos, y les mandamos por estos escritos apostólicos, que cuanto más y más se entreguen confortados en el Señor a la predicación de la palabra de Dios, insistiendo a tiempo y a destiempo, cumplirán laudablemente la tarea de anunciar el evangelio, a lo cual asociamos la remisión de sus pecados». En el verano de 1215, el obispo Fulco había instituido la predicación de Domingo y sus compañeros en estos términos: «En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Ponemos en conocimiento de todos, presentes y venideros, que Nos, Fulco, por gracia de Dios siervo humilde de la sede de Tolosa, a fin de extirpar la perversión de la herejía, desterrar los vicios, enseñar la regla de la fe e inculcar a los hombres una sana moral, instituimos como predicadores en nuestra diócesis a fray Domingo y a sus compañeros, cuyo propósito regular es el de comportarse como religiosos, caminando a pie, y predicar la palabra de la verdad evangélica viviendo en pobreza evangélica». Los términos de este reconocimiento son más claros que en los documentos pontificios. Pero los “temas” de la predicación están vinculados a las directrices que el Papa Inocencio III y luego los obispos de la región del Ródano habían establecido en Aviñón (1209) para enfrentar la herejía. Esto tampoco corresponde a lo que Domingo pretendía, que era afinar dos cosas: que se trataba de una comunidad dedicada expresamente a la predicación en todo el mundo, no ligada a una situación particular como la herejía en el sur de Francia; y que esta comunidad debería ser de carácter permanente, una orden religiosa que no dependiera de un mandato del obispo para cumplir su misión. 1 En los años siguientes Domingo se entrevistó muchas veces con Honorio con el propósito de obtener bulas de recomendación de la Orden. En ellas el Papa se refiere a él y sus compañeros con su nombre oficial: Orden de Predicadores. Una de poca importancia del 18 de enero de 1221 señala, con todo, de manera nítida cuál era el proyecto de Domingo y sus compañeros; nuestras Constituciones la citan justo al comienzo (LCO n. 1, § I): «Honorio, siervo de los siervos de Dios, a los amados hijos el prior y los frailes de la Orden de Predicadores, salud y bendición apostólica. Aquel que fecunda siempre a su Iglesia con nuevos hijos, queriendo que estos tiempos modernos se conformaran a los primeros y que la fe católica se propagara, les inspiró el piadoso deseo por el cual, abrazados a la pobreza y profesando la vida regular, se han entregado por completo a la predicación de la palabra de Dios, anunciando el nombre de nuestro Señor Jesucristo por el mundo entero». Esta bula expresa lo que los predicadores ya eran en ese momento: una orden nueva dedicada por entero al anuncio del Evangelio en todo el mundo. La pequeña comunidad de predicadores que cumplía seis años antes su misión en la diócesis de Tolosa se había convertido en una orden con una misión universal. Esto es lo que caracteriza a la “espiritualidad” dominicana: un estilo de vida, pensamiento y acción que se identifica con la Orden misma. Las bulas pontificias reconocen oficialmente la existencia de un nuevo carisma, pero éste no nace de la autoridad papal ni de las bulas. ¿Cómo suscitó el Espíritu este carisma y cómo fue tomando cuerpo en la vida de Domingo y de sus compañeros predicadores? ● La vida de Domingo, sus andanzas de predicador y su obra de fundador no son tan ricas en datos y sucesos como las de otros grandes santos. Domingo tampoco dejó escritos extensos, sólo algunas indicaciones que se incorporaron a las Constituciones primitivas. Podemos, con todo, señalar unos momentos decisivos que configuraron su vida y su obra. ⦁ En las fuentes de la compasión: estudiante en Palencia, canónigo en Osma (1186-1203). Cuentan las crónicas que, siendo estudiante en Palencia, decidió vender sus libros para establecer una limosna, hoy diríamos una obra social, a fin de ayudar a los pobres durante una hambruna que asoló la región. «No quiero estudiar sobre pieles muertas –dijo– y que los hombres mueran de hambre». Domingo perteneció al cabildo de Osma, pequeña diócesis en la actual provincia de Burgos. Los canónigos vivían en comunidad según la Regla de San Agustín, que será adoptada años después por Domingo para su comunidad reli- giosa. Jordán de Sajonia nos dice cuáles eran en esta época sus disposiciones profundas: «Dios le había otorgado la gracia particular de llorar por los pecadores, por los desdichados y por los afligidos; sus calamidades las gestaba consigo en el santuario de su compasión, y el amor que le quemaba por dentro, salía bullendo al exterior en forma de lágrimas» (Orígenes… n. 12). Domingo bebía desde entonces de las fuentes de la misericordia: la identificación con el Salvador, que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida por todos; y la identificación con los pobres que padecen hambre y necesidad. ⦁ Acercarse a los lejanos con la fuerza de la palabra de Dios: viajes al norte de Europa (1203-1205). El obispo de Osma, Diego de Acebes, por solicitud del rey Alfonso VIII, tuvo que gestionar a la usanza de la época el matrimonio de su hijo con una noble dama de Dinamarca, para lo cual emprendió dos misiones diplomáticas en 1203 y 1205 acompañado por Domingo. 2 Dos hechos marcaron estos viajes. Al pasar por Tolosa en 1203, Domingo sostuvo una controversia toda la noche con un hospedero que se había unido a los cátaros. Así cuenta Jordán de Sajonia este episodio: «En la misma noche en que fueron alojados en la mencionada ciudad, el subprior mantuvo con calor y firmeza una larga disputa con el hospedero de la casa que era hereje. No pudiendo aquel hombre resistir a la sabiduría y el espíritu con que hablaba, le recuperó para la fe, con la ayuda del Espíritu divino» (Orígenes… n. 15). En el segundo viaje de 1205 para traer a la novia a España, Diego y Domingo se encontraron con que ella había fallecido. Decidieron entonces pasar por Roma para que el obispo presentara al Papa su renuncia a la diócesis de Osma, a fin de entregarse a la predicación entre los cumanos del noreste de Europa. El Papa no admitió su renuncia, de modo que ambos emprendieron el regreso a España. Pero haber salido de su entorno familiar, haberse encontrado con una crisis de fe en el sur de Francia y haber tenido noticia de pueblos no creyentes en el norte de Europa, avivó en ellos su vocación misionera. ⦁ Predicar en pobreza e itinerancia a la manera de los apóstoles: encuentro con los legados pontificios (1206). El verano de ese año fue un momento decisivo en la vida de Domingo. El obispo Diego y él tuvieron en Montpellier un encuentro con los legados cistercienses que el Papa había enviado a predicar en el sur de Francia, dominado por la herejía cátara y por grupos católicos distantes o ajenos a la jerarquía como los valdenses. Los legados estaban completamente desanimados porque no lograban recuperar a los herejes, quienes además les reprochaban el boato con que cumplían su misión. Entonces, Diego les propuso dedicarse por entero a la predicación, a semejanza de los discípulos enviados por Jesús en pobreza e itinerancia. Esta iniciativa del obispo de Osma fue el germen de la forma de predicación que Domin- go adoptaría por su cuenta y transmitiría a sus compañeros. El obispo de Osma estuvo por un tiempo en el sur de Francia y regresó luego a su diócesis donde murió. Domingo continuó predicando de esta manera. Diego y él habían logrado establecer en 1206 en Prulla, cerca de Fanjeaux que era un centro de los herejes, un monasterio con mujeres que habían abandonado la herejía y vuelto a la Iglesia. Este monasterio fue la primera comunidad que sirvió de base a Domingo y sus compañeros de predicación. Una vida intensa de predicación de Domingo durante 10 años, con compañeros que iban uniéndose a él, culminó en lo que hemos señalado más arriba: la institución de una comunidad de predicadores en Tolosa. ⦁ Una orden que fuera y se llamara de predicadores: solicitud de confirmación de la Orden (1215-1216). El siguiente paso era obtener la aprobación del Papa. Por este motivo, Domingo acompaña al obispo Fulco en su viaje a Roma para participar en el Concilio IV de Letrán a finales de 1215. El Concilio veía con preocupación la crisis de fe en el sur de Francia. Adoptó el “proyecto pastoral” que los obispos habían delineado unos años antes en Aviñón. Sus términos son los de la carta de aprobación de los predicadores por el obispo Fulco. Domingo buscaba algo más. Se entrevistó con el Papa Inocencio III, con el propósito de pedirle la confirmación de una Orden de Predicadores. El Papa accedió con una condición: adoptar una regla de vida aprobada por la Iglesia. En el verano de 1216, Domingo con sus compañeros escogen la Regla de San Agustín. Cumplida la condición, Domingo vuelve a Roma a finales de año. Inocencio entre tanto había fallecido, de modo que presentó su petición a Honorio III. Las bulas que hemos señalado antes dan cuenta de cómo fue necesaria una serie de entrevistas con Honorio para que la Orden fuera confirmada en los términos en que Domingo quería. 3 ⦁ No me contradigan, yo sé bien lo que hago (1217). Otro hecho de importancia fue el envío de frailes a España y París. Domingo había obtenido la deseada confirmación de su Orden, lo cual significaba que adquiría una dimensión universal, más allá de los confines de la diócesis de Tolosa y de la necesidad de responder a la herejía cátara. La situación política en la región se había complicado. A la manera de la época, en la que se daba una alianza entre instituciones feudales e instituciones eclesiásticas, estaba en marcha una cruzada contra los cátaros. La encabezaba el conde Simón de Montfort y, en el bando contrario favorable a los cátaros, el conde Raimundo de Tolosa. El enfrentamiento entre ambos había comenzado a mediados de julio. Domingo nunca quiso involucrarse en una campaña militar contra los herejes. Su misión era de carácter evangélico: anunciar la palabra de Dios y recuperar para la fe católica a quienes estaban bajo el influjo de los cátaros, mediante la fuerza de la palabra y de la argumentación dirigida a la inteligencia humana, respetuosa de la libertad. Una convicción que siglos después haría valer Bartolomé de las Casas en su escrito De unico vocationis modo: la única forma de llamar a la fe es apelando a la inteligencia y la libertad de las personas. Además de esta situación local conflictiva, Domingo tenía la intención de desplegar a sus frailes en las ciudades donde se cultivaba el estudio. De modo que decidió enviar unos frailes a España y otros a París. Esto sucedió el 15 de agosto probablemente en Prulla. La orden que recibieron estos frailes fue: estudiar, predicar y fundar un convento. El hecho sorprendió al obispo de Tolosa, al conde Simón de Montfort, a los propios frailes, algunos de los cuales se resistieron en un principio. Domingo partiría unos meses después para Roma con el mismo propósito; en adelante no volvería a tener una residencia estable en Tolosa. El espíritu de esta audacia carismática, que es una marca del espíritu de itinerancia de los predicadores, quedó plasmado institucionalmente en una de nuestras constituciones (LCO 398), que otorga al Maestro de la Orden amplias facultades para tomar decisiones en circunstancias particularmente difíciles. ⦁ En pobreza conventual e institucional (1218-1219). Domingo quiso que la predicación en pobreza evangélica se viviera también en los conventos y en su Orden como institución. Fr. Rodolfo de Faenza atestiguó en el proceso de canonización que Domingo hizo rescindir un contrato de donación de una rica propiedad que otorgaba un noble de Bolonia. Y Fr. Esteban de España dijo en el mismo proceso que Domingo mandó detener la ampliación de las celdas de los frailes que había decido hacer el ecónomo del convento de San Nicolás en Bolonia. Con el propósito de salvaguardar la pobreza del predicador y de las comunidades de malentendidos, que provenían de movimientos ajenos a la Iglesia al presentarse así como garantía de autenticidad evangélica, Domingo consiguió por esos años varias bulas de recomendación de la Orden. En una de ellas, el Papa Honorio III, por petición expresa de fundador, señala que los predicadores «rechazan el peso de las riquezas mundanas… para poder correr con más libertad en el campo de este mundo» (8.12.2019). En otra unos días después determina que las indigencias y los trabajos que padecen los predicadores en el ejercicio de su oficio les sirvan para remisión de los pecados (12.12.2019. ⦁ Anunciar el nombre de Jesucristo por el mundo entero: capítulos generales (1220 y 1221). A partir de ese momento, Domingo se dedicó a organizar la misión de la Orden, sin dejar de predicar en el norte de Italia. Acompañó de cerca a los frailes en Bolonia. En Roma recibió la encomienda de organizar la vida de las religiosas, incorpo4 rándolas a la Orden. Allí lo conoció sor Cecilia, que transmitirá de viva voz un retrato de Domingo puesto luego por escrito por una monja de Bolonia. Una institución clave para la organización de la Orden y la adecuación de su misión a los tiempos futuros fue el capítulo general. Esta modalidad de gobierno, que provenía de los monjes cistercienses, Domingo la adaptó a la Orden y su misión. Quiso desde un principio compartir con sus frailes la responsabilidad del gobierno, de modo que presentó su renuncia a dirigir la Orden en el capítulo de 1220. Los frailes no lo aceptaron, pero el gesto marcó la espiritualidad dominicana: el superior comparte las decisiones con la comunidad. En el segundo capítulo de 1221 se decidió la formación de provincias en los distintos territorios de misión: Provenza, Francia, España, Lombardía, Roma. Se envió frailes con el mismo propósito a Alemania, Inglaterra, Polonia, Hungría. El propósito de esta distribución de la responsabilidad de gobierno fue la adaptación de las comunidades y de la misión a las distintas culturas emergentes ya en la Edad Media tardía. Hay otros momentos en que se manifestó el carisma del Espíritu Santo en Domingo y sus compañeros, pero estos son los principales. El principio rector de este carisma y de la espiritualidad que suscita es la predicación: entregarse íntegramente a anunciar la palabra de Dios por el mundo entero. ¿Qué más se puede decir de esta espiritualidad? Sus principales elementos son tratados en este número de la revista: misión, comunión, estudio. Es una espiritualidad estrechamente vinculada a la misión y a las condiciones para llevarla a cabo ¿Cuál es su fuente, cuál su sentido último? Que es lo mismo que preguntar por el sentido de la misión. ● Dos rasgos fundamentales son la misericordia y la amistad. Tomás de Aquino tiene unas reflexiones luminosas sobre estas realidades. Al tratar de la virtud teologal de la caridad, se hace estas dos preguntas: si la caridad puede ser amistad, si la misericordia es la máxima de las virtudes. Veamos el segundo punto. Su respuesta es que lo propio de la misericordia es derramarse, identificarse o compadecerse con quienes padecen el mal, para liberarlos de él, lo cual corresponde a Dios, cuyo poder consiste en liberarnos del mal (cf. ST 2-2, 30). Esta reflexión enlaza con la visión bíblica de Dios y su amor por la humanidad: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos y he bajado a liberarlos» (Ex 3,7-8). Es la actitud del padre amoroso que se manifiesta plásticamente en la parábola de los dos hijos. Allí se dice cómo las entrañas del padre se conmueven por su hijo que ha vuelto a casa (cf. Lc 15,20); encontramos la misma expresión en la parábola del samaritano, cuyas entrañas se conmueven por el hombre medio muerto (cf. Lc 10,33). El amor de Dios es misericordia y compasión por nuestra condición precaria de pecado, alienación, pobreza, que mueve a Dios, por decirlo así, a asumir estas miserias para aliviarnos de ellas, particularmente del pecado. Pero el sentido último del amor de Dios no es la liberación del pecado, sino compartir con nosotros el gozo de su amor. Es la perspectiva que Tomás de Aquino adopta al tratar de la caridad. Pregunta: ¿si la caridad es amistad? Lo cual supone una relación entre iguales y nosotros, criaturas humanas, estamos a distancia infinita de Dios. Respuesta: Dios nos comunica su felicidad, hemos sido llamados a compartirla. Por esa razón, podemos ser felices igual que Él, podemos vivir en amistad con Él. La felicidad de Dios, su gozo, que nos comunica, es lo que nos coloca en igualdad con Él para compartir su amistad (cf. ST 2-2, 23, 1; 28, 1). Lo cual enlaza con las palabras de Jesús: «Ya no los llamo sirvientes, porque el sirviente no sabe lo que hace su señor. A ustedes les he llamado amigos porque les he dado a conocer todo lo que escuché a mi Padre» (Jn 15,15). Esta realidad fue vivida por Domingo, de quien dice Jordán de Sajonia: «Daba cabida a todos los hombres en su abismo de caridad; como amaba a todos, de todos era amado. Hacía suyo el lema de alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran» (Orígenes… n. 107). 5 En el Año Jubilar del VIII Centenario de la Confirmación de la Orden de Predicadores, que es también el Año Jubilar de la Misericordia proclamado por el Papa Francisco, renovamos nuestra misión en el seno de la Iglesia y de nuestro mundo, la cual consiste en esto: anun- ciar que Dios convoca a toda la humanidad a vivir en amistad con él y entre nosotros, que nos ha invitado a gozar de su felicidad por siempre. Dios se ha compadecido de nuestras debilidades y nos ofrece su perdón, a fin de vivir reconciliados en Él que es Amor. ● En el hermoso opúsculo ilustrado de la segunda mitad del siglo XIII, cuyo título es Los nueve modos de orar de Santo Domingo, el sétimo modo presenta el sentido profundo de la misericordia de Dios que inspira la predicación de los dominicos. Esta es la transcripción. «Se le hallaba con frecuencia orando, dirigido por completo hacia el cielo, a modo de flecha que apunta hacia arriaba, proyectándose directamente a lo alto por medio de un arco en tensión. Oraba con las manos elevadas sobre su cabeza, muy levantadas y unidas entre sí, o bien un poco separadas, como para recibir algo del cielo. Se cree que entonces aumentaba en él la gracia y era arrebatado en espíritu. Pedía a Dios para la Orden que había fundado los dones del Espíritu Santo, y agradable deleite en la práctica de las bienaventuranzas. Pedía para sí y para los frailes mantenerse devotos y alegres en la muy estricta pobreza, en el llanto amargo, en las graves persecuciones, en el hambre y sed grandes de justicia, en el ansia de misericordia, hasta ser proclamados bienaventurados; pedía, de igual modo, mantenerse devotos y alegres en la guarda de los mandamientos y en el cumplimiento de los consejos evangélicos. Parecía que entonces el Padre Santo Domingo, arrebatado en espíritu, entraba en el lugar santo entre los santos, es decir, en el tercer cielo. De ahí que, tras esta oración, tanto en las correcciones, como en las dispensas, o en la predicación, se comportaba como un verdadero profeta». «No permanecía por largo tiempo el Padre Santo Domingo en este modo de orar. Volvía en sí mismo como quien llegaba de lejos, o como quien venía peregrinando. Esto se podía observar fácilmente en su aspecto y en el modo de comportarse. Y cuando oraba con claridad, los frailes le oían pronunciar algunas palabras del profeta: Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario (Sal 27,2). Y enseñaba de palabra y con su ejemplo santo a los frailes a que oraran así continuamente, diciendo aquella frase del salmo: Ahora bendecid al Señor los siervos del Señor. Y también: Señor, te estoy llamando, ven de prisa, escucha mi voz cuando te llamo… hasta las siguientes palabras: Durante la noche levantad vuestras manos hacia el santuario (Sal 133,1-2). También: Y el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde (Sal 140,1). Para que se entienda mejor cuanto se ha dicho, se ilustra con la figura». * Los documentos citados se encuentran en: Santo Domingo de Guzmán. Fuentes para su conocimiento (ed. Lorenzo Galmés y Vito. T. Gómez), BAC, 1987. * Ilustraciones: Fra Angelico: La Coronación de la Virgen, 1435 Museo del Louvre, Paris. En la predela están las escenas: El sueño profético de Inocencio III, en el que Domingo sostiene la Basílica de San Juan de Letrán, y La muerte del Santo. Miniaturas que ilustran el texto sobre Los nueve modos de orar de Santo Domingo (h. 1260-1288) - Biblioteca Vaticana, Codex Rossianus, 3. * Este ensayo fue publicado en la revista TESTIMONIO (marzo 2016) de la Conferencia de Religiosos y Religiosas de Chile. 6