Gabriel Delgado Álvarez, director del Secretariado de Migraciones de la Diócesis de Cádiz “CUANDO EL INMIGRANTE ENTRA EN UNA PARROQUIA, DEJA DE SER EXTRANJERO” El sacerdote Gabriel Delgado Álvarez es director del Secretariado de Migraciones de la diócesis de Cádiz. El pasado 24 de enero visitó nuestra diócesis de Vitoria para reflexionar con nosotros sobre el fenómeno migratorio, en el marco de la celebración de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado 2008. Alrededor de 80 personas asistieron a su ponencia “Fenómeno Migratorio y Respuesta Pastoral de la Iglesia”. ¿De qué hablamos cuando hacemos referencia al fenómeno migratorio? Se trata de un fenómeno inserto en la estructura económica del sistema capitalista. Los inmigrantes salen de su tierra no solamente porque tienen necesidad de mejorar su situación sino - y sobre todo - porque este sistema los necesita. Necesita del entramado de las migraciones para su funcionamiento. Los inmigrantes se van insertando en los puestos laborales que la sociedad de bienestar va desechando ya que por su precariedad o su dureza es más difícil que los autóctonos quieran desempeñar. Si hoy los trabajadores inmigrantes que están en Europa dijeran “nos vamos”, el sistema económico se tambalearía. Las migraciones no están inventadas para resolver el hambre del Sur, sino para hacer más rico al Norte. Por tanto, entrar a comprender el fenómeno migratorio significa entrar a comprender que no estamos haciendo un favor a los trabajadores emigrantes sino que los trabajadores inmigrantes están fortaleciendo nuestro sistema económico y de bienestar social. ¿De cuantas personas inmigrantes estamos hablando en nuestro país y en nuestro entorno más cercano? A nivel mundial existen 191 millones de inmigrantes. En la España de los años 70 había unos 150.000 extranjeros residentes (con permiso de residencia). En septiembre de 2007 eran 3.740.000 de extranjeros residentes. Pero si miramos el padrón municipal vemos que en España hablamos de 4.500.000 extranjeros… y no todos están empadronados, por lo que no es exagerado que en España hablemos de cinco millones de extranjeros. En el País Vasco 79.269 extranjeros con permiso de residencia. En Álava son 17.715. Pero en los datos del padrón, en el País Vasco hay empadronados 98.524 y en Álava 19.392. Por lo que podemos decir que en el País Vasco viven más de 100.000 y en Álava más de 20.000. Gabriel Delgado con Blanca García, de la Delegación de Migraciones de Vitoria y Belén Carabias, de Cáritas En Álava, Colombia en primer lugar de procedencia de estas personas, con 2.685. Le sigue Marruecos con 2415. Después Portugal, Argelia, Ecuador y Rumanía. Esto quiere decir que en general en España hablamos de una situación plural, muy diversa, con más de 100 nacionalidades diferentes. Es un mundo muy diverso y plural, que no se puede encajonar exclusivamente con la palabra extranjero o inmigrante. ¿Dónde están esas personas? La mayoría de los inmigrantes son trabajadores. Los inmigrantes quieren vivir una vida más digna, poder tener un cierto bienestar, acceder a un trabajo y un salario digno, acceder a estudios sanidad… Es cierto que en el mundo actual el trabajo está muy fragmentado. Hablar de un trabajador fijo que gane mucho dinero y hablar de uno que está en la economía sumergida supone bajar muchos peldaños de la escalera. Los trabajadores inmigrantes normalmente ocupan los últimos peldaños, en trabajos duros como la construcción, la agricultura, el servicio doméstico o el sector servicios. Un pequeño grupo se inserta en la economía sumergida, donde están a la intemperie porque no tiene seguridad ni de salarios ni de nada. Hoy se relaciona mucho la inmigración con la pobreza o se le da otras connotaciones negativas Hay situaciones límite, es cierto, pero en general podemos mirar al trabajador inmigrante como a un trabajador nacional. La crisis y la fragmentación del mundo laboral afectan tanto a unos como a otros. Las situaciones límite se dan sobre todo en personas que están en la clandestinidad. La economía sumergida puede ser un primer colchón en el que la gente se inserta pero como la economía sumergida no está regulada, puede que esté poco tiempo. Si está poco tiempo y sale, probablemente caerá en las bolsas de la pobreza. Cáritas y los recursos sociales de los ayuntamientos saben de este mundo, pero no es un mundo muy generalizado. Es un sector. La inmensa mayoría de los trabajadores inmigrantes están haciendo grandes aportaciones a este país. Hemos pasado en pocas décadas a ser emigrantes a ser sociedad de acogida… ¿Cuál es nuestro reto ahora? España ha cambiado en dos décadas muchísimo. Estamos ante una nueva sociedad. Muchas veces da la impresión de que ni la administración, ni la ciudadanía ni la Iglesia tenemos asumida y profundizada esta realidad. De pronto este país cambia y pasa de ser un país de emigración a un país de inmigración y los barrios se llenan de inmigrantes muy plurales. El gran reto para todos es analizar y asumir que estamos ante una nueva sociedad en la que los autóctonos y los ciudadanos extranjeros somos socios de algo nuevo que se está construyendo. Juntos – en el barrio, ciudad, trabajo… – hemos de ir construir esto nuevo. Para la Iglesia el gran reto es asumir que es una sociedad religiosamente plural, en la que por un lado hay cristianos procedentes de muy distintos lugares pero también hay procedentes de otras iglesias cristianas – no la católica -, procedentes de otras religiones o gente que está en el mundo de la increencia. Todo esto supone un gran reto. ¿Cómo anunciar a Jesús en un contexto tan plural que no existía antes? ¿Y cuál es la gran tarea de la Iglesia? Es no hacer algo especial para los inmigrantes, sino asumir que la diócesis es un lugar de comunión y encuentro para todos. La parroquia no tiene que inventarse una estructura especial para los inmigrantes. El día que en la sociedad o en la Iglesia inventemos algo especial para los inmigrantes, estamos segregándolos y no estamos admitiéndolos como ciudadanos iguales. Desde el punto de vista pastoral, ahora mismo necesitamos un poco de revolución. Tenemos una Iglesia excesivamente adormecida y encerrada en su interior, y hemos olvidado un poco la misión, que es acompañar al hombre en medio del mundo y en medio de la vida. Los inmigrantes pueden ser una oportunidad para la misión, para que la Iglesia se zarandee un poco y salga al encuentro del hombre, al encuentro de los niños, de la mujer, de la familia… y acompañe sus experiencias. La parroquia es un lugar privilegiado para este encuentro… Sí, pero cuando digo la parroquia hablo de la puerta principal de la parroquia, no estoy hablando de abrir una puerta pequeña para que entren los inmigrantes. Los inmigrantes son habitantes del barrio como los demás; o ciudadanos de ese pueblo, como los demás. Y entran, como todos, por la puerta grande. La parroquia ha de integrar a los niños con los niños, los jóvenes con los jóvenes etc… Y no abrir ninguna puerta especial ni de asistencia social ni de ninguna otra cosa que por muy buena intención que se tenga, al final la buena intención lo que hace es estigmatizar al inmigrante como un pobre. No conozco otra estructura en la sociedad que pueda hacer una mayor labor integradora que la parroquia, si mira al inmigrante como uno más. Cuando el inmigrante entra en la parroquia deja de ser extranjero. La parroquia nos sienta a todos alrededor de la mesa como iguales. ¿Qué actitudes hemos de trabajar para acompañar a las personas? Lo primero es acompañar a descubrir lo que está ocurriendo. Acompañarle en el VER las causas, cómo es esta sociedad… Hay que acompañar en la FE, para ayudarle a descubrir la experiencia de Dios en el medio de su vida. Ayudarle a descubrir que no esta solo, que Dios le acompaña. Hay que acompañar en la INTEGRACIÓN pero sin llevarle de la mano a ningún sitio. La mejor ayuda que le podemos ofrecer desde la Iglesia al inmigrante es hacerlo protagonista y que vaya ejerciendo sus propios derechos y deberes. También hay que acompañarlo en el ACTUAR, en los pasos que va dando. Hay que acompañarlo en la MISIÓN para hacerle descubrir que el también tiene que ser un militante cristiano en medio de todo eso. Finalmente en todo este acompañamiento de las personas, a quien más hemos de acompañar es a los más pobres. Porque realmente la Iglesia cuando se convierte en sacramento de acompañamiento de las personas es cuando se pone a acompañar a los más pobres y cuando se hace creíble. ¿Cuáles son los principales riesgos que se nos presentan a la Iglesia con el fenómeno migratorio? El gran peligro es quedarnos en la atención, o en la buena intención. Hoy se han puesto de moda las migraciones, en la Iglesia también. Eso es un riesgo, el quedarnos en la moda y en la atención y no tener otra mirada. Cuando los españoles fuimos a ultramar, o cuando fuimos a Europa, o cuando desde el sur vinimos hacia el norte de España, éramos trabajadores y ayudamos a construir las zonas donde hemos estado, como un trabajador más, como un ciudadano más. No tenemos derecho a mirar a estos nuevos trabajadores de otra manera. Es un error que podemos cometer con buena intención. Tenemos que tener mucho cuidado con los brotes de racismo y de xenofobia, especialmente preocupante en los jóvenes. Ante eso, la Iglesia que es muy experta en el trabajo en valores - debe de fortalecer el trabajo educativo. Hemos de fortalecer el trabajo con los jóvenes. Promover la cordialidad, el encuentro entre las culturas, entre sensibilidades. Es un terreno en el que la Iglesia debemos embarcarnos y comprometernos. ¿Y los retos del futuro? Uno de ellos es la ciudadanía, en la que todos somos iguales y en la que todos estamos construyendo el barrio y la ciudad. El tema de la diversidad y la interculturalidad es otro reto. Estamos entre culturas y hemos de enriquecernos. Estamos construyendo una nueva sociedad en la que unos aportamos una cosa y otros aportamos otra. Y es tan importante la aportación de unos como de otros. El tema del diálogo interreligioso y el diálogo ecuménico es otra oportunidad que nos ofrecen las migraciones.