Actividad 15 CORREGIDA: Iluminando a Agustín. Lunes 30

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HF Act. 21
2º Bach
La filosofía de Agustín de Hipona I
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Lee la segunda parte del excelente resumen que está en la web San Agustín y elabora una respuesta a
las preguntas empleando para ello todo el espacio disponible.
1. Explica el tratamiento del problema del conocimiento en la obra de Agustín de
Hipona (Expón brevemente la manera en que concibe Agustín las relaciones entre
razón y fe, su teoría del conocimiento y la noción de “iluminación” característica
de su pensamiento).
De entre las diferentes maneras de concebir las relaciones entre razón y
fe características de la Edad Media, la posición de Agustín de Hipona es
la defender la necesaria coincidencia entre ambas. La verdad es una y,
por tanto, la creencia y el entendimiento como vías de acceder a ella se
apoyan mutuamente según queda expresado en la frase: «Comprende
para creer. Cree para comprender» dice en el Sermón, 43, 7. Sin embargo
la primacía la tiene siempre la fe, ya que según Agustín no puede llegar
a entenderse todo aquello que se ha de creer.
En cualquier caso no hay que olvidar que el tipo de conocimiento al que
aspira Agustín está siempre directamente relacionado con la
planificación de la vida a través del acceso a su auténtico sentido
trascendente y con la búsqueda de la salvación. Es un conocimiento que
salva, esto es: que procura sabiduría, paz y felicidad.
¿En qué consiste ese conocimiento? Es el conocimiento de la verdad que
sigue siendo interpretada como lo universal, necesario, inmutable,
perfecto, etc. (de acuerdo con la concepción clásica del ámbito de lo
inteligible). Por tanto «conocimiento» es término que designa la
captación de un objeto inmutable y necesario. Sin embargo Agustín
identificará ese ámbito con el Dios del cristianismo, de manera que
podrá llegar a decir que el auténtico origen de la verdad y el
conocimiento es Dios.
Pero lo más característico de la posición de Agustín es el modo en que
dirige esa búsqueda de la verdad hacia el interior del hombre.
En primer lugar Agustín demuestra (en contra del escepticismo) que hay
verdades de esa naturaleza, es decir, que es posible conocer algo con
certeza: el alma. Lo hace mediante el argumento de la autoconciencia:
aunque todo lo externo cambie incesantemente y pueda, por tanto
dudarse de ello, de lo que no puedo dudar es de que, piense lo que yo
piense, soy algo que piensa (Descartes, en otro contexto y con otra
intención, utilizará tiempo después un argumento parecido). Esa
permanencia del alma es concebida por Agustín como una imagen de la
eternidad de Dios, y la indubitabilidad con que la conocemos (y que
constituye la primera evidencia de un conocimiento universal, necesario,
etc., que no puede proceder del mundo sensible) es la primera muestra de
la presencia divina. El hombre la encuentra ya en su propio interior.
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Pero cuando el hombre, vuelto hacia su interior y contempla su alma y lo
que hay en ella se tropieza también con una pluralidad de
conocimientos en los cuales va a encontrarse nuevamente con la
presencia de Dios.
Aunque lo primero que encontramos en el alma son sensaciones, que son
representaciones de los objetos sensibles, a partir de ellas el alma genera
activamente imágenes de las cosas, que pueden ser almacenadas en la
memoria (gracias a esa permanencia propia del alma que la distingue
de lo meramente sensible y la identifica con una imagen de Dios). Pero
aunque los objetos de los sentidos cambian, en el alma hay también
reglas, modelos, de acuerdo con las cuales juzgamos acerca de las
sensaciones y de las cosas externas y las comparamos para (como decía
Platón) establecer si son iguales (si son “lo mismo”) o diferentes, etc., y
esas reglas no cambian. Mediante esa comparación con los que se
establece la mayor o menor proximidad de cada cosa a un modelo,
regla, patrón o ideal (que representa la perfección), se consigue el
conocimiento científico y racional. Aunque el estadio realmente superior
del conocimiento es propiamente el de la contemplación directa de los
modelos ejemplares.
Se pueden distinguir, por tanto, en relación con el conocimiento:
a) Una parte inferior, la ciencia (scientia), en la que la razón se ocupa
del mundo sensible y temporal (a partir de esos modelos) y es, así, capaz
de orientarse prácticamente en ese mundo.
b) Una parte superior, la sabiduría (sapientia), en que la inteligencia se
ocupa directamente de los modelos ideales inteligibles y eternos.
Dado que esos modelos eternos no puede provenir, a su vez, del mundo
externo (mudable y cambiante), han de proceder de algo eterno e
inmutable: de Dios. Son, nuevamente, la presencia de Dios en nuestro
interior.
Nosotros/as, que somos seres temporales y finitos, llegamos a conocer esos
modelos ideales gracias a lo que Agustín de Hipona denomina la
“iluminación”. Según esta noción tan característica del agustinismo, y
cuya procedencia es claramente platónica (pues sigue una metáfora que
se encuentra en la República que luego emplearía ampliamente el
neoplatonismo, la de la idea del bien como sol del mundo inteligible)
Dios aparece como aquella «luz inteligible» sin cuya intervención no le
sería posible al hombre acceder al conocimiento de objetos intemporales
que trascienden su condición finita y temporal. De la misma manera en
que el alma no puede iluminar por sí misma los objetos sensibles, sino que
es necesario que estos sean alumbrados por un foco exterior, tampoco
puede, por sí sola, hacer visibles para sí los objetos eternos sino que
necesita que reciban la iluminación proveniente de la luz infinita de
Dios. La iluminación es, por tanto, una acción de Dios sobre los hombres
que permite a estos captar lo inteligible en sí mismo.
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2. Explica el tratamiento del problema de Dios en la obra de Agustín de Hipona
(Expón en qué consiste la concepción de Dios como “esencia suma” y la
explicación que da Agustín de la creación)
La idea de Dios es uno de esos lugares en los cuales puede observarse la
necesaria coincidencia entre lo revelado por la fe y lo que resulta
accesible por el conocimiento, ya que Agustín considera que, al menos su
existencia, es plenamente demostrable y proporciona diversas pruebas de
ella tales como la prueba noética (a partir del conocimiento que posee el
alma de unas verdades eternas y necesarias que no pueden proceder de
ella misma ni del mundo externo), la prueba por el orden y la
contingencia del mundo, o la prueba por la evidencia psicológica y
moral del encuentro con Dios en el interior del alma que aparece en las
Confesiones.
Sin embargo lo que más interesa a Agustín es la cuestión de qué es Dios,
de cuál es su esencia
a Moisés: “Yo soy el que soy”); y, a su vez, de acuerdo con las
concepciones platónicas que subyacen a toda su filosofía, entiende que
sólo es verdaderamente aquello que es inmutable. Dios es, por tanto, el ser
mismo. Deus est ipsum esse, es el verdadero ser, ya que sólo en él se cumple
máximamente esa condición de absoluta inmutabilidad, es la esencia
suma. Posee por tanto, en grado máximo, todas las características
propias de la esencia.
Pero, además, Agustín muestra cómo esas
características son las del Dios cristiano: será único, simple, perfecto,
subsistente, etc. Del mismo modo será también identificado por Agustín
con el bien en sí, el principio y fuente de todas las cosas, la luz inteligible
y la verdad esencial en la que se funda todo ser y toda verdad. Muchas
de esas características coinciden con las que eran atribuidas por el
neoplatonismo a la noción de “Uno”, o por el propio Platón a la de
“Bien”.
Sin embargo, lo que aparece como más propiamente cristiano en su
noción de Dios, tiene que ver con el hecho de que en tanto que única
esencia absoluta es concebido por Agustín como aquel ser que comunica
a cualquier otra realidad la realidad misma, es decir, como el creador
de todos los demás seres.
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creado a partir de la nada (de acuerdo con esa idea de creación
absoluta propia del pensamiento cristiano que es totalmente extraña al
mundo griego). Las razones por las cuales Dios decidió crear el mundo
no son accesibles a la mente humana, pero lo que es importante señalar
es que lo ha creado porque así lo ha querido, y que, puesto que Dios es
infinitamente bueno, todo lo que Él ha creado ha de ser, igualmente,
“bueno” (esto es lo que se denomina optimismo ontológico).
Sin embargo, debido, precisamente al carácter inmutable de la esencia
divina y al hecho de que ésta no pueda tener ninguna relación con el
tiempo, la narración bíblica del Génesis (según la cual Dios creó el
mundo en 6 días) debe tomarse alegóricamente y de forma literal. Dios
tuvo que crear el mundo de una sola vez, y de acuerdo con los modelos
«pre-existentes» en su «Verbo» (lógos) desde toda la eternidad, los
cuales son ideas, increadas y consustanciales a Dios. Una vez creado el
Agustín identifica a Dios con el ser, (tal y como Dios mismo hace cuando
le dice
Dios ha creado todo, lo ha creado como un acto de voluntad libre y lo ha
mundo Dios sólo participa en su conservación, pero no crea nada más.
Este punto de vista que se sigue necesariamente de la propia concepción
agustiniana de la esencia divina, tiene algunas consecuencias muy
importantes a la hora de concebir el orden mismo del mundo. Así, por
ejemplo, supone que el curso entero de la historia tenga que haber sido
previsto de antemano desde los orígenes mismos de la realidad, de
manera que la historia no consista más que en el desarrollo de
potencialidades fijadas por Dios desde la creación misma. Esta noción
era explicada por Agustín recurriendo a la doctrina estoica de las
«razones seminales» de las «semillas» por cuyo desenvolvimiento se
explica todo lo que acontece.
Esos «gérmenes» o «razones» fueron implantados por Dios en la materia
cuando sacó a esta de la nada, y en esto consiste La acción «formativa»
de Dios sobre dicha materia. Así, aunque todos los seres han sido creados
desde el principio, lo han sido en forma de gérmenes o semillas, siendo la
historia del universo, la historia de su despliegue y evolución.
Los principales problemas suscitados por estas concepciones agustinianas
surgirán
a la hora de hacerla compatible con una idea que es
fundamental para el cristianismo, la de la libertad humana (el libre
albedrío). Estos problemas reaparecerán con fuerza con la Reforma.
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