Putas, constructores y peperos La Vanguardia, 8-2-2002 Julià Guillamon Desde su paso a Columna, Ferran Torrent ha alternado diversos tipos de libros. Una literatura muy eficiente de base autobiográfica –Gràcies per la propina– convive con novelas melancólicas, estáticas, de trasfondo histórico impreciso, como L’illa de l’holandès y libros de oportunismo como el del viaje a La Habana. Con Societat limitada ha redoblado su ambición. La novela propone un corte transversal de la sociedad valenciana. Con una historia montada en torno a un empresario de la construcción y las operaciones inmobiliarias en los márgenes del Turia, en la playa de Alboraya o en el Cabanyal. Alrededor de Juan Lloris pululan un consejero áulico, un tío «versaor» que guarda su cecado en la Albufera el hijo descastado, el macarra que suministra bellas eslavas para que el magnate se las cepille de dos en dos. Periodistas, banqueros, políticos. Torrent –que fue candidato por el Bloc Nacionalista en las últimas elecciones generales– esboza las líneas del retrato a partir de la historia ficticia del Front Nacionalista Valencià, sus guerras internas y sus penurias económicas. El empresario quiere obtener prebendas en los concursos públicos, los del Front necesitan fondos para la campaña electoral (el líder, Francesc Petit, cree en una tercera vía, pero la política pragmática es cara), 81 socialistas y populares aprovechan la coyuntura y manipulan lo que pueden: obstruyen líneas de crédito, abonan las disidencias. Torrent se burla de los artistas que se ponen a tiro de los políticos en el Centre del Carme y en el Museu de Belles Arts, habla maravillas del periodismo primitivo, y en cierta forma heroico, de cuando no había ordenadores. Vuelve al puticlub y llama a la puerta del València CF (¡qué gran tema se adivina en las pocas, atinadas, referencias deportivas!). El resultado es un entretenimiento. Pero detrás hay algo mucho más importante, un retrato despiadado de una sociedad que vive en el recuerdo de Concha Piquer y en la tómbola televisiva. Para el lector que está in albis de lo que pasa en Valencia, poco importa que se trate de un roman à clé (el Torquat Almenar de la página 238 es sin duda Ciprià Ciscar), pero los referentes reales aportan veracidad y viveza. Un ritmo de comedia ligera Torrent escribe con un ritmo perfectísimo de comedia ligera. Se le notan las ganas de decir (de un tema poco vistoso como el nacionalismo valenciano extrae un caso general). Cada capítulo alterna diversos personajes, situaciones, puntos de vista. La estructura –y el título– recuerda la Vida privada de Josep Maria de Sagarra. Pero Torrent es siempre Torrent. En vez de largas disquisiciones y miserias, diálogos chisporreantes. En lugar de viejas fórmulas de cortesía, mansiones, castillos, gente que sabe lo que quiere (del auditor avispado a la gran felatriz). Hay dos momentos principales en los que la novela se reconcentra y la Valencia real emerge en toda su verdad. En el primero, Lloris aparece en la Albufera junto al fiel Granero, con su escopeta Scott de cuatro millones, símbolo de poderío y ascensión social. En este mundo de fortunas fulgurantes, el señorito y el subalterno hablan el mismo idioma. La Albufera, la huerta se están perdiendo. En el segundo, el magnate y su escudero sobrevuelan en avioneta privada los nuevos barrios. Solares, casas adosadas, kilómetros de ciudad desnaturalizada posmoderna. La trama sexual –la trata de blancas– quizás no esté a la altura 82 del reportaje estupendo de demolición de un paisaje. Pero la novela se sostiene también sobre estas historias más previsibles. Els treballs perduts de J. F. Mira, Una prudente distancia de Lluís Fernández y, ahora, Societat limitada ofrecen una imagen de la Valencia contemporánea que ningún buen lector debería pasar por alto. La novela de Torrent abre una nueva, gozosa perspectiva. 83