TEÓRICO Nº 2 22/03/2011 Tema: Lingüísticas de la lengua y discursivas. Características de la Semiótica de Primera y de la Semiótica de Segunda Generación. Presentación de la Teoría Peirciana. Un poco como resumen de lo considerado la clase anterior tenemos que la lingüística saussureana opera siempre con la idea de oposición –por un lado-, y a su vez por otro-, con la idea de seleccionar, en relación con los dos elementos que entran en oposición, uno de ellos, esto es, se “queda” con uno y desecha al otro. Esto se da, en líneas generales, casi en todas las oposiciones binarias; digo casi porque en la definición de signo, no se cumple: y que los dos elementos mantienen una relación solidaria: por supuesto que se pueden diferenciar uno del otro y que pueden estudiarse por separado, pero la idea de signo implica siempre la existencia de una relación solidaria entre los dos elementos. Entonces tenemos que, respecto de la oposición Lengua y Habla, la lingüística saussureana distingue como esencial a la lengua y desecha, deja de lado, no estudia el habla. Hasta ahí habíamos llegado. Centrémonos ahora en la diapositiva que incluimos a continuación LINGÜÍSTICA DE LA LENGUA: CONCEPCIÓN DEL SUJETO • SE DEFINE A PARTIR DEL ESQUEMA DE LA COMUNCIACIÓN DE JAKOBSON: POR PENSÁRSELO SÓLO CONDICIONADO POR LA LENGUA SE LO CONCIBE COMO UN SUJETO LIBRE, CONCIENTE, QUE DICE LO QUE DESEA DECIR, “DUEÑO DEL SENTIDO” Hay un aspecto que es muy importante tomar en consideración cuando se trata de describir las características que presenta cualquier teoría lingüística –cosa que también se extiende a cualquier teoría semiótica- que es la concepción de sujeto con la que se maneja. En el Curso de lingüística general, la definición de sujeto nunca aparece trabajada, nunca aparece definida de manera manifiesta, Sí, funciona implícitamente. Esto significa que, a partir de lo que se desarrolla en el Curso es factible extraer una conceptualización acerca del sujeto. Esta conceptualización fue explicitada, planteada de manera manifiesta, muchos años después por un autor que ustedes conocen, en un texto que seguramente han leído o tienen referencias -si no ya desde la escuela primaria, sí desde la escuela secundaria-. El autor al que aludo es Roman Jakobson. La concepción de sujeto a la que remito se presenta en un texto, publicado en 1956, que se llama “Lingüística y poética”, donde se encuentra el famoso esquema de la comunicación. Recordarán que Jakobson no pone el acento específicamente en la cuestión que a nosotros nos interesa aquí, sino que se aboca a definir lo que denomina “funciones del lenguaje” y, dentro de ellas, se dedica especialmente a dar cuenta de la que llama “función poética”. Pero, en la primera parte del texto aparece lo que es el esquema de la comunicación, que está compuesto -como ustedes recordarán- por seis elementos. Lo que nos interesa rescatar es la conceptualización que se plantea respecto del sujeto; ésta presenta una disimetría bastante fuerte entre el modo en que se piensa al sujeto que está ubicado en el lugar de la emisión y el modo en que se piensa al sujeto que está ubicado en el lugar de la recepción. Uno, el nombrado en primer término, es el que posee ese carácter libre que implicaba para Saussure la realización de todo acto de habla. La clase pasada habíamos señalado la oposición entre la libertad que se daba en el terreno del Habla, versus la restricción que se daba en el campo de la Lengua. El texto de Jakobson asimila, hace, por así decir, suya esta idea: piensa al sujeto hablante sólo condicionado por la lengua; se lo concibe como un sujeto libre, consciente, sobre el cual sólo pesan las restricciones de la gramática de la lengua, y no hace intervenir, por ejemplo, lo que Kerbrat Orecchioni, en trabajos posteriores (donde revisa y reformula, complejizándolo, el esquema jakobsoniano) plantea como los factores psi (en donde engloba aspectos que tienen que ver con lo psicológico, lo psicoanalítico y lo psíquico). Volviendo a Jakobson diremos que en su trabajo se perfila, para el sujeto que tiene la palabra, la imagen de un sujeto consciente que dice lo que desea decir. Y esto da como resultado que algunos autores -entre ellos Verónhablen de ese sujeto como “dueño del sentido”. Dueño del sentido no solamente por esto que vinimos planteando, sino porque además, al receptor no le queda otra posibilidad que pensar que tiene que dar con aquello que quiso decir el emisor. ¿Se entiende? Lo que quiso decir el emisor es difícil de determinar, además puede mentir. Por otro lado puede estar diciendo “otra” cosa de lo que él piensa que está diciendo, aquello que concientemente quiere decir. El modelo jakobsoniano (esto ya seguramente lo vieron en Semiótica I) pone el acento en aquellas interacciones lingüísticas que son exitosas. Por exitosas se entiende las que no dan lugar a malentendidos. Podría decirse que el modelo está pensado para aquellos mensajes, que no ofrecen más que una lectura (que en realidad son pocos de los vamos a encontrar en las interacciones cara a cara que se dan entre los sujetos. Lo común es precisamente lo que podríamos denominar el malentendido, o sea, aquello que se supone que quiso decir el emisor no es decodificado por el receptor de esa forma sino de otra. Los modelos posteriores a Jakobson, que lo discuten, que lo critican y lo reformulan, aún basándose en su esquema -como es el caso de la reformulación efectuada por Kerbrat Orecchioni- se postulan no a partir de aquello que aparece como no fallido en el uso de la lengua, sino como aquellas interacciones que implican malentendidos. Entonces, en el caso de Kerbrat lo que se va a plantear es la duplicación del código; ya no hay un solo código que comparten –como decía Jakobson- en parte o totalmente emisor y receptor, sino que se va a formular el esquema presentando la existencia de dos códigos: uno que corresponde al orden de la emisión (es decir, que pone en juego el emisor) y otro que corresponde al orden de la recepción, el que pone en juego un receptor. Entonces, a partir de allí se puede ver que las lecturas que puede hacer el receptor están –como diría Verón- condicionadas por ese código que es el que maneja el receptor. Dicho de otra manera, no están condicionadas por el mismo código que es el que condiciona al emisor. Así se plantea de una manera simple (o menos sofisticada) aquello que plantea Verón acerca del desfasaje entre producción y reconocimiento. Pero, volviendo al tema, la lingüística de la lengua y el esquema jakobsoniano, que la expresa, no implica la posibilidad del desfasaje (para entendernos rápidamente). O sea, si hay diferencia entre emisión y recepción se atribuye al funcionamiento de un ruido que se ha producido en la recepción del mensaje o en alguno de los otros elementos que forman parte del esquema. Esto es muy importante porque después, como vamos a ver, las lingüísticas discursivas van a estar en contra del esquema jakobsoniano que estamos considerando aquí. Ya vimos todas las características generales de la lingüística saussureana. Ahora vamos a ver cómo opera respecto de ella, lo que equivale a decir qué relaciones establece con ella, la semiótica de primera generación. La siguiente diapositiva presenta algunas -las más salientes, las más importantes para el desarrollo de nuestro curso nosotros- de las características que presenta tal semiótica. SEMIÓTICA DE PRIMERA GENERACIÓN: CARACTERÍSTICAS • RETOMA LA OPOSICIÓN MATRIZ DE LA LINGÜÍSTICA DE LA LENGUA BAJO LA DENOMINACIÓN CÓDIGO/ MENSAJE • RETOMA LA NOCIÓN DE SIGNO DE LA LINGÜÍSTICA DE LA LENGUA, O SEA LO ENTIENDE COMO UNIDAD FORMADA POR SIGNIFICANTE Y SIGNIFICADO • RETOMA LA CUESTIÓN DE LAS UNIDADES Y LOS NIVELES DE LA LINGÜÍSTICA DE LA LENGUA • RETOMA LA CONCEPCIÓN DE SUJETO DE LA LINGÜÍSTICA DE LA LENGUA Como podemos leer, la Semiótica de primera generación retoma, en primer lugar, la oposición que habíamos denominado como matriz (o sea, la oposición central de la lingüística de la lengua), que en el caso de Saussure y los lingüistas que adscriben a su teoría es la que distingue “lengua” de “habla”. En el caso de la semiótica de primera generación no se utiliza esa terminología sino que se sustituyen esas palabras por código y mensaje. Pero lo que pervive es la idea fuerte de que de estos dos elementos el que tiene primacía es el primero, para el caso, el código. Esto se puede traducir en lo siguiente: los primero investigadores del campo de la semiótica se veían obligados a detenerse y a estudiar los mensajes, pero la idea que estaba por detrás, la idea que guiaba todo su trabajo analítico era pensar que esos mensajes dependían de un código preexistente. Lo que ellos buscaban, entonces, era dar cuenta de cuáles eran las reglas de ese código. O sea, presuponían la existencia de un código, así como cuando uno habla se presupone la existencia de una lengua. Y esto de una manera fuerte. Por otra parte, se retoma la noción de signo de la lingüística de la lengua. O sea, se entiende al signo como una unidad que está formada por dos caras, significado y significante. Esto es muy importante, porque luego vamos a ver que, por lo general, la semiótica posterior no se va a regir por la definición dada por Saussure, ésta los semiólogos de primera generación adoptan como propia. La semiótica de primera generación retoma también la noción de unidad y la estructuración del sistema en niveles, que postulaba la lingüística de la lengua. Puede decirse al respecto que ésta planteaba la existencia de niveles de organización de la lengua, cada uno de los cuales estaba compuesto por un conjunto determinado –es decir, finito-, de unidades, y que una de sus tareas era la de identificar esas unidades y su funcionamiento dentro del nivel correspondiente. Ustedes recordarán cuando en algunos textos incluidos en Semiótica 1 se hablaba de las unidades mínimas. Esta noción se ponía en juego, por ejemplo, en ese trabajo de Metz que recordé la semana pasada -“El estudio semiológico del lenguaje cinematográfico” y también en “El cine: ¿lengua o lenguaje?”- en los cuales se preguntaba si las mismas unidades y los mismos niveles que aparecían en la lengua se podían observar en lo que él denominaba el lenguaje del cine. Lo que importa aquí es tener presente que en la Semiótica de primera generación hay un esfuerzo por observar niveles y ver qué unidades se corresponden con ellos. Para poner un simple ejemplo (porque veo caras de no saber de qué estoy hablando cuando me refiero a estos trabajos de Metz), consideremos que en “El estudio semiológico del lenguaje cinematográfico”, Metz él compara una palabra con una imagen. La imagen sería una imagen simple. Cuando él decía imagen simple quería decir compuesta por un solo elemento. Supongamos, la fotografía de un perro a la que confrontaba con la palabra “perro”. La palabra “perro” es un signo lingüístico y goza de un carácter abstracto muy alto. En cambio, la fotografía o la imagen dibujada de un perro no puede, para decirlo rápidamente, traducirse solamente por una palabra, no es equivalente a la palabra perro. ¿Por qué? Porque aporta un montón de otras informaciones que la palabra perro no aporta. Por ejemplo, la raza a la cual pertenece ese perro, si está parado, si está sentado, si está en una actitud agresiva o no, etcétera. Entonces, para traducir una imagen -decía Metz- nos tenemos que internar en el terreno del enunciado: no podemos considerar que se trata de un signo, sino de un conjunto de signos que, además, dan lugar a un conjunto de frases Este es un ejemplo para ver cómo los investigadores – los semiólogos de primera generación- se posicionaban frente al objeto que debían trabajar, y advertir así qué conceptos podían y qué conceptos no podían tomar de la lingüística saussureana. Este es un gesto constante no de todos los investigadores de la primera semiótica, sino de sólo algunos, uno de los cuales es Metz. Metz repetía constantemente –y en trabajos muy posteriores a estos iniciales de los años ’60- que la lingüística tenía que servirle a los semiólogos como una especie de inspiración pero nada más que eso, y que era mejor tenerla alejada, mantenerla a cierta distancia, para no producir aplicaciones que no sirvieran en realidad para relevar características que presentan los objetos a los cuales se les aplicaba estas nociones. Por último, como vemos en la diapositiva, se retoma la concepción de sujeto de la lingüística de la lengua. Otra cosa que en la diapositiva no se planteó es que la Semiótica de primera generación trabaja con la noción de sistema, con la noción de estructura, y que, en consecuencia, sus investigadores van a buscar el sistema o la estructura interna que poseen los mensajes. Trabajan siempre sobre, como decíamos, mensajes, apuntando a la determinación del código. Cosa que fue una tarea bastante dura, y en definitiva infructuosa. Por otro lado, para llevarla a cabo se necesitaría una cantidad muy grande de personas que estuvieran trabajando en eso, cosa que no fue así. A modo de apostilla, o sea, de un elemento que agrego pero sobre el cual no me voy a detener, hay un elemento que no es aportado directamente por la lingüística saussureana sino por una de sus vertientes posteriores. Es el aporte de la glosemática, que tiene a un representante fundamental que es Hjelmslev. Este autor trabajaba con la distinción entre denotación y connotación, o, para ser más precisos, sistema denotativo y sistema connotativo. Esta distinción la toman Barthes y Eco. Ellos van a trabajar con este par de nociones: por un lado denotación y por otro lado connotación. Le van a dar importancia fundamentalmente a la connotación, porque implica algo que la lingüística saussureana dejaba de lado pero que en la primera semiótica de alguna manera se pone en juego, que es la relación entre el mensaje y la realidad externa, por así decirlo, o “el referente”. Esta elección teórica implicaba advertir cómo opera la ideología sobre la construcción de los mensajes. El objetivo de estos trabajaos era precisamente advertir cuáles eran los componentes de la ideología pequeño-burguesa que, según Barthes, era aquella que estaba dominando el terreno en los años ’60. Uno podía pertenecer a cualquier clase social, pero en realidad -y nosotros hoy podríamos decir “discursivamente”- apelábamos a los clichés, a los ideologemas (como decía Bajtín) que pertenecían a la pequeña burguesía. La siguiente diapositiva nos enfrenta a las características de las lingüísticas discursivas. LINGÜÍSTICAS DISCURSIVAS: CARACTERÍSTICAS • OBJETO: DISCURSO/TEXTO, SEGÚN VERTIENTE • PRINCIPIOS: SE OPONEN A LOS PLANTEADOS POR LA LINGÜÍSTICA DE LA LENGUA : - POSTULAN LA NO INMANENCIA - ESTO INCIDE EN LA CONCEPCIÓN DE SUJETO, AL QUE CONCIBEN CONDICIONADO POR ELEMENTOS QUE VAN MÁS ALLÁ DE LAS CONVENCIONES DE LA LENGUA. Pueden ser sólo reglas de las situaciones comunicativas o también condiciones socio-históricas. Lo primero que tenemos que considerar es que la lingüística saussureana tenía un único objeto de estudio, que era la lengua, al cual interpretaba de la misma manera siempre. O sea, todos los investigadores, a pesar de las vertientes a las que adscribían, respetaban el objeto de estudio planteado por Saussure. Lengua (ya lo dijimos como quinientas veces) se entiende como sistema de signos. Signo, también tal como lo define Saussure, esto es, entidad bifásica compuesta por significado y significante. En cambio, en el caso de las lingüísticas discursivas (y precisamente por eso el plural) no hay consenso respecto de cuál es el objeto de estudio. Algunos hablan de discurso, otros hablan de texto. Sin embargo, le dan más o menos el mismo estatuto. Si nosotros fuéramos un poco despreocupados podríamos decir que las lingüísticas discursivas van a circunscribir su objeto de estudio centrándose en aquello que desechaba la teoría saussureana. O sea, sus investigadores van a estar trabajando en el territorio correspondiente al habla. Pero no van a utilizar esta terminología. No van a hablar de habla. ¿Por qué? Porque les parece que la noción está “contaminada” muy fuertemente por el pensamiento saussureano, y entonces, si usaran ese término quedarían entrampados en la lógica general de la teoría saussureana. Prefieren, por lo tanto, utilizar otros términos: texto, discurso, enunciado -esos son algunos de ellos- que ponen en escena las diferencias teóricas que separan a estas lingüísticas de la lingüística de la Lengua. De cualquier manera, pese a las diferencias que puedan tener con respecto al objeto de estudio, todas las vertientes de las Lingüísticas discursivas comparten un conjunto de elementos que entran en colisión o van en contra de los planteos centrales de la teoría saussureana. Eso es lo que las caracteriza. Por eso en la diapositiva leemos que se oponen a los principios presentados por Saussure. Tenemos también que postulan la no inmanencia, y esto ya no lo explico porque ya lo dije la clase anterior. Y esto incide en la construcción del sujeto, al que conciben condicionado por elementos que van más allá de las convenciones de la lengua. Cuando presentamos el modelo saussureano (y lo retomamos recién) dijimos que de un lado está la coerción, las restricciones que se imponen al sujeto, del lado de la lengua, y del otro lado está la libertad irrestricta, porque una vez que el sujeto conoce la lengua la utiliza a su gusto y piacere. Las lingüísticas discursivas se oponen a ello y postulan que hay más restricciones, hay más coerciones, más condicionamientos que aquellos que identificaba la teoría saussureana, y que estos condicionamientos tienen que ver con la realización de actos de habla; es decir, cuando se emplea la lengua, produciendo enunciados. Estos condicionamientos pueden ser las reglas que tienen que ver con las situaciones comunicativas. Los autores que sostienen esto son investigadores que –para decirlo muy rápidamente- no se embanderan (por lo menos de manera inmediata) dentro de una postura marxista (por llamarlo de alguna manera) y advierten que existen condicionamientos que son culturales -y por lo tanto, históricos- que tienen que ver con lo que ellos denominan situaciones comunicacionales. Entonces, una cosa es una conversación entre amigos. Esa es una situación comunicacional. Otra situación comunicacional, distinta, es una clase, por ejemplo. El comportamiento de cada uno de los participantes en estas dos situaciones comunicacionales (que pueden ser las mismas personas) es distinto. ¿Por qué? Porque están operando convenciones, reglas, que caracterizan a cada una de esas situaciones. Y la gente, todos nosotros, las aprendemos desde que tenemos dos o tres años. Son reglas de funcionamiento de las situaciones. Imagínense si acá no existiera la “prohibición” (tácita, pero que pueda dar lugar a sanciones) de hablar entre ustedes: cada uno haría conversación con el otro y se desvirtuaría la clase: se saldría así de una situación comunicacional y se entraría en otra. Ahora, como ustedes habrán visto, en determinados momentos en que se interrumpen la clase, por ejemplo, si algún dispositivo deja de funcionar, esas reglas ya no operan. Esto por un lado. Otros autores, que tienen una impronta más marxista van a hablar de condicionamientos socio-históricos. Van a ir un poquito más allá, y no solamente van a pensar en situaciones comunicativas sino en situaciones socio-históricas y en cómo ellas van a influir determinando los intercambios comunicacionales. La siguiente diapositiva nos permite ver ciertas características de la semiótica de segunda generación. SEMIÓTICA DE SEGUNDA GENERACIÓN • En la mayoría de los casos no se maneja con la noción de código. • Puede dejar de lado la noción de signo o adoptar la definición aportada por Peirce. • Se interesa por la producción del sentido, a la que piensa como resultado del trabajo social. • Retoma la concepción de sujeto de las lingüísticas discursivas. Habíamos dicho la clase pasada que gran parte de la bibliografía de la materia va a estar centrada en textos que pertenecen a una semiótica de segunda generación. Y digo una porque hay muchas vertientes, muchos autores que pueden discrepar entre ellos en algunos puntos, pero que también –como en el caso de las lingüísticas discursivas- coinciden en algunos. La característica que aparece en primer término, entonces, es que en la mayoría de los casos (porque puede haber algunas excepciones) los investigadores que pertenecen a la Semiótica de segunda generación no se manejan con la noción de código. Yo les había mencionado la semana pasada el artículo de Verón en donde esto aparecía despuntando, en el año 1973. Se trataba de “Para una semiología de las operaciones translingüísticas”, articulo en que Verón plantea que era ineficaz la utilización del término código y que había que reemplazarlo, que había que pensar en otra cosa. De la misma manera ponía distancia en relación con la noción de signo, por lo menos tal y como había sido definida por Saussure. Algunos, como Eco, van a continuar durante toda su trayectoria utilizando la palabra código pero complejizándola, o mostrando que la acepción de código con la que se manejan es mucho más amplia que aquella con la cual se manejaban los lingüistas de la lengua o los investigadores de la semiótica de primera semiótica. Otro elemento a destacar es que las corrientes que pertenecen a la semiótica de segunda generación, o bien pueden dejar de lado la noción de signo -precisamente porque hay una modificación en cuanto al objeto de estudio que hace que ya no les interese trabajar esas unidades menores, sino que su mira está puesta en unidades de un nivel mucho más alto, como es el del enunciado, el del discurso, el del texto-; o bien, siguen utilizando la noción de signo pero ya no apelan a la definición de Saussure sino que toman la planteada por Peirce. Dentro de un momento vamos a introducirnos en la teoría de Peirce. No sé si hablaremos de signo pero sí vamos a introducirnos en la teoría peirciana. Otra cosa importante es que lo que aparece a continuación en la diapositiva se centra en la producción social de sentido. O sea, por un lado está la idea de sentido, pero por otro lado es muy fuerte la idea de que ese sentido se construye y que esa construcción es fruto de un trabajo social. Cuando se dice social no es que se haga un discurso “coral”, en el que “todo el mundo”, o un conjunto de terminado de personas está participando en lo que se enuncia, sino que aparecen condicionamientos socio-históricos o culturales que están dando cuenta de que yo no tengo libertad para decir lo que se me antoja sino que mis enunciados siempre van a estar condicionados –y esto, por supuesto, remite a Bajtín-, por enunciados que previamente han sido dichos. Esto lo vamos a ir desarrollando cuando nos enfrentemos a algunas de las vertientes de la Semiótica de Segunda generación. Por ahora es una cosa más conceptual para que ustedes tengan una especie de mapa que les permita advertir dónde estamos parados en la materia, dónde no lo estamos… Bueno. Por último, las semióticas de segunda generación retoman la concepción de sujeto de las lingüísticas discursivas. Dicho de otra manera, consideran que el sujeto está sujetado, o sea, retoma una de las acepciones de sujeto, desde la etimología podríamos decir. Uno no siempre presta atención a esto, y cuando lee o dice la palabra “sujeto”, asimila la nomenclatura a persona, a individuo, etcétera, esto es, la hace funcionar como sustantivo; pero sujeto es también adjetivo, y de ahí viene el sustantivo. El sujeto está sujeto, esa es la idea. ¿Se entiende, no? Entonces, lo que hace la Semiótica de Segunda generación es subrayar esta cuestión de relativizar la libertad de los sujetos. Sobre ellos pesan múltiples condicionamientos, esa es la idea. Bien, con esto concluimos la rápida presentación, el recordatorio, de la ligüística de la lengua y de las lingüísticas discursivas y de las semióticas de primera y segunda generación. Pasamos ahora, a empezar a desarrollar la teoría peirciana. En primer lugar vamos a hacer algunas aclaraciones. Primero: Saussure y Peirce son contemporáneos. Sin embargo contra lo esperable, cada uno de ellos produce una teoría acerca del signo sin conocer la teoría del otro. O sea, trabajan independientemente. Digo esto porque a veces los alumnos, en los finales, dicen “Peirce reformula las ideas de signo de Saussure” o “Peirce está en contra de la noción de signo presentada por Saussure”: esto es inexacto. Los que comparan las dos posturas son los investigadores que vienen después de ellos, confrontándolas, y luego de efectuar esa confrontación deciden que tal postura es más adecuada para tal objeto o investigación, o menos adecuada, etcétera, etcétera. Pero, volviendo a los autores de las teorías, ellos ni se conocían entre sí ni conocían, como adelanté, la teoría del otro. En parte porque trabajaban en dominios, en campos de conocimiento, diferentes. Como sabemos, Saussure era un lingüista, mientras que Peirce no lo era. ¿Qué era Peirce? Un matemático, muy bien… Así fue considerado en vida… lo que se rescataba fundamentalmente de sus producciones eran trabajos relacionados con la matemática. Sabía mucho de química también, había estudiado química y tiene trabajos sobre el tema, así como conocía mucho de física. Esencialmente fue un filósofo y de modo más específico, un lógico. ¿Cuándo nacieron y murieron estos autores? (lo digo como para tener una ubicación, nadie les va a preguntar en un final fechas de nacimiento y muerte de autores). Saussure nació en 1837 y murió en 1913, dos años antes de que se publicara el Curso de lingüística general. Peirce nació en 1839 y murió en 1914. Ahora nos concentramos en el universo peirciano. La primera pregunta que nos podemos hacer es por qué siendo un filósofo, Peirce se preocupa de los signos. La respuesta tiene que ver con el hecho de que él, como todo lógico, se preocupa por una cuestión que para él es central, que es la que podemos denominar como la de cómo el hombre conoce. O sea, era una pregunta epistemológica la que guiaba sus búsquedas. Entonces, llega a la conclusión -retomando a una serie de autores de la antigüedad clásica que después iremos nombrando- de que el hombre solamente conoce a través (o sea, mediante) y a partir de signos, y que los signos más importantes a través de los cuales el hombre conoce son los lingüísticos. En primer lugar, entonces, tenemos que indicar los límites. Nosotros decimos que la preocupación de él es dar cuenta de cómo el hombre conoce. Cuando pone en juego esta cuestión no está pensando en términos cognitivos, psicológicos. No está pensando en qué operaciones se ponen en juego en el cerebro de las personas para adquirir nuevos conocimientos, cosa de la cual se ocupa en parte la ciencias de la educación y las ciencias cognitivas. Cuando Peirce habla de cómo el hombre conoce está hablando de cómo la humanidad adquiere nuevos conocimientos, cómo se amplía el saber de la humanidad, fundamentalmente en torno de los conocimientos científicos. Entonces va a decir que el desarrollo de la ciencia, el avance del conocimiento se da siempre a partir de signos. Para continuar vamos a presentar la siguiente diapositiva en la que se señala que dentro de la teoría peirciana se considera que el hombre pasa por dos estados: el de duda y el de creencia. TEORÍA PEIRCIANA: ESTADOS POR LOS QUE PASA EL HOMBRE • ESTADO DE DUDA ESTADO DE CREENCIA SE RELACIONA CON EL NO SABER / CON EL NO TENER CERTEZA • SE RELACIONA CON LA VERDAD RELATIVA, CON EL SABER RELATIVO • PONE EN JUEGO EL HÁBITO MENTAL. EL HÁBITO MENTAL SE VINCULA CON EL SIGNO ACCIÓN. EL SIGNO ACCIÓN SE UTILIZA COMO UNA REGLA QUE SE APLICA SOBRE LA REALIDAD PARA ACTUAR SOBRE ELLA. Como dije, y podemos leer, estos dos estados son el de duda y el de creencia. Ahora bien, hay que tener cuidado y entender que no es que se de el pasaje de un estado al otro y el amino es irreversible, que no se vuelve al anterior. Todo lo contrario. Se está planteando que humanidad, el Hombre con mayúscula, pasa permanentemente de un estado al otro, deteniéndose un tiempito en cada uno. Estos estados están relacionados con el conocer, el saber o el no saber. El estado de duda se vincula con el no saber. El no saber, en Peirce, está articulado con el no tener certeza. El estado de creencia se relaciona con la verdad relativa, con el saber relativo. El no tener certeza se articula o se piensa en relación con el saber o la verdad relativos. ¿Qué es esto de saber relativo o verdad relativa? Peirce parte de la existencia de dos tipos de verdades, de dos tipos de saberes: las verdades o saberes absolutos y las verdades o saberes relativos. El saber absoluto (y por lo tanto la verdad absoluta) es propiedad de Dios. Lo que nos está diciendo acá, entonces, es que el hombre no tiene la posibilidad de llegar a lo que él denomina verdades o saberes absolutos. Los conocimientos absolutos dan plena certeza: “esto es así y no puede ser de otra manera”. Dios es el poseedor de todas las verdades absolutas y por eso no necesita de la semiosis, no necesita de los signos. El hombre no. El hombre solamente puede alcanzar verdades relativas. Las verdades relativas son verdades, son conocimientos, que el hombre acepta como tales pero sabe que pueden ser negadas, que son corregibles, falseadas en cualquier momento, que en un momento posterior aparecerá un nuevo saber que sustituirá al anterior pero que tendrá, a su vez, las mismas características. Peirce, en algún momento de su obra, metaforiza todo esto de la siguiente manera: es como si nos encontráramos con una escultura que estuviera cubierta con un velo que no permite que nos vinculemos de manera directa, que nos enfrentemos, cara a cara -valga la expresión-con esa escultura. El hombre lo que hace es levantar el velo, pero no se encuentra –cuando lo hace- con la verdad; no se encuentra, por ejemplo, con el hermoso cuerpo representado en la estructura. Se encuentra con otro velo. Y se da a la tarea de levantar ese velo. Y así ad infinitum. Entonces, el hombre en realidad puede ser que respecto de algo (o de muchas cosas) de la naturaleza haya llegado a descubrir la verdad absoluta respecto de ese elemento. Pero nunca tiene la certeza de haberlo conseguido, de haber llegado a esa verdad última. No obstante, Peirce tiene algo todavía de positivista. Quiero decir, no es un pensamiento positivista el de Peirce, pero todavía le queda algo de positivista. Porque piensa, efectivamente, que el hombre va a avanzando en el dominio, a través del saber, de la naturaleza. El hombre aumenta sus conocimientos, aumenta su saber, pero siempre le va a quedar una brecha, siempre van a quedar cosas por conocer. Así como que lo que se entiende como verdadero hoy es desmentido mañana. La historia de la ciencia muestra esto de manera fehaciente. Lo que recién indicamos está vinculado con el otro elemento que vemos en la diapositiva: esto de que en el estado de creencia se pone en juego lo que Peirce denomina hábito mental. El hábito mental se relaciona con lo que él denomina signo-acción. En la diapositiva aparece la definición de lo que es el signo-acción, que está vinculado –como decíamos- con el hábito mental. Entonces, aquí nos vamos a detener. Se trata de un signo que se despliega como una regla que se aplica sobre la realidad para actuar sobre ella. Esta es la definición del signo-acción, que es un tipo de signo. No todos los signos son signo-acción para Peirce, pero éste, que está ligado con el hábito mental, y con el estado de creencia, es lo que él denomina signo-acción. ¿Por qué habla de hábito mental? ¿Qué es hábito? El hábito es, valga la redundancia, algo que se hace habitualmente, o sea, corrientemente. Y porque se hace corrientemente, porque uno insiste en esa realización, lo hace (todo esto entre comillas) automáticamente; es decir, sin pensar. Cuando uno está habituado a hacer algo no se pone con todos los sentidos a ver cómo lo hace. Uno ya sabe porque ha insistido en su práctica y entonces sabe que esto se hace de tal manera (o le parece que se hace de tal manera) y lo sigue haciendo de esa forma. Esto viene a cuento de una frase, una de las tantas frases enigmáticas que se encuentran en el texto de Peirce, que dice lo siguiente: “el hombre piensa para dejar de pensar”. Uno se preguntaría qué es esto que está diciendo el autor. Se trata de algo que está vinculado con estos dos estados por los que pasa el hombre. Entonces, en un momento, en uno de esos estados, el hombre necesariamente tiene que pensar. Pero piensa para llegar al no pensar. La instancia en la que piensa es la que corresponde al estado de duda. Y ese estado de duda, vinculado entonces con ese momento en que el hombre piensa, en que la humanidad se devana los sesos pensando, está poblado de interpretantes; y esos interpretantes están “peleando” entre sí. Los interpretantes (por lo menos en el contexto de la ciencia) son explicaciones. En el momento de duda hay diversas teorías, cada una de las cuales da un explicación sobre algo. Y esos interpretantes “pelean” entre sí. “Esto, ¿cómo es?”, “Esto, ¿cómo se define?”: los interpretantes son las distintas definiciones que tiene cada grupo que está peleando para poder establecer su propio interpretante como hábito mental. ¿Se entiende el proceso?. (En clases posteriores se retomará la cuestión). Volvamos a la cuestión de que el hombre piensa para no pensar. Primero dijimos dónde piensa o cuándo piensa. Ahora veamos las cosas del otro lado, cuando no piensa. Esto coincide con el momento en que aplica el hábito mental. O sea, cuando aparece lo que en términos epistemológicos, el investigador que está dentro de una ciencia determinada se maneja con esa definición y la aplica siempre, no deteniéndose a pensar si será o no así, si habrá que cambiarla, etcétera. Esto es lo que le pasaba a los semiólogos de primera generación. Algunos de ellos, como Eco (que venía de la filosofía), conocen a Peirce. Y por conocer a Peirce conocían la noción de signo que daba Peirce. Pero ninguno de ellos la aplicaba. Cuando tenían que utilizar la noción de signo apelaban a la aportada por Saussure. ¿Por qué? Porque era el pensamiento dominante en ese momento. Tuvieron que pasar un montón de cosas para que empezara a tener pertinencia, para algunos investigadores, la noción de signo planteada por Peirce. Por hábito mental se puede entender, en este ejemplo, que cada vez que alguien decía “signo” a esos investigadores se les representaba en su mente la definición de signo dada por Saussure, y no otra. Si se les hubiera ocurrido a unos la de Saussure y a otros la de Peirce, se hubiera dado el estado de duda, ya que se habrían empezado a confrontar las definiciones y los investigadores hubieran empezado a discutir acerca de cuál era la mejor, la más exacta, etcétera. Si esto hubiera sucedido así, en la semiótica de primera generación se habría pasado por un momento en que primaba el estado de duda. Pasamos ahora a la siguiente diapositiva, cuyo contenido está conectado con lo que estábamos diciendo. PASOS QUE INTERVIENEN EN LA ADQUISICIÓN DE LOS HÁBITOS MENTALES 1. Proponer una conjetura (hipótesis) – aplicación del modo de razonamiento llamado ABDUCCIÓN. 2. Verificación de la conjetura a través de las pruebas empíricas correspondientes. 3. En caso de que la conjetura pruebe ser verdadera, se da la fijación del hábito mental por aval recibido de la comunidad de mentes pertinente. La diapositiva nos presenta los pasos que plantea Peirce para adquirir hábitos mentales. Para Peirce la experiencia (a la cual le da una importancia muy grande) se presenta como un continuum, como un flujo permanente. Ahora bien, en determinados momentos este flujo permanente, este continuum se detiene, y allí aparece allí, allí emerge lo que Peirce denomina sorpresa. Las sorpresas tienen que ver con que en determinado momento o bien aparece una regularidad inesperada o bien aparece algo que quiebra, algo que impone una ruptura a una regularidad esperada; o sea, o bien se espera que ocurra algo que en realidad no ocurre (pero que se presenta reiteradamente), o bien se produce algo inesperado (adquiriendo también carácter de repetición). De lo dicho me parece importante resaltar que, en ambos casos, se trate de una regularidad, es decir, que no es algo que se dé una sola vez, sino que se da reiteradas veces. Si apareciera como excepción no tendría importancia, no sería una sorpresa para Peirce. Esto tiene que ver con que dada una situación determinada no sirve el hábito mental anterior: se prueba que ese hábito mental que antes, en determinadas circunstancias, funcionaba, una vez que aparece la sorpresa ya no “sirve” más. Y esto nos alerta acerca de la necesidad de modificar el hábito mental anterior o de sustituirlo por otro. Ya no se acepta como algo que se pueda aplicar en la realidad como regla para actuar sobre ella. Vemos entonces que frente a la emergencia de la sorpresa aparece la necesidad de construir, de que la sociedad postule y de que se sedimente en ella, un nuevo hábito mental. Para que se efectivice la adquisición de un nuevo hábito, es preciso que se den tres pasos. Estos pasos tienen que ver fundamentalmente con cuestiones epistemológicas, con el modo en que surge un nuevo conocimiento en una ciencia. Al respecto, ¿qué hacen los investigadores? Primero proponen una hipótesis. ¿Qué características tienen las hipótesis? Que se dan como válidas pero sabiendo que pueden no serlo. Por eso hablamos de hipótesis, la hipótesis comporta la posibilidad de que la conclusión sea conjetural, esto es, que no se sepa si es verdadera o falsa. Pero se la da como válida. La abducción se define como un modo de razonamiento que ya estaba en Aristóteles, pero en su conceptualización remitía a, formaba parte de, la inducción. Peirce, la independiza y al hacer esta operación le da un estatuto de mayor relevancia; este modo de razonamiento va a conjugarse en la teoría peirciana con los otros dos que conocemos: la deducción (que va de lo general a lo particular) y la inducción (que va de lo particular a lo general). Como dije ese nuevo modo de razonamiento que tiene que ver con la formulación de hipótesis, no surge de la nada, sino que proviene de dos ideas que existían previamente pero que nunca se habían articulado entre sí. Esto significa que las hipótesis, pese a ser percibidas por el investigador como una revelación, como algo que se genera como un insight (una comprensión que parece tener algo de clarividencia), no nacen “de la nada”. La noción de abducción, como ustedes habrán advertido, no tiene nada que ver con extraterrestres que abducen terrestres. El segundo paso es conocido por todos. La hipótesis propuesta tiene que ponerse a prueba, tiene que testearse. Como resultado de la prueba se dará la corroboración de la veracidad o la falsedad de la hipótesis. Si resulta ser falsa tendremos que empezar todo de nuevo, y formular una nueva conjetura. ¿Avanzó la ciencia? Sí, avanzó, porque se sabe que por ese camino no podemos ir. Pero, evidentemente, estamos en un punto cercano al de la partida. Desde las teorías más tradicionales se podría pensar que una vez que está probada la hipótesis como verdadera ya se da el hábito mental o sea ya se fija la creencia. O sea, se está frente a una verdad (relativa). Pero para Peirce hace falta todavía un tercer paso; y ese tercer paso es de vital importancia en su teoría. Es que en la diapositiva se plantea como aval, como condición imprescindible para que se acepte el nuevo conocimiento como tal. Ese aval lo da la comunidad de mentes. Peirce utiliza el término “comunidad de mentes”. En líneas generales él remite la expresión a las comunidades científicas, pero lo bueno que tiene el pensamiento peirciano es que el concepto de comunidad de mentes se puede desplazar y pensar también en relación ya no sólo con los conocimientos científicos sino con los conocimientos que tienen que ver con lo cotidiano. Diríamos, apelando un poco a los conocimientos que poseemos de retórica clásica, que el aval dado por la comunidad de mentes, la legitimación que ella realiza, tiene que ver con los verosímiles: aquello que puede ser verdad o no serlo, pero que es aceptado por una sociedad determinada en un momento determinado como verdadero. Entonces, Peirce establece que es necesario que la comunidad de mentes se ponga de acuerdo y que valide, que legitime el conocimiento. Si no lo hace, para él no hay un nuevo hábito mental. Por lo tanto, son necesarios los tres pasos, no sólo los primeros dos. La presencia del tercer paso se verifica de manera constante en la ciencia. En el caso de la medicina, por ejemplo, existen tres o cuatro revistas internacionales con referato, (referato quiere decir que hay un conjunto de investigadores -los “capos” de la disciplina- que cuando llegan los trabajos de investigación para ser considerada su publicación deciden si pueden ser publicados o no. Si estos referentes consideran que el artículo implica un avance de la ciencia, lo publican, si no o bien consideran que no merecen ser editados o que merecen serlo pero contemplando ciertas modificaciones, sometiéndolos a rectificaciones. Son revistas electrónicas por suscripción, y todos los médicos, desde cualquier lugar del mundo, se informan, adquieren a los cinco minutos de subido a la web, la investigación. Por supuesto de que antes de que internet existiera también funcionaba de la misma manera. Uno puede pensar lo que le pasó a Galileo con la Iglesia. Después se probó que efectivamente la tierra se movía alrededor del sol, como el astrónomo, entre otros, afirmaba pero durante mucho tiempo la iglesia no avaló ese conocimiento. Hay siempre un núcleo de poder que es el que, en primera y última instancia, dictamina qué es lo que va a pasar con un nuevo conocimiento. Bueno. Hasta aquí llegamos, hoy. Continúen leyendo Peirce, muchas veces. Hasta ahora di una introducción, la próxima clase entramos en las definiciones de la semiótica, en términos peircianos, y en las definiciones de signo que aparecen en sus escritos. María Rosa del Coto