LA ADMINISTRACIÓN ÚNICA, INTEGRADA O SINCRONIZADA EN

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Diario Administrativo Nro 86 – 13.10.2015
LA ADMINISTRACIÓN ÚNICA, INTEGRADA
O SINCRONIZADA EN ESPAÑA
Por Jaime Rodríguez-Arana 1
Ahora que soplan vientos de cambio, de transformación, de reforma constitucional
en España, no está de más tener presente algunas consideraciones acerca de lo
que hace algunos años, casi veinticinco, se planteó en Galicia como fórmula para
mejorar el funcionamiento del modelo autonómico en su versión administrativa: la
llamada Administración Única, Integrada o Sincronizada, que no es más, ni
menos, que una teoría diseñada para organizar mejor el aparato administrativo en
un Estado compuesto como el español.
Por aquel entonces, 1992, comenzaron a realizarse en la sede de la Escuela
Gallega de Administración Pública una serie de estudios de Derecho Público
capitaneados por Manuel Fraga, a la sazón Presidente de la Xunta, que estaban
dirigidos a ofrecer a la sociedad una propuesta de Administración pública fundada
en la Constitución. En efecto, el artículo 150.2 de la Carta Magna permite, a partir
de leyes orgánicas de delegación o de transferencia, reforzar la función
administrativa de las Comunidades Autónomas al convertirlas en instancias
públicas de ejecución del Derecho propio y también del Derecho del Estado en
todas aquellas materias en que sea posible la delegación o transferencia de
competencias administrativas del Estado central a las Autonomías.
Tal operación jurídico-administrativa comenzó en 1997 a nivel general con la
integración de las competencias del Estado en en el Delegado del Gobierno. Sin
embargo, por diversos avatares que ahora no son del caso, tal proyecto quedó a
medias sin que se operaran las transferencias o delegaciones hacia las
Comunidades Autónomas y de éstas hacia los Entes locales. Por eso, ante la
reforma constitucional que se avecina, la propuesta de Administración Única,
Integrada o Sincronizada vuelve a la primera línea de la discusión política y
jurídica.
La Constitución española de 1978 ha diseñado un modelo de Estado en el que el
poder público se reparte entre el propio Estado, las Comunidades Autónomas y
los Entes locales. Estos Gobiernos y Administraciones, además, comparten
numerosas competencias en las que una misma materia puede ser objeto de
funciones y facultades distintas según la intensidad y naturaleza del interés
general en juego.
Efectivamente, tenemos competencias exclusivas, competencias concurrentes y
competencias compartidas entre Estado y Comunidades Autónomas. Por lo que
se refiere al ámbito local, la disposición de sus competencias se halla en las
Cortes Generales en todo lo relativo a su configuración general y en los
Parlamentos autonómicos en lo que se refiere a los contenidos sectoriales. Este
esquema, pensado para un ejercicio de diálogo permanente y para un contexto de
relaciones interadministrativas e intergubernamentales presidido por el principio
de lealtad institucional, hoy, tras el desarrollo y el recorrido alcanzado, necesita
ser reformado porque se ha instalado, en no pocos aspectos, en la irracionalidad
y en una aspiración obsesiva por reproducir la estructura del Estado-nación a
nivel autonómico. El sistema debe ser reformado para, con la experiencia del
1
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es
tiempo transcurrido, delimitar con más claridad las competencias y funciones de
cada Gobierno Y Administración, y, también, para dibujar con mayor nitidez los
espacios de colaboración de competencias.
Hoy en día, la colaboración, la cooperación es cada vez más importante en todos
los órdenes de la vida social. En el personal, en el familiar, en el profesional y, por
supuesto, en el político y administrativo. Los esquemas, técnicas y métodos del
pensamiento compatible superan a la rígida perspectiva unilateral de la idea del
poder público en propiedad del Estado-Nación. Por eso, antes de proceder a
desarrollar un programa de clarificación administrativa estudiando la procedencia
y funciones de cada órgano público en cada nivel de gobierno es menester
trabajar en la reforma de la Constitución. Ya decía Werner que el Derecho
Administrativo es el Derecho Constitucional concretado. Por tanto, si el modelo
constitucional territorial sigue siendo indefinido y abierto, se impone, con el mayor
acuerdo posible, un esfuerzo de concreción para que cada Gobierno y cada
Administración preste mejor sus competencias y así puedan realmente servir
mejor al interés general.
Las medidas adoptadas en el tiempo por Ejecutivos autonómicos y locales, ahora
en menor medida por la crisis económica y financiera, demuestran hasta qué
punto el despilfarro, la ineficiencia y el ansia de perpetuación dominaron a los
gobernantes de estos espacios territoriales. Subvenciones absurdas,
multiplicación injustificada de órganos, obras públicas innecesarias, aumento
irracional de empleados públicos, son algunos de los resultados de esta forma
caciquil y clientelar de ejercicio del poder en que derivó el modelo constitucional
en tantas ocasiones en el escalón territorial. Un modelo, insisto, diseñado para
nuestra realidad territorial y para que el poder público se pueda ejercer mejor y en
las mejores condiciones posibles.
En este contexto, se toleró, hasta se jaleó en algún momento, el recurso a la
deuda como forma ordinaria de financiación de actividades públicas pensadas
para el control y la manipulación social. Ahora, como la burbuja explotó, es
menester una cura absoluta de austeridad y se precisa reducir inteligentemente el
aparato público. Pues bien, en este contexto, además de penalizar a quienes
gasten lo que no disponen, es fundamental, a mi juicio, trabajar pensando en el
futuro. Si ponemos un parche, dentro de unos años, cuándo cambie el ciclo
económico, volveremos a las andadas.
Por tanto, reforma de la Constitución, racionalidad, eficiencia y equidad. Claro que
hay que suprimir, y no poco, un sector público elefantiásico. Pero no podemos
olvidar que el modelo autonómico tiene una finalidad y una funcionalidad que no
se puede desconocer. El café para todos sin más es peligroso. Necesitamos, no
pintores de brocha gorda, sino pintores que tengan sentido del contexto, de la
perspectiva, y que sepan, no es poco, reflejar la entera y compleja realidad que
les rodea.
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