8 Creer El Credo Resucitó al tercer día1 TODA IMAGINACIÓN SE QUEDA CORTA Creer en la resurrección no es nada fácil. Cuando San Pablo fue a Atenas y se puso a hablar del Dios que lo sustenta todo, todo el mundo le escuchaba; pero cuando pasó a hablar de la resurrección, se rieron de él y le dejaron plantado. Es que la irreversibilidad de la muerte es seguramente una de las más decisivas experiencias humanas. Cuando uno muere, está muerto, se ha acabado. Nadie regresa. Por otro lado, la fe en la resurrección es esencial en el cristianismo. Porque toda la fe cristiana reposa en el hecho de que Jesús no fue un impostor o un fracasado, sino que, cuando sus enemigos creían haberle eliminado, Dios le salvó de la muerte y Él se presentó a sus amigos diciéndoles que Dios también les salvaría de la muerte. Como decía el mismo San Pablo, si Cristo no resucitó, fue un iluso o un impostor; y, si nosotros seguimos creyendo en Él, “nuestra fe es vana” y sin fundamento (I Co 1,15ss). No sólo es difícil creer en la resurrección: también lo es imaginarla. Aunque uno la quiera creer, es difícil concebirla con un contenido coherente. Sobre todo cuando hablamos de la resurrección de los cuerpos, o de “la carne”. Porque, según como, la fe en la resurrección puede parecer como una especie de cuento de hadas, o un relato de pura mitología. ¿Cómo viven los resucitados? ¿Dónde viven? ¿Tienen un cuerpo como el nuestro? ¿Necesitan comer, beber y respirar?... Las preguntas pueden ser inacabables. Ante todo esto, hemos de decir que la resurrección no se ha de concebir como un simple “retornar a la vida de antes”, que es quizás lo que la mayoría de gente se imagina cuando se habla de resurrección. No es un retornar a esta vida, a nuestra manera actual de vivir en el espacio, el tiempo y en las relaciones temporales con el entorno, con las persones, con los condicionamientos biológicos, etc. Esto sería como volver a empezar otra vez lo mismo (como seguramente sucedió con la resurrección de Lázaro o del hijo de la viuda de Naim). La resurrección de Jesús - y la (1) Resumen del capítulo 9 del libro “Creer el credo” de Josep Vives. Ed. Sal Terrae. Colección Alcance que esperamos para nosotros - es de otro tipo: es pasar a otro nivel y condición de vida muy diferente de la presente. La vida temporal y terrena de Jesús - y la nuestra – se acaba con la muerte. Cuando el mal y la finitud han ejercido todo su poder y han provocado la muerte, Dios, que es autor y señor de la vida y que ama nuestra vida, nos mantiene en la vida i hace que entremos en una nueva condición de existencia con Él que ya no está sujeta a las condiciones de la temporalidad ni de la muerte. Es algo que, sencillamente, no podemos imaginar. El salmo 102 lo decía bellamente: La vida del hombre dura lo que la hierba del campo..., pero el amor del Señor es de siempre y dura por siempre. OTRO NIVEL DE VIDA, EN CONTINUIDAD CON LA VIDA PRESENTE La resurrección no es, pues, volver a la misma vida de antes. Es entrar en una vida distinta, pero en real conexión y continuidad con la situación anterior. Cuando se habla de la “resurrección de la carne”, lo que se quiere decir es que hay continuidad entre la persona que vivió “en la carne”, en las condiciones de la temporalidad y la materialidad, y la que pasa a vivir en unas condiciones distintas por la fuerza y el amor de Dios. Aún más, todo aquello que se vivió en la carne y en la materialidad, adquiere en ese momento una definitiva plenitud de sentido. Cómo será esto, no somos capaces de imaginarlo. Pero esto es lo que intentamos creer cuando decimos que creemos en la resurrección. Cuando decimos que Jesús resucitó de entre los muertos queremos decir que el mismo Jesús que había vivido entre nosotros y como nosotros, que parecía haber sido vencido y muerto por las fuerzas del pecado y de la muerte, este mismo Jesús sigue viviendo, por la acción amorosa y poderosa del Padre, con una nueva forma de vida, que es ya plena i de total participación en la misma vida de Dios. Aquí es necesario remarcar que en la resurrección se cumple lo que es como un gran principio de la manera de hacer de Dios con los humanos: Dios siempre quiere “recuperar lo que se había perdido”, no tira lo que es viejo para hacer algo totalmente de nuevo, que es seguramente lo que haríamos nosotros. Nuestra vida vale poco y, además, el pecado la acaba de estropear, estamos corrompidos, etc., y esto nos lleva a la muerte. Nosotros seguramente pensaríamos que Dios, decepcionado, lo tiraría todo por la borda y comenzaría de nuevo haciendo una criatura nueva. Pero no es así. Dios ama sus criaturas como cosa suya, obra de sus manos; y, por más que se encuentren destrozadas, las quiere recuperar y quiere dar nueva vida a aquello mismo que se había perdido o degradado. Los autores antiguos al referirse a la salvación de Dios, la entendían como una “restauración” del ser humano. También hablaban de “re-creación”, no en el sentido de volver a crear todo de nuevo, sino en el sentido de tomar lo que había antes, rehacerlo (“salvarlo”) y restaurarlo de una manera espléndida y definitiva. La vida de Cristo, maltrecha por el pecado de los hombres, ha sido restituida y asumida en la vida de Dios, en su resurrección. Y Resucitó al tercer día algo parecido creemos que ha de pasar en nuestra resurrección. elevado al nivel divino, en igualdad ualdad con el mismo Dios. El ser humano adquiere entonces cualidades insospechadas, estando ya fuera de las coordenadas del espacio y del tiempo. Los evangelios nos presentan a Jesús resucitado entrando en el cenáculo estando las puertas cerradas, atravesando las paredes, haciéndose presente repentinamente en cualquier momento, etc. San Pablo dirá después que el cuerpo natural había llegado a ser un “cuerpo espiritual”, cosa que viene a ser como una noción contradictoria; pero con ella se quiere significar que el cuerpo adquiere unas cualidades nuevas que sobrepasan las de la materialidad natural. Más adelante (seguramente bajo la influencia del salmo 16, 10, que decía: “no abandonarás mi vida en medio de los muertos ni dejarás que tu Santo se corrompa ”), se hizo habitual hablar de la resurrección como de un recobrar la vida. Es así como habla San Pedro en su primer discurso, después de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés: Vosotros, los judíos, le crucificasteis; pero “Dios le ha resucitado” tal y como ya había dicho que no dejaría a su santo ver la corrupción. DIFERENTES MODELOS IMAGINATIVOS Esto, como decíamos, es difícil de imaginar. La Biblia nos habla de ello con diferentes modelos imaginativos. El modelo que parece más antiguo es el de “la exaltación” definitiva de Cristo. El Cristo al que habíamos visto humillado y aparentemente vencido, ha sido finalmente exaltado y glorificado: “Él, que era de condición divina..., tomó la condición de ‘esclavo y se hizo semejante a los hombres. Tenido por un hombre cualquiera, e ‘abajó y se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios le ha exaltado y le ha concedido aquel nombre que está por encima de todo otro nombre...” (Fil 2, 5ss). Este modelo de exaltación aún es presentado de una manera aún más plástica cuando se dice que Jesús resucitado está “sentado a la derecha del Padre” (Lc 22, 69, etc.), es decir, ha sido Más allá de los modelos imaginativos con los que intentamos hablar de la resurrección, lo importante es afirmar lo que quieren decir, a saber, que la muerte no es la palabra definitiva sobre la existencia de Jesús - como tampoco lo es sobre nuestra existencia - . Esto es precisamente lo que Jesús ha venido a anunciar: que la palabra definitiva sobre los hombres es que Dios los ama y que el amor de Dios es fiel y permanece por siempre, y no dejará que la muerte nos engulla de manera definitiva. Como dirá San Pablo en la primera Carta a los Corintios (escrita solamente unos veinte años después de la crucifixión de Jesús), “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe... Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres... Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos” (1Co, 15, 12ss). El Apóstol es realista: si todo se acaba con la muerte, si no hay un Dios con poder para dar sentido a la vida de los justos que, como Jesús, son La resurrección la vamos edificando cada día con nuestra lucha a favor de la vida destruidos por el mal de este mundo, no puede haber otro afán que el de que cada uno arrebate a la vida todo lo que pueda y sea como sea. Cuando se niega el poder, la justicia, y el amor de un Dios verdaderamente Señor de todo, tan sólo queda la ley de la jungla. Es por esto que uno de los antiguos sabios del desierto decía que no hay pecado más grande que el de negar la resurrección. Sólo un Dios que pueda resucitar a los muertos es digno de fe. La resurrección es el gran acto de amor y de justicia de Dios hacia su Hijo Jesucristo y, esperamos, también hacia sus otros hijos, que aún nos encontramos sometidos a la muerte, a menudo a causa de la maldad de los demás. La resurrección es como la protesta de Dios contra la maldad que mata a su Hijo inocente, y contra la maldad de los seres humanos que se matan unos a otros. Verdaderamente tenía razón San Pablo: “sin la resurrección vana es nuestra fe”. HACER OBRAS DE RESURRECCIÓN La resurrección es como el soporte fundamental de todo el anuncio cristiano. Pero no se ha de creer en la resurrección solamente con la cabeza; es necesario creer en ella con toda la vida, con nuestras actitudes y obras. Porque, si la resurrección es el jui- cio de Dios contra el mal que causa la muerte, nosotros hemos de hacer nuestro este juicio. Así, hemos de preguntarnos, pues, si nuestra existencia humana es causa de vida o es causa de muerte en este mundo. Cada uno ha de preguntarse si se halla entre los que crucifican a Jesús y le hacen morir, o si se halla con Aquél que resucita a Jesús y le hace vivir. En este mundo podemos ser colaboradores y cómplices de muerte, o colaboradores de resurrección. Creer en la resurrección no es, pues, creer solamente en algo que le sucedió a Jesús en un pasado lejano, o en lo que nos sucederá a nosotros en un remoto “último día”. La resurrección la vamos edificando cada día con nuestra lucha a favor de la vida, y de la vida de todos. Podemos realizar obras de muerte, que aumenten la muerte en el mundo. Y, al contrario, podemos realizar obras de vida, que son obras de resurrección. Aquí sí que vale la gran palabra de Jesús: “Aquello que hagáis a cualquiera de estos pequeños, es a mi a quien lo hacéis ” (Mt 25, 40).