Mi pequeño gran maestro de la teta Recuerdo que por aquel entonces, embarazada de Sergio, que ahora tiene 4 años de los que está bien orgulloso, andaba yo tratando de encontrar un grupo de apoyo a la lactancia en la ciudad. Gente, en definitiva, que me ayudase a desempeñar aquella gran labor, natural, sí, pero que a la vez, se me antojaba difícil y que en ciertto modo, no sabría si podría desempeñar, entre otras cosas por mi problema de visión. Tuve suerte: encontré a una matrona experta en la materia pero que sobre todo, sabía enseñar, amaba a los bebés y encontraba solo los encantos que otorga la lactancia materna, tanto al pequeño, como a nosotras, y los transmitía como nadie. Total que todo se juntó: mi primer embarazo y las enormes ganas e ilusión. Recordaba a mi madre con mi hermana Sandra al pecho, aquellas tardes en las que con solo 6 años, me sentaba a su lado y me parecía la más privilegiada del mundo, allí, juntas las tres en mi cama, y aquel ruido, aquella gordita que no veía la hora de apartarse de la teta de nuestra madre: ¿para qué?. ¿Dónde iba ella a estar mejor?. Y así remedaba yo esos momentos con mi muñeca. Yo tomaba en mis brazos a la Minena, y también le daba la tetita. También la acostaba junto a mí y le daba masajitos para sus gases, y pensaba que aquello era lo que, por fortuna me esperaba a mí. ¡Dios mío, por nada del mundo querría ser un chico!. Eso era lo que yo pensaba en mi mundo de niña. Cuando sea mayor tendré un bebé y le daré la tetita. A mi manera, veía todo lo que la lactancia era capaz de proporcionar. Ya, de aquella, no pensaba en alimento como tal, cuando veía a mamá con Sandra, me enternecía, me sentía exclusiva con mi niño y a él conmigo y por suerte , aquello se ha hecho, y lo más grande, es que se volverá a hacer realidad, espero. Nada me frustró con respecto a que podría hacerlo, cuando me dijeron que Sergio nacería mediante cesárea. Daba igual. Sabría que sería capaz de amamantar a mi hijo. Creo que de pocas cosas en esta vida he estado tan segura. Y así fue. Se me practicó la cesárea puesto que, el glaucoma que poseo en ambos ojos, y la poca visión que tengo lo reqerían pero, a partir de ahí, todo sobre ruedas. Mi niño, mi “Pequeño gran maestro de la teta”, se encargó de decirme que podíamos mamar a ciegas, sin luz, con ella, en la calle, en casa, acostados o de pie. ¿Qué más daba?. Y lo más importante: tanto que me agobiaba a mí el tener manos, manos para todo. Sin la ayuda de los ojos, pensaba yo, ¿Cómo voy a hacerlo si solo tengo dos manos para sujetarle a él y al pezón?. Pero: ¡nada de manos!. Nada de nada. Solo él y yo, y bastaba. Y para eso, amigas, para eso no hay limitaciones de ningún tipo. Para una madre discapacitada, el placer es doble: eres Madre, Madre de verdad, con mayúsculas, tu leche, la leche de tus pechos, es el mejor alimento para tu bebé. Y ya está. Se acabaron los juicios, los prejuicios y los pseudojueces. Enfermeras, médicos, familia, amigos, etc…. Era una mamá, dando teta a su bebé. Un bebé, que me maravillaba con sus gestos, con sus deditos, con ese pelo rubio que me hacía cosquillas, con sus ruidos, sus labios gorditos y su forma de demandar la tetita, y su ser entero. Nadie me ha dado tanto, jamás. A tan solo cuatro días de que llegue Celia, mi panza gordita otra vez y mis pechos, que esta vez están más preparados que antes, se encargan de recordarme cada día que reviviré una experiencia única, exclusiva de nuevo, junto a una princesita que como su hermano, también me verá como su mamita, la mamita de la teta y en definitiva, como lo que yo quiero ser una vez más. No sé bien, si dar gracias a la propia naturaleza por todo esto, o a mis niños por llegar a mi vida. Susana