Quiero dirigir unas cuantas palabras de saludo a mis compatriotas en estos días de reflexión sobre el año que está a pocas horas de extinguirse y de preguntas acerca de lo que nos depara el próximo. Lo primero que se me ocurre es decir que no podemos dejar que el pesimismo nos domine. Nuestra sociedad ha sido muy golpeada por la desmoralización y por el delito en sus más diversas manifestaciones, entre ellas el secuestro y el imperio siniestro de las mafias, lo cual ha llevado el pánico a grandes sectores de nuestra población y dolor también a muchos de ellos. Y, como siempre, la miseria ronda en miles de hogares colombianos, constituyéndose en el terrible impulsor de una descomposición social que debemos detener a toda costa. Para enfrentarnos a situaciones tan complejas y graves como esas, tenemos que pasar de las invitaciones generales a la colaboración, de las declaraciones de buena voluntad, a hechos concretos que provoquen un renacimiento de la confianza de los colombianos en sus instituciones. Esos hechos concretos debemos realizarlos en primer término, quienes tenemos una posición de liderazgo y, desde luego, el estado colombiano. Tal es el sentido profundo del movimiento nacional que me honro en dirigir. Hemos hecho una renuncia voluntaria y de buena fe a los intereses partidistas menores para que toda la energía, toda la experiencia, todos los conocimientos, en fin, todas las capacidades de sus dirigentes y de los organismos estatales se vuelquen al servicio de Colombia, de manera que todos nos sintamos viviendo en un país grato y digno. Lo que acabo de decir es la premisa fundamental de la candidatura presidencial que encarno y cuyas proyecciones nacionales se observarán desde el próximo 27 de febrero, cuando el Liberalismo y el Conservatismo hayan resuelto sus problemas internos. Me interesa que los partidos lleven sus mejores figuras a las corporaciones públicas y por lo mismo sigo con patriótica preocupación ese proceso interno, pero sé también que centenares de miles de colombianos a quienes se dirige el llamado de nuestro movimiento, en razón de diversos factores, no estarán presentes en las elecciones de febrero, por lo cual ese debate debe analizarse en sus justas dimensiones, al menos en lo que toca con el futuro destino del movimiento nacional. Decía hace unos momentos que debemos vencer el pesimismo y recuperar la confianza. Este es el país que amamos, en el que hemos vivido y donde vivirá nuestra descendencia. Este es nuestro país. Cuidémoslo y exijámosle lo que tiene la obligación de darnos: una vida decente y amable. Si nos sobreponemos al egoísmo y al sectarismo, la sociedad estará en mejores condiciones de ofrecer a quienes la integran, la salud, la educación, el trabajo a que tenemos derecho para que la buena calidad de nuestra vida nos permita construir una nueva convivencia, en la cual el civismo, el respeto por los demás, sean valores esenciales del progreso social. De nada nos servirá el avance material, la modernización, si los colombianos todos no sienten que alguna participación tienen en ellos. Al fin y al cabo el único capital importante que poseen los países son sus ciudadanos, y esto es lo que parece haberse olvidado. Por eso, nuestro movimiento esta haciendo propuestas que se refieren básicamente a las personas. Por eso hemos dicho que haremos un inmenso esfuerzo de alfabetización masiva y de educación cívica. Por eso hemos dicho que no habrá más nuevos impuestos y que eliminaremos la doble tributación para estimular la producción y disminuiremos la injusta y pesada carga sobre las rentas de trabajo, que son las que no pueden evadir. Por eso hemos dicho que habrá un esfuerzo gigantesco para producir alimentos ante todo para los colombianos. Por eso hemos dicho que se pondrán en marcha todas las fórmulas posibles para dar vivienda sin cuota inicial a quienes no la tienen. Por eso hemos declarado que la batalla contra el desempleo será frontal y minuto a minuto. Por eso hemos dicho que haremos un esfuerzo aún mayor para que la mujer colombiana ocupe en la sociedad colombiana el puesto a que tiene derecho y para el cual la necesitamos hoy más que nunca. En víspera de las grandes decisiones que tomarán los colombianos sobre lo que será su futuro, renuevo ante ellos mi indeclinable propósito de luchar por la dignidad de sus vidas. Y les digo, una vez más, que en nuestro movimiento sólo habrá campo para quienes pienses en la suerte de los colombianos antes que en la suya propia. Únicamente así podremos corresponderle a Colombia el honor de haber nacido dentro de sus fronteras. Y únicamente trabajando con ese propósito podremos salvarnos todos.