La impecable verosimilitud en la obra de Soledad

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Revista Terral nº 20 – Arte –
La impecable verosimilitud
en la obra de Soledad García
Inmaculada García Haro
Vicepresidenta de A.L.A.S.
Cuando entras en el estudio de
Soledad
Fernández
vivienda
de
en
su
Collado-Villalba
(Madrid), penetras en un túnel
del tiempo que te transporta a
una variatio del lienzo de Gustave
Courbet “El Estudio del Pintor”
(1855), exenta de personajes. De
ese pretérito venero y de sus
coetáneos, Daumier o Millet,
componentes de lo que se catalogó como una nueva corriente, el realismo, bebe la
obra de Soledad Fernández que se considera a sí misma como pintora “de taller”,
pues esta artista, nacida en Madrid en 1949, se recuerda desde niña con un pincel
en la mano y asistiendo, desde muy joven, a las clases del pintor José Gutiérrez Valle
durante ocho años.
Pero hay que retrotraerse aún más en el tiempo para analizar la trayectoria que
la representación pictórica recorrió desde el renacimiento para entender su obra y
los caminos que la pintura figurativa ha recorrido hasta converger en ella, pues si
bien el descubrimiento de la perspectiva fue la gran aportación del humanismo a la
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representación pictórica en los siglos XV y XVI, los avances de la ciencia durante el
siglo XVII contribuyeron enormemente a dar respuesta a las necesidades de
interpretación de la realidad con suficiente verosimilitud. En 1611 Kepler en su
Dioptrice desarrolló una óptica geométrica que complementa la obra de Galileo;
Descartes (1596-1650) enunció que “la luz no es un verdadero movimiento sino es
una tendencia, que producida por variaciones rítmicas de presión en el seno de un
fluido se propaga instantáneamente”.
Todos estos descubrimientos tuvieron convergencias en la Opticks de Newton
sobre la naturaleza de la luz y la óptica y de todo ello los pintores del siglo XVII se
sirvieron para establecer nuevos lenguajes y composiciones hasta llegar a un
virtuosismo inigualable que tuvo su clímax en el Siglo de Oro español de la que
Soledad Fernández puede considerarse heredera directa. Paisajes, como el que sirve
de escenario para su obra “Soñando en Púrpura” muestran la maestría y el
conocimiento técnico de la perspectiva aérea velazquiana, los pliegues de los tejidos
con los que invade sus obras (“Una serena brisa” o “Descubriéndose”, entre otras,)
evocan los hábitos de los lienzos de Zurbarán y en sus espléndidos bodegones
conjuga la sobriedad de Sánchez Cotán con el virtuosismo holandés. En este
contexto de evocaciones barrocas hay que colocar “Luz y sombras” sin duda una de
sus mejores obras de la que Caravaggio, si pudiera contemplarla, mostraría, sino la
complacencia impropia de su colérico carácter, sí el orgullo de ser el origen de la
herencia tenebrista.
Pero cualquier mirada insistente no puede dejar de reconocer lo mucho que de
academicista, entendiéndose el término academicismo en su concepto inicial como
una corriente surgida y desarrollada principalmente en Francia en el S. XIX a
consecuencia de la institucionalización de la enseñanza artística en academias, tiene
la obra de Soledad Fernández. Sin embargo, aunque la artista cumple con exactitud
todas las normas para dibujar y pintar correctamente sin apartarse de la regla, lo
que en el academicismo se convierte en defecto, pues la pericia iba en detrimento
de lo esencial (espontaneidad, sentimiento y creatividad) resultando de esta
manera, obras técnicamente irreprochables, de bella factura, pero sin sentimiento,
sin alma, en Soledad Fernández es virtud pues para ella la técnica es un mero
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instrumento para expresar lo que su alma siente y percibe delante de la realidad
mostrada. Obras como “En la noche” puede recordarnos en su factura y pincelada a
virtuosos artistas decimonónicos pero eso no es obstáculo sino camino para
mostrarnos lo que la artista quiere expresar: el gesto más rotundo de desesperación
y dolor. Por tanto, a la evidente herencia decimonónica que ya hemos analizado,
habría que sumar lo mucho que de las corrientes románticas y simbolistas encierra y
la continua evocación a la obra de Dominique Ingres.
Pero no solo Soledad Fernández miró hacia el realismo decimonónico para
ejercer su obra. Otros pintores del siglo XX también lo hicieron pues, a pesar de que
con la obra de William Turner "Lluvia, Vapor y Velocidad” (1844) se inicie, para
muchos teóricos, la ruptura del espacio pictórico, la pintura figurativa no ha dejado
de tener un fuerte protagonismo a lo largo de la historia del arte hasta nuestros
días. Muchos pintores de la década de los 50 y 60 del siglo XX que formaron parte
de lo que dio en llamarse realismo social como Javier Clavo, Manuel Mampaso,
Carlos Pascual de Lara, etc. y los agrupados en torno al movimiento “Estampa
Popular”, tomaron como referencia a los pintores realistas decimonónicos y, aunque
en Soledad Fernández no se aprecian, salvo honrosas excepciones, las inquietudes
sociales de aquellos, sí está presente el método instaurado en aquellas décadas de
“pintar del natural”. Al igual que G. Courbet, que aprendió a pintar tomando como
modelos a sus hermanas, Soledad toma como modelos a las mujeres más cercanas a
las que exprime al milímetro para conseguir de ellas lo que su alma busca.
Y es que también hay mucho de la pintura del siglo XX en la obra de Soledad
Fernández, fundamentalmente la temática en sí pues no es hasta el pasado siglo
cuando el cuerpo femenino se convierte objeto de representación en sí mismo,
aunque con anterioridad la representación del desnudo femenino esté presente en
toda la historia del arte como representación alegórica. Así lo hiciera Tamara de
Lempicka en la década de los 20 y, con posterioridad y, salvando las distancias,
numerosos artistas en el ámbito español como sus coetáneos Virtudes Alcarria y
Pepe Cañete, entre otros.
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La factura de Soledad en todos los géneros que ejerce es impecable. Su
exposición en 1985 “Paisajes urbanos del Escorial” mereció múltiples elogios, entre
los que tuvo al escritor y crítico de arte, D. Santiago Amón. Igualmente en las
naturalezas muertas, las composiciones de objetos diarios, los bodegones, etc.
Soledad nos muestra una técnica que raya la perfección.
Pero es sin duda la representación de la figura humana donde Soledad es
maestra indiscutible. Inicia esta andadura con la exposición en la Sammer Galery de
Londres en 1987 y nuestro país estuvo a la altura del acontecimiento. La salida de la
obra de España fue recogida en el programa de Jesús Hermida “A mi manera” y a su
inauguración asistieron diversas personalidades como el embajador de España. La
exposición fue grabada por Televisión Española en el Exterior. A partir de aquí su
obra ha sido expuesta en galerías de las principales ciudades del mundo y está
presente en numerosos museos.
Sin embargo es tremendamente curioso y despierta la mayor de las
perplejidades observar cómo una artista que desarrolla una obra basada en cuerpos
femeninos con formas de mujeres “reales” obtiene un rotundo éxito en una década,
los ochenta, en la que la nueva figuración y el movimiento postmoderno casaba mal
con el término “feminidad”. Ni siquiera el feminismo pudo pactar con un
movimiento pleno de cantos de sirena porque “…bien leído Lyotard, la caída de la
modernidad es la caída de TODOS los metarrelatos emancipadores, incluido el
feminismo clásico (Feminismo y postmodernidad: La encrucijada de los cuerpos del
siglo XXI. García Martínez, J.D.)”. Tan solo en el contexto de la corriente
hiperrealista, que en España tiene figuras tan relevantes como Antonio
López, Eduardo Naranjo o Gregorio Palomo, puede entenderse la obra de Soledad
Fernández, aunque ella no se identifique plenamente con ella, dado que no todo el
conjunto de su obra responde a sus preceptos.
El hiperrealismo, como expresión radical de la pintura realista, surge en Estados
Unidos a finales de los años 60 del siglo XX y propone reproducir la realidad con más
fidelidad y objetividad que la fotografía. Sin embargo la magia metafísica que
encierran obras como ”Descanso en Burbujas” o “La Voz” representan su más alta
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trayectoria pictórica y la enlazan directamente con pintores de la talla del Chileno
Claudio Bravo (Valparaíso, 1936 – Marruecos 2011) . Ambos han reinventado el
hiperrealismo despejando la incógnita de la subjetividad de esta corriente y
manifestándose como demiurgos en plena acción consciente y partícipe de la
realidad interpretada y no como meros espectadores pasivos.
En definitiva, la artista madrileña, Soledad Fernández, puede considerarse la
heredera del legado de las técnicas pictóricas y compositivas del Siglo de Oro
español, revisadas por su aguda captación de las nuevas tendencias y técnicas
pictóricas posteriores que ha sabido filtrar para conseguir texturas inigualables.
De su obra han escrito críticos de arte como Santiago Amón, Francisco Prados
de la Plaza, Francoise Tempra, José Pérez Guerra, Carlos García Osuna, Santos
Torroella, Javier Rubio, Mario Antolín, M. L. Camboy, Tomás Paredes, Antonio
Morales, Julia Séenz-Angulo, Rafael Perellá-Paradelo, Agustín Romo, J. Marcaro
Pasarius, Héctor López, Ángel Azpeitia, Antonio Lisboa y David Amor, etc. Entre
otros espacios televisivos el programa “Fetiche” (TVE2) le dedicó un monográfico y
el mediático periodista Jesús Hermida “retransmitió” el acontecimiento que supuso
su exposición en la Sammer Galery de Londres en 1987.
Soledad Fernández está considerada por la crítica como una de las mejores
pintoras realistas del momento y su obra ha estado y está presente en exposiciones
y museos de todo el mundo, siendo uno de sus temas favoritos el cuerpo humano,
sobre todo el desnudo de mujer. La “carne” en la obra de Soledad tiene una
presencia rotunda pero su atmósfera la dota de cierta ingravidez que la hace única.
Su segunda residencia en la localidad del Rincón de la Victoria ha dado lugar a
una vinculación sentimental con la ciudad de Málaga. Ella ha elegido a A.L.A.S.
(Asociación de Mujeres por la Literatura y las Artes) como cordón umbilical. Es vocal
de su Junta Directiva desde 2014.
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