El ardor por Némirovsky a 73 años de su muerte Diario Concepción (http://www.diarioconcepcion.cl) El ardor por Némirovsky a 73 años de su muerte [1] Pese a morir en Auschwitz en 1942, su obra late con más fuerza que nunca. La novelista ucraniano francesa nos regala de manera póstuma una de sus obras más inteligentes. Ana María Gutiérrez Docente Humanidades UDD A partir del hallazgo y posterior publicación de Suite francesa (2004), Irène Némirovsky (1903-1942) ha vuelto a ser leída. Sí, ha vuelto, pues aunque para muchos constituye un fenómeno editorial relativamente reciente, llegando incluso a recibir, de manera póstuma, el prestigioso Premio Renaudot, esta novelista ucraniana fue, en su juventud, una de las escritoras más importantes de Francia, país en el que ella y su familia se refugiaron tras la revolución bolchevique. A partir de la publicación de David Golder (1929), Némirovsky desarrolló una brillante carrera literaria que se vio obstaculizada, en lo externo, por las leyes antisemitas decretadas por el Régimen de Vichy, ya que, debido a su condición de judía, se le prohibió publicar. Sin embargo, su producción no cesó ni siquiera en los momentos de mayor asedio. En efecto, antes de ser deportada a Auschwitz, donde moriría al cabo de algunos meses, dejó a sus hijas una maleta con sus últimas obras, las que serían publicadas más de sesenta años después. Entre ellas se encontraba la primera parte de El ardor de la sangre (la segunda fue hallada en los archivos del Institut Mémoires de l´Édition Contemporaine, en París). Chaleur du sang (del original en francés) fue escrita aproximadamente en 1941 durante la estadía de su autora en Issy-l’Évêque, un pequeño pueblo de la región de Borgoña, donde ella y su familia se refugiaron para intentar escapar de las persecuciones nazis. Es en este ambiente rural, regido por leyes consuetudinarias de tinte ancestral, en el que transcurre la acción de esta breve pero intensa novela. El narrador es Silvio, un sexagenario antihéroe quien, desde su posición de marginalidad (pues, pese a provenir de una importante familia de la región, dilapidó toda su fortuna en su juventud), da cuenta de las contradicciones que observa en un entorno marcado por convencionalismos y rígidas normas morales proclamadas por personajes cuya consciencia no está libre de culpas. El relato se inicia de manera plácida, evocando una cálida reunión familiar con motivo del inminente matrimonio de Colette, sobrina del protagonista, quien desposará a Jean Dorin, próspero heredero del Molino Nuevo. Hélène y François, padres de la novia, cuentan, a petición de ella, su historia de amor, la que, sin dejar de ser azarosa, resulta edificante para la joven pareja: "¡Cuánto me gustaría que él y yo viviéramos siempre como tú y papá! Estoy segura de que nunca os habéis peleado". Hasta el momento, todo parece idílico, pero nuestra autora sabe bien cómo generar suspicacia en el lector frente a escenarios modélicos. En efecto, a través de un lenguaje sobrio, casi minimalista pero cargado de sentido, Némirovsky insinúa, ya desde las primeras páginas, que tras una fachada de perfección se esconden secretos y realidades mucho más complejas que lo que las apariencias muestran: "Su madre no respondió. Colette le hizo una última pregunta, que tampoco obtuvo respuesta. Al final, ante la insistencia de Colette, su madre murmuró: -Hace tanto tiempo de eso… -De pronto su voz sonó extraña, alterada, lejana, como si hablara en sueños". El relato avanza cadenciosamente, con un ritmo propio de la tranquilidad campestre, en el que incluso los personajes disonantes de esta sociedad rural encuentran natural cabida en este, en principio, retrato costumbrista. Tal es el caso de Brigitte Declos, el prototipo, ante los ojos del resto, de femme fatale arribista: "Le Page 1 of 2 El ardor por Némirovsky a 73 años de su muerte Diario Concepción (http://www.diarioconcepcion.cl) hacen el vacío. Todo el mundo sabe que no era más que una niña adoptada, poco más, en el fondo, que esas chicas de la Beneficencia que trabajan en nuestras granjas. Además, se ha casado con un hombre que es casi un campesino, viejo, avaro y astuto; tiene las mejores tierras de la región, pero habla como los pueblerinos y lleva él mismo las vacas a pastar. Parece que ella sabe apañárselas para sacarle los cuartos: el vestido era de París, y tiene varios anillos adornados con gruesos diamantes". La sospecha, sin embargo, ya ha sido instalada en el lector, de modo que nada ni nadie puede ser considerado inocente. Este presentimiento se corrobora con un trágico suceso que interrumpe la linealidad y aparente serenidad de la narración. Es a partir de él que el velo se rasga, caen de los ojos las escamas y descubrimos la verdadera dimensión y complejidad de los personajes. El relato se torna entonces vertiginosa, clarificando o corroborando cada presunción antes sugerida (incluso a través de la naturaleza: "Estaba acercándome al río. Sólo había ido allí de día, cuando la rueda del molino está en marcha; produce un sonido poderoso y dulce que apacigua el corazón. Aquel silencio, en cambio, me pareció extraño y me produjo una especie de desasosiego"), pero asimismo asombrándonos con nuevas revelaciones hasta entonces insospechadas. En un in crescendo de tensión narrativa, descubrimos que es "el ardor de la sangre, que se apaga pronto", la pasión de la juventud, la que ha sellado los destinos de los personajes: "El recuerdo de los años pasados nos visitaría más a menudo si nos volviéramos hacia él, hacia su suprema dulzura. Pero dejamos que duerma en nosotros y, aún peor, que muera, que se corrompa; de tal modo que a los generosos impulsos del alma que nos elevan a los veinte años, más tarde los llamamos ingenuidad, estupidez… Nuestros puros y apasionados amores adquieren la degradante apariencia de los placeres más viles". En síntesis, esta novela, la publicación más reciente de la imperecedera Irène Némirovsky, constituye una verdadera joya de la literatura, que apela a lectores inquietos, reflexivos y suspicaces. No prosigo en su análisis, porque creo que cada lector ha de ser su propia Ariadna en esta madeja perlada. Pienso que la autora estaría de acuerdo, pues "si supiéramos lo que recogeremos por adelantado, ¿quién sembraría su campo?". 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