En los primeros 41 versos del libro 9 de las historias de Heródoto, podemos ver que hace referencia a las mujeres en diferentes ocasiones. Una de esas referencias es cuando las mujeres atenienses se dirigieron contra Lícides y lapidaron a su mujer como a sus hijos, tras haberse enterado de lo ocurrido. Lícides era un miembro de la bulé que apoyó la oferta que Muríquidas (general persa) les ofrecía a los Atenienses, y ante esto los Atenienses entraron en cólera y con ellos sus mujeres. La lapidación en Atenas no existía como un medio legal de ejecución pero se instituía como una forma de venganza colectiva de tipo instintiva, que podría llegar a ser justa pero no era institucional. Tenemos en el libro de M. Gras, Cité grecque et lapidation, en su chatiment dans la cité, cit, Pag. 75 y ss. En el que el autor Michel Gras nos expone su opinión sobre la lapidación diciendo que “es una de las manifestaciones fundamentales de justicia popular que no se trata de un acto apasionado ni espontaneo de irresponsables, sino que es la expresión consciente reflejada en la voluntad popular”. Asimismo también hace una contraposición entre la lapidación efectuada por un hombre y por una mujer, haciendo referencia a este pasaje que hemos comentado anteriormente de Heródoto. Dice, pues, que la lapidación hecha por un hombre se trata de un acto político, mientras que la cometida por una mujer es una reacción apasionada que ataca a inocentes. Esto se ve bastante bien reflejado en el relato de Heródoto, pues, cuando Lícides estaba ya muerto a manos de los hombres atenienses por un acto político, en el que no tomó la mejor decisión, las mujeres a modo de venganza mataron a su mujer e hijos que no habían intervenido en la decisión de Lícides. A modo de conclusión con esto, podemos decir que la lapidación es un acto no institucional de justicia popular como ya hemos visto pero que en ciertas ocasiones se da y no de una forma razonada y reflexiva, sino que a veces puede llegar a ser un acto vehemente que traspasa los límites de la justicia. Heródoto también hace referencia a las mujeres en el ámbito de la religión. Las mujeres estaban destinadas desde que nacen a estar encerradas en casa y así como carecían de derechos, tampoco se les dejaba asistir ni a banquetes ni al teatro. De este modo, la religión supuso para la mujer griega una válvula de escape, un medio con el que obtener la libertad que en la polis le era restringida y conseguir la independencia del género masculino. Así pues las mujeres asistían tanto a ceremonias privadas, nacimientos o funerales, como a ceremonias públicas, las Panateneas, los misterios de Eleusis y las Tesmoforias. En cuanto a las ceremonias públicas, las panateneas era una fiesta celebrada anualmente en honor a Atenea Polias en Atenas. En esta fiesta la mujer adquiere total libertad y participación en la vida pública, pues, en ellas las mujeres se mezclaban con los hombres, y eran cuatro arréforas, (cuatro mujeres jóvenes de buena familia) y la sacerdotisa, quienes encabezaban la fiesta. Asimismo, en los misterios de Eleusis y en las Tesmoforias, ambas van dirigidas al culto de Deméter y Perséfone, las mujeres también tenían una participación activa en la polis. En cuanto al fragmento de Heródoto en que hace referencia a la mujer en el ámbito de la religión, específicamente hace mención a la pitia. La pitia era la sacerdotisa del oráculo de Delfos. Las Pythias, eran mujeres simples. Eran generalmente hijas de granjeros o de ciudadanos, tenían que estar libres de defectos físicos, ser un ciudadano de Delphi con una reputación respetable, también hacían voto de celibato. Eran muy importantes porque eran responsables de entregar uno de los oráculos más importantes del mundo antiguo. Se tenía como un gran honor que una hija se iniciara como sacerdotisa. Finalmente Heródoto hace alusión al mítico pueblo de las amazonas. Las amazonas son un antiguo pueblo formado tan solo por mujeres. Eran un pueblo muy guerrero, por lo que su diosa principal era Artemisa, la cazadora. Heródoto las sitúa en una región limítrofe con Escitia en Sarmacia. Sabemos de ellas que eran un pueblo bajo un gobierno matriarcal, donde solo imperaban las mujeres y los hombres tan solo eran utilizados como instrumento para saciar sus necesidades más primitivas. Eran descendientes de Ares, dios de la guerra y de la ninfa Harmonía. Respecto a la etimología de su nombre se cree que viene de la palabra griega “a-(privativo) + mazos”, que significa sin pecho y deriva de la leyenda que dice que ellas extirpaban y/o cauterizaban el seno derecho a las niñas para facilitar el uso del arco, ya que eran magníficas arqueras. Hay algunos quienes dicen que no se desprendían de ningún pecho pues no les impedían utilizar el arco con gran maestría. En cuanto a la reproducción de las amazonas se dice que una o dos veces al año se apareaban con hombres que escogían de tribus vecinas y/o cautivos de sus frecuentes guerras, quedándose con las niñas y regresando a los varones a sus tribus paternas. Existen también versiones en que las Amazonas mataban o cegaban a los niños o los usaban como esclavos. Como ya hemos dicho eran excelentes guerreras y a parte de su excelente manejo del arco, también usaban la espada, el hacha doble y llevaban un escudo distintivo en forma de luna creciente. Casi siempre luchaban a caballo. Durante unos 400 años según los griegos, las Amazonas fueron un pueblo fuerte en la zona turca. Al parecer llegaron a gobernar grandes porciones de Europa, Asia Menor y África. Se establecieron ciudades llamadas Amazonium en Pontus y la Isla de Patmos y numerosas poblaciones antiguas, incluyendo Smyrma y Éfeso, proclaman haber sido fundadas por ellas. Varias ciudades acuñaron monedas, erigieron estatuas y templos en honor de sus fundadoras. Y aunque los mismos griegos más tarde trataron de disminuir las leyendas tachándolas de falsas, si las mujeres guerreras nunca hubieran existido, nunca hubieran invadido Atenas, como Plutarco y muchos otros aseguran que lo hicieron. De este pueblo, hay muchas leyendas donde grandes héroes tuvieron que enfrentarse a ellas. Por ejemplo, Belerofonte quien luchó contra ellas por mandato de Yóbates. Una de las más conocidas es cuando Heracles (Hércules) cumple la misión que le asigna Euristeo, y se dirige a las márgenes del Termodonte a adueñarse del cinturón de Hipólita, reina de las amazonas. Ésta consintió en entregarle el cinturón a Heracles, pero la celosa Hera (esposa del dios Zeus) provocó una rebelión entre las Amazonas, y Heracles tuvo que matar a Hipólita. Teseo que acompañaba a Heracles en su misión, se llevó a Antíope, una de las amazonas. Ellas, molestas por este atrevimiento y para vengar el rapto, hicieron la guerra contra Atenas, pero fueron derrotadas por los atenienses que estaban liderados por Teseo. Otra hazaña legendaria que las implica, es la ayuda que le brindaron a los troyanos durante la guerra de Troya. Pentesilea, reina amazona, envió un grupo de apoyo a Príamo, rey troyano. Aquiles dio muerte a Pentesilea, quien antes de morir, hizo que éste se enamorara perdidamente de ella, lo que le infundió gran sufrimiento. En los fragmentos del 42 al 83 del libro IX de las Historias de Heródoto se relata el enfrentamiento entre persas y griegos en Platea. Este enfrentamiento se enmarca en la Segunda Guerra Médica. Las referencias a las mujeres en esta parte del relato son escasas puesto que ni la mujer griega, ni la persa tienen un papel en la guerra, sino que son los hombres los que tienen la obligación de acudir al combate mientras que las mujeres se relegaban a la vida doméstica: el mantenimiento de las posesiones y las tareas domésticas así como el cuidado de los niños. Esto refleja lo que hemos estado viendo a lo largo de todo el curso, que la sociedad griega era una sociedad androcentrista. Como en este caso no solo hablamos de la sociedad helena, podemos afirmar que la sociedad persa era patriarcal y que los hombres ocupaban las posiciones dominantes en el gobierno, el comercio, el ejército y la familia, pero la posición de las mujeres no resultaba poco significativa y eran tratadas con gran respecto. Los hombres, aunque se casaban para mantener el οἴκος, podían tener además de la mujer legítima otro tipo de mujeres de las podían disfrutar. Este es el caso de las heteras (ἐταίρα) ο cortesanas, también las concubinas. Las heteras eran mujeres libres que vestían vestidos distintivos y pagaban impuestos. Era un colectivo formado por antiguas esclavas y extranjeras. Es cierto que las heteras recibían educación, a diferencia del resto de mujeres griegas. Las heteras acompañaban al hombre en el simposio y estaban destinadas a darle placer. Por otro lado, tenemos las concubinas que eran esclavas con un tratamiento diferencial, ya que eran amantes y compañeras fieles de su amo, algunas de ellas gozaban de grandes privilegios a nivel económico y los favores de su dueño. Estas mujeres podían tener hijos, pero el hombre no mostraba ningún cargo paternal hacia ellos. Convivía en el hogar del hombre junto a la esposa. En la cultura persa también existía el concubinato, así como la poligamia. Las concubinas eran denominadas “mujeres del rey”, aunque no era costumbre exclusiva de estos: los sátrapas y nobles persas también las tenían en sus palacios. No hay suficiente información sobre su estatus, pero se saben que contaban con asistentes personales. Algunas de ellas eran cautivas de origen extranjero, y se encuentran junto a otras mujeres de origen noble. Estaban presentes en los banquetes y en las cacerías. Esto es oportuno comentar puesto que en el libro IX de Heródoto, en el capítulo 76 nos habla de una concubina del persa Fárandates, que tras la derrota de los persas “se atravió con las ropas más elegantes que disponía y bajó de su harmámaxa” y se dirigió a los lacedemonios, y como conocía a Pausanias y su patria, pues había oído hablar de él en diferentes ocasiones, le pidió que le liberara de la esclavitud, pues ella pertenecia a Cos y el persa que la retenia la había raptado por la fuerza. Esto viene a afirmar lo que hemos comentado más arriba y que decía que las concubinas podían ser mujeres extranjeras. Pausanias en este pasaje ayuda a esta mujer pues era hija de Hegetóridas de Cos un hombre con quien mantenía estrechos vínculos de hospitalidad, y así fue como la mujer pudo escapar de la esclavitud persa. Además, también hemos comentado anteriormente que estas concubinas tenían asistentes personales y así nos lo demuestra Heródoto cuando dice “se cubrió de oro –cosa que también hicieron sus criadas-“ (IX, 76). Por último, pese a que en estos fragmentos son escasas las alusiones a las mujeres, me ha parecido conveniente mencionar los tres santuarios consagrados a tres diosas: el templo de Hera, el templo de Démeter Eleusina y el templo de Atenea Alea (en Tegea). Templo de Atenea Alea en Tegea