El III Reich por dentro

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NACIONAL
VIERNES
07 DE MAYO DE 2010
juventud rebelde
El III Reich por dentro
Un apasionante libro, aún inédito, sobre los horrores del nazismo,
de Roberto Regincós y el colega Luis Hernández Serrano, ofrece desgarradoras
revelaciones acerca de aquel flagelo
UNO de los sacerdotes del campo de concentración de Dachau, ya moribundo, a punto de ser asesinado en la cámara de gas por
los verdugos nazis, comentó: «¡No tengo ninguna deuda con Dios, pues ya estoy en el
Infierno!».
Así comienza el resumen hecho para JR
por Roberto Regincós y Luis Hernández
Serrano, el primero, el compilador de la información —y uno de los cubanos que con más
profundidad ha recopilado los espantos del
nazismo— y el segundo, el redactor de la
obra definitiva.
Los dos han estructurado un libro bajo el
título de El III Reich por dentro. Es una obra
que parece haber sido conformada luego de
escudriñar —como con un microscopio electrónico— en las espeluznantes maniobras
secretas del bunker hitleriano y de la vida y
conducta íntima de la inmensa mayoría de
los oficiales y jefes nazis.
El texto tiene 15 capítulos, dos testamentos de Hitler —el personal y el político—, biografías de los principales jefes nazis,sus símbolos y grados militares y decenas de reveladoras anécdotas y fotos.
LA VIDA NO VALE NADA
El texto es una estremecedora compilación de las barbaries nazis. Con monóxido de
carbono, cianuro, ácido clorhídrico y Zyklon B
ahogaban a los prisioneros. Con solo un
cuarto de litro mataban a 2 000 personas, a
un costo de medio centavo por víctima, refiere el libro.
«La vida no valía absolutamente nada
cuando un ser humano entraba a un campo
de concentración o de exterminio dirigido por
un comandante de las SS alemanas», apunta Roberto.
Y estaban condenados a muerte irremisiblemente, sobre todo los que tenían aunque
solo fuera un miligramo de sangre judía en
sus venas.
El castigo más «suave» a que sometían
los oficiales nazis a sus prisioneros, era obligarlos a remolcar un carro cargado de piedras o de hierros, enganchados a él como
bueyes. Y si algún varón, joven o viejo, adquiría allí sífilis o blenorragia, era «curado» de manera «infalible» mediante la inmediata castración, sin anestesia alguna, argumentan.
Heinrich Himmler, quien fuera comandante en jefe de las SS* y ministro del Interior
fascista, obligaba a cumplir su orden de que
«ningún prisionero nuestro puede caer vivo
en manos del enemigo». Era el mismo jefe
nazi que ordenaba matar a los niños «para
que en el futuro no pudieran vengarse de
nuestros hijos o nietos».
El campo de prisioneros de Auschwitz —el
escenario del mayor genocidio de la historia,
el centro de exterminio más brutal de los
anales del nazismo— produjo más muertos
que las bajas británicas y norteamericanas
de la II Guerra Mundial.
Allí se apilaban los cadáveres uno encima
de otro, como maderos. Un dentista abría la
boca de los asesinados y les sacaba el oro
de los dientes. El hedor de los cuerpos en
descomposición se podía oler a diez kilómetros de distancia.
Roberto Regincós confesó que ha llorado
a ratos recopilando detalles de los crímenes
horrendos cometidos por los hitlerianos en
toda Europa, pero cuando releyó los apuntes
Los nazis llevaron a extremos inconcebibles la imposición de un nuevo orden en los países ocupados.
para que Luis les diera la redacción definitiva
al libro, sintió una inmensa tranquilidad y una
gran paz interior, al volver sobre el dato de
que el 17 de julio de 1945 desfilaron por la
Plaza Roja de Moscú 57 000 prisioneros alemanes de los que se mancharon las manos
de sangre, entre ellos 19 generales que ordenaron sus tenebrosas y brutales masacres.
Había terminado el exterminio.
Explican que tres millones de soldados
alemanes invadieron por sorpresa la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)
el 22 de junio de 1941, y al terminar ese
año, entre 500 000 y 800 000 soviéticos
fueron asesinados por los fascistas, un promedio de 2 700 a 4 200 por día.
Pero a la larga, el frente soviético-alemán
constituyó el inmenso campo de batalla principal del segundo incendio bélico universal.
Solo el 1ro. de junio de 1944, de las 328 divisiones alemanas del momento, actuaron en
ese frente 201. Durante dos años completos
combatieron contra el Ejército Rojo casi todas las fuerzas en campaña del ejército nazi.
Puntualizan que, solamente en julio de
1944, los soldados de la URSS se batieron
sin tregua contra casi 175 divisiones alemanas y 61 de los países aliados al poder nazi.
En resumen, el Ejército Rojo aniquiló, hizo prisioneros o derrotó durante la guerra a más
de 506 divisiones de las más selectas del
ejército hitleriano, sin contar cien divisiones
de los satélites de Alemania.
Recogen también que Winston Churchill,
el primer ministro británico, el 27 de septiembre de ese año 1944, escribió a José
Stalin, el líder soviético: «(…) el ejército ruso
ha sacado las tripas a la máquina bélica hitleriana, y en el momento actual retiene en
su frente a un número incomparablemente
mayor de fuerzas del adversario».
Los soldados fascistas de las SS, quienes tenían su grupo sanguíneo tatuado en el
interior del brazo izquierdo, asesinaron entre
15 y 20 millones de seres humanos. En
1932 eran 52 000 hombres, y en 1933 ya
sumaban más de 200 000. Su gorro negro
llevaba el símbolo de una calavera con dos
tibias entrecruzadas.
El fascismo en Europa provocó una guerra
de casi 70 millones de muertos y, de 1939
a 1945, sembró el pánico y la incertidumbre
Roberto Regincós Álvarez conoce bien la historia del nazismo. Foto: Raúl Pupo
en 61 países, a 1 700 millones de habitantes, las tres cuartas partes de la humanidad
entonces.
La URSS soportó en sus espaldas el
peso principal de la lucha contra el fascismo
alemán, y perdió en ella a cerca de 30 millones de sus hijos.
AVARICIA CRIMINAL
Contrasta grandemente con lo anterior la
avaricia en los negocios del bisabuelo paterno de George W. Bush, estrechamente vinculado con los intereses económicos de Adolfo
Hitler.
De ahí que Allen Dulles, amigo de los
Bush, recibiera la misión de impedir que se
filtrara a la prensa esa relación carnal. Enseguida fue nombrado director de la OSS, el
Servicio Secreto predecesor de la CIA. Dulles
se reunió en Suiza con Kart Wolf, jefe de personal del comandante de las SS, Heinrich
Himmler, para proyectar la campaña de emigración silenciosa que hizo entrar medio millón de europeos en los Estados Unidos, de
1948 a 1952. Entre ellos lo hicieron 10 000
criminales de guerra nazis.
Pero es mucho más amplia la colaboración de los fascistas con grandes instituciones, empresarios norteamericanos y funcionarios gubernamentales de Estados Unidos.
Por ejemplo, Thomas Watson, fundador de la
IBM, fue a Alemania para ofrecer sus servicios al Führer, y al poco tiempo recibió de
Hitler en persona la llamada Cruz al Mérito
del Águila Germana. No obstante, ninguno de
esos personajes siniestros —que actuaban
a espaldas del mundo— fue juzgado en
Nüremberg.
INSÓLITA BARBARIE
En el libro El III Reich por dentro, aparecen cosas insólitas apenas conocidas sobre
los fascistas y sus barbaridades, como, por
ejemplo, que obligaban a los prisioneros,
mediante torturas, a «declarar» su deseo de
estar en los campos de concentración.
El teniente general Reinhard Heydrich,
entonces jefe de la Oficina Principal Central
de Seguridad del III Reich alemán, decía que
«los detenidos debían ser inmediatamente
ejecutados, sin juicio alguno, y las personas
de que queramos prescindir —como los nobles, los sacerdotes, los judíos y los comunistas— deben ser ahorcadas sin vacilación».
Para Adolfo Hitler el tema judío era la
cuestión esencial del nazismo. Rudolf
Hoess, comandante del campo de concentración de Auschwitz, contó en sus memorias
que Heinrich Himmler, en el verano de 1941,
le dijo: «El Führer ha dado la orden de proceder a la “solución final” del problema judío.
Nosotros, los SS, somos los encargados de
llevar a cabo esta orden. A usted le incumbe
esta tarea». Unos seis millones de judíos
murieron: dos tercios de todos los que vivían
en Europa en 1939. La Conferencia de
Wannsee, el 20 de enero de 1942, en Berlín,
conduce al conocido Holocausto, el mayor
genocidio de la historia humana.
Los judíos eran trasladados a los campos
de prisioneros en vagones de ganado. Quienes sobrevivían al viaje en tren, eran seleccionados a su llegada para los trabajos forzados, y los más débiles eliminados con tiros
en la nuca, gases venenosos o enterrados
vivos en fosas con cal ardiente.
A los más fuertes se les sometía a todo
tipo de vejaciones y torturas, e incluso a
experimentos «científicos» hasta que morían
por inanición o vómitos y diarreas. Una lámpara, de la esposa del comandante del campo de Buchenwald, tenía en su pantalla la
piel tatuada de uno de los asesinados.
Para los cómplices y generales de Hitler,
judío era quien tuviera al menos tres abuelos
judíos, fuera cual fuera su religión. No obstante, Hermann Wilhelm Goering, lugarteniente de Hitler y prominente figura del partido
nazi, decía: «Yo decido quién es judío y quién
no». Y el médico Joseph Mengele, El Ángel de
la Muerte, ordenaba que se les vendaran los
senos a las parturientas para que no pudieran amamantar a sus criaturas.
El Verdugo de Plaszow, Amon Leopold
Goeth, disparaba contra prisioneros, y exigía
la ficha de los muertos, para asesinar también a sus familiares, porque no quería «insatisfechos» en su campo de concentración.
Aribert Heim, «el Doctor Muerte», inyectaba tóxicos directo al corazón; operaba apéndices sanas sin anestesia; amputaba brazos
y piernas, y medía el tiempo en que se desangraban los operados. Pasó a la historia
de la infamia cuando a dos jóvenes de 18 y
20 años los abrió en el quirófano, les cortó
las cabezas y las hirvió como si fueran viandas. Regaló una a un colega, y la otra la
empleó como pisapapeles.
Pero el 2 de mayo de 1945 los soviéticos
entraron en el bunker hitleriano, ya habían
colocado la bandera de la URSS en la cúpula del Reichstag, y el 8 de ese propio mes,
hace 65 años, el mundo festejaba el fin del
fascismo.
*Schutzstaffel: en español, escuadrón de defensa. Fue una organización militar y de seguridad del
Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán.
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