Guía conceptual: Tema 1-Unidad I Representaciones sociales sobre infancia Desde la aparición de la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN), se cree y se confía, por lo menos en un entramado estrictamente jurídico que existe una idea unificada sobre la infancia y el niño en cada uno de los países que la suscribieron. De hecho, que toda su vida se resume en la postulación del sujeto de derechos. No obstante, la cuestión no es tan sencilla como parece en lo que se entiende como una definición unívoca sobre la infancia, en especial, cuando de ella se espera una nueva forma de interacción entre el mundo adulto y el infanto-adolescente. Al respecto, lo primero que habría que decir es que en la cotidianidad presente somos testigos de diversas manifestaciones y producciones discursivas y sentimentales sobre la infancia que por lo general pasan desapercibidas para nosotros. En esencia, en “las sociedades contemporáneas existen como mínimo tres grandes espacios privilegiados para la construcción de imágenes sobre la infancia” 1. En primer lugar, en todas las relaciones y dinámicas familiares aparecen en los mecanismos de comunicación de los padres con sus hijos, o en las aspiraciones que tienen para ellos una idea de la infancia. En segundo lugar, en las interrelaciones que como adultos, e incluso como jóvenes desarrollamos con la población infanto-adolescente ejercemos un patrón, una idea, o una actitud sobre la infancia. Finalmente, los medios de comunicación masifican pautas de relación y visiones determinadas sobre la infancia. Así las cosas, podría decirse que en la interacción social se elabora, media y reproduce una definición múltiple o pluridimensional sobre infancia, o para ser más precisos variadas versiones de infancias según la familia, la escuela, la cultura, la política y los espacios geográficos. En efecto, antes de la promulgación de la CDN existía en el universo legal una definición general del niño como objeto de tutela de parte del Estado y un conjunto de sentidos comunes en el mundo doméstico que tildaban al niño como un sujeto prescindible, vacío, peligroso e incapaz. Ahora, a sus veinte años, con todo y la elaboración legal de la infancia como portadora de derechos, muchas de estas percepciones se mantienen vivas, tanto a nivel mental como práctico en la educación, la crianza, y en las resistencias estatales por validar sus atributos jurídicos. De tal modo, el inicio del curso se propone evidenciar y mostrar que ninguna teoría, visión, ley y paradigma sobre infancia tiene un carácter universal y es cien por ciento parte de las relaciones que se dan entre los adultos y los niños. Esto resulta principalmente porque la infancia supera las propias imágenes, representaciones o “lugares comunes” que el individuo posee, incluso las de los propios especialistas y gentes cercanas a la infancia como los padres de familia, los educadores, los jueces, los pediatras; y todos aquellos lectores de la CDN que la estudian sin tener en cuenta las pistas históricas y las representaciones sociales sobre la infancia. ¿Por qué se dice esto? En esencia, porque la infancia más que algo asible y estático, corresponde a las dimensiones de la representatividad social y de la estructura social. Es decir, la infancia, primeramente es todo aquello que “cada sociedad, en un momento histórico dado, concibe y dice que es la infancia” 2. En seguimiento a esta idea la infancia son más cosas de las que nos imaginamos; pueden ser suposiciones, aciertos 1 FERRAN CASAS. Infancia: perspectivas psicosociales. p. 27. FERRAN CASAS. Infancia y representaciones sociales. Revista Política y Sociedad. Vol. 43. Número 1. 2006. p. 29. 2 científicos, definiciones jurídicas, discursos pedagógicos. Al fin y al cabo, todo aquello a lo que le damos prioridad cognitiva y materializamos en la acción con un niño. Ahora bien, que la infancia se estime como una representación social significa que lejos está de ser una cuestión natural o determinada al crecimiento físico. Su real significado entra a escena como una construcción social, puesto que, las infancias son al fin y al cabo las condiciones comunes atribuidas al conjunto de individuos que reconocemos como niños y que toman forma en normas, reglas, conductas y actitudes hacia ellos diferenciadamente en cada período temporal y en cada sociedad en específico. Es por esto, que por más que se piense una infancia ideal, la realidad social experimenta una amplia gama de ellas marcada por los procesos de socialización e inculturación respectivos de toda sociedad; por ejemplo las consideraciones de la infancia en la cosmovisión andina peruana y boliviana, pueden ser diferentes de las configuraciones sobre la infancia en Norteamérica, o de las propias comunidades indígenas centroamericanas. En cada una el niño puede ser entendido y criado heterogéneamente. Por otra parte, la infancia también resulta ser una categoría estructural integrada en toda la organización social, a saber, está presente o conforma toda sociedad. Con mayor claridad, a pesar de que los niños devengan en adultos, la infancia continúa, existe en el núcleo de la sociedad; simplemente se reconfigura con nuevos niños 3. Esta concepción es fundamental para el propósito del inicio del curso, ya que, con la regeneración de la infancia surgen dos cuestiones para no perder de vista: 1) cada infancia es distinta a su predecesora a nivel de individuos, 2) cada infancia es distinta en la medida de cambios sociales, culturales, económicos y jurídicos. Por lo tanto, la infancia como la sociedad misma se transforma. Nunca ha sido la misma o se ha establecido perennemente en la conciencia adulta. Cada época tiene una noción o una imagen general sobre el niño. Al respecto, existe un consenso amplio referido a que el reconocimiento del niño occidental como un sujeto diferente al adulto es sumamente reciente, es más que la construcción del niño como un sujeto permeado por la protección y cuidado adulto no tiene más de cinco siglos. Partamos de que en las culturas antiguas occidentales como la egipcia, la fenicia y la griega se utilizaba a los niños en ritos funerarios y en sacrificios humanos en honor de los dioses, basados en la idea esotérica de porvenir y privilegios en lo mundano gracias a la muerte del infante 4. O, que lo que se institucionaliza hoy como instinto materno tenía cimientos muy débiles, o una racionalización precaria en el sentido que los hijos eran delegados al cuidado y alimentación de nodrizas desde el mismo momento del nacimiento, casi hasta finales del siglo XVIII. Particularmente, “la infancia es un invento moderno y nunca antes ha gozado del protagonismo y la protección que se le dispensa actualmente” por medio del derecho internacional 5. Esto tiene asiento en la indiferencia y visibilización tardía del niño como un sujeto particular por el adulto. Téngase en cuenta que hasta finales de la edad media, promediando el siglo XV la infancia sería algo así como una transición leve o de corta 3 La infancia es una “estructura permanente en cualquier sociedad, aunque los miembros de esa estructura se renueven continuamente…” GAITAN, Lourdes. El bienestar social de la infancia y los derechos de los niños. Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1. p. 67. 4 DELGADO, Buenaventura. Historia de la infancia. Editorial Ariel. 1998. Madrid. p.p 17-37. 5 Opcit. GAITAN, Lourdes. p. 68. duración sin ningún tipo de importancia para la sociedad medieval. La idea del niño era inexistente tal y como lo evidencia Philipe Ariés al encontrar una débil presencia del “niño como niño” en las iconografías del arte medieval. De manera general, si el individuo superaba la mortalidad y era inmune a la insalubridad de la época se consideraba ya un sujeto activo de la sociedad, al punto que se incorporaba a las tareas diarias de un adulto en la producción de bienes y servicios. De tal forma, la representación de protección reglamentada en el enfoque de derechos que emana de la CDN carga una historia ligada a la desprotección y a la invisibilización del niño que no puede ser negada antes de estudiarla. Es preciso reconocer que antes de cualquier discurso y reglamentación de derechos de la niñez y adolescencia, mucho antes de la ilustración la “infancia no era más que un pasaje sin importancia, que no era necesario grabar en la memoria; […] si el niño moría, nadie pensaba que esta cosita que desaparecía tan pronto fuera digna de recordar: había tantos de estos seres cuya supervivencia era tan problemática... El sentimiento que ha persistido muy arraigado durante largo tiempo era el que se engendraban muchos niños para conservar sólo algunos” 6. Entonces, cómo y cuándo nace la visión del niño como un sujeto diferente y valorizado. Justamente en pleno decaimiento de las monarquías absolutas y del período conocido como el “antiguo régimen”. Es hacia el siglo XVIII, en plena emersión de la sociedad burguesa que vienen a darse dos fenómenos centrales para el futuro del niño: su descubrimiento como individuo específico y un sentimiento destinado en exclusivo para él. Estos dos procesos aparecen como resultado de una moralización y cristianización de las costumbres medievales de las familias a cargo de eclesiásticos, legistas e investigadores que la obligan a ir dejando, poco a poco, el rol clásico de otorgar ciertos saberes para la supervivencia, transmitir apellidos y la propiedad, para pasar a interesarse por el niño y a formar un lenguaje de mimos y afectos. Con ánimos de sintetizar el descubrimiento de la infancia en mención nombramos tres de sus particularidades: 1) el niño es reconocido en su especificidad psicológica y social, una muestra de ello es el interés por su jerga y expresiones para nombrar el mundo; 2) el niños es valorizado en la vida familiar y social, tanto así que se presta atención a su salud y a su higiene; 3) el niño es idealizado por aspectos que se estiman como naturales: la ternura, la inocencia, etc. Por el lado del sentimiento de la infancia sus principales características son: 1) una nueva actitud hacia el niño expresada en el cariño; 2) un complemento a la nueva actitud resguardada en la severidad y en la educación. Por supuesto, estos fenómenos paralelos no significaron en estricto que la vida de todos los niños, niñas y adolescentes desde el siglo XVIII fuese estimada. Para empezar, las ideas moralistas encuentran eco, o son tomadas como parámetro de socialización en sectores aristocráticos. Por el contrario, en la masa trabajadora “las condiciones de vida de los niños cambiarán muy poco: estarán todavía caracterizadas por privaciones, por explotación por violencia. Incluso bastante rápido empeorarán con la llegada de la revolución industrial” 7. 6 7 ARIÉS, Philippe. El niño y la vida familia en el antiguo régimen. II Capítulo. TRIUSCIZZI, Leonardo. Infancia e historia. Ifejant. p. 24. Vale señalar, que con el descubrimiento y el sentimiento por la infancia en occidente se rompe el modelo de educación en lo público y en el hacer que tenía el niño durante la civilización medieval. Con la presión de los moralistas la socialización del niño queda en manos de dos instituciones: la familia, encargada de garantizar sus necesidades más básicas. Al igual que la escuela, comisionada a controlar al niño, sus costumbres consideras innatas y mal sanas para el orden social y económico. Todo esto es posible gracias a la idea que viene romper la CDN en la representación jurídica universal desde finales del siglo pasado: los niños deben estar en cuarentena, prepararse para estar en sociedad porque “aún-no” son capaces, competentes, responsables, fiables, con suficientes conocimientos […sin más…] Cuentan por su futuro, por lo que serán, pero socialmente hoy no cuentan, no son ciudadanos como los demás” 8. Para terminar esta primera clase, es menester dejar claro que la representación del niño como sujeto de derechos es eminentemente jurídica, es un logro ético y político surgido en la gobernabilidad global. Impera sin ninguna duda en el campo jurídico, legislativo y posiblemente administrativo de cada país firmante de la CDN. Su propósito es generar una nueva cultura de infancia: un patrón de relacionamiento democrático y humano entre los adultos y los niños. Por tal razón es una propuesta de comprensión del niño en el marco de una norma. Sin embargo, esta representación jurídica coexiste con otras representaciones sociales que se han reproducido en la historia occidental y convertido con el tiempo en pulsiones y saberes lógicos en la gente por medio de la crianza familiar, la educación heteroestructurante que señala que el niño es vacío y el profesor es sapiente, la política que no ha abordado a la infancia como una de sus mayores preocupaciones y la propia legislación que tan sólo a lo largo del siglo XX tiene sus expresiones primerizas sobre derechos de los niños, niñas y adolescentes. A manera de resumen, las principales representaciones e imágenes sobre infancia que existen, a parte claro está, de la resultante de la doctrina de derechos humanos, por época e impulsores son las siguientes: • Sociedad Clásica (Grecia-Roma): En estas civilizaciones no se configura una sensibilidad hacia el niño, todo se enfoca en la figura del adulto viril “cuyo cuerpo encarna la fuerza y armonía”. Así, el niño es dependiente del poder paterno y del miedo que este le provoca. Algo notable tanto en el mito de Edipo como en la ley romana que “sometía el hijo al pater familias incluso en plena juventud. Al lado de la figura del padre se coloca luego la del maestro, también ésta autoritaria y con frecuencia violenta” 9. • Cristianismo: En sus orígenes, o cristianismo primitivo se presenta “un primer y amplio reconocimiento del valor de la infancia, que penetra también en el ritual de la Iglesia”, heredera directa de la visión promovida por Jesús en la que el adulto no es poseedor de la sabiduría; recuérdese la conocida frase: “No impidan que los niños se acerquen a mi”, lo que reivindica a la infancia como personas capaces de escuchar y transmitir su palabra. No obstante, con la oficialización del cristianismo como la religión del decaído imperio romano por el edicto de Constantino decae esta visión. En oposición aparece una consideración del niño como representante del “pecado original, orientado naturalmente al mal” lo que legitimaría su control, corrección y castigo 10. De tal modo, el cristianismo es reproductor de una idea pesimista sobre la infancia que 8 Opcit. FERRAN CASAS. Infancia y representaciones sociales. p. 32. Opcit. TRIUSCIZZI, Leonardo. p. 18. 10 Opcit. TRIUSCIZZI, Leonardo. p. 20. 9 • • • • 11 alcanza su esplendor con el pensamiento de San Agustín, que en “sus Confesiones y luego en el De Civitate Dei, definía la Infancia como una edad no inocente, nutrida de envidia, sometida sin niguna resistencia a la carne, dedicada a los placeres viciosos y a acciones vergonzosas, crueles e impías” 11. Liberalismo (Siglo XVII): Al ser el individuo con virtudes cívicas su máxima y principio. El niño es entendido como un ser en formación, vacío de conciencia y de autonomía. En este sentido John Locke en su libro “Reflexiones sobre la Educación” plantea al niño como una tabula rasa, es decir, como un ser vacío que requiere ser llenado de conocimientos para llegar a ser un adulto por las vías de la educación y una fuerte disciplinarización. Romanticismo (Siglo XVIII): En esta corriente el niño aparece como portador de de la bondad y la inocencia. Rousseau lo plantea en el “Emilio” como bueno por naturaleza y en permanente riesgo de corromperse y malograrse por lo que debe educarse sin reprimendas severas sobre sus expresividad, curiosidad y candidez. Moralismo (Siglos XVI-XVIII): Sus simpatizantes fueron los propulsores del descubrimiento del niño en occidente. Para ellos los niños eran malos y debían ser corregidos y formados en el núcleo familiar y la escuela. Eran regentes del desorden, la anarquía y costumbres reversibles con la educación; por lo que se sugería una formación apartada de lo público, encapsulada, sin tomarlos en cuenta su opinión. Bien decía Montaigne: no debe "reconocerles ni movimiento en el alma, ni forma reconocible al cuerpo". Racionalismo (Siglo XVII): Teniendo en cuenta los postulados de Descartes: “pienso luego existo”, la razón es innata al ser humano y permite alcanzar verdades no asibles por medio de la observación y los sentidos. El niño también se considera portador de ella, pero en menor grado; en la perspectiva de Piaget (psicogénesis, o epistemología genética) el conocimiento del niño evoluciona y se construye de niveles cognitivos precarios hacia unos superiores en etapas cronológica entre el nacimiento y la adolescencia. En tal medida alcanzar una inteligencia formal y operacional significa desarrollar una inteligencia adulta. Ser niño, palabras más, palabras menos significa tener una razón inferior. Opcit. TRIUSCIZZI, Leonardo. p. 20.