El concepto de latín vulgar y los agentes de vulgarización del latín

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Jairo Javier García Sánchez – La fuentes del latín vulgar
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ÁREA: Cultura Clásica – Literatura Latina
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Jairo Javier García Sánchez – La fuentes del latín vulgar
Las fuentes del latín vulgar
ISBN - 978-84-9822-706-2
Jairo Javier García Sánchez
jairo.garcia@uah.es
Thesaurus: latín, latín vulgar, fuentes
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los agentes de vulgarización del latín; La cantidad vocálica y el acento en latín vulgar.
Resumen y esquema del artículo: Por su misma naturaleza el latín vulgar no se
puede conocer sino solo parcialmente a través de los vulgarismos y tendencias del
habla hallados en determinados textos y a partir de otras fuentes indirectas, como la
reconstrucción retrospectiva desde las lenguas románicas. En este artículo se
enumeran y detallan las fuentes más representativas del latín vulgar. Ello nos permitirá
aproximarnos a ese latín hablado y coloquial, origen de las lenguas romances.
1. El latín vulgar en los textos
1.1. El latín vulgar en grandes obras de la literatura latina
1.1.1. La novela
1.1.2. El teatro
1.1.3. La literatura satírica: la sátira y el epigrama
1.2. El latín vulgar en autores o géneros menores
1.2.1. Obras históricas
1.2.2. El género epistolar
1.3. El latín vulgar en obras de carácter técnico
1.4. El latín de los cristianos
1.4.1. Las traducciones de la Biblia
1.4.2. Los itinerarios
1.5. Las inscripciones
1.5.1. Las inscripciones de Pompeya
1.5.2. Las tabellae defixionum
1.5.3. Inscripciones funerarias cristianas
1.6. El latín vulgar en los textos gramaticales
2. Fuentes indirectas del latín vulgar
2.1. Los datos de las lenguas románicas
2.2. El latín medieval
2.3. La métrica
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1. El latín vulgar en los textos
Se puede acceder al latín vulgar a través de algunos textos en los que
aparecen rasgos considerados “vulgares”, propios de la lengua hablada. Esas obras o
textos, que atestiguan rasgos vulgares y permiten recomponer cierto panorama de lo
que debía de ser el latín hablado, constituyen las llamadas “fuentes del latín vulgar”.
En principio, el latín vulgar, entendido básicamente como la vertiente hablada
del latín, no debería encontrarse en los textos. Su misma condición de manifestación
oral lo impediría. Por ello, más que textos en latín vulgar, hay textos con testimonios
del latín vulgar.
Hay obras literarias que dejan traslucir vulgarismos de manera intencionada.
Algunos escritores se sirvieron en sus obras del latín coloquial como elemento vivo,
caracterizador de la vida real. Por otro lado, son varios los textos elaborados por
personas de escasa instrucción que, tratando de “escribir bien”, muestran con las
faltas que cometen y con sus excesos de corrección (hipercorrecciones), fenómenos
característicos del latín vulgar.
1.1. El latín vulgar en grandes obras de la literatura latina
En algunas obras importantes de la literatura latina se emplea el vulgarismo
conscientemente, con la intención de reflejar usos del habla cotidiana, o bien con
sentido del humor, con el fin de ridiculizar algo o a alguien. Se puede señalar, por ello,
que tanto la literatura costumbrista como la literatura humorística incorporan rasgos de
la lengua vulgar.
1.1.1. La novela
Dentro del género de la novela se conservan dos grandes obras que
constituyen dos de las fuentes más importantes del latín vulgar. La primera de ellas es
El Satiricón de Petronio, del s. I d.C., en cuyo episodio principal, La cena de Trimalción,
se halla abundante material para el mejor conocimiento de la lengua hablada latina. Su
protagonista, un antiguo liberto y nuevo rico, da un banquete en el que intervienen
varios personajes de baja formación, que son caracterizados por su habla popular, a
menudo plagada de helenismos. Las sucesivas escenas se describen con agudo
sentido de la realidad, y la lengua se convierte en un instrumento eficaz para ello. He
aquí algunos usos petronianos representativos de la lengua vulgar:
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•
Síncopa de la vocal intertónica: caldus, en lugar de calidus (‘caliente’); cf. it.
caldo, rum. cald ‘templado’, y, como sustantivo, el esp. caldo.
•
Epéntesis consonántica: plouebat, en lugar de pluebat; cf. esp. llover (< plovere
< lat. pluere).
•
Sustantivos neutros de la segunda declinación que se hacen masculinos en
singular: balneus, caelus, candelabrus, uinus, en lugar de balneum (‘baño’),
caelum (‘cielo’), candelabrum (‘candelabro’), uinum (‘vino’), etc.
•
Neutros plurales que pasan a ser femeninos: intestinas, en lugar de intestina
(‘entresijos’). Este fenómeno y el anterior confirman la decadencia del neutro y
la mejor caracterización del masculino y femenino.
•
quod, quia introduciendo completivas, en lugar de la construcción clásica de
acusativo e infinitivo: “et dixi quia mustella comedit [eos]” (46,4) (‘y dije que la
comadreja los comió’).
•
quomodo, en lugar de ut comparativo (cf. esp. como, fr. comme, etc.): “solebat
sic cenare, quomodo rex” (38,15) (‘solía cenar así, como un rey’).
La segunda novela, un siglo posterior, es Las metamorfosis de Apuleyo,
conocida también como El asno de oro. Entre los fenómenos vulgares que se
observan en ella cabe señalar los siguientes:
•
Frecuencia de adjetivos abundanciales en -osus: carnosus ‘cargado de carne’,
formo[n]sus ‘hermoso’ (‘de mucha forma’), lacrimosus ‘lloroso’, nodosus ‘lleno
de nudos’, etc.
•
Formaciones diminutivas: cellula, lapillus ‘piedra pequeña’, linteolum (>
lenzuelo), etc.
•
Reemplazo de verbos primitivos (cenare) por derivados intensivo-frecuentativos
(cenitare): “opportune… foris cenitabat” (9,22) (‘oportunamente… cenaba
fuera’). Cf. la sustitución de canere por cantare (> esp. cantar), de iacere por
iactare (> esp. echar).
•
Confusión del régimen locativo y adlativo: ubi (‘donde’) se emplea con el valor
de quo (‘adonde’): “ubi… ducis asinum istum?” (9,39): (‘¿Adónde… llevas ese
burro?’). Cf. fr. où ‘dónde’, ‘adónde’.
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1.1.2. El teatro
En el género teatral destacan las comedias de Plauto y de Terencio, que son
una importante fuente del latín coloquial, sobre todo las del primero. Lamentablemente
se han perdido otros géneros menores como mimos y atelanas, aunque sus
fragmentos conservados proporcionan también datos interesantes. Plauto vivió entre el
254 y el 184 a.C. y Terencio murió joven en el 159 a.C.; ambos autores son, por tanto,
de la época arcaica, pero en sus obras se pueden ver usos lingüísticos que se
mostrarán muy vivos después:
•
Uso de totus (‘todo entero’), en lugar del culto omnis (‘todo’), o de fabulari (>
esp. hablar), en lugar del clásico loqui.
•
Reunión pleonástica del comparativo sintético (maior) con la expresión analítica
mediante magis: “qui dederit [argentum], magi’ maiores nugas egerit” (Men. 55)
(‘el que haya dado [el dinero], hará una tontería aún mayor’). Magi’ maiores es
tan vulgar como el doble comparativo más mayor (por aún mayor), que se oye
con frecuencia en español.
•
Uso de la conjunción quod en completivas con verbos de ‘saber’ y ‘decir’: “scio
iam filius quod amet meus istanc meretricem” (Asin. 52-53) (‘Sé ya que mi hijo
está enamorado de esa meretriz’).
Todo esto confirma que en los escritores anteriores a la fijación del latín clásico
se encuentran a menudo palabras o giros que la lengua clásica rechazó, pero que se
conservaron en la lengua hablada y en el lenguaje popular, y que no pocas veces han
llegado a alcanzar continuidad hasta hoy, en las lenguas románicas.
Plauto usa un vocabulario abundante, con una gran variedad de registros, entre
los que también está el más coloquial que no evita la obscenidad y la grosería;
practica el chiste verbal y la incorrección para hacer reír al público. La comedia
Truculentus, por ejemplo, muestra un habla de tinte rústico e incluso dialectal frente a
un latín de tipo urbano; el rasgo “vulgar” está ahí muy presente.
1.1.3. La literatura satírica: la sátira y el epigrama
La sátira, género típicamente romano, se acerca muchas veces al habla común
y en esa medida puede servir para observar algunos fenómenos del latín vulgar.
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Lucilio (s. II. a.C.), su creador, es el máximo exponente de esa aproximación de la
sátira al habla, mucho más que sus continuadores Horacio, Persio o Juvenal.
Lucilio arremete con viveza contra personajes corruptos y contra los vicios de la
sociedad en la que vive, y lo hace con el lenguaje de la calle, con el sermo cotidianus.
Llega a emplear términos groseros e incluso obscenos con normalidad, y por eso su
estilo puede llegar a parecer descuidado, tosco y abandonado a la inspiración fácil.
Eso es lo que le criticará Horacio. En los numerosos fragmentos que se conservan de
su obra se recogen tendencias del habla, como la monoptongación temprana de ae: gr.
ca‹re > chaere > chere (Cic. Fin. 1,9).
Aunque la poesía satírica de Horacio eleva notablemente el estilo y alcanza
mayor refinamiento, no deja de ofrecer rasgos característicos del latín coloquial, sobre
todo en el uso de ciertas palabras. Ese es el caso de bucca (‘carrillo’) y caballus
(‘caballo de carga o tiro’), que propenden a sustituir a os (‘boca’) y equus (‘caballo de
monta’); la primera mantiene su significado dentro de la locución “iratus ambas buccas
inflare” (Sat. 1,1, 19 s.) (‘hinchar ambos carrillos de ira’).
Por lo que respecta a los epigramas, caracterizados por su brevedad y
mordacidad, el primer gran autor del que ha llegado cierta producción es Catulo (s. I
a.C.), quien podía pasar fácilmente del estilo refinado al popular. Pero el compositor de
epigramas por excelencia fue el bilbilitano Marcial (s. I d.C.). Entre sus composiciones
hay referencias a incorrecciones que se corresponden con usos o tendencias del habla:
Cum dixi ficus, rides quasi barbara uerba
et dici ficos, Caeciliane, iubes.
Dicemus ficus, quas scimus in arbore nasci,
dicemus ficos, Caeciliane, tuos (1,65)
(‘Cuando digo ficus, te echas a reír, como si fueran palabras extranjeras,
y me mandas, Ceciliano, decir ficos.
Seguiremos llamando ficus a los que sabemos que nacen del árbol,
llamaremos ficos, Ceciliano, a los tuyos’)
Marcial mantiene el plural de la cuarta declinación de ficus, -us ‘higo’, y por eso
lo puede distinguir de ficos (‘excrecencia anal, almorrana’, en acusativo plural de la
segunda declinación). El paso de ficus a la segunda, por la tendencia a la
simplificación de las declinaciones, es lo que provoca que el destinatario del epigrama,
Ceciliano, no reconozca ya la forma ficus de la cuarta.
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1.2. El latín vulgar en autores o géneros menores
En obras históricas de autores menores, como algunos seguidores de Julio
César, o en géneros de menor trascendencia, como el epistolar, se pueden hallar
también rasgos vulgares, propios del habla cotidiana.
1.2.1. Obras históricas
Se consideran aquí determinadas obras históricas, pero no el género histórico
en general, ya que los grandes historiadores son normalmente inmunes a los
vulgarismos. Solo las obras de narradores sin vocación para grandes empresas
literarias, como, por ejemplo, las de los epígonos de César poseen valor como fuente
latino vulgar.
En el Bellum hispaniense y en el Bellum africum, atribuidos a oficiales
subalternos de César, aparecen con frecuencia usos vulgares. El autor del Bellum
Hispaniense, que parece haber sido testigo de la campaña que narra, hace citas
literarias –de Ennio–, pero no domina la lengua que usa. Se hallan en él curiosas
ultracorrecciones, como un empleo excesivo del subjuntivo en lugar del indicativo, o
empleos del dativo de dirección, que parece rivalizar con otros casos con preposición.
Se construyen, además, completivas de verbos de ‘decir’ con la conjunción quod,
según se ha visto en Plauto, construcción que llegará a las lenguas románicas con el
verbo en indicativo:
Legati Carteienses renuntiauerunt quod Pompeium in suam potestatem
haberent (36,1)
(‘Los legados de Carteya anunciaron que tenían en su poder a
Pompeyo’).
1.2.2. El género epistolar
Con frecuencia los textos epistolares reflejan asimismo usos propios del habla.
El epistolario de Cicerón (s. I a.C.), por ejemplo, es interesantísimo por la época y por
la persona de que se trata. Sus cartas están escritas con sumo cuidado y un manejo
ideal de la lengua en todos sus extremos; pero, a la vez, algunas de ellas, en especial
las dirigidas a sus amigos, incluidas las de Ático, presentan expresiones espontáneas
y populares, dignas del lenguaje coloquial. La palabra bucca, que propiamente
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designaba los carrillos, según se ha visto antes, es usada en lugar de os, oris, de
menor expresividad, con el valor que tendrá en romance (esp. boca, it. bocca, fr.
bouche, etc.). Cicerón la emplea en una frase hecha, lo que revela que ese uso
popular, destinado a perdurar, es más antiguo:
Quod in buccam venerit scribito (Att 1,12,4)
(‘escribirás lo que te venga a la boca [en gana]’).
1.3. El latín vulgar en obras de carácter técnico
En los tratados de carácter técnico, que empezaron a proliferar por las nuevas
necesidades de la sociedad romana, se hallan abundantes formas vulgares. Se trata
en muchos casos de traducciones del griego elaboradas por gente poco culta que no
se preocupaba por cuidar el lenguaje. La finalidad meramente práctica predominaba
en la redacción, y los usos cotidianos y los modelos griegos se veían reflejados con
facilidad. Las palabras de Vitruvio, con las que se excusaba de las posibles faltas, al
dedicar su tratado De Architectura a Augusto, son bastante elocuentes: “Non enim
architectus potest esse grammaticus” (‘Pues el arquitecto no puede ser gramático’).
Vitruvio y Frontino, no obstante, son seguramente los más cultos de entre los
tratadistas técnicos y sus obras de arquitectura, por ello, las menos interesantes desde
el punto de vista del latín vulgar.
En este sentido, de entre los escritos técnicos cabe destacar la Mulomedicina
Chironis (s. IV d.C.). Es una obra anónima de veterinaria, traducida del griego por
alguien poco instruido; fue corregida a finales del mismo siglo por Vegecio Renato. La
primera versión resultaba muy oscura, pero el resumen corregido de Vegecio no logra
suprimir su carácter vulgar. Gracias a la doble versión se pueden estudiar mejor los
numerosos vulgarismos.
Además de estos textos de arquitectura y de veterinaria, los hay de medicina,
agricultura, gastronomía…, por lo que se puede establecer el siguiente elenco de
tratados técnicos, en los que no es difícil encontrar formas vulgares:
•
Arquitectura: Vitruvio, De architectura (tratado de arquitectura del s. I a.C.);
Frontino, De aquaeductu urbis Romae o De aquis urbis Romae (tratado del s. I
d.C. sobre el abastecimiento y administración de agua en Roma).
•
Veterinaria: Mulomedicina Chironis (obra de veterinaria del s. IV).
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•
Medicina: Celso, De medicina (parte conservada de una obra enciclopédica del
s. I); Marcelo de Burdeos, De medicamentis liber (colección de recetas médicas
del siglo V).
•
Agricultura: Columela, De re rustica (tratado del s. I d.C. sobre los trabajos del
campo); Paladio, Opus agriculturae (tratado de agricultura del s. IV).
•
Gastronomía: Apicio, De re coquinaria (recopilación de la obra del gastrónomo
romano del s. I); Antimo, De observatione ciborum (tratado de alimentación del
s. VI, fuente del latín tardío).
•
Artesanía,
industria:
Compositiones
Lucenses
(textos
del
s.
VIII),
Compositiones ad tingenda musiva (escritos de comienzos del s. IX que
recogen técnicas artísticas).
1.4. El latín de los cristianos
La difusión de la religión cristiana, surgida en un ambiente judeo-helénico, va a
suponer una de las más importantes fuentes del latín vulgar. Muchos de los textos
cristianos fueron elaborados por personas de escasa instrucción o iban dirigidos al
pueblo de una manera accesible y sencilla, por lo que no debe extrañar que incluyeran
no pocos vulgarismos o usos de la lengua coloquial.
Entre los autores cristianos había algunos muy cultos, como San Agustín, pero
los había también que empleaban a menudo un lenguaje que se alejaba de los
modelos clásicos e incorporaba expresiones corrientes, más comprensibles para las
masas a las que se dirigían. Así sucedía con Tertuliano, Lactancio o Comodiano. El
mismo San Agustín, en sus prédicas, hacía varias concesiones al habla popular; y lo
justificaba así: “Melius est reprehendant nos grammatici quam non intelligant populi”
(‘es mejor que nos reprendan los gramáticos a que no nos entienda la gente’).
1.4.1. Las traducciones de la Biblia
Dentro de los textos cristianos cabe citar, en primer lugar, las traducciones de
la Biblia, en particular las distintas versiones conocidas con el nombre de Vetus Latina
(‘Latina Antigua’), que se remontan al s. II. Estas versiones, realizadas por autores de
poca formación, proceden de todas las partes del Imperio (la Vetus Itala, de Italia; la
Vetus Afra, de África…) y suministran interesantes referencias para el estudio de las
diferencias regionales del latín hablado. El latín bíblico traducía generalmente palabra
por palabra un texto griego hebraizado.
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A petición del Papa Dámaso, San Jerónimo preparó en el s. IV la unificación de
los textos, quitándoles parte del sabor popular. Surge de esta manera una nueva
versión denominada Vulgata, cuyo nombre quiere decir aquí ‘versión común’. En la
Vulgata la mayor parte del Antiguo Testamento fue traducida directamente del hebreo,
mientras que para las versiones anteriores había servido de fuente un texto griego.
Hubo así grandes modificaciones, excepto en uno de los libros: el de los Salmos. Los
Salmos estaban tan arraigados en boca del pueblo que era prácticamente imposible
imponer una nueva traducción. San Jerónimo, por otro lado, apenas retocó las
versiones del Nuevo Testamento; no hizo una nueva traducción, sino que corrigió las
ya existentes, y en sus correcciones parece bastante parco por “no querer corregir al
Espíritu Santo”.
El latín bíblico introduce construcciones nuevas, como el ablativo instrumental
con in, de origen hebreo (cf. la expresión “in nomine Patris”, ‘en el nombre del
Padre’…):
Percussi in gladio iuuenes uestros (Vulg. Am. 4,10)
(‘golpeé con la espada a vuestros jóvenes’).
Y refuerza la frecuencia de otras construcciones vulgares, como el uso de las
completivas con quod y quia con verbos de lengua (dico quod) o de entendimiento
(credo quia). El griego apoya la construcción con conjunción, pero más determinante
parece la influencia del hebreo, que carece de construcción con infinitivo.
1.4.2. Los itinerarios
El género de los itinerarios es típicamente cristiano. Se trata de relatos de
peregrinos a Tierra Santa, escritos en un latín a menudo popular, debido a la escasa
formación cultural y lingüística de los viajeros. Destaca en especial la Peregrinatio
Aetheriae ad loca sancta, obra mejor llamada Itinerarium Egeriae, de fines del s. IV o
principios del s. V, que consiste en la narración incompleta de un viaje a los santos
lugares de una mujer que procede de la parte occidental del Imperio, probablemente
del noroeste de Hispania. En contra de lo que se ha pensado, no debía de ser monja;
pero la forma en que es recibida en los diversos albergues y comunidades religiosas
revela que era una peregrina importante por su rango social. Adopta el estilo epistolar
y escribe en un tono llano, pero con gran viveza.
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Entre las particularidades lingüísticas que se pueden observar en este
Itinerarium, cabe destacar las siguientes:
•
empleo de quod, quia, quoniam para introducir una oración completiva, en vez
de la construcción de acusativo con infinitivo: “Sed mihi credite… quia columna
ipsa iam non paret” (12,7) (‘pero creedme… que la columna ya no está a la
vista’).
•
introducción de la preposición griega cata (kat£) con valor distributivo, que
será el antecedente del adjetivo indefinido cada: “et cata singulos ymnos fit
oratio” (24,1) (‘y a cada himno se hace una oración’).
•
confusión de demostrativos; así, el uso de iste por hic: “…istum medianum
(mons), in quo stabamus” (3,8) (‘…este monte de en medio, en que
estábamos’).
•
empleo de ille con valor de artículo o pronombre personal sujeto de tercera
persona: “Tunc ait ille sanctus presbyter” (15,1) (‘entonces dice el santo
presbítero’).
•
debilitamiento del pronominal enfático ipse (‘él mismo’), hasta emplearse como
articuloide: “per mediam uallem ipsam… rediremus ad iter cum hominibus Dei,
qui nobis singula loca… per ipsam uallem ostendebant” (2,3) (‘por medio del
valle… volveríamos al camino con los hombres de Dios, que nos mostraban
cada lugar… por el valle’).
•
uso de habere con valor impersonal: “habebat autem de eo loco ad montem
Dei forsitan quattuor milia totum” (1,2) (‘había, sin embargo, desde aquel lugar
al monte de Dios quizás cuatro mil (pasos) en total’).
•
empleo de plicare con el sentido de ‘llegar, aproximarse’: “iter sic fuit, ut per
medium transversaremus caput ipsius vallis et sic plecaremus ad montem Dei”
(2,4) (‘el camino fue de tal manera que atravesaríamos por la mitad la cabeza
del valle y así llegaríamos al monte de Dios’).
•
uso de habere + infinitivo para indicar acción necesaria, construcción que
pasaría a ser futuro o condicional: “sed non ipsa parte exire habebamus qua
intraveramus” (4,5) (‘pero no habíamos de salir –saldríamos– por la parte por la
que habíamos entrado’).
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1.5. Las inscripciones
Las inscripciones son una fuente muy importante de latín vulgar. Suelen
hallarse en el lugar en el que fueron escritas, por lo que su estudio nos permite tener
una idea del latín regional de cada territorio.
Conviene distinguir entre inscripciones oficiales, realizadas por funcionarios
cultos, que pertenecen al ámbito del latín escrito, y las particulares, a menudo
grabadas por picapedreros de escasa instrucción. Son éstas, lógicamente, las que
interesan para el estudio del latín vulgar.
No obstante, no todas las anomalías que aparecen en las inscripciones deben
achacarse a un reflejo del latín vulgar; en algunos casos ha habido defectos de
comprensión y de transmisión. El texto se entregaba con frecuencia a un impresor o
epigrafista para que lo copiara en la piedra, y hay inscripciones en las que el escultor
no ha comprendido lo que se le ha dibujado.
De entre las inscripciones “particulares” resultan de especial relevancia para el
mejor conocimiento del latín vulgar las inscripciones halladas en Pompeya –los graffiti–,
las llamadas tabellae defixionum, y las inscripciones cristianas, por el ya conocido
origen popular de esta religión.
1.5.1. Las inscripciones de Pompeya
En Pompeya se han encontrado inscripciones parietales incisas y también
pintadas –los graffiti–. La ciudad de Pompeya fue sepultada por la erupción del
Vesubio en el 79 d.C., por lo que las inscripciones pintadas conservadas, escritas con
carbón, han quedado perfectamente delimitadas en el tiempo: no pueden ser más
antiguas del 65 d.C.; el carbón se borra en contacto con el aire en unos diez años. De
hecho, si se han conservado los graffiti ha sido gracias a la erupción del volcán, que
los cubrió; de otra manera, a lo largo de los diez años siguientes habrían ido
desapareciendo. Entre los restos hay un dístico muy representativo que nos da una
idea del elevado número de inscripciones que había:
Admiror, pariens [paries], te non cecidisse ruinis
qui tot scriptorum taedia sustineas (CIL IV 1904)
(‘Me admiro, pared, de que no te hayas caído en ruinas,
tú, que soportas los tedios de tantos escritores’)
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Las inscripciones presentan algunos rasgos dialectales, favorecidos por el
sustrato, puesto que en Pompeya se había hablado osco, y tampoco faltan los errores
gramaticales o la caída de algunas vocales o consonantes. De las inscripciones del
orbis Romani (‘mundo romano’), reunidas en el Corpus Inscriptionum Latinarum (CIL),
el volumen IV está dedicado a las halladas en Pompeya.
1.5.2. Las tabellae defixionum
Un tipo especial de inscripciones son las tabellae defixionum o tablas
execratorias. Son textos escritos fundamentalmente en laminillas de plomo, de bronce,
mármol o terracota, consistentes en maldiciones por las que se invoca a los poderes
infernales para que actúen contra ciertos enemigos. Estas tablillas, casi todas de los
siglos II y III d.C., se colocaban en los lugares donde supuestamente las deidades
maléficas pudieran verlas, como pozos, cuevas o tumbas. Por su tema, son de tres
tipos:
•
Amatorias. El despecho amoroso impulsa a arrojar al rival afortunado a los
infiernos.
•
Judiciarias. Se implora la desgracia para el contrincante en un pleito.
•
Lúdicas. Se pide la derrota de algún competidor o adversario en los juegos
circenses.
Un ejemplo de las primeras es el siguiente:
Dii iferi [inferi] vobis comedo [comendo] si quicua [quidquam] sactitates
[sanctitates] hbetes [habetis] ac tadro [trado] Ticene [Tychenem] Carisi
quodquid [quidquid] acat [agat] quod icidat [incidant] omnia in adversa
(CIL X 8249)
(‘Dioses infernales, os encomiendo si tenéis algo de santidad y [os]
entrego a Tiquene la de Carisio. Cualquier cosa que haga, sálgale todo
al revés’).
1.5.3. Inscripciones funerarias cristianas
Las inscripciones funerarias, aparecidas en las lápidas de los enterramientos
cristianos, contienen numerosas faltas, que muestran en muchas ocasiones
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tendencias propias de la lengua hablada, según puede verse en los siguientes
ejemplos:
Hic ciscued [quiescit] Faustina filia Faustini Pat... que [quae]… satis
grande [grandem] dolurem [dolorem] fecet [fecit] parentebus [parentibus]
et lagremas [lacrimas] cibitati [ciuitati] (CIL IX 648)
(‘Aquí descansa Faustina, hija de Faustino…, que causó un dolor
bastante grande a sus padres y llanto a la ciudad’).
Anastasia et Laurentia, puellas [puellae] dei, quas [quae] nos
precesserun [praecesserunt] in sonum [somnum] pacis (Diehl 1472)
(‘[Aquí yacen] Anastasia y Laurencia, niñas de Dios, que nos
precedieron en el sueño de la paz’).
1.6. El latín vulgar en los textos gramaticales
Las informaciones de los gramáticos latinos, de Varrón (s. I a.C.) a Prisciano (s.
VI d.C.), también aportan interesantes datos para un mejor conocimiento de la lengua
hablada. No obstante, el valor de esas informaciones es desigual, debido a que sus
autores estaban muy influidos por la doctrina gramatical de los griegos. Algunas de las
explicaciones que dan a los fenómenos no siempre son seguras o verdaderas y la
sistematización que pretenden a veces no es correcta.
De entre los gramáticos latinos cabe destacar, por la utilidad de los datos que
proporciona, a Consencio, del siglo V y natural de la Galia Narbonense. De su Ars
Grammatica han sobrevivido dos capítulos; en uno de ellos, De barbarismis et
metaplasmis, señala vicios de pronunciación que tenían carácter particular o general;
por ejemplo:
•
tottum pro totum (cf. it. tutto)
•
vilam pro villam (cf. la reducción de geminadas, general en Lusitania,
Galia e Italia septentrional)
•
bobis pro vobis (confusión de b y v)
•
fontis, dentis pro fons, dens (supresión de imparisílabos, general en
toda la Romania).
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Los lexicógrafos presentan asimismo indicaciones muy apreciables, como las
que se obtienen del De uerborum significatu de Sexto Pompeyo Festo. Este
lexicógrafo resumió en el siglo segundo o quizás en el siguiente el tratado de Verrio
Flaco, que había vivido en la época de Augusto y Tiberio. De su obra, conservada en
parte, a su vez, hizo un epítome más estricto, en el s. VIII, Pablo Diácono, que es, en
definitiva, el que ha llegado completo. He aquí un ejemplo tomado de Festo:
Orata, genus piscis appellatur a colore auri, quod rustici orum dicebant,
ut auriculas oriculas (Fest. p. 196, 26-28).
(‘Orata [‘dorada’], se llama un género de pescado por el color de oro, el
que los campesinos llamaban orum [lat. clás. aurum > oro], como las
auriculas, [las llaman] oriculas [> orejas]’).
Observaciones de este tipo son frecuentes en las Etimologías (Origines siue
etymologiae) de San Isidoro de Sevilla (s. VI-VII), quien es considerado, por el
volumen de su obra y el interés de los datos que transmite, el lexicógrafo latino más
importante. Unas veces transmite la forma vulgar con la advertencia oportuna:
Phaselus est nauigium quem nos corrupte baselum dicimus (Orig.
19,1,17)
(‘El phaselus es la barca que nosotros llamamos, de forma corrupta,
baselus [> esp. bajel]’).
Y otras inadvertidamente, como la recomposición del verbo decidere en la forma
decadere (> esp. decaer):
Decadentes guttae coalescunt (16,2,10)
(‘Las gotas al caer se aglutinan’).
De las fuentes de tipo gramatical, la Appendix Probi tiene una importancia
capital. Se trata de una lista de formas incorrectas acompañadas por la respectiva
corrección; es de autor anónimo y, al parecer, del s. III o IV. Se ha sugerido que debió
de ser redactada por un paedagogus de origen africano para instruir a jóvenes
esclavos que debían servir en el palacio imperial. Las correcciones aparecen como
apéndice o anexo a un texto gramatical de Valerio Probo (s. I d.C) y por tal motivo
recibe su nombre. Son en total 227 correcciones, que denuncian buena parte de los
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fenómenos fonéticos, morfológicos y gramaticales del latín vulgar (síncopa vocálica,
apócope, confusión de b y v, simplificación de las labiovelares y de grupos
consonánticos, adición de diminutivos, caracterización del género, supresión del
neutro, simplificación de las declinaciones…). En algunos casos lo que se denuncia
son hipercorrecciones, es decir, correcciones impropias que no se deben hacer y que
constituyen, por ello, un claro síntoma no solo de que el fenómeno en cuestión se
produce, sino sobre todo de que hay conciencia de que se debe evitar. Algunos
ejemplos de correcciones de la Appendix Probi son los siguientes:
•
3. speculum non speclum (cf. esp. espejo, it. specchio…). Se corrige la
síncopa vocálica, esto es, la caída de la vocal intertónica, corrección
que se realiza en repetidas ocasiones. Si se tiene en cuenta el proceso
completo, resulta que speclum fue la forma etimológica y, una vez
desarrollada en speculum, experimentó la síncopa popular, como
tantas otras palabras de estructura análoga.
•
5. vetulus non veclus (cf. esp. viejo, fr. vieux, it. vecchio).
•
9. baculus non vaclus. Síncopa y confusión de b y v.
•
14. vacua non vaqua. Confusión e hipercorrección por la pérdida de la
labiovelar.
•
30. miles non milex. La x no es nada popular y a veces se intentaba
recuperar por hipercorrección.
•
42. pauper mulier non paupera mulier (cf. it. povera). Caracterización
del género.
•
53. calida non calda (cf. it. caldo, fr. chaud). Síncopa.
•
55. vinea non vinia (cf. esp. viña, fr. vigne). Cierre de la e en hiato.
•
74. orbis non orbs. Es una hipercorrección. Se confunde con urbs.
•
75. formosus non formunsus. Nueva hipercorrección. Trata de corregir
la pérdida de n ante s.
•
79. digitus non dicitus. Otra hipercorrección más, por la sonorización de
la velar sorda.
•
83. auris non oricla (cf. esp. oreja, fr. oreille, it. orecchia).
Monoptongación, síncopa y adición del diminutivo.
•
112. aqua non acqua (cf. it. acqua). Geminación expresiva.
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•
169. nurus non nura (cf. esp. nuera, it. nora, rum. noră). Nurus, -us,
palabra de la cuarta declinación, pasa a la primera, lo mismo que
socrus, -us ‘suegra’.
•
226. idem non ide. Pérdida de la -m final.
2. Fuentes indirectas del latín vulgar
Además de los textos latinos en los que se puede rastrear el latín coloquial,
existe otra serie de fuentes, consideradas “indirectas”, por las que es posible conocer
también cómo era ese latín vulgar. Entre tales fuentes se encuentran los inmensos
testimonios de las lenguas románicas, la métrica y las crónicas del latín medieval.
2.1. Los datos de las lenguas románicas
Los testimonios vivos que proporcionan las lenguas románicas son, en efecto,
una fuente importante, aunque indirecta, del latín vulgar; aplicando los criterios de la
lingüística histórica y comparada, permiten reconstruir e identificar rasgos y voces de
ese latín hablado. Aunque un vocablo no esté documentado en los textos, si está
acreditado en la mayoría de las lenguas románicas o en un número representativo de
ellas, debió de existir en latín y se puede admitir como propio de la lengua vulgar. El
verbo *potere (al margen del clásico posse), por ejemplo, viene acreditado por la forma
del esp. poder, del it. potere, del rum putea, etc. De igual manera, el port. engraixar, el
cat. engreixar, el fr. engraisser, el occ. engraisar, y el rum. îngrăşa tienen que
remontarse a un lat. *ingrassiare.
El esp. aguzar, el it. aguzzare, el fr. aiguiser fueron base suficiente para
reconstruir un étimo latino *acutiare; luego, la documentación en los glosarios del
derivado acutiator avaló la existencia de acutiare. Como en éste, en otros muchos
casos las formas hipotéticas se han visto atestiguadas posteriormente.
2.2. El latín medieval
Durante la Alta Edad Media el latín vulgar continúa su desarrollo imparable
hasta desembocar en las lenguas románicas. Ahí están como testimonio muy cercano
las pizarras visigodas, cuyas inscripciones presentan palabras en forma románica tan
clara como boina (< lat. bouina). Pero el latín de la Edad Media, como lengua de una
clase más o menos culta, no deja de contener y transmitir elementos y testimonios del
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latín vulgar. Las historias y crónicas que se realizan a partir del s. VI son en muchos
casos obras toscas en las que se hallan vulgarismos con reminiscencias clásicas o
formas románicas netas. Las Crónicas de Fredegario (s. VII), por ejemplo, recogen la
anécdota en que el emperador Justiniano (s. VI), en un juego de palabras, pronuncia la
forma daras (85,27), como futuro aglutinado a partir de la expresión analítica dare
habes (‘has de dar’).
2.3. La métrica
La métrica es también una fuente indirecta del latín vulgar; en concreto, la
métrica latina tardía y bajolatina. Aunque desde el siglo III se advierte la
transformación popular del ritmo cuantitativo en acentual, el fenómeno es sin duda
anterior, como se echa de ver en este final de hexámetro de las inscripciones de
Pompeya: supsténet amicos (CIL IV 4456). La cantidad breve de la sílaba -te- (clás.
sustĭnet) haría imposible el uso de ese verbo en tal posición, si el ritmo fuera
cuantitativo; pero en la nueva métrica acentual basta que esa sílaba lleve el acento.
Ello prueba a su vez que el acento se ha desplazado de la primera sílaba de sustinet a
la segunda de supstenet, a causa de la recomposición característica del latín vulgar.
Será esta la que llegue a las lenguas románicas: esp. sostiene, fr. soutient, etc.
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