El general traidor

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El general traidor
El general Ufkir, héroe, villano y golpista. La vida de este militar encarna la perversión en estado
puro. Hombre de confianza de Mohamed V primero y de Hassan II después, se ocupó de someter a
los marroquíes y gestionar las cloacas del régimen. Torturador y maquiavélico, murió como un
traidor tras haber atentado contra su rey.
LORENZO SILVA
EL PAIS SEMANAL - 25-09-2005
En Indochina conoció las artes de la tortura que puso en práctica en Marruecos
Se le atribuyen atrocidades como degollar prisioneros o hacerlos volar con granadas
En el prólogo a su reciente libro sobre la monarquía alauí tras la independencia, Les
trois rois, Ignace Dalle cita una frase de Claude Simon: “No trates de recordar cómo fueron las
cosas, eso nunca lo sabrás”. El autor francés ilustra así su reflexión sobre la dificultad de
establecer la verdad de la historia marroquí, en tanto que el cronista ha de recurrir al testimonio
de personas a las que debe suponer dispuestas a mentir o atenazadas por el miedo a contar lo
que saben y piensan.
La reflexión vale especialmente a la hora de intentar hacer una semblanza del que quizá sea, a la
misma altura que Hassan II, el personaje más notable del Marruecos del siglo XX: el general
Mohamed Ufkir, durante muchos años gran visir del monarca y al final frustrado regicida. Esta
última vuelta de tuerca le valdría pasar a los anales de su país como el general felón,
convirtiéndose así en la bestia negra de todos: de los opositores por haber encarnado la feroz
represión del régimen, y de los cortesanos por la postrera traición al rey. Un delito que pagaría a
altísimo precio su familia; su viuda, Fátima, y sus seis hijos, encerrados en condiciones
infrahumanas durante 17 años, sin que Hassan II se apiadara de ellos ni quienes lo criticaban se
interesaran por la suerte de aquella mujer y aquellos niños cuya falta no era otra que la de llevar
el apellido maldito.
La historia de este encierro se hizo relativamente conocida merced a los libros que publicaron
algunos de los protagonistas tras su liberación. Sobre todo, por La prisonnière, las memorias de
Malika Ufkir (la hija mayor del general, educada en palacio y para quien durante años Hassan II
fue como un segundo padre), y Les jardins du roi, el emocionante y apenas resentido ajuste de
cuentas con el pasado de la viuda, Fátima Ufkir. Por esos testimonios conocemos las tremendas
condiciones de hambre, enfermedad y humillación que vivieron aquellos desdichados, que
durante ocho años no se vieron la cara los unos a los otros pese a estar recluidos juntos y poder
oírse. Sabemos cómo lucharon contra la locura con historias que inventaba Malika y apuntaba
una de sus hermanas menores, Sukaina, y cómo llegaron a organizar una fuga de película con
túnel al estilo de La gran evasión, aunque finalmente los que lograron salir fueran atrapados de
nuevo al cabo de unos días. Pero la historia del hombre, del marido y padre abatido de cinco
tiros el 16 de agosto de 1972, tras haber organizado el fallido derribo del Boeing 727 de Hassan II
por seis cazas F-5 de sus Fuerzas Armadas Reales, quedó en segundo plano. Y no es menos
impresionante.
Después del atentado y la fulminante ejecución de su número dos (oficialmente se hablaría de
“suicidio de fidelidad”, pero pocos suicidas aciertan a meterse cinco tiros, y uno de ellos en el
lado izquierdo de la cabeza siendo diestro), Hassan II, con su proverbial talento para los símiles,
diría que aquel último acto daba fin a un “drama shakespeariano”. Tal era, sin duda, el intento
de asesinato del rey por su hombre de confianza, pero tal fue la vida toda de Mohamed Ufkir,
nacido el 29 de septiembre de 1920 en el pequeño oasis de Ain Chair, en el Tafilalet, provincia
sahariana limítrofe con Argelia, de la que, por cierto, proviene la familia real marroquí, los
alauís. Como éstos, la familia Ufkir reclamaba su condición de chorfas o jerifes, es decir, de
descendientes del profeta (Mohamed lo sería en vigesimotercera generación). Su padre, el pachá
Si Ahmed, no era un hombre rico, aunque sí gozaba del respeto de la gente de Budnib, donde
Mohamed pasó su infancia. De hecho, ufkir significa algo así como “empobrecido”, y Ahmed
Ufkir era conocido por practicar el precepto coránico de la generosidad hacia los indigentes.
Tras educarse en la escuela bereber de Azrou, Mohamed ingresa en 1939 en la escuela de
oficiales de Meknés, de donde salían los cuadros de los tiradores marroquíes, las eficaces tropas
indígenas del Ejército francés, intensivamente utilizadas en las dos guerras mundiales y en
conflictos coloniales diversos. En 1941 se incorpora como subteniente al 4º RTM (Regimiento de
Tiradores Marroquíes), de guarnición en Taza. En estos primeros años de servicio causa una
excelente impresión, tal y como resume el informe de sus superiores franceses: “Buena
instrucción militar, gallardo, sabe mandar, robusto y enérgico, deportivo. Espíritu abierto,
franco y simpático”. Muy pronto ratificará sobradamente sus condiciones en el campo de
batalla.
En 1944, el 4º RTM es enviado a Italia, donde las tropas aliadas tratan en vano de abrir el
camino hacia Roma, obstruido por la resistencia de Montecassino. Los marroquíes, die
Todesschwalben (“las golondrinas de la muerte”, apelativo que les dieron los soldados alemanes
en la Gran Guerra), se revelarán como un factor clave para resolver la situación: acostumbrados
al combate de guerrillas en las montañas, sus acciones serán valiosísimas para la causa aliada.
En ellas se distinguirá el subteniente Ufkir, que no participó, sin embargo, en la toma de
Montecassino ni quedó desfigurado por los lanzallamas alemanes, como dice su leyenda
(sacando conclusiones erróneas de su particular aspecto físico: usaba gafas porque tenía miopía
y astigmatismo, las prefería oscuras porque le daban un aire intimidatorio y los relieves de su
piel eran debidos al acné). Tuvo, eso sí, un papel destacado en la batalla de Cerasola y en la toma
de Siena, lo que le valió el ascenso a teniente, la Cruz de Guerra francesa con palmas, la Silver
Star norteamericana y la Legión de Honor. Pero la carrera militar de Ufkir apenas estaba
empezando.
Donde se revelaría realmente sería en Indochina, adonde llega con el 4º RTM en la primavera de
1947. Allí, Ufkir se hará notar en las peligrosas operaciones de limpieza en el delta del Mekong.
Tras pasar por varias unidades, acabará dirigiendo el temible Comando O, un escuadrón anfibio
de liquidadores que se mueve a placer en la noche y en los arrozales, donde se cobra la vida de
cientos de rebeldes vietnamitas en una guerra sin cuartel. En Oriente terminó de forjarse el
hombre Ufkir. Volvió como capitán y con varias palmas más en su Cruz de Guerra. Fue además
en tierras vietnamitas donde conoció al general Boyer de la Tour, posteriormente Residente
General en Marruecos y clave en su futura ascensión. En Indochina, según sus detractores,
habría aprendido asimismo las artes de tortura que pondría años después en práctica como jefe
del aparato represor de Hassan II. Y según el amargo testimonio de Fátima Ufkir, también allí,
en el barrio saigonés de Cho Lon, fue donde contrajo un desmedido amor por el juego y por las
mujeres asiáticas.
Mujeriego, Ufkir lo sería toda su vida. A Fátima, su esposa y después viuda, la conoció poco
después de volver de Indochina. Ella sólo tenía 14 años, él ya había pasado los 30; pero
Mohamed le dijo a su padre, compañero de armas, que quería casarse con aquella muchacha
apenas la vio. El padre acabó consintiendo bajo condición de que no la desposara antes de los 16
ni la hiciera madre antes de los 20. Lo primero lo cumplió, no así lo segundo. Fátima le dio seis
hijos y él le fue infiel incontables veces, a menudo con amigas suyas. Pero la mujer que había
elegido por esposa era una persona de carácter y no se quedó atrás: tuvo al menos dos amantes
conocidos, y con el primero llegó a irse a vivir después de divorciarse, en pleno apogeo del poder
de Ufkir. Él, sin embargo, no se atrevió a tomar represalias y acabó pidiéndole a Fátima que
volviera con él, lo que ésta, agotada la pasión por su joven galán, hizo un par de años después.
De ellos se refieren escenas memorables, como la vez que Ufkir fue a buscarla a un hotel de
Tánger, creyendo que ella estaba con otro hombre, y la abofeteó antes de descubrir que en
realidad había viajado allí con una amiga. Fátima le devolvió el bofetón, haciéndole volar sus
emblemáticas gafas, que pisoteó furiosa.
La peripecia de este matrimonio tormentoso y a la postre desdichado (aunque en sus memorias
Fátima le recuerda con cariño, como el verdadero hombre de su vida, que hasta el final “le hacía
el amor con la pasión de los veinte años”), daría para una novela entera, pero debemos volver a
la otra historia, a la que dio a Ufkir su lugar en la Historia con mayúscula.
En los últimos años del Protectorado francés sobre Marruecos, el brillante héroe de
guerra Ufkir aparece como ayudante de campo del Residente General, la máxima autoridad
francesa en la oficiosa colonia (oficialmente se trata de una tutela consentida por el sultán). El
entonces presidente del Gobierno francés, Edgar Faure, recordaría después en sus memorias
que el joven capitán mostraba ya dotes para la intriga. Lo cierto es que Ufkir se las arreglará
para aparentar haber tenido un papel determinante en la abdicación del sultán títere Ben Arafa,
y, por tanto, en la restitución del trono al exiliado Mohamed V, paso previo para la
independencia finalmente declarada en 1956. En esos años, Ufkir evoluciona hábilmente: de
colaborador de los franceses, y por tanto cómplice al menos formal de la áspera persecución de
los independentistas marroquíes, pasa a ser el contacto en la Residencia General de los
nacionalistas, con quienes se reúne en numerosas ocasiones (entre ellos está Ben Barka, a quien
después se ligaría su destino). En resumen, cuando Mohamed V toma el poder, el ya entonces
comandante Ufkir (recién ascendido por los franceses) será su ayudante de campo. No falta
quien dice que a sugerencia de Francia, que habría organizado así una transición no traumática
a la nueva situación.
Sea como fuere, a partir de aquí Mohamed Ufkir iba a desempeñarse como fiel servidor de los
monarcas alauís. De Mohamed V, primero, y poco después, tras su desgraciada y misteriosa
muerte, del heredero y sucesor, Hassan II. En tal condición, Ufkir se ocupó de someter a los
marroquíes y gestionar las cloacas del régimen. En recompensa, fue recibiendo cargos y
ascendiendo imparablemente, hasta el grado de general de división. Comenzó por organizar el
nuevo ejército, que se estrenó sofocando la revuelta del Rif, la región septentrional del país. Una
operación que llevaron a cabo personalmente Ufkir y el entonces príncipe Hassan, desde ahí
íntimos, y en la que, según la chismografía marroquí (tan copiosa como poco fiable), Ufkir
habría cometido atrocidades tales como degollar prisioneros o hacerlos volar con granadas para
halagar a su señor.
Tras ascender al trono, Hassan II encarga a Ufkir la dirección de la Seguridad Nacional.
Empieza aquí el papel más oscuro y siniestro de nuestro personaje. Para doblegar a la oposición,
organiza una red de centros extrajudiciales de detención, entre los que destacan Dar el Mokri, a
las afueras de Rabat, y la comisaría Derb Mulay Cherif, en Casablanca. Allí, según diversas
fuentes, se practican torturas y mutilaciones espantosas, y muchos opositores entran en ellas
para no salir jamás. Algunos testigos dicen que se llega a atormentar a mujeres embarazadas y a
los padres en presencia de sus hijos, y que el propio Ufkir participa a menudo en los
interrogatorios. Relevantes opositores marroquíes, detenidos y torturados, afirman, en cambio,
no haber visto nunca a Ufkir ocuparse de la odiosa tarea.
En todo caso, su responsabilidad resulta innegable: hasta Fátima Ufkir la admite. La única
excusa que ofrece es que su marido “hizo sólo lo que el rey le pedía”. El punto culminante del
horror se produce en 1965, verdadero año negro del régimen. En marzo, unas protestas
estudiantiles degeneran en graves disturbios en Casablanca. El fiel Ufkir se encarga de
reprimirlos. Según cuentan, llega a vérsele disparando sobre las avenidas de Casablanca
atestadas de gente desde un helicóptero al que ha hecho arrancar la puerta lateral para instalar
una ametralladora. Cientos de muertos quedan tendidos sobre las calles.
El 29 de octubre de 1965, Mehdi Ben Barka, antiguo profesor de matemáticas del rey, fundador
de la UNFP (Unión Nacional de Fuerzas Populares), oponente insigne del régimen y célebre
líder revolucionario internacionalista, es raptado en París. No volverá a aparecer. El asunto
genera un grave escándalo, arruina las relaciones franco-marroquíes y termina con la condena
en rebeldía de Ufkir como instigador del secuestro. El general, que nunca más podrá volver a
pisar el suelo del país por el que derramó su sangre y cuyas más altas condecoraciones posee,
siempre negaría su responsabilidad. Recientes revelaciones de antiguos agentes marroquíes
indican, sin embargo, que no sólo estaba al corriente de todo, sino que incluso pudo interrogar a
Ben Barka (ese día estaba en París), y que, tras morir éste accidentalmente, organizó el envío a
Marruecos del cadáver y lo hizo desaparecer con un ácido especial proporcionado por el Mosad.
Todo hace pensar que la operación no era sólo marroquí. A Ben Barka se lo llevaron policías
franceses y se hicieron cargo de él, en primera instancia, hampones vinculados al SDECE, los
servicios franceses, con los que Ufkir mantenía buena relación (como con la CIA, el Mosad o los
servicios secretos españoles).
Tras el ‘affaire’ Ben Barka, en Marruecos se suceden duros años bajo el estado de excepción,
siempre con Ufkir, que va acumulando ministerios, como hombre fuerte del régimen. La
situación de podredumbre, corrupción y descontento estalla con el asalto del palacio real de
Sjirat en 1971, cuando un millar de cadetes irrumpe en la fiesta de cumpleaños del rey causando
una matanza de la que Hassan II escapa milagrosamente. Ufkir, al lado del rey en todo
momento durante el ataque, recibe el encargo de reducir y castigar sin piedad a los golpistas. Y
así lo hace. A la mañana siguiente son fusilados numerosos jefes del ejército, entre ellos varios
generales. Desde ese momento, según múltiples testimonios, Ufkir sufre una transformación.
La escenificará en la primera reunión del Gobierno tras la masacre, donde al ver que los demás
ministros, enriquecidos por el saqueo del país, proponen que todo siga igual, saca su viejo
revólver de Indochina, lo pone encima de la mesa y les espeta que o algo cambia o Marruecos va
a la perdición. Ufkir no es el pobre que indica su apellido, pero no se ha consagrado a la rapiña
como otros. El rey se lo lleva aparte, lo calma y le escucha. Anuncia una serie de medidas en
favor de la población.
Según su familia, a Ufkir le causó una honda impresión ver fusilados a viejos y honrados
compañeros de armas. Según sus enemigos, estaba ya implicado en el primer golpe, aunque
acertó a ocultarlo. El hecho es que en los meses siguientes se mostró ausente, taciturno,
replegado sobre sí mismo. Tenía con sus hijos extraños arrebatos de cariño (en especial con
Malika, la mayor, a la que, cosa notable en un país musulmán, permitía ir en minifalda y llenar
su cuarto de chicos), y toleraba sin protestar la aventura que su mujer, con la que había vuelto a
casarse, vivía en ese momento con otro hombre. Fue entonces cuando se aproximó a los líderes
opositores, con los que se vio en secreto en el extranjero, y urdió el atentado aéreo contra el rey.
Pero los cazas F-5 sólo lograron inutilizar dos de los tres reactores del Boeing 727 real, al que
atacaron sobre la vertical de Tetuán cuando volvía de Francia. Con el motor que le quedaba, el
avión aterrizó en Rabat, y el rey se puso a salvo. Llamó a su presencia a Ufkir, que acudió sin
oponer resistencia. Para algunos, fue el coronel Dlimi, su sucesor al frente de las alcantarillas del
Estado, quien le disparó allí mismo los cinco tiros. Para otros (que alegan que Dlimi era buen
tirador y seguramente no habría necesitado tantas balas), fue el propio rey quien acabó con el
traidor.
El cadáver acribillado fue devuelto a la familia. Cuentan que su madre no derramó una lágrima
durante el velatorio. Un año antes su hijo le había pedido que no llorara por él, si acertaba a
morir como un hombre. Por razones bien distintas, tampoco Marruecos le lloró. Héroe, villano,
o héroe y villano, lo cierto es que Mohamed Ufkir fue todo menos un hombre vulgar.
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