ENSAYO SOBRE SEXUALIDAD “SEXUALIDAD. Entendida como la expresión del instinto sexual o como la actitud de los individuos en relación con la actividad sexual, constituye un fenómeno social de primer orden, condicionado por la evolución de las ideas y creencias, (...)”. (Gran Enciclopedia Universal. ASURI. Bilbao, 1990. Tomo 19.) LA SEXUALIDAD: PRODUCTO SOCIAL “La sexualidad” es un problema político, una herramienta para mantener el equilibrio del orden social, un instrumento de evitación de un conflicto descontrolado. Por ello se le somete desde las instituciones detentadoras de poder a una serie de normas que delimitan sus parámetros y refuerzan el equilibrio sistémico jerárquico. A través de estas normas, que fácilmente terminan convertidas en leyes, se uniformiza lo desigual como medida de control del equilibrio, que utiliza tanto una violencia física como simbólica para hacer efectivo el sometimiento a esas normas que saturan nuestras vidas y se sitúan por encima de nosotros mismos, pudiendo llegar a hacernos sentir invisibles frente a un todo social definido desde el poder. La sexualidad resulta ser el resultado del cruce de la naturaleza con la estructura social y responde, por tanto, a condiciones sociales determinados por un contexto. En un primer momento, nos puede parecer un asunto íntimo que concierne únicamente a la privacidad de cada individuo. Este parecer deriva de la idea de que la sexualidad responde a una fuerza natural, que va más allá de lo razonable, y que, por tanto, responde a algo casi instintivo que le otorga un carácter de impermeabilidad al cambio. En torno a esta idea, desde el poder, entendido como todo aquello que otorga legitimidad (la religión, la medicina, el matrimonio, etc), entendida como toda institución con influencia, se han venido, a lo largo de la historia, construyendo diversos discursos en torno al mismo eje de carácter cerrado centrado en la sexualidad únicamente como medio de reproducción. Es decir, discursos que han situado la reproducción como fin último de toda práctica sexual, situando fuera de “lo normal” a toda práctica que no respetara este objetivo. Frente a esta postura, lo cierto es que la sexualidad de los seres humanos se va construyendo mediante pautas sociales y culturales cada vez más alejadas de la reproducción, es decir, hoy en día la mayoría de las prácticas sexuales humanas no tienen como objetivo la descendencia. Por tanto, resulta evidente que la naturaleza no determina la conducta sexual.. Sin embargo, las concepciones universalistas y totalizadoras sobre sexualidad, basadas en un discurso biológico, han llevado a enraizar en nuestra cultura concepciones erróneas que nos impiden o retrasan el cuestionamiento de ésta. El retraso de este cuestionamiento no es más que una forma de no alterar el equilibrio, de forma que, las dudas o contradicciones se permiten cuando las fronteras del orden social se llenan de poros al necesitar reajustes por el cambio de intereses. Desde el poder se utiliza la sexualidad como instrumento de gestión demográfica y de mantenimiento del orden social. Debe gestionar los recursos existentes y el reparto de los mismos para controlar los desajustes y mantener el equilibrio. La sexualidad no puede ser recluida a lo privado, ya que responde a prácticas institucionalizadas específicas que la convierten en un asunto social. Las prácticas sexuales son prácticas sociales en el momento en que son reguladas desde la cultura y la estructura. Por tanto, el recluirlas a lo privado, lejos de ser respeto, es disfrazarlas bajo una máscara que se impone desde quienes dirigen la estructura social. Es hacerlas invisibles. El sexo es una actividad social y las conductas sexuales son conductas sociales (obligaciones, normas, reglas, prohibiciones, pactos entre grupos, etc.). Hoy en día, occidente se encuentra inmerso en un sistema neocapitalista cuyo desarrollo se basa en el consumismo, un consumismo casi impulsivo que domina todos los ámbitos sociales, incluido el ámbito de la sexualidad. Un consumismo que se construye a partir del deseo y cuyo fin último es el sentimiento de placer que arrastra la consecución del mismo. El consumismo llevado al extremo sitúa ese placer por encima de la necesidad. Según Óscar Guasch y Raquel Osborne, en Sociología de la Sexualidad, la sexualidad se centra en el deseo y este último es gestionado por las diversas sociedades. En una sociedad neocapitalista, basada en el consumismo, el deseo aparece como una necesidad fundamentada principalmente en el placer, lo que le hace escapar de cualquier lógica posible. El deseo está sujeto al cambio, es un producto social que ha sido modificado a lo largo de la historia. La estructura social lo construye y lo materializa; define los objetos de deseo dándole a éste una expresión colectiva, es decir, enseña el abanico de posibilidades en el que tod@s nos movemos. Los deseos provocan conflictos entre las personas y la sociedad, conflictos que pueden causar desequilibrios en la organización social. Por ello se nos delimita mediante algún tipo de normativa no sólo el campo de selección, sino también los procedimientos para satisfacerlos. Todo sistema social se fundamenta en normas que lo reproducen. Paradójicamente, cualquier sistema social, por un lado, está sometido al cambio constantemente; por otro, se construye en base a la impermeabilidad a ese cambio. Todas sus normas lo reproducen y, al mismo tiempo, sirven como instrumento de adaptación. El problema no está en la impermeabilidad en sí, sino en el grado de impermeabilidad, en el grado de resistencia al cambio. En la sexualidad también existe el deseo, el deseo erótico, un producto medido por cada cultura de manera diferente. Éste deseo también aparece sometido normas que la dotan de un carácter universal, ya que en todas partes se encuentra regulada, y conservador, porque constituye un elemento fundamental en la reproducción del orden social vigente, porque indica las condiciones en que tales relaciones pueden darse sin alterar el orden. La sexualidad te indica cómo alcanzar el placer erótico. Hoy en día nos encontramos en una etapa de transición, una etapa en que la organización mundial está cambiando, en que las fronteras de la estructuras occidentales se permeabilizan, en que conviven las contradicciones de los discursos que las construyen y, por tanto, se muestran cuestionables. Nos encontramos en un momento ideal para no resistirnos a este cambio, para no cegarnos ante nuestras propias contradicciones y para modelar una mejor manera de ordenar nuestro sistema que nos amplíe el grado de libertad y, por ende, aumente nuestros momentos de felicidad. Es un momento ideal para acercar la organización social al respeto por nosotros mismos y por los demás. “Lo personal es político” y resistirse a esta idea es situarse en la sumisión extrema, en el abandono del sujeto y la aceptación del objeto, en el abandono de tu vida y la aceptación de ser un mero instrumento. Es decir, es reforzar la separación de algo que va unido y forma parte de un todo y que, a mi parecer, no es necesario esconder o separar si lo que deseamos en un mayor bienestar.