La comunicación generativa: más allá de los confínes del viejo mundo. Luca Toschi (Traducción de Arrate Cia Bemposta) Direttore del Communication Strategies Lab, Departamento de Ciencias Politicas y Sociales, Università degli Studi di Firenze www.csl.unifi.it - www.comunicazionegenerativa.org Resumen Para recuperar la centralidad de las instituciones formativas y sentar las bases de la esperada sociedad del conocimiento, es necesario reconstruir radicalmente los paradigmas de la comunicación formativa vigentes. Esto es posible solo si se superan las prácticas comunicativas que sirven al mantenimiento de los actuales sistemas de poder, en dirección de una comunicación apta que genere saberes y conocimientos y redefina la relación entre los actores del proceso formativo. Los actos comunicativos interaccionan con el ambiente, modificándolo y condicionándolo, estableciendo potentes corrientes de energía que puedan cambiar radicalmente la relación entre los tres elementos de la comunicación: textos, gramáticas y relaciones. Los cambios son tan radicales que pueden resultar inmanejables (y dañinos) si no se controlan bien a través de un proyecto que antes de ser educativo tiene que ser social y político. Estas dinámicas, relativas a los procesos formativos, son ejemplos de procesos que envuelven a la sociedad en toda su complejidad, una sociedad en la que la comunicación es un arma potentísima e inédita que permite al hombre – por primera vez en su historia – unir lo que todavía no había sido posible unir y dividir lo que parecía ser inseparable en todos los campos del saber humano, de los micro y macro aspectos. También aquí surge con fuerza la necesidad de una fuerte planificación sin la cual la humanidad se arriesga a ser arrastrada y abrumada por la deriva comunicativa. Palabras clave: comunicación generativa; comunicación educativa; sociedad del conocimiento. 1. La comunicación nos ha conducido a los confines de viejo mundo. “Comunicar” es una palabra que hace referencia a un aspecto de la naturaleza humana, el de la inevitable sociabilidad de su condición. Un sujeto es tal en la doble dimensión de autonomía y conexión. Por el hecho de vivir pertenecemos a la sociabilidad que nos preexiste y al mismo contribuimos a crearla. Dependemos de la vida de los otros y los otros dependen de la nuestra. Nuestra subjetividad se define en base a la relación que construimos momento a momento entre ser un individuo y la colectividad. Entre lo finito de nuestro ser, marcado por el tiempo y el espacio mínimo pero histórico, y el infinito que, igualmente, viene del pasado y va hacia el futuro, se manifiesta hoy en una cantidad de seres humanos imposibles de enumerar debido a su continuo devenir. Nosotros somos el punto de encuentro (ya sea nuestra visión de la vida laica o religiosa), el espacio que no se puede colmar, maravillosamente representado por Michelangelo en la Capilla Sixtina que une el dedo de Dios con el dedo de Adán. Un devenir que es profundamente histórico, humano, donde la distinción entre abstracto y concreto, simbólico y físico, teoría y práctica, está privado de significado. En el caso de nuestro encuentro aquí en Brasil esta condición humana nos lleva a recordar y a fijar como objetivo de nuestra búsqueda, sin temer caer en lo obvio, que el trabajo de un docente está fuertemente legado al de sus alumnos y viceversa. En una relación comunicativa, en el caso específico de la didáctica donde resulta fundamental la diferencia entre los respectivos roles, el docente, como cada buen comunicador, debe actuar de manera que, mientras la relación se consolida, la centralidad absoluta de su papel se debilite y ceda el puesto a la centralidad de sus alumnos. El día en el que los estudiantes acaben la escuela, no deberían tener ninguna nostalgia; solo la conciencia de que la energía construida en esa comunidad escolástica ha llegado a tal punto de madurez que necesita compararse con otras realidades. Cuando la comunicación se propone como objetivo generar conciencia, se convierte en un itinerario formativo hacia la libertad, libertad de opinión y libertad entendida como deseo de verificar continuamente la conciencia adquirida, única manera de aumentarla. Porque la conciencia vive solo como proceso generativo de los saberes, se cierra a cualquier capitalización preventiva y especulativa. O valora su fuerza originaria generadora de nuevo conocimiento, también conflictiva, o por el contrario deja de ser conocimiento. Y para que no nos arrepintamos del cambio sino que tengamos ganas de vivirlo es necesario que la comunidad, con la comunicación con la que se expresa, te de la oportunidad de convertirte siempre un poco más libre de lo que ya eres. Y la libertad si no la practicas no es libertad. El conocimiento cambia continuamente. Pero si tu cambias, si ellos cambian, si cambia toda la realidad, ¿qué te queda de tu vida?. La pregunta es antigua, y no debe avergonzarnos su simplicidad o su replanteamiento en el tiempo. Pero dudo de que la época en la que vivimos pueda ser la insignia de esta continuidad: nuestro tiempo, de hecho, parece señalar una solución de continuidad excepcional. Porque parece indudable que el tema del cambio en una sociedad donde la fuerza de la comunicación, gracias también a técnicas y tecnologías cada vez más potentes, ha crecido increible e incontroladamente, se ha convertido en algo central como nunca lo había sido, asumiendo un significado lexical y gramaticalmente diferente al del pasado. Hoy el cambio, o al menos el que se ha sentido como tal, se percibe como un movimiento colectivo e individual como nunca antes lo había sido; aunque se haga todo lo posible por negarlo. Precisamente por esto, mientras se celebra la liquidez de nuestro presente se asiste a un progresivo entumencimiento de los ordenes sociales, casi hacia una axiomatización. La duda nace ante el discurso continuo de “cambios”, se quiere indicar no tanto la conciencia sino la objetiva dificultad que nos supone relacionarnos con esta realidad que cambia constantemente, antes que nada porque nos cuesta definirla, comprenderla. En efecto, parece que estamos en un estado de crisis producido por la incapacidad de planear ante esta situación inédita para la historia de la humanidad; una ausencia de proyectos que finalmente sean capaces de respirar lo extraordinario de la nueva condición humana, ya globalizada economicamente pero, sobre todo, culturalizada gracias al desarrollo insólito de la comunicación. Nuestra incapacidad de proyectar el tiempo increiblemente espléndido en el que vivimos, y cuya realizacion ha costado tanto a los que nos han precedido, nace de la debilidad de los instrumentos de analisis de los que nos empeñamos en usar. Hoy, los instrumentos de análisis han dejado de funcionar porque ha fallado nuestra capacidad para examinar la realidad transformando la percepción y el conocimiento bajo la presión de un proyecto adecuado a nuestra nueva condición historica. Para construir la realidad, en primer lugar, se necesita tener un proyecto, de lo contrario el fuerte proceso con el que actuamos sobre la realidad ya sea físico o simbólico se envuelve sobre si mismo favoreciendo un proceso generativo que parece más una degradación que un evento a favor de nuestra humanidad. El hecho es que el libro de nuestra historia ya ni se lee ni se interpreta sino que ahora además se ha convertido en un texto a escribir; de la nanotecnología a la creación de un gobierno capaz de actuar a nivel mudial. La bomba atómica nos recuerda cómo el hombre ha traspasado el umbral de la posibilidad del aniquilamiento, un exterminio donde quién mata es tambien matado; y no solo por la ya nombrada bomba atómica sino también por infinitas formas de violencia, entre ellas las que destruyen la mente y el espiritu dejando intacto el cuerpo al servicio de los mecanismos. Y es aquí donde entra en juego el increible desarrollo de los ultimos siglos de una ingeniería simbólica que ha arrasado todas las dinamicas sociales: desde aquellas interiores, concernientes a las modalidades perceptivas y cognitivas, los impulsos etc., hasta las más exteriores, físicas que nos han dado la posibilidad de intentar y actuar sobre la realidad como nunca se habría podido imaginar. Un sistema increible para los desarrollos que deja entrever, regulado por la comunicación. Y no se debe considerar una casualidad que la transformación del paradigma del cambio sociocultural haya sucedido en el campo de los estudios sociologicos al final del S. XX, paralelo a la afirmacion de la revolucion representada por la comunicación. Es decir, mientras la búsqueda explica que las transformaciones historicas no son portadoras de ninguna linealidad, para el cual el progreso no es un objetivo dado por hecho sino que está por construir, las posibilidades que tiene el hombre de alterar la realidad a un nivel simbolico y físico aumentan, dando vida a una relación hombremundo sin precedentes hasta el momento. La historia nos ha hecho asistir a un continuo desarrollo de los medios de comunicación mezclando individuos y colectivos con el fin de poder crear situaciones ineditas, uniendo lo que hasta ahora era inimaginabile, uniendo personas, cosas, situaciones, en todos los niveles, desde lo más pequeño/micro hasta lo más grande/macro; y viceversa consiguiendo dividir lo que al principio parecía destinado a una unión eterna. Todo esto está provocando nuevas situaciones, efectos estructurales imprevisibiles a nivel local y mundial, el primero de todos es el que nos imponen revisar las relaciones entre estas dos últimas dimensiones, su propia ontología. Todo esto ha ocurrido mientras la investigación científica potenciaba increiblemente su capacidad de “ver” y de “actuar” tanto sobre las microestructuras de la materia – desde la tecnología de los materiales, las calculadoras electrónicas hasta la medicina y la biología, la energía y la química -, como sobre las macroestructuras del mundo físico, económico, político y cultural. Y, aunque aún timidamente, del espacio extraterrestre, consiguiendo ver la Tierra desde la Luna. Pero dentro de este gran proceso generativo de un mundo nuevo – siendo este último un atributo que denota solo un dato objetivo y no un sinónimo de “mejor” por si mismo – el problema que se revela con urgencia parece ser el relativo al sentido de este importante cambio del proyecto que lo rige: si es que lo hay. Porque el futuro de la sociedad planetaria, como resultado de un proceso de mundialización, como hemos ya dicho, imparable, dependerá solo de la capacidad de crear una comunicación adecuada para construirlo, para sostenerlo: empezando precisamente por los procesos educativos y formativos que se deberán activar en esta dirección. La sociedad, sus comunidades, vienen y van hacía la comunicación. Pero, ¿qué de comunicación? 2. Un ambiente comunicativo es un contenido en sí. Que la comunicación entre personas, entre personas y cosas, entre cosas, etc. produce efectos, pequeños o grandes, es algo sabido. Entonces, ¿por qué detenerse en la explicación del proceso generativo que la caracteriza? ¿Por qué dedicar esta primera ponencia sólo a este argumento si es bien conocido? Un punto importante es que esta dinámica es mucho más compleja de lo que pueda parecer a la luz de convenciones, hoy erradicadas, como por ejemplo “es imposible no comunicarse”. Entonces, ¿qué significa ser capaz de comunicar? En cuanto a los contenidos, si comunicar produce inevitablemente efectos, ¿qué significa el hecho de que un producto pase de objeto a sujeto comunicante, poniendo en marcha, a su vez, otros procesos comunicativos? Pero sobre todo, ¿qué es esta corriente comunicativa de la cual surge y que, al mismo tiempo, se alimenta aumentando la envergadura? Y en este mecanismo ¿cómo se puede valuar la cualidad? Si yo soy un profesor, no enseño solo mi disciplina sino que, según mi manera de enseñar, también enseño a mis alumnos a comunicar de una manera determinada, es decir a asumir en relación al conocimiento, y por lo tanto de toda la realidad, una posición concreta e inconfundible. Adquieren un modelo de comunicación que influye en toda su experiencia. Pero todas estas dinámicas – además de estar presentes en las instituciones formativas – se encuentran en todos los aspectos de nuestra vida social. En el mundo de la sanidad, por poner un ejemplo, un hospital que se comunica con sus pacientes se basa en una cultura de la comunicación que está difundida por el territorio donde opera, hecha de conocimientos, competencias, de prioridades éticas y políticas, de economía, etc.. Un enfermo que entra en contacto con un complejo sanitario no recibe solo un servicio, sino que además aprende qué relación debe tener con su propia salud, adquiriendo comportamientos que tienen una fuerte impronta a nivel social y, por lo tanto, sobre la propia sociedad de la salud de la cual el hospital es una expresión. Lo dicho hasta ahora significa que hay una energía que preexiste al acto comunicativo y que persiste una vez que éste ha terminado. No una energía en estado puro sino una históricamente caracterizada. Pero el acto comunicativo puede influir en esta energía dependiendo de las relaciones, más o menos conflictivas, que se establecen entre los elementos de la relación. La naturaleza de la energía comunicativa incide profundamente en la acción de los sujetos implicados, ya que no es un ambiente neutral, un instrumento cuyo valor puede depender solo del uso que se hace de él. Pero, atención, esto no significa que la gramática comunicativa sea inmutable. Las acciones individuales, los “textos” comunicativos a los que dan vida, pueden cambiarla, ya sea para reforzar la visión de la realidad que la sostiene o para sustituirla con otro sistema comunicativo completamente opuesto. Cada comunicación es la expresión de un equilibrio de poder, y éste expresa su inconfundible textualidad comunicativa. La búsqueda del conocimiento, el control sobre los saberes y sobre los procesos que los favorecen y los distribuyen, es el elemento principal de cada sistema y proceso comunicativo. Por esto lo que se llama modalidad comunicativa es portadora a su vez de contenidos, entre ellos los que determinan los órdenes de poder entre los diferentes sujetos involucrados en el sistema comunicativo. Esto vale para todos los niveles del sistema social. No asombra, por lo tanto, que la escuela, la Universidad y más generalmente todas las instituciones formativas sean portadoras y distribuidoras de un contenido que engloba e influencia a todos los demás, la comunicación educativa de la que se sirven. En clase se puede adoptar una estrategia comunicativa jerárquica u otra orientada a favorecer la interlocución, el razonamiento crítico. El profesor junto con sus alumnos da vida a un ambiente comunicativo que puede ser de tipo mimético, repetitivo, emulativo, por el cual el alumno repite de forma pasiva lo que siente o ve hacer; pero al contrario también puede ser re-creativo, de manera que los estudiantes se acostumbran a reconstruir el conocimiento que han recibido, apropiándoselo a través de un proceso en el que se les pide evaluar críticamente lo que están aprendiendo. La elección de la modalidad comunicativa no puede no involucrar al propio profesor. Puede ejercer el papel de garekeeper dentro de un determinado sistema de conocimiento, adquiriendo el rol de defensor ante cualquier ataque. Puede, por el contrario, participar en un movimiento de transformación que tiende a destruir el cuadro social, favoreciendo el desarrollo de proyectos sociales diferentes. En el primer caso evitando, en el segundo favoreciendo las preguntas y las dudas de sus estudiantes que conciernen a los pilares portadores del poder cultural, económico y político dominante. Una actitud que usa la relación que el docente ha establecido entre sí mismo y el conocimiento consolidado. Por lo tanto, en clase podrá darse una comunicación que favorezca esta creatividad y otra que la impida. Pero se trata de dos comunicaciones diversas, no de una misma comunicación abordada en maneras diferentes. Este modelo de relación, de poner en común el conocimiento va más allá de los saberes disciplinares, convirtiéndose en una forma fuertemente identificativa de interaccionar con la realidad que nos rodea, ayudará a los jóvenes a relacionarse con el mundo que encontrarán en los próximos años. Al cambiar la comunicación cambia también el contenido porque cambia la relación que se crea entre este último y la modalidad y los objetivos de su aprendizaje. Un determinado contenido necesita de su correspondiente tipo de comunicación, si no hay coherencia entre el modelo comunicativo y los contenidos que se pretenden comunicar, la comunicación es débil y contradictoria. Bajo el vasto cielo de la Comunicación encontramos entidades comunicativas con identidades muy diversas y conflictivas, por lo que estaría más cerca de la realidad hablar de Comunicaciones al plural, cada una de las cuales expresa otros tantos modelos, ambientes, sujetos, comportamientos etc., que hablar de Comunicaciones al singular. Por lo tanto no se puede hablar de Comunicación educativa sino de Comunicaciones educativas. Y esto por dos razones: la primera para subrayar el hecho de que cada docente puede confiarse a estrategias comunicativas tan diferentes que presupongan interpretaciones de la materia que enseña igualmente diversas; la segunda para recordar que un docente se encuentra obligado a medir su enseñanza con un ambiente comunicativo que lo condiciona. En definitiva, cada elección a favor de una o de otra comunicación educativa implica tomar decisiones que tienen mucho que ver con cuestiones de orden político. Político en el sentido propio del término, es decir lo relativo a la organización de las dinámicas sociales, empezando por la individuación y el valor dado a los diferentes recursos de la colectividad a la que se pertenece, y por lo tanto de la relación que se ha establecido entre el ambiente de aprendizaje en el cual el docente y los estudiantes actúan y los ambientes sociales, culturales y económicos. La historia, las matemáticas, la gimnasia etc. dependiendo de la comunicación educativa que se adopte pueden variar de una forma radical. Nuestra forma de comunicar es el resultado del sistema del cual es expresión, pero es también la causa tanto de refuerzo como del debilitamiento y en este caso, genera no solo transformaciones del viejo sistema sino un sistema completamente nuevo 3. El aula que no existe. La comunicación es la energía que mantiene viva cada sociedad garantizando la trama de los vínculos y de las relaciones entre individuos y la colectividad sobre la base de determinadas normas. Como cada energía ésta existe en acto pero también en potencia, y el existir en potencia es su particularidad, desde el momento en que no está unida a un acto o a un sistema de actos comunicativos, pero que aún así se presenta como un recurso energético que transformándolo en trabajo se regenera, se amplia, se transforma. Comunicándome, no solo creo contenidos sino que también creo otra energía comunicativa que se añade al ambiente comunicativo del cual me valgo, interactuándo con ésta. Cuando comunico, queriendo o no, intervengo sobre una energía que es ya un acto – un poco como el aire que respiramos -, que envuelve todo y a todos, que en realidad ha condicionado también mi elección de comunicar en una determinada modalidad. Un caso personal. La universidad y la materia que enseño. Dejando al margen todo el aparato organizativo que mantiene en pie una carrera universitaria, y que además repercute muchísimo en el ambiente formativo, entrando en mi clase me encuentro delante de un ambiente de comunicación bien estructurado. El ambiente es moderno, limpio. En el aula hay unos doscientos puestos para los alumnos. El mío es el más alto de todos y todos lo ven. Detrás de mí hay una pizarra que ocupa casi toda la pared donde se podría escribir si no fuera porque solo lo leerían los de la primera fila. Encima, como solución parcial a este problema, hay una pantalla que se puede desplegar donde puedo proyectar desde el ordenador lo que me parezca apropiado. La clase – el edificio es una reestructuración de la célebre Facultad de Ciencias Políticas “Cesare Alfieri” de Florencia – es larga y estrecha. Para remediar la imposibilidad de los estudiantes, alejados 10, 20, 30 metros de la cátedra, de ver que está proyectado en la pantalla han puesto dos monitores que reproducen las imágenes proyectadas a mi espalda. Las sillas tienen una forma convenientemente incómoda para estar seguros de que los estudiantes no se duermen durante mis clases. Yo, en una cómoda silla, me coloco detrás de una grandísima mesa situada sobre un grande pedestal: todos me ven mientras el altavoz difunde mi voz. Está claro que el haber elevado la cátedra es un recurso comunicativo dirigido a facilitar un contacto visual directo entre estudiantes y profesor. Sus miradas, la postura, son potentes sensores, indispensables para recoger las reacciones que mis palabras y mis gestos les suscitan. La clase tiene que ser un continuo proponer y escuchar para poder corregirse y de esta manera avanzar junto con quien nos está prestando atención hacia la construcción de un argumento común. La clase donde enseño “Teoría y técnica de la comunicación generativa” sustituye perfectamente una moderna tarima de gimnasio, una de esas eléctricas con monitor. Porque la clase es para mí un caminar ininterrumpido que me lleva arriba y abajo, tratando de entender, de recoger, de corregir, de reforzar, de encontrar interlocutores en mis estudiantes y no espectadores pasivos. El caso es que una arquitectura del espacio de este tipo tiende a anular mi esfuerzo de comunicar en la manera que podamos generar juntos un conocimiento más o menos común. No tengo ninguna intención de abdicar a mis deberes como docente, renunciando a asumir la responsabilidad de poner en común con mis alumnos todo lo que creo que se. Los roles deben estar bien definidos, yo enseño y ellos aprenden, pero creo que para aprender es necesario que cada estudiante aporte tantísimo de sí mismo, es decir, su derecho a la curiosidad por lo nuevo, su natural tendencia a discrepar de todo lo que está ya estructurado, el deseo de explorar nuevos caminos, la potencia de la duda. Pero sobre todo, el estudiante tiene que estar inmerso en una situación comunicativa donde su historia, su itinerario formativo y humano encuentren una plena valorización. Porque la historia de cada estudiante es un recurso indispensable para el aprendizaje y la ampliación del conocimiento común; y ayudarlo a trasladar al sistema los saberes que posee y de los que no es consciente es esencial. Digamos que es la motivación más fuerte que lo anima a estudiar, porque siente que se está hablando de su vida, de sus experiencias, que se está construyendo sobre un territorio que es de él y no de otros. Deja de ser un emigrante y vuelve a ser un nativo social. Y esto sirve también para el docente que cuantas más objeciones recibe por parte de los estudiantes tanto más encuentra en la didáctica una materia de investigación y de estudio. ¿Qué pregunta hecha por un estudiante es más importante que aquella que te obliga a responder: “No lo sé. Una buena pregunta. Buscaré la respuesta para la próxima clase”? El hecho de que cada uno de ellos sea portador de experiencia de vida diversísima, podría hacer que cada encuentro se pueda transformar en un ambiente experimental para poner a prueba, día tras día, generación tras generación, el conocimiento, los saberes, las prácticas identificativas. Podría serlo si el ambiente comunicativo estuviera orientado al logro de este objetivo. Pero la comunicación educativa no está andando en esta dirección, trata de favorecer todo excepto la aspiración a replantearse la cultura dominante. Mi clase propone un modelo de comunicación jerárquico-trasmisivoemulativo que es exactamente lo contrario de lo que debería ser una comunicación educativa orientada al refuerzo y a la ampliación del conocimiento. La comunicación organizativa y la didáctica que regulan la Universidad no están orientadas a crear una comunidad de estudio e investigación. Son – tendencialmente, porque hay importantes aunque pequeñas excepciones de las que deberíamos tener en cuenta para conseguir una renovación real – una máquina de hacer exámenes donde los estudiantes pasan a través de unos controles y unas evaluaciones rápidas cuanto inconsistentes. El problema que se nos presenta es claro. Para permanecer dentro de mis clases, trato de enseñar un tipo de comunicación que sostenga los procesos generativos del conocimiento en un ambiente de comunicación que a su vez contrasta con todo lo que acabo de afirmar. Para explicar que la comunicación debería ser un camino de constante comprobación de los saberes y de las prácticas consolidadas (por esto no puede existir una buena didáctica sin una buena investigación), donde los profesores deberían enseñar de forma que favorezcan en sus alumnos una actitud creativa respecto a lo que sienten, de análisis y de profundización, de comprensión crítica valorando sus preguntas y sus dudas, me encuentro en un ambiente comunicativo que, al contrario, me obstaculiza a mí y a mis estudiantes practicar lo que debería ser el modelo comunicativo a seguir. Estas clases podrían estar perfectamente grabadas en video y ser descargadas por los estudiantes de forma que las pudieran ver cuando quisieran, si no fuera por el hecho de que, al menos presencialmente, se puede tantear las intenciones del público que se tiene delante, buscar una mirada, un movimiento, etc,. ¿Qué significado puede tener para ellos tu búsqueda continua de preguntas, de si les resulta claro todo lo que dices, si la terminología está clara? Su pregunta seguirá siendo: “¿Por qué, si cree realmente en lo que dice, acepta dar clases así? ¿Por qué no nos muestra, no prueba a hacer lo que nos hace intuir?” Es así que cuanto más consigue el profesor Toschi hacer imaginar la comunicación que no hay, más duro resulta el despertar de quién ha tenido la esperanza de abandonarse a la idea que el imposible fuese posible, de quien lo ha apoyado para diseñar escenarios antagonistas. Pero no es solo esto la consecuencia negativa provocada por quien intenta cambiar la comunicación usando la modalidad que declara ser superada, inadecuada al ejercicio histórico que la humanidad tiene delante. Hay más, mucho más. 4. Practicar las teorías y teorizar las prácticas. Los jóvenes pueden no saber pero intuyen. Es difícil engañarles, a la edad a la que les conozco han podido elaborar lo inevitable del compromiso, de lo concreto entendido como superficialidad. La organización hace referencia a un guión que incluye a los actores, a los instrumentos, al ambiente en el que lo importante es respetar la secuencia algorítmica, la escansión de las acciones previstas y programadas, donde no hay lugar para el diálogo, para la discusión entre personas. Cualquier posibilidad de comunicación que vaya en esta dirección es marginal en los límites de lo insignificante. En cualquier parte hay una verdad, y las personas involucradas, también en la diferencia de roles, contribuyen a tener en la vida una dinámica hidráulica del conocimiento hecho de vías de comunicación que unen el depósito central con los vasos comunicantes. El docente, gatekeeper de todo lo que se tiene que saber, solo se limita a abrir y cerrar controlando el nivel de llenado de los envases, los estudiantes. Además también él se convertirá en un envase a llenar cuando participe en los diversos cursos de actualización. Los inacabables controles se encargan de certificar este proceso de llenado, o sea el curriculum. Raros y débiles son los momentos y los instrumentos que se comparan con el resultado más importante, es decir, con el crecimiento humano y profesional de la persona. En la actual comunicación educativa apenas se tiene en cuenta el crecimiento de la persona, entendido como una libre construcción del conocimiento en una relación continúa con la Historia de todos. Porque, estando legados a una secuencia de micro objetivos a conseguir, confundimos los interminables controles de un proceso cada vez más autorreferente con el derecho-obligación de evaluar clara y severamente los resultados concretos que somos capaces de conseguir estudiando y enseñando. Pero retomando el formato dominante de las clases, el malestar de todos va cada vez más en aumento. Y también la comunicación paralela tejida por los estudiantes, que podría constituir una actividad importantísima para desarrollar interacciones dentro de una comunidad de aprendizaje, lejos de institucionalizarla y valorarla como se debería, haciendo aquí hincapié sobre el potencial de internet, termina con la degradación, aún más, de la comunicación entre iguales que ha habido siempre en un impulso desesperante hacia el memorismo táctico y hacia la banalización. Y si esto sirve para todas las materias, imaginemos que impacto tiene una comunicación así concebida en mi caso, de profesor de la comunicación. En esta disciplina es aún más evidente cómo el modelo dominante de comunicación educativa es devastador: comunicando la comunicación, teoría y práctica están talmente próximas que acaban por sobreponerse. Y llegamos, por fin, al punto al que aludía al final del párrafo anterior: estos males arremeten contra todas las disciplinas – también las científicas -, causantes de una relación inadecuada entre teoría y práctica, entre los saberes y sus aplicaciones prácticas. Porque tener diversas teorías y prácticas hace que las teorías dejen de alimentarse de las comparaciones con las prácticas reales, mientras que estas últimas se van convirtiendo cada vez más en algo pasivo, mecánico, a menudo deshumanizante, incluso una actuación sin objetivos, sin la dirección de un proyecto social bien definido, ya sea en el plano individual que en el colectivo. Atención, pasión, compromiso, esperanza – el corazón de cualquier estudio – no se deben confundir con facilitar, ganar, fascinar con esquemas que nos hacen creer que hemos entendido pero que nos alejan de la comprensión, de ser conscientes que solo puede ser fruto de un trabajo personal de reconstrucción, para el que se necesita un gran esfuerzo. Y el esfuerzo, si no quiere ser fin en sí mismo, debe estar sostenido por la convicción de tener un compromiso para conseguir los objetivos vitales, relacionados con el sentido primero y último de nuestra existencia, individual y colectiva. Hay un trabajo que nos lleva hacia la satisfacción, la felicidad de poder actuar en la realidad según un proyecto propio; diferente es el esfuerzo que nos lleva hacia la pena, la frustración, la renuncia. El esfuerzo de la lucha no tiene nada que ver con el esfuerzo de la aceptación. Hoy, ante la crisis de la relación entre escuela y sociedad, es una persecución para embellecer el estudio con los lenguajes, digitales y no digitales, que consigan sortear la resistencia de los estudiantes, su reticencia hacia el estudio: para justificar este intento de seducción se hace uso de las adecuadas reflexiones, como por ejemplo la de que la escuela se ha alejado peligrosamente de la realidad, de los intereses sociales que atraen al estudiante y que no se corresponde con lo que encuentra en las aulas. La emergencia de nuestros días parece ser aquella que considera un hecho imprescindible que nuestros jóvenes tengan una capacidad de atención débil y discontinua; que sus lenguajes les empujan a una comunicación visual, fragmentada, autogestionada. Cosas que pueden servir para gente con un perfil bajo pero no para los estudiantes que deben construir la sociedad del futuro. ¿O no son los encargados de esta labor? Y de esta manera, en lugar de esforzarnos por compartir con ellos un proyecto social inédito, adecuado a este nuevo humanismo que nos apremia como nunca antes, donde los jóvenes son llamados a cumplir un rol insustituible, pensamos que el favorecer la introducción de las nuevas tecnologías en el campo de los estudios motivando la elección con la esperanza de que atraídos por un nuevo lenguaje reencuentren las ganas de estudiar la filosofía, las matemáticas, la literatura (también el latín y el griego, aunque no demasiado). Los jóvenes tienen que renovar el mundo, rehacerlo desde la raíz. Esta es su misión, más biológica que cultural. Nosotros, que hemos nacido antes, tenemos que tratar de salvar lo mejor de lo que hay. Un sano conflicto social quiere que ellos venzan y que nosotros perdamos. Cualquier resistencia a esta dinámica solo puede resultar dañina para el progreso humano. Sus teorías, sus pensamientos en lo imposible, tienen que vencer a nuestras prácticas, a nuestros pensamientos; a menudo se transforma en pesadillas por no querer aceptar los diferentes roles que la naturaleza nos encarga con el pasar de los tiempos. 5. “Ser” “Pero… prácticamente…¿qué quiere decir?”. Que el proceso de innovación tiene que venir desde abajo en la perspectiva de un proyecto compartido con una prioridad basada en los valores. Porque, ¿qué es el progreso si no hace de este mundo algo más justo? Y la justicia no puede ser un lujo sostenible solo cuando hay vacas gordas. Sino al contrario. Y ya aquí, a nivel ético, los caminos empiezan a separarse. Empezando por una revisión completamente diversa de los valores económicos hoy dominantes, tan pobres que no se concibe una idea de recurso que no se identifique con el valor financiero de diversos sujetos sociales. En el reciente estudio sobre la cultura y el desarrollo se ha comenzado a vislumbrar el estrechísimo nexo entre capital social y calidad de vida (¿qué otra cosa se debería desarrollar sino este último?). El capital humano añade más capital humano, iniciando procesos generativos de capital social extraordinarios, aventajando un fuerte desarrollo socio-económico. Y esto sucede en un mundo donde la riqueza humana de los sujetos es considerada o un hecho retórico o económicamente irrelevante. Una visión del poder dominada por la idea de una leadership que se refuerza con operaciones persuasivas, ignorando o inhibiendo los recursos de los que guía, ¿qué apoyo puede dar al desarrollo teniendo en cuenta el significado que estamos defendiendo? La comunicación de la que se sirve no escucha, no conoce, no aprecia esta riqueza de la que es portador cada individuo, preocupada solo por cómo dirigir, manipular para reforzarse. Si nos fijamos bien en la Historia del género humano hasta hoy nos damos cuenta de que ha sido hecha con muy poco, con casi nada. La esclavitud, la prepotencia, el abuso, la humillación, la violencia de los dominantes exterminando poblaciones de dominados se ha ignorado hasta que ha suprimido un recurso infinito de humanidad, el recurso que el nuevo humanismo tiene que liberar para conseguir un futuro diferente al que hemos tenido hasta ahora. Y este futuro comienza también redefiniendo la comunicación educativa sobre la base de un paradigma comunicativo diferente al que ha dominado hasta hoy, donde el proceso generativo trata de buscar, de reconocer y de valorar las reservas de humanidad presentes en cada lugar de nuestro vivir social. No será muy difícil, ya que la novedad que tendremos que experimentar empieza por legitimar lo que cada ser humano tiene dentro desde siempre y que ha reprimido como si fuera la marca de una inadecuación al papel que desempeña. Lo nuevo que se busca nace del reencontrado respeto hacia nuestra ignorancia, hacia nuestros deseos de comprender de verdad, de convencerse y no de dejarse convencer; y, una vez convencidos, descubrirse preparados para replantearse todo sin tener miedo de que sea en vano o incoherente. Este hombre inédito nace del reconocimiento de un destino que aúne a todos los seres humanos. El misterio de la vida no usado como instrumento del poder de unos pocos sobre todos los demás, sino como condición compartida para construir un mundo que será nuevo de verdad sólo cuando sea más justo. El conocimiento encaminado a este objetivo será muy difícil de conseguir, producirá durísimos conflictos porque tocará importantes intereses, provocará profundas crisis de identidad a todos, pero nos traerá una sociedad completamente diferente a la que hemos conocido hasta ahora. Terminará la Prehistoria y se podrá decir que finalmente ha empezado la Historia. Podrá suceder que, una mañana, pueda entrar en clase y decir lo que ya se sabe, convencidos de lo que se sabe pero también listos para hablar sobre ello hasta de sus pliegues más profundos. Discrepar de esta historia significa transformar la inmensa fuerza generativa de la comunicación de una deriva que barre todo y a todos en una energía buena. La vocación histórica que antes que ninguno los profetas habían señalado a los pobres como futura clase dirigente, tal vez, esto nos indicaba la pobreza que todos los hombres hemos llevado dentro hasta hoy, aplastados por el “cómo se debe hacer” en lugar del “cómo debe ser” para construir una nueva sociedad.