PONENCIA Javier Fontcuberta Llanes 19 de noviembre de 2015 LA APLICACIÓN PRIVADA DEL DERECHO DE LA COMPETENCIA. ¿AMENAZA FANTASMA O RIESGO REAL PARA LA ESTABILIDAD DE LAS EMPRESAS INFRACTORAS? El carácter público del derecho de la competencia resulta incontrovertido. No en vano su desarrollo debe anudarse en nuestro país al artículo 38 de la Constitución Española, que reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado, que debe ser garantizada por los poderes públicos. En este marco, el preámbulo de la Ley 15/2007 reconoce sin ambages que la existencia de una competencia efectiva constituye uno de los elementos definitorios de cualquier economía de mercado toda vez que, al menos en el plano estrictamente conceptual, esta es fuente de una adecuada y eficiente distribución de los recursos productivos, de la que naturalmente los consumidores deben ser beneficiarios. De lo anterior, se desprende naturalmente —según se sostiene por la doctrina científica— un incremento del bienestar del conjunto de la sociedad. Este razonamiento, si me permiten hasta cierto punto romántico, es cohe-rente con las disposiciones fundamentales que rigen el derecho comunitario, asentado en las tradicionales libertades básicas. Sin embargo, resulta indudable que esta aproximación es parcial si no la complementamos en su análisis con un elemento fundamental: la tutela del derecho al resarcimiento de daños al que, en el plano del derecho privado, aspiran los sujetos que son efectivamente perjudicados por las prácticas que distorsionan los principios mencionados. De esta cuestión se ocupa la Directiva 2014/104/UE, de 26 de noviembre de 2014. Resulta indudable la importancia relativa de esta disposición normativa, tanto para el derecho público como para el derecho privado. Su implementación en el derecho español constituye una labor que requiere de cirugía fina para tratar de evitar situaciones patológicas que resulten en un ineficiente —o excesivamente gravoso— sistema de resarcimiento de daños en este orden. Particular atención merece, a mi juicio, el equilibrio que debe promoverse entre por un lado este nuevo sistema y, por otro, el beneficio que se ha vertebrado en torno a la clemencia y los derechos que de esta se derivan conforme a la Ley 15/2007. En efecto, debe hacerse notar que una desprotección absoluta del clemente —posicionamiento que parece no desprenderse de la Directiva— desincentivaría uno de los recursos esenciales para las autoridades en el descubrimiento de ilícitos en esta disciplina. Por el contrario, una sobreprotección podría resultar en la imposibilidad material de restitución del daño causado. Sea como fuere, una clara definición de los fundamentos legales, así como la definición del perímetro de legitimados activamente para el ejercicio de las acciones de daños, constituyen, sin duda alguna y adicionalmente, cuestiones que en los próximos meses deben alimentar el debate para la promulgación, en un año escaso a lo sumo, de una norma de extraordinario calado para el derecho privado español. Y para el derecho público.