III CONGRÉS CATALÀ DE FILOSOFIA. Palma, 21-23 de gener de 2015. Secció IV: L'ètica, la filosofia política i la filosofia del dret. Presupuestos metafísicos de la neuroética. Una relectura del intuicionismo social desde el emotivismo moral de Stevenson.1 Pedro Jesús Pérez Zafrilla. Departament de Filosofia del Dret, Moral i Política. (Universitat de València) 1. Introducción: La neuroética suele presentarse como una rompedora teoría que, partiendo de los recientes descubrimientos de las neurociencias, pretende encontrar en el cerebro las bases del comportamiento social humano. A partir de esas bases, entienden estos autores, será posible trazar unos códigos morales universales forjados en el cerebro por la evolución. De esta forma, el estudio del cerebro podría proporcionarnos una ética universal que arrumbe con las diferentes propuestas éticas del pasado. Así lo piensan autores como Michael Gazzaniga y Fernando Mora.2 Sin embargo, el examen atento de las diferentes propuestas nos revela que éstas, lejos de romper con las teorías filosóficas precedentes, recogen en buena medida los supuestos teóricos y metafísicos de algunas de ellas. Este es el caso, por ejemplo, del intuicionismo social de Jonathan Haidt. Como trataré de mostrar en esta comunicación, esta teoría representa una clara heredera del emotivismo moral de Charles Stevenson. Para defender esta tesis recurriré al modo como ambas teorías afrontan el problema del desacuerdo moral. 2. El emotivismo moral: El desacuerdo como choque de actitudes: Stevenson rechaza la concepción tradicional del desacuerdo moral, que reduce éste a un error en el conocimiento de la realidad que padece una de las partes. Según el modelo cognitivo tradicional, la deliberación permite a las partes confrontar sus 1 Este estudio se inserta en el Proyecto de Investigación FFI2013-47136-C2-1-P, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad. 2 Cortina, Adela. Neuroética y neuropolítica. Sugerencias para la educación moral. Madrid: Técnos, 2011, p.57. 1 concepciones de la realidad y sacar a la luz los errores que alguna de ellas tenga al respecto. De esta forma, cuando las personas limen las diferencias que les separan sobre su concepción de la realidad, podrán llegar al acuerdo.3 Sin embargo, para Stevenson esta teoría es errónea, ya que la presentación de evidencias en el debate raramente consigue aunar puntos de vista divergentes sobre un asunto moral. De hecho, como señala, dos personas pueden compartir las creencias sobre el tema, pero seguir estando en desacuerdo.4 Este hecho llevará al autor a postular que el desacuerdo moral no se basa en un desacuerdo en las creencias, sino que es, además y fundamentalmente un desacuerdo en la actitud. Recordemos que la actitud era entendida por Stevenson como una disposición psicológica de carácter afectivo que nos sitúa a favor o en contra del objeto.5 De esta manera, el desacuerdo moral es en última instancia un desacuerdo en la actitud, ya que el desacuerdo entre los sujetos permanecerá mientras sus preferencias y deseos hacia el objeto sean divergentes.6 ¿Y cómo puede lograrse una convergencia de actitudes entre los sujetos según Stevenson? Por un lado, la reflexión privada, y el cambio de creencias que resulte de ella, pueden hacer a las personas cambiar su actitud sobre un asunto. 7 Sin embargo, el cambio de actitud vendrá dado fundamentalmente a través de la deliberación, siendo este el punto en que deseo centrarme. No en vano, la participación de los sujetos en la deliberación estará dirigida a tatar de cambiar las creencias de su oponente mediante argumentos. Pero en este caso, el cambio de creencias se debe no tanto a la reflexión de los sujetos sobre las evidencias presentadas por su oponente, sino a la otra gran tesis del emotivismo moral introducida por Stevenson: el significado emotivo de los términos morales. Los términos morales poseen un “significado emotivo” capaz de despertar una respuesta afectiva en los oyentes de agrado o desagrado hacia lo afirmado por el hablante. Dicha respuesta afectiva será una actitud.8 En este sentido, para Stevenson, los términos morales no sólo poseen un uso descriptivo por el que se expresan hechos o creencias. También poseen otro uso emotivo, dinámico, por el que se puede crear Stevenson, Charles L. “The emotive meaning of ethical terms”, en Mind, vol.46, núm.181, p.29. Por ejemplo, dos personas pueden estar de acuerdo en que el calentamiento global es una amenaza para el medio ambiente y la vida del hombre sobre la tierra, pero sin embargo, discrepar sobre si, en consecuencia, se deberían tomar medidas para paliarlo, como grabar impositivamente a aquellas empresas más contaminantes. 5 Stevenson, Charles L. “The nature of ethical disagreement”, en Herbert Freigi y Wilfrid Sellar (eds.) Readings in philosophical analysis. New York: Appleton Century-Grofts, 1949, p.147. 6 Ibid., p.590. 7 Stevenson, Ch. L. Ética y lenguaje. Buenos Aires: Paidós, s.d., p.26. 8 Stevenson, Charles L. “The emotive meaning of ethical terms”, p.23. 3 4 2 influencia afectiva y generar una respuesta determinada en el oyente que escapa al control de éste. Esto, según el emotivismo moral, es aprovechado por los sujetos para generar en el oyente actitudes diferentes sobre el objeto del debate. La expresión de argumentos está dirigida propiamente a cambiar la actitud del interlocutor para provocar con ello la aprobación o desaprobación de algo. Así, cuando alguien dice “Juan es una buena persona”, en realidad afirma “Juan me cae bien, aprécialo tú también”. Es decir, por un lado expresa una actitud favorable hacia Juan, y además intenta generar una actitud similar en su interlocutor. Si, por ejemplo, su interlocutor contesta “¿estás seguro? A mí no me han dicho lo mismo de él”, entonces expresa una actitud negativa hacia Juan. Posiblemente las creencias que ambos tienen sobre Juan sean distintas, de ahí que haya un desacuerdo en la creencia; pero también lo hay en la actitud.9 Por ese motivo, la mera contrastación de evidencias sobre Juan no será suficiente para que lleguen a un acuerdo. El acuerdo no será posible hasta que uno de ellos logre que su interlocutor cambie de actitud. Todo ello lleva a concluir que para Stevenson el objetivo del debate no es convencer racionalmente sobre el modo correcto de entender un asunto moral, sino cambiar la actitud del oponente sobre dicho asunto, creando nuevas simpatías a favor o en contra del mismo; esto es, crear una nueva actitud. Dicho de otro modo, los debates morales consisten en un intento de generar mutuamente actitudes distintas en el oponente hacia el hecho sobre el que se debate. Pero, y esto es lo más importante aquí, aunque el cambio en la actitud venga dado por un cambio en las creencias, esto no significa que sea la reflexión racional la que lleve a cambiar la actitud en el debate. La argumentación racional a lo máximo que puede aspirar es al acuerdo en la creencia y que una de las partes reconozca que su oponente tiene razón en algunos aspectos del problema. Sin embargo, eso no garantiza el fin del desacuerdo, dado que éste se reduce en última instancia a un desacuerdo en la actitud. Lo que en realidad y de una forma latente lleva a cambiar la actitud en el debate, según la teoría emotivista, no es el contenido de los argumentos, sino el significado emotivo de los términos empleados; esto es, la influencia afectiva o retórica que los argumentos empleados causan en nosotros a partir de ese uso dinámico que asignamos a los términos morales. Porque en 9 Stevenson, Ch. L. Ética y lenguaje, p.38. 3 el debate no se trata de convencer con argumentos bien fundados, sino de contagiar emociones que hagan al oponente ver el asunto de un modo distinto.10 3. El enfoque neurocientífico del intuicionismo social: Las tesis emotivistas de Stevenson acerca del desacuerdo moral serán retomadas con fuerza desde las hodiernas teorías neuroéticas, que hacen también de las emociones el motor del juicio y la valoración moral. Estas corrientes aprovecharán los nuevos descubrimientos llevados a cabo con las neuroimágenes y los experimentos de la neuropsicología con la respuesta de las personas a dilemas morales para dotar de una mayor elaboración a los supuestos emotivistas de Stevenson. Un claro ejemplo lo encontramos en la propuesta intuicionista social de Jonathan Haidt. Haidt mantiene una posición igualmente crítica con el paradigma racionalista del juicio moral y, frente a ella, defiende el origen intuitivo de los juicios morales. Para el intuicionismo social los juicios morales son fruto de intuiciones, unas valencias afectivas con valor cognitivo que generan de forma irreflexiva la respuesta apropiada a los estímulos recibidos de la realidad. La intuición llega a nuestra consciencia en la forma de una valencia emocional de aprobación o rechazo de dicho estímulo, acompañada de un juicio moral. Pero lo fundamental aquí es señalar que la intuición imprime también en el sujeto una actitud. Aunque Haidt no define este concepto, bien podemos afirmar que su sentido sería similar al dado al mismo por Charles Stevenson: es decir, una disposición psicológica de carácter afectivo que nos sitúa a favor o en contra del objeto.11 Este es el sentido en que Haidt señala que “las posiciones morales siempre tienen un componente afectivo”.12 Así pues, el juicio moral viene acompañado por una actitud, un componente afectivo sobre el que el sujeto carece de control alguno y que le predispone emocionalmente a favor o en contra de su objeto. Pues bien, esta es una idea clave dentro del intuicionismo social que determinará el proceso deliberativo y el consiguiente desacuerdo moral. De acuerdo a esta teoría neuropsicológica, cuando alguien participa en un debate no lo hace para formarse una opinión sobre el tema a la Stevenson, Charles L. “The emotive meaning of ethical terms”, p.29. Stevenson, Charles L. “The nature of ethical disagreement”, en Feigi, Herbert y Sellars, Wilfrid. Readings in philosophical analysis. New York: Appleton Century-Grofts, 1949, p.187. 12 Haidt, J. “The emotional dog and its rational tail. A social intuitionist approach to moral judgement”, en Psychological Review, vol.108, 2001, p.819. 10 11 4 luz de la reflexión sobre los argumentos allí expuestos. Muy al contrario, en el debate las personas parten con una opinión prefijada, o al menos parten de un cierto posicionamiento. Esto en principio no sería un problema, pues los sujetos cuando participan en un debate es porque tienen alguna opinión previa y un cierto interés por el mismo, por lo que es normal que partan ya de un cierto posicionamiento. El problema surge ante el hecho de que, según Haidt, los sujetos no son conscientes de que su posicionamiento es fruto de una intuición, y no tanto de una reflexión razonada previa a la valoración moral.13 Esta tesis llevará a Haidt a rechazar el modelo tradicional de la deliberación, socavando los dos pilares fundamentales sobre los que se asienta. El primero es la tesis del origen reflexivo de los juicios morales, según la cual en el debate cada interlocutor se orienta por un criterio de justicia fundado en unos principios morales. A partir de dichos principios el individuo se forma sus juicios e intenta articular unos argumentos que considera razonables para convencer a su adversario acerca de la corrección de la posición propia. El segundo pilar consiste en la creencia de que el adversario, igualmente motivado, evaluará los argumentos del primero, aceptará que son mejores que los suyos y cambiará de opinión. Según Haidt estas ideas se tratan ni más ni menos que de las dos ilusiones en que está fundado el mundo moral.14 Para mostrar que estas dos creencias constituyen meras ilusiones Haidt recurre a los sentimientos de frustración e irritación y los pensamientos de desconfianza hacia el interlocutor que tienen las personas al comprobar que sus argumentos no logran convencer al adversario.15 A menudo sucede que los argumentos presentados en el debate por las partes no son capaces convencer al interlocutor a pesar de que cada uno considera sus argumentos como los correctos a la luz de las evidencias. El continuo intercambio de argumentos y evidencias sin ningún resultado de acuerdo provoca la frustración entre ambos participantes, que terminan por concluir que su interlocutor o es un ignorante o es un sujeto malintencionado. Según el intuicionismo social esta situación viene provocada por el error del modelo deliberativo racionalista que ha colonizado nuestra concepción común de la deliberación. Dicho modelo racionalista afirma, erróneamente según Haidt, que es el intercambio de razones, a la luz de un criterio de justicia, el modo en que tiene lugar el cambio de opinión en el debate. El Haidt, J. y Bjorklund, F. “Social Intuitionists answer six questions about moral psychology”, p.188. Haidt, J. “The emotional dog and its rational tail”, p.823. 15 Ibid., p.823; Cfr. Haidt, J. The righteous mind. Why good people are divided by politics and religion. New York, Pantheon Books, 2012, p.46. 13 14 5 error se mostraría en el hecho de que, como ya señalara Stevenson, la confrontación de evidencias no produce un cambio de opinión. De acuerdo a las tesis intuicionistas sociales, esta persistencia del desacuerdo moral arrojaría dos conclusiones: En primer lugar, que el razonamiento: a) no surge a partir de una reflexión y una evaluación de las evidencias presentadas por los interlocutores, ni b) está dirigido al convencimiento racional. Por el contrario, y como segunda conclusión, el razonamiento consiste en una elaboración sesgada y una exposición de razones post hoc acordes con la actitud previa sobre el asunto y que los sujetos adoptan de forma acrítica de la sociedad.16 De esta manera la deliberación quedará reducida a un choque de razones post hoc que meramente apoyan la tesis hacia la que cada uno tiene una actitud positiva. Así, donde los sujetos creían encontrar una pugna entre criterios de justicia diversos sobre la base de argumentos con el objetivo de tomar la decisión más adecuada, en realidad se produce una oposición de actitudes sobre el asunto irreconciliable mediante argumentos. Por ello, lanzar esas razones a la cara de quien apoya algo diferente y esperar que las reconozca como mejores no puede albergar ningún resultado positivo. No obstante, Haidt defenderá que es posible lograr que nuestro interlocutor cambie de opinión en el proceso deliberativo. Si el desacuerdo moral es fruto del desacuerdo en la actitud, el acuerdo moral deberá provenir mediante la convergencia de actitudes. Para que esto sea posible se debe empezar por reconocer un aspecto clave que articula el modelo deliberativo del intuicionismo social: la deliberación no tiene como objetivo la forja del mejor acuerdo racional mediante el reconocimiento del mejor argumento, sino la transformación de la actitud del interlocutor para que adopte otra similar a la propia.17 De esta forma Haidt rechaza el modelo deliberativo tradicional asentado sobre la contrastación de evidencias y argumentos. En lugar de los argumentos racionales, que conducen a la polarización del debate, Haidt erige las metáforas, la evocación de imágenes y otros elementos retóricos como los componentes centrales del proceso deliberativo. La razón es que dichos recursos son considerados más útiles para crear en el interlocutor una nueva intuición gracias a la cual podrá percibir, o en términos empleados por los neurocientíficos, “enmarcar” el problema de un modo distinto que suscite en el sujeto una nueva actitud, similar a la del hablante. Es de esta Haidt, J. “The emotional dog and its rational tail”, p.823; Cfr. MERCIER, H. y SPERBER, D. “Why do humans reason? Arguments for an argumentative theory?”, en Behavioral and brain sciences, vol.34, 2011, p.67. 17 Haidt, J. The righteous mind, pp.48-49. 16 6 manera como el interlocutor cambiará de opinión.18 Es de esta forma la significación metafórica de los conceptos la que produce la aprobación o rechazo de los argumentos, porque cada concepto lleva encerrado en sí unas implicaciones morales en función de las reacciones emocionales que nos produce.19 Además, la aceptación de un marco mental deja fuera de nuestra valoración los aspectos de la realidad que quedan fuera del marco o que la pueden contradecir. 4. Conclusiones: Las conexiones entre el intuicionismo social y el emotivismo moral: Esta centralidad de las metáforas en el proceso deliberativo arroja varias consecuencias fundamentales que asimilan claramente la propuesta de Haidt con el emotivismo moral de Stevenson. En primer lugar, el origen intuitivo de los juicios morales hará que las metáforas sustituyan a los argumentos racionales como los ejes que articularán el proceso deliberativo. Tanto es así que son precisamente esas imágenes y metáforas lo que Haidt entiende por “argumentos”, pudiendo haber, según dice, “varios argumentos dentro de una sola oración”.20 Tales argumentos retóricos (las metáforas) podrán constituir formas de razonamiento, pero será un razonamiento que tendrá como objetivo no ya el convencimiento racional, sino generar nuevas intuiciones en el oyente creando nuevos marcos desde los que afrontar el debate.21 Pero si eso es así, los argumentos racionales que los sujetos presentan en el debate tendrán un efecto sobre el interlocutor en función de la influencia emocional que esas razones causen sobre éste y no por lo convincentes que resulten. Las evidencias que presenten o lo bien fundamentados que estén sus argumentos es algo que pasa a un segundo plano y que carece de relevancia. Porque en realidad, las razones en la deliberación no se dirigen a la cabeza, sino al corazón.22 O por decirlo en términos de Stevenson, los argumentos morales tienen como finalidad propiamente a “recomendar la Haidt, J. “The emotional dog and its rational tail”, p.819; Cfr. Haidt, J. “The emotional dog gets mistaken for a possum”, en Review of General Psychology, vol.8, 2004, p.287; Cfr. Haidt, J. y Bjorklund, F. “Social Intuitionists answer six questions about moral psychology”, p.192. Cfr. Haidt, J. The righteous mind, p.47; Cfr. Westen, Drew. The political brain. The role of emotion in deciding the fate of the nation. New York: Public Affaire, 2007, p.103; Cfr. Castells, Manuel. Comunicación y poder. Madrid: Alianza, 2009, pp.197-8.. Para una más completa exposición del proceso de enmarcado y los marcos mentales conviene abordar las obras de George Lakoff, como The political mind. A cognitive scientist guide to your brain and its politics. (New York: Penguin Books, 2009). 19 Haidt, J. “The emotional dog and its rational tail”, p.825; Cfr. Lakoff, G. The political mind., p.67. 20 Haidt, J. y Bjorklund, F. “Social Intuitionists answer six questions about moral psychology”, p.192. 21 Haidt, J. “The emotional dog and its rational tail”, p.825. 22 Paxton, Joseph M. y Greene, Joshua D. “Moral reasoning: Hints and allegations”, en Topics in Cognitive Science, vol.2, 2010, p.3; Cfr. Saltzstein, Herbert, D. Y Kasachkoff, Tziporah. “Haidt’s moral intuitionist theory: A psychological and philosophical critique”, en Review of General Psychology, vol.8, 2004, p.278. 18 7 aprobación o desaprobación de algo”,23 no propiamente informar, como se piensa desde el modelo racionalista. Por tanto, los argumentos sólo serán efectivos en virtud su capacidad para provocar emociones en nuestro interlocutor capaces de cambiar su actitud.24 Parafraseando a Habermas, efectivamente, en el debate triunfa el mejor argumento.25 Pero resulta que la efectividad del argumento no se mide, como piensan los autores de la democracia deliberativa, por su capacidad para hacer convergen las opiniones de los participantes en el debate mediante la reflexión,26 sino precisamente por su efectividad en la creación de metáforas que provoquen nuevas intuiciones y marcos mentales. Porque los argumentos sólo podrán lograr el objetivo del acuerdo si consiguen que el oponente cambie de actitud y esto no depende de las evidencias en que se apoyen sino de su fuerza retórica. Para ello es necesario emplear la metáfora o imagen correcta que provoque en el interlocutor las intuiciones adecuadas. Así lo dice Haidt: “cada argumento es en realidad un intento de enmarcar el asunto con el fin de presionar un botón emocional, provocando diversos flashes de intuiciones en el oyente”.27 Pero en segundo lugar, y fundamentalmente, el proceso deliberativo dentro del intuicionismo social, en lugar de ser concebido como un procedimiento mediante el que poder llegar a acuerdos racionales, quedará reducido a un mecanismo de persuasión emocional.28 Haidt pretende defender la causalidad del razonamiento interpersonal sobre los juicios del oyente.29 Pero si los argumentos en el intuicionismo social son en realidad las metáforas, el razonamiento intersubjetivo tendrá un efecto causal (es decir, producirá un cambio de juicio) en la medida en que logre la manipulación emocional adecuada en el oponente. En consecuencia, el razonamiento tendrá efectividad en virtud de su fuerza para transformar emociones en un determinado sentido. Volviendo a Stevenson, tendrá efectividad en virtud del uso dinámico de los conceptos empleados. 23 Stevenson, Ch. Ética y lenguaje. Buenos Aires: Paidós, s.d., p.24. Stevenson, Ch. L. “The emotive meaning of ethical terms”, p.23. 25 Habermas, Jürgen. Problemas de legitimación en el capitalismo tardío. Buenos Aires: Amorrortu, 1973, p.131. 26 Cohen, Joshua. “The epistemic conception of deliberative democracy”, en Ethics, vol.97, 1986, p.34; Barber, Benjamin. Democracia fuerte. Granada: Almazara, 2004, p.222. 27 Haidt, J. y Bjorklund, F. “Social Intuitionists answer six questions about moral psychology”, p.192. 28 Este hecho hace problemático el nombre que Haidt asigna al proceso 3 como “persuasión razonada” cuando lo que en realidad produce el cambio de opinión en el interlocutor no es la evaluación reflexiva de los argumentos sino la efectividad emocional de las metáforas. Sería más clarificador denominarle “persuasión retórica”, por ejemplo. 29 Haidt, J. “The emotional dog and its rational tail”, p.819. 24 8 Por último, si, como he señalado antes, el objetivo de la deliberación es crear las intuiciones adecuadas en el oyente para cambiar su actitud y que adopte una similar a la propia, en consecuencia la lógica que guía la deliberación en realidad es lograr que nuestra intuición (o si se quiere, nuestro marco mental) acabe imperando frente a la del adversario. Por decirlo con otras palabras, el objetivo de los sujetos en el proceso deliberativo es propiamente ganarlo, no llegar a un acuerdo en torno a la solución más justa para todos los afectados, como se defiende desde la democracia deliberativa. Con ello se muestra también que el proceso deliberativo terminará, como señalaba Stevenson, con un acuerdo en la actitud y no meramente con un acuerdo en la creencia. Por todo ello también, esta apuesta por entender la deliberación como un proceso de persuasión emocional hace de Haidt un digno heredero del emotivismo moral de Stevenson. Es más, el mismo Haidt reconocerá en su último libro The righteous mind la influencia de Stevenson en su pensamiento.30 Así pues, podemos comprobar cómo las innovadoras teorías de la neuroética, pretendiendo romper con la tradición filosófica para instaurar un modelo de pensamiento científico, no hacen sino continuar con los supuestos morales y filosóficos que ya habían expuesto teorías éticas décadas atrás. 30 Haidt, J. The righteous mind, p.328, n.36. 9