Riesgo y encantamiento en la construcción social de la infancia. Juan Miguel Gómez Espino. Universidad Pablo de Olavide. Rosalía Martínez García. Universidad Pablo de Olavide. Cuando en un pueblecito de Italia presenté el tema de la autonomía de los niños una madre me decía: “Eso está muy bien, pero yo tengo miedo”, ¿miedo de qué? le pregunté, “de los pedófilos, por ejemplo”. Cuántas veces habéis tenido un problema de pedofilia en vuestro pueblo, “en nuestro pueblo ¡nunca!” (queriendo decir que era inimaginable) y entonces, por qué tiene miedo, “porque lo vi en la televisión”. Este es un motivo suficiente para tener miedo, pero es un miedo injustificado. Todos los años son muchos más los niños que mueren ahogados en una piscina y sin embargo a nadie se le ocurre que dejen de bañarse. Una de las experiencias más peligrosas para un niño es viajar en el coche de su madre y de su padre, y esto lo hacemos a diario… Los medios de comunicación tienen por tanto una responsabilidad muy fuerte sobre la que deberían reflexionar1. 1. Introducción. La relación entre adultos y niños está cada vez más condicionada por procesos relativos al riesgo. A través de esta comunicación pretendemos profundizar en esta cuestión, centrándonos en el modo en que su influencia afecta al conjunto de representaciones emergentes sobre la infancia y destacando determinadas claves explicativas y algunas consecuencias de este tipo de procesos. Siguiendo a Beck (1998), la modernización ha comportado que nuestras sociedades sean objeto de una racionalización progresiva que consiste en una decidida orientación hacia el control sobre la incertidumbre. Los procesos tecnológicos intervienen sobre la naturaleza pretendiendo subvertir sus tendencias y tratando de lograr su ajuste a los objetivos socialmente planificados. Sin embargo, ésta idea de “socialización de la naturaleza” (Giddens, 1995). trae consigo un efecto perverso que consiste en la generación de riesgos no deseados y escasamente controlables. Estos riesgos, además, pueden suponer costes exponencialmente superiores respecto de los beneficios que produce. De este modo, aparece una importante 1 13 de noviembre de 2003 Francesco Tonucci participó en Ourense en las “V Jornadas Universitarias sobre los derechos de las niñas y los niños: el respeto a su opinión”, de donde extraemos estas palabras. http://webs.uvigo.es/consumoetico/textos/textos/entrevista_a_f_tonucci.doc (consultada el 5 de febrero de 2005). contradicción que consiste en admitir que el desarrollo tecnológico -presuntamente racionalizador- se desliza hacia la irracionalidad de provocar que los riesgos que controla sean sensiblemente inferiores a los que produce. Paralelos a éste, corren otros procesos de “individualización” –en el que proliferan respuestas individualizadas ante un entorno hostil, en el que las biografías de los sujetos se flexibilizan de manera extraordinaria-, y de “destradicionalización” -en el que las respuestas del pasado ahora resultan escasamente operativas y se busca evitar depender de los roles prescritos por la tradición (Beck, 1998; Beck y Beck-Gernsheim, 2003). La difusión de un inusitado “clima de riesgo” al que han sido permeable nuestras sociedades en su conjunto (Giddens, 1995) han favorecido estos procesos que en definitiva se caracterizan por la limitación de espacios de certidumbre en la percepción de los sujetos. A pesar de que la modernidad ha favorecido en gran medida la reducción en determinadas amenazas para los individuos, en virtud de este clima se asume que el mundo resulta cada vez más inseguro, más cambiante, menos previsible y, por supuesto, menos controlable. Éste es el marco general del análisis de la sociedad del riesgo en el que insertamos el abordaje específico de la interpretación del riesgo en la relación adulto-infantil. En relación a la infancia, tanto los progenitores como el resto de los actores públicos buscan por encima de todo reducir los riesgos a los que los niños puedan estar sometidos. De alguna forma, este énfasis en el riesgo acentúa una determinada imagen de vulnerabilidad de la infancia, ante el despliegue de amenazas que provienen del mundo social y ante las que, como veremos, no sólo soportará un status de víctima (infancia “en peligro”) sino que también de fuente generadora del peligro (infancia “peligrosa”) (Prout, 2003). Frente a una creciente incertidumbre vital, en un contexto de creciente individualización, la infancia, además, adquiere funcionalidad para el mundo adulto como un espacio de reencantamiento frente a la creciente burocratización (Ritzer, 2000). La infancia, en este sentido, incorpora al imaginario simbólico de los individuos un sentido de trascendencia, de la que en cierta medida se apropian los nuevos medios de consumo para contribuir, de esta forma, proporcionando contenidos estéticos y referencias sentimentales al consumidor, haciendo posible su reencantamiento. 2. La subjetivización del riesgo. Controlar el riesgo supone en gran medida anticipar el futuro de los acontecimientos para lograr evitarlos, en la medida que puedan ocasionar daños en el sujeto individual o social, en su caso. Estos acontecimientos pueden tener consecuencias más o menos dramáticas para quienes, en el peor de los casos, habrán de soportarlos. Por eso, resulta indispensable graduar el riesgo dependiendo de diversos niveles de intensidad del peligro a él asociado. En concreto, podríamos distinguir en relación con el colectivo infantil entre “riesgos normales” y “riesgos excepcionales” (Kelley, 1998). Mientras que aquéllos incorporarían incertidumbre sobre el proyecto vital previsto para el niño por parte de los padres y el resto de educadores, en la segunda categoría, el riesgo afectaría a aspectos esenciales ya sea de orden moral o, incluso, física, del niño. Es evidente que en la relación adultos-niños, las sociedades modernas han generado riesgos que pueden ser integrados en ambas categorías. Por un lado, la multiplicación de los espacios de socialización infantil y dispersión de los objetivos socializadores promueven, por un lado, procesos de expansión de riesgos en la primera de las categorías aludidas (Riesman, 1981). El marco general de individualización y destradicionalización que antes describíamos, supone una importante fuente de generación de nuevos riesgos, dada la generación de nuevas incertidumbre vitales que éstos desencadenan: la crisis en los modelos de familia tradicional, la relativa difuminación de los límites entre mundo infantil y adulto, la pérdida de peso específico de las agencias clásicas de socialización como la escuela y la familia, la producción de conflictos entre ambas, el protagonismo de la dimensión consumista en la vida infantil (Mc Neil 1992; Linn, 2004) favorecen la aparición de nuevos riesgos que dificultarían la realización de los proyectos inicialmente ideados para un número creciente de niños. Por otro lado, se acumulan cada vez un mayor número de riesgos que se perciben como “excepcionales” y que se expanden como consecuencia de la proliferación tecnológica (v. gr. el tráfico) o de prácticas violentas antropogénicas (v. gr. la delincuencia) o de la combinación de ambas (v.gr. pederastia facilitada por internet). Los riesgos que producen nuestras sociedades para la infancia se perciben como progresivamente intensos. Así, por ejemplo, el decreciente número de niños que diariamente se desplaza a pie en dirección al colegio, frente a los que lo hacían en el pasado no tan remoto ha sido explicado con frecuencia a partir de la emergencia de este tipo de riesgos (Tonucci, 1999). Se produce la paradoja de que mientras que los esfuerzos institucionales y particulares de las sociedades modernas se dirigen al control sobre los riesgos, es precisamente la paulatina “modernización” en la que se ven envueltas lo que parece desencadenarlos. De este modo, aparecen en los adultos discursos con frecuencia nostálgicos sobre una existencia que en el pasado resultaba más segura, en especial en referencia a los peligros más dramáticos. No obstante, sobre estos discursos se introducen matices que van en direcciones distintas, tales como: enfatizar otras consecuencias positivas del momento presente; reconocer el efecto que produce el recuerdo del pasado como reforzador de los elementos más favorables (evitando recordar los más desagradables); o, como en el caso que reflejamos a continuación, considerar una cierta lógica generacional consistente en admitir un importante grado de incertidumbre estructural en las generaciones adultas sobre las más jóvenes, ante la dificultad de aquéllas de enfrentar el cambio social que en éstas se experimenta con relativa naturalidad. Padre de dos hijos, de 6 y 10 años. (Colegio de una zona de alto nivel de exclusión social). A mis hijos les cuento cosas de cuando era pequeño. Les cuento cuando jugaba a esto y a lo otro. Incluso he cogido el coche para enseñarles sitios donde he estado: “mira, en este canalito me he bañado; en este árbol he cogido brevas, por aquí he estado”. Pero tampoco soy de los que dice “cuando en mis tiempos…”, porque supongo que mis padres decían lo mismo y para qué ser tan repetitivos. Cuando yo era chaval, con 18 y 19 años, también hacía mis locuras y mis padres decían “hay que ver cómo está la juventud, locos “perdíos””. Hoy que soy padre, ¿qué es lo que digo?: “la juventud está echada a perder”. Los padres decían lo mismo que yo ahora: eso es una cadena. Y ese es el miedo de los padres para no tener más hijos. ¿Cómo está la vida en la calle? Cada vez se escuchan más peleas, apuñalamientos y de todo. La noche es fatal. Antiguamente no había tantas discotecas, sino que hacías una “fiesterita” en un local… Hoy en día, discotecas, botellonas y de todo. Antiguamente no había tanta droga y la que había estaba muy oculta. (…). Chavales que yo he visto con diez años haciéndose porros. No llegan a la mesa y ya están con unos cuantos chavales haciéndose porros. El miedo de tener más hijos… es mucha tela2. A pesar de que en gran medida muchos de los riesgos excepcionales se han visto controlados (pensemos en los indicadores de riesgo, como la mortalidad infantil, en comparación al pasado), sin embargo la sensación de riesgo parece más presente que nunca. En la actualidad, cualquier hecho dramático que afecte a la infancia se concibe como resultado de una irresponsabilidad social que decididamente habrá que corregir (Zeliner, 1985), frente al significado que adquiría en el pasado -en el que el mismo hecho podía ser interpretado como mandato divino que habría que aceptar. En definitiva, en relación a la infancia, las sociedades se muestran reticentes en aceptar el menor nivel de incertidumbre cuando de lo que se trata es de salvaguardar la seguridad de la infancia como el segmento más vulnerable, a la vez que el socialmente más apreciado. En ocasiones, la percepción del riesgo difiere de su existencia objetiva. Lo que indicaba Tonucci más arriba no deja lugar a dudas: a pesar de que para un niño o niña el riesgo de viajar en coche es exponencialmente superior a otros como el que algún desconocido ejerza violencia contra estos, éste se percibe de forma mucho más exacerbada. -como es lógico por lo que tiene aquel hecho de inadmisible moralmente-. De tal forma que habrá que admitir que, en el sentido que apunta Gil Calvo (2003), en las sociedades actuales “lo que ha crecido (…) no es tanto el riesgo real como el conocimiento público del riesgo percibido” (pág. 38). En este sentido, el papel de los medios de comunicación no sólo es importante en cuanto que 2 éstos visibilizan el riesgo real sino también en cuanto que Extracto de una entrevista realizada en el marco del estudio “Análisis de las relacionas intrafamiliares en Andalucía: infancia, participación y control”, financiado por la Fundación Centro de Estudios Andaluces (CENTRA). potencian el percibido. Para este autor “la tasa del riesgo percibido que los medios de comunicación revelan parece aumentar muy por encima de cuanto pueda hacerlo la tasa del imprevisto riesgo real” (pág. 39). En ocasiones surgen percepciones hipertróficas de los riesgos, fruto de desencadenantes como el papel de los medios de comunicación en la difusión de los mismos que actúan según sus lógicas particulares. Los medios periodísticos informan, como se sabe, no siempre de acuerdo a la relevancia “social” objetivable del asunto; los factores que propician la inclusión en sus respectivos soportes de una noticia u otra, así como un determinado tratamiento, son diversos. Sin embargo, no podemos centrar en la prensa la responsabilidad respecto de estas percepciones frecuentemente ampliadas del riesgo. Consideramos esencial señalar que los medios responden a una lógica más amplia en la que se instala la sociedad en su conjunto que responde a la idea de interés exacerbado por el control, que, más aún si cabe, se manifiesta en relación con niños. Dicho de otra forma, con independencia del papel que jueguen los mass media, el umbral de soportabilidad del riesgo, en especial en la relación adulto-niño, tiende a descender. Los adultos tienden a ser muy permeables a noticias que giran en torno a situaciones de violencia producidas contra los niños, provocando en ellos una significativa inquietud sobre su seguridad. No obstante, en algunas entrevistas aparece la cuestión relativa a la “recreación amplificada” del riesgo por parte de los medios de comunicación, imputando a éstos parte de la responsabilidad de la percepción sobredimensionada que se produce. (Entrevista a una madre de dos hijos, de 19 y 9 años). P: ¿Te da miedo que tu hija salga a la calle sola? R: Muchísimo por si alguien se la lleva. P: ¿Crees que es por la alarma social que han generado los medios de comunicación? R: No creo, simplemente es que pienso así. (Entrevista a una madre de un hijo de 8 años). P: ¿Crees que en la actualidad nos preocupamos demasiado por nuestros hijos, por sus riesgos? R: Quizá tengamos miedo los padres por las barbaridades que vemos en la tele o leemos en la prensa. Hay como una alarma social por todo esto, porque además los medios de comunicación nos comen mucho el coco3. Con independencia de las condiciones objetivas en que se produce el cambio social, lo cierto es que la percepción negativa de éste tiende a predominar sobre la visión positiva en 3 Extractos de una entrevistas realizadas en el marco del estudio “Análisis de las relacionas intrafamiliares en Andalucía: infancia, participación y control”, financiado por la Fundación Centro de Estudios Andaluces (CENTRA). especial entre los adultos que ejercen labores parentales. En la literatura anglosajona se ha identificado como “pánico moral” (moral panic) la creencia asumida en la sociedad sobre el incremento de peligros sociales, en especial los relacionados con el crimen y las drogas. Según el British Household Panel Study (1996), el “incremento del desempleo” (18.3%) y la existencia de una “sociedad menos segura” (10.3%) fueron las opciones más repetidas ante la pregunta “¿crees que los niños que nacen hoy enfrentarán un mundo diferente al mundo en el que tú creciste?” que se formula a la población adulta. Es significativo que en este estudio la seguridad, el crimen y las drogas despierten mayor atención en las generaciones más jóvenes lo que resulta razonable dado que estos individuos tienden a contar con responsabilidades parentales o a estar próximos a contraerlas. En definitiva, podemos aceptar que el “pánico moral” tiende a estar más presente entre padres y madres de hijos que están en una edad infantil que en los adultos de más edad, a pesar de las hipótesis que apuntarían a mayor nivel de preocupación por estas cuestiones en este colectivo. Para Scott (2000), no parece comprobarse la hipótesis de que el “pánico moral” penetra de forma similar en todas las capas de la sociedad, sino que lo hace en los colectivos en los que la relación de protección respecto de la infancia se hace más presente. No cabe duda que la percepción del riesgo se acentúa en relación a los niños. Es razonable que el riesgo percibido incremente aún más cuando los afectados por ese riesgo (objetivable pero no en igual medida a lo percibido) son los sectores que demandan institucionalmente mayor nivel de protección. El caso de la infancia es paradigmático hasta el punto de convertirse en el principal indicador de riesgo social. La vulnerabilidad, como uno de los elementos sobresalientes de las representaciones sociales sobre la infancia (Casas, 1998), provoca en el riesgo un efecto de “amplificación” al hacerse mucho más reconocible cuando éste afecta a los niños. Los actores políticos, imbuidos en esta lógica, desarrollarán sus discursos en torno a esta idea de limitación del riesgo, con independencia de que la eficacia de las medidas concretas pueda variar en función de las posibilidades del modelo de “bienestar” (Esping-Andersen, 1993). En cualquier caso, los actores públicos no restarán energías en ofrecer una imagen de compromiso por reducir los riesgos infantiles, lo que -en especial en los sistemas “welfaristas” más raquíticos-, incentivará a las familias a emprender respuestas individualizadas para garantizar el bienestar y el adecuado desarrollo de los niños. 3. Riesgo, vulnerabilidad y control. Los niños se convierten en sí mismos en representaciones simbólicas de la vulnerabilidad humana en condiciones de riesgo cada vez más adverso. Es decir, el niño simboliza la vulnerabilidad de la condición humana y por eso no son casuales las referencias a la infancia cuando de lo que se trata es de enfatizar cualquier riesgo que afecte a la población en general. Así lo entendió Dickens cuando convirtió a la infancia en un poderoso símbolo en su crítica al industrialismo y la desigualdad social. Hoy en día, la infancia conserva ese poder de movilización de la “conciencia” colectiva o, si se prefiere, a la hora de promover todo tipo de campañas. La publicidad que penetra en la población a través de los medios de comunicación es notablemente explícita en la utilización que realiza de la infancia en campañas antitabaco, en campañas por la seguridad en la conducción, o en relacionadas con el medio ambiente, por citar sólo algunos ejemplos (Gómez y Blanco, 2005). La vulnerabilidad inherente a la infancia es un importante argumento a la hora de alertar sobre las situaciones generales de riesgo, cuya virulencia (en ocasiones real -aunque basta que sea simbólica-) tenderá a ser más acuciante si va referida a este sector de población. El riesgo, así, se convierte en un elemento vertebral del debate político y dado que éste se percibe especialmente relevante cuando se cierne sobre los niños, éstos tienden a aportar un valor añadido de gran peso a la argumentación de que se trate. Jenkins (1992) identifica esta práctica denominándola “política de sustitución” (politics of substitution”), consistente en que en un clima de incertidumbre se invoque el miedo en relación a los niños como medio para atraer la atención sobre un determinado aspecto de la realidad y concitar simpatías sobre alguna causa. Los niños se convierten en elementos fundamentales de argumentación a favor de posiciones ideológicas diversas. Como apunta Buckingham (2000; pág. 11), “las campañas contra la homosexualidad se redefinen como campañas contra la pedofilia; las campañas contra la pornografía como campañas contra la pornografía infantil; y las campañas contra la inmoralidad y el “satanismo” se convierten en campañas contra el abuso infantil ejercido en determinados rituales”. Esta expansión de la percepción del riesgo es paralela a la expansión de la necesidad de protección del menor frente a abusos y malos tratos. Prueba de esto es la modificación del concepto de “abuso” que ha ido expandiendo su significado respecto de lo que representaba décadas atrás (Jenkins, 1992; Archard, 2004)4. Es evidente que aunque el concepto no se circunscribe a la esfera doméstica, la presencia predominante (a veces simbólicamente) de los niños en este tipo de espacios, ha favorecido una mayor atención a esta forma de abuso a la hora de considerar estas situaciones. Sin embargo, los procesos de intensificación del clima de “pánico moral” y otros cambios asociados, han propiciado que el interés por el abuso infantil supere la esfera privada o familiar y se extienda a otros ámbitos de tipo público, que tendían a ser objeto más limitado de atención (Jenkins, 1998). No es objeto de este análisis profundizar en el modo en que los medios de comunicación colaboran en la generación de este clima mediante la difusión de determinadas informaciones. Sin embargo, no nos resistimos a dar cuenta de la existencia reiterada de 4 Hasta el punto de que hay quien incluso ha considerado la necesidad de sustituir este concepto por otro más operativo (que haga referencia al conjunto de acciones que causen daños en los niños) Hacking, I (1991). “The sociology of knowledge about child abuse”. Nous 22. Pág. 54. Cit. En Archard, D. (2004). Children. Rights and Childhood. Routledge. Londres.Pág. 193-194. contenidos informativos en los que los niños se convierten en desgraciados protagonistas de la noticia, ya sea como “receptores” o como “productores” de violencia. En el primer grupo, las imágenes de niñeras maltratando a bebés, las sospechas de pedofilia de la estrella del pop, Michael Jackson5, las denuncias de abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes católicos6, la aparición recurrente de redes de pornografía infantil7 representan sólo unos cuantos ejemplos de toda una extensa tipología de noticias de enorme impacto social. El interés y la atención que estas cuestiones suscitan en la opinión pública, –con su efecto amplificador asociado-, responde al incremento de los riesgos reales y percibidos que genera el mundo moderno y a la insoportabilidad de ese riesgo en un contexto “burocratizado” de aversión a la incertidumbre. Sin embargo, los menores no son sólo percibidos como destinatarios de riesgo sino también como elementos claves para su producción. La difusión por los medios de comunicación de casos de inusitada violencia producida por niños, frente a otros niños o frente a adultos, y la alarma social que acompaña, ha provocado que la calificación de “infancia en peligro” incorpore la consideración de “infancia peligrosa” (Prout, 2003). El caso Bulger en Reino Unido desató un clima de “pánico moral” cuando un niño de dos años fue asesinado por dos niños de diez. Con consecuencias igualmente dramáticas, en nuestro país se han producido en los últimos años toda una serie de sucesos que han conmocionado a la opinión pública. El caso del “joven de la catana”, quien a los 16 años asesinó a sus padres y a su hermana en Murcia en el 20008, el asesinato de Clara en mayo de 2000 a manos de dos compañeras de su instituto gaditano de San Fernando, de 16 y 17 años9 o el crimen de un grupo de jóvenes que, de forma despiadada, ocasionó la muerte de la joven Sandra Palo, en 5 “El astro de la música Michael Jackson, quien se arriesga a perder su libertad, su carrera y su reputación, ha comparecido este lunes ante un tribunal del estado norteamericano de California donde comenzó la selección del jurado que lo juzgará por diez acusaciones de pederastia en la pequeña localidad de Santa María”. (El Mundo. Martes, 1 de febrero de 2005) . 6 “Un informe reconoce que 4.450 curas han estado involucrados en casos de abusos sexuales en EEUU Un total de 4.450 curas católicos estuvieron involucrados en casos de abuso sexual en EEUU entre 1950 y 2002, según un informe de la Conferencia Episcopal Católica difundido este martes por la cadena de televisión CNN”. http://www.plus.es/codigo/noticias/ficha_noticia.asp?id=342650 (consultada el 1 febrero 2005). Johanna McGeary. Can the Church Be Saved? .Time. http://www.time.com/time/covers/1101020401/story.html (consultada el 1 febrero 2005). 7 “Los detenidos en España por tráfico y posesión de este material en Internet se multiplican por ocho en 2004. A finales de noviembre se inició la mayor operación en España contra este delito: un total de 96 personas fueron detenidas, con lo que la cifra de detenciones en lo que va de año asciende a 160, ocho veces más que en 2003. La operación sigue abierta. Desde octubre, el Código Penal castiga con penas de cárcel la posesión de imágenes de menores en actitud sexual. Los expertos alertan de que en España la pornografía infantil se produce en el ámbito familiar, y de que cada vez son más, y más jóvenes, los delincuentes: la demanda está creciendo”. (El País. 07-122004) 8 “«Maté a mis padres y a mi hermana por tener una experiencia, pero los quería muchísimo». José Rabadán explica porqué asesinó a su familia en unas declaraciones que recoge "La verdad de Murcia".- José Rabadán Pardo, el joven de 16 años que mató el sábado a sablazos a sus padres y a su hermana en el hogar familiar de Murcia, lo hizo de forma consciente y premeditada. "Quería probar esa nueva experiencia", asegura el joven que, acto seguido, afirma: "Yo quería a mis padres y a mi hermana muchísimo””. (El mundo. Martes, 4 de abril de 2000). 9 El Juzgado de Menores de Cádiz ha condenado a ocho años de internamiento en un centro cerrado de menores y a cinco años de libertad vigilada a las dos jóvenes asesinas de Clara García Casado, de 16 años, apuñalada en San Fernando (Cádiz) la medianoche del 26 de mayo de 2000. Los padres de Clara creen que la sentencia no hace justicia a su hija y aseguran que seguirán «luchando» para cambiar la Ley Penal del Menor. (El Mundo, Jueves, 22 de Marzo de 2001). mayo de 2003, conforman una serie de ejemplos relativos al panorama nacional10. A raíz de estos y otros casos similares11, la Ley de Responsabilidad Penal del Menor que fue aprobada en 2000 con el apoyo de todos los grupos políticos del Parlamento, ha suscitado por parte de ciertos grupos ciudadanos una reacción adversa cuya concreción más nítida se encuentra en la campaña emprendida a favor de su reforma12. Así, la idea de infancia que va instalándose en las representaciones sociales tiene que ver con la de un colectivo amenazado a la vez que amenazante en el contexto de una sociedad cada vez más sometida al albur del riesgo. El llamado “bullying” (acoso entre iguales), que ascendió a la primera línea de interés informativo a partir del suicidio de un adolescente de Hondarribia, Jokin, en septiembre de 200413, muestra con toda claridad esta interpretación dual de la infancia. El “bullying”, a través de la confrontación simbólica que en se produce entre estas dos imágenes de la infancia (“en peligro” y “peligrosa”) representadas en niños agresores y niños agredidos, respectivamente, constituye una síntesis de gran interés del carácter dual de las representaciones vigentes. Los niños son percibidos en esta doble faceta, en la medida que las imágenes sobre la infancia oscilan en extremos valorativos que van desde los perfiles más positivos –en cuanto que víctima inocente de riesgos socialeshasta los más negativos –en cuanto agente causante de éstos-. Desde este punto de vista, se entiende que los niños precisan de mayor protección al mismo tiempo que de mayor nivel de control. En este ambiente, un eventual incremento de la demanda de un mayor nivel de participación social se desvanece y el énfasis sobre el control parece hacerse inevitable. Así, James y Jenks (1996) admiten que a raíz del caso Bulger la respuesta del gobierno británico ha ido en la dirección de establecer mayores mecanismos de control sobre la actividad de los niños. De este modo, los niños cada vez más se convierten 10 (…) “Eso le sucedió a Sandra Palo, una joven con discapacidad que fue secuestrada cuando retornaba a casa, violada, asesinada y quemado su cuerpo en un brutal crimen con participación de menores” (El mundo, 7-7-2003) 11 En los últimos tres años, los grupos especializados de Policía y Guardia Civil han detenido en España a unos 300 pederastas, la mayoría por distribuir material pornográfico en Internet. «Cada día hay más usuarios y es más fácil publicar estos contenidos en la red», explica un responsable de la Brigada Tecnológica del CNP. «La pederastia no es nueva, pero el desarrollo de Internet sí le otorga una dimensión y naturaleza nuevas». (ABC, 26-09-2003). : 12 “La madre de la joven Sandra Palo entrega en el Congreso un millón de firmas para cambiar la Ley del Menor” (El mundo, Martes, 18 de Enero de 2005) 13 “Jokin C. se arrojó al vacío desde las murallas de Hondarribia la madrugada del pasado 21 de septiembre tras soportar supuestamente durante un año "humillaciones y vejaciones constantes" en su instituto y "palizas" por parte de varios alumnos, entre ellos algunos hijos de profesores, según relataron fuentes próximas a la familia. El joven fallecido era un adolescente introvertido, aficionado a la informática y a Internet. Era buen estudiante, pero el instituto se había convertido en un infierno para él. A los pocos días del comienzo del nuevo curso la dirección del centro avisó a los padres de Jokin de que estaba faltando a clase”. (El Mundo Jueves, 30 de Septiembre de 2004). “El acoso entre escolares, un problema "tan viejo como la escuela" según los expertos, rompe la frontera del silencio. La muerte por suicidio, el pasado 21 de septiembre, de un chico de 14 años que sufría las agresiones de sus compañeros de instituto en Hondarribia (Guipúzcoa) saca a la luz un problema que surge en los centros y afecta sobre todo a los varones en la adolescencia. Más de tres de cada 10 alumnos de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) dicen haberlo sufrido alguna vez en su forma más suave, los insultos. El 4,1% reconoce haber padecido alguna agresión física, según el informe elaborado por el Defensor del Pueblo. Los expertos aconsejan mejorar la educación para la convivencia”. (El País, 04-10-2004). en objeto de atención controlada, en particular, en contextos que al mismo tiempo que pretendidamente controlables, se hacen cada vez más hostiles. Como ocurre con el horizonte – que por mucho que se avance en su encuentro, siempre se divisa a la misma distancia-, avanzar en mayores cuotas de control no asegura su conquista. A medida que mayor es el énfasis que concita, mayor es la dificultad de alcanzar un nivel aceptable de incertidumbre. En este contexto, no es extraño que se desarrollen toda una serie de respuestas para incrementar el control, por ejemplo, a través del establecimiento de sistemas de información que permitan conocer en todo momento la situación de los niños cuando están fuera del alcance físico. En Reino Unido, a partir de la ola de preocupación que produjo el asesinato de las pequeñas Jessica Chapman y Holly Wells, una pareja británica decidió implantar a su hija de 11 años un microchip bajo la piel para poder tenerla localizada en todo momento14. Muchos son los sistemas de control telemático que están siendo difundidos en relación con los niños: cámaras que se ocultan en los peluches para controlar, como es evidente, sin su conocimiento, a las “canguro”, o que se instalan abiertamente en las aulas de las guarderías y escuelas infantiles. De forma menos drástica que en el caso arriba mencionado, un grupo de investigadores de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) ha diseñado un sistema microelectrónico que permite a profesores y monitores controlar a los niños a distancia mediante un microchip colocado en las batas escolares15. Este cierto pánico generalizado provoca en los ciudadanos, en especial en los padres y madres, sentimientos de continua inquietud y sospecha, así como tentativas decididas hacia el control. En gran medida, esta situación está alimentada por la difusión que en los medios de comunicación tienen casos de secuestro y abusos a menores. El notable interés que este tipo de noticias suscita entre los espectadores no está exclusivamente pretensiones de los propios medios. Por ello, no sería motivado por las aceptable caer en una suerte de simplista “culpabilidad” mediática a pesar de la tendencia de los mass media por difundir, a veces con gran dosis de “morbosidad”, este tipo de noticias. Si esto sucede está provocado por una cierta construcción de la idea de “infancia”, cuestión –hay que admitirlo- de la que no es plenamente responsable. En efecto se ha producido un cambio esencial en la valoración de la infancia, en la actualidad simbólicamente muy preciada pero no en sentido económico (Zeliner, 1985). En concreto, el trascendente valor simbólico que adquieren los niños en nuestras sociedades, la cierta “sacralización” de la que son objetos en cuanto que representación de la continuidad existencial del ser humano (Gillis, 2003), hace que cualquier violación a su integridad pueda ser percibida en términos aberrantes. 4. La infancia como refugio de la burocratización social. 14 “Un conocido experto en cibernética de este país, Kevin Warwick, profesor de la Universidad de Reading, será el encargado de implantar en los próximos meses el diminuto artefacto en el cuerpo de la niña. Según Warwick, el transmisor, que mide unos 2,5 centímetros, se le introducirá bajo la piel del brazo o el estómago, en una operación con anestesia local que apenas llevará unos minutos”. (El País, 4 /09/2002). Beck profundiza en el análisis weberiano a partir de los efectos perversos del proceso modernizador, yendo más allá de las oscuras predicciones sobre el progresivo proceso de secularización, convirtiendo la “jaula de hierro” en “jaula del riesgo” (Gil Calvo., 2003). En ambos casos, el proceso racionalizador desencadena efectos no deseados que se traducen en un mayor o menor nivel de malestar. Una de las respuestas que aparecen en nuestras sociedades para frenar este desencantamiento social progresivo se halla en los nuevos medios de consumo, que a través de formas altamente burocratizadas tienen como fin el restablecimiento del encanto perdido (Ritzer, 2000). Las “catedrales de consumo”, concepto en el que se incluyen grandes ámbitos comerciales de bienes y servicios, constituyen instrumentos eficaces de sustitución del encanto místico de las sociedades secularizadas por otro de tipo fundamentalmente hedonista. A través de determinados escenarios ilusorios, se pretende recrear un “reino mágico” alejado de la realidad mundana. En estos entornos, en los que Disney es un referente fundamental, la burocracia se pretende minimizar a través de procesos aparentemente liberadores y pretendidamente encantadores. De alguna manera, a través de “predictibilidad”, calculabilidad” y “eficiencia” estas catedrales (en las que según Ritzer, se practicaría la “religión del consumo”) en el fondo buscan hacer desaparecer cualquier rastro de lo que significa la existencia burocratizada, evitando sus referencias deshumanizadoras y potenciando su aspecto “mágico, fantástico y encantado” (Ritzer, 2000; pág. 19). Para este objetivo de “reencantamiento” social, los referentes estéticos y culturales infantiles cobran especial interés. En un mundo cada vez más secularizado, la infancia se presenta como bastión de resistencia a la “racionalidad” adulta concentrando simbólicamente un universo alternativo a aquél. La infancia emerge, en este ambiente, como un mundo soñado en el que el adulto se refugia de las presiones y responsabilidades de la madurez (Holland, 1996) De tal forma que el universo simbólico de la infancia se conforma como un territorio pretendidamente atemporal en el que siempre es posible transitar aunque sea de forma imaginaria. Frente a la cronificación extrema del mundo moderno (Giddens, 1999) la infancia proporciona un espacio donde el tiempo parece escapar de las rutinas habituales, una especie de reino de “nunca jamás” al que siempre puede retornarse. Este mundo idealizado que esta “disneyficada” cultura de masas reserva a los niños se extiende, además, a los adultos que experimentan a través de ésta un cierto antídoto o, al menos, analgésico al vértigo social que se instala en el escenario vital. El imaginario infantil, de esta manera, provee a la industria del ocio de contenidos de gran eficacia a la hora de producir un efecto de encantamiento en una sociedad crecientemente des-ritualizada. Pero, además, emerge una fuente incontestable de encantamiento para el hombre y la mujer modernos que no se conforma artificialmente a través de este tipo de corporaciones, sino de forma muy “real” en las vidas concretas de la gente. Frente al carácter efímero y circunstancial de las relaciones entre individuos que proporcionan las sociedades contemporáneas, los hijos se conforman en la más estable de las relaciones. En un mundo en el que las biografías de los individuos se muestran cada vez más fragmentadas (Gil Calvo, 2001), y en que la familia tradicional (que entre sus rasgos contaba con la indisolubilidad del vínculo de pareja) deja de tener carácter de monopolio (Beck-Gernsheim, 2000), los hijos se convierten en un elemento de certidumbre. Como indica Beck, los hijos consiguen “dar sentido” a la vida de los sujetos, por encima de otro tipo de cuestiones, convirtiéndose aquellos en la principal fuente de encantamiento privado. El hijo se convierte en la última relación primaria que queda, irrevisable, intercambiable. La pareja viene y va, el hijo permanece. Por referencia a él se organiza todo lo que se desea en la relación de pareja, pero no es vivible (sic) en ella. Al volverse quebradizas las relaciones entre los sexos, el hijo consigue el monopolio sobre la relación de pareja vivible (sic), sobre una satisfacción natural de los sentimientos, que en otros ámbitos es cada vez más rara e incierta. (…) El hijo se convierte en último recurso contra la soledad que los seres humanos pueden emplear contra las posibilidades amorosas que se les escapan. Es la manera privada del “reencantamiento”, que gana significado con él. El número de nacimientos desciende. Pero el significado de los hijos, sube. Normalmente, no habrá más de uno. Para más de uno es difícil hacer todo este esfuerzo (el énfasis es del autor) (Beck, 1998; pág. 175). Pero además de ser fuente de estabilidad individual, la infancia se construye en factor de continuidad social en el sentido más profundo. En un mundo secularizado, para Gillis (2003) no es ya la muerte la que permite a los sujetos conectar con la idea de eternidad, sino que es el nacimiento de seres humanos lo que concede a las vidas de los sujetos un cierto sentido de trascendencia, aunque editada en clave racional. Los niños se han convertido en (…) símbolo (token) de eternidad, prueba de que algo preexiste en esta vida efímera. (…) Nacer y morir se han intercambiado. Ahora es un nuevo nacimiento más que la muerte de una persona lo que proporciona una ventana a la eternidad (Gillis, 2003; pág. 156). La infancia se convierte en contrapeso de la incertidumbre fundamental que supone el final de la vida. Es decir, junto a lo que en otro momento de estas páginas hemos referido como tendencia a entender la infancia como “refugio” simbólico frente a tiempos de incertidumbres vitales, fruto de las tendencias individualizadoras a la que alude, por ejemplo, Beck (2003), la infancia se convierte en elemento crucial de “reencantamiento”, en cuanto que proporciona respuestas a la perdida del sentido de la eternidad después de la muerte. Pero a diferencia de las sociedades tradicionales, el sentido que se confiere a la infancia es ahora básicamente “racional”. Frente a la idea fundamentada en la fe, y por tanto irracional, de la existencia de vida después de la muerte, la permanencia simbólica de la existencia humana a través del tránsito de generaciones se convierte en una especie de logro de un anhelo de trascendencia, logrado por una vía alternativa a la de la fe religiosa. El niño, de este modo, adquiere un estatus en cierto sentido sacralizado (Zeliner, 1985), sólo en cierto modo comparable al que adquieren las “catedrales de consumo” antes aludidas. 5. Conclusiones. Si la modernización significó un tránsito hacia la creación de un nuevo concepto de infancia, coincidiendo con la extensión de la escolarización y exclusión de los niños del mercado de trabajo, la postmodernización, desde la perspectiva del riesgo, vendría a significar una acentuación de la idea de modernidad. Si la modernidad representa control sobre el riesgo que afecta a la infancia, la postmodernidad no puede ser interpretada de otro modo que no implique un mayor acento en los sistemas de control o, si se prefiere, en los mecanismos de protección. Los riesgos que afectan a la infancia resultan cada vez más intolerables desde cualquier punto de vista y la idea de “centralidad trascendente” de la infancia actúa en el seno familiar convirtiendo al niño en objeto fundamental de atención (“chil-centered” family). Cabría interrogarse por los efectos perversos de esta nueva posición del niño; en concreto, en un sentido paralelo al que Weber aludió en torno a las burocracias, cabría preguntarse si la extrema búsqueda del control sobre el riesgo puede estar derivando en la creación de una suerte de “jaula de protección” que lejos de lograr leste objetivo protector, colaboraría n producir justo el inverso. O, dicho de otro modo, las “jaulas protectoras” pueden estar conduciendo a través de la apelación a los riesgos “excepcionales” a la acentuación de los riesgos “normales”, que residenciábamos en los procesos de socialización. Una dimensión fundamental a través de la que se reconoce la idea de “jaula protectora” se refiere a la centralidad consumista del niño en la familia (Mc Neil, 1992) a través de la que se pretendería garantizar la vigencia de ese reino (celestial) de protección. Entendemos que estas prácticas de proliferación consumista –a través de las que, además, se compensa la ausencia física de los padres en un contexto laboralmente muy exigente- podría estar condicionando la visión del niño respecto del mundo como un espacio donde todo se puede conseguir y en el que no existe lugar para la frustración. La “jaula protectora” puede sustraerlos de la realidad circundante durante más o menos tiempo, aunque ésta inevitablemente emerge, de forma definitiva, cuando llega la adultez y, con ella, un mundo de responsabilidades en el que, eso sí, quedará la infancia como recurso para el reencantamiento. La tesis de la desaparición de la infancia (Postman, 1982) destaca la progresiva difuminación de los límites que separan el mundo adulto y el infantil. Esto significaría una quiebra del modelo a partir del cual el espacio infantil estaría sometido a la protección –y control- de los adultos frente a los riesgos que enfrentaría nuestra sociedad. Para otros autores, en cambio, los procesos de énfasis del riesgo están produciendo como resultado la consolidación de los perfiles de separación entre los ámbitos adulto e infantil, en cuanto que legitiman la introducción de mecanismos adicionales de protección y control (Hood-Williams, 1990). Se tratan éstas, por tanto, de interpretaciones frontalmente divergentes sobre el mismo fenómeno. Mientras que para los primeros, la relación de los adultos con la infancia se caracteriza por la pérdida de posibilidades protectoras, consecuencia fundamentalmente del acceso a los medios de comunicación de masas y el consiguiente intromisión de los niños en los “secretos de los adultos”, para los segundos, lo realmente relevante es el mantenimiento de mecanismos protectores, crecientemente controladores, que pueden estar cambiando sus contornos tradicionales aunque no su contundencia. Nuestra opción teórica se inclina por la segunda de las posiciones y en torno a ésta ha girado el análisis sobre el “riesgo” como elemento favorecedor del control infantil y sobre el “encantamiento” como recurso de los adultos para enfrentar una existencia crecientemente vertiginosa. En conclusión, ante este indiscutible cambio de escenario macrosocial, nuestra propuesta se muestra a favor de una mayor profundización en vías participativas, en que los niños accedieran a concursar en el proyecto social común de acuerdo a sus posibilidades, en lugar de imprimir mayor énfasis en el control. 6. Bibliografía. Archard, D. (2004). Children. Rights and Childhood. Routledge. Londres. Beck, U. y Beck-Gernsheim, E. (2003). La individualización : el individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas. Paidós, D.L.. Barcelona. Beck, U. (1998). La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad. Paidós. Barcelona [etc.]. : Buckingham, D. (2000). After the death of childhood : growing up in the age of electronic media. Polity Press. Cambridge. Casas, F. (1998). Infancia : perspectivas psicosociales. Paidós. Barcelona. Esping-Andersen, G. (1993). Los tres mundos del estado del bienestar; [Traducción de Begoña Arregui Luco]. Alfons El Magnànim. Valencia. 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