Mujer SociedadY Chile Compiladores: paz Cwarrubias Mando Franco FONDO DE LAS NACIONES UNIDAS PARA LA INFANCIA LA IMAGE N DE LA MUJER ARI STOCRATl CA HACIA EL NOVECIENTOS LUIS BARROS XIME NA VERGAR A 1 Se pretende abordar aqu í el significado de la mujer en tanto miembro de una clase determinada y en una época dada , a saber: la oligarquia chilena a comienzos de este siglo. El interés se centra en la concepción que se tuvo ent onces de la mujer. En otras palabras, preocupa ese conjunto de creencias, de valores, de sentimientos, que urden la imagen que se proyecta sobre la mu jer, definiendo lo que se espera socialmente de ella. Cabe insistir que esta visión es la constru ida y proyectada por los miembros de la oligarqu ía sobre sus congéneres femeninos. De ningú n modo se intenta entreg ar una visión más genérica de mujer. Ahora bien, se ha rastreado esta imagen fundamentalmente en la novela de la época. El énfasis en este t ipo de producción simbólica obedece a lo siguiente: dadas las condiciones sociales de entonces, la imagen de la mujer no aparece, o aparece muy desdibujada, en otro tipo de expresiones cultu rales. Esto no es de extrañar, pue s en la época se concibe a la mujer confinada en lo doméstico y cotidiano. y es en la novela, precisamente, donde se traen preferentement e a colación estos ámb itos de la realidad. Así, la novela presta a la mujer el rol protagónico qu e otras manifestaciones simbólicas le niegan. Por último, conviene insistir que se hará referencia a un pasado cuya extrapolación al presente puede ser dudo sa y, en todo caso, arriesgada. Bastante agua ha corrido bajo los puentes . .. ni siquiera se sabe si lo que hoy se considera vulgarmente una mujer de clase 230 alta, tuvo nuación. LUIS BARROS Y XIMENA VERGARA O no una abue la como la mujer que se describirá a contí- II En la construcción de las imágenes sobre la mujer las relaciones sociales juegan un papel crucial. ¿Qué qui ere decir esto? Hombres y mujeres están inmersos en una red de relaciones que, en última instancia, consolida clases sociales. Hombres y mujeres, por consiguiente, hacen la experiencia de pertenecer a una clase determinada. Es, básicamente, a partir de esa experiencia que se construye un mundo de significados compartid o, cuya generalidad trasciende los sexos. Así, por ejemplo, y en el caso qu e pr eocupa, hombres y mujeres participan, en virtud de su calidad de miembro s de la oligarqu ía. de un mismo universo simbólico que se sintetiza en el sentimie nto de lo aristocrático. Es en este sentimiento, y en todo lo que subya ce a él, donde hombres y mujeres de la oligarquía encuentra n su identidad más profunda . Tanto es así qu e las definiciones de lo femenino y lo masculino no logran desvirtu ar la comuni ón qu e surge a pa rtir de lo aristocrático. Piénsese, por ejemplo, cuánto entraña n de común los términos de señor y señora, o de caballero y gran dama. Términos como éstos, sin negar las diferen cias de sexo, revelan la primada de la pertenencia a una clase, al extremo que no evocan tanto lo mascullno O lo femenino. como lo.s atributos genéricos de la clase. Entonces, los ideale s asociados a un grupo se proyectan a sus miemb ros sin consideraciones de sexo: hombres y mujeres de la olio garqu la se encuentran en lo señorial; lo masculino y lo femeníno pa san a ' ser la variación de un mismo tema. Esta perspectiva impone, sin duda, un ord en determinado de análisis. Para responder a cuál es la imagen de la muj er aristocrática, es preciso interrogarse previament e acerca del significado de 10 aristocrático. La comprensión de esto último remite a la cosmovisíón propia de una clase, en la cual la per cepción de lo femenino es sólo una especrñcecíén. Lo aristocrático, dicho en t érminos muy simples, corresponde al sentimiento que surge de una convicción de superíoridad sobre los demás. Esta convicción puede esgrimir distintos fundamentos, acusar diversos signos, pero establece siempre una jerar quía tajante entre quienes se reconocen en esta creencia y el resto de la sociedad. Lo aristocrático equivale, pu es, al sentimiento de excelencia, a ' la idea de estar situado en la cumbre, y a la certidum bre de la inferioridad de los arras. Esta idea deriva de una visión de 10 social que postu la LA ¡"fACE N DE LA MUJER ARISTOCR.-\TICA HACIA EL 900 231 diferen cias insalvabl es en la naturaleza misma de los bombres. Esta suerte de esencialismo constituye lo intrínsecamente aristocrático. El supu esto de una jerarqu ía natu ral y, por ende, hereditaria, confiere a la superioridad aristocrática la connotación de destino: no es algo a conquistar, algo por lo cual quepa afanarse y bregar; es, por el contrario, algo determinado originalmente y que ma rca de una vez para siempre a los hombres. De más está decir que concepciones que postulan lo social en términos de pacto o de dominaci ón, impiden que la superioridad de que gozan algunos se revista de la connotación aristocrátic a. Una noción casi genética de la superioridad de unos sobre otros, encuentra obviament e asidero s610 en condiciones sociales muy pecu liares. Crosso modo, la discriminaci6n social debe manifestarse de modo tal que, sin violenta r esa realidad en demasía, pueda interpretársela como mero reflejo de una jerarquía natural. Esto es justamente lo que se da en Chile hacia el novecientos. La sociedad está escindida en una oligarquía qu e concentra en sus manos todas las fuentes del poder y de la riqueza, así como los signos del prestigio, y en una masa popular desposeída e ignorante. Más aún, la organizaci6n social de la época, cuya base primordial sigue siendo la instit ución de la hacienda, hace de la oligarq uía una cIase relativamente ociosa. Las diferencias que zanjan, pu es, entre la oligarquía y el pueblo son tales, que no resulta antojadi zo que la pri mera perciba a este último como sustancialmente diferente e inferior. Mientras ella está liberada del trabajo y monopoliza el gasto, el refinamiento, las maneras exquisítas, el consumo de los productos modernos, la ap('rtur a a lo extranj ero, en suma, todas las posibilidades que le abren sus privilegios, la masa popular está condenada al trabajo y aparece ron las maneras groseras, la tosquedad, el desaliño, la fealdad, vale decir, todo aqu ello que acompaña su miseria e ignorancia. Ahora bien, ¿qué contenidos más específicos tiene lo aristocrát ico para la oligarquía chilena? ¿De qué creencias y valores se nut re? Por últímo, ¿a qué romportamiento o estilos de vida conduce todo esto? El fundament o de lo aristocrático radi ca en una serie de creen. cías y valores religiosos que cristalizan en una suert e de visi ón mítica del mund o. No está de más aclarar que, si bien esta visión apela a muchas de las creencias de la fe católica, no corresponde necesariamente a ninguna teología o doctrin a explícita. ~I ás aún, esta visíón puede juzga rse incluso como aberrante o falsa desde el pu nto de vista de los dogmas oficiales. En todo caso, lo más esencial de ella es la escisión de la human idad en dos partes bien diferenciadas, según su naturaleza y destino. D e un lado, existe una hum anidad plena, dotada ." LUIS BARROS Y XIME NA VERGARA de una cond~cia trascendente y ungida de la dignidad de estar hecha a semejanza de Dios; del otro, )'ace una humanidad en ciernes, atada fuertement e al instinto y que requiere ser redimida. Il e aqu1 la natural superiorid ad de unos )' la inferioridad intrínseca de otros. He aquí también la fuente de lo aristocrático. Para evitar una descripción demasiado abstracta acerca del dev. tino que estas creencias marcan para los hombres. sea permitido recurrir a un pasaje liter ario de la época, revelador de las ideas religiosas que animan lo aristocrático. tra ta de la celebración en rol campo del 8 de diciembre, dia de la Inmacul ada Concepcí éo, Al repique de las campan a.~ , los EeU· grt"St'S van llenando la peq ueña iglesia campesina, La aldea está enclavada en las tierras de la má~ grande hacienda de la zona. Los parroquianos son, pu es, los inquilino.., trabajadores y empleados del hacendado Don Francisco de Mact'd a. Don Fra ncisco ha hecho construir la iglesia y asiste con sus limosnas al cura, cosa q ue éste pueda remediar en algo la miseria de tantas manos exte ndidas. Son las nueve de la mañana y cente nares de hombres de trab ajo se alinean ya al fondo de las naves. Han dejado en el rancho sus Illjst'ria~ , reviso tí éndose de júbilo para venir en pos del caudal de la misericordia. El Cristo, majestuoso en su dolor, recibe sus súplicas, trastrocando en promesa de eternidad aquel desgajarse de gemidos por las crueldades de la vida. La sangre de Cristo les devuelve el deseo de vivir; no temen los días amargos de trabajo ni los secnñctos, armados }'a del lema consolador: mañana será el descanso. Ellos han mirado siempre las Dagas de Cristo crucificado. Es más, su propia miseria los identifica con Cristo en la cruz y, por virtu d de aqu el martirio, arráncame de la brutalidad de sus instintos,. haciéndose buenos )" sufridos ... Son ahora más de las nueve de la mañana y no asoma aún Don Francisco }' su familia. ¿Se habrán olvidado de la gente que aguarda La misa de función? Un grito de alegría va a animar el cansancio de la espera. IYa vi ene el lrreack del patrón, )"a viene! ¡Todo sonríe en la milagrosa mañana! Envuelto en la polvareda llega el brf'ack. Des , cienden Don Francisco y su familia. Los trabajadores les abre n cemt no basta la fila de reclinatorios dispuestos justo frent e al altar. Camienza entonces la ceremcnta, Cá nticos, senn6n, oracio nl'S . . . lI a terminado la misa. Los trabajadores acud en ahora al pat io de la iglesia donde se les sirve un suculento desayuno, regalo tambi én de Don Franc isco. Al momento de despedi rse, éste ent rega un pap el al párro co. ¡Diez mü pesos para los pobres! ¡Bendito sea Don Francisco! La noticia cunde entre las gentes y todos corean el nombre del patrón. Don Fran cisco se ba portado como un gran cristiano que devuelve LA IMAGEN DE LA MUJER ARlSTOCRATICA HACIA EL 900 233 a su SE'óor el préstamo de las dádivas recibidas. La fiesta ha terminado 1. Esta escena no deja dudas acerca del lugar y la misión de cad a cual a'lul en la tiena. El pueblo se vacía en la imagen de Cristo crucificado. Su destino es la redención. Para ello deben imitar la pasión de Cristo y asumir una vida de trabajo y de penu rias. Así como el dolor divino les abre las puertas del cielo, su propio dolor humano los limpia de su naturaleza bestial y prim itiva. De ellos y para ellos es el valle de lágrimas. Sufridos, se harán buenos, crucificados al trabajo y a la pobreza serán salvados al momento de la muerte . La sangre de Cristo les ha abie rto virtualmente las pu ertas de la etern idad, pero su redención se juega aquí en la tierra. Cristo ha quer ido, sin embargo. darles no sólo la esperanza de salv ació n, sino también el ejemplo de romo hacer para convertír esta esperanza en realidad. Templando su naturaleza en los esfuerzos del trabajo y en la, aflicciones de la pobreza, lograrán sublimar la depravación de sus instintos. He aquí su camino de redención. ¡Qué distinto es el caso de la oligarqula! Para un Don Francisco y sus congéneres no hay tal identificación con el Cristo en agonía. Su naturaleza ha sido ya redimida La gracia divina ha convertido su vil materia en naturaleza espiritual El don de una conciencia trascendente ha cortado en ellos las ataduras del instinto. La divinidad ha querido reconocerlos en vida como hijos suyos. De allí que no les corresponda identificarse con el dolor de Cristo, sino más bien con la gloria de Dios Padre . La dádiva del espíritu los ha convertido en dignatarios de la verdad divina. Su conciencia accede a los designios del Todop oderoso y su misión equ í en la tierra es cwnplir, con la fidelidad del hijo, la voluntad del padre. Su debe r es ser mandataríos del orden sobrenatu ral aqu í en la tierra. Para ello deben actuar el rol providencial en este mundo. A imagen de Dios Padre. deben comportarse paternalmente frent e al pueblo. Tienen la obligación de disciplinarlo con su aut oridad. de templar su naturaleza. haciéndoles compre nder el milagro moral qu e surge de la resignación, de castigarlos por cualquier rebeldía, de inculcarles costumbres acordes con la ley di vina, Deben, por último. actuar misericordiosamente v asistir con su caridad a la humanidad sufriente. Estos derechos v deberes corresponden a su condición de dignatarios de Dios. AsI, l~ ética que prescribe para ellos la creencia religiosa es, justamente, una ética de la dignídad. Es en esta idea de dignidad donde la oligarquía 1 Maria Luisa Femández de Ca rc~ .Hu ¡dobro, LA Maria del CanTl"TI . Imprenta Carel, Santiago, 1930. 2" LUIS B..\ R ROS y XIME¡';A VERCARA fundam ent a su sentimiento de supe rioridad. Los términos de señor y señora con que se designa a los miemb ros de la oligarquía no en vano corresponden etimológicamente al significado de portadores de las señas del Espíritu '. Lo dicho hasta aquí inspira desde ant año Jos sentimientos de superioridad de la oligarquía y se vincula históricamente a la creación y persistencia de la hacienda. Ello tra dúcese, a su vez, en ciertas pautas qu e configuran un modo de ser y un estilo de vida peculiares. Se esbozan a continuación algunos de los rasgos esenciales de ese modo de ser. Que lo aristocrático se identifiq ue con la calidad de dignatario de un orden sobren atu ral implica que el aristócra ta debe responsabimane de ciertas tareas. Depositario de las cree ncias y valores que traducen supuestame nte la volunta d del Creado r, el se ñor tiene la misión de transmitir esta tradición a su descendenc ia. Debe iniciar a sus hijos en los secretos de la Revelación, imbu yéndol os de la dignidad de su estirpe. No debe sólo enseiiarles lo que significa haber nacido señor, sino que está también obligado a vigilar constantemente la fidelidad de sus hijos a los preceptos que supone la superioridad. Debe tra tar, además, de arr ojar cierta luz sobre la inconciencía del pueblo, mostrándole sus posibilidades de red ención y enca uzándolo, a través del tra bajo y la resignación, a la superación de sus bajos instintos. Su responsabilidad es intentar moralizar las costumbres del pue blo, inculcándoles el temor de D ios y frenando sus vicios y pasiones. Vemos, pues, que la investidura del señor ent raña una tarea. Esta no es otr a que la de ejercer la tutela moral de la familia ). el pu eblo. Cabe destacar que dicha tut ela ha de ejercen-e en un ámbito claramente definido y que se circu nscrib e a la familia. los trabajadores y la servidumbre del señor. Dadas las condiciones sociales de la época, el señor encuen tra al pue blo encamado en los inquilinos de su hacienda y en el servicio doméstico de su casa. Es sobre esta fracción de pueblo que él ejerce lo que podría llamarse su jurisdicción moral. Tanto es así, que por familia enu éndese. en la época, lo que 1& religión denomina entonces con ese nombre: no sólo los hijos, sino también los sirvientes y tr abajadores ligados directamente al señor 3 . Cccviene recalcar que esta ooncepcl6n , si bien a nida en la concie ncia oligárquica chilen a. est.f. lejos de ser una construcción origi nal. Se trata, 1lllI)' p OI el contraríe, de un produ cto simbólico acuñado en Euro pa y ligado a los tirmpol del feudalismo y de las monarqu ias tenid as cerno de derec ho div ino. , Crescente Enizu.iz, Algo de lo qu e he visto. Editorial Nascimento, Santiago, 1934. 2 LA IMACE N D E LA MUJER ARISTOCRAT ICA H ACI A EL 900 235 Junto a la misión tutelar, el señor debe asumir el rol providencial. Es decir, está obligado a protege r a los suyos de las vicisitu des mat erial es de la vida . Le corresponde preocu parse de las necesidades de subsistencia de sus tutelados, asistiéndolos caritativamente y veland o no sólo por su salud moral, sino también fisica. En t érminos ideales, nada de lo q ue acontezca a su propia familia o a sus trabajad ores puede resultarle ajeno. Ambas tareas implican que lo aristocráti co se realice fundamentalme nt e a tra vés de la condici ón patriarcal. Esta, como se acaba de ver, comp rende los lazos de padre y patrón. Sólo que en este último caso, y dad a la natur al inferioridad del pueb lo, la tutela del señor supone somet er al otro al trabajo. Cabe subray ar que el vínculo patriarcal exige una relación personal y directa con el otro. Actuar como padr e y patrón es algo intransferi ble y qu e no corresponde delegar. Se tra ta, ad emás, de una atadura que compromete casi toda s las esferas de la vida. Para ejercer su tu tela y Sil providencia, el señor debe inmiscu irse en el cotidiano del otro, ejerciendo un gobiern o casi ab soluto sobre los suyos. Por último, su gobi erno de los demás tiene la intransigencia propia del adulto consciente )' responsable que debe velar por sus criaturas. Que lo arist ocrático imponga al señor tareas que deben reali zarse dentro del ámbito familiar explica que el estilo de vida pa triarcal exalte lo doméstico y lo cotid iano. Es justam ente al interior del hogar y de la haciend a do nde el señor logra plasmarse como superior. La expe riencia qu e nutre su sentimiento de excelencia DO es otra que la del vínculo de pad re y patrón que establece con los suyos. No es de extrañ ar, pues, que el modo de ser patriarcal valorice por sobre todo lo doméstico. Cualquier tipo de relación que pueda establecer el señor al margen de lo doméstico carece de la posibilidad de expre sar la tutela moral que exige lo aristocrático. De allí que el estu dio, el arte, los viajes, incluso lo económico y, en cierta m edida. lo político, result en esferas relat ivamente secu ndari as desde el punto de vista de la realización aristocrática. Esta se juega en el recogimient o de ese pequeño mundo donde se anudan las relaciones familiares)' de pa tronazgo. La valorización de lo doméstico marca ciertas pautas de sociabilidad. En prim er lugar, y en lo que se refier e a las relaciones con inferiores, el tr ato no es meramente utilitario. :'\0 se percibe ni se actúa frent e al infe rior como si fuese simp lemente un recu rso al cual echar ma no. La relación con él, por el con trario, está teñida del personalismo q ue supo ne lo patriarcal. As!, el inferior no es sólo un instrum ent o del cual puede valerse el señor, sino también una criatura LUIS BARROS Y XIMENA VERCARA desvalida y menesterosa frente a cuya miseria no cabe la indiferencia. En segundo lugar, y esta vez en lo que atañe a los lazos entr e iguales, la sociabilidad acusa ciertos rasgos ba stante sugerentes. Ella privilegia también lo doméstico, circunscribiendo las relaciones principalment e a la parente la, los amigos íntimos y el vecindario. Este círculo se amplía y cobra un tono más mundano sólo ocasionalmente. Pero lo que conviene subrayar no es tanto que esta sociabilidad se confine a lo doméstico, como el que la anime una intención que refleja, nu evamente, los principios de tutela y caridad. Se trat a más que nada de manifestar solicitud hacia los demás. Si se reúnen unos con otr os es por el deseo de participar solidariamente de las alegrí as y penurias del círculo familiar . Fest éjanse días de santo, bautizos, matrimonios, tomas de hábito s; acomp áñanse velorios y entierros; visitase a los enfennos ; se despide y recib e a los viajeros. Lo que está ausente, en general, es la reun ión orient ada por el mero afán de entretención o lucimiento. Por último, DO puede dejar de mencionarse la sencillez propia de esta sociabilidad. Cuando lo decisivo se juega en el seno de la familia, sobran, si pudiera decirse así, el lujo, las apariencias, los ma nerísmos. Esta sencillez se aviene no sólo con el culto rendido a lo doméstico, sino también con la modestia económica que cara cteriza a la oligarquía tr adicional. La hacienda arroja, en general, rentas de poca monta. La riqueza, por consiguiente, ha sido algo más bien excepcional para la aristocracia terraten iente. Así como el estilo de vida patriarcal enfatiza lo doméstico, exalta también el apego a la tradición . D espu és de todo la visión religiosa que lo anima concibe un mundo tan pred eterminado, que no debe extrañar la adh esión a lo ya establecido. La bondad de las ideas, usos y costumbres se hace descansar en el carácter inveterado de las mismas y nada resulta más deseabl e qu e el sosiego que da lo rutinario. Tí éndese a rechazar lo novedoso, lo aventu rado , lo extranjero y la curiosidad tíénese como una actitud malsana. Se está en un mundo hecho ya de una vez para siempre y cuya plenitud se manif iesta precisamente en que las cosas suceden con las formas y el ritmo acostumbrado. Sea penn itido recurrir nuevamente a la literatura de la época para ilustrar lo dicho basta aqul. Tr átase del pasaje de una novela en que un forastero , ajeno al mundo aristocr ático, comparte la mesa de una familia tra dicional. Lleno de prevenciones al comienzo, el personaje va cediendo al ambiente hasta convencerse qu e ha conocido por fin el verdad ero espíri tu de lo aristocrát ico. lit' aqu í sus imp resiones; •. . . le pareció que se hallaba en un convento, de tal manera le sobrecogía la sencillez monacal de las costu mbres, la falt a absoluta LA IMAGEN DE LA MUJER ARlSTOCRATICA HACIA EL 900 237 de afectación, la ausencia de vanidad y de exhibicionismo ... No bajarían de veinte los que se sentaban a la mesa, entre ellos el cura del pueblo y el jefe de estación, ambas persona~ modestas, a quienes se trataba con vieja cortesía caste llana, ofreciéndoles los primeros platos y los mejores trozos. Y se notaba en todo, en el tono de las conversaciones, en la actitud de los invitados, en el aspecto general de la mesa, en la familiaridad patriarcal que allí reinaba ... en la manera de circular de los sirvientes anti guos, en el servicio silencioso y puntual, qu e allí hab itaba raza de antiguos y rancios hida lgos ... el respeto de las viejas trad iciones que se imponían, el sentido respetuoso de las distancias . . . Se hablaba poco, se comentaba con tran quiüdad los acontecimientos que referían los diarios, sin exageraciones, sin elevar la voz. y en aqu ella familia religiosa se habl aba de la fortuna con ligereza de buen gusto, como haciendo notar que para ellos no era lo más importante ... Don Evaristo (el due ño de casa ) ayudaba a los suyos ( sus inquilinos ), les prestaba dinero, les daba medicinas en sus enfermedades, y Elisa (la sobrina del hacendado ) en persona les atendía, visitaba a las mujeres, les hacía ropas a los niños, llevaba limosnas y consuelos" ~ . Ahora bien, lo expuesto hasta aquí corresponde a la mentalid ad que ha orien tado tradi cionalment e a la oligarqu ía. En otras pa labr as, el modo de ser patri arcal ha surgido históricamente junto con la hacienda, remontándose luego a un pasado que se pierde en los tiempos coloniales. Desde entonces, y hasta mediados del siglo pasado, influye sin contrapeso en la conciencia oligárqu ica. Hacia 1850 comienzan, sin embargo, a ocurrir una serie de cambi os que, sin lograr desterrar la mentalidad trad icional ni acabar con la preeminencia social de la hacienda, introducirán nuevas creencias, valores e instituci ones. No es del caso entrar aqu í en mayores explicaciones ni detalles. Basta señalar que , de todo lo ocurrido entonces, el resultado más decisivo es la irrup ción del dinero por cauces ajenos a la haciend a y en caotidade s sin parangón con la modestia económica que ha caracterizado al pasado. No es del caso plantearse aquí la dinámica de los camhios ) ajustes sociales acaecidos a partir de la segund a mitad del siglo pasad o. Se dirá sólo que el dinero fluye, pr imeramente, de la expansión del sector minero exportador nacional y luego de la constitución del enclave salitrero; que da pie a U ll proceso de relativa seculariza. ción de las ideas e instituciones; que mantiene, no obstante, prácticamente incólume la base agra ria del poder de la oligarquía, sin suplantar la relación patrón-inquilino como pilar de la dominación; que ~ Lub Orreg o Luce, En familia . Empr"u Zig·Zllg, Santiago, 1912. LUIS BARROS Y XIMENA VERCARA abre la posibilidad de vivir una opulencia hasta entonces desconocida para amplios sectores de la oligarquía. Es necesario detenerse precisamente sobre este último hecho. ¿Qué significa esta opulencia desde el punto de vista de lo aristocrático? La oligarquía , merced a su nueva riqueza, accede abara al consumo conspicuo. Es más, por razones que sería largo exponer, destina al consumo gran parte de su rique za, absteniéndose, en general, de darle un empleo produ ctivo. Se le han abierto las puertas del fasto, de la elegancia, del derroche en toda suerte de caprichos y extravagancias. Tanto es así qu e la oligarquía puede entregarse ahora a una actividad que antes le habría estado vedada. Se trata de lo que el decir de la época identifi ca como el "buen tono". Este apunta a una vasta gama de patrones de conducta curo denominador común es el de estar regidos por la moda, vale decir, por esa convención que define todo aquello qu e es tenido por elegante y refinado. De manera asaz voluble, la moda erige usos y adem anes, lugares y cosas, formas de reun ión y aficiones, en símbolos de suprema distinción. Vasta es la imaginería de la moda; ella puede, sin embargo, resumirse en una actividad : el consumo conspicuo que busca exhibirse en un pennanente y aparatoso ceremonial mundano. Noches de gala en el Teatro ~lunicipal, kermesses de beneficio, veraneo s en Viña del Mar, concursos en el Club Hípico, ba iles de etiqueta y de fantasía ... He aqu í lo que bacia el 900 se da en llamar "el Gran Mundo ". Para los sectores más afortun ados de la oligarquía, envueltos ya en la vorágine del consumo, el buen tono pasa a identificarse con lo aristocráti co. Junto al viejo sentimiento de superioridad moral, fincado en las creen cias y valores religiosos tradicionales, surge ahora el sentido de excelencia asociado al dinero y a sus posibilidades de vida mundana. Junto a la imagen del señor y la señora como encarnaciones de lo aristocrático, yérguese ahora la figura del bombre y la mujer de buen tono. Para precisar más los contenidos de este nuevo ideal aristocrático, puede recurrirse una vez más a la literatura de la época. Un hombre de mundo entre ga, en sus memorias, una visión de lo que él vivió como el colmo de lo aristocrático : .... . inmarcesibles noches del Teatro Municipal, la sala espléndida, a la altu ra de cualquier teatro europeo .. . la etiqueta con que alU se presentaba el selecto público y el lujo en joyas y vestidos en nuestras damas , imposible de restituir hoy y qu e se recuerdan como un cuento de hadas, como el .rummum de los agrados de aquellos tiempo s. El faltar a la ópe ra era como faltar a misa . . ...' . 6 Eduardo Balmaceda Valdés. Un mundo Santia&o. HNl9. qU/1 16 fue . Ed itorlal André¡ Bello, LA IMAGEl' DE LA MUJER ARISTOCRATICA H.o\CIA EL 900 239 Lo que interesa subrayar es qu e el dinero ha introducido una nueva vertiente pa ra la definición de lo aristocrático. Esta no solo se aparta de las ideas y el estilo de vida patriarcales, sino que incluso los contradice. E l aristócrata se adjetiva ahora con t érminos como ele. gante, refinado, de buen porte, elocuente en el hablar. galante. Su nuevo lema es savoir-viv re, sacair-faire. Su preocupación por conquistar dinero y derrocharlo en el Gran Mundo lo saca de lo doméstico para volcarlo febrihnente en el mundo de las finanz as, de la bolsa, de la especulación, del club , del teatro, del viaje a Europa. Su sociabilidad desborda Jos limites de la familia, de la parent ela, de los amigos, y persigue sobre todo la diversión y el lucimient o. Su prestigio se juega en lo que se designa entonces como la "circulación social" y que no es otra cosa que concurrir con la mayor frecuencia a los lugares de moda y ser participante asiduo del rito mundano. Su sometimiento a los dictám enes de la moda lo lleva a importar sus hábitos y usos desde Europa, revistiéndose, al menos de apari encias, de un marcado cosmopolitismo. Por último, las costumbres de antaño - tan ligadas a lo campesino y. por ende, compartidas en buena parte por los señores y el pueblo- percíbense abora como vulgares y groseras. Pero lo anterior revela algo mucho más sustantivo: que el sentimiento de supe rioridad se nutra del buen tono significa qu e la realización de 10 aristocrático pu ede ahora prescindir del vínculo con el pueblo. Desde el pun to de vista del dinero y del Gran Mundo, lo aristocrático se encama en el consumo a la moda . Esta actividad no req uiere obviamente de la presencia del pue blo. Es más, el ceremonial mundano donde cada cual exhibe su consumo, logrando así identidad de aristócrat a, es algo qu e puede darse exclusivamente entre iguales. vale decir, entre los poseedores del dinero. Quienes son vistos como inferiores result an absolutamente insignificantes en este contexto. Su presencia es innecesaria, pudiendo cobrar, en el mejor de los casos, el significado de un elemento más de la util ería mundana: mozo de librea, chófer, maltre, coiffeur, etc. Si pudiera decirse así, el di nero ha colocado a la oligarquía, mejor dicho, a un buen número de sus miembros, en una suerte de Olimpo: para sentirse superi or le basta abora el mero espectáculo de sí misma. IQué distinto es esto al modo patriarcal de manife star la id ea de superioridadl H emos visto ya que la tr adición amarra lo aristocrático a la idea de digni dad y a los deberes de t utela y de providencia que ella supone . Son superiores quienes han sido llamad os a realiza r y transmitir el orden sobrenatural. La superioridad no es otra cosa que la estatura moral que confiere esta misión. La concepción de aristocracia entraña. necesariamente, la idea de servicio a los valores que ,<O L ULS BARROS Y XIMENA VERCARA conírgurerían la voluntad del Hacedor. Qu ienes están asignados a cumplir esta tar ea mal pu eden encerrar se en un Olimpo ; por el contrario, su misma misión los vincula definitivamente con el pu eblo. Unicamente ejerciendo las calidades de padre y señor, de patriarca y patrón, podrán garantizar la obediencia a esa disposición concertada de las cosas. Es en este punto dond e el dinero y el bu en tono niegan la tradi ción. Ambos redu cen la idea de ar istocracia a la de autosuficiencia, a la de una perfección acab ada en sí misma, al extremo qu e para realizarse le basta COIl exhibirse. En suma, mientr as para la tr adición lo ar istocrático se juega en el vinculo entre supe riores e inferiores, pa ra el buen tono lo aristocrático se encama al margen de esta relación. Visto lo anterior, no es de extrañ ar qu e el Gran Mundo sea un ámbito absolutamente excluyente y aislado por completo del resto de la sociedad. Prueb a de ello es qu e sus cultores hacen abandono de la hacienda y de sus t areas de pa trona zgo. Para el hombre de mundo la hacienda no es más que una fuente de rentas, la posibilidad de crédi to fácil, el tr ampolín p ara una cierta posición política, el lugar de veraneo. Hacia el 900 existen, entonces, dos versiones de lo aristocrático. No corresponde entrar aquí a analizar por q ué el mundo del dinero y del bu en tono no ha logrado desterr ar el modo de ser tr adicional. Permítase comprobar simple mente qu e ambos coexisten y qu e ambo s encuentr an seguidores fieles dentro de la oligarqula. III Acaba de verse qu é significa lo aristocrático. A partir de esta definición, pu ede plantearse ahora cuál es la imagen de la mujer aristocrática. La literatu ra de la época revela dos tipos de mujer qu e correspon den a la definición tr adicional de lo aristocrático y a la visión del buen tono, respectivame nte. Este hecho resulta significativo y avala la postura de considerar la imagen de lo femenino como una especificación de una concepción más genérica, qu e apunta a la experiencia de una determinada clase social. Se esbozan a continuación ambos tipos de mu jer, describiendo primero a la señora a la antigua, o matrona, y luego a la mujer de bu en tono, o gran dama. Falta de ostentación, modesta, digna, doméstica y hacendosa, de encendida pied ad cristiana, devota de los suyos ... He aqu í cómo la literatura adjetiva a la mujer aristocrática tradicional. "En ella cada gesto. cada actitud, cada palabra eran la expresión de una extremada LA IMAGEN DE LA MUJER AR ISTOC RATICA HACIA EL 900 241 reserva, de modo de ser sencillo, de pensamiento casto, de vida pura . .." \J. Su dulz ura infinit a, su preocupaci6n de los demás, su generosidad sin límites, el amor a los suyos y su gran caridad eran siempre los mismos .. :' 1. Es en estos términos que suele retratarse a la arist ócrata de viejo cuño. Se la present a siempre en el ámb ito hogareño, dedicada a la educación y cuid ado de sus hijos y a la administraci 6n de la economía y de los qu ehaceres domésticos. Allí ejerce la tutela moral de su prole y de su servidumbre. Para ello cuenta con los títul os de su ar dient e fe religiosa y de su firme apego a los usos y costumbres heredados de sus padres. Parca en lecturas, suele hojear una que otra publícacíóc católica y, en general, hace suyo el lema; "suert e te dé Dios, que el saber de nada vale". Deja influir su criterio por la tr adici ón y la Iglesia, desconfiando de lo libre sco Recela en los suyos el gusto por la soledad y el silencio, prefiriendo la algazara perman ente de los juegos de sus hijos y el comidi lla de sus empleado s. Organiza las prácticas religiosas de la familia, imponiendo rosarios y novenas. O rgullosa de su estirpe, enseña a sus hijos los sonoros apellidos que acompañan a varias generaciones de la familia, introduciéndolos en la cr6nica de su linaje y en el respeto al ant epasado. Su sociabilidad se centra en la solidarid ad con los suyos. Está siempre preocupada de acompañar a familiares, parientes y amigos en sus moment os de dolor O de gra n alegría. Asiste a matrimonios, bautizos, velorios, visita enfermos, da pésames, felicita días de santos. Lo mundano se limita, en general, a ciert os hitos en su vida : su estren o en sociedad , el estreno de sus hijas y el matrimonio de las niñas. Para tale s ocasiones abandona su acostumbrada sencillez y viste elegantemente, desent errando joyas que , en general, permanecen meses e incluso años, guardadas en algún cofre. Su tocador es mod esto, y piezas fundamentales de su guardarropa son el ma nto y el delantal. Tanto en la ciudad como en el campo se preo cup a de los pobr es: los asiste en sus enferm edades, vela por la constituci6n cristiana de sus bogares, cose y teje repitas para los ni ños, catequiza. Este conjunto de impresiones es sólo un preámbulo de la pregunta clave: ¿qué tipo de relaci6n predica el estilo de vida patriarcal entre la mujer y el hombre? Intentar una respuesta permitir á calar más hondo en la imagen tradicional de la mujer aristocrática. La mujer tradicional debe accede r nece sariament e al matrimonio para realizar el ideal aristocrático. Estableciendo su propio bogar , con- e Luis Drreg o Lo co, En famili4, op. c u. 1 Diario El Mercurio, edfcíén de l 5-111-1931. H om~naje rendido a la muerte de doña Victoria Sube rcaseaur. de Vicuiia Macltenna (1848-1931). LUIS B....RRQS y XIM ENA VE RGARA sigue la calidad de madre, única condición que la bace digna desde el punto de vista de la tradición patriarcal. Como madre y patrona, comparte con su marido la tutela moral de los suyos y encuentra campo para cultivar los ideales de abnegación y caridad. El matrimonio es, pues, parte de su misión trascendent al, el prim er paso que la encamina had a su destino superior. Casarse es mucho más que la expresión de un deseo personal o de una conveniencia social; es sobre todo un deber moral que equivale a asumir la responsabilidad qu e le cabe a cada cual según el plan divino. Si la mujer percibe el matrimonio como un vínculo sagrado, es porque en la unión con el hombre percibe su unión con Dios. Desde lo más profundo de su ser social. vislumbra su maternidad como la posibilidad de mantener vivos la fe religiosa y los usos y costumbres que la encaman supuestamente. He aqu í su vocación de señora, es decir, de señalada por el espí ritu. Lo anterior explica la imagen de oprobio que veladamente se proyecta sobre la mujer que pennant'ee soltera. El retrato de la solterona corresponde a una figura más bien amorfa , desdibujada, sin relieve. Se la presenta como un ser mustio, que vive del reflejo de plenitud que le prestan el hogar de sus padres o el de sus herman os. Falta de un terreno prop io donde cultivar sus posibilidades de madre )' señora, resulta semilla vana y. en consecuencia, insignificante. Incapaz de valer por sí misma, vive a la sombra del buen nombr e y de la dignidad de sus pari entes. Ahora bien, la concepción religiosa qu e anima el modo de ser patriarcal plantea la relación entre la mujer y su marid o en t érminos de una relativa complementanedad. Ambos deben asumir la tute la moral de los suyos y ejercer el rol providencial. Para ello, ambos comparten la dádiva de una conciencia trascend ente y son igualmente depositarios de la trad ición qu e les permit e dar por conocido 10 bueno y lo malo. Es decir. marid o y mujer son moralmente iguales. Los atributos tenidos como femen inos o masculinos, si bien distinguen entre los deberes del hombre y los de la mujer, se definen a partir de esta igualdad moral. Lo más esencial es la unidad de conciencia ). de destino entre ambos sexos. Tanto es así que la definición de lo masculino y lo femenino no hace más que introducir una suerte de división de tareas para abordar en común la tutela del mundo. Que la razón y la fuerza se consideren virtudes del hombre, explica que sus deberes sean, fundamentalm ente, los de aut oridad, prot ección y provisión económica. El señor tiene como obligaci ón primordial sorneter la voluntad de sus tutelados a las condiciones establecidas que reflejan supuestamente el orden sobrenatural. Debe asegurar la obediencia de los demás y castigar toda rebeldía . Es iguabnente respcn- LA IMAGEN DE LA MUJER ARISTQCRATIC A HACIA EL 900 243 sable de la seguridad física y de la subsistencia material de los suyos. Que la piedad, la pureza y la afectividad estímense atributos de la mujer, da cuenta de que sus obligaciones sean. sobre todo la educación y la caridad. Pi énsase que la mujer posee un especial celo religioso. así como una pa rticular limpieza de corazón y de mente. De allí que aparezca como la transmisora por excelencia de las verdade s y preceptos de la fe. La señora ha de sembrar el sentimiento religioso en sus hijos. encaminándolos hacia el fiel cwnplimiento de las normas morales. Debe. igualmente. inculcar el temor de Dios a sus servientes e inquilinos y velar porque entre ellos imperen las buenas costumbres. Por último. su dulzura. así como su índole abnegada y cariñosa, la dotan mejor que al hombre para realizar la caridad y asistir moralmente a quien lo necesite. Con respecto a la complementaridad de la relación tradicional entre los esposos. podrí a argüir se lo siguiente. ¿Cómo puede afirmarse tal complementaridad en circunstancias que la autoridad aparece como patrimonio exclusivo del hombre? Es cierto que el hombre detenta el poder en su familia. Pero su aut orida d tiene el límite que le impone la dignidad de la mujer. Para justificarse moralmente, el gobierno del patriarca debe reconocer las virtu des propias de la condición femenina y permitir que ellas se expresen. Es más, debe ver en los atrib utos de la mujer la ayuda necesaria e insustitu ible para su propia misión tute lar. De allí que sea obligación moral del hombre dejarse influir por la mujer y que ésta tenga, a su vez, el deb er de ejercer su fuerza moral sobre el marido. Si pudie ra decirse así, la aut oridad patriarcal no puede ser totalitaria frente a la mujer. Esta última tiene el derecho de desplegar sus propios méritos en la tutela de los suyos. Ello la faculta para actuar como una instancia consultiva frente al poder del marido. Y este pap el no es tanto una concesión del esposo como una prerrogativa que emana de la dignidad misma de la mujer. Tanto es así. que la mujer no está excluida ni siquiera de lo que es más privativo del hombre. a saber: la potestad de exigir obedi encia y de sancionar toda rebeldía. La mu jer influye tambi én en esta tarea. infonnando sobre quienes deben ser llamados al orden e intercediendo para qu e la caridad acompañe la justicia del patriarca. En suma. si bien la mujer está subordinada al poder del marido. la auto rida d patriarcal dista mucho de significar la dominación de la mujer. Conviene acotar en este sentido que . así como la imagen del patriarca tiene por modelo la idea de D ios Padr e. la figura tradicional de la mujer evoca a aquella de la Virgen Mar ía. No es de extrañar, pue s. la dignidad conferida a la mujer. Lo anterior encuentra múlt iples testimonios en la literatura, las memorias. la correspondencia de la época. D e hecho llama la atención '" LUIS BARROS Y X l~IE:-lA VERGARA el tono coloquial que acusa, en general, la relación de los esposos dent ro del hogar patriarcal. Se pinta a los esposos como co nñdentes qu e cu éntense sus desvelos y se aconsejan y apoyan mutuamente. La tón ica entre ellos es la solicitud y el respeto. "E l dom ingo sin falta me tendrás allá. Por los diarios verás cuánto tr abajo y cómo arreglo este maremagllllm. Entonces te mo ta ré mi larga excursión de hoy . . ,"', así escribe Vicuña Ma ckenna a su muj er. Y term ina su cart a con la recomendación siguiente : "Haz estudiar a mi Blanca (su hija ) y q ue me tenga diez páginas aprend idas" 1, Conviene recalcar, por último, que la mujer tradicional realiza lo aristocrático COD relativa independenci a del hombre. Es cierto que está obligada al matrim onio y que pa ra ello depend e absolutam ent e del hombre . Pero una vez casada, se tiene fundam entalm ente a si misma para hacer la experie ncia de su prop ia dignidad. Su sentimiento de superioridad se nutre, por una parte, de su condición de madre y, por otra, de las creencias religiosas y de la tradición, que exaltan en ella una serie de virtudes. Es decir, su imagen de excelencia requiere de algo qu e le es natural: la maternidad, )" de algo que es acervo heredado de sus padres: la fe y el apego a la tradici ón. Ambas proveen a la mujer no sólo de un ideal aristocrático , sino tam bién de los medios para encarnar lo. Y en esto el mar ido no juega ya un papel decisivo. Tanto es así que la mujer casada puede sentirse cabalmente señora más allá de la voluntad del mar ido. Después de todo la dignidad de la matrona pu ede stutetízarse en estas pocas frases: su fe ardiente, su matern idad tierna y responsable, su caridad sin ostentaci ón, su corazón abnegado, su recato y severidad, su orgullo de estirpe ... Todo ello escapa a los designios, incluso de un mal marido. !o.fuy distinta resulta la imagen de la mujer de buen tono. Este tipo aristocrático corresponde a la mujer del Gran Mundo y Sil figura campea en la literat ura del 900. Su retrato res úmese en una serie de adjetivos: elegante, refinada, hermosa, de porte y maneras distin guidas : ..... vive esclava de la moda, cons agrando lo mejor de su existencia al culto de la elegancia ... y qué noches de triunfo las suyas al presentarse en su palco de la ópera, vestida de lila, con un traje de Hedíern" ' ; .... . es mujer de seducción y encanto, muy agraciada ... • Carta de Vicuña Mackenna a doúa Victoria SubercaseaUl[. Citada por Eug.mio Orre go Vicuña , loonogrúía de Vicuña ~l ackE·nna . Univemdad de Chil e, San . uego, 1939, Tomo II. t l.uiJ Orrego Lu co, C/UQ Grande , E mpresa Editora Zig.Zai, Santia ¡¡:o ( 1968 , 4' edi cibn ). LA IMACE N DE LA MUIER ARISTOCRATICA HAClA EL 900 245 Bastante fina para percibir belleza y no lo bastante honda para vi virla ni crearla, represent a la vida en actitud de consumada actriz ... mar iposea encantada en Involidades mundanas, derr amándose afuera, luciendo su gracia y su elega ncia par a recoger nuevos admiradores y engalanarse con los trofeos de sus victorias ..." l0. Podrían citarse hasta la saciedad textos como los anteriores. Baste subrayar que la literatura de la época destaca como virtudes de la mujer de buen tono todo aquello que le da la apariencia de gran dama. Om íten se, en general, adjetivo s que trasciendan las exterioridades del lujo y la afectacíón mundana. Ign6ranse igualmente otras dime nsiones de la personalidad de la mujer, no pudiendo el lector cerciorarse acerca de sus posibles virtudes domésticas, intelectuales o morales. Las preocupaciones de una gran dama giran en tomo a "... rumores, escándalos, noticias de sensación y de bulto, comadrerías, enredos, chismes, encargos a Europa, dineros de fulano, trajes de mengano en la última comida, enredos de zutano con la de más allá" 11. La misma tónica impera en lo qu e se pinta como su que hacer habitual. Figura en todas las fiestas, está permanentemente invitada o recibe en su propia casa; organiza kermeeses de beneficio, asiste al teatro, a las carre ras dominicales del Club Hípico, al balneario de moda. Su educación es ya más esmerada y muestra gran apertura hacia las novedades de Europa . Pero si sabe idiomas, si toca algún instrum ento musical, si lee a Bordeaux, si es capaz de reconocer una tela de Fragonard .. . es principalmente porque todo eso es signo de buen talla. Su cultura es, sobre todo, otra pauta dentro de las mucha s del consumo conspicuo. Ahora bien, ¿cuál es la relación de los esposos en el contexto del Gran Mundo? Para responder, es crucial recorda r el papel qu e juega el dinero en este nuevo ám bito de lo aristocrático. Como ya se vio, el dinero es consust ancial al buen tono. :-'Iás aún, el verda dero leU motiv de la act ividad mundana no es otro qu e exhibir cuánto diner o se tiene. La rique za abona ahora el sentimiento de superiorida d y es en el tamaño de la bolsa donde finca se la nueva identidad aristocrática. El derroche, el fasto, las mil fant asías de la moda, no son más que signos de lo único que vale realmente: el dinero. He aquí lo que venera el rito mundano. He aquí el prota gonista del Gran Mund o. Y sucede que la mujer, dad as las condiciones sociales de la época, está absolutamente al margen de la pose- ¡nlris ( Inés E cheverría Bello ), ClUInJO mi lielTo fue moro. Santiago, 1943, Tomo I. il Luis Onego Luce, Casa Grande. 0fJ. cit. Edit orial Nascinl>t'nto, ..., LUiS BARROS Y XThlE~A VERCARA sión directa y personal de la riqueza. No tiene posibilidad alguna de lograr fortuna por si misma. Incluso como heredera de sus padres ~tá obligada legalmente a traspasar a su marido la ten encia y edmt. nistración de sus bienes. De suerte que la mujer depende totalm ente de los recursos económicos del marido. Esta situación DO tiene nada de original, sólo que el dinero significa ahora mucho más que la mera subsistencia : es el fundamento mismo de la identidad aristocrática. Asl., que la mujer dependa ecceémícemeete del marido significa que también depende de él para su propia realización aristocrática. Ser una grao dama DO obedece a una disposición de espíritu ni al despliegue de ciertos atributos internos; tampoco es cuestión de fe ni de apego a ciertas tradiciones; no se trata de una condición adscrita ni corresponde al prestigio acrisolado por generaciones de antepasados. Ser una wan dama es sobre todo cnbrírse de las apariencias que perm ite el dinero; trajes, coches, palco, joyas .. , He aquí la nueva esencia de 10 aristocrático , al extremo que de una mu jer de mun do puede decirse que en ella es oro todo 10 que reluce. Y para ello la mujer depend e por entero de los millones del marido. Prueba de lo anterior es la imagen de bue n partido, de marido ideal , que maneja la mujer de buen tono. Ella resúmese en una sola frase: que sea un hombre adinerado, "Doña " fagdalena quiere para su hija Elísa marido con fortuna ; no quiere que Elisa repita su propia experiencia : el orgullo dolido por el desprecio de quienes fueran sus amigas y se le alejaron al quedar pobre. ~o quiere para Elísa la situaci6n de inferioridad social que significa la falta de fortuna"" , Que el dinero se constituya en fuente de 10 aristocrático trae una serie de consecuencias para la relaci6n de los esposos. Si pudi era decirse así, el hombre hace la experiencia de construir con sus propias manos la imagen de arist6crata de 5U mujer. Es con el dinero del marido que la mujer se encumbra a las cimas del buen tono. Lo aristocrático es como un vestido, regalo del hombre y confeccionado • la hechura de los bolsillos del marido. De suerte que la mujer es una especie de estrella sin luz propia y que brilla por simple reflejo del oro del marido, Asi, un personaje literario evoca la figura aristocrática de su amada con los t érminos siguientes: -' " en mi sueño de porvenir, colocaba siempre a la misma Julia elegante y refinada s;n entrar en averiguaciones sobre cómo habría de darle encajes , coches, batista )' demás lujos, sin los cuales en mi imaginación no la concebía, porque ya no sería Julia" n . Queda en claro entonces qu e, por una parte, la identidad aristocrática de la mu jer pcrclbese excluIt LulJ ürre¡O Luce, En /tlmilúJ, tIP, eu, Luco, Un klillo n_o 11 Luis Orr~io LA 1 ~I AGE l\ DE LA MUJER ARISTOCRAT ICA HACIA EL 900 247 sivame nte en las exterioridades del bu en tono y, por otra , es el hombres quien dispone de los medios para investir a la mujer de la calidad de aristócra ta. No es de extrañar, pue s, que el hombre tienda a ver a la mujer de mundo como algo qu e le pe rtenece y que la relación entr e los cónyuges se tiña con este sentimiento de propiedad. Más aún, el hombre adinerado pa~a a ver en su mujer un signo más de su prop ia opulencia. Cubierta de joyas, siempre a la moda, la mujer es una manifestación más de la opulencia del marido. Esta suerte de cosificación de la mujer a los ojos del hombre se ve agravada por el énfasis pu esto en la vida mundana. El ajetreo mundano deja poco tiemp o pa ra que los esposos anuden lazos de mayor confianza e intimidad. La vida doméstica ha perdid o su valoración de antaño. Hombres y mujeres part icipan de la vorágine del Gran Mundo, circulan al influjo de tener que exhibirse y aparecer en permanente diversión. Todo tra nscurre como en una representación en la cual lo sustant ivo de sus participantes se ve aplastado por el peso de las Formas impuestas por la moda . Qu edan , pue s, ocultas las expresiones má ~ Intimas y personales. Cabe finalmen te destacar lo siguiente : el retr ato literario de la mujer de mundo presenta , en general, a una mujer desgraciada. Luego de maripos ear por bailes y salones y gozar de su éxito social, la heroína termina sintiendo una profunda soledad y un vacío afectivo . La conven ción la ha distanciado de sus hijos, su fe religiosa es algo {Jue tiene más de repetición mecánica que de sentimiento vivo, su marido se le aparece como un desconocido qtle, sin embargo, la tir aniza. Lo único que siente suyo es su belleza y ésta se marchita . . . [D uro despertad Y la heroína contempla el vacío de su vida sin encontrar una salida . Tal es, en buena parte, el testimonio de la novela de la época . IV Hasta aquí se ha esbozado la imagen de la mujer aristocrática en sus dos vertientes: la tradición patriarcal y el buen tono. ¿Trá tase de un pasado ya remoto? No se sabe. En todo caso, lo aristocrát ico ha ced ido su terreno a lo que hoy se llam a éxito. ¿Y qué será el éxito de una mujer y de un hombre? ¿Apuntará a una cierta estatura moral o manif estará más bien ciertos logros económicos? Valga la expresión, ¿guardará cierta similitud con la dign idad patriarcal n tendrá más parecido con el bue n tono? I Bl !L.,CA Ñ ",C,OIMLI Sección Chilena