Narrativas del sí mismo. FUENTE: PSIQUIATRIA.COM. 2006; 10(1) Beatriz Rodríguez Vega; Alberto Fernández Liria. Psiquiatra. Hospital Universitario la Paz. Universidad Autónoma de Madrid. Madrid Psiquiatra. Hospital Universitario Príncipe de Asturias. Universidad de Alcalá de Henares. Madrid Introducción Lo que en las nosologías actuales se conoce como trastornos de la personalidad remite a lo que pudiéramos llamar “narrativas del ser”, en las que los problemas que causan el malestar (propio y ajeno) que justifica nuestra intervención como terapeutas, emanan de la propia construcción del uno mismo. Son narrativas que se traducen en pautas problema sumamente rígidas, que dominan toda la biografía del paciente y se organizan alrededor del núcleo identitario (1), confundiéndose con él. Los diferentes desarrollos psicoterapéuticos de los trastornos de la personalidad incluyen explícita o implícitamente una determinada concepción del sí mismo. La pregunta por la identidad y sus trastornos y las respuestas que las diferentes escuelas proponen es lo que determina la estructura de la intervención psicoterapéutica. La comprensión del ser humano como animal que aprende y desaprende conductas mal adaptativas o como sujeto que se constituye en vinculación con otro, está en la base de algunos de los desarrollos psicoterapéuticos más al uso en el campo de los trastornos de la personalidad (2,3). En este texto lo que entendemos por identidad no es más que una primera aproximación a la experiencia comúnmente compartida de que sabemos que somos la misma persona a través del tiempo, que somos los autores de nuestros pensamientos o acciones y que somos distintos del ambiente que nos rodea. Es el sentimiento inmediato, profundo, automático de ser una persona por entero, diferente de las otras, constante en el tiempo, con límites físicos, el centro de todas nuestras experiencias. (4) La pregunta por el sí mismo es la pregunta por el quienes somos y por el que es lo que hace que seamos quienes somos Pero como señala Berrios (5) si hay una lección que aprender de la historia anterior a la 2º Guerra Mundial, es que tales nociones, como la del self, solo tienen sentido a través del lenguaje. Que son tropos lingüísticos, modos de hablar sobre las personas y sus razones para hacer lo que hacen, formas de captar significados. No son como las piedras o los caballos, ni son traducciones semánticas de estructuras anatómicas o funciones, ni cambios en flujo sanguíneo, ni en las puntuaciones de un test. Y cuando en la investigación experimental se encuentran correlaciones entre los diferentes aspectos anteriores, no conocemos el significado epistémico que ello pueda tener ni tampoco ayudan al clínico para comprender el significado que guía la vida y la conducta de sus pacientes. Para Berrios (5), la historia del concepto del self es la historia de su reificación, de la consideración de un tropo como sustancia o proceso natural. Al intentar objetivarlo, le hacemos perder su esencia, ya que ésta tiene que ver con la subjetividad. La clínica psicoterapéutica es el campo de recuperación de esa subjetividad. En psicoterapia el interés se desplaza a cómo siente, actúa o piensa el otro en relación a si mismo o a algún otro de su campo significativo. En la clínica psicoterapéutica, terapeuta y paciente intentan dar respuesta a la pregunta por la subjetividad: ¿Qué significa ser tú desde mí? La exploración de la identidad es la exploración de la subjetividad. Identidad narrativa Las historias que nos contamos, a través del lenguaje, acerca de quienes somos y nuestros motivos para hacer y no hacer a lo largo del tiempo, van construyendo nuestra identidad narrativa. Desde esta perspectiva la comprensión de los significados, de los motivos, de las intenciones de quien actúa se convierte en el meollo metodológico y en la fuente de diferencia con respecto de las ciencias de la naturaleza centradas en la explicación (6) La elección de las narrativas como marco desde el que abordar el tema de la psicoterapia en particular y el de los trastornos de personalidad no es arbitraria. Responde a una concepción de tal actividad y de tales trastornos que tiene que ver con una concepción general del ser humano. Con una concepción que no se presenta como alternativa a una concepción biológica, sino, al revés, como resultado de una preocupación sobre la naturaleza del organismo y, por tanto, de la acción y experiencia de ese animal particular que es el ser humano, que es un animal que se caracteriza precisamente por tener la relación con su medio – un medio animal – trabada por el lenguaje (por emplear una expresión del biólogo Faustino Cordón (7,8) Si esto parece extraño es sólo porque nos hemos acostumbrado a llamar abusivamente biología al estudio bioquímico de las sustancias de deshecho de los seres vivos y no a una disciplina que intente dar cuenta de la naturaleza de estos.(9) Lo que resulta relevante para lo que aquí estamos tratando es que el ser humano, desde que lo es, accede a su realidad a través del lenguaje. De algún modo la vive contándosela, La realidad que vive el paciente es la que él mismo se cuenta sobre los elementos del medio con los que se relaciona. Pero, al menos algunos de estos elementos, pueden ser, en función de esta historia (de esa narrativa), vividos, por ejemplo, bien como amenazantes, bien como objeto de curiosidad o bien como estímulo para la acción, y pueden producir bien miedo, bien asco o bien solidaridad. Lo que llamamos "yo" y lo que consideramos los "otros" son también elementos de nuestro medio a los que nos acercamos a través de esas historias que nos contamos y que, de algún modo, somos. Un concepto del yo, una noción de pasado y el futuro surgen rápidamente con el lenguaje y la relación social de modo que podemos, por medio del intercambio de símbolos y del surgimiento de la conciencia de orden superior, crear narraciones, ficciones, historias. El sentido de la propia identidad surge con la conciencia de orden superior y con la capacidad explícita de construir en los estados de vigilia escenas pasadas y futuras. Requiere una capacidad semántica y, en sus aspectos más desarrollados, de capacidad lingüística.(10) El si mismo es algo que evoluciona no es fijo ni ininmutable, algo que se manifiesta a través de la realización de los propios proyectos y por tanto algo que no puede ser entendido lejos de la interpretación de cada uno. Uno no tiene un self igual que tiene un corazón o un hígado, uno no es un self de la misma forma que es un organismo vivo. El si mismo es un proceso en construcción. Es el producto de concebir y organizar una vida de una determinada forma (11) Y en ese sentido, es construido en y a través de la narración. Quienes somos nosotros depende de la historia que nos contamos sobre nosotros mismos. Y estas historias pueden ser más o menos coherentes y sostener nuestra identidad o entrar en conflicto y cuestionarla abiertamente. Al mismo tiempo, el yo, como agente activo que es, puede modelar las historias en las que vive y que se cuenta y de modo recíproco, las narraciones pueden influir y cambiar la narración que el yo se cuenta acerca de si mismo. (12) Mi personalidad evoluciona a través del tiempo y es modelada por lo valores que yo mantengo y por las convicciones y decisiones morales o intelectuales.(11) En la clínica eso significa que vivir una historia de indefensión e incapacidad ayuda a construir un yo vulnerable y viceversa, experimentar, actuar y contarse las historias vitales como historias cargadas de peligro, amenaza o indefensión potencian esa misma experiencia. La historia que el yo se cuenta sobre sí mismo influye en las posibilidades de las historias o narrativas futuras. . Sí mismo narrativo y sí mismo experiencial De esa forma, contándonos historias sobre nosotros mismos es como conseguimos construir un sentido único como personas (13) Pero dentro de esas historias, de esa trama narrativa la identidad del personaje se construye conjuntamente con la trama, el personaje mismo es “puesto en trama” (14). Es en la historia narrada donde el personaje desarrolla una identidad correlativa con la trama El relato construye entonces la identidad del personaje, su identidad narrativa (13) Ricoeur (14) propone una concepción narrativa de la identidad personal. Para él, “la respuesta a la pregunta por el quién reside en un relato, además de en la adscripción a un nombre propio. Sin embargo, este relato debe quedar por siempre inconcluso, por varias razones. La primera razón reside en que cuando uno/a se interpreta en términos de un relato autobiográfico, uno/a es a la vez el autor/a, el narrador/a y el protagonista. De que es narrador/a y protagonista no hay duda, pero ¿hasta qué punto se puede decir que uno/a es autor/a de su vida igual que un escritor/a es autor/a de una novela?” (13) Pero se dice que una experiencia es mía, que yo soy la generadora de esa experiencia si “me es dada en primera persona”, si surge de mi experiencia inmediata e intransferible. Es la inmediatez de la experiencia de donde surge la característica de subjetividad del yo, de pertenecerme. El self tiene una realidad experiencial, unida a esa perspectiva de primera persona. El ser consciente de la experiencia en el modo de primera persona, de ser dado, es experimentado “desde dentro”.(11) Ni es un inefable trascendente ni es una construcción social que evoluciona a través del tiempo, sino que es una parte integrada de nuestra vida consciente, la cual tienen una realidad experiencial inmediata. Lo dado en primera persona. Solo si se experimenta algo como dado en primera persona es experimentado como mi experiencia. Este sentido de lo dado en primera persona es una forma primitiva de identidad y constituye lo “mío”. Es decir la identidad narrativa la que se construye en y por la narración de historias, se complementa con la identidad experiencial, con la dada en primera persona. Solo A tiene un acceso directo a su propia experiencia, mientras que la experiencia perceptiva de A pueda estar disponible intersubjetivamente, la experiencia desde dentro de A solo es accesible a A. La única forma que, como terapeutas tenemos de acceder a esa experiencia es a partir del relato que hace A de su experiencia. Es decir, en palabras de Miró, que cita a Ricoeur, “solo tenemos acceso al relato de esa experiencia a través del rodeo del si. El yo habla de sí mismo”. Y este rodeo es una de las vías que hacen posible la comunicación y el cambio en terapia. . Lo implícito y lo explícito Pensamos sobre el self como un ser provisto ya de capacidades lingüísticas. Pero la primera experiencia que el niño o niña preverbal tiene de sí mismo durante el desarrollo humano, es ya una forma de autoconciencia. Y esta autoconciencia es lo que hace posible la diferenciación entre el si mismo y el mundo y no al revés. Hay autores que proponen que esta primitiva forma de autoconciencia, sin lenguaje ni simbolización, tiene su base en ese si mismo experiencial, al que antes nos referíamos. La autoconciencia no se origina de la discriminación entre el self y el mundo sino que es condición para que esta discriminación sea posible (11) Hay autores (11) que sostienen que hay autoconciencia desde el nacimiento, que precede al dominio del lenguaje y el juicio racional y que puede servir como base para formas más avanzadas de autoconciencia. En gran parte los niños nacen dentro de esa perspectiva de primera persona. Aceptar esto supone también aceptar la existencia de formas prelinguísticas y no conceptuales de autoexperiencia. Conceptos como hambre, sed, dolor, no tienen que ser dominados lingüísticamente como tales para ser sentidos, para ser experimentados. En la clínica los trastornos de esa primitiva autoconciencia pueden ayudar a comprender por ejemplo, graves trastornos de impulsividad, donde hay una tendencia a la actuación, sin mediación de lenguaje ni tiempo. Ese campo de lo prelinguístico pero autoconciente, es el campo también del conocimiento implícito (15) El niño no se comunica en el registro verbal hasta los 18 meses. Previo a esa capacidad lingüística, la autoconciencia se ha de basar en el conocimiento implícito, almacenado en la memoria implícita. Comprende la comunicación no verbal, los movimientos del cuerpo y las sensaciones, pero también los afectos o la comprensión entre líneas de los textos. Incluye expectativas, cambios en la activación y motivación y estilos de pensamientos. Correspondería también a conocimiento implícito el “modelo de trabajo” (working model) de la teoría del apego de Bowlby (1622) que supone la representación de lo que el niño no verbal esperará, hará, sentirá, y pensará cuando perciba alguna amenaza de su entorno. En un principio se creía que el saber implícito dominaba en los primeros años de vida, para luego ir trasladándose a conocimiento explícito, con el desarrollo del lenguaje. Pero actualmente se sostiene que conocimiento explícito e implícito conviven durante toda la vida de la persona Es probable que la mayoría de lo que conocemos acerca de cómo estar con otros, de cómo relacionarnos con los demás, corresponda al campo del saber implícito y en gran parte, siempre vaya a quedar alojado en la memoria implícita. El si mismo se desarrolla en ese equilibrio entre lo implícito y lo explícito. Stern (23) propone describir este campo de lo implícito/explícito en tres categorías: lo subsimbólico no verbal (experiencias analógicas, como pintar un cuadro por ejemplo), lo simbólico no verbal (experiencias no verbales e información como imaginar la cara de alguien) y lo simbólico verbal (las palabras) Fogel (24,25) ha propuesto para la memoria implícita, depositaria de ese saber también implícito, dos funciones, una función de memoria regulatoria, que permite negociar no conscientemente nuestras respuestas con el sistema sensoriomotor (respuestas de huida o pelea) y con aspectos afectivos de nuestro entorno (respuestas de acercamiento o alejamiento), que está implicada en la conducta de apego (26) y en la formación de un self nuclear o core self (27), o un self primario (28). La segunda función propuesta para la memoria implícita sería la participativa, un tipo de memoria que se activa en contextos específicos y trae al aquí y ahora una memoria implícita que viene del pasado, pero que se vive como ocurriendo en el presente. Sería esta memoria participativa la que estaría implicada en la reviviscencias de las memorias traumáticas o en los flash back (29, 30) Miró (13) resume algunas de las ideas anteriores cuando señala que “la auto-organización de la experiencia ocurre simultáneamente en dos niveles: el nivel de la vivencia inmediata y el nivel de su ordenamiento lingüístico. El primer nivel es tácito, emocional y continuo, mientras que el segundo nivel es explícito, cognitivo y discontinuo. Ambos niveles, no obstante, están sujetos a la estructura narrativa de la experiencia”. (13) El sí mismo en relación. La intersubjetividad Así que, de forma solo aparentemente contradictoria, esa diferenciación, ese sentido de ser único, se consigue, a través de la experiencia de vinculación. Sin conexión no hay diferenciación. Tanto es así que algunos autores proponen empezar a caracterizar el ser como ser-en-relación, porque el ser no existe sin referencia a su mundo y viceversa. Así, Gergen ( 32, 33, 34) cuestiona la tradición de empezar nuestro análisis del entendimiento humano y los significados sociales al nivel del individuo y sugiere, en cambio, que comencemos al nivel de la relación humana. Ricoeur (14) en un mismo sentido plantea que “de su vida, cada cual puede ser, como mucho, coautor”. Desde esta perspectiva, el desarrollo del self se entiende como un proceso de construcción conjunta con una figura de apego del sentido de ser uno mismo a través del tiempo, diferenciado de los otros y del mundo circundante. Las relaciones de apego o vinculación son, entonces, las grandes reguladoras de la identidad y la emoción. A través de la formación, mantenimiento y ruptura de un vínculo afectivo se analizan las relaciones de amor como constructoras y reguladoras de la identidad (6). Pero la construcción de esa identidad empieza en la primera infancia y continua durante toda nuestra vida e implica una compleja interacción social. Uno no puede construir su self por si solo. La identidad se construye en conexión con otros, formando parte de una comunidad lingüística. A lo largo del desarrollo infantil es sabido que el niño adquiere las capacidades mentalístas, es decir la capacidad de relacionarse con el otro como un otro con mente. Tanta importancia se le ha dado a la capacidad de mentalización que algunos autores (34) asocian el aprendizaje del lenguaje en el niño al proceso de mentalización, es decir al proceso de considerar a los otros como agentes intencionales. La capacidad de mentalización permite al niño tomar la perspectiva del otro. Sobre los dos años aparecen en el niño los primeros signos de mentalización. La niña empieza a considerar al otro como “agente mental intencional” atribuyendo “intenciones previas” al si mismo y al otro para explicar o predecir futuras acciones que van dirigidas a objetivos. Es decir, el niño o niña desarrolla la capacidad de pensar en términos de causación mental, de otorgar intenciones al otro y al sí mismo para alcanzar metas concretas. (35)De esta forma, las acciones intencionales y las actitudes repetidamente expresadas hacia el niño por parte de los cuidadores pueden llevar a éste a inferir y atribuir propiedades intencionales generalizadas a su si mismo en un intento de racionalizar sus patrones de conducta sociales. En la clínica, esa operación se podría manifestar cuando un niño, sometido a relaciones abusivas y de mal trato, se autoatribuye cualidades negativas, en un intento de racionalizar el abuso o la negligencia con que le tratan sus cuidadores. El desarrollo de las habilidades mentalistas permite también la creación de muchos “mundos posibles” y permiten la articulación de todas las categorías del sentir y del pensar (13) Las habilidades mentalistas permiten construir “mundos en subjuntivo”, es decir, permiten pensar en que pasaría si se variara el elemento x del mundo externo sobre el mundo interno del personaje y, o cómo sería el mundo si cambiara la condición z, y así ad infinitum. (36). Es decir con el desarrollo de la capacidad de considerar al otro como un otro diferente con su propia mente en conexión continua con el sí mismo se multiplican las posibilidades para el desarrollo relacional del self . Pero si bien a la edad en que se desarrollan las capacidades mentalistas es uno de los periodos en que se manifiesta más claramente la importancia de la relación en la constitución del sí mismo, esa dinámica se produce desde el nacimiento. Y lo hace a través de las relaciones vinculares (20) Desde muy pronto, un bebé con capacidad lingüística comenzará a transformar las señales procedentes del exterior por medio de intercambios emocionales con la madre en señales que comienzan a tener significado motor y por ende, conceptual. (37) Desde el principio existe en el niño un impulso continuo hacia el lenguaje (a diferencia de otras especies animales). Un concepto del yo, una noción de pasado y el futuro surgen rápidamente con el lenguaje y la relación social. Aparece un auténtico yo, nacido de las interacciones sociales juntamente con conceptos del pasado y del futuro. Por medio del intercambio de símbolos, a través del lenguaje, y de la conciencia de orden superior, podemos crear narraciones, ficciones, historias. (37) Pero ese intercambio se produce en un contexto de intersubjetividad. La experiencia de conexión íntima intersubjetiva modela a los sujetos participantes en la interacción, pero a su vez esos dos sujetos modelan la propia experiencia intersubjetiva. Dicho de otra forma, dos mentes crean la intersubjetividad, pero la intersubjetividad, a su vez, modela las mentes participantes en ella (23). Nuestros sentimientos y pensamientos están modelados por los sentimientos y pensamientos de los otros. Stern (15) lo refleja en la siguiente frase: “Yo se/siento que tu sabes/sientes, que yo se/siento… La intersubjetividad plena requiere no solo de la primera parte de la frase Yo se que tu sabes, sino de la recursividad reflejada en la segunda parte de la frase, que yo se/siento….. La naturaleza ha diseñado nuestros cerebros de modo que podamos intuir las intenciones de los otros. Esto ha tenido considerables ventajas adaptativas Desde la neurobiología, la idea de que podemos intuir las intenciones de los otros vienen apoyada por datos como la existencia de las neuronas espejo. Son neuronas cercanas a los centros motores que se disparan cuando un observador observa la conducta de otro (38). En el cerebro del que observa la conducta se disparan estas neuronas con un patrón similar al que aparecería si el mismo observador estuviera ejecutando esa misma conducta. La existencia de estas neuronas explicaría fenómenos como la lectura de los estados de la mente de otros, la empatía, la resonancia emocional. Experimentamos al otro como si nosotros estuviéramos ejecutando la misma acción, sintiendo la misma emoción, haciendo la misma vocalización, siendo tocados como el otro… (15) En los llamados trastornos de la personalidad, se da con frecuencia precisamente una falta de empatía y la incapacidad de tomar el punto de vista del otro. Ocurre así en muchos trastornos narcisistas o límites o antisociales de la personalidad. Ocurre también en el autismo, donde los que lo sufren parecen estar viviendo fuera de esa matriz intersubjetiva. Se observan conductas intersubjetivas desde el nacimiento en niños en estadíos presimbólicos y preverbales. Las imitaciones tempranas entre el niño y la madre se considerarían formas primarias de intersubjetividad Stern (15) ha propuesto la sintonía afectiva como el camino para compartir estados de sentimientos internos, en contraste con la mera imitación que sería solo una forma de compartir conducta. En la moderna sociedad científica hemos aislado la mente del cuerpo, de la naturaleza y de otras mentes. Esta es la visión del ser humano que ha prevalecido, pero actualmente, como señala Stern (15), vivimos una revolución. La nueva visión asume que la mente es corporeizada y hecha posible por la actividad sensoriomotora de la persona que está entretejida con y cocreada con el ambiente físico que la rodea y que se constituye por medio de la interacción con otras mentes(15). Cualquier desarrollo psicoterapéutico ha de tener en cuenta estas premisas. Implicaciones para la terapia La terapia narrativa propone transformar y expandir por medios lingüísticos y no lingüísticos, las narrativas de una persona. La persona llega a terapia con una historia que contar. La descripción de su experiencia en el contexto de un lugar y un tiempo determinado, es lo que llamamos narrativa (40). La terapia supone la expansión de lo no dicho o de lo no sentido, de todas aquellas partes de la experiencia que han quedado ocultas tras la narrativa dominante en la vida de la persona, la narrativa del ser a través del síntoma. En terapia, el cambio humano ocurre a través de la evolución de los significados y en el contexto de la conversación terapéutica (33, 39,40, 41) La terapia se puede considerar, siguiendo a Stern (15), como un contexto de regulación intersubjetivo entre terapeuta y paciente. La terapeuta trabaja en un contexto de presente compartido con el sí mismo experiencial y con el sí mismo introspectivo o reflectivo del paciente, pero también con el propio si mismo del terapeuta. En ambos casos está trabajando con el sí mismo narrativo. En palabras de Anderson (34), la terapeuta mantiene durante la terapia una conversación dentro (con los diferentes aspectos de su sí mismo activados por la terapia) simultáneamente a la otra, la conversación entre (entre terapeuta y paciente) Narrar una experiencia al otro, al terapeuta, supone ser conciente de ella en cuanto que el otro también la refleja y abandonar la perspectiva de primera persona para adoptar una perspectiva de segunda persona que incluye al terapeuta. La experiencia terapéutica es una puerta de entrada a la experiencia de intersubjetividad. Somos concientes de nuestros estados internos en la medida que descubrimos que otros los tienen. La conciencia reflectiva no ocurre a menos que haya otro presente para ser testigo de nuestro sentir de la experiencia fenoménica, en otras palabras para jugar el papel de homúnculo colocado en el interior de nuestra cabeza. La reentrada se produce a través de tu experiencia de la experiencia de otros de tú experiencia.(15) La terapeuta trabaja simultáneamente con dos agendas, una la del conocimiento explícito, en las terapias verbales más tradicionales, otra la del conocimiento implícito, a través de los momentos de intersubjetividad compartida durante la terapia y a través de terapias sin lenguaje ni simbolización (como en las diferentes formas de arteterapia o de psicodrama). Para Guidano (13, 42), la clave para entrar en el significado personal del paciente, consiste en delimitar bien la interfaz entre la acción (lo que ha sentido, la experiencia inmediata) y el personaje (la explicación, el tipo de persona que se ha sentido ser). En esa interfaz y con el propósito de ampliar la “infinitud de lo no dicho”, la terapeuta guía un cambio contínuo de perspectivas (43)a lo largo de la conversación terapéutica: 1. La perspectiva de primera persona: Es el caso de las terapias preverbales que trabajarían con ese saber implícito, sin lenguaje ni simbolización. Son las terapias de arte, las de movimiento, las de dramatización. En primera persona también está trabajando la terapeuta cuando facilita el diálogo entre diferentes partes del self. Sería algo así como facilitar la perspectiva de segunda persona pero desde dentro del propio self. Porque no siempre la perspectiva de segunda persona se consigue con otro físico o real. Se ha dicho que existen múltiples selves dependientes del contexto, que pueden interactuar entre ellos, observarse y conversar fuera de la conciencia. Esto ocurre en la vida normal y no esta limitado a los estados disociativos patológicos. En psicoanálisis, el yo observador es testigo del ego que experiencia, o el superyo vigila y juzga la experiencia del yo. Hay otros observadores dentro de una mente, tales como los compañeros evocados (27) y los amigos imaginarios. De esta forma aspectos del self que no son experienciados directamente pueden actuar como el otro u otro virtual que puede ser imaginado o fantaseado. De esta forma trabajan algunas propuestas terapéuticas con problemas como la disociación. (44) 2. La perspectiva de segunda persona. Se trabaja en ella cuando la terapia se centra en aspectos intersubjetivos de la relación, a través de los momentos de presente compartidos. La relación terapéutica pretende ser una relación que cura y, cuando lo hace, no solo consigue mejorar la autovalía, sino que, probablemente consigue hacerlo porque pone en marcha otra estrategia de capacitación (empowerment) que es la de ser mentalizado: la sensación de ser entendido, de forma que adquieres la experiencia de que el otro tiene tu mente en su mente. (12), de sentirse sentido. La transferencia y la contratransferencia pueden considerarse como casos particulares de intersubjetividad. La relación terapéutica ofrece además al paciente la experiencia de poder establecer relaciones seguras. Desde esta relación segura es desde donde se le anima a explorar su propia experiencia de forma que vaya también desarrollando, relaciones seguras con su propio si mismo. Las personas necesitamos establecer relaciones seguras con nosotros mismos. De modo que uno mismo puede tener su mente en su mente o fracasar en hacer esto y despreciar o maltratar su self. 3. La perspectiva de tercera persona. Cuando terapeuta y paciente incluyen en terapia la influencia de constructos sociales como el género, la pertenencia a un grupo étnico, la cultura, la orientación sexual etc… sobre ciertos aspectos del desarrollo del si mismo. La terapia narrativa centrada en el si mismo supone en gran medida un continuo cambio entre esas perspectivas durante el proceso psicoterapéutico. Desde la perspectiva de primera persona cuando se trabaja con la experiencia inmediata en el aquí y ahora a la perspectiva de segunda persona cuando se trabaja con los aspectos de la relación terapéutica, con la intersubjetividad del presente compartido terapeuta-paciente en la consulta, o a la perspectiva de tercera persona cuando estamos teniendo en cuenta las narrativas sociales dominantes y su influencia en la narrativa personal del sujeto con el objetivo de que este recupere la autoría de su vida. Referencias bibliográficas 1. Linares JL. Identidad y narrativa. Barcelona: Paidós, 1996 2. Linehan Marsha M. Cognitive-Behavioral Treatment of Borderline Personality Disorder Guilford Press 1993 3. Fonagy P. Attachment theory and Psychoanalysis. New York, Other press, 2001. 4. Kircher T and David A. The self in neuroscience and Psychiatry. UK, Cambridge University press, 2003 5. Berrios G and Markova I.S. The self and psychiatry: a conceptual history en Kircher T and David A. 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