vi olimpíada de fotografía y cuento corto

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PROGRAMA DE
ARTICULACIÓN CON LA
ESCUELA MEDIA
OLIMP
IADAS
Y 2012
TA L L E
OLIMP
VI OLIMPÍADA DE FOTOGRAFÍA
Y CUENTO CORTO
CUENTO CORTO
VI OLIMPÍADA DE FOTOGRAFÍA Y CUENTO CORTO
Cuento Corto
JURADO:
Solange Camauêr
Alejandro Crotto
Ana Quiroga
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Índice
1ER. PREMIO –“UNA REUNIÓN EXTRAÑA”, Agostina Dasso Martorell,
Belgrano Day School, 4º año ............................................................................ 5
2º PREMIO – “PERSEGUIDA”, Giselle Rodríguez, Instituto Social Militar
Doctor Dámaso Centeno, 6º año 1ra. ................................................................ 7
3º PREMIO – “VIOLETA”, Olivia Inés Grieben Vélez, Colegio Piaget
Secundario 6º año E.S. ................................................................................... 10
1RA. MENCIÓN – “LA NIÑA VIEJA QUE NO EXISTIÓ”, Agostina Belfiori,
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno, 6º año I ................................ 12
2DA. MENCIÓN – “LA OTRA”, Azul Juárez Pereyra, Instituto Social Militar
Doctor Dámaso Centeno, 6º año IV ................................................................. 16
3RA. MENCIÓN – “BETO QUANTRO”, Tomás de Bonis, Instituto General
San Martín, 4º año B ....................................................................................... 18
TAMBIÉN PARTICIPARON:
Belgrano Day School ....................................................................................... 20
Cangallo Schule ............................................................................................... 39
Colegio Piaget Secundario .............................................................................. 45
Instituto Cardenal Stepinac ............................................................................. 63
Instituto General San Martín ............................................................................ 72
Instituto Juan Santos Gaynor ........................................................................ 110
Instituto La Inmaculada – Hermanos Maristas ............................................... 119
Instituto Parroquial Nuestra Señora de la Unidad ......................................... 130
Instituto San Maximiliano Kolbe .................................................................... 141
Instituto San Román ...................................................................................... 160
Instituto Santa María de Nazareth ................................................................. 189
Instituto Santa Rita ........................................................................................ 281
Instituto Sara Chamberlain de Ecleston ........................................................ 292
Instituto Schönthal ......................................................................................... 317
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno ............................................ 336
Nueva Escuela Argentina 2000 ...................................................................... 363
St. Matthew’s College North .......................................................................... 368
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1ER. PREMIO – “UNA REUNIÓN EXTRAÑA”
Autora: Agostina Dasso Martorell, 4º año
Belgrano Day School
Una reunión extraña
Tus ojos se expanden como dos bolas de billar al ver a un hombre en traje y
sombrero saltar en la madriguera del conejo al lado del Gran Olmo. ¿Qué? Te
preguntás a vos mismo perplejo. ¿Cómo pudo? Corrés hacia la madriguera y
espiás a través de ella. Nada. Completamente oscuro. Se oyen voces. Más
hombres en trajes y sombreros se acercan. Decidís esconderte detrás del Gran
Olmo. Por ahí tratan de sacar al otro hombre del agujero. Pero estás
equivocado. Los hombres en trajes y sombreros saltan adentro de la
madriguera al igual que el primer hombre. Ahora, ves una extensa línea de
hombres en trajes y sombreros esperando a saltar. Después de que todos los
hombres desaparecieron por el agujero, salís de tu escondite y corrés hacia la
negra madriguera otra vez. ¿Qué está pasando? ¿Deberías meterte vos
también? Debatís en tu mente: debería llamar a alguien. Pero no me creerían.
Pensarían que estoy loco. Pero quiero saber qué es lo que está pasando. Sin
más preguntas, tu cuerpo se abalanza dentro de la madriguera por primera vez.
Mientras te deslizás por un túnel, sentís la tierra bajo tus pantalones. Vas
demasiado rápido pero no ves nada. Todavía. Tus manos se queman por la
fricción del suelo. Finalmente, te estrellás de cara al suelo sintiendo cómo tu
mejilla izquierda se raspa ferozmente. Dios mío, ¿dónde estoy? ¿Dónde me
metí? ¿Cuántos metros caí hacia abajo? El lugar donde te encontrás es
sofocante y caluroso, tanto, que ya no lo podés soportar. No se ve nada a
excepción de los rayos de luz que se asoman por el agujero que da a la
superficie, los cuales no son lo suficientemente fuertes para alumbrarte el
camino. Sigue oscuro pero… escuchás un ruido. Son como millones de voces
que susurran en un eco. Te arrastrás a tus pies y empezás a gatear
delicadamente. Cuidado, te digo. Pegás un salto del susto. ¿Quién dijo eso?,
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pensás. Quieto, soy yo, te digo, tené cuidado y seguí mi voz. No hagas nada de
lo que te puedas arrepentir después. Entonces ahora te arrastrás con extrema
precaución en la dirección que te indico. Estás tiritando y tus manos sudan y
tiemblan nerviosas. No lo puedo evitar y me río. Perdón, es mi trabajo. El
volumen de las voces se vuelve cada vez más alto y ya no susurran. Están
teniendo conversaciones. Conversaciones civilizadas, que juzgan el tono de lo
que escuchás. Sin embargo, no podés reconocer las palabras que dicen, no las
entendés. A lo que me refiero es que las oís perfectamente pero no tienen
ningún sentido. ¿Será otro lenguaje?, pensás. Pero no lo es. Hablás varios
idiomas y éste no es uno de ellos. ¿Por qué hablan un lenguaje que nadie
conoce? De repente, las voces se apagan. Silencio. Uy, te encontraron, me
escuchás decir. Tu corazón empieza a latir ferozmente cuando un sonido
chirriante entreabre una puerta a la irrealidad. Y un hombre en traje y sombrero
se asoma y te mira fijamente. Lo conocés. Es el hombre que viste desaparecer
la primera vez por el agujero negro. Te invita a pasar a la habitación y vos, sin
ninguna otra opción, aceptás la propuesta. Entrás despacio a un amplio cuarto
pintado de azul eléctrico. Ya adentro, te encontrás con más hombres en trajes y
sombreros que te están mirando. No podés leer sus rostros, ¿son miradas de
regocijo o de recelo? Bienvenido, bienvenido, dice el hombre que te abrió la
puerta. Habla castellano, es un alivio. Pero no lo es. Y yo no puedo aguantar
más mi risa. En verdad no sabes en dónde estás ni en qué te metiste. Quiero
irme a casa, decís. Ah, perdón, pero no podés, dice el hombre en traje y
sombrero, no podés. Sos todo nuestro ahora. ¿Escuchás esa voz que suena a
lo lejos? ¡Ah, ese soy yo! ¡Sí! ¡Se acordaron de mí! Me escuchás festejar. Claro
que la escuchás, te dice él. Bueno, te vas a quedar con él de ahora en
adelante. Te vas a quedar con el que llamamos “aquél que no se perdonó el
olvido”. Él se va a hacer cargo de vos. Y ahora sí, me empiezo a reír. ¡Por fin! Y
no puedo parar. Bueno pronto vas a comprender por qué no me perdoné el
olvido. Además, ya deberías saber que esto es lo que le pasa a la gente
curiosa que mete sus narices en los asuntos de otros, te digo. Como me pasó a
mí. Y vos gritás. Y yo río.
***
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2DO. PREMIO – “PERSEGUIDA”
Autora: Giselle Rodríguez, 6º año 1ra.
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno
Perseguida
Se dice que las personas que forman parte de tu vida se cuentan con los
dedos de las manos. Yo en particular, prefiero tener los puños cerrados.
Me llamo Soledad. Tengo 17 años. Supongo que mi nombre me describe
bastante: vivo con mi mamá y mi papá, dos personas ajenas a mi vida. No creo
que me conozcan, o de verdad sepan cómo me siento. No creo interesarles
tampoco. Nuestra relación se basa en el compromiso de hacerme creer que
puedo ser lo que muchos llaman normal. Lo que me pasó tampoco fue normal.
Esto tampoco lo es. Creo haber omitido dos detalles interesantes: en primer
lugar, no sé donde estoy; ésta no es mi casa. Me encuentro con la boca, los
pies y las manos atadas. Segundo, padezco de síndrome de autismo desde
que nací. Y en estos últimos 204 meses de mi vida, no emití palabra alguna.
No tengo una perfecta noción de dónde estoy. Pero de algo estoy
convencida: ella está detrás de todo esto. Siempre lo supe. Nunca me terminó
de cerrar esta mujer.
Volviendo al tema de que no hablo… Nunca pronuncié una sílaba. Las
preguntas más frecuentes de la gente normal son las siguientes: ¿Cómo se
sentirá ser así? ¿Podrá dejar de mover el cuerpo y las manos? ¿Sabrá lo que
pasa a su alrededor? y –la más popular- ¿Por qué no habla? La primera: paso.
No sé qué se siente. Me siento como me tengo que sentir, y punto. Con
respecto a la segunda, no. No puedo controlar las articulaciones de mis manos.
Es involuntario, ¡les comento que es una enfermedad! Con respecto a la
tercera, la respuesta es sí: no soy ciega, ni sorda. Y por último, no sé porque
no hablo. Se podría decir que prefiero el silencio. De todas formas, tampoco
tengo mucha gente con quien charlar de la vida. Mis padres se ausentan la
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mayor parte del día. A la única persona que veo mañana y tarde es a Carmen,
la señora que me cuida. Y bueno, después está Clarita, la que limpia.
Nunca le tuve confianza a esta vieja. Le pagan para venir a cuidarme, a
ver si no hago nada raro. Yo me la paso dibujando. Mientras mis papás vuelven
de trabajar y me hablan, yo dibujo. Mientras Carmen cocina, yo dibujo. Mientras
Clarita acomoda mi habitación, yo dibujo. Tengo una colección de todas estas
ilustraciones. A mis papás les da terror a veces verlas, me toman de morbosa.
Volviendo a la parte en la que no sé en dónde estoy, les voy a contar lo
último que me acuerdo: yo me encontraba en mi cuarto, sentada en una silla.
Viéndolo de afuera, se podría observar a una chica moviendo las manos cual
autista que es, con la cabeza sostenida para los costados. Era temprano.
Carmen ya había preparado el desayuno. Me llamó varias veces hasta que me
digné a hacerle caso. Como suelo ser algo caprichosa, no comí. Por lo tanto,
me hacía tragar bocado por bocado. (Siempre le hice la vida imposible, lo cual
se me hace más certero que sea ella la que esté detrás de todo esto. Detrás de
esa cara de bondad siempre vi esta parte de ella que quería ahorcarme por no
haberle dado un descanso mínimo de paz. Muchas veces dibujé a Carmen, y
no eran de lo más agradables estas representaciones gráficas). Luego de esto,
me bañó y me cambió. Tenía puesto un vestido rosa, bordado con un
estampado de flores celestes (ahora que lo pienso, lo sigo teniendo puesto.
Estando en la oscuridad no me había dado cuenta).
También me acuerdo de haber visto a Clarita, pasando por los pasillos
de la casa, barriendo. Me da pena esta chica, una veinteañera sumisa. Siempre
me hablaba de mis dibujos, me decía que yo tenía mucha imaginación.
Otro flashback que tengo de ese día, fue haber ido al parque con
Carmen. Sí, algo extraño ver una chica de 17 años en un lugar de nenes. No
me ofendía. Todo lo contrario, me gustaba estar en un lugar normal, aunque yo
no lo fuera. De lo último que soy consciente es de haberme subido a una
hamaca y haberme caído al piso por no agarrarme de las cadenas que
sostenían la tabla de madera en la que estaba sentada y me balanceaba.
Termine encallada en la arena. Cuando abrí los ojos, pude ver a Carmen
corriendo cual maratonista para chequear si yo seguía respirando. Cerré los
ojos de vuelta. La siguiente vez que los abrí me encontraba en un paradero no
familiar.
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Voy a interrumpir el relato para comentarles que estoy escuchando
ruidos extraños. Me encuentro, como ya dije, tirada en el piso de un cuarto
oscuro y desconocido. Escucho la voz de una mujer desde afuera de la
habitación. Estoy inmovilizada, hasta el punto en el que me cuesta realizar mi
movimiento de manos involuntario. Lo único que pienso en la bronca que le
tengo a la vieja ésta, que se aprovecho el momento justo cuando me caí en la
plaza. Es el crimen perfecto -secuestrar a una chica que no habla, que ni
siquiera se anima a gritar-.
No sé cuánto tiempo pasó. Pero de algo estoy segura. Sé que hay
imágenes perturbadoras plasmadas en un papel tiradas por toda la casa. Había
una en especial, bastante turbia: me mostraba a mí en estado de trauma a
punto de ser descuartizada por Carmen. En realidad, esa había estado sobre la
mesa todo el tiempo. Mis padres son claros inoperantes. No la van a ver. No
me van a venir a rescatar. No creo que vaya a salir de esta. En este momento
rezo porque me vengan a rescatar. Y soy consciente de que no va a ocurrir.
Por primera vez estoy viendo una luz. Lo primero que se me cruza es
que ya pasé al otro lado. Pero luego veo que viene de la puerta que se está
abriendo. Veo cómo un cuerpo grande es arrojado al lado mío. No parece tener
vida. No quiero ni pensarlo, pero creo que es el cuerpo de Carmen.
Se cierra la puerta. No logro ver con claridad quién es la persona que se
encuentra detrás del picaporte, haciendo que la oscuridad vuelva. Escucho una
voz finita y pasiva de una mujer que me dice: - Me parece que te equivocaste.
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3ER. PREMIO – “VIOLETA”
Autora: Olivia Inés Grieben Vélez, 6º año E.S.
Colegio Piaget Secundario
Violeta
Caminaba por el largo corredor, tranquila. Sentía latir mi
corazón a un ritmo constante, como si marcara el tiempo de
una canción. Una canción hermosa que me remitía a la
infancia, a aquellas épocas simples en las que jugaba en el
barro con mis primas en la casa de mi tía Josefina. Caminando
comencé a cantar, cantaba y reía, entonando la canción de mi
corazón. Lo que estaba a punto de hacer provenía de un
impulso -uno de mis tantos impulsos- pero en ese momento
me sentía absolutamente segura, como si se tratara de una
decisión premeditada. No es que no estuviera nerviosa,
percibía el cosquilleo en mi estómago, que hacía todo más
emocionante aún. Sin darme cuenta aceleré el paso; estaba
ansiosa, ya quería ver la cara de ella cuando entrara, cuando
me viera. Mientras iba hasta a su puerta empecé a planear lo
que iba a hacer. De golpe me puse seria. Tomé conciencia de
que era un paso muy importante en mi vida y no quise dejar
ningún detalle librado al azar. Sabía cómo tenía que actuar
para que todo saliera perfecto. Cuando dejara el cuarto, tendría
que lavar, secar y planchar su vestido a mano -claro está, no
podía permitir que nadie lo viera en ese estado deplorable.
Después iría a la florería a preparar un gran ramo para
mandarlo con una nota de disculpa ya que, obviamente, yo no
podría asistir al evento que seguramente ocurriría al día
siguiente. Luego viajaría muy lejos, donde pudiera esconder lo
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que sentía por ella. ¿Quién hubiera dicho que yo, su madrina
de bodas, sintiera eso por Violeta? Nadie.
Ahora que lo pienso, creo que siempre había querido
hacerlo, desde el momento en que la conocí, hace ya quince
años. Cuando mi amiga Franca nos presentó se me hizo un
nudo en el estómago. Me puse nerviosa, me transpiraban las
manos y cada vez que intentaba hablar no podía evitar
tartamudear. Más tarde cuando llegué a mi casa rompí en
llanto. No sabía por qué, simplemente lloraba. Con el tiempo y
las salidas entre amigos me di cuenta de qué era lo que me
pasaba y dejé de llorar. La angustia que me había estado
atacando dejó paso a la tranquilidad una vez que entendí mis
sentimientos. Nunca me había atrevido a contárselo a nadie,
segura de que me tildarían de loca y exagerada. Pero ese día
yo había tomado una decisión y ella sería la primera en
enterarse.
Apenas toqué el picaporte me di cuenta de que estaba
temblando. Respiré hondo y entré. Violeta me vio. Recuerdo
que tenía los ojos como platos y estaba boquiabierta, sentada
mirando al vacío en su vestido de novia. Me acerqué, me
arrodillé y tomé su mano con delicadeza. Había un cuchillo
sobre la mesa; en mi mente, había estado sobre la mesa todo
el tiempo. La miré, le sonreí y le clavé el cuchillo en el pecho.
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1RA. MENCIÓN – “LA NIÑA VIEJA QUE NO EXISTIÓ
Autora: Agostina Belfiori, 6º año I
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno
La niña vieja que no existió
Le asignaron el caso de un intendente asesinado en la vía pública. Ocho
puñaladas y ni siquiera le robaron la billetera. Yendo a la oficina, recapituló un
poco lo que sabía, que no era demasiado. Por lo que le dijeron los de peritajes,
tiene que haber sido un hombre grande, robusto y en buena forma, porque
Gonzales no era exactamente un tipo fácil de domar. Tenía 37 años, practicaba
Karate desde los 5 y llevaba una estricta dieta para mantenerse en forma; el
típico "banana" porteño.
-Tenés que tomarle la declaración a la jujeña esa que dice que fue testigo
del asesinato del intendente. Ella comenta a todos que no es prostituta, pero yo
no le creo nada. Uno las sabe reconocer después de un tiempo, es casi como
si las pudiera oler... Siempre con esos perfumes baratos que te molestan hasta
en la garganta. No sé si es que creen que así van a poder tapar su dignidad
sucia, o qué - le dijo Nelson, un tipo amargado de 42 años que seguía siendo
Cabo Primero.
- Bajá un cambio Nelson. ¿No te parece que es muy temprano para estas
charlas? A vos no te joden las putas. ¿Dónde está?- En tu oficina, ya te la delegamos pero, te digo, nene, seguro que no sabe
nada; acá siempre vienen diciendo que saben algo pero quieren hacernos
perder el tiempo escuchando sus historias, son todas iguales las prostitutas
éstas. Mira si me habré tenido que aguantar horas y horas de declaraciones
para después darme cuenta de que era todo mentira, o que no tenía nada que
ver. Creo que a veces están tan drogadas que no saben diferenciar la verdad
de lo que se imaginan.
Cuando entró al despacho la vio. Se acababa de bañar y definitivamente
tenía olor a lavanda. Desde un primer momento le cayó bien, creo que porque
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sus ojos eran transparentes, tristes, pero transparentes. Y Raúl Ordoñez era un
tipo que solía cargar las vidas de todos, siempre y cuando fueran más tristes
que la suya. Era un hábito que había empezado a cambiar.
- Buenos días, soy el Cabo Primero Ordoñez. Cuando esté a gusto,
podemos empezar.
- ¿A gusto? Estate seguro que no querés esperar hasta que yo esté a
gusto. Y permitime que te diga, sin ofender tu orgullo porteño, desde que llegué
a Buenos Aires que no estoy a gusto, y eso fue hace 12 años. Tenía quince,
me gustaba el sol y tenía sueños chiquititos. Hasta que apareció un muchacho
en el bar donde trabajaba y me habló de Capital, del lugar donde todos los
sueños de los provincianos se hacían realidad. Y yo, que tenía sueños
chiquititos, no me pude resistir al chamuyo impecable que me presentó ese
chanta riéndose a carcajadas. Yo no sabía reír así y quería aprender. Entonces
cedí. Junté todo lo que tenía de plata, y se la di para que me trajera a cumplir
mis sueñitos. ¿Entendés lo que te digo? Me llevó como puta engañada.
- Señora, disculpe pero creo que nos estamos desviando del tema. Estoy
acá para que me hable del asesinato del intendente, el señor Gonzáles. ¿Sabe
algo? Le pido que no me haga perder el tiempo si no es así.
- ¿Saber? Claro que sé, tanto que quisiera olvidarme. Olvidarme como se
olvidó de mí el muchacho ese. Me prometió un buen trabajo, con una buena
patrona y un buen sueldo. ¿Y a dónde me llevó? A una casa vieja, húmeda,
con una cama, un espejo y muchos hombres; hombres despechados, violentos
y enfermos. Hombres que eran mis dueños por algunos billetes, que me
quitaron la sonrisa y los sueños chiquititos. Y él... él se llevó todo eso y mi
esperanza. Durante meses me brotaron lagrimitas chiquitas, espaciadas.
Hubiera querido llorar a mares, pero tampoco sabía. Pero fue cuestión de
tiempo para que lo aprenda. ¡Y mire si aprendí! Aprendí a llorar a mares y
océanos.
- Creo que no nos estamos entendiendo. Le pido por favor que proceda a
empezar con la declaración sobre su testimonio en el asesinato del señor.
Gonzáles. Tengo más cosas que hacer, señora.
- Creo que usted no me está entendiendo, le estoy diciendo todo lo que sé,
todo lo que quiero no saber. ¡Todo lo que tendría que saber usted!
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Ese fue el colmo. ¿Le estaba diciendo qué tendría o no que saber? Él ya
había jurado que no se iba a dejar conmover nunca más por una historia de
alguna vida como otras tantas. Ya bastante tenía con la vida que le había
tocado. No estaba en sus planes volver a cargar con otras. Así que la echó y se
fue gritando "El joven me mintió, no había sueños hechos verdad, el joven me
mintió, no había lugar ni para sueños de mentira. Me mintió y me partió el alma.
Me mintió".
En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, ya en su
casa, entre las sábanas, a punto de dormir. Cuando el ruido del silencio
entorpeció sus sentidos y una manada de preguntas atropelló sus ideas, lo
entendió todo. Se levantó y a los tumbos se puso lo que encontró para salir.
Pidió el primer taxi que vio pasar y se dirigió hasta la comisaría. Buscó en los
archivos y la encontró. Malvinas Argentinas 167, esquina Muñiz. Antes de ir,
pasó por un cajero y vació su cuenta, $12.562,50.
Era algo peor de lo que pensaba. Una lámina de chapa con algunas
enredaderas viejas, carcomidas, era la puerta de entrada. A falta de timbre, dio
un par de palmadas. A los pocos segundos salió ella, como si lo estuviese
esperando. Parecía más triste que en la comisaría, más apagada. Ni siquiera le
preguntó qué hacía parado ahí, en la puerta. Simplemente lo dejó entrar, con
una sonrisa algo forzada. Le señaló el final de un pasillo extenso y sin luz,
donde se podía dilucidar una cortina que, supuso, cumplía la función de puerta.
Una vez adentro, se sentaron en una mesa destartalada en una cocina sucia y
sin muchos muebles.
- ¿Ahora entendió todo, muchacho? - Me preguntó, entre aliviada y
enojada.
- Lo encontró. ¿No es así? ¿Lo encontró y no pudo con su ira? Lo odiaba.
¿Verdad, señora? No lo comprendí hasta que mi compañero no me habló del
testigo. La escucharon, señora. Un testigo la escuchó... "¡Me mentiste,
muchacho, me mentiste!".
- Cuando ya no podía ni soñar en pequeño, cuando no me quedaban más
que las ganas de morirme y matar al que me había mentido, me decidí a ir a
buscar a esa sabandija. Lo busqué varios días con el cuchillo en la cartera. Y,
tal vez por obra del destino, cuando menos lo esperaba, se presentó acá, a
buscar compañía. Y claro que no me reconoció después de tanto hombre
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desgraciado que pasó por mí en los últimos doce años. ¡Una locura! Pareció
como si la vida me estuviese pidiendo perdón por todo este tiempo. Me lo
entregó en bandeja de plata.
Paró la historia para prender un cigarrillo. Le ofreció uno y aunque hacía
semanas que no fumaba, el momento ameritaba un descanso, así que
encendió uno y se volvió a sumergir en la historia.
-Cuando le dije quién era, los ojos se le desorbitaron. "Que bien te ves,
más linda de lo que recordaba", volvió a mentir ese chanta. Cuando le pregunté
por qué no volvió a buscarme, me habló de una novia embarazada, de buena
familia con la que tuvo que cumplir y que ahí se metió en la política, que los
hijos, que el perro, la casa. "Una nueva vida para vivir mucho, vos me
entendés". Y no, no iba a entender más. Siempre tuve que entender el mal
humor del dueño cuando trabajaba en el bar, el desprecio de los porteños
porque soy provinciana, los caprichos de los tipos por ser puta. Y con el
cuchillo en la mano le dije "¡No! ¡No entiendo una mierda!" Yo ya iba con la
idea fija, a él se le cumplieron los sueños, se dijo su verdad y a mí me mintió. Y
justo cuando estaba por hablarme, le clavé el cuchillo, pero no intentó
defenderse. Al contrario, me miró relajado, como si estuviese haciéndole un
favor. Sentí que no se perdonó el olvido. Me sentí culpable y aliviada. Entonces
volví a casa, me bañé, me empapé en lavanda. Lavé con cuidado el vestido,
los zapatos y la cartera. Metí el cuchillo por un hueco que hay en la pared del
fondo. Pero no fue suficiente, tenía que decirle a alguien que el muchacho me
había mentido. Que lo había esperado doce años. Que nunca aprendí a reírme
a carcajadas. Ahí fue cuando decidí ir a la comisaría y a partir de ahí, ya sabe
la historia. ¿Ahora es cuando me pone las esposas y es el héroe del día?
- No, hoy es el día en el que no le mienten. Hoy es el día en el que usted, le
miente a los demás. Aquí no ha pasado nada. Vos ahora te tomás un colectivo
de vuelta para Jujuy. Acá tenés plata. Te va a alcanzar para sobrevivir un
tiempo, hasta que encuentres un trabajo, uno digno. No te pintes, habla poco,
vas a ser una chica, que nunca llegó a Buenos aires. Nunca aprendiste a reír a
carcajadas ni a llorar a mares. Te gusta el sol y le tenés miedo a la noche. Sos
una niña vieja que acaba de nacer.
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2DA. MENCIÓN – “LA OTRA”
Autora: Azul Juárez Pereyra, 6º año IV
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno
La otra
Laura siempre se miraba en el espejo antes de salir de su casa. Se
miraba y se miraba. Sonreía, se arreglaba el pelo, se aseguraba de no tener
nada en los dientes. Era su obsesión, y siempre lo hacía en el mismo espejo
que colgaba de su habitación.
Un lunes muy temprano en la mañana, Laura se despertó para
desayunar, cambiarse, mirarse al espejo e ir al colegio. Antes de salir, se miró
una última vez ya que su mamá la apuraba desde afuera. El mismo espejo de
siempre, sin marco, colgado de un solo clavo en la puerta, un poco sucio en la
esquina superior izquierda y con una rajadura en donde se reflejaba la mejilla
derecha de Laura. Cuando se miró, antes de tomar el picaporte y abrir la
puerta para salir, notó algo extraño, algo que nunca había pasado antes. Laura
guiñó un ojo. Ella nunca hacía eso, pero se vio reflejada guiñando el ojo
izquierdo, con convicción, con encanto, con una sonrisa asomada en la mirada,
una sonrisa que escondía algo nuevo. No sabía por qué lo había hecho, pero
se vio linda, así que lo ignoró, salió del cuarto y fue al colegio.
No tenía muchos amigos, ninguno era lo suficientemente lindo para
merecer el título. Una vez le pidió a su madre que la cambiara de escuela,
porque estaba cansada de que todos la envidiaran, a lo que su mamá le
respondió que tenía que dejar de preocuparse por lo de afuera y pensar en lo
de adentro. “Ojalá existiese un espejo para mirarme lo de adentro”, pensó ella.
De nuevo en su casa, tarareando una melodía que había escuchado en
la radio cuando volvía del colegio, Laura dejó la mochila sobre su cama, se
quitó los zapatos y corrió a mirarse al espejo. Otra vez algo diferente, algo
extraño en su reflejo. No parecía ella, estaba más linda, más grande, más
interesante, con esa mirada misteriosa que reía a carcajadas. Eso le gustaba
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de mirarse, verse cada vez más hermosa, deleitarse con su propia imagen.
Pero había algo que odiaba además de la fealdad, y era que la interrumpieran
en su ritual, que abrieran la puerta mientras ella estaba allí parada.
-¿Qué tanto te mirás, Laura? Está la comida.
- Me miro, papá, me miro porque si no nos gustamos nosotros mismos nadie va
a gustar de nosotros. Y ya voy. – dijo sin quitar los ojos del reflejo.
-Laura, tenés once años, si te preocupás por esto ahora, no me quiero imaginar
cuando seas adolescente.
- ¿No entendés que la apariencia lo es todo? Todos te miran, nadie te pregunta
si sos buena o inteligente, hay que estar linda siempre, cueste lo que cueste.
Esa misma noche, antes de acostarse, Laura decidió limpiar el espejo de
su cuarto, para verse mejor. Buscó un trapo del lavadero, lo humedeció en la
canilla que goteaba del baño, y lo pasó luego por la esquina que la mostraba
pegajosa y borrosa. La suciedad salió, pero ella siguió pasando el trapo, cada
vez más rápido, porque lo sucio es feo, y lo feo no es lindo. Nada podía quedar
feo. Pero como siempre, algo la interrumpió. Vio una mano reflejada tomando
la suya, tomando el trapo, guiñando un ojo, un ojo que no dejaba de reírse. Se
reía de ella, mientras limpiaba el mismo espejo, con una mano igual a la de
Laura. Hasta que paró, y el reflejo se alejó, no sin antes mirarla y decir, con la
misma voz, “ahora estoy más linda que nunca”. Se alejó, con seguridad, en un
cuarto que era como el de Laura, dejando el trapo en el escritorio y apagó su
luz para acostarse en su cama y dormir, dormir como lo hacía siempre ella.
En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, cuando se
encontró en un lugar oscuro y feo, y vio que su madre entraba a la habitación
para despertarla, pero no a Laura, despertaba a la otra. La otra, la linda, la
misteriosa, la que se apoderó de su lugar, porque había limpiado la suciedad y
la Laura real era sucia y fea. Ahora estaba allí, en esa pesadilla, donde lo único
que veía era a la otra, cómo se levantaba, se acercaba al espejo y lo tomaba
desde los lados para arrancarlo de la pared.
Lo último que escuchó fue el sonido del clavo que sostenía el espejo,
chocando con el piso, repitiendo en su cabeza un eco, que formaba una risa
que a lo lejos, se escuchaba como la de ella, como la de la otra, como la de
Laura.
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3RA. MENCIÓN – “BETO QUANTRO”
Autor: Tomás De Bonis, 4º año B
Instituto General San Martín
Beto Quantro
En Misiones en un poblado muy chiquito en un rincón de la Silvia, vivía Beto
Quantro, había nacido allí y siempre vivió bajo la cascada. En ese pueblo había
pocas rutas o pavimentos, estaba el pavimento principal que conectaba con la
única ruta que llevaba a Buenos Aires y Brasil. De su casa bajo la cascada un
camino de tierra conectaba con el pavimento principal. Su casa era muy linda,
tenía ventanas que daban al agua de la cascada y a los pocos rayos de sol que
podían traspasar o pasar la cortina de agua.
Beto trabajaba de zapatero a tres kilómetros de su hogar, todas las mañanas él
iba con su bicicleta a trabajar. Para ir al trabajo tenía que pasar por arriba de la
cascada, sobre ella había un árbol que daba una fruta que nadie conocía,
solamente Beto, que se había plantado cuando él no existía. Era la más rica y
dulce, no tan dulce, si no justa y fresca para que no te agarre un golpe de calor
todas las mañanas al andar en bicicleta.
Él en la zapatería había conocido hace mucho tiempo a su amigo Alfonso Del
Poso.
Siempre hablaban, tomaban mate, pero nunca habían llegado a conocerse el
cien por ciento, es decir, ninguno conocía la casa del otro, ni sus familiares. La
jornada laboral de Beto terminaba a las siete de la tarde y ahí es cuando su
vida toma un giro inesperado. Ese mismo día Beto invito a Alfonso a su humilde
casa bajo la cascada para que conozca a su familia y su vivienda y fue ahí
cuando Alfonso aceptó para el día siguiente.
Beto llegó a la casa y lo primero que hizo fue saludar a su madre con un beso
en la mejilla, que estaba inmóvil viendo la ventana de la cascada. Él preparaba
la comida, siempre ponía dos platos en la mesa para él y su madre. Por
razones que el muchacho desconoce siempre la madre esta inmóvil y le decía
18
que más tarde iba a comer. Beto sin hacerse problema comió, levanto su plato
y fue a dormir pensando que podía cocinar al día siguiente que tenía su primer
invitado en toda su vida.
Otra vez nueve de la mañana, el día estaba nublado, Beto tenía un muñequito
de la buena vibra, que si se ponía negro decía que iba a pasar algo malo, y si
se ponía celeste, algo bueno, la madre siempre le decía que no había que darle
importancia porque eso de la vibra muchas personas no lo creen. Beto va a la
zapatería y frena para hacer las compras de lo que le iba a preparar a su
amigo, unas empanadas. Al terminar la jornada laboral los dos fueron para la
casa bajo la cascada, él le mostró a Alfonso el árbol único que tenía y le dijo
que de postre le iba a convidar una fruta. Alfonso aceptó. Al entrar a la casa lo
primero que Beto hizo es presentarle a su madre la cual estaba sentada en el
sillón. Alfonso imprsionado no ve a nadie, incomodado de que su amigo este
delirando o imaginando, se atreve y le pregunta si él se encuentra bien, porque
en ese lugar no veía a nadie y Beto discutió y grito por cuestionar la existencia
de su madre. Alfonso ofendido se fue de la casa, y le dijo que reflexione y
busca ayuda porque realmente en ese sillón no había nadie. Justo se largo la
tormenta y en un relámpago, un flash, en un abrir y cerrar de ojos la madre
desapareció. Beto shokeado se quedo inmóvil cinco minutos, los rayos y
truenos sonaban. Lo primero que él hace fue ir arriba de la cascada. Toda la
vida imaginando que tenía madre, fue durísimo, no lo podía creer, hasta que
vió que en el árbol no había más frutas en ese momento. Más tarde
comprendió que Alfonso tenía razón, y fue ahí cuando de arriba de la cascada
dio pasos hasta que se arrojo y se puso todo oscuro.
***
19
Autor: Eduardo Ameghino, 5º año
Belgrano Day School
Persigo algunas palabras
Inmediatamente al verme al espejo esa mañana, tuve la sensación de
que sería un día aburrido, ordinario y rutinario. Por el simple hecho de hacer un
cambio, decidí ponerme mi mejor traje y bajar a la cocina. Al llegar, me sentí
inapetente y para mal de males la cafetera no respondió. Decidí partir a la
oficina con el sentimiento de un solo vaso de agua en el estómago. Poco sabía
yo que ese día no tendría nada de ordinario.
Ahora me doy cuenta de que son pocos los que realmente entienden el
efecto que puede tener un mísero segundo en la vida de uno. Es impactante
cómo puede cambiar todo de un segundo a otro. Un segundo uno está solo y al
otro, acompañado. En un segundo, uno ríe y al otro llora. Un segundo uno vive,
pero al otro ya no más. El siguiente hecho me llevó a darme cuenta de todas
estas realidades y mucho más. Ese evento, vino con la forma de un llamado
telefónico.
“Alex murió anoche. Fue un accidente en la Panamericana. Te
esperamos esta tarde a las siete y sería bueno que pudieras venir con algunas
palabras…” La conversación sigue por varios minutos pero yo ya estaba
pensando en la nada misma. Había flotado a una nube de sueño, o realmente
una nube de pesadillas. Las palabras de María cayeron sobre oído sordo, ya
muy alejados de la realidad, ojos llorosos de recuerdo.
Lo que siguió de mi parte fue una sucesión de respuestas monótonas.
Yo casi ni reaccioné para poder anotar la dirección del funeral. No entraba en
mi cabeza el pensamiento de pérdida. No podía creer que mi mejor amigo
estuviese muerto y no podía creer, por sobre todas las demás cosas, que
jamás podría volver su rostro.
En fin, mi posibilidad de despedir a Alex tendría lugar en la Recoleta, a
las siete. Al parecer me quedaba todo el día para escribir. Unos párrafos, unas
líneas, siquiera la posibilidad de escribir unas palabras estaba totalmente fuera
de mi alcance.
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No importa cuánto entrenamiento tenga uno, ni cuánto conocimiento, ni cuánta
fuerza, ni cuánto estudio; la vida en algún momento nos golpea y nadie es
impermeable a ello. Cualquiera que diga que es feliz con lo que tiene, miente.
La felicidad es momentánea. En algún momento, la vida nos golpea y cuando
golpea nada es felicidad. Hoy me ha golpeado a mí con una pérdida y con ella
sufro el vacío.
Hoy me doy cuenta de que tanto conocimiento, tanto entrenamiento y
estudio como escritor son en vano pues escritor sin palabras es tan útil como
rueda cuadrada. Sin palabras estoy y mientras agarro una pluma dudo de mi
valor. “¿Por qué murió él y yo no?” grité, pateando la mesa. Esa era una de las
tantas preguntas que venían a mi cabeza en ese momento, entre llantos, ira y
escepticismo. Tomé la pluma y no tenía tinta, un eterno vacío.
Así, seco, vacío, inútil, busqué el diario que había estado sobre la mesa
todo el tiempo, abierto en la página de avisos fúnebres. Busqué alguna
inspiración, pero me asusté de mi desesperación. ¿Quién busca inspiración en
un aviso fúnebre? Reí, me agarré la cabeza y cerré los ojos.
La imagen de la hoja blanca frente a mí cuando abrí los ojos, no fue
nada satisfactoria, menos lo fue saber la hora. Me quedaban veinte minutos
para escribir. No escribí nada. Perseguía algunas palabras que no vienen, no
son suficientes. La palabra es insuficiente para describir mis sentimientos.
¿Qué opciones le quedan a un escritor si la palabra es insuficiente? ¿Qué le
queda sino desesperar? Desesperar porque es obsoleto, es inútil un escritor sin
palabras. Veo el reloj que no avanza y no se detiene. ¿Por qué no se detiene
todo? ¿Por qué esta situación sólo me frena a mí?
La pérdida me trajo el vacío y el vacío me llevó de nuevo a la pérdida. Es
un círculo sinfín, un círculo vicioso y lo peor es que a quien más afecta es a mí,
al escritor. Pues no existe peor veneno para nosotros escritores que la pluma
vacía, la pluma que no fluye.
Sonó la alarma que indicaba las seis. “Va a haber tráfico, me conviene
salir ya”, pensé. Finalmente me doy por vencido, me sentía derrotado. Llegué al
cementerio de la Recoleta y vi a la gente reunida, me acerqué a los deudos,
ofrecí mis condolencias a las personas cercanas a Alex. En ese preciso
segundo, María me saludó desde atrás del ataúd y ahora sí, el tiempo dejó de
correr. Sentí un sudor frío en las manos y un escalofrío que me corría por la
21
espalda al acercarme al atril. Coloqué las hojas en blanco y comencé diciendo:
“…”
***
Autora: Martina Baña, 4º año
Belgrano Day School
En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde.
Mis ojos se abren lentamente como si hubiesen estado cerrados durante
mucho tiempo. Enfrente, un reloj marca las once. Me encuentro en un cuarto
frio, desconocido. Hacia mi derecha te encuentras, en tu rostro se marca una
sonrisa y algunas lágrimas corren por tus mejillas. Yo no lo comprendo. Tus
labios se mueven pero no comprendo lo que dicen. Intento levantarme pero mi
cuerpo no reacciona. Inmediatamente te levantas y sales del cuarto. Aquí
contemplo la habitación en la que me encuentro. No hay muchos muebles, solo
el sillón a mi izquierda. Enfrente se encuentra una mesa que tiene una bandeja
con comida. Me pregunto si es para mí. Noté mi hambre. A mi izquierda y
arriba del sillón que parece muy incómodo, se encuentra una ventana. La
desearía cerrada ya que entra una brisa que me incomoda. Trato de
levantarme para cerrarla, pero mi intento es fallido, no puedo moverme. Me
empieza a molestar esto. Tú entras acompañada de una mujer que empieza a
mirarme y se fija en una pantalla a mi derecha. Luego toma una jeringa y la
introduce en mi brazo. Cerré los ojos, siempre me han causado terror las
jeringas, pero esta vez no la sentí. La mujer se va, pero tú te quedas sentada a
mi lado. De repente, advertí el lugar en el que me encuentro. Tú sigues llorando
y esto me pone triste. En mi cabeza, las preguntas me atormentan. Pruebo
preguntar pero las palabras no logran salir.
Pasan las horas y ninguna mejora ocurre. Sigo intentando, pero en vano.
Me he quedado dormida y al despertarme, encuentro algunos rostros familiares
en la sala. En ese momento, me empiezo a indignar por no poder
comunicarme, ni moverme y me empiezo a preocupar porque nunca más lo
pueda hacer. Quise llorar, pero no me cayeron lágrimas o no las sentí. De
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repente, en un destello recordé. Recordé cosas horribles que preferiría que
quedaran en el olvido, pero estos recuerdos respondían mis preguntas.
Recordé todo lo que me había sucedido y cómo llegué a este lamentable
estado. Recordé.
*****
Han pasado tres meses desde la última vez que te vi cantar, reír, bailar,
feliz. Tres meses desde la última vez que te oí. Tres meses en los cuales el
tiempo no parece pasar. Tres meses en los cuales te he ido a visitar
diariamente con la esperanza de que levantaras. Por las noches, me cuesta
dormir pensando en ti y en el accidente. Ese accidente en el que hubiera
preferido salir yo herida y no tú.
Me encuentro yendo a visitarte como de costumbre, camino hacia allí,
saludo a la misma gente, por el mismo camino. Mi camino se ha tornado
monótono, aún así deseo que sea el último. Por los pasillos me encuentro con
rostros ya conocidos debido a la cantidad de veces que estuve aquí. Al llegar a
la puerta que indica que tú estás adentro, me detengo, rezo y entro. Me
detengo en el reloj que anuncia las diez. Te veo recostada sobre la cama como
de costumbre. El ambiente es frío y todo parece estar igual que ayer. El olor al
material con el que limpian invade el cuarto. Abro la ventana para que dicho
olor se vaya. La bandeja con tu desayuno sigue intacta en la mesa. Me siento a
tu derecha y los recuerdos invaden mi mente. Escucho un ruido proveniente a
la pantalla delante de mí, levanto mi cabeza y noto que tus ojos se están
abriendo. La alegría corre por mi cuerpo y una sonrisa ilustra mi rostro. Varias
lágrimas de felicidad salen de mis ojos y recorren mis mejillas hasta caer en la
cama. Tus ojos delatan que quieres hacer algo, pero no puedes debido a tu
estado. Salgo en busca de ayuda. Al regresar, tu mirada te muestra
desorientada, perdida. Te dan una medicación para regularizar tu situación.
Pareces preocupada y yo sigo llorando. Te quedas dormida y yo aviso a tus
seres queridos sobre tu estado. Todos lo reciben con alegría y a algunos les
parece difícil de creer, los más negativos ya habían perdido la fe. Pero todos
dejaron sus obligaciones para poder estar presente cuando te despertaras esta
vez. Las horas corren y se reúne la gente en la sala. Todos traen algún
obsequio, los más pequeños, inclusive, traen tarjetas que han hecho al recibir
la noticia. Tú te despiertas y se hace un silencio inmediato. Todos están felices,
23
menos tú. Corren lágrimas por tus mejillas. Al percatarnos de tus sentimientos
intentamos relajarte y lo logras.
Durante las semanas siguientes sigues allí. No logras progresar mucho,
pero estamos felices de que te encuentres consciente. Dicen que sufres y
recomiendan lo peor. Es la única solución que encuentran y me veo obligada a
acceder.
Es la tarde y ésta será la última vez que nos veamos. Me causa mucho
dolor y lloro. Lloro desconsoladamente. No quiero que me veas llorar, entonces
pospongo unos minutos la despedida. Entro a tu habitación, me siento a tu
derecha donde me senté durante los últimos cuatro meses. Hablo contigo. Tú
cierras los ojos. Esta vez, para siempre.
***
Autor: Tomás Blasón, 5º año
Belgrano Day School
L'image cachée (La foto oculta)
Sabía que esto iba a ocurrir. Lo sabía y quise jugar la carta del inocente. Los
años se hacen viejos y sigo cometiendo el mismo error. Mi vida podría
asemejarse a la de un libro viejo. Ya saben, de esos que nuestros progenitores
nos compran para incentivar una chispa de lectura y acabamos por hojearlo
con un interés pretendido. Después, simplemente los tiramos en algún hueco
que encontramos en nuestra biblioteca (de la cual no hemos leído ningún libro).
Allí el libro pierde su carácter y propósito. No me gusta sentirme identificado
con esta descripción, pero hace tiempo la leí en algún lado y por alguna razón
a mi cabeza le pareció interesante; es por ello que no puedo pensar en otra
cosa.
Parecía que estaba por cumplir el sueño. Hace ya unos cinco o seis
años que compré este pequeño apartamento en París. Muchos me llenaron la
cabeza con esta ciudad; debo reconocer que tenían razón. Un pequeño pero
24
agradable piso cerca de la gran Champs- Élysées. Podría decirse que mi vida
encaraba hacia un buen futuro. Me sentía una especie de bohemio. Mi
profesión me trajo a fotografiar los barrios de esta preciosa ciudad. La triste
realidad es que seguía sin conseguir el estrellato. Nadie compraría mis
fotografías. Muchas de las empresas a las que presentaba mis proyectos me
terminaban echando por la puerta trasera. El efectivo tampoco estaba presente
en mi billetera. Usualmente mi vecina, una amigable y casera señora, me
invitaba a cenar a su departamento. Es una gran cocinera. El dilema que
seguía enfrentando era por qué no lograba triunfar. Desde pequeño me
imaginé que sería exitoso. Algo no funcionaba. En la secundaria no enfrente
problema alguno con respecto a las evaluaciones. Constantemente me
convocaban para competencias extracurriculares y todas esas actividades que
organizan las escuelas privadas. Ya egresado, estudié fotografía y música. Lo
disfruté mucho, pasaba horas fotografiando y leyendo libros. Thoreau,
Nietzsche, Leo Toltsoy, Kurt Vonnegut y un par de inteligentes más. Ahora que
lo pienso, no era más que un orgulloso. Creía que saldría a la edad adulta y me
comería el mundo. Evidentemente estaba muy equivocado. Estoy viviendo en
la hermosa París, eso es verdad, pero ¿soy realmente feliz? Me siento solo y
no logro desarrollar mis habilidades laborales. “Entonces me estás queriendo
decir que necesitás un incentivo, algo que logré sacar la frustración que llevás
dentro y reemplazarlo por sentimientos positivos”- comentó la señora que tenía
sentada al lado del banco. Lentamente levanté la mirada y la miré confundido,
extrañado e inquietamente avergonzado; nuevamente había comenzado a
pensar en voz alta. Era una tarde fría de otoño. De esos otoños en los que lo
único que queremos hacer es quedarnos en nuestros hogares tomando
chocolate caliente mientras miramos alguna película que luego nos haga sentir
especiales. Pero no, ¿dónde me encontraba yo? En el parque, sentado en un
banco mirando las hojas caer a mis costados. Sigilosamente tocando mi
preciada cámara con las yemas de mis dedos. Ya me había tomado dos vasos
de café. “Claro…exactamente. Sí...eso”- le contesté a la amable señora. No
quise ser descortés ni grosero, menos con una simpática vieja que me sonreía
entre pensamientos curiosos. En mi cabeza, solo pensaba en retirarme del
parque. Odiaba que la gente me aconsejara. Di las gracias y me marché.
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La noche se acercaba y la temperatura descendía. Guardé mi cámara
para evitar conflictos con algún borracho o alguna gitana que quisiera
sacármela. Emprendí mi vuelta a casa pensando en cosas sin sentido. Mientras
atravesaba el puente que conectaba un extremo del parque al otro, ya que
había un pequeño lago en el medio, pensé que ese paisaje merecía una
humilde “fotografía del rechazado”. Así llamaba a mis fotografías, ya que
efectivamente eran ignoradas por todo comerciante que podría darme dinero a
cambio de mi trabajo. Me paré en el punto más alto del puente y disparé la foto.
La noche se sentía pesada, y no pude obtener mucha claridad. Decidí no
borrarla, no sé por qué. Como había hecho con la humilde señora, me retiré
silenciosamente de aquel parque.
Me levanté para comenzar un nuevo día. Me desvestí y me duché
lentamente. Tomé mi billetera y bajé a buscar mi café de todos los días por la
confitería de la esquina. “Claro, siempre hago las cosas mal. ¿Por qué me
sorprendo?”, pensé. Me había olvidado mi cámara. Subí a buscarla (de paso
agarré una bufanda ya que había comprobado que estaba fresco) y bajé las
escaleras de vuelta. Recordé que tenía un par de fotos de un recital que debía
ir a revelar. Mientras caminaba hacia el local donde normalmente revelaba mis
“obras de arte”, pensaba que, dentro de todo, era afortunado. No todo el mundo
tiene el honor de vivir en una ciudad así. Sonreí tímidamente. Una vez que las
fotos estaban reveladas agradecí, y avisé que pagaría la semana que viene,
pretexto que me venía funcionando desde hacía ya unas semanas. Regresé a
mi pequeño apartamento, preparé un cappuccino y me dejé caer frustrado en
mi cama. “Bueno…pudieron haber sido peores”, me dije a mí mismo. Me refería
a las fotografías, claro. Fui pasando una por una, sin prisa alguna, suavemente
mientras las analizaba detenidamente. No entendía qué tenían que podían
provocar tanto rechazo. En síntesis, no salían fuera de foco, y al tener poca luz
en los pequeños bares donde tomaba fotografías de los músicos la luz parecía
estar bien. Problema de ellos, pensé. Fue en ese momento cuando noté que la
última foto de las que me habían revelado era extraña. Era esa humilde foto
que había tomado el día anterior en el puente. Había sido una foto totalmente
desinteresada. Podría llegar a creer que se había colado entre las fotos
reveladas. Entrecerré los ojos para ver con mayor precisión. Al costado de la
foto, del lado izquierdo del parque, sobre un frío banco, bajo una iluminada
26
luna, yacía una figura. Sinceramente, era un tanto difícil de creer. A lo lejos,
sentada sobre un banco, se distinguía la figura de una mujer. Mis manos que
sujetaban la polémica foto temblaban a más no poder, factor que hacía que me
costase mucho analizar la foto. En ella, la mujer me daba la espalda…o eso
creo. No podía distinguir mucho, o quizás los nervios no me dejaban. Odio
enfrentar situaciones de estrés.
No logro entender cómo concilié el sueño esa noche. Me desperté
cansado esa mañana. Frío y humedad. Me levanté de mi cama para comenzar
la rutina de todos los días. Baño, café, olvidarme la cámara y volver a tener que
subir. Decidí no darle importancia al hecho que fuera pobre. Tomé el subte, y
me dirigí a Notre Dame. Me compré algo para tomar, bueno en realidad compre
café y me senté a mirar la gente pasar. Hacía mucho frío, y el sol lentamente
se iba deslizando atrás de la Catedral. Me gustaba el color y la tonalidad que
tomaba el edificio, con los rayos rojos del sol de fondo. Disparé un par de fotos.
También me pareció divertida la situación de unos chicos jugando a molestar a
las palomas. Nuevamente revelé las fotos, había sacado bastantes y quería
verlas. Las revelé en ese pequeño local y volví a casa. Estuve un par de
minutos hasta que logré entrar, mi llave se atoraba en la cerradura.
Nuevamente, repetí la escena de la noche anterior: me dejé caer sobre la
cama, con una taza de café apoyada en mi mesa de luz. Sería un total cliché,
pensé, que en la última fotografía apareciera esa figura de nuevo. Por suerte,
no. Comencé a pasar las fotos una por una, nuevamente. Eran bastantes. Una
foto me llamó mucho la atención. Había demasiada luz en ella. También, noté,
con total desesperación, que en una de las ventanas de la Catedral aparecía
otra vez esta misma figura. Revisé bajo una crisis emocional todas las fotos.
Había muchas fotos tomadas desde la misma posición y en ninguna aparecía
esa especie de fantasma. ¿Qué estaba ocurriendo? Quizás era la falta de
descanso, seguramente era eso. Debí haberme quedado dormido, porque miré
por la ventana y era plena noche. Me desvestí y continué durmiendo.
Rompí esas fotos. Preferí olvidarme de lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo
era posible que una figura saliera siempre en mis fotos? Lo peor es que siguió
ocurriendo, y ocurriendo y ocurriendo. Cualquier paisaje que fotografiaba, allí
estaba esa silueta. Lo peor era que aparecía en lugares insólitos. No quisiera
que me tomasen como un mentiroso, pero en una de las tantas ocasiones logré
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distinguirla en unas fotos que tomé en el Parlamento. Era una especie de
tormenta. Algo querían decirme con esto pero no lograba descifrar qué. Y
tampoco podía averiguar quién. Supongo que algún día iba a terminar esta
situación.
Sería otro total cliché describir qué fue lo que ocurrió y cómo. Pero así
son las cosas. La vida, sin explicación o coherencia alguna, nos prepara estas
series de eventos desafortunados, o afortunados en su defecto. Unas semanas
posteriores a la primera vez que distinguí esa figura entre mis fotos, se produjo
una situación muy peculiar. Nuevamente, fui a esa pequeña plaza. Estaba
sentado solo en el mismísimo banco donde había charlado con la señora.
Estaba ahí con los ojos cerrados, cayendo en un sueño profundo. La brisa que
iba y venía me despeinaba un poco, pero dentro de todo era agradable ya que
me refrescaba la cara. Fue en ese momento cuando ocurrió. Algo comenzó a
rozarme lentamente la mano. Supongo que por estar tan cansado, asumí que
un poco de la amigable brisa se había separado y ahora palpaba parte de mi
mano. Esa supuesta brisa se hizo más intensa. Luego empecé a sentir un
tímido susurro, acompañado de una bellísima risa. Lentamente, abrí los ojos;
ya estaba preparado para cualquier cosa. Y fue ahí donde la vi. Créase o no,
era la mujer que aparecía escondida en todas las fotos. No supe cómo actuar.
Mirarla tímidamente me pareció lo más adecuado, y quizás sonreír para
parecer simpático. No sé cómo se describen este tipo de situaciones, pero fue
lo mejor que me ocurrió en años. Luego de ese encuentro tan intenso, mi vida
tomó un rumbo totalmente distinto.
Nuevamente, pensarían que soy un mentiroso si les contase que aquella
temerosa mujer es ahora mi esposa y que mis trabajos empezaron a ganar su
merecida fama, como dice ella. Solemos tomar café y sentarnos en ese banco
en la plaza donde nos conocimos por primera vez a charlar durante horas, sin
tener control alguno de los minutos que se nos escapan. A veces, simplemente
me gusta mirarla y fotografiarla mientras ella se acerca al lago a fumar un
cigarrillo. En esos momentos, pienso que ella es la dulce y misteriosa figura de
mis primeras fotos. Se me forma una tierna sonrisa, pero no tengo otras
palabras para describir lo ocurrido. Creo que aquella señora, a la cual no le
presté mucha atención cuando me aconsejó, debía de saber lo que iba a
ocurrir. Estaba en lo correcto, había encontrado un incentivo en mi vida. La
28
señora debía de estar en este momento sentada en alguna confitería de la
belle París conversando con amigas sobre aquel joven a quien vio muy perdido
y deprimido. Les debe estar diciendo: “en ese momento no se dio cuenta. Lo
comprendió mas tarde. Lo único que él necesitaba era un amor parisino”.
Imagino las sonrisas y alegrías de las señoras y no puedo evitar sentirme feliz.
Tienen razón.
***
Autora: Antonella Gazzani, 5º año
Belgrano Day School
Una pequeña parte de mí
Todos tenemos historias que contar. Sean largas o cortas. Tristes o
felices. Divertidas o realmente fastidiosas. Sepamos transmitirlas o no.
Podemos hacerlo por medio de cartas y fotos. De videos y de objetos. De
caras, incluso de gestos. Esto siempre me fascinó: cómo cada cual consigue
una forma de expresarse, y de contarle al mundo algo, una pequeña parte de
sí.
De todos los lugares donde se pueden encontrar e investigar historias,
tanto una biblioteca, un museo e infinitas más, yo tenía mi lugar preferido. No
me apasionaba ni lo frecuentaba demasiado, pero siempre lo tuve presente y
me resultaba interesante y divertido.
Al crecer en un colegio público y después empezar mi carrera en una
facultad también pública, me vi ante la necesidad de recurrir, aunque solo si era
necesario, a los baños públicos. No es sorprendente encontrarse en la puerta
de cada baño, con un despliegue de notas, dibujos, y diferentes
manifestaciones del arte (aunque no todo puede ser llamado precisamente así).
Este “vandalismo”, que nadie se ocupa de observar, ha llamado mi atención
desde mis más tempranos años de adolescencia. No solo surgen comentarios
sumamente graciosos sino que también muestran algo más.
29
Tal vez es romántico de mi parte pensar así, pero veía en cada nota, un
pedazo de alguien. Aunque no hayan querido hacerlo, la gente cuenta una
historia al escribir ahí y me encantaba imaginar cuál era la historia de cada uno,
y cómo se podían entrelazar entre sí.
Jamás pensé en contribuir al patrimonio de las notas escritas ahí. No me
interesaba. Yo solo leo y siento que es mejor así. Jamás me gustaría que algo
de mi creación estuviera en esas paredes. Me gustaba leerlas, pero yo sentía
que cualquier cosa que yo escribiese, no pertenecería a ese lugar. De todas
formas no sabría qué poner, así que no le doy demasiadas vueltas al asunto.
Una tarde, cuando estaba aburrida, entré a un cubículo de la facultad
que ya había visitado varias veces y que en realidad no estaba en
funcionamiento, puesto que no tenía inodoro, pero sí una especie de tabla, que
yo usaba como silla cuando iba a reflexionar a ese extraño lugar secreto que
me gustaba visitar de vez en cuando. Me senté y me puse a ver qué había de
nuevo en esa puerta. Entre las noticias de las que me iba enterando, como que
una tal Ana tenía fuertes tendencias comunistas y que Paula amaba a Pablo,
distinguí algo que llamó mi atención. No sé precisamente por qué, ya que era
bastante raro que me llamara la atención leer lo que la gente escribiese en el
baño, o que encontrara en un baño público un buen lugar para pensar. Tal vez
fuera porque era privado e íntimo y era el momento en el que alguien está
realmente solo. ¿Solo? O bueno… con sus pensamientos, cosa que no todos
pueden aguantar.
Lo que vi escrito era simplemente una frase, en marcador negro de trazo
fino: “Amaba tanto los misterios, que se convirtió en uno” Al leer esa frase, algo
cambió. No tuve un “déjà vu” como lo llaman, ese momento de creer vivir algo
de nuevo. No me recordó a nada, ni a nadie (tal vez a algún libro), pero sí me
estremeció. Tuve un momento de autorreflexión, como si esa pared gris y sucia
me estuviese hablando a mí, y yo fuera aquella persona. No sentí que me
pudiese identificar tanto con aquello pero, por alguna razón, me estaba
causando irritación. De repente, me sentí incómoda y observada. Eso me
molestó. No sabía quién era el que había escrito eso, pero quise saberlo, y esto
me molestó aún más ya que me llevaba nuevamente a aquella frase, y se
creaba un círculo en mi mente.
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Ese acontecimiento me perturbó por muchos días, y cada tarde volvía a
ese cubículo, a leer esa estúpida frase, que estaba volviéndome loca. Con los
días, me resultó conocida. Quien fuera que la había escrito, probablemente lo
había hecho pensando en cualquier cosa. Pero era una linda frase, y me
sacaba de quicio que estuviese allí. Sentía que no pertenecía a ese lugar.
¿Qué hacía allí?
Decidí borrarla. Claramente estaba perdiendo la mente. Debía consultar
a un psicólogo, tal vez mi madre tenía razón, y yo era una persona muy
cerrada. Posiblemente el no abrirme con nadie estaba llevando a que me
sintiera mal por una mísera oración. No podía estar en paz hasta que no
hubiese devuelto esa puerta a su estado original. Nuevos dibujos y palabras
aparecían cada día por supuesto, pero estos no me interesaban. Quería borrar
solo aquélla, era la única que no encajaba.
El día que la borré, me liberé. Me sentí menos oprimida y aquella
sensación de ser observada, de estar al descubierto, desapareció.
Al llegar a mi casa ese día, acomodando mis cosas, noté algo. Había
estado sobre la mesa todo el tiempo pero no se me había ocurrido mirarlo,
hasta ese momento. En ese instante sentí que esa pequeña lamparita, como la
que aparece en los dibujos animados, se prendía sobre mi cabeza. Abrí el libro
de notas. Era uno que mi madre había encontrado en mis composiciones
mientras estaba en la secundaria, y había decidido devolverme para que lo
mirara y me riera. Entre aquellas notas, intentos de poemas, y algunas
canciones a medio armar, encontré un cuento. Quise leerlo y vi algo que me
dejó la piel helada. “María era una chica rara. Siempre lo había sido. Amaba
tanto los misterios, que se convirtió en uno.”
Esas oraciones eran el comienzo de mi pequeña historia. Por supuesto,
una brisa helada recorrió mi cuerpo. ¿Había sido creación mía esa frase?
Acaso, ¿la había escrito yo en aquel cubículo y no lo recordaba? ¿Podía ser
que, el hecho de que fuera una frase mía y estuviese allí al descubierto para
que todo el mundo la viera, fuera la razón por la que me molestaba tanto?
Decidí aceptar que no debía darle más vueltas al asunto y que no era justo que
fuese allí a ver la vida de los otros, a investigarlas, a imaginarlas y armarlas, y
jamás dar un pedazo de mí. No contribuía con lo que estaba sacando. Pero…
¿me estaba aconsejando a mí misma?
31
Suficiente. Tal vez tenía razón, amo tanto los misterios, que me convertí
en uno y esto me gusta. No voy a visitar nunca más ese cubículo y voy a
buscar otro lugar para frecuentar y en donde pueda pensar. Esta es la primera
y última vez que voy a hablar sobre lo sucedido. Todos tenemos historias que
contar y ésta es la mía.
***
Autor: Nicolás Lozano, 5º año
Belgrano Day School
Holly Monroy
A simple vista, Holly se parecía a cualquier mujer ordinaria que uno
podría encontrar en las calles de Nueva York recorriendo fanáticamente las
numerosas tiendas del Upper East Side o aventurándose en una corrida por
Central Park. O así le parecía a John -uno de los tantos turistas ingleses que
visitaban la metrópolis en el verano-, o a muchos otros hombres que habían
entrado en su vida. Habían sido muchos, pero por supuesto John esto no lo
sabía todavía. Holly no pensaba contárselo tampoco.
“¡Qué hermosa vista!” La voz de Holly era tan dulce como el canto de un
ruiseñor cuando se dirigía a algún hombre que le interesaba, como era el caso
de John. “¡Es asombroso!” gritaba John, mirando la ciudad de Nueva York
desde las alturas del mirador del edificio más alto de Rockefeller Plaza.
“¡Supongo que te debo un favor por haberme traído hasta acá, nunca habia
venido!” Ahí estaba. Otra de sus mentiras. Hacía dos días que Holly había
conocido a John y ya había ideado por lo menos cinco mentiras. Se habían
conocido por accidente en un episodio vergonzoso en Starbucks en el cual ella
había tropezado y volcado un tazón de Café Latte caliente sobre John. De esa
manera, manchó su flamante camisa blanca, la cual Holly había identificado
inmediatamente como un nuevo modelo de temporada de Dior. En ese
momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, pero había conocido al
único hombre que la sacaría de sus problemas y ella lo arruinaría todo. Aquella
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eterna búsqueda de la satisfacción la dejaría sola y la terminaría volviendo
loca. Pero todavía no lo sabía.
“No necesito agradecimientos, fue un placer invitarte, además, si no me
hubieras acompañado nunca hubiera sido tan entretenido. La “socialité”
estadounidense no estaba del todo conforme con su actitud, no le parecía
correcto vivir sobre la base de mentiras, pero esto la divertía y no podía
evitarlo, casi como si fuera una maldición. No podía dejar de admitir, sin
embargo, que era esto lo que la ayudaba a desenvolverse tan exitosamente en
ese ambiente que a muchos les parecía hostil. Las demás de su entorno
parecían buitres que circulan lentamente alrededor de su presa esperando
ansiosamente la caída del prójimo para ocupar su lugar.
“Vamos, te invito a un café en un lugar muy atractivo que noté cuando
subíamos” dijo John a Holly entre risas, tomándola de la mano y guiándola
hacia el ascensor turístico. “¡No puedo! Disculpáme, tengo que juntarme con
unas amigas a las 20:00 en Barney’s, les vengo postergando los planes y se lo
tomarían a mal si les fallo una vez más. Se enojarían con vos por retenerme.”
Levantando una ceja en una expresión algo burlona, Holly mintió nuevamente.
“Está bien”, contestó John riendo, “no querría sentir la ira de tus amigas. No,
por favor, andá con ellas, mañana nos comunicamos si tenés algo de tiempo.
Fue un gusto compartir el día con vos.” Holly se despidió y empezó a caminar
muy apurada.
Al bajar a la calle, le cambió la cara totalmente. Se arrancó la sonrisa
que había traído pintada todo el día, se sacó una zapatilla y extrajo un zapato
flamante de taco. Se lo ponía mientras caminaba y guardó la zapatilla en la
amplia cartera. Repitió el proceso con el pie derecho. Apuró nuevamente el
paso, se desabrochó el cierre del tapado, revelando un vestido negro de
lentejuelas elegante sobre el cual John nunca había tenido la oportunidad de
poner la vista. Holly metió el tapado en la cartera justo a tiempo para ver el
cartel de la cafetería Dean & Deluca que, de no haber hecho esto, la hubiera
pasado de largo en su frenesí por llegar a tiempo. Eran las 20:12, llegaba doce
minutos tarde. Abrió la puerta y fue directo a la mesa en la que ya lo había
ubicado por la ventana mientras entraba. “¡Perdón! No lograba encontrar un
solo taxi, ¿puede creerlo? Una ciudad donde hay más taxis que personas y no
me frenaba ninguno.” Mintió rápidamente Holly, agarrando por sorpresa al
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hombre que estaba sentado en la silla frente a la que ella misma se estaba
acomodando rápidamente, sin dejar de hablar. “Hola”, dijo sonriendo y se
colocó su máscara más inocente. Juan la miraba atentamente, con una
expresión de deseo en la mirada que ni se molestaba en ocultar. Juan siempre
le había repugnado a Holly, desde el día en que se conocieron. Era un
empresario español multimillonario que residía en Manhattan, ciudad de los
grandes negocios. Juan se había cruzado con Holly hacía ya dos meses en
uno de esos eventos de la alta sociedad de los cuales Holly era fanática. Desde
que conoció a John, a Holly le pareció graciosamente curioso, y no sin cierta
ironía, cómo dos hombres con el mismo nombre podían ser tan diferentes.
Inmediatamente había detectado su actitud de mujeriego, que lo convertía en la
víctima perfecta. Desde ese día, Holly se encontraba con Juan donde ella
mantenía sus mejores mentiras y apariencias, arte que había perfeccionado
viviendo en el entorno del Upper East de Manhattan y de esa manera
manipulaba a Juan. La verdad era que la fortuna que Holly había acumulado
año tras año, divorcio tras divorcio, estaba desapareciendo lentamente y ya no
sabía hasta cuándo podría mantener su caro estilo de vida. Los hombres como
Juan eran las víctimas perfectas para sustentar tus altísimos gastos de ropa,
joyas y fiestas. Y a tan poco precio como un par de mentiras cuidadosas y una
actuación digna de estrellas de cine, Holly no le veía riesgo a sus acciones,
siempre y cuando no pasaran de eso.
Una serie de golpes gentiles en la puerta de su habitación fueron
suficientes para despertarla al mediodía del día siguiente. Frotándose los ojos y
estirando los brazos, tomó el control remoto que controlaba las persianas de su
cuarto y las abrió desde la cama, sonriendo al ver la hermosa vista a la que
daba su ventana. Holly vivía en un pent-house piso 35 de Nueva York, con
vista completa a las diminutas figuras de personas que corrían, jugaban o
simplemente gozaban del aire libre en Central Park. Estirado sobre el respaldo
de la silla de su tocador francés vio el flamante vestido azul que Juan le había
comprado la noche anterior para que la vistiera en una cena de gala a la que
luego asistieron. Había pasado ya un mes desde aquella noche en Dean &
Deluca, y su relación con Juan se había puesto más intensa. Notaba que él
estaba cada día más impaciente con ella y ya no actuaba como de costumbre.
Holly se acordó repentinamente de John. Al final, el inglés había recibido una
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oferta de trabajo con un amigo durante su corta estadía en los Estados Unidos
y se quedaría unos meses más. Con esto saltó de la cama, salió de la casa y
se tomó un taxi para llegar con tiempo al centro, frente a los carteles luminosos
de los famosos teatros de la calle Broadway, donde había arreglado
encontrarse con John. Al bajarse del taxi, lo vio llegando a la esquina. Sonrió.
A la noche, tras un largo día de caminatas y risas en la enorme ciudad,
nuevamente Holly se excusó de la compañía de John con frías mentiras, para
encontrarse con John en un bar lujoso en el Uptown. A Holly le partía el
corazón dejar a John todas las noches, otro sentimiento desconocido que había
adquirido en el último mes. Sin embargo sus encuentros con Juan eran para
ella más necesarios ahora que nunca, y no podría abandonarlos. Por ahora
mantendría las cosas como estaban, algún día se separaría de Juan, pero no
en el futuro inmediato y definitivamente no esa noche. Esa noche sería una
más como decenas de otras noches con el español. Por lo menos, eso
pensaba Holly.
Su encuentro con Juan no salió de lo habitual esa noche, pero Holly lo
notó sobresaltado y más nervioso de lo normal. Cuando preguntó por qué, ella
sintió que le estaba mintiendo y parecía más nervioso todavía, pero Holly no
quiso tocar más el tema porque le daba algo de miedo su comportamiento.
Juan había insistido en acompañarla hasta su departamento, y Holly había
aceptado porque ya hacía semanas que venía haciendo lo mismo, pero cuanto
más se acercaban al departamento lujoso en la 5ª Avenida y Central Park,
tanto más extraño se comportaba Juan. A medida que los edificios pasaban
rápidamente por la ventana de la limusina, las miradas de Juan crecían en
intensidad, cada vez más numerosas y cada vez más lujuriosas. Mientras lo
miraba, a Holly se le ocurrió que la actitud de Juan asemejaba a la de un perro
hambriento, observando a su presa.
Todo sucedió tan rápido que Holly apenas pudo unir las imágenes en su
mente. Habían llegado a la puerta del departamento de Holly, luego de que
Juan insistió en acompañarla hasta arriba. Fue un grave error aceptar. Holly se
despidió de él como de costumbre, con un beso y unas escasas pero cálidas
palabras. Pero al volverse hacia la puerta del departamento, notó que no le
había soltado el brazo. “¡Qué miedo Juan, si alguien nos viera ahora pensaría
que
mi
vida
corre
peligro!”
rió,
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bromeando,
y
trató
de
soltarse.
Inconscientemente, los pensamientos de Holly derivaron hacia el hecho de que
no había nadie en el departamento que podría verlos, y comenzó a asustarse.
Juan apretó más fuerte, mudo. “Vamos, me está lastimando, suélteme Juan por
favor y déjeme entrar que si no logro dormir hoy estaré demasiado cansada
para nuestro encuentro de mañana.” Juan no abrió la boca. Esta vez ella
también permaneció muda, mirándolo, sintiendo cómo el sudor le corría por el
cuerpo mientras su corazón bombeaba más fuerte. No podía aguantarlo más.
Empezó a forcejear, suavemente al principio y luego con más y más fuerza.
Pero no fue suficiente porque Juan le arrancó la llave y abrió la puerta. Todavía
mudo, la empujó hacia adentro y comenzó a arrastrarla hacia la habitación. Los
gritos de Holly caían sobre oídos sordos. Sobre la cama, Holly comenzó a
patalear pero Juan la sostenía tan fuerte que no logró nada. Holly no era una
gran deportista y, en poco tiempo, sus músculos comenzaron a cansarse.
Rendida, Holly bajó los brazos y dejó de gritar. Es inútil, pensó, yo me lo
busqué. Fui una estúpida. Me lo merezco. Sin darse cuenta, pensó en John.
Encontré al hombre perfecto y no supe aprovecharlo. La avaricia me hizo esto,
el codiciarlo todo. Holly cerró los ojos.
Inesperadamente sintió el peso muerto de Juan caer sobre la cama a su
lado y abrió los ojos. Asombrada, vio a John temblando a los pies de la cama,
parado, con un candelabro de plata en la mano. Holly miró a su izquierda,
donde las sábanas alrededor de la cabeza de Juan habían tomado un color
bordó. Holly miró a John y permitió que su miedo sucumbiera a un estado de
shock. “Gracias” Holly apenas podía soltar las palabras. John la miró a los ojos
con una mirada triste y pura que Holly nunca olvidaría. Una mirada de pérdida,
de dolor. Se dio cuenta de que esa era la mirada de un hombre que había sido
traicionado por su propio corazón. Por ella. Sin decir una palabra, John volteó
la cabeza hacia la puerta de la habitación y emprendió su lenta huida del
espacioso departamento. Huyó de ella. Inmóvil en la cama, Holly recuperó los
sentidos. Saltó de la cama sin pensarlo y corrió tras él. “¡No te vayas! ¡No me
dejes!” John ya estaba en la puerta principal, medio cuerpo adentro del
departamento y medio afuera. “Vos me dejaste desde hace mucho tiempo.
¿Pensaste que no lo sabía?” con estas palabras frías, y sin dejarle tiempo a
contestar, John salió del departamento y cerró la puerta. Una vez más, Holly
quedó inmóvil. No esperaba semejante respuesta. Esta vez, no corrió tras él,
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sino que lentamente dejó caer su cuerpo al piso, cubriendo su cara y su llanto
con las manos, dejándose devorar por un infierno de pérdida que solo calmaría
la locura.
***
Autor: Nicolás Rainuzzo, 5º año
Belgrano Day School
La psicoanalista
Era una cálida tarde de verano en la Capital. Corría una leve brisa que
ayudaba a dejar atrás todo el calor y agotamiento del día. Ellos dos estaban
separados por poco más de un metro y las palabras fluían desde sus labios
para depositarse en los oídos de ella, donde se iban situando una a una. Su
cara pensativa planteaba un problema común a todos los psicólogos, ella
trataba de juntar las palabras como si fuesen piezas de rompecabezas en una
oración, un párrafo o idea que le permitiera finalmente entenderlo y ayudarlo.
Así llegaría a realizar lo que era un trabajo, su trabajo. Un trabajo que, sin
embargo, no lo parecía al final del día. Al menos no con estos pacientes,
aquellos que son como no sé… no tienen nombre. ¿Únicos? Sí, únicos. Eso,
seguro. ¿Cuánta gente puede decir que mantiene una relación con otro del que
solamente sabe el nombre y la profesión? En ese momento, no se dio cuenta.
Lo comprendió más tarde.
“Lucía Saer, psicóloga”
Solo tres palabras para él. Para ella, decenas de oraciones dichas en
pura confianza. Mirando la escena desde lejos podía llegar a parecer
desbalanceada, pero no para ellos dos. Todos los miércoles iban al pequeño
cuartito de ventanas cuadradas en la calle Arribeños. Podría seguir
describiendo ese tipo de relación no convencional, sin nombre pero, con lo
dicho, alcanza para entender lo acontecido esa tarde.
37
Era su última sesión terapéutica con Lucía. El miércoles pasado, se
había enterado con un simple “en dos semanas no voy a venir más a este
consultorio” de parte de ella. La sesión pasó sin ninguna anomalía, hasta diría
que fue igual a todas las otras. Al terminar, se sintió apenada pero mantuvo
siempre su profesionalismo. Ella lo saludó con un largo abrazo que pareció
durar un segundo. Un segundo en el que los dos trataron de transmitir todo lo
que querían decirse… pero callaron. Al separarse, ella dudó. ¿Por qué sentía la
necesidad de decirle que no se iba porque quería sino porque se mudaba?
Pero, cómo empezar, cómo dar pie a una conversación en la que Lucía fuera la
que hablara y compartiera. No estaba acostumbrada. Al darse cuenta, él ya
estaba atravesando la puerta de la calle. Esta vez no dudó, corrió, lo abrazó
con fuerza y esta vez ambos pudieron decirse lo que guardaban. Ella, un sinfín
de explicaciones sobre por qué se iba y que aunque no podía le hubiera
encantado seguirlo viendo. Él la interrumpió con un simple “Te amo”. Ella se
calló y él la abrazo como para siempre.
***
38
Autora: Ernestina Gatti, 5º año
Cangallo Schule
Alejandra
Alejandra tenía un valle en su labio superior, un valle suave y rosa entre las
montañas de sus pómulos. Sus pómulos escurridizos y dignos de caricias
delicadas, desaparecían de pronto cuando sobre ellos llovía. La lluvia fina y
dulce de Alejandra. Surcaba entonces su cuerpo entero un río interminable de
dolor y soledad incurable, un río desesperado que se anidaba en el medio de
su pecho, para fluir luego como cauces desfallecientes hasta su vientre. Y era
en su vientre enclenque donde Alejandra guardaba el fruto y raíz de su pesar.
En su recuerdo, Alejandra era así de clara y comprensible. En su geografía
entera se habían instalado sus besos, construido edificaciones de caricias y
asentado sus deseos.
Cuando Alejandra llevaba un pañuelo se desplegaba desde su cuello y su nuca
perfumada un campo de flores hasta mí. Era el juego de desenvolver a
Alejandra y, como regalo magnífico de algún cielo piadoso, adueñarme de ella
en el acto mismo en que sus brazos y mis brazos se entrelazaban.
Esa mujer, tan suya y perdida, se materializaba ahora frente a la mirada de
Joaquín. Una silueta femenina que escondía entre los pliegues del vestido las
remembranzas de su amor. Recostada en el marco de la ventana fumaba y
veía con cierta indiferencia correr a un niño en el jardín. Era esta Alejandra una
fotografía antigua, delicada y suave como el durazno, pero carente de luz y
vitalidad. Tan remota parecía en su perfección que temía Joaquín llamarla,
invocarla. Temía que el más suave suspiro frente a aquel oasis la hiciera
retroceder nuevamente a la neblina y ya no pudiera encontrarla. ¡Qué
tormentoso deleite! Poseerla por completo en su recuerdo y aún así
aterrorizarse ante la idea de que se desvaneciera en su alucinada visión.
De repente, el pecho de la fantasmagórica enamorada se agitó, y con él el
corazón de Joaquín. El niño había resbalado sobre el césped húmedo, pero se
levantó rápidamente y siguió corriendo entre las abejas y los árboles.
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¡Ah, si tan sólo pudieras verlo, Alejandra! Tiene los pies delicados y ágiles
como tus pestañas y por sus venas corre tu voz de silencio. ¡Ah, Alejandra!
Creo aún sentir tu perfume en la escalera, en el sillón, en la biblioteca. Guardo
tus anteojos y tu mirada. ¿Por qué le cediste el océano azul de tus ojos y no
me dejaste ahogarme en mi llanto gris? Lo veo y no es otro que tu espíritu el
que resbala en mi jardín. Y lo odio con resentimiento y aún así sólo
atesorándolo puedo seguir vivo.
El silencio invadía la habitación, pero un eco desconocido pareció apoderarse
del aire: Alejandra lo oía. Ella sonrió ante el grito de amor desesperado y las
puertas de sus ojos parecieron abrirse a Joaquín, invitándolo a la guarida
apacible del recuerdo. Alejandra era así ahora el lecho en el cual se acostaban
las desdichas del hombre y éstas eran adormecidas con el vaivén de sus
párpados y su aliento.
Alejandra, la Alejandra perdida y la encontrada, caminaba ahora por la sala con
paso suave, silencioso, acariciaba el lomo de los libros de la biblioteca y
parecía disfrutar de aquella calma que la invadía. Con su sonrisa leve e
inimputable, le transmitía a Joaquín cierta seguridad que él había perdido con
su partida.
Sus manos iban rozando las páginas amarillentas de los libros con cierta
ternura que Joaquín había aprendido a comprender. Era la ternura de aquel
cuya historia fue robada, cuyas páginas fueron arrancadas y arrojadas a la
oscuridad de la muerte, de aquel que no encuentra otro camino más que el de
amar los miles de universos posibles que esconde cada lomo, soñando tal vez
así de cuál se apropiará, cuál hará suyo, soñando tal vez así con un nuevo
desenlace.
Joaquín miraba más allá de su eterna amada y veía, a través de los cristales de
la ventana, cómo empezaba a llover. Eran gotas finas de variados tonos, hijas
de un arcoiris vecino, que apenas alteraban al niño, quien corría bajo un tronco,
para luego saltar sobre algún animal desprevenido.
Era la inocencia del paisaje la que sentenciaba cruelmente la oscuridad en la
cual Joaquín se sumía, tomando a sorbos su agonizante demencia. Creía
Joaquín que el trago, que había estado sobre la mesa todo el tiempo que
duraba la fantasía, se mantenía intacto, pero constantemente se empañaba el
40
cristal del vaso con el aliento seco de su boca. Si tan solo pudiera concebir en
su cándida sonrisa la magnitud de la soledad…
***
En un instante y de improviso Alejandra se esfuma ante los ojos desprevenidos
de Joaquín. Deja tras de sí el recuerdo de su cuello eterno y la blancura de sus
piernas. Esta imagen de pureza, junto con un aroma a tabaco y miel,
comienzan a apoderarse de la habitación con intensidad tal que sucumben
todos los sentidos de Joaquín.
Caen los párpados y se apaga la escena.
Afuera, el niño se ha caído y llora.
***
Autor: Federico Treguer, 4º año
Cangallo Schule
El sacrificio
Eran las cinco de la tarde en pleno microcentro porteño. El Obelisco era
silencioso testigo de un futuro ir y venir de hombres y mujeres monótonos que
bambolearían sus inmensos portafolios llenos de inútiles papeles, formas y
biromes. Las estaciones de subterráneo abarrotadas mostrarían una asquerosa
imagen de infantes, adolescentes y adultos pujando por ingresar en esas
monstruosas formaciones mecánicas que los llevarían de vuelta a sus hogares,
donde seguramente se olvidarían de la rutina escolar o laboral entrando en una
rutina peor: la rutina digital. Millones de almas ingresando a un mundo paralelo
dominado por la necesidad de ser indiferentes a los problemas reales,
infiltrándose en una realidad virtual monolingüe que nos obliga a concentrarnos
en las idioteces ajenas.
Sin embargo, la delicada estética de la tarde porteña se vio brutalmente
adulterada por la figura extraña de un solitario hombre parado en el cruce entre
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Corrientes y Esmeralda. Como si hubiese sido sacado del relato de Scalabrini
Ortiz, este hombre se encontraba solo y parecía estar esperando a alguien. El
ser humano en cuestión parecía ajeno a la vorágine urbana, y vestía
demasiado formal para ser un mero empleado administrativo o acaso un triste
oficinista de una poderosa multinacional. Claramente era una persona de otra
época. El pelo negro prolijo y corto parecía cargadísimo de gel o acaso gomina.
Un traje negro combinaba con unos zapatos de cuero terminados en una filosa
punta. Con su mano derecha jugueteaba con un sombrerito marrón, mientras
su mano izquierda sostenía un cigarrillo corto a medio fumar. A pesar de lo
perturbador de este hombre, a los apurados habitúes de la City parecía no
provocarle ningún tipo de inconveniente.
A las seis menos cuarto, cuando la explosión de personas que salían de
trabajar se venía de manera inevitable, el personaje traído de las primeras
décadas del siglo veinte comenzó a caminar por Esmeralda, en dirección a
Diagonal Norte. Su lento andar contrastaba con el apurado caminar de los
infelices trabajadores, ansiosos de tomarse el primer vehículo que los llevara a
alguna parte, lejos de ese infierno capitalista. Al llegar a Diagonal Norte dobló
hacia su derecha, enfrentándose a los colectivos y autos que marchaban por la
avenida Sáenz Peña. Justo en ese momento, un niño que no debía contar con
más de siete años se separó de la mano frígida de su madre y corrió feliz hacia
el trajeado extraño. Este le devolvió una pesada sonrisa que divirtió más al
purrete, quien no disimulaba la gruesa atracción que le representaba ese
oscuro hombre. Esa muestra de pura e inocente fragilidad infantil se vio
corrupta por la mente empírica de su madre, la cual creía que su experiencia le
daba superioridad por sobre su hijo, que sin embargo hacía caso omiso a los
llamados de su progenitora. En ese momento no se dio cuenta, lo
comprendió más tarde, y siguió su lenta marcha hacia la 9 de Julio, al tiempo
que los bruscos empujones de la madre llevaban al pequeño hacia la estación
Tribunales.
Pasado ese curioso momento, el malevo llegó a la mítica calle 9 de Julio. El
monolito blanco conocido como el Obelisco se erguía feroz en medio de la
calle, como un homenaje fálico a una sociedad rancia y lobotomizada por la
tecnología. Atrás había quedado el esplendor de los obeliscos egipcios,
poderosos y misteriosos, un símbolo del poder solar que emanaba su sabiduría
42
hacia la tierra, permitiendo la vida. Ahora no: para la civilización occidental, el
sol era un accesorio cósmico menor. Cómo el sol no producía riquezas, era
inútil. El que adoraba al sol era pagano, necio o peor que todo eso, un “loco
lindo”, como si fuese más lógico adorar a un hombre ejecutado en un elemento
de tortura antiguo o a un fallecido científico estadounidense impreso en un
papelito de color verde.
Eran exactamente las seis de la tarde y la ciudad se moría como tal para
renacer en su faceta más linda, la cultural. Pero, como si fuese una eterna
mariposa, era necesaria una fase crisálida. La inmovilidad de la pupa era todo
lo contrario en esta biología de la urbe. Centenas de miles de personas se
movilizaban a través de las venas abiertas de Buenos Aires. Alguna
imprecación absurda se podía llegar a escuchar producto de un mal cruce, o
algún cartonero que impedía el paso en su afán de seguir siendo parte del
sistema. Pero otra vez el paisaje era cortado por la presencia del misterioso
hombre vestido de impecable traje, sombrero marrón y zapatos de punta. Y
esta vez fue inevitable que todos notaran su (ya no tan) sutil presencia. Su
sonrisa se había vuelto reconocible, y un comedor blanco afloraba tras uno
finos labios. Se acomodó la corbata bordó y con la mano firme en el pecho, una
potente y gruesa voz quebró el ruido de las bocinas y los zapatos chocando
contra las baldosas flojas. “Mi Buenos Aires querido/ cuando yo te vuelva a ver/
no habrá más pena ni olvido.”. La gente ingenua no daba fe a lo que sus ojos
atestiguaban en ese momento. El tránsito parecía haberse detenido por un
instante. Sin embargo, la aparición de ese fantasma (si es que era un
fantasma) no fue lo único que estremeció a la Reina del Plata. Ese mismo
fantasma comenzó a caminar ante la mirada atónita de los transeúntes quienes
fueron testigos de cómo el tanguero se arrojaba sin miramientos abajo de un
colectivo de la línea 24 que pasaba por Corrientes.
Los días subsiguientes fueron de lo más confuso que se vivió en la Ciudad de
Buenos Aires. No se encontró ninguna prueba de la existencia del supuesto
accidente acaecido en el centro. El colectivero no recordaba ningún tipo de
choque o desperfecto, y todavía no comprendía por qué una turba llorosa lo
había obligado a detenerse en Pellegrini y Corrientes en plena hora pico. Los
medios gráficos y las fuerzas de seguridad intentaron sin éxito blanquear lo
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sucedido. El caso fue considerado vacío y se archivó en los polvorientos
cajones de la Policía Federal Argentina.
Lo más sorprendente quizás haya sido la ola masiva de renuncias acontecida
en las empresas y organismos públicos con sede en el microcentro, la mayoría
con excusas del tipo psicológicas. Fue entonces cuando mucha gente pareció
haber comprendido lo sucedido. Carlos Gardel había vuelto enviado a hacer un
último sacrificio en su bella historia. Como si el avionazo que había conmovido
a la sociedad de su tiempo no hubiese sido suficiente, el héroe y mito
rioplatense cantó su mejor tango. La gente parecía haber sido de repente
liberada de una sentencia de muerte lenta y agónica.
Pero el suceso estremeció los pequeños mundos personales que forman el
todo. La misma noche del misterioso accidente, un niño cuya madre había
arrastrado sin piedad hacia una estación del subterráneo apenas unas horas
antes, despertó confundido al notar en su pequeña cabecita un sombrero viejo
de color marrón, achatado y con marcas de neumático.
***
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Autora: Camila Valeria Anriquez Ayam, 6º año
Colegio Piaget Secundario
La orilla
Golpes como latidos aturden mis oídos. Varias personas a mi alrededor, pero la
sensación de que sobre esa fría arena solo estábamos nosotros. Tus manos
alrededor de mi cuerpo como abrigo. Tus labios recorriendo mis mejillas y mi
cuello. El cruce de nuestras miradas y el cielo repleto de estrellas. El ruido de
las olas chocando y recostándose sobre la orilla. Mis ganas de acercarme al
fuego y sentirme sola porque nos alejamos. De nuevo sentir tus manos que
abrazan mi cintura y tus besos, suaves. Sensaciones que se repiten en mi
cabeza. Intentar escuchar tu voz que pasa pasa por mis oídos pero que cuando
imagino tu boca, ni un sonido sale de ella. Las únicas palabras que recordaba
en ese momento, con una calidez absoluta, eran las de ella. Sabía que había
estado sobre la mesa todo el tiempo. Hasta el día de hoy no comprendo a qué
se refiere, solamente lo que sentía, la brisa, recorriendo nuestros cuerpos, de
pies a cabeza, a una gran distancia. Lejana.
Mi futuro también lo es. Mi
presente, que de a poco se convierte en un pasado vacío. Duele. No estamos
juntos, ni tampoco separados. ¿Son simplemente sensaciones nunca antes
vividas o imaginarias?
Una mesa con cinco sillas. Un comedor, fresco. Baldosas grises. Esa es la
única mesa que teníamos en toda la casa. ¿Habrá estado hablando siempre de
esa mesa? ¿Y de qué? ¿Un objeto? Algo mío de ella?
Puedo tratar de comprenderlo, pero no quiero. Me siento entre paredes
dibujadas con paisajes de Francia. Un living con una chimenea ardiente. Tus
manos sobre otras que no eran las mías. Tus labios reposados sobre otros.
Lágrimas tintadas salían de mis aguados para correr por mis mejillas. Sudor en
mis manos.
Los latidos cada vez más débiles. No podía ver su cara. Los veía lejos. La voz
que podía oír, la de esa mujer arañada y descuidada, me parecía familiar.
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Sentía como brillaban tus ojos al verla. Susurros sobre mis oídos que chocaban
en mi mente me decían que no era otra.
Recordaba esa chimenea, ese living. Esa larga mesa de un marrón
acaramelado, suave al tocar, pero con puntas filosas en las cuales no se puede
confiar. De la distancia entre las enormes sillas con decorados en los bordes,
esas agraciadas caricias y ese beso.
Ya todo formaba parte de ese pasado, vacío.
Esas sensaciones ya vividas que sólo como recuerdos voy a poder sentir.
Sólo me queda mi futuro, en el que nos veo separados por un largo camino
inundado.
Recordando esa noche, ese licor que recorría mis manos, mi cara, no era sudor
o lágrimas. Esa tinta rojiza no logro sacarla de mi vestimenta. Está estancada
en mi cabeza. Al igual que el dolor y el brillo extraño con los que tus ojos me
miraban. No queda mucho en mi corazón. De a poco se acaba. Puedo sentirlo.
Mi cuerpo se enfría cada vez más, cae. La arena no calienta mi cuerpo. La
marea no deja de subir. Me llegaba a los pies y ahora a las rodillas.
Ya no estoy sintiendo la arena. El líquido alrededor se pone cada vez mas frío,
al igual que yo.
Vos tan lejos con los pies sobre la orilla. Sobre la arena tibia. Formando parte
de mi pasado y yo formando parte de tu pasado y futuro.
Ya no hay arena o agua. Solo veo ese camino largo, ya hundido.
Y esa mesa, ahí sigue. Ocultando nuestras mentiras y verdades. Esa mesa, es
la única que no puede decir lo que sabe. Y nosotros ni siquiera lo intentamos.
Quizás si hubiésemos desechado esa mesa, como el resto de los troncos que
ardían en ese fuego. Pero la amabas, más que a nada en el universo. Ahora ni
las palabras, ni la verdad, ni la mesa van a curar lo ya hecho.
***
46
Autora: Zôe Lejzorowicz, 6º año
Colegio Piaget Secundario
Mentíme que me gusta
Su modo de sonreír: los ojos cerrados y tibiamente livianos que por
estar tan cerca de mí poco podía ver, el aroma de su piel fina, la
delicadeza al hablar, la mirada baja cuando finalmente reía. El sabor del
dulce de arándanos que preparaba con sus manos y que todas las
mañanas yo disfrutaba pensando que sería mi desayuno de por vida. Ya
sus ojos cerrados por el sol que de la ventana desalmaba los primeros
rayos. No tener motivos para no ser feliz, porque a su lado la vida era
inmejorable. Ella hablaba -de madrugada tenía la voz ronca. Era
inevitable ver que cada tanto se mordía los labios color durazno. Creo que
quería ir al campo, pero era imposible escucharla. Cada tanto aparentaba
enojarse cuando me preguntaba algo y yo, sin saber qué contestar, la
besaba.
Me levanto solo. Y en mi mente hay sólo una pregunta. Soñar,
amanecer, ir hasta la cocina con esa pregunta. Untar pan lactal con
mermelada, con la misma pregunta. Leer el periódico sin poder
concentrarme porque la pregunta está. Caminar con esa pregunta por la
alfombra beige que nunca supe por qué compramos. Pero la conservo: no
quiero cambios. Dar siete pasos hasta mi habitación y en cada pisada
encontrarme con el interrogante maldito que ocupa todo. Me visto. Traje,
moño, mocasines; a ella no le gustaban las corbatas. Trabajo. Administro
una pequeña empresa familiar que cultiva arándanos. Intento hacer lo
menos posible para seguir haciéndome la misma pregunta que hace un
mes y dieciséis días me hago todos los días.
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La recuerdo sentada en la mesa de roble que tanto nos costó
pagar, con un brazo extendido sobre la superficie y el otro sosteniéndole
la cabeza. Admirable. Con su camisón celeste. Azul. Su nombre.
Me la imagino en el jardín con el sombrero de paja, regando las
flores. Irreal. En la cocinita mi memoria la evoca, haciendo comida para
deleitarme. Me imagino la sonrisa transparente que ni un minuto dejó de
surgir hasta hace un mes y dieciséis días. No puedo evitar pintar en mi
recuerdo esa imagen, me persigue, y cada día la veo más detallada. La
vida terminó. Estoy vivo, estoy muerto. Todo vuelve.
Lo vuelvo a pensar. ¿De qué me sirve si lo perdí todo, si la persona
que más amé se fue y no va a volver? Cierto, justicia. ¿Vale la pena, si el
silencio que me acompaña es peor que el de esa escena, si el silencio
nunca me abandonó, si me sigo arrepintiendo? Cómo no me atreví a
cambiar el destino. Con sólo haber entrado un día antes de lo sucedido a
nuestro departamento habría solucionado todo. Un día, pero no. Decidí
hacerlo al día siguiente. Cagón. Esa misma noche, después de volver del
trabajo y de llamarla catorce veces por teléfono, le dejé un mensaje en el
contestador de voz porque no me atendía la puerta. No podía entrar a mi
departamento. Todavía me acuerdo de su voz en el contestador, miel. Me
fui a dormir a lo de Ana, mi mejor amiga de la infancia, que vive a dos
cuadras y media. A veces hablamos con Chica divito. Abre la puerta, me
mira extrañada. -¿Qué haces acá, Julián? Le conté. Le conté que al día
siguiente le iba a pedir a Azul que se casara conmigo. Mirada maternal.
Hablamos toda la noche. Me enteré de algunas cosas, como que toda su
adolescencia había estado enamorada de mí. También me confesó que
Silvestre, su actual novio, estaba teniendo actitudes extrañas. No me
importaba, sinceramente. A las diez y cuarto de la mañana el sol que se
escapaba de la persiana veneciana me iluminó los párpados. Era el día.
Compré flores y caminé dos cuadras y media. Toqué timbre. Nada.
La llamé, pero fue inútil.
En vano seguí tocando timbre hasta que mi dedo tenía la marquita
redonda del botón.
¿Por qué no abría?
48
No sentí pánico, ni siquiera miedo. Me senté en el piso y cerré los
ojos. Desde una ventana abierta se colaban un par de estrofas de una
canción. “Espero que las llamas del alba, traigan un rumbo a mi
vida...Espero, sólo espero tu nombre, sobre mi nombre en este día”.
¿Estaba soñando?
Pensaba todo lo que me quedaba por vivir junto a esa mujer y me
temblaban las vísceras de la emoción. Paz, silencio. Cómo lo odiaba y
cómo ese sentimiento nunca cambió. Era algo cercano a la muerte. Me
dormí.
Mi cabeza cae al piso en seco luego de que alguien, del lado de
adentro, abre la puerta. Sonrío boca arriba, sin abrir los ojos, por fin. Abro
los ojos.
Sólo veo un arma sostenida por un hombre en pantalones rotos de
jean. No logré entender todo lo que decía, pero me preguntó quién era.
Mis secuelas demostraron que me golpeó con la culata. Recuerdos
tirados a la basura. Soltó el gatillo. Cerré los ojos.
El arma. No tenía balas. Novela mexicana. El hombre miró el arma
horrorizado y me levanté como a la hora, desorientado. En frente tenía a
mi vecina Susana, al portero y a un policía. Cuando abrí los ojos ella soltó
un alarido de alivio. El policía me pidió las llaves para entrar al
departamento y el portero, con sus impecables manos cubiertas de grasa
y microrganismos, me limpió la herida de la cabeza con un pañuelo que
Susana le había prestado. Gracias. Se había cerrado la puerta y nadie
sabía si el hombre que yo vi se había ido, o si se encontraba todavía
adentro. No tengo las llaves, oficial. No, no las tengo. Mi no novia está
adentro, ¿puede dejar de interrogarme y abrir? Desesperado, me levanto
y pateo la puerta. La novela mexicana no continuó y la puerta no se abrió.
El portero bajó corriendo a buscar las llaves de repuesto y luego subió,
agitado, obeso. El policía agarró la llave de sus manos e intentó abrir
cuidadosamente la puerta, con un arma en la mano. Con él entré yo,
desquiciado. Mi cobardía quedó quién sabe dónde en ese momento. El
portero se quedó afuera, vigilando por si alguien venía. Cagón. El tipo de
los jeans no estaba adentro. Corrí hacia mi habitación. “Azul, donde
estás” grité. No había respuesta. “Azul”. Nada. ¿Acaso me era infiel? La
49
maldije. Lloré. Entré al baño a lavarme la cara. Es ese baño, es ese
silencio lo que cambió mi vida, hace un mes y dieciséis días.
Grité su nombre. Acá estás. Pensé que te había pasado algo. Ese
tipo, ¿quién es? Ella no respondía, sólo me miraba. Contéstame. No,
mejor no digas nada. Reflexión. Casáte conmigo. Realidad. Sangre. Su
cuerpo, sus labios, pintados con sangre. Sus ojos abiertos. Desnudez.
Escucho la sirena de la ambulancia. Yo intentaba revivirla,
inútilmente. Sudor frío. Gritos. Sentía que lo que estaba pasando era
producto de mi imaginación. Desee con todo mi corazón despertarme.
Imposible. No era un sueño. Los médicos irrumpen en el baño. El
enfermero que luego se presentaría como Esteban, retrocedió uno o dos
pasos al ver la escena y se cubrió la boca con la mano. Cagón. Se fue del
lugar y les ordenó algo a los enfermeros. Volvieron los dos tipos. Uno de
ellos, miró hacia la pared, se armó de valor y me pidió que me corriera así
la cargaban. Me negué. No me la van a sacar. Sentía mis venas en el
cuello, dilatadas. Llegó la patrulla. El policía me agarró de los brazos, me
alejó de la situación y dio la orden para que se la llevaran. Tan policía.
Los dos tipos la levantaron en la camilla y desaparecieron. El policía me
sentó en el living de mi casa y me indagó. Acababa de salir del baño de
ver a mi novia muerta. Me indago. Las manos llenas de sangre. Me
indagó. Tan policía. Le dije que le contestaría todo lo que él quisiera luego
de ir al baño. Salí caminando despacio hasta que logré llegar hacia la
puerta de entrada. La abrí cuidadosamente y escuché una voz. ¿Pasa
algo, Don Julián? ¿El policía? Alivio. El portero. Cállese y si el hombre
que esta dentro de mi casa pregunta, usted no me vio. Chito la boca el
gordo. Llamé al ascensor, cerré la puerta del 7B, me subí y marqué PB y
me aventuré en un viaje de siete pisos que más pareció un viaje Buenos
Aires-Afganistán. 5, 4, 3, 2. 2. Frena. ¿Roto? Novela mexicana. Grito.
Padre nuestro. Nada. Benditos cables, empezó a funcionar el ascensor y
yo ya había emprendido el periplo Afganistán- Buenos Aires. 2, 1. PB.
Abrí la puerta de seguridad y la puerta. Salí corriendo y abrí la puerta de
entrada del edificio. La camioneta de la ambulancia estaba a media
cuadra. Novela mexicana. Corrí gritando que paren. Frenaron. Le dije al
50
que manejaba que el policía me había dejado subir a la ambulancia. Me
creyeron. Subí por la puerta de atrás donde se encontraba el cadáver de
mi novia, y un enfermero, más blanco que ella. Me senté a su lado.
Arrancó la camioneta. Apoyé los codos en mis piernas y mi cara entre mis
manos, tapándome los ojos. Luego las saqué, tocando con mis palmas los
bordes de mi cara hasta llegar al mentón. Junté mis manos, rezando.
¿Para qué rezaba? Qué imbécil. Mi mujer, tapada con esa manta de pies
a cabeza. Era celeste y tenía una guarda azul, como su nombre, como
sus ojos. El enfermero tose. Una tos desagradable. Lo miro. No estaba
tosiendo. Me mira. Miramos juntos al enfermero. Observamos a Esteban,
estaba conduciendo. Nadie estaba tosiendo.
Era increíble cómo jugaba el destino conmigo…o el guión de la
novela mexicana. Después de morir, a ella la trasladaron a la morgue y a mi
corazón, a esta vida que supongo es peor que el infierno. Nunca más. Volví
a mi casa. Soledad. ¿Cómo serían mis días sin ella? Dejé el trabajo porque
estaba mal restar horas de sufrimiento y distenderme, olvidarme. Hasta que
de tanto recordar comencé a hacerlo. Empecé a olvidar el último día que la
vi con vida y cuándo había sido la última vez que le había dicho te amo.
Empecé a borrar escenas, y a dudar si algunas situaciones eran
evocaciones o tal vez recuerdos de un sueño. Y de un día para otro, así
como uno empieza una dieta o un trabajo, decidí dejar de pensar para
buscar al tipo de jeans rotos.
¿Sospechosos?… Ni uno
Suena el timbre de mi departamento. Vigilo por la mirilla. Chica
divito entra, desquiciada, llorando, se sienta. Le traje de la cocina un vaso
con agua. Qué me importa qué te pasa. No le dije nada de nada.
Fue mi novio.
¿Qué si te explico que todo lo que leíste anteriormente es mi diario
íntimo? El diario que di al policía luego de disculparme por haber huido de
mi casa, tras la ambulancia. Leyó todas sus páginas en frente mío. Él
inició una ardua búsqueda. Lo encontraron -perpetua. Y mientras Ana
desde la cama se refleja en el espejo en el cual me estoy mirando
51
mientras remuevo la sangre que todavía queda en mi ropa interior, sonrío.
Me creyó. Pobre boludo el de la cárcel.
***
Autor: Guido Leone, 5º año
Colegio Piaget Secundario
Carretera
Recuerdo aquella tarde de primavera de 1841. Yo tenía
quince años y vivía en una granja en las afueras de Boston, Estados
Unidos. Pasaba los días alimentando a los animales, viendo sus
movimientos y tratando de deducir lo que pensaban. Era como un
juego para mí; en general me gustaba analizar a las personas,
especialmente a los clientes del almacén de mi papá. Recuerdo
aquella tarde ya que fue la primera escena que se me vino a la
mente luego de pelearme con mi padre. Eran cerca de las seis de la
tarde, el cielo estaba oscuro, todo estaba cubierto de nubes y
parecía que en cualquier momento comenzaría a llover. Esto y los
mamíferos que me rodeaban generaban en el ambiente un clima
frío, triste y solitario.
Cuando era chico me encantaba correr por la granja, hacer
volar a las gallinas y ver a las vacas haciendo absolutamente nada.
Luego, con los años, me fui dando cuenta de que algo faltaba -eso a
lo que llaman amigo. Mi padre nunca me había hablado sobre eso, ni
si quiera sabía qué significaba uno para él.
En el campo la vida era muy tranquila, pero como ya dije, con
los años empezó a aburrirme. Yo quería conocer gente con la que
poder hablar y compartir mi vida. Esa misma noche, luego de haber
terminado con los animales, me dirigí a la casa para hablarle a mi
papá. Se encontraba en la sala de estar, sentado en un sillón
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reclinable. Por encima de su cabeza sobresalía la de un búfalo que
él mismo había cazado algunos años atrás. El lugar estaba muy
oscuro, había una sola lámpara al lado suyo que reflejaba sobre su
rostro el humo de la pipa. El ambiente era muy calmo. Le planteé el
problema, le dije que quería ir a la ciudad, estar en un colegio donde
pudiera conocer otras personas. Noté por su cara que nada bueno
estaba pasando. Se acercó, me miró y se alejó. Partió rumbo a la
cocina, tomó un pan, le untó manteca y volvió a su lugar. Se inclinó
de nuevo hacia mí y me dijo: “Nada bueno hay en el colegio.
Miráme a mí, lo que soy y cómo viví todos estos años”. Por un
momento pensé que tenía razón, pero luego supe que no. Subí a mi
cuarto, me acosté en la cama y me dormí.
A la mañana siguiente me levanté con una sensación rara,
había tenido un sueño muy particular en relación a lo que estaba
viviendo, y me acordé de la vez que mi tío había dicho que uno
sueña lo que no puede expresar en la vida.
Mi papá nunca me había hablado de mi mamá, ni siquiera las
veces que le había preguntado. En realidad no le decía papá, me
gustaba llamarlo por el nombre porque me parecía que sonaba más
adulto. A ella nunca pude conocerla, no pude saber nada. La
situación me intrigaba, pero con el tiempo me acostumbré a pensar
que a él le incomodaba hablar de eso.
Lo pensé bien y volví a sobre el asunto del colegio. Esta vez
se enojó y su expresión me dio miedo. Me retó, luego se calmó, salió
a fumarse una pipa y me dijo que más tarde hablaríamos del tema.
Otra vez me dio esa sensación, me enfurecí y reaccioné mal. Le
pegué a las paredes, la mano me sangró, me cayeron lágrimas. Subí
en medio de mi desesperación, metí cosas en un bolso de mano. Al
bajar las escaleras me encontré con mi papá, que vio la mochila
colgada en mis hombros. En ese momento no se dio cuenta. Lo
comprendió más tarde.
Dos segundos después salí de mi casa y corrí por la carretera
hasta la parada de autobús. Me reconozco como una persona
impulsiva, y supe que mi reacción había eliminado cualquier
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posibilidad volver. Esperé el micro unas dos horas. Ya había viajado
algunas veces con mi tío a la ciudad para comprar cosas que en el
campo no se conseguían. Al subir observé al conductor. Tenía un
aspecto amargado, como si en la vida no le hubiera ido de la manera
en que él quería. Pagué el boleto y pasé al fondo. Mientras
caminaba entre los asientos, sentí las miradas de algunos pasajeros
–daban la sensación de saber que algo acababa de pasar conmigo.
Me acomodé en el último asiento disponible y miré por la ventana.
Todo estaba en silencio y había un olor peculiar que parecía provenir
de la gente que estaba en el ómnibus.
Afuera el cielo estaba despejado, no había una sola nube. El
sol se estrellaba con fuerza sobre mi frente que estaba apoyada
contra el vidrio, las gotas de sudor me generaban incomodidad.
Había doce filas de asientos de dos butacas a cada lado. Yo estaba
solo mirando el campo y al lado mio no había nadie. No se oían
voces, ni siquiera el más mínimo suspiro. Cada minuto fueron horas
antes de llegar a destino.
Una vez en la ciudad, todo era diferente. Yo era muy chico, no
conocía el lugar y nunca antes me había manejado solo fuera del
campo. El movimiento era constante y sentí que ese no era mi
ambiente, pero ya no era posible volver, al menos en ese momento.
El sol seguía cayendo con fuerza sobre las personas, muchas se
quejaban por eso.
La ciudad era tan distinta a lo que yo incluso podía imaginar.
El ambiente ruidoso, el humo en las calles, el barullo de las
personas, las puertas que se abrían y se cerraban, los chicos que
pedían monedas, las policías con sus pitos, el constante olor a
comida de los bares, algún que otro borracho por ahí... todo era
confusión y diferencia. Pero nunca lo critiqué, sólo era otra manera
de vivir, a la que en algún momento, pensé,
tendría que
acostumbrarme.
Era ya mediodía y el hambre me causaba retorcijones en el
estómago. No tenía ni monedas para caramelos, me lo había
gastado todo en el pasaje del colectivo. La situación me preocupaba,
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sabía que no tenía a nadie a quien recurrir para pedir ayuda. Seguía
con la mochila colgada sobre mi espalda, la transpiración me caía
por el rostro. Caminé por la ciudad, observé a las personas. En la
calle pude escuchar que la gente se la pasaba comentando aquel
cuento... algo sobre ciertos crímenes en la calle Morgue. Se había
generado en las personas, por lo que pude observar, cierto temor e
incomodidad. El relato se había difundido por toda la ciudad -no
había alguien que no supiera de aquella historia. La gente no sabía
si confiar en que era un relato basado en la realidad o si solo se
trataba de ficción. La gente seguía peleándose entre sí, en medio de
la inquietud de la ciudad.
Yo seguí mi rumbo hacia la nada, caminando sin dirección
alguna, y me daba miedo saber que no tenía un lugar donde pasar la
noche. Me hubiese gustado leer aquel relato, aunque no tenía cómo
conseguirlo. Me olvidé y continué: ya estaba en la ciudad.
***
Autora: Sabine Neuhaus, 6º año
Colegio Piaget Secundario
Mónada
Sentado en mi escritorio, esperando que la inspiración se decida a
aterrizar en mi mente, noto que un pequeño rayo de luz atraviesa el vidrio
de la ventana y señala uno de los libros que reposan sobre mi mesa de
luz. Algo bastante extraño para un sábado a las nueve de la noche. Nadie
espera un rayo de sol a esas horas y menos en invierno, cuando el día
empieza tarde y termina temprano. Igualmente, ese no fue el primer
hecho extraño que me había sucedido, ni tampoco el segundo.
Todo empezó cuando finalmente había logrado encontrar la
posición y la temperatura adecuadas. Un hombre con barbijo y guantes de
látex decidió retirarme del útero de mi madre. No había razón para
55
cometer tal acción, las lenguas dicen que después de nueve meses se
debe sacar a los no natos, pero es ahí cuando ellos se encuentran en el
mejor período. Todavía no comprendo. El segundo hecho, y lo que marcó
qué camino iba a seguir mi vida, fue la muerte de mi padre. El menor de
tres hermanos ya fallecidos, obrero de una fábrica de acero, hombre de
gran corazón según sus amigos y también un gran padre. Los sucesos de
aquella noche no permanecen en mi memoria -era chico y no entendía la
mayor parte de las cosas. Al menos, no de la forma en que la sociedad
las explicaba. Debo admitir que fui un chico bastante especial. Lo único
que quedó de esa noche fue el recuerdo vívido en las retinas de mi pobre
madre. Esa dulce criatura apagó la llama de su vida la misma noche que
mi padre, pero su cuerpo sigue con vida postrado en la camilla de algún
geriátrico (no recuerdo el nombre en este momento, no suelo visitarla con
frecuencia). También fui un hijo bastante peculiar, nunca me agradó el
contacto físico entre las personas, por lo tanto no solía abrazar o besar
mucho a mi mamá. De vez en cuando le escribía notas y se las escondía
en sitios que nunca encontraría. Esto me hacia sentir astuto, pero en
verdad no lo era, era increíblemente estúpido ahora que lo pienso. Tal vez
por eso mi mamá no dudo en mandarme a un internado lo antes posible y
deshacerse de mí. Y así resulté, ¿no? Un hombre solitario, que nunca
supo reconocer el afecto que las otras personas le tenían, pero que
tampoco se arrepintió de eso. Es más, gracias a eso pude concentrarme
en mi búsqueda de lo inexplicable y tratar de darle un sentido, uno que
solo valiera para mí; no quería compartir mis descubrimientos con los
demás.
Lo ocurrido hace unos años resurgió en mi memoria por estar todo
el día sentado frente a mi ventana esperando a que algo apareciera. Al
final lo logré: esta historia puede ser leída.
Normalmente nunca termino de leer los libros que me compro,
siempre dejo dos o tres hojas sin leer. Prefiero ponerles un final que a mí
me guste y concuerde con la historia que se fue formando en mi mente
tras leer los párrafos.
El libro del que apenas les conté no era una excepción. No me
resultó tan impactante, contaba una simple historia de ciencia ficción
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sobre el fin del mundo y la nueva era. Cincuenta hojas, tapa blanda y el
tamaño de cualquier otro libro.
Después de parpadear un par de veces, decidí a acercarme a la
mesa de luz. Al pararme tapé el rayo de luz. Cinco pasos era la distancia
que debía recorrer, pero estaba tan perplejo que me parecieron muchos
más. Corrí los libros que estaban encima del señalado, me senté sobre mi
cama, respiré profundo y tomé el libro. Recordé la razón por la que lo
había comprado, era el original diseño en una gran escala de azules y
verdes en su portada, formando un dibujo abstracto que refería, al menos
a mi parecer, a una guerra galáctica. No se deben comprar objetos por el
envoltorio colorido o los dibujos impresionantes que los diseñadores
realizan, sino por el contenido o por lo que se sugiere que es el contenido.
Por ejemplo, se debería leer el resumen escrito en su contratapa –algo
que no hice al comprar este volumen porque el horario de partida del tren
en Retiro me corría. Por lo tanto, al escuchar el silbido de la estación
anunciando la partida del tren pagué rápidamente a la muchacha que
atendía el puesto de diarios y corrí hasta el andén. Al entrar en el vagón
no tardé en encontrar un asiento libre y sin apuro fui a sentarme. Mi viaje
era largo, así que saqué de la bolsita verde de nylon el ejemplar
comprado segundos atrás. Me sumergí de una manera tan profunda en la
lectura que de no ser mi estación la última, casi me hubiese pasado. El
relato de este librito era único, pero como dije antes, no lo terminé de leer.
Me faltaban solo dos páginas. Al llegar a mi departamento lo dejé en la
mesa de luz y allí permaneció durante años, acumulando polvo y dejando
marchitar sus hojas. En algún punto llegué a sentir que había estado
sobre la mesa todo el tiempo, incluso desde antes de haberlo comprado.
Volví a mi respiración profunda con el libro entre las manos. Me
decidí a abrirlo lentamente. Nada. Solo estaba escrito el título y la
editorial. Lo di vuelta y abrí la tapa trasera. Hoja en blanco con la palabra
“fin” impresa en ella. Miré hacia la ventana con una mueca de desilusión y
me critiqué a mi mismo diciéndome que seguramente había sido una
ilusión óptica y que en realidad nada había pasado. Pero en el instante en
que bajé la mirada hacia la portada, noté que de una de las hojas
sobresalía un reborde. Abrí esa página y lo único que recuerdo es sentir
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un fuerte y agudo dolor en los oídos y una presión insoportable en todo mi
cuerpo.
Del viaje no recuerdo bien los detalles ni cómo fue que hice para
llegar a este lugar en un abrir y cerrar de ojos. La presión en el cuerpo
cesó minutos después de haber caído en aquel piso empedrado, húmedo
por el agua que corría entre las grietas de las piedras. Pero el dolor
punzante en mis oídos aún continuaba, me causaba un terrible dolor de
cabeza y un fuerte mareo.
Después de años de preguntármelo, lo que llegué a deducir es que
siempre estuve entre dos mundos.
***
Autora: Ana Suardi, 6º año
Colegio Piaget Secundario
Valle cristalino, Lucille
Cae una bomba afuera. Ella se levanta y empieza a escuchar una seguidilla
de tiros. Afuera esta la guerra y ella está adentro. Encerrada. Trata de captar
alguna que otra voz conocida, intenta ver ojos frenéticos de lucha. Se
acuesta y apoya la oreja contra la pared, pero solo puede percibir, no sabe
que tipo de mundo es ese. Su madre siempre le dijo que debería salir y su
padre que se quedara ahí, pero yo siempre intento empujarla un poco más
hacia afuera cada día y lanzarla hacia los suaves vientos indignados de
dolor y los inalcanzables y pretenciosos rayos de sol.
A veces baila con sus ratas cuando escucha un poco de rock, se
mueve al compás durante toda la noche hasta caer al suelo agotada.
Esos son sus mejores días. Hay otros en los que huele las pastafrolas de
todas las abuelas del mundo, u otros en los que ve con suerte, algunos
rayos de luz entrar a través de los ladrillos; o solo le queda imaginar
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como sería vivir allá afuera. Y ella siente. Siempre me cuenta lo que se
imagina y me pregunta como es allá. Hay veces que se pone el vestido
azul porque dice que es el día para salir, se peina, empaca sus cosas y se
pone las botitas de gamuza y espera. Pero todas las veces fracasó, el
tren pasaba antes o después, pero nunca. Un día me hizo un dibujo de un
caballo blanco alado y me dijo que eso estaba allá afuera, que ella estaba
segura que sí decía.
Ayer rompió. Se despertó con el entusiasmo de intentar salir
nuevamente, pero cuando se fue a cambiar no encontraba su vestido
azul. Ella decía que ese era el día, como otros varios más, y que por eso
lo necesitaba. Lo buscó por todos los rincones de su celda pero
obviamente no estaba. Totalmente decepcionada rompe a llorar jurando a
gritos que ese era el día y se preguntaba porque justo hoy faltaba su
vestido. Me sentí culpable al verla así por mi culpa, pero algún día tenía
que pasar; ella cuenta conmigo. Sueña con salir a luchar y ver el mundo,
simplemente no puedo.
Después de media hora de llorar y patalear, escucha de afuera una
melodía de bandoneón que la empieza a calmar; es dulce y penosa.
Intenta hacer un agujero en la pared para ver ese instrumento que tanta
intriga le daba por el extraño sonido que emitía, que nunca había
escuchado. Rasguña y escarba un poco la pared con sus uñas y empieza
a poder ver, guiada por un impulso se olvida de todo miedo o frustración y
empieza a despedazar la pared por primera vez; finalmente logra ver por
un pequeña cavidad a un viejo hombre tocando el instrumento a toda
pasión y al lado, una mesa, en donde estaba apoyado su vestido azul.
Pasmada por la falta de razón cae al piso y mirando al techo siente
ese vértigo, seguido por un fuerte dolor en el estómago, siente sus fluidos
y ácidos chocarse y fusionarse y sus sinapsis cerebrales con más carga
que nunca. Ahora ella era la revolución. Arrancando y rasguñando los
ladrillos todavía más, gritaba furiosa, sangrando y llorando de dolor. Reía
del goce sangriento y pavoroso de su destrucción. El violento golpe de
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sus puños contra la pared le quebró los dedos, pero ese sí era el día.
Después de destruir gran parte de la pared mira al viejo y éste le guiña el
ojo bien tanguero y le hace una seña con la mano que la invita a entrar.
Ella sonríe emocionada llena de júbilo y sigue rompiendo y quebrando esa
estúpida pared. Termina de romperla toda. Los hombros agotados caen
en su cuerpo y sus manos destrozadas arden por el calor que emanan.
Ve el vestido que había estado sobre la mesa todo el tiempo y hierve.
Cruza. Se hace la luz. Camina entre los escombros, esquivando los
grandes pedazos para no tropezarse. Logra correr hasta la mesa con sus
últimas fuerzas y agarra el vestido. Rojo y azul.
***
Autora: Delfina López Suriano, 5º año
Colegio Piaget Secundario
Carrera
Se despertó gritando. No entendía lo que pasaba ni dónde estaba
acostada, por no decir sentada. La cabeza le daba vueltas y sólo podía
distinguir una débil claridad a través de las cortinas. Se acercó hasta la
ventana algo mareada y al asomarse por la ventana notó el pobre
amanecer de una mañana fría.
Sólo tardó dos segundos más en reaccionar. Bajó las escaleras
de su cuarto corriendo, buscó a sus padres y a sus hermanos. Todos
dormían -algo extraño pasaba. Decidió salir por su cuenta. Afuera de la
casa la niebla era casi agobiante. Caminó por las calles vacías, algo
faltaba pero todavía no sabía qué. Llegó a pensar en volver, pero no,
tenía que seguir. Era como la meta al final del recorrido para los
corredores. La diferencia estaba en que esto no era lo que ella más
deseaba.
De a poco, empezó a ver personas caminando lentamente, sin
rumbo. Tuvo una fuerte sensación de extrañez y creyó que la gente al
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pasar la miraba con sospecha. También creyó que sabían a donde se
dirigía pero tenían ciertas dudas que se notaban en sus rostros. No
dejaba de percibir que la miraban. En ese momento no se dio cuenta. Lo
comprendió más tarde.
Las calles y avenidas parecían no acabar nunca. Mientras
caminaba podía escuchar sus pisadas ligeras. Advirtió a alguien detrás de
ella. Aceleró el paso pero sin perder la calma. Su respiración se volvió
intranquila al darse cuenta de que alguien le silbaba. No se trataba de
silbido cualquiera: estaba destinado a ella. Era para que se volteara, pero
no iba a hacerlo. De repente se sintió agitada y supo que su calma estaba
ya perdida. Dobló en la primera esquina. No había nadie. Se dijo para sus
adentros que debía correr, pero ya era demasiado. Continuó caminando,
creyendo que había seguido a su perseguidor. Sin embargo, allí estaba,
justo detrás de ella.
El pánico no la dejaba razonar. ¿Qué debía hacer ella en ese
momento? Cuando pensó que la iban a agarrar, las pisadas que la
perseguían se fueron alejando hasta no escucharse más. El alivio recorrió
hasta el más pequeño de sus músculos.
Aún no alcanzaba la meta. Moría de hambre pero todos los
lugares estaban cerrados. ¿Cómo podía ser posible?
A mitad de cuadra logró divisar un local no muy grande que
estaba abierto. En el apuro por cruzar la calle no miró y un auto casi la
atropelló. Saltó con susto hacia atrás, gracias al bocinazo del conductor.
Al saltar, tropezó y cayó directo en un pozo lleno de agua marrón. Estaba
bañada en ese líquido nauseabundo que caía de su pelo.
Se levantó con torpeza y al levantar la vista, notó que lo que ella
había pensado que era un quisco, era en realidad una ferretería. Y como
si fuera poco, tampoco estaba abierta.
No tuvo más remedio que seguir su camino. Solamente faltaban
unas cuadras, estaba a tiempo, todavía no era tan tarde como para
preocuparse. O al menos eso era lo que se decía. Se arremangó la
manga de la camisa, que antes de caer en el pozo era blanca, y se
percató de que le quedaban dos minutos: el tiempo justo. Prácticamente
corrió el último tramo que quedaba. Ya lo veía, a lo lejos. Nunca había
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deseado tanto entrar en aquel lugar hasta ese día. Se iba acercando cada
vez más y más. Hasta que finalmente lo alcanzó.
Todo ese recorrido lleno de obstáculos, para darse cuenta de que
estaba cerrado. Eso también estaba cerrado –y ella ya ni podía saber qué
era lo que tenía en frente.
***
62
Autor: Braian Fabián Chozas, 6º año
Instituto Cardenal Stepinac
El Pintor
Ya habían sido tres meses desde que su esposa murió.
Y allí estaba él, esquelético, consumido, era un pseudo-hombre
demacrado, atrapado en su flaqueza, sin carne entre su piel y sus huesos. Era
alto, tal vez metro ochenta o tal vez un poco más, y sus manos temblaban
constantemente como hojas en esos días de otoño donde el viento se ríe tan
agresivamente que nos saca de quicio. Su cara tan gastada, dentro de todo,
mostraba unos rasgos muy definidos; su rostro era tan masculino como
siempre lo había sido, el destino y el tiempo eran conscientes de su delgadez y
aún le daban el lujo de lucir varonil. Pero por sobre lo bello de su rostro, una
tenue barba y unas bolsas violáceas delataban que no todo estaba bien. De
hecho nada estaba bien.
Era un bohemio, un vago artísticamente justificado, vivía de la nada y la
nada de él vivía. Él había heredado su fuente de dinero de su padre, quién
había sido un exitoso inversor en la época de las computadoras y el nacimiento
del Internet; se podría decir que encontró la solución de su vida en el momento
justo. El padre siempre le había dicho que siga sus sueños y así lo hizo. Él
pintaba, lo hacía para divertirse y para olvidarse o asimismo recordase de todo
lo que vivía.
Que su esposa haya muerto, generó un trastorno, una decaída, él
aceptaba que estaba en un pozo. Él sabía que todo comenzó en esas noches
donde sus amigos salían a volar, y no exactamente en aviones o helicópteros.
Ellos eran “yonquis”. Y él no lo quiso ser pero al fin y al cabo era más fuerte de
lo que podía creer. La heroína era su oxígeno y sabía que sin respirar no se
puede vivir. Pero él reconocía que al principio era lúdico y no era un botella de
escocés o de alguna aguardiente, que sólo servían para ahogar y quemar
penas. Su vicio se transformó en algo más elevado que un rato de placer, se
quemaba por dentro en cada pinchazo. Sólo Dios sabe por qué debía de
63
llevarse a su esposa y por qué debía permitir que se pique cada vez un poco
más. Era así y él lo sabía mejor que nadie, que aunque dependiera de su vida,
tendría que morir antes de dejar el caballo.
Usualmente se rascaba los codos y se picaba la nariz. Todo “yonqui”
tiene que hacer algo mientras sus venas esperan por ese néctar narcótico.
Pero lo que más lo relajaba era pintarse los brazos. Lo que más lo calmaba era
sentir el frío y húmedo óleo entre su piel, sentir como la cremosidad del
producto tapaba sus poros. Él se calmaba de a ratos, pero siempre quería un
pinchazo más. Era un “yonqui”, y como todo buen “yonqui” necesitaba su fruta.
Él moría por tener un poco de su fruta en ese mismo instante.
Era una de esas tardes donde no estaba tan “flipado” del todo, no
porque no quisiera sino porque no tenía tanta pasta cocinada. Por momentos le
daba lo mismo en polvo que inyectada, pero sólo cuando empezaba. Pero
aunque quería más, él no quería terminar con dos agujas de adrenalina en su
pecho y con el ruido de fondo de una ambulancia corriendo a toda velocidad
saltando semáforos. No estaba tan “flipado” y lo sabía, era del todo admitido
que no estaba volando, solo revoloteando, él sabía que no iba a ver a un
dragón rosa persiguiéndolo por su departamento pagado por su herencia, por
sobre todo, sabía que aunque esté volando en un jet no iba a ser perseguido
por ningún dragón rosa porque para él eso era de estrellas de rock. Él era un
pintor, los pintores sueñan con otras cosas. “Los putos pintores soñamos con
cosas más aristocráticas que dragones y pitufos, eso es de rockeritos”, pensó
en ese instante. Él había sentido algo y por eso eliminó a los dragones y a los
pitufos. No le importó del todo porque estaba totalmente convencido de que si
no sentía nada raro, esa tenía que ser la única razón por la cual él podría
ponerse precavidamente mal. Se fue a dormir, porque eso te hace la heroína,
te duerme contra tu voluntad, pero al principio siempre te intenta atormentar.
Los tres meses más difíciles de su vida seguían de pie.
-
“Es cáncer de estomago”, había dicho el doctor hace más de un año
“los tiempos son cada vez más cortos, indefinidos, pero sólo
sabemos que no será por mucho. Les recomiendo que vivan lo mejor
posible estos últimos días”.
Se levantó de la cama viendo esa imagen tan demente, la que más lo
atormentaba por las noches. Él estaba convencido tanto de que ya la había
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soñado como de que la volvería a soñar. Era el trauma, la decaída. Siempre la
misma foto de su esposa vomitando sangre, litros de rojo jugo cayendo en el
retrete. Era el cáncer y cada vez se acercaba de formas más malignas, y el
pintor sabía que había menos tiempo del esperado y del preparado. Lo sabía y
no se perdonó el olvido de haber preparado antes su cabeza para el desenlace.
Tal vez porque vivía drogado o porque para él la muerte de su amada era
ilusoria, era un mal chiste del cuerpo médico. Era obvio que la noticia le caía
ficticia, porque ya eran casi cinco años desde que vivía del vicio. Era irreal para
su mente porque para él, su muerte debía ser teológica y éticamente antes que
la de su mujer. Le dolía y lo atormentaba tanto y tanto que lo obligaba a
perderse más y más en su desgracia.
Saltó de cama buscando su jeringa preferida, para cargarla con jugo del
diablo. Su propio terror y demencia aumentaban la ceguera. Buscaba por aquí
y por allá, pero no había jeringa. Su memoria aunque golpeada constantemente
por su droga aún era virtuosa. Pero aquí fallaba. “Será una señal de Dios, será
que cuando más la necesito ésta desaparece.” No era una señal de Dios pero
si había desaparecido, por lo menos a sus ojos.
-
“¡Está sobre la mesa de luz!”, se oyó una voz demente, casi tanto
como la del pintor, o inclusive como la del pintor.
Y como la voz lo había predicho, había estado sobre la mesa todo el
tiempo, sobre su mesa de luz, del lado izquierdo de su cama. Por su tan ciega
necesidad se olvidó por completo de mirar desde donde partió bañado en su
locura. Allí tomó su aguja y solo le faltaba cocinar su néctar. Debajo de su
cama guardaba un pequeñísimo pote con un polvo blanco –cuanto más blanca
más pura, cuanto más pura más fuerte, cuanto más fuerte más alto volabas, y
cuanto más alto volabas desde más alto caías- y fue directamente a…
-
“¿Quién mierda me dijo eso – el pensamiento tardó pero se dio
cuenta de que no estaba solo y de que una voz ajena le había hablado, era
evidente que el narcótico le estaba quemando el cerebro – y como mierda
sabía dónde estaba la aguja?”…
Se detuvo en ese instante de pensamiento interno, miró dos o tres veces
más alrededor de su piso y regresó a cocinar su “caballo”. Se fue a su cocina y
comenzó a elaborar su droga líquida (no iba a pretender dar un curso de cómo
preparar la heroína en polvo a la heroína liquida, sólo lo hizo y punto). Listo y
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dispuesto, lo metió en su aguja. Un viejo truco muy importante en esto de
inyectarse es probar que en dónde vas a meterte esa mierda hay sangre. Antes
de empujar la aguja, se sacó sangre. Ya sabía que allí todo iba a funcionar.
Impulsó el disparador de la jeringa y…
Tras varios minutos de placeres extraños, comenzó a oír esa misma voz
que le indicó a donde había dejado su jeringa. Comenzó a mirar de izquierda a
derecha y de derecha a izquierda. Nada. Comenzó a mirar desde el techo al
piso. Nada. No había nada, pero había una voz murmurando palabras que él
conocía. El pintor seguramente era consciente de que era una de esas
ilusiones producto de la rápida bajada de la droga, pero aún así lo perturbaba,
lo suficiente como para que comience a sudar y a temblar. Y seguía buscando
al charlatán y no había nada de nada.
De repente fue a parar a un espejo de pared de esos de más de dos
metros, de esos antiguos que se posaban sobre los ladrillos y que eran para
que quien se posara viera su entera humanidad. Era de su esposa, ella lo
había comprado. Se miró en el espejo, miró sus ojos que eran de una sensual
avellana, pero los ojos que miró no eran suyos, tenían otra alma. Temblaba y
sudaba cada vez más.
-
“¿Eres ciego o te masturbas mucho?”, dijo esa voz que lo había
molestado durante toda la noche.
-
“¿Quién mierda eres? ¿Qué mierda quieres?”, la desesperación
del pintor era inmensa, parecía uno de esos sillones masajeadores por la
vibración que producía su titubeante escalofrío.
-
“Soy la misma mierda que tú. Y te quiero mostrar la mierda que
eres”, la voz era serena, el pintor comenzaba a darse cuenta.
Por fin lo vio, y definitivamente estaba loco. El espejo lo mostraba al
pintor dialogando con el pintor ¿Dos pintores? ¿Dos bohemios? ¿Dos
“yonquis”? Sí, eran dos pintores.
-
“Te voy a decir lo que creo de ti, te voy a decir que pienso
respecto a la vida que vives”, dijo “él” otro-pintor.
-
“Tú no existes, eres sólo un efecto de esta mierda que corre por
mis venas.”
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-
“Puedes tener razón, tal vez sea una mierda más de tu cerebro
quemado, pero tú me ves, tú me escuchas. No estás tan loco. O lo estás
demasiado.”
-
“Dime que pretendes con mi tiempo.”
-
“Mírate. Tu vida se volvió un ciclo de jeringas, pesadillas y luego
más jeringas. Así pretendías poder disfrutar de tus últimos días con Julia.”
El silencio se hizo presente en la cabeza del pintor. Atónito, esa era su
expresión. Ni sorpresa ni disgusto. Era esa expresión que nada transmitía pero
era una expresión al fin.
-
“La dejaste morir cuando renunciaste a tu vida. Eres un maldito
fracaso. Tu dama te cegó totalmente.”
El silencio atormentaba al pintor constantemente.
-
“Sólo míranos. Mejor aún, mírate a ti mismo. Sólo a ti. Sueñas con
esas mierdas del cáncer y te olvidas de las cosas buenas. Todo siempre son
pesadillas de mierda con un maldito pintor que ya no pinta, y que como un hijo
de puta dejó morir a su esposa prefiriendo sus placeres de mierda porque está
enfermo. Fuiste una mierda, eres una mierda y sorpresa campeón, serás una
mierda.”
Los ojos del pintor real se posaban silenciosamente sobre los ojos del
otro pintor. No decía nada, sólo escuchaba e internamente se lamentaba tan
profundamente que algo en él lo punzaba como un puñal oxidado en el medio
de los pulmones y del estómago. El discurso le dolía demasiado. Pero estas
últimas palabras, Fuiste una mierda, eres una mierda y sorpresa campeón,
serás una mierda lo habían movido, lo tocaron, porque él sabía que era verdad,
y él sabía que era orgulloso y le dolía como nada que alguien le dijera la verdad
sobre su insignificante vida y de cómo mató lo último que le quedaba.
Pero entonces así como si nada y tras oírse a si mismo insultarse y
culparse por sus errores, al fin reaccionó. Cerró su puño y sus ojos, y sin
vacilar ni un segundo golpeó contra el espejo. Un ruido crocante, como el de
las hojas en otoño. Simplemente retumbó.
Él abrió los ojos y miró al piso. Había sangre por doquier pero no le
dolía. Él sabía que la droga le quitaba el dolor pero que este sería terrible
cuando se fuera por completo el efecto opiáceo. De su mano brotaba sangre a
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borbotones pero no le importaba, porque por fin se dio cuenta de que él al fin y
al cabo era como dijo el otro pintor una mierda.
Volvió a mirar al espejo. Solo se veía su cara distorsionada por los
cristales rotos y llenos de su linfa roja y espesa. No había otro pintor, sólo él
mismo. No temblaba más y su sudor frío se había secado.
No volvió a dormir esa noche.
A la noche siguiente durmió como bebé.
***
Autora: Lucía Magalí Moreno, 6º año
Instituto Cardenal Stepinac
Aquella anciana que perturbó mi mundo
Otra vez en el auto hacia un lugar seguramente lúgubre y un ambiente lleno de
muerte, ser detective no es nada fácil. No es que sea sentimental, sino que
cuando ves la muerte a menudo tu alma comienza a debilitarse, en fin tengo
que dejar de pensar en estas cosas, me cansa tanto. Son tres y media de la
tarde. Luego de un viaje de 20 minutos llego al lugar de donde provino la
llamada. Un vecino local llamó diciendo que su vecina Angélica de veintiocho
años no había sido vista desde el lunes anterior y que realmente estaba
preocupado. Llego al lugar y después de tranquilizarlo lo envíe a su hogar.
Ahora comienza el trabajo “frío”, comienzo llamando a la puerta, nadie
responde, reviso si la puerta esta con llave, no lo esta, ingreso a la casa
mientras desenfundo mi pistola, esto esta muy oscuro no hay ninguna luz
prendida ni una venta abierta, no puedo divisar bien los muebles, intento
encender las luces pero no encuentro el interruptor, comienzo a llamar
“Angélica…” me dirijo hacia la habitación principal que se ubica en el piso de
arriba, subo las escaleras muy sigilosamente y un olor repugnante me invade,
ya lo he sentido en casos anteriores ¿se me habrá hecho costumbre?
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Esta sensación de muerte que recorre mi espalda similar al de un escalofrío
pero mucho más fuerte, subo los últimos escalones y me encuentro con un
pasillo oscuro, entro al cuarto, sigo llamándola y la encuentro allí. Muerta. De
algún modo lo sabía. Llamo a la ambulancia y al forense. La escena era una
barbarie, ella sobre la cama con la garganta cortada, su cuerpo con cortadas
en todas las extremidades, lo que más me aterrorizó fue su rostro, el cual no
mostraba signos de dolor o temor, sino más bien de paz ¿será qué murió
tranquila? ¿Sabía que moriría? Este no es el típico caso de desaparición
simple, es un homicidio premeditado, pienso. Luego de que la forense
examinara el cuerpo, continúe con el cuarto, había un pequeño rastro de
sangre cerca del marco de una de las ventanas del cuarto ¿entró por allí? No,
la puerta estaba sin cerrojo así que ella lo conocía. Le pregunto a la forense
cuanto hacía que estaba muerta y me responde que hacía una semana, ya que
el cuerpo entró en proceso de descomposición y la sangre de la cama y las de
las heridas estaban secas. Salgo de la habitación para dirigirme hacia el baño,
lo reviso minuciosamente no quiero arruinar ninguna posible evidencia.
Observando la repisa encuentro un vaso de whisky con marca de un labial,
¿ella estaba maquillada? No lo recuerdo, vuelvo a la habitación para ver si la
fallecida usaba el mismo labial. No, es diferente, el labial es de alguien más. Se
llevan el cuerpo a la morgue y yo me encargo de los testimonios de los vecinos.
Como siempre sucede nadie vio ni escucho nada, en parte es un poco
frustrante. Me queda una última casa, golpeo la puerta y me atiende una
pequeña niña, detrás viene su madre se disculpa y me pregunta si me puede
ayudar en algo, le muestro mi placa y le pregunto sobre la vecina asesinada y
me dijo que no había escuchado ni visto nada particularmente extraño, le
agradezco su colaboración y me giro para encaminarme hacia mi auto cuando
ella me detiene y me dice que recién lo recordó. Hace una semana vio a
Angélica con una mujer mayor entrando a su casa y luego de eso no la volvió a
ver, le pregunto si Angélica tenía algún familiar y me responde que no, que su
única familia era su madre y que había fallecido hacia dos años. Le agradezco
y me retiro hacia las oficinas, todavía faltaba mucho por investigar.
Voy a su trabajo ya que podría conseguir algo de información, ingreso allí, es
un edificio gigantesco que pertenece a varias empresas, subo hasta el piso
quince y me dirijo hacia una secretaria que enseguida se percata de mi
69
presencia. Me pregunta tajante en que podía ayudarme, saco mi placa y
pregunto sobre una empleada de nombre Angélica, me dice que se había ido
de vacaciones, que le dejara mi nombre que cuando ella regresara se lo daría.
Al parecer no se han enterado de que ella ya no vive, se lo tengo que decir
pienso, es la única manera de que ella pueda decirme algo. Con un tono serio
se lo informo, ella no me cree enseguida, estaba muy impactada. Le pregunto
sobre sus relaciones en el trabajo, si tenía alguna amiga en particular y ella me
responde que no era sociable, todo lo contrario, era tímida y casi no hablaba
con nadie. Le pregunto si sabía si tenía algún novio o amante y me responde
que no sabe. Me comenta que la última vez que vio a Angélica ella se encontró
con una mujer pero no pudo verla bien por el vidrio que separa el ascensor de
las oficinas, no puede describírmela. Le agradecí y me retiré de la oficina. Aquí
hay algo extraño, pensé, Angélica avisó que se iría de vacaciones y sus
amigos, vecinos, y compañeros dijeron que no tenía relaciones con nadie más
que ellos. También en la oficina dijeron que ella iría a la playa donde tiene una
casa pero no se encontró rastro de ella o de alguien, la casa no había sido
habitada en más de cuatro meses. Vuelvo para la oficina, me siento tan
cansado que mejor me acuesto. Me despierto con el sonido del teléfono,
contesto de muy mala gana, es la forense, tiene el informe del cuerpo. Voy a la
morque y camino hacia el cuarto de cadáveres, me encuentro con la forense,
me saluda y comienza el informe. “La sedaron y luego le mutilaron el cuerpo, al
final murió por una cortada en la yugular”, afirma. Agrega que no había sido
abusada sexualmente. Al terminar el informe volví a mi oficina y me entero de
otro caso, otro homicidio. Llego a la escena del crimen. Mujer de veintiséis
años, mismo modus operandi, sobre la cama: la sangre, el cuello, el cuerpo. No
tengo dudas, es el mismo asesino.
Inés: veintiséis años, maestra, soltera. Es un nuevo día y tengo que investigar
sobre la nueva víctima. Voy a la escena del último crimen, le pregunto a la
empleada de limpieza si sabe algo, me responde que una mujer extraña la
había buscado dos días atrás, le pregunto el nombre y me dice EMA. Le pido
que me la describa. Una mujer de estatura normal, anciana, vestida con un
pantalón negro y camisa azul, afirma la vecina. Algo delgada y de mirada
sombría, agrega. Le agradezco y me voy. Esto está mal, reflexiono, si sigo
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perdiendo el tiempo más personas morirán. Siento que lo que pasa es como
una carga cada vez más pesada.
Ambos casos son iguales, fueron mutiladas y sedadas. Ambas solteras, y
trabajadoras, de casi la misma edad. ¿Por qué alguien habría de matarlas?
Una agente me avisa que alguien me había estaba buscando. Voy al hall de
entrada para encontrarme con una señora algo nerviosa, le pregunto si podía
ayudarla en algo y me dice que tiene algo que darme: una foto. Es extraño,
pienso, pero me dice que cuando reveló unas fotografías en una de ellas
aparece una mujer que se va con la maestra asesinada, entonces pienso que
ella puede ser la asesina. Me muestra la foto y es tal cual ella decía; detrás de
la su hija, Inés se va con una mujer anciana vestida de azul y negro. Le
agradezco mucho su ayuda y se va. Busco en la base de datos del gobierno y
aparece una Ema Freyre, anciana de 65 años, me doy cuenta que vive a veinte
minutos de acá y salgo a buscarla con desesperación. Llego a la casa y siento
que tiene una aura sombría. Camino hacia la entrada y golpeo la puerta, nadie
responde. Entro a la casa, alguien mira televisión. Me acerco lentamente, y
escucho que una mujer –Ema- me habla, “sabía que vendría detective, ya es
tiempo de que pague mi condena luego de tanto dolor que causé”. Fue ahí
cuando lo supe, ella es la asesina.
Luego de llevarla a la estación de policía confesó todos sus crímenes.
En ese momento no se dio cuenta lo comprendió mas tarde, ella lo había
planeado todo; confesó treinta y dos crímenes, la mayoría con el mismo modus
operandi, pero dónde estaban los cuerpos de chicas que ni siquiera sabíamos
que habían desaparecido. Le pregunto por qué hizo que yo la descubriera, y
me confiesa, “vos, por vos confesé todo, te pareces tanto a mi amado
Francisco, después de su muerte no podía soporta ver a personas que me
recordaban a mi cuando era joven, simplemente tenía que matarlas como
mataron a mi esposo”. Luego de su confesión, ya no pude resistirlo más.
Renuncié. Sus palabras hicieron que mi cansancio y agotamiento llegaran a su
límite. ¿Qué paso con ella? No lo sé. Aunque me pregunto si sigue pensando
que yo soy como su esposo.
***
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Autora: Sofía Alonso, 4º año
Instituto General San Martín
Las ventanas del alma
Dedicado a los soñadores y románticos, pero especialmente a Valentín. Tomó la reposera, su mochila y salió camino a la playa. Caminó una cuadra,
espero pacientemente a que los autos pasaran y cruzó la calle. Siguió y casi al
llegar a la bajada al mar, le echó un vistazo a una casa que tenía la puerta
abierta. Como si una brillante luz la circundara, lo vio. Se miraron por unos
instantes, hasta que Aurora volvió en sí, al tropezarse con una señora. Cruzó
nuevamente la calle y fue salticando hacia un árbol que estaba detrás de los
médanos. Iba siempre ahí; tiraba una lona y se sentaba a leer, pensar o
escuchar música.
Ese día, fue dispar a los demás. Estaba tratando de concentrarse en la novela
“Rayuela”, pero aquel chico de los ojos esmeralda no desaparecía de su
mente. Esa no fue una mirada común; fue una profunda y clara lectura de sus
almas.
Aurora creía que de la primera vista al amor había un abismo. Pero a partir
de ese momento, comenzó a sentirse rara y
sonriendo mientras revivía
de repente se encontraba
en su mente esos instantes de conexión
emocional.
Pasaban los días y no importaba donde estuviera, o a donde iba, él siempre
aparecía de la nada y sus miradas volvían a colgarse, hasta que alguno de los
dos caía en la realidad y la apartaba. En los momentos y lugares más insólitos,
se cruzaban y sin decir nada, se decían todo; aunque Aurora deseaba con
vehemencia un simple “hola”.
A pesar de la maravillosa atracción visual,
necesitaba que de alguna forma “real”, le demostrara que no estaba loca y que
sí se estaban sintiendo.
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Faltaban dos días para que regresara a Buenos Aires. Lo único que quería era
que el tiempo se detuviera. El hecho de apartarse de él, la desesperaba y
entristecía. Iba a extrañar el misterio y el aire bohemio que emanaba su ser.
En su último día de vacaciones, realizó el corto trayecto hacia su árbol
predilecto y continuó leyendo. Al terminar, levantó la lona, guardó el libro y se
quedó un rato contemplando el paisaje. Observando a Ringo (nombre que
había elegido para el árbol) se detuvo en una rama que tenía adherido un
papel. Lo despego y leyó: “Me basta solo con mirarte para saber que con vos
me voy a empapar el alma." – Julio Cortázar. En ese momento no se dio
cuenta. Lo comprendió más tarde…
Aurora llegó a Buenos Aires esperanzada, con una mezcla de felicidad y
amargura. Al día siguiente Valentín se dirigió hacia Ringo. En el mismo lugar
donde había dejado su papel había otro que decía ““Andábamos sin buscarnos
pero sabiendo que andábamos para encontrarnos” – Julio Cortázar.
Instintivamente abrazó el árbol y su pie derecho chocó con una piedra. Al
agacharse, encontró un libro y se sorprendió al verlo. Lo abrió y otro papel se
deslizó por su mano. Lo leyó en voz alta y al final susurró un nombre, un
nombre que había anhelado saber desde el primer momento en que la había
visto…
-Aurora – dijo entre sonrisas.
***
Autora: Silvina Alvarenga, 4º año
Instituto General San Martín
Miłość
-¡Pero te digo que no lo encuentro! – dijo la adolescente ya harta de buscar.
-Si me dijeras qué estás buscando te podría ayudar – le reprochó su madre
mientras luchaba con la arruga de una camisa.
-Ya te dije, mamá estoy buscando ‘algo’ no importa qué- dijo mientras seguía
revolviendo media casa.
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La verdad es que la chica no podía decirle a su madre lo que estaba buscando,
tal vez por vergüenza, tal vez porque ni ella sabía lo que era; pero lo que sí
sabía es que si lograba explicarle a su madre, ésta se burlaría.
-¿Podés hacerme el favor de dejar de revirar media casa? Tu abuela viene en
media hora y no tengo ganas de ordenar todo otra vez – dijo su madre, ya un
poco alterada por los ataques repentinos de locura adolescente que tenía su
hija, mientras que se dirigía a la cocina.
- Sí, nena, deja de ensuciar – acotó con tono burlón su pequeña hermana,
quien había estado sobre la mesa jugando todo el tiempo.
La chica sólo atinó a torcer los ojos e irse con resignación a su cuarto.
Ya en su puff favorito, ése que le había regalado su madrina, el que siempre le
servía para aclarar las ideas, decidió que era hora de ponerse a pensar qué
estaba buscando realmente.
Hacia días que antes de dormir, cuando todo esta oscuro, tranquilo y uno
puede hablar consigo mismo, se quedaba dando vueltas pensando en muchas
cosas pero en nada a la vez. Sentía como un vacío en el estómago, pero no
era hambre, era algo máas.
Se acordó de los otros días, cuando la molesta psicopedagoga del colegio la
llamó como todos los lunes desde hacia ya un mes. Y como siempre, le había
preguntado cómo se sentía en el nuevo colegio, si sus compañeras la trataban
bien, si se sentía a gusto.
La verdad es que el colegio no era excelente, era sólo un colegio, su búsqueda
no tenía nada que ver con sus nuevas amistades o con sentirse sola.
Una voz particular, la de su abuela, interrumpió sus pensamientos.
– Nena, vení a saludar que ya llegamosLa chica se dirigió al living, cuando llegó vio a su abuela y a su abuelo
abrazados hablando con su mamá como dos tórtolos y ahí se dio cuenta de
que sí, lo que ellos tenían era lo que ella estaba buscando.
***
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Autora :Jimena Álvarez, 4º AÑO
Instituto General San Martín
Amor vacacional
Diana vivía en una casa en Argentina con su perro, al que paseaba todo
el tiempo y la plantita que regaba todos los días.
Un día se fue de veraneo y le dejó su casa a una amiga. Esas
vacaciones fueron inolvidables para ella, allí, además de haberse relajado y
haber paseado, encontró al amor de su vida, su media naranja
En la noche misma que arribó había ido a un bar a tomar unos tragos y ahí lo
vio a él, fue amor a primera vista, se miraban y no se sacaban los ojos de
encima. Luego él se acercó y dijo:
-Hola, mi nombre es Peter, te vi ahí sentada sola y quise venir a invitarte una
cerveza, ¿es posible?- dijo Peter
-Sí, claro, por supuesto.- dijo Diana
-No he oído tu nombre, ¿cuál es?- dijo él
-Diana.- dijo ella -¿Tú eres de aquí?- pregunto ella
-No, yo vivo en San Pablo, vine aquí a descansar.- dijo Peter
-Ah, ¿y es una ciudad bonita no?- pregunto Diana
-Si, es linda y hay muchos lugares para recorrer. – dijo él.
Así siguieron hablando toda la noche, más tarde Peter la alcanzo al hotel
donde se alojaba y se pasaron el número telefónico, se despidieron y entró a la
habitación. Dejo el teléfono en algún lado y se acostó a dormir.
Al día siguiente había salido. En un momento, mientras paseaba se le ocurrió
tomar la cámara de fotos y fotografiar algunos lugares, cuando agarro la
cámara, comenzó a revolver y no encontraba su celular entonces lo dio por
perdido. Cuando volvió al hotel lo empezó a buscar y, había estado sobre la
mesa todo el tiempo, lo revisó y tenía un mensaje de Peter, el cual decía qué la
esperaba a las 22 hs en el bar de la noche anterior, para llevarla a un lugar
sorpresa.
Se encuentra con Peter y le pregunta:
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-¿Hacia dónde iremos?- Diana
-No te puedo decir, lo verás cuando lleguemos.- dijo él.
Unos segundos antes Peter le cubre los ojos, al llegar se los descubre y ella al
descubrir en donde estaba, se alucina de lo bello del lugar. Un barco a la luz de
la luna, decorado como si los dioses lo hubiesen hecho.
-Aquí es dónde cenaremos.- dijo Peter
-Este lugar es muy pintoresco, y demasiado romántico.- se sonrojo Diana
Después de comer y hablar toda la noche Diana le comentó que dentro
de unos días tenía un almuerzo con amigos y que no habría ningún problema
en que fuera. A lo que Peter le contestó que lamentablemente no iba a poder ir,
debido a que se tendría que volver a San Pablo, ella se puso un poco triste
pero debía ir a ese almuerzo y todavía no se podía ir.
Pasaron unos días y Peter tenía que volver, tristemente se despidió de
ella y le dijo:
-nos volveremos a ver, y cumplo con lo que digo.A los dos días comió con sus amigos, y paseo durante toda la tarde. A la
noche se quedó en el hotel, disfrutando de las actividades. Por la mañana armo
los bolsos y al atardecer partió rumbo a casa.
Luego de unas horas de viaje, llega a su morada, y sorpresivamente,
inesperadamente se encontró con él.
***
Autora: Eugenia Andujar, 5º año
Instituto General San Martín
Caer
Una persona amable me enseñó alguna vez que las cosas algún día caerían. O
que algunas personas siempre me mentirían y me verían caer. Pero no le hice
caso.
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Hay veces que los más refugiados, son los menos afortunados. Tan sólo
escuchaba
sus
palabras,
que
de
nada
me
servían
cuando
debía
afrontarte, ¿afrontarme?
Y al fin y al cabo, todos se adueñaban de mis pensamientos, los cuales hacían
correr mi mente, como si se tratara de un simple juego de maniobras.
De mi nombre, cuando hay distintos nombres a través de todo el universo y tan
sólo pocos lo entienden.
De mi cabeza, que seguía tus lecciones; y en ese momento no se dio cuenta.
Lo comprendió más tarde. Cuando de una vez por todas decidió funcionar
por cuenta propia.
Hubo tiempos en los que caminé por ti, sin pensar en la oscura noche que me
rodeaba.
Algún día quizá nos iríamos los dos, o escaparíamos de una vez. Pero eran
puras promesas, al momento de marcharte.
Estaba eligiendo en quién o en qué creer, mientras mis manos rodeaban tu
rostro y ahora tan sólo me recordaban a vos. Había cosas que no podía dejar
escapar, como tu sonrisa o tu mirada, que murieron en algún extraño lugar.
Y tus dulces palabras, que aún resonaban en mi cabeza. Un "Para siempre"
que se tornaba cada vez más largo.
Y un "Estaré ahí"...y tan sólo me dejaste caer. Tan sólo me dejaron caer.
Estaba sola. En la noche, sin que nadie me escuchara. Sonó el teléfono. No
sabía si atender o no, pero lo hice.
Eras vos, diciendo que volverías. ¿Cuántas veces hice caso a tu voz ya?
¿Cuántas veces dejé que me traicionaras, que me hieras sin arrepentirte de
verdad? Tenía tanto miedo de estar sola, que te dejé estar. Pero me harté y
decidí correr. Decidí alejarme de mi hogar, de mi vida. Nunca entendí si me
marché para desaparecer o para encontrarte otra vez.
Pero me perdí. Me perdí en un lugar el cual nunca había visto anteriormente,
que tan sólo estaba rodeado de calles desconocidas y callejones más oscuros
que la misma noche. Aún así, ya nada me importaba, y decidí arriesgarme y
caminar por allí. ¿Por qué me dejaste ir? ¿Quién es esa persona que me mira,
sin siquiera decir una palabra?
Papá debe estar llorando, y yo acá, mirando a un hombre dejar su cigarrillo
caer, mirándome fijo.
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Así que me eché a correr, sabía que me seguía ¿Qué más podía hacer?
Cuando lo logré confundir, ya estuve a salvo... Mamá debe de estar destruida.
Me volví loca por algunos momentos, pero aún así, decidí probar mi destino.
¿Por qué me dijiste que todo estaría bien? ¡Mira donde estoy!
Tantas veces me dijeron que estaría bien y ahora todos ríen por mi ausencia.
"¡Corre! Ya nada puedes hacer" gritó una chica, asomándose desde su alta
ventana.
De pronto me encontré en los lugares más concurridos de la ciudad. Y allí te vi.
Parado, mirando a algún extraño lugar.
No sabía qué hacer, si el tiempo corría. Te amo, pero si te tuviera, te pediría
perdón una vez más. Maldita humildad.
Pensé que podría hacer esto sin ti. Y aún así, decidiste volver. ¿Cómo es que
llegaste aquí? Si me viste partir... correr.
Correr, correr, y correr. A algún lado llegaré tal vez ¿Qué más puedo hacer o
decir?
Ahora me encuentro en otro lugar, quién sabe dónde, nadie jamás lo
entenderá.
Mi cabeza dice que espere un nuevo mañana, pero tu persona dice que lo
intente una vez más. Pienso que a veces prefiero estar lejos de los errores,
para pensar que estaré bien. Estoy tratando tanto de comprenderme, que luego
vuelvo a caer. Algún día, algún día lo entenderás. Y no perderé más de ellos en
ti.
Quizá no lo entendiste, quizá no me reconociste. Quizá me llamaste... pero yo
ya decidí no contestar.
***
78
Autor: Maximiliano Diantina, 5º año
Instituto General San Martín
ÁNGELES GUARDIANES
Realidad o fantasía, subjetividad o no, esto me ocurrió y lo quiero contar,
quedará en todo el que lo lea decidir hacia que postura inclinarse y porqué
hacerlo.
Tenía 14 años y por esa época todavía vivíamos en Martínez, en esas casas
grandes de toques rústicos tradicionales. Veinte años después es difícil
recordar con precisión, todo era muy oscuro -así como hoy lo es mi memoria-,
las paredes, los armarios, los mismos muebles y hasta la ropa que se usaba en
esa época eran diferentes a los de ahora. Comentando esto no estoy diciendo
nada que no sepa cualquier persona y tal vez exagere un poco porque solo hay
veinte años entre ese día que no voy a olvidar y hoy, pero es mi historia y eso
me da la posibilidad de elegir cada uno de sus aspectos.
En una casa grande las cosas pueden perderse y si es monocromática la
probabilidad de que éste hecho acontezca es aun mayor.
Mis abuelos Josefina y Leopoldo habían salido por un fin de semana a Mar del
Plata, con todo lo que su ausencia significaba para mí y mi familia.
Mi mamá, la cual había enviudado hace varios años, estaba atendiendo su
negocio en Cardales y permanecería allí por casi dos semanas y media. Lo
importante de todo esto es que a quien le había sido encomendada la tarea de
cuidarme era a mi hermana, Valentina, una joven de 17 años, muy bonita, de
ojos pardos, cuerpo esbelto, inteligente, simpática, sutíl, dulce y femenina, a la
cual jamás le faltaba compañía masculina. Aunque todo lo que tenia de linda lo
tenia de superficial, vivía obsesionada por su imagen, su ropa, sus cosas, sus
maquillajes y cómo la verían uno y cada uno de los chicos de nuestro barrio.
Estábamos en vacaciones de invierno y mi hermana irresponsablemente
decidió irse a Chascomús con el auto de mis abuelos y dejarme sola en casa.
Por supuesto, dejando herméticamente cerrada con llave y candado su puerta,
para que yo nada pudiera tocar.
79
Le pedí que no se fuera justo cuando los abuelos no estaban, que ella sabía lo
que sucedía cada vez que ellos se ausentaban, pero me dijo que esas eran
meras coincidencias y con un estruendo fuerte cerró la puerta antes de que
pudiera hacerle algún berrinche o pedirle que me deje por lo menos unos pesos
para comprar comida.
Cuando todo parecía tornarse oscuro sonó el timbre; qué suerte que sonó,
porque yo ya estaba por irme a dormir tapada hasta la cabeza, no del frío sino
del susto. Corrí hasta la puerta con la esperanza de ver a mi hermana, pero no,
eran Jorge y Lucas, los dos chicos del barrio con los que más me llevaba los
cuales, casualmente, decidieron venir e invitarme a un asalto en la terraza de
Macarena. Sin dudarlo acepté.
Todo parecía estar mejor hasta que inoportunamente Jorge decidió contarme
que el chico que me gustaba en esa época estaría en la fiesta y de muy buena
gana tenia la predisposición de bailar conmigo. Definitivamente sucedían dos
cosas, por un lado mi suerte cambiaba para mejor y, por el otro, me di cuenta
que no tenía que ponerme ya que toda mi ropa estaba en la casa de al lado
donde vivían mis abuelos. Por primera vez parecía que la idea familiar de
adquirir dos propiedades continuas no me beneficiaría en nada.
Todas mis amigas fuera de Capital Federal, mi hermana camino a Chascomús,
mi mamá en Cardales. No tenía otra opción que usar mi arma secreta,
reservada para un momento como éste, sabía que algún día la necesitaría y
había llegado el momento. Aquella copia que hice de la llave del candado de la
puerta de mi hermana sería por primera vez usado, aquel armario lleno de ropa
y artículos que embellecerían a la mismísima Betty la fea sería profanado,
burlaría la guardia imperial de mi hermana y me atrevería a usar su ropa y
sobre todo esas botas tan caras que mi papá le había regalado justo antes del
accidente.
Cuando quise pensar si hacerlo o no, ya tenía puesta la ropa de mi hermana y
las botas me esperaban sobre mi cama. En aquel momento cuando iba a poder
tocarlas, mirarlas y sin dudas usarlas por primera vez, Jorge me llamó desde el
comedor para que le dijera dónde estaba el control remoto, además de pedirme
que me apurara para no llegar tarde.
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Ahora sí, era el momento, llegué corriendo a mi habitación y me abalancé
sobre la cama, toqué la almohada, la frazada y hasta mi osito de peluche, pero
no toqué ningún par de botas.
¡Vamos muchachos donde escondieron mis botas! grité entremezclando mis
palabras con carcajadas para demostrar que la situación me parecía graciosa a
pesar de no serlo. Pero la respuesta de los chicos no fue la esperada, ambos
me aseguraron no haber escondido nada y me dieron razones suficientemente
válidas para creerles.
Entré en desesperación, di vuelta toda la casa, no me importaba nada, yo
quería ese par de botas como sea, los cubiertos en el piso, las camas
deshechas, los armarios desmembrados y si no me equivoco el teléfono
descansaba en la bañadera.
Estaba el tenedor, el jabón, las botellas de vino, los electrodomésticos de la
época, las remeras y los aros, pero no estaban las botas, las de mi hermana,
las de mi padre.
Decidí ir en contra de mi edad y no llorar como hubiese hecho cualquier niña.
Intenté pensar, usar la cabeza, no podía recordar donde las había puesto si no
era en la cama; ya no quedaban lugares donde buscar, sentí culpa y a la vez
miedo, no podía perdonarme el olvido.
Cuando comencé a darme cachetazos a mí misma, por bronca, no pude evitar
pensar que todo tenía que ver con la ausencia de mis abuelos y las cosas
extrañas, los sucesos que mamá intentaba catalogar como coincidencias pero
que Valen y yo sabíamos perfectamente que no lo eran, que sucedían. Pero
pensé que eso sería desligarme de culpas y decidí seguir en mi intensiva
búsqueda.
Las horas pasaron, los minutos también. Eran las 12 y la fiesta ya era un
anécdota de lo que pudo haber sido y no fue. Mis dos amigos se habían ido en
el automóvil de un tercero y yo llena de dolor, miedo e incertidumbre estaba
una vez más sola en mi casa; pero ahora las cosas habían tocado su punto
máximo.
Me rendí, dejé de buscar y recordé que mamá tenia unas pastillas para dormir
-sobre todas las cosas, eficientes-, las cuales habían comenzado a ser
compradas desde que papá se marchó.
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Tomé una, tal vez dos o tres, tal vez todas y fui a tomar un vaso de agua antes
de dormirme y tener horas y horas para pensar que haría para explicarles este
desastre a mi hermana y a mi madre.
Al principio no me di cuenta porque entré a la cocina con los ojos cerrados y en
la oscuridad, pero luego vi una luz y no tardé en notar que era la llama de una
vela negra, la cual obviamente jamás había sido comprada por nosotros. En
medio de la noche, en nuestra casa oscura, ahora reinaba esa vela negra
sobre la mesa.
Encendí la luz y al hacerlo la sorpresa fue aun mayor, y con ella se mezclaron
alegría y temor porque las bota habían estado sobre la mesa todo el tiempo.
Para muchos este podría ser el final del relato y la trágica historia podría haber
tenido un simple final feliz, pero para quien comprende lo sucedido y prestó
atención a una y cada una de mis palabras, se dará cuenta que revisé toda la
casa, inclusive los cajones de los cubiertos, y las botas no estaban en ningún
lado; y obviamente el detalle de la vela, negra como la noche, como mi casa,
como en este momento todo lo era.
No busqué explicación y solo me acosté a dormir bajo el efecto de las pastillas.
En ese momento no me di cuenta, lo comprendí más tarde, pero hoy en día lo
sé y es lo importante; sé que mis abuelos eran de alguna manera los ángeles
guardianes de esa casa oscura y que en su ausencia cualquier cosa podría
pasar, desde que una adolescente pierda un par de botas, hasta que un padre
caiga del techo en un accidente y deje de ver para siempre a sus hijas.
***
Autora: Nataly Escobari, 5º año
Instituto General San Martín
Corona Escarlata
De las muchas cosas que valoraba su hermano, Alice era la más preciada. La
única que él quería proteger. Ella en ese momento no se dio cuenta. Lo
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comprendió más tarde, cuando todo hubo terminado; una vez que la sangre
ya había sido derramada.
En ese entonces las lágrimas surgieron a la par que los sollozos quebrados.
Pese a todo ella lo amaba, sin embargo mantuvo firme su decisión. Nadie
entendía esa relación, aunque especulaciones no faltaron. Para el mundo eran
amantes. Sólo ellos sentían su unión de sangre.
Para cuando el hecho aconteció, ellos ya estaban separados en caminos
paralelos. Alice admiraba a Ciel ya que su valentía e inteligencia eran
inigualables. Sin embargo, desconocía sus intenciones y una vez descubiertas
las mismas, el miedo fomentó su desunión. Temía lo que fuese a hacer su
hermano, temblaba de sólo pensarlo. Creía que si escapaba la realidad se iría
consigo, dejando sólo una pesadilla en su lugar. Un mal sueño. Aunque
también sabía que no podía permitirse el escapar. No en la posición en que se
encontraba. Luego del sangriento acontecimiento, lamentó el no haberlo hecho.
Y mucho.
Sabía que matar era algo habitual en su entorno. Del mismo modo que
entendía su posición y el peligro constante que la acechaba, aunque nunca le
había dado demasiada importancia. Se tomaba con tranquilidad sus clases de
ataque y defensa personal, esperando no tener jamás la oportunidad de usar
tales movimientos en contra de alguien. Lo que más le disgustaba eran sus
lecciones de tiro y uso de diferentes armas. Pensaba que eran clases inútiles y
que podrían fomentar algún tipo de violencia en ella, por lo cual apenas y
prestaba atención a sus tutores. Por otro lado, su hermano las amaba. Las
practicaba día y noche hasta que se hubo convertido en todo un profesional. Él
sabía que tarde o temprano las necesitaría. Y estaba en lo correcto.
Alice debía de desposarse con alguien de la elite, alguien merecedor de su
fortuna y no de su amor, al momento de cumplir los diecisiete años, momento
en el cual se convertiría en una mujer casadera para la sociedad. Esa era su
principal obligación como futura heredera de la corona imperial, encontrar un
futuro rey capaz de darlo todo por su pueblo. O por lo menos, que supiese
administrar bien la fortuna real.
En cambio, Ciel no tenía ese tipo de obligaciones, ya que él no era de la
realeza. Había sido condenado a una vida de servidumbre por ser hijo de la
sirvienta, aún llevando en sus venas sangre azul. Se le permitía vivir en el
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palacio por caridad, con la condición de ocultar su origen siendo éste sólo de
conocimiento familiar. Él era el protector de la princesa y compañero. Por eso
se le permitía tomar las mismas clases que ella, e incluso comer en la misma
mesa. Sin embargo no se debía olvidar de su posición.
La noche que precedería el desastroso final, Ciel le confesó a Alice su más
grande deseo. La felicidad de su hermana, a tal punto que estaba dispuesto a
matar al mismísimo emperador, su padre, con tal de liberarla de su matrimonio.
Él la amaba, como a una hermana, más que su propia vida y por tal motivo no
permitiría que ella se casase con cualquiera. La princesa no podía concebir
como ese niño dulce y amable que había crecido con ella podía estar
confesándole un deseo tan siniestro. Y todo por su supuesto bienestar.
El horror se apoderó de ella, y con una última cachetada sobre Ciel, se fue de
la habitación gritándole que lo odiaba y que estaba loco. Creyó que era una
broma de mal gusto, y trató de olvidarse de ello durante la noche.
A la mañana siguiente, el emperador realizó una ceremonia para encontrar al
futuro esposo de su hija, y en pleno acto Ciel empuñó una espada y desafió a
su padre. La sociedad estaba conmocionada. Un simple plebeyo desafiando al
soberano, a su majestad.
Alice al ver eso salió corriendo en busca de algo que ella creía terminaría con
todo, ya que si bien ella pensaba que era una broma de su hermano, tenía
guardado el miedo dentro de sí.
Se puede asegurar que no estaba preparada para ver lo que se encontraba en
su cuarto. Junto a su cama, se encontraban una rosa y una carta que decía:
“Querida Alice, espero algún día puedas perdonarme. Sé que no es la mejor
forma de terminar con tu sufrimiento pero es la única forma que conozco. He
vivido contigo mucho tiempo, y a pesar de tu intento ha sido inevitable el
escucharte llorar cada noche desde que supimos que te debías desposar
siendo niños. Años han pasado pero tus lágrimas no cesan, así que he
decidido mi propio futuro. Te amo y ya sabes lo que tienes que hacer. Ciel”
La princesa quedó anonadada cuando sus ojos se posaron en el reflejo de su
propio rostro. Un objeto yacía al lado de la rosa. Una decisión debía ser
tomada: Escapar de la realidad, huir de ese destino maldito o afrontarlo y vivir
con esa sombra escarlata
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Alice entendió perfectamente lo que Ciel intentaba decirle. Sabía lo que tenía
que hacer y por primera vez en su vida se armó de valor, afrontó sus miedos, y
se fue corriendo al predio donde todos se encontraban. Se sorprendió al ver a
toda su guardia herida en el campo demostrando cuan hábil su hermano había
resultado ser. Su padre se encontraba muerto en su trono atravesado por una
lanza y Ciel se encontraba al lado de éste.
Ambos se miraron fijamente, como una despedida tal vez, mientras el pueblo
estaba mirando incrédulo. Su única princesa estaba desafiando al asesino del
emperador. Una doncella empuñando un arma. Alzó la voz, y sin rastro alguno
de duda, dijo: “En nombre de la heredera al trono, ahora emperatriz, Alice
Celine Li Britannia, proclamo tu muerte bajo mi manos”.
Todo terminó rápidamente. La princesa se ganó la voluntad de la grey, respeto
y admiración por lo cual sin necesitar desposarse subió al trono y nadie objetó.
A Ciel se le dió sagrada sepultura junto al emperador, para descontento de la
sociedad, pero al ser una orden de la emperatriz Alice, nadie lo cuestionó.
Años más tarde, ella se casó con una persona de buen corazón a quien
amaba. A pesar de ello, y de haberse dado cuenta de las intenciones de su
hermano en el momento que heredó la corona sin tener que desposarse con
cualquiera, nunca dejó de preguntarse qué hubiese pasado si en lugar de
haber tomado tal decisión, hubiese clavado esa espada brillante en su propio
pecho.
***
Autor: José Garcia Fava, 5º año
Instituto General San Martín
Oscarcito
Era un día como todos en la vida de Oscar; se levantó, apagó el
despertador y se fue a bañar.
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Oscar era un tipo de 29 años, vivía solo ya que hace poco se había
peleado con Antonella, su ex novia. Después del baño, como solía hacer, fue
en busca del periódico. El puesto de diarios quedaba a cinco cuadras de su
casa; aprovechando el trayecto decidió darle un paseo a su perro, Rocky, un
ovejero alemán. En este momento de la vida de Oscar, su perro era sin dudas
muy importante, ya que vivía solo pero por lo menos tenía la cálida compañía
de su querido Rocky. Llegó al puesto de diarios y se dio cuenta de que se le
había olvidado llevar en su bolsillo la billetera, por lo tanto decidió regresar a su
casa con mucho fastidio. Este tipo de cosas, como olvidarse la billetera le
estaban sucediendo a menudo a Oscar. Se le cruzaban muchas cosas en la
cabeza después de separarse de Antonella y andaba distraído por la vida.
De vuelta en su casa, comenzó a buscar la billetera; buscó en su
escritorio, armario, baño y no la encontró. Fastidioso al extremo decidió ir a
tomar un vaso de agua en la cocina. Para su sorpresa, al entrar en la cocina vio
que la billetera había estado sobre la mesa todo el tiempo.
Ya con la billetera en mano, salió hacia su trabajo. Oscar trabajaba en
“Los Artesanales” una heladería del barrio, cerca de su casa. Había conseguido
trabajo en ese comercio gracias a que Antonella era amiga del dueño. Cuando
se separó de Antonella, Oscar sufrió mucho y en ese momento no se dio
cuenta. Lo comprendió más tarde; Antonella lo había ayudado mucho a pesar
de ser una persona difícil. Pasó un mes de la separación y él sabía poco de
ella, pero el dueño de la heladería le contaba que no la veía bien. El dueño se
llamaba Daniel, un tipo de 35 años, había heredado el comercio de su padre y
en este momento de su vida tenía un buen pasar económico, y disfrutaba de la
soltería. La relación de ellos era buena pero nunca habían compartido algo más
que el trabajo, ver un partido de fútbol o tomar unos mates. El dueño no solía
meterse en la vida privada de Oscar ni hacer comentarios sobre Antonella.
Después de ese comentario Oscar había quedado sumamente sorprendido. El
saber que ella no estaba bien lo preocupó. Decidió llamarla pero no respondió y
le dejó un mensaje. Oscar esperaba una respuesta positiva a su mensaje y su
anhelo era volver a convivir con ella.
Al día siguiente, como todos los días ingresó a los ocho de la mañana a
la heladería. Daniel ya había entrado, Oscar tomó unos mates y le contó que
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ayer le había dejado un mensaje a su querida Antonella. El dueño le contó que
ella no estaba en el barrio, que volvería dentro de dos días.
Tres días después Antonella le respondió y quedaron en encontrarse en
un café. Ese día, se lo vio a Oscar como hacía rato no se lo veía, sonriente,
simpático y nervioso. Llegó al bar, pidió un café y esperó que viniera.
Finalmente ella llegó y tuvieron una triste charla para él. Entre otras cosas ella
le aclaró que no había la mínima chance de que volvieran a ser los de antes.
Después de un mes, sucedió lo menos esperado para Oscar. Llegado a
la heladería se encontró con Daniel y Antonella a los besos. Se agarró a las
trompadas con el dueño, fue una pelea pareja pero Oscar le metió una patada
en la cabeza que lo desmayó a Daniel. Se fue corriendo antes de que un
vecino llamara a la ambulancia o la policía.
Horas después, Oscar se levantó, apagó el despertador y se fue a
bañar, pero nunca más volvió a la heladería ni a cruzarse con el dueño.
***
Autor: Joaquín Ignacio Juárez, 4º año
Instituto General San Martín
El hombre de los ojos rojos
Era verano y pues así se iba a quedar por dos años, como siempre pasa cada
vez que un demonio se lleva a un humano vivo.
Allí se encontraba Kate una mujer alta de cabello castaño claro y ojos verdes
como una esmeralda. Es una persona humilde y tímida, pero muy inteligente y
divertida.
Estaba en ese lugar recordando cómo se lo llevaron, preguntándose porqué no
a ella.
Esto ocurrió tres semanas atrás cuando Kate volvía de trabajar. Ese día fue
normal excepto por ese extraño hombre de ojos enrojecidos al que no le prestó
atención porque pensó que era producto de su imaginación por las largas horas
de trabajo.
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Kate vivía con su mejor amigo Mateo, por lo menos hasta que encontrara un
apartamento.
Hasta el miércoles este día en particular se volvió a encontrar con el hombre de
los ojos enrojecidos, pero esta vez no sólo estaba más cerca de la casa sino
que el hombre la siguió y de repente en frente de sus ojos desapareció como si
se lo hubiese llevado el viento. Ya en la casa se encontró con que el agua salía
roja como un rojo que sólo se veía si se cortaba una vena.
En la semana no pasó nada más. Hasta el domingo. Esta vez el hombre
desplegó unas alas y salió volando. Ella se preguntó cómo las demás personas
no podían ver eso Kate no sabia es que solo las personas a quienes el
demonio marca son las que lo pueden ver. A partir de ese día no tuvo más que
lo que ella creía eran alucinaciones, pero eran bastante reales.
En la siguiente semana, cuando ya no pudo más, le contó a Mateo lo que le
pasaba pero con eso hizo que Mateo también empezara a ver esas cosas.
Para evitar al hombre Kate pidió una semana de licencia en el trabajo, y así se
encerró en la casa toda la semana viendo como el hombre merodeaba por
alrededor y con los espectros que ella creía alucinaciones.
A la tercera semana estas imágenes rondaban por su cabeza todo el tiempo,
hasta que ocurrió algo inesperado. El viernes al llegar a casa había un olor
extraño. Ella entro sin hacer caso de lo que pasaba ya que las alucinaciones la
engañaban todo el tiempo, pero esta vez no era una alucinación; esta vez era
muy real el hombre de los ojos rojos tendido en el piso y Mateo parado con una
forma demoníaca y le preguntó a Kate si las alucinaciones le habían parecido
divertidas y en ese momento se dio cuenta que Mateo era el demonio.
Él le explicó que el hombre era un humano común y que tenia los ojos rojos
porque le había quemado el alma hacía mucho tiempo, condenándolo a bagar
hasta que alguien lo matara.
En eso el hombre se paró sin emitir un solo ruido y se escondió.
Para el momento en que Mateo iba a matar a Kate el hombre saltó en su
rescate y se interpuso. En cuanto Mateo traspaso al hombre los dos
desaparecieron en una llamarada gigantesca y nunca los volvió a ver.
En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde…
Ese hombre quería morir no aguantaba más la vida eterna.
***
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Autor: Alex Koch, 5º año
Instituto General San Martín
El florecer del cerezo
Fruto de su madre y de su padre, ambos patriarcas, los protectores y los
gobernantes del pueblo, la hija, una cría apenas, era la única heredera de sus
linajes, de todos aquellos que habían gobernado tan humilde y justamente el
pueblo que tanto amaban.
La niña era una maravilla, el orgullo de su familia y muy querida y respetada
por el pueblo, era una chica excepcional y siempre con buenas intenciones,
tales como fueron sus linajes de absoluta benevolencia.
Faltaba poco para su cumpleaños número ocho, y sus padres le preguntaron
que le gustaría como regalo éste año. Ella prácticamente no era una chica
aprovechada, ella estaba a gusto con lo que tenía y no era necesario que le
dieran cosas lujosas, más porque a ella no le gustaba ser mimada.
– Querida hija – mencionó el padre – falta poco para tu celebración, cuéntame,
¿quieres algo en particular éste año?, o éste año lo dejas a opción mía, ¿cómo
en los años anteriores? – dijo sonriendo.
– Papá… éste año quiero pedir algo…
– ¡Al fin¡ - dijo el padre sorprendido – ¡cuéntame hija!
– Me gustaría plantar un árbol en el centro del pueblo si no te molesta... –
mencionó un poco en voz baja – El árbol de mi nombre.
– ¿El árbol de tu nombre? ¿Por qué quieres un árbol de cerezos? Es algo
extraño, además, ¿plantar uno?, ¿tú sola?
– Vi pinturas, pero nunca uno yo misma; quiero uno y que las personas puedan
admirarlo…, y si, si el árbol es mío, quiero cuidarlo yo... además, ¡el clima es
apto para que pueda crecer!
– Es extraño lo que me pides – dijo el padre, que no estaba en órbita por tal
petición extraña – ¡pero bueno!, si eso es lo que quieres, yo te conseguiré las
semillas, ¡pero prométeme que te ocuparás!
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Y así se cumplió, el padre le consiguió las semillas, y le dijo que eran “semillas
especiales” y que podía plantarlo en donde ella quisiera, pero cerca de la casa
principal, donde ella y su familia vivían. Así sin más, luego de haber festejado
su octavo cumpleaños, tomó un abrigo, porque era invierno y hacía frío, y se
fue directo a plantar las semillas aunque ya estuviese anocheciendo. Al llegar
al lugar, pensó con las semillas en mano:
– Mi deseo de cumpleaños de éste año es que puedas crecer muy rápido y ser
el árbol más precioso.
Y con estas palabras, ella plantó las semillas, y después de unos minutos, se
marchó hacia su casa.
La niña cumplió con lo prometido, y cuidó de lo que iba a ser el futuro árbol
asistiendo en lo posible todas las semanas para poder cuidar al ser vivo, a
regarlo si no llovía, a contemplar el terreno, pensando lo que iba a ser su
tamaño. Parecía una ilusión, pero las semillas pasaron a ser brotes, estos a dar
un pequeño arbusto, así, durante seis años y medio; el árbol de frutos creció de
una manera extrañamente colosal. Pero a su vez había algo extraño, el Cerezo
nunca dejaba de florecer; en invierno sus hojas no caían y siempre daba frutos,
algo que causaba extrañeza tanto a la niña como al pueblo: La gente ignoraba
éste fenómeno, pero mientras más crecía el árbol algo más crecía en él
Pero el Cerezo no era el único que había crecido, la niña había dejado de ser
niña y se convirtió en mujer. Todavía con quince años ella seguía con su
promesa y seguía cumpliendo en cuidar al gran árbol de frutos. Después de
clases, la chica había ido, como de costumbre, a ver al gran árbol; fue entonces
cuando escuchó una voz dentro de sí misma : “ Gracias “ , le dijo la misteriosa
profunda voz.
Ella miró a los alrededores pero no había nadie, le pareció algo extraño, y
volvió a escuchar la voz : “ Soy yo, del que has cuidado tanto todo este tiempo
“.
¿El árbol me habla? – Pensó ella – ¿Es posible?
– Lo es, puedo escucharte, y tú también puedes hacerlo. Yo soy el producto de
tus cuidados, siempre he querido hablarte y agradecerte lo que has hecho por
mí, pero no he podido hasta ahora.
– ¿Cómo es posible esto?, los árboles no pueden comunicarse, ¿o sí?
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– He aquí la prueba, yo soy el producto de tus dones, los árboles son seres
vivos, como muchos otros, sienten el frío, el calor, lo que sucede alrededor y
yo, mucho más. Tal vez no lo entiendas ahora, pero lo comprenderás mas
tarde.
– Estoy… sorprendida – dijo la chica -
un árbol que puede expresarse y
hablarme… ¿yo soy la causante de esto?
– Así es, deberías estar orgullosa, no cualquiera tiene tanto aprecio por la vida
como tú – hizo una breve pausa, y preguntó – ¿Cereza, tu seguirás estando
conmigo como hiciste durante tantos años?
– Yo… antes no tenía razones, y ahora creo que tengo menos para dejarte –
dijo riendo.
El árbol le agradeció, y le dijo que no comentara que era capaz de hablar con
él, también le dijo que debía marcharse porque la tarde iba a ser fría. Ella quiso
seguir hablando, pero él le dijo que siempre iba haber tiempo para poder
conversar.
Y así fue, durante semanas, Cereza y el árbol empezaron a hablarse. El árbol,
por más que no pudiera moverse, era muy sabio, ya que tenía mucho tiempo
para meditar y pensar, mientras tanto ella disfrutaba tanto como el árbol de
cerezos las charlas que solían tener.
Luego de unos tres meses, a fines de julio, un chico se había enamorado de
Cereza, por lo que decidió establecer una relación amigable al principio con
ella. Cereza había mostrado cierto interés pero dejando que la situación fluyera
lentamente. Un día, Cereza le mostró su árbol de cerezo que no lo había visto
hace un buen tiempo, y luego se despidieron. Cereza siguió su camino, pero el
chico quedó de cierta manera perplejo, hipnotizado por el árbol, su belleza no
se comparaba con nada. Se acercó lentamente, y reposó bajo la sombra del
mismo.
Al día siguiente, la gente del pueblo encontró al chico todavía reposando bajo
el árbol, pero cuando intentaban despertarlo, no respondía. Había caído en un
sueño profundo del que nadie pudo despertarlo. Lo más extraño es que no
presentaba heridas, ni marcas, estaba completamente sano. Cereza se enteró
al día siguiente de lo sucedido. Quedó perpleja.
– ¿Que pasó? – le preguntó al árbol – ¡¿viste lo que sucedió?!
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– Él chico se acercó a mí, se sentó en el suelo y se durmió- contestó el árbol –
Yo hice que duerma para siempre.
– Pe… ¿¡pero por qué!? – pensó gritando Cereza – ¡por qué hiciste tal
atrocidad!
– Tú prometiste que no me dejarías, me dejaste y me cambiaste por ese
humano – dijo tranquilamente –
– ¡¿Pero llevarte la vida de alguien inocente?!, ¡no es justo!... No puedo ver
como le haces daño a la gente, me voy…
Pero esto solo empeoró las cosas, el Cerezo entró en un estado de infinito
desprecio. Al no poder ver al único ser que le dio el don de sentir y hablar,
empezó a causar mayores estragos y a utilizar su energía para cautivar a
cualquier ser, ya sea un animal o un vecino, a todos dormía.
Cereza dio a conocer a sus padres el hecho de que el árbol era el causante de
las tragedias del pueblo, por lo que se decidió cortar el tronco del árbol para
que éste pierda la vida y deje al pueblo.
Ninguna sierra, ningún hacha pudo lastimar al cerezo que rebozaba de poder.
El pueblo estaba desesperado por saber quien iba a ser la próxima victima, se
había pensado en desterrar al árbol pero era imposible, su voluntad era
quedarse y acabar con las personas.
Había pasado ya casi un mes y el número de víctimas del poder del árbol
superaban la decena; la situación se agravaba.
Luego de unos pocos días, que parecían interminables dado al miedo, Cereza
se escapó de su casa. Era una medianoche fría y corría un poco de viento.
Volvió hacia el árbol, éste, se percato de la presencia de Cereza, y le dijo:
– ¿Que buscas de mí?, pensé que no querías verme
– No, ¿que buscas tú de mí?
– Que cumplas con tu palabra – irrumpió el Cerezo –
– … ¿Sólo eso?.... pero, prométeme que dejarás en paz a mi pueblo.
– … Prometido
Cereza se acercó al árbol y se dejó cautivar, se recostó al lado suyo, bajo la
sombra que generaba gracias a la luna. Miró la copa del árbol y empezó a ver
como las hojas empezaban a caer lentamente, cubriéndola de a poco a ella y al
terreno; le empezó a dar sueño y de a poco fue cerrando los ojos. Esto parecía
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un sueño, un sueño que la abrazaba y no la dejaba escapar nunca; ella sin
embargo aceptó el sueño sabiendo que era por un bien mayor.
Fue así como Cereza se ofreció a permanecer junto al árbol por toda la
eternidad a cambio de que dejara en paz a su pueblo; y el árbol cumplió.
Ahora, el Cerezo había perdido todos sus pétalos; su energía, su vitalidad se
había desvanecido con Cereza, llevándolos a ambos al mundo de las visiones
y los sueños, donde no podrían salir hasta la resurrección.
***
Autor: Leonardo Martínez Leal, 5º año
Instituto General San Martín
Tiempo del eterno olvido
Paseaban y caminaban los dos por el parque en las cálidas mañanas de otoño.
El hombre, que era de tez blanca como el color de su pelo, conservaba la
elegancia al caminar que tanto lo destacaba; se apoyaba en su bastón con asa
de plata en forma de tigre, a pesar de sus años.
La empleada contratada para cuidarlo hasta el fin de sus días respetaba su
silencio. Permanecía cerca y mirando atenta mientras él, sentado con una
pierna cruzada sobre la otra, fumaba lentamente el habano que tenía entre sus
dedos y miraba hacia la nada, como perdido en el tiempo.
Los árboles aparentaban estar desprotegidos sin sus hojas llevadas por el
viento y la lluvia que había diariamente. Era el ciclo de la vida. Resurgir en la
primavera, reverdecer los prados y así cubrirse de florecillas silvestres
ampliando el colorido del paisaje.
Los años fueron desfigurando los rasgos del rostro del que un día fuera un
atractivo hombre. Los huesos de su cuerpo se traslucían a través de la fina piel
que constantemente amenazaba con romperse y así dejarlos al descubierto.
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La mujer se preguntaba cuáles serían sus recuerdos, qué pensaría. ¿Podía
ser aquel el mismo hombre de las viejas fotos que aparecían en el rincón de la
sala?
Él la necesitaba a ella. Sus ojos tristes y húmedos la miraban implorante
cuando necesitaba levantarse de la cama y cuando sentía que iba a morir. Ella
lo alimentaba cuando le temblaba el pulso y no podía llevarse la comida a la
boca. Estaba acostumbrada a cuidar enfermos y gente anciana, por esa labor
recibía pequeñas fortunas de los familiares que no podían atenderlos porque
les parecía difícil convivir con la carga de la vejez.
Por causa del trabajo, la mujer tenía pocos días para visitar a sus amigos.
Cuando se juntaba con ellos, escapaba de su silencio llenándose de largas
charlas mientras tomaba vino y cantaba.
Cuando el anciano dormía, ella aprovechaba para recorrer con placer y mucha
curiosidad las habitaciones, mirando fotos, hojeando libros y papeles
amarillentos escritos por él; olfateaba su ropa en los armarios, sus zapatos y
sombreros.
Una noche, mientras recorría las frías y solitarias salas de la casa del anciano,
fue a visitar su oficina y vio sobre el escritorio un papel que aparentaba ser algo
serio, ya que tenía firmas por doquier y estaba debajo de una importante
estatuilla de cristal. Ella, con mucha curiosidad, leyó para ver de qué se trataba
el dichoso y peculiar papel y descubrió que era El Testamento del Señor. Lo
primero que vio fue, sorprendentemente, el nombre y apellido de ella: Maribel
Flores. Y luego, para más sorpresa, que la mitad de los bienes serian para ella,
la mujer que tanto lo había cuidado y atendido los últimos tiempos. Anonadada,
prefirió salir corriendo de la oficina e irse a dormir y esperar a la mañana
siguiente para preguntarle al anciano de qué se trataba eso, que su nombre
estuviera en el Testamento del mismo.
Aunque a la mañana siguiente el hombre melancólico no despertó. La mujer
lloró; acostumbrada a cuidarlo le había tomado gran cariño en los últimos
94
meses. Realmente sentiría su ausencia como una pequeña niña que pierde su
muñeca.
El cuerpo permaneció sobre la cama todo el día, esperando que llegaran los
familiares a darle el ultimo adiós, a llorarle, a decirle cuánto lo habían amado,
cuán ejemplar había sido en su larga vida y cuánto lamentaban su pérdida.
Pero sobre todo, haberlo dejado en el olvido en sus últimos meses de vida;
definitivamente no se perdonaran el olvido de haberlo abandonado en esos
últimos y fundamentales momentos.
A la mañana del tercer día, bajo el fuerte viento y la imparable lluvia, lo
sepultaron y cada uno tomó su camino. Por la tarde la mujer recogió sus cosas
y con muchísima tristeza se llevó el bastón de asa de plata que había sostenido
los pasos del viejo. Ella prefirió callar lo de aquella noche, para no generar
problemas de bienes en la familia. Cerró la casa y partió rumbo a la ciudad.
Cuando pasó por el parque donde solían pasear, lo vio sentado con la mano en
alto, diciéndole adiós…. Ella decidió continuar.
***
Autora: Camila Moriondo, 5º año
Instituto General San Martín
¿Dónde las dejó?
Rosario había buscado intensamente. En su cuarto, en el patio, el baño, la
cocina y el living. Una y otra vez. No estaban. Pensó que en breve aparecerían
y decidió no seguir hurgando en ese momento.
Siempre las llevaba consigo. Pero esta vez, no lograba localizarlas.
Tenía que ir a su trabajo. Buscó en la guía (por primera vez en su vida) cual era
el colectivo que la dejara a unos pocos pasos del mismo. Lo encontró.
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Llegó puntualmente, como siempre. Le esperaban ocho arduas horas en la
oficina, y desde allí debía preguntar como llegar a la facultad. Sus amigas, le
indicaron que subte debía tomar.
Así lo hizo.
Al arribar a su casa sintió que algo la miraba intensamente. No sabía lo que
era. Solo sentía una señal. Pero, se dijo, no debía pensar en ello en ese
momento.
Se preparó la cena. Mientras comía, nuevamente, recordó aquello que le
estaba faltando, pero, sentía mucho cansancio como para renovar la pesquisa
otra vez.
Mañana, se dijo a sí misma. Mañana lo haría.
Se despertó muy atrasada. Debía desayunar y salir raudamente hacia su
trabajo.
Ya conocía el colectivo que la llevaría, pero otra vez, volvió a sentir que algo la
observaba. Esa “mirada” le recordaba aquello que no lograba encontrar.
Era insistente. Una cosa extraña que no podía develar, y que, sin embargo, ella
conocía.
Así se fueron sucediendo varios días, semanas.
Una y otra vez, pensaba en renovar su búsqueda, por aquella “mirada
insistente” que sentía al entrar y salir de su casa.
Durante esos instantes, se sentía desolada, atrapada en un túnel circular, en el
que no encontraba escapatoria….
Pero el apuro era mucho. Tenía exámenes finales para rendir y llegaba
agotada de su trabajo.
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A diario se respondía a sí misma que volvería a examinarlo todo para
encontrarlas, y a diario renovaba sus promesas para el día siguiente.
Revolvía todo, hurgaba en los sitios más recónditos. Pero no daba con ellas.
Era todo muy raro. Como si nunca las hubiese extraviado, o como si siempre
hubiesen estado ausentes…….. Ya no sabía si razonaba bien… Ya dudaba de
casi todo.
Se acercaban las fiestas de fin de año.
El aire había cambiado, la gente se adueñaba de las calles en la búsqueda de
regalos.
Rosario, tenía pensado ir a visitar a sus padres que vivían en el interior del
país.
Comenzó a llenar su valija con mucha ropa pues pasaría, al menos un mes
fuera de su casa.
En el ir y venir, algo llamó su atención.
¿Serían ellas? Un destello centelleó ante sus ojos.
En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde.
Llegaba a su casa con los brazos repletos de regalos, pequeñas atenciones
para sus seres amados.
Casi ni podía abrir la puerta de entrada. Tan cargada estaba.
Faltaban pocos días ya.
Era la época de los saludos, hacia los amigos, aquellos que no vería por al
menos un mes, de las corridas a tomar un café con su gente más allegada.
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Ellos tampoco habían preguntado por qué ya no se ofrecía a alcanzarlos hasta
las casas respectivas. Lo habían tomado como algo natural.
Un llamado telefónico la despertó casi en la madrugada. Era su madre para
preguntarle el horario de llegada. No le pareció raro, pues era una mujer
noctámbula. Casi siempre la llamaba tarde.
Su madre no era organizada como ella…. (aunque a esa altura de las cosas, ya
dudaba de su propia organización……¡Semejante pérdida ¡) Tenía otro ritmo
de vida.
Las valijas estaban ya cerradas.
Solo restaba poner en orden la casa.
No había tenido que armar ningún árbol navideño. Lo disfrutaría junto a sus
padres.
Allí, casi a punto de partir, involuntariamente las encontró.
Habían estado sobre la mesa todo el tiempo.
Casi como una burla a todas sus búsquedas. Brillantes y nuevas,
desparramadas. Tiradas al azar……
Allí, aparecieron las llaves de su auto (ese raro objeto que la miraba a diario) al
entrar y salir de la casa.
No se perdonó el olvido. Las había buscado intensamente los primeros días,
hasta en los lugares más insospechados….pero no las había visto.
Las navidades le habían traído un regalo.
El más esperado……..ciertamente.
***
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Autora: Lucila Schmukler, 5º año
Instituto General San Martín
Asesinato en la calle popular
Había estado sobre la mesa todo el tiempo. Jamás podría perdonarse por
semejante despiste. Había estado a punto de arruinarlo todo, pero al fin,
lograría que se descubriera la verdad y que se resolviera el misterio del
asesinato de la Sra. Josefina Alvarez.
Todo comenzó hace casi una semana atrás, cuando el detective Harrison
descansaba en su despacho. En esta época actual, rara vez se contrataba a un
detective. Las personas se resignaban a tener que confiar en los policías que
decían estar para servir y proteger, pero… ¿Lo hacían? ¡Cuántas veces habían
sido más corruptos los policías que los mismos ladrones! El detective había
estado leyendo el periódico esa mañana y ya conocía las nuevas malas
noticias que acontecían a la ciudad, pero jamás se imagino que su pasado lo
volvería a buscar para hacerle vivir en carne propia el sufrimiento del asesinato
que se mencionaba en el periódico.
Eran aproximadamente las 10 AM cuando llamaron a su puerta. Él no esperaba
a nadie, lo que provocó que se comportara más cauto al verificar quien se
encontraba del otro lado. Por la mirilla llegó a observar una cara redondeada,
una piel blanca y hermosa, unos ojos verdes como esmeraldas y una boca roja
como el carmesí. La reconoció enseguida. Habían pasado varios años pero
jamás la olvidaría. Dejó entrar a Marta Alvarez a su despacho, saludándose
ambos con gran afecto.
- Me alegra mucho verte, Marta, luego de casi diez años, aunque me apena
que sea en circunstancias como éstas. Mi más sentido pésame.
- Gracias Harrison. Y te lo agradezco. Pero, por favor, sentémonos. Debemos
hablar de algo importante. Tu recordarás perfectamente a mi padre Manuel, a
mi pobre y recientemente difunda madre Josefina y a mi hermano Esteban.
- Por supuesto que sí. Tu padre y yo fuimos grandes amigos durante aquella
época en la que yo era su Sherlock Holmes y el era mi estimado Watson. Y tu,
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querida mía, eras nuestra pequeña niña prodigio. Siempre interfiriendo y
ayudándonos a resolver casos. Pero a pesar de que los extrañe a tu padre y a
toda tu familia, me alegro de su éxito en su novedosa empresa cosmetología. Y
desde luego, me alegro por ti también, que has logrado ayudar a tu padre y a tu
madre a impulsar a NEWSKIN a la cima, junto con tu hermano, desde luego. Y
tu madre, modelo eterna de su marca. Debo confesar, que si bien su muerte
me duele, también me perturba. Yo no creo en los diarios, ella era una mujer
saludable, siempre lo fue. ¿Cómo es posible que muriera de un infarto?
- No has cambiado en nada. Sigue siendo tan perspicaz como siempre.
Efectivamente, mi madre no murió de un infarto. No queríamos armar
demasiado revuelo. Mi madre murió por una intoxicación. La encontramos en
su cuarto, sin un solo latido que moviera su corazón, pero al revisarla, los
médicos más cercanos a la familia, y que juraron guardar el secreto,
descubrieron que recientemente había estado ingiriendo o asimilando de
alguna forma cierta sustancia tóxica. Pero no logran descubrir de dónde podría
haber absorbido los componentes químicos que la llevaron a la muerte.
- Deduzco que quieres que averigüe quién es el responsable de semejante
atrocidad…
- Desde luego. Sospecho de una persona en particular. La prima de mi madre,
Alicia. Ella también trabaja en NEWSKIN. Es muy hermosa y siempre admiró el
trabajo de mi madre como modelo de NEWSKIN. Pero mi padre y mi hermano
jamás acusarían a alguien de la familia, por lo que debo pedirte que no hables
con ellos, no les cuentes que he venido a verte y que te he dicho que la prima
Alicia puede ser la asesina. Al menos no hasta tener pruebas de ello.
- De acuerdo, lo que sea para no aumentar el disgusto de tu padre y tu
hermano. Deberé seguirla durante un par de días e incluso deberé visitar su
casa, testear los elementos que debería poseer para efectuar un asesinato. En
tres días iré a su casa. Está decidido. Y al cuarto día tendrás noticias mías
-Te agradezco. Ten, aquí tienes mi tarjeta- dijo extendiéndole un pequeño
rectángulo de papel rosado con un nombre y un numero en él.
- Estaremos en contacto. Hasta pronto, Marta.
Apenas cruzó el umbral de la puerta, comencé a preparar mis artilugios de
espionaje, mientras mi cerebro procesaba la información reciente.
Anteriormente, hubiera puesto las manos en el fuego por ella, pero ahora, tan
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mujer y tan crecida, habiendo perdido su inocencia, denotaba algo que no fue
capaz de ocultar: una misteriosa actitud y ojos preocupados, cuando solicitó
que no hablara con su padre todavía. Pronto descubriré que sucede.
Al día siguiente, Harrison comenzó su investigación. Siguió a Alicia todo el día,
anotando datos importantes. Era una mujer sola, pero sumamente ocupada,
devota de su trabajo, siempre pendiente de algún trabajo que pudiera realizar.
Pero siempre administrativa, para lo cual aparentaba ser realmente buena.
Al segundo día, continúo revisando su rutina. La siguió hasta una farmacia en
donde trabajaba un doctor especializado en alergias. A través de su poderoso
binocular logró observar el nombre de las drogas que el doctor le otorgaba.
Luego investigaría a fondo de qué se trataban. Luego, Alicia se dirigió a su
hogar, para continuar con su trabajo, cenar y dormir, nada fuera de lo ordinario.
Al tercer día, Harrison estaba algo confuso. Las medicinas antialérgicas, eran
usadas para contrarrestar los efectos que le producirían a una persona alérgica
los componentes de las cremas rejuvenecedoras NEWSKIN.
¿Cómo podía ser que Alicia quisiera ser la cara de NEWSKIN, si no podía
aplicarse aquellas cremas diariamente? Ni todos los medicamentos anti alergia
podrían combatir una exposición así. No tenía sentido. No ganaría nada con
matar a Josefina. Ante tal conclusión, había llegado la hora de entrar en su
casa.
Por la tarde, mientras Alicia se encontraba en la oficina, Harrison irrumpió en su
casa. No había rastro alguno de cremas de NEWSKIN, pero en su cuarto justo
sobre su escritorio, había un pequeño equipo de química. Solo las ampollas y
los tubos de ensayo necesarios para la producción de algo pequeño. Harrison
decidió tomar las huellas táctiles que pudiera encontrar en aquellos
instrumentos. Al no encontrar nada más sospechoso, decidió irse antes de que
fuera demasiado tarde y lo descubrieran. Más tarde se reunió con Marta en su
casa, a solas para hablar de lo descubierto recientemente. Pero… no de todo.
- Es muy estructurada, realmente que sí. Y dedica su vida a NEWSKIN, no me
sorprendería que quisiera brindarle también su rostro.- dijo Harrison- Además,
he encontrado unos artefactos de química en su casa bastante sospechosos.
Falta poco para que termine el caso y lo resuelva.
Mientras hablaba, Marta había estado untándose cremas de NEWSKIN en la
cara. Dejó el pote de crema sobre la mesa y se dispuso a continuar la charla.
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- Harrison, te lo agradezco tanto. Espero que podamos descubrirla al fin.
Continuaron charlando toda la tarde, hablando del pasado y de recuerdos. En
un momento, Marta debió irse al baño, por lo que Harrison quedó solo con el
pote de crema en la estancia. Más lo miraba, más creía que algo se le
escapaba, hasta que lo invadió una epifanía y… Había estado sobre la mesa
todo el tiempo. Jamás podría perdonarse por semejante despiste. Había estado
a punto de arruinarlo todo, pero al fin, lograría que se descubriera la verdad y
que se resolviera el misterio del asesinato de la Sra. Josefina Alvarez.
Tomó el pote de crema, se despidió en voz alta de Marta y huyó de allí de
inmediato.
A la noche llamó a Marta y le explicó que había tenido que irse tan
precipitadamente porque le había surgido una emergencia. Y le dijo que
mañana deberían reunirse ambos con su padre y su hermano para
desenmascarar a Alicia, ya que había hecho un descubrimiento nuevo.
Al otro día, luego de muchos años, Harrison se reencontró con casi toda la
familia Alvarez nuevamente. Luego de efusivos saludos y palabras de afecto,
Harrison debió comunicar su verdadero motivo de visita
- Los he reunido aquí para hablar de la muerte de Josefina. Marta, algunos días
atrás, acudió a mí para que intentara descubrir a la persona culpable de su
envenenamiento, ya que Marta creía que había sido Alicia.
- ¡Pero cómo has podido insinuar eso Marta!- dijo Manuel.
- Déjame terminar, querido amigo –dijo Harrison.- Primero, sopesé algunas
opciones por las cuales Alicia querría asesinar a Josefina y tomar su lugar,
como por ejemplo: su belleza, su devoción a la empresa y su admiración por
Josefina y su trabajo. Pero luego, al seguirla, descubrí que es alérgica a los
componentes de las cremas de NEWSKIN.
Al escuchar esto, todos se sorprendieron, incluso Marta que al parecer no lo
sabía.
Harrison continúo.
- Ella toma medicamentos para que no le afecte estar cerca de las cremas en la
empresa. Ya que el solo hecho de acercarse y respirar su esencia le afecta.
Por lo cual me pareció absurdo que quisiera reemplazar a Josefina, si ella
jamás podría utilizar las cremas. Pero luego fui a la casa y encontré allí un
pequeño equipo de química, lo suficiente para alterar los componentes de la
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crema que Josefina usaba. Pero unas muestras de las huellas táctiles que se
encontraban en aquél equipo, comparados con las huellas de Alicia que tomé
apresuradamente de su tasa de té, me mostraron que aquel equipo no había
sido utilizado por Alicia, sino que alguien lo plantó allí para incriminarla. Alguien
que posee las mismas huellas que se encuentran en el pote de crema de
Marta. Ante la perplejidad de aquel comentario, Harrison se situó junto a Marta
y, mientras la sujetaba con fuerza continúo:
- Luego de descubrir la alergia de Alicia, me pareció extraño descubrir aquel
equipo de química, por lo que dudé que ella fuera la asesina. Pero si ella no
era, entonces ¿quién? En casa de Marta, al ver su crema lo supe. Ella quería
ser la sucesora de su madre, ella quería ser la nueva cara de NEWSKIN, pero
no toleraba esperar a que su madre le cediera el trono, ya que le quedaba
mucha trayectoria aún, por lo que en un ataque de locura, la envenenaste a
través de su crema la cual utilizaría religiosamente todos los días. Y decidiste
contratarme para tener a alguien a quien acusar, a Alicia. Pero creíste que no
te descubriría ¡¡Qué ingenua!! Y sabías qué día exactamente iría a la casa de
ella, por lo que sabías en qué momento poner y quitar el equipo de química en
su casa. Pero terminé de confirmar mis sospechas, en el momento en el que
comparé tus huellas con las obtenidas en la casa de la prima de tu pobre
madre. ¿ACASO ME EQUIVOCO EN ALGO?.
- No, - dijo Marta-, en nada. Fui una entupida al contratarte, me cegó pensar
que creerías que continuaba siendo una dulce niña.
- ¡Jamás te lo perdonaremos!- dijo Esteban.
- ¡Tu no eres mi hija! – dijo Manuel.
Cinco minutos después, la policía se encontraba arrestando a la asesina
menos escrupulosa, fuera del alcance de una familia destrozada, que residía
en aquella calle, llamada Popular, y que a partir de entonces quedaría marcada
por la tragedia
***
103
Autora: Sofía Massone, 5º año
Instituto General San Martín
De ser débil
Según la Real Academia Española:
Autoestima: “Valoración generalmente positiva de sí mismo.”
Yo todavía no pude encontrarla. Aquí va un pequeño relato de aquellos
meses que supieron cambiar mi vida…
Siempre quise hacer de lo más simple la más hermosa obra de arte.
Tal vez la absurda monotonía del día a día no me dejó verla.
Al despertar la buscaba pero no la encontraba, me vestía, tomaba mis
cosas y, con mi piloto automático, arrancaba mi sistematizado día. Quizá
hundido en la burda sociedad, sumido en mi egoísmo, la ignoraba.
Nunca me gustó dormirme tarde, de esa forma mi sistema inmunológico
no respondía a mi rutina. Pero el martes siete no pude dormir. Un insomnio
desconcertante me inundaba la cabeza y envolvía mi ser. En intentos de tilos y
calmantes ojeé la mesa que me había regalado. Y, sobre esta, yacía ella.
La había buscado en cualquier lado, pero nunca arriba de la mesa. La
acaricié y comencé a sonreír.
Aquel miércoles amanecí con aquella ilusión de enamoramiento y
adrenalina. El día fue nuevo, fue distinto, hasta lo más simple llenaba algo de
mi ser. Y así fue, llegué y ella estaba ahí.
Decidí pintarla, cada trazo, cada color tenía eso que ella me daba y que
yo necesitaba.
Por las noches, mientras tomaba té, la miraba, adoraba cada
extremidad, cada movimiento era puro y lleno.
Pasaron semanas en las que yo parecía poseído de amor y ya no
necesitaba hacer sociales con la misma sociedad porque ella estaba ahí, en la
mesa. Solo bastaba con llegar a casa y adorarla más y más. Ser hermoso, de
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la misma naturaleza, tan hermoso y sin egos. Se deslizaba sobre el verde
reflejando humildad y belleza.
Con el paso de las semanas crecía y crecía más. Día por medio le
sacaba una foto, cada vez su aspecto era más feliz y encantador haciéndome
sentir repleto una vez más.
En el afán de darle lo mejor decidí llevarla, sobre la mesa, cerca a mi
ventana y, que de esa forma el aire que respirara sea más puro para que así se
sintiera en un ambiente más reconfortante. Ese mismo día, antes de comenzar
mi rutina, tuve la ocurrencia de filmar su mañana cerca de la ventana. Por lo
que dejé la cámara en modo filmación, automático y me fui hacia mi nuevo día.
Al llegar tomé un vaso con agua y sin sacarme el pesado abrigo me
dirigí a mi cámara con ansias, sin saludarla… pero al presionar “play”, esa luz
que iluminaba aquellos días mi rostro, comenzó a oscurecerse más rápido de lo
que tarda llevarse el sol un crepúsculo. Ella se deslizaba, sobre el verde,
dejando su rastro en mi monitor, hasta que entonces, sin titubear, maravillosos
colores nacían de ella, de su naturaleza y así como quien quiere despegar,
dejando un rastro luminoso, ella se iba por la ventana.
Maldito yo que la moví de lugar.
Malditos aquellos que creen en lo eterno.
Disgustado, con un sabor amargo, me fui a dormir comenzando así,
nuevamente, mi monótona rutina. Mi accionar automático.
Pero todo no debía quedar de ese modo, pues el rencor y la angustia
dejaban un enorme agujero en mi pecho, un vacío infinito.
Siempre que salía de mi pocilga buscaba algún rastro de ella que me
llenara.
Por su puesto que así fue, o así creía que debía ser. La encontré y en un
tuper con minúsculos agujeritos la guardé, sobre la mesa, allí donde no pudiera
huir. Sin su verde, ella y el plástico.
Filmaba todos sus movimientos y, si bien me llenaba, aquella angustia y
desconfianza rondaban mi mente.
Pero aquel jueves siete llegué a casa, tomé un vaso de agua y fui hacia
el tuper. Ella estaba, pero su color no, su movimiento tampoco, su naturaleza
menos.
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Sus alas reposaban sobre la base plástica celeste. No había vida, había
muerte, tristeza.
Aquella vez me largué a llorar y no pude percibir lo egoísta de mi ser, mi
miedo privó su libertad y su naturaleza. Lo más simple y hermoso está en uno y
no afuera. Yo, ciegamente, creía que siempre había estado arriba de la mesa.
***
Autor: Andrés Teijo Gragnolati, 5º año
Instituto General San Martín
Objetivo de vida
El gran día había llegado. Aquel destino que lo aguardaba, por fin había
culminado en una tierra lejana de su hogar, de diversas culturas, con rastros de
Imperios pasados, llamada por muchos habitantes “la Encrucijada del Mundo”.
Su motivo era simple: ajusticiar a aquel que había mandado a asesinar,
cuarenta años atrás a sus seres mas queridos; aquellos que lo habían criado,
educado y dado aquel cariño que nunca pudo olvidar.
Desde la ciudad donde floreció el Renacimiento, viajó por aproximadamente
once meses y doce días hasta llegar hasta este gran Imperio. Micheletto era un
hombre de alta estatura, aproximadamente de unos cincuenta y dos años de
edad, barba grisácea y blanca, con una vestimenta que le cubría todo su
cuerpo, llevaba una capucha. Su adiestramiento en combate, aunque no era
tan certero, lo había adquirido por parte de unos Condotieros al sur de su
ciudad de origen; por eso conocía el arte de la espada y del sigilo. Este último
era muy importante a la hora de llevar a cabo un asesinato. Nadie debía
enterarse quien había sido la última persona que había estado con una víctima.
La escena debía quedar en total silencio, como si las sombras fueran parte de
uno mismo.
Al entrar a la ciudad, lo primero que pudo divisar fue ese gran puerto del cual le
había hablado su padre cuando era pequeño. Al otro lado del estrecho, desde
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lejos, podía verse claramente una miniatura del viejo continente. Estaba
cansado, pero su destino lo aguardaba. No podía ni debía dejar nada de eso
por lo que había luchado la gran parte de su vida. El día apenas estaba
comenzando.
Había muchas personas yendo de un lado al otro, cuya interacción con la
realidad era más grande que la suya. Los comerciantes y navegantes
conversaban y discutían sobre lo mucho que sabían hacer: comerciar. Del otro
lado de la muralla, se localizaba el palacio de Topkapi, centro administrativo del
Imperio Otomano. De alguna manera debía ingresar a ese lugar. Su objetivo no
era sino el mas importante de la ciudad y del régimen que estaba impuesto.
Pero aquel hombre, de aproximadamente ochenta años de edad, se estaba
olvidando de que su familia no había muerto en vano. Más tarde, no se
perdonaría el olvido, el olvido de haber causado sufrimiento e injusticia. Nada
iba a quedar en el pasado.
Debía registrar el palacio y estudiar bien los detalles de la entrada y salida del
lugar. No tenía que ser descubierto. Al intentar ingresar, unos miembros élite
del Ejército, llamados por todos los Jenízaros, controlaba la entrada y salida del
palacio. Habría razón para temer, porque la entrada con armas estaba
estrictamente prohibida. No hizo caso alguno y se retiro fastidiado,
con
deshonra de haber fallado. Nadie puede enfrentarse a los Jenízaros; son
soldados de élite muy bien entrenados. Un encuentro de espadas con ellos
garantiza una muerte instantánea o un encarcelamiento de por vida si uno
consiguiera salir con vida de ello.
De todas maneras, debía y tenía que ingresar de un modo u otro. Lo haría
directamente, no tendrían que haber más retrasos. Se rumoreaba por un
mercado del oeste de la muralla, que algunos hombres pondrían en práctica
bombas de humo de distracción; generarían un pequeño estruendo que haría
que todo aquel que lo escuchase, fuera rápidamente a investigar la zona de
impacto, dejando libre toda vía de acceso en manos del oponente. Esto, por
más que fuera una obviedad, no podía dejarse de atender por parte de los
Guardias, aunque fuera de origen desconocido, ya que si se tratara de una
situación de riesgo, el palacio correría una situación límite. Por más que esto
fuera de gran ayuda, no tendría que dejar que nada ocurriese. El sigilo era lo
mas importante dentro de este gran objetivo, era como el lema de su vida y de
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su venganza y sin el nada se podría culminar con éxito. Optó por no adquirirlas
y seguir su camino ya con su plan trazado y en función de hacerse cumplir
La melancolía poco a poco lo iba atrapando. Su estado era inquietante y
vacilaba en cumplir su cometido. Los recuerdos de sus padres eran muy
borrosos. Los años que había llevado en esto se contaban casi en lo que
equivale a un siglo. Su tiempo, sus cosas, su vida, habían estado a merced de
una gran misión. Muchos cayeron bajo su hoja afilada en el pasado; aquellos
que formaron parte de la conspiración y aquellos que sirvieron a ellos. Muchos
lugares fueron los que recorrió, muchas tierras. La noche poco a poco iba
cayendo y su gran misión estaba mas cerca de lo que pensaba.
Cuando la oscuridad se apoderara del palacio, su momento habría de empezar.
Años de adiestramiento en su agilidad en movimiento se notaban claramente. A
pesar de su edad, podía escalar superficies sin ningún problema. Su destreza
con el manejo de la espada curva era destacada, pero al peligroso enemigo
que enfrentaba era de cuestionarse si la victoria iba a ser suya. Salto de un
muro a otro y al llegar hasta el cubierto de la gran estructura pudo ver que en el
otro extremo yacía, aparentemente, un cuerpo de Jenízaros postrados en la
entrada a los despachos de su objetivo. No tardó en maldecir su suerte y a
aquellos soldados. Registró rápidamente si había posibilidad de otra entrada
hacia ese lugar,. No, no existía tal ilusión. La única posibilidad de ingresar era
enfrentándose en combate a ellos, pero llamaría la atención de su objetivo y le
daría la posibilidad de huir. Al bajar la vista, un fuerte estruendo sacudió su
conciencia; estrecho su mirada hacia la entrada y pudo ver, como los
Jenízaros, tan feroces y audaces, se dispersaban como intentando buscar o
registrar algo muy desesperados. El origen del estruendo era desconocido;
tanto para el como para los soldados.
Rápidamente se escabulló entre las sombras y se deslizó por las paredes para
poder ingresar y realizar lo que había deseado toda su vida o lo que había sido
de ella. Al entrar, los grandes lujos y adornos propios de un gran Rey estaban
decorando la sala, muy deslumbrante para sus ojos. Al aproximarse al
dormitorio principal, sus ojos se volvieron como rubíes cuando vio a su gran
presa como esperando su llegada, recostado en una cama de gran tamaño, en
un estado de inconciencia temporal absoluta. Fueron dos instantes hasta que
se escuchó otro estruendo; el cual distrajo a Micheletto. En ese momento de
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distracción, su objetivo se despertó y su mirada se dirigió a aquel único hombre
con vestimentas extrañas y al arma curva en su costado; desesperadamente
pidió socorro y gritó a todo viento y pulmón; sin embargo una hoja afilada se
deslizó por su cuello rápidamente, originando una erupción que se derramó en
las finas telas y sábanas en las que estaba recostado y en donde sus sueños
se remontaban hasta no hace mucho. Su presa lo había detectado, y en ese
momento dio a entender que ahí sucedía algo. El grito desesperado ya había
llamado la atención de aquellos Jenízaros postrados en la entrada y en el
momento que Micheletto envainaba su arma, ellos ya estaban ahí. Se
entablaron las miradas y los hombres uniformados, al ver el cadáver rojizo de la
Gran Eminencia del Imperio recostado sobre el suelo, lo único que llegaron a
comprender es que aquel hombre era un intruso, y por tal, debía morir.
Micheletto no tenía escapatoria; nadie podía evadir al gran cuerpo élite del
Ejército. La única manera de sobrevivir era combatir. El destino era inminente
La entabladura en combate se podía fácilmente oír desde las afueras de las
murallas; desde gritos de combate hasta crujidos de espadas moldeándose
entre sí. Poco se sabe del destino de Micheletto, llamado “el Asesino” por los
alrededores. Su objetivo había sido aniquilado, sin embargo algo seguro había
emergido de su conciencia y lo perturbó: el sigilo se había perdido.
***
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Autora: Guillermina Mustafá, 5º año
Instituto Juan Santos Gaynor
Una nueva era
Traté de saciar mi sed lamiéndome lentamente los labios deshidratados, pero
sólo lograba complacerlos por unos pocos segundos. Otro ruido desorientó mis
sentidos. El suelo tembló y nuestros cuerpos cayeron sin impacto. Abrí mis
ojos, pero las cenizas me cegaron por un rato. El polvo recorrió cada uno de
nuestros pulmones, lo cual dificultaba la respiración. Cuando por fin nos
recuperamos para ir en busca de alguna trinchera cercana, nuevamente la
bomba tomaba lugar y otra persona volaba desintegrándose en el aire sin
poder regresar.
Nos arrastramos hasta llegar al refugio. Entre los escombros se encontraban
hombres armados, estaban a punto de salir al combate. Una oleada de frío
recorrió nuestros cuerpos. Cinco contra cuarenta. No estábamos preparados.
Los músculos se tensaron, las miradas asesinas nos atraparon. Los enemigos
se abalanzaron en busca de sangre, de venganza, de triunfo. Cerré los ojos y
esperé la muerte.
Sin embargo, lo único que repentinamente sentí fue un aire fuerte y valiente.
Una mano me tocó la frente, pero no era de ninguno de mis compañeros. No
podía enfocar la imagen. Parecía desvanecerse, pero se encontraba presente.
"Un fantasma", pensé. El hombre señaló el campo de batalla. Él había sido
protagonista en la Segunda Guerra Mundial al igual que muchos de sus
compañeros. Otros habían presenciado otras guerras de la historia en el
mundo. Todos los hombres en la historia de la humanidad lucharon con un
mismo objetivo, defender lo que es suyo.
En ese momento, no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde…También
habíamos estado en su lugar, pero entre las cenizas nos quedamos. Habíamos
vuelto en busca de una solución. Sabíamos lo que era estar en ese lugar.
Combatir, sudar, perder y ganar. Pero al mismo tiempo no ignorábamos lo que
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era abandonarlo todo. No poder decir un simple adiós a nuestras vidas. Las
bombas eran nuestros despertadores. Cada vez que una de ellas detonaba,
teníamos que levantarnos y seguir adelante. Cada paso en falso, una bala
menos, un hombre menos. Esto debía terminar. América es el único continente
con sobrevivientes por la falta de agua en el mundo sin embargo, la Guerra
Mundial se los estaba llevando de a poco.
Pasaron cinco años y seguimos esperando que acabe. Ahora las
mujeres debíamos pelear también. La falta de soldados había conseguido
que nosotras también fuéramos al campo de batalla. No nos enseñaron
cómo usar un arma, no nos enseñaron cómo defendernos, sólo nos
mandaron a matar. El agua no logra abastecer a la cantidad de personas
que habitan el planeta, o lo que queda de él. Teníamos que quitar más de
treinta vidas por día para que nos dieran un vaso de agua diario. Las
enfermedades habían sido la mayor causante de muertes al igual que la
deshidratación. La esperanza no estaba de nuestro lado, la fe ya no
existía.
Se desvanecieron dejando la escena en silencio. Nos quedamos petrificados.
Fantasmas, fantasmas... Contemplamos nuestros rostros por un tiempo. Era
hora de terminar con todo esto. Era hora de ayudarnos unos a otros, no más
muertes. Nos formamos y fuimos en busca de nuestras esposas e hijos. Se
encontraban en una de las trincheras al sur. Caminamos por unas horas.
Perdimos dos más en el camino.
Las sombras se acercaron. Formamos y preparamos armas. Nos
andaban buscando. Los mapuches anduvieron tirando lanzas desde lo
alto de las montañas. Los enemigos andaban cerca. Ya era hora de que
bajaran. Pero los hombres levantaron sus manos como señal de paz. Nos
mantuvimos quietas hasta poder distinguir las caras. Eran tres, mi esposo
estaba vivo. Me lancé y lo sujeté con todo mi ser. Noté algo raro, no
estaban en sus refugios donde habían sido asignados.
Regresamos a la tierra en busca de los vivos. Lo que tanto habían estado
esperando desde los cielos había llegado. Como fantasmas descendimos a la
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tierra para enseñarles a los hombres que todavía quedaba un poquito de
esperanza. Nosotros éramos esa esperanza.
Los hombres se habían unido y no se dejaron llevar por sus diferencias. Se
juntaron para lograr una solución a sus problemas. Unidos podían llegar más
lejos. Ellos creían que la muerte era el camino más fácil de resolverlo. El más
corto, claro que sí, pero no el más sabio. Mujeres y hombres se convirtieron en
el modelo a seguir de sus descendientes. Aprendieron a compartir y a ayudarse
unos a los otros. El mundo ya no era el que había sido siglos atrás. La nueva
era había comenzado...
***
Autora: Milagros Saller, 5º año
Instituto Juan Santos Gaynor
“En ese momento no se había dado cuenta, lo comprendió más tarde.”
Nadie hubiera dicho que todo esto terminaría así. Ni siquiera sus
protagonistas, y mucho menos ella, que de tanto desconfiar se olvidó de
aprovechar el momento. Y es que era imposible que algo tan perfecto encajara
en su distante mundo, que reposaba entre la inconsistencia y el inconformismo.
Se sintió amenazada por algo que nunca vió venir, y fue por eso, por su
inseguridad, por la sorpresa, que se encontró tan dispersa y confundida, en un
primer instante.
Tan efímera se le presentaba esta escena en la comedia dramática de su vida
que le costaba creer que esto estuviera pasando realmente. Franqueó de ser
público, de ser espectadora entre butacas, a subir allá, al escenario de la vida,
al lugar donde se tejen las utopías, allí donde las historias se inician. Por
primera vez, se le incluía a esta escena, un sincero romance, que al principio
ignoraba; no creía.
Todo le pasó rapidísimo, y los créditos llegaron antes que se apagaran las
luces en el estudio, incluso antes que los actores leyeran el guión. El final fue
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muy diferente al de las películas. Porque los finales en la vida real, son
drásticos, y ocurren y ya. Nada puede hacerse, hay que seguir viviendo y
rápido, si no la vida se nos va corriendo y nunca hay tiempo para despedirse.
En el mundo de hoy, hasta las emociones se escapan velozmente. Arriban, te
marcan, te estrujan el corazón, te retuercen los pensamientos y se van. Sin
respuestas, porque hoy nada espera; tan acelerado está todo que las historias
se transformaron en, apenas, micro-relatos y el amor se acorta cada vez más
como el sueldo a fin de mes.
Y él se fue asomando lentamente. Simulando ser como los otros visitantes, y
llegó a
su puerta con irritante naturalidad, fue por eso que no entró de
inmediato.
Las frases correctas, las palabras bien colocadas. Tanta perfección constituía
la razón principal para toda clase de desconfianza y cuestionamientos.
Si hay alguien a quien culpar, que sea a la vida, que la moldeó así, tan
supersticiosa del amor, de sus fábulas, de sus escenas ridículamente acabadas
y decoradas, y tan maravillosamente dispuestas de manera tal que la han
hecho alejar por dudar de su veracidad y de su fiel existencia.
Tres días bastaron. En tres días se representó el cortometraje de lo que
significó para ella la felicidad, entre conversaciones sobre intereses, familia,
música y varios cafés de por medio. Y luego los “¿por qué no me hablaste
antes?” y los “la verdad que no sé”: Así pasaron el primer día, con preguntas
que nadie supo responder, pero porque las respuestas no servían, solo eran
parte de un mero coqueteo infantil. Había de eso, y de miradas perdidas por la
incomodidad del primer encuentro, y luego la impaciencia de los labios del
primer beso, que ansiosos, esperaban encajar, no perderse, como las personas
que buscan encajar siempre, encontrarse en algún lado, pertenecer, para no
perderse.
Pasaron todos aquellos momentos y más tarde los quiso recordar, y se insultó
más de una vez, por no haber abierto más los ojos, se
horrorizaba al no
recordar palabras exactas, prendas que usó, movimientos que articuló,
posiciones que adoptó. Se arrepintió, solo cuando terminó de entender qué era
lo que sentía, de no haberlo vivido más en carne propia, en dejarlo pasar
mucho antes, sin tanta investigación, tantos simulacros, ni dudas, ni exámenes.
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La última noche fue la más memorable. El frío helaba las calles, y a la hora en
que todo ‘Nigth-club’ cerraba, el cielo de un negro penetrante los acorralaba y
los dos pensaron adónde ir a pasar sus últimas horas juntos. Cuando el sol se
despertara, cada uno se iría por su lado, y otra historia pondría el punto y
aparte.
Él le dijo que podía ir a su casa, en Perveld Road. Supo de inmediato que
estaba lejos de donde se hospedaba, cuando le dijo que para venir a Studio se
tomaba el Cherry Hinton 1, así que le pedió al taxi que viniese una hora antes,
“yes, at half-past four, please”. Cuando llegaron, ambos sabían que, si los
descubrían, los podían echar del Studio, porque las reglas allá sí que se
cumplían, y faltar al reglamento era una falta de respeto, y los ingleses sí que
odian las faltas de respeto.
Cuando entraron sigilosamente, él le dijo que los dueños le hacían sacar las
zapatillas antes de entrar al comedor, y ella dijo que por no había problema,
que estaba bien. Deslizó sus pantuflas, que se asemejaban por su sobriedad a
unos zapatitos muy sencillos, y los dejó en el cuarto que daba a la cocina.
Subieron las escaleras y entraron en su cuarto, donde todo era desorden. Y
con complaciente ternura ella lo miró cuando, apresurado, trató de que la luz
de la luna no delatase tantas prendas, tantas hojas y útiles y papeles,
desparramados por el suelo. Muy ágilmente, él consiguió compactar todo en
un rincón de la habitación y le avisó a su amigo, que dormía en la cama de al
lado, que ella lo acompañaba.
Los dos se acostaron mirando al techo y hablaron en voz baja, y pensaron en
voz alta, y a cada ruido se les helaba la sangre al pensar que podía ser el
“host-father” de él que estaba cerca, hasta que averiguaban que era solo su
amigo, que estaba durmiendo muy inquieto. Así se pasaron las horas, y casi al
final le confesó que ella iba a ser tu mejor recuerdo de Cambridge. Luego, ella
calló. Calló porque callar era lo que había estado haciendo mayormente en
esos días, porque en el silencio encontraba la seguridad, la manera de
responderle sin decir nada, sin arriesgar nada.
Llegó el taxi y salieron. El chofer les dijo que en llegar, tardarían
cinco
minutos y ella se indignó por haberlo llamado tan temprano; igualmente le pidió
que hiciera el camino más largo. Aturdido, los miró y no dijo nada más.
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Lo abrazó y sintió una vez más, como en aquella noche en el ‘Fez-Club”,
cómo su nariz trató de respirar hondo para contener tanta angustia. Pero lo
despegó de su cuerpo y al ver sus ojos confirmó lo que antes había advertido.
Con
los labios apretados para esconder forzadamente el llanto, él la miró
directamente en las pupilas, y el intento de preservar las leyes de su hombría,
se vio saboteado drásticamente, y se vió vulnerable, desprotegido, navegando
por ese otro mundo, el de la tristeza por el enamoramiento equivocado, el del
amargo sabor de las despedidas, de las últimas veces, el de la hueca soledad.
Finalmente, llegaron a destino, y el taxi se detuvo y le pidieron al taxista que
les diese un minuto más. Pero ni una hora hubiese bastado, debían de haberle
pedido que les regalase la eternidad, así no tendrían nunca que decirse “adiós”.
Pero el taxista no encontró la manera de darles eso, entonces el minuto estuvo
bien.
El último abrazo fue el que más le dolió, el que la marcó definitivamente. Fue
la prueba de que era el fin. La conclusión, que venía antes del desarrollo, y el
final de la hoja, con la firma y el número de página a un costado.
Una vez afuera, se miró las pantuflas y se detuvo a observar cómo pisaban el
asfalto con pasos firmes, hacia el frente, como obligándola a dejar todo atrás.
Pero antes, volteó y vio que él, ya no estaba. Supo que había cometido el error
más grande, que nunca más lo volvería a ver, que tendría que haberlo
aprovechado más, y que las pantuflas se equivocaban. Eso sí, comprendió
todo esto, pero más tarde.
***
Autora: Candela Rodríguez Huerres, 5º año
Instituto Juan Santos Gaynor
¡Flash!
Presioné el botón y… ¡flash!: Logré sacarle una foto a la pequeña
ventana de nuestro ático: una mitad se encontraba tapada por cajas a las que
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la humedad alcanzó y estropeó, y la otra, con los cristales rotos y llena de
mugrientas telarañas cuya única presa era el polvo. Luego, enfoqué a mi gato y
también capturé una imagen de él, aunque su respuesta fue un maullido
amenazador antes de esconderse detrás de un viejo espejo, o eso creo yo.
-Es increíble que aún funcione. - dijo pensativa, de espaldas a mí- La
última vez que vi esa cámara era el nuevo juguete de tu abuelo…
-¿Seguís guardando las fotos que él sacó? Tal vez estén por acá
también…
-No, hijo. Por nuestra seguridad lo mejor fue quemarlas. Ya te dije que
en esos tiempos uno no podía tomarse la libertad de publicar, siquiera de
coleccionar, cualquier cosa que evidenciara actos de rebeldía o descontento
hacia ellos sin ser juzgado o…
O desaparecido, eso quiso decir, pero aquella palabra tan atroz y llena
de significados y sentimientos siempre se le quedaba perdida en la garganta y
salía como un suspiro taciturno.
Mi abuelo, al igual que yo, era un fotógrafo nato. Su pasión y obsesión
de siempre fue captar los momentos más culminantes de los crímenes y
acontecimientos importantes. Sé que él consiguió algunas fotos de militares
que haría que en democracia se los arrestara de por vida, y que por eso un día,
sin más, desapareció como tantos otros.
-Está bien. Por el momento, esto servirá. Gracias.
El día anterior mi cámara había sido robada, y como no tenía amigos
fotógrafos a quien pedirles una prestada para poder usar en la semana, debí
recurrir a mi madre y su altillo lleno de sorpresas.
La cámara era una Canon análoga réflex del año 1979, modelo AV-1.
Era negra, pero con sus contornos en plateado, y el paso de los años era
extrañamente imperceptible en ella. Por suerte llevaba un rollo dentro, del cual
solo se había utilizado una foto. Ver mi rostro reflejado y contorsionado en su
lente causó en mí una sensación vertiginosa y, por un momento que duró lo
que un alma tarda en abandonar un cuerpo, me sentí dentro de ella. Así y todo,
aquella máquina era perfecta para mí.
116
Unos tres días después, bajo la temprana y adormilada luz de un nuevo
día, yo debía escabullirme de los suburbios de la ciudad y encontrar un
escondite cerca de una fábrica abandonada a la que, según me habían dicho,
acudirían unos ex convictos acusados del robo de un banco y secuestro de
armas. Mi deber, capturar sus rostros y alguna acción que afirmara su
culpabilidad.
Lamentablemente, mi asistente y compañero se quedó dormido, por lo
que no fue capaz de acudir al encuentro.
Así, solo y con cámara en mano, me dispuse a aguardar la aparición de
estos personajes; tres, para ser más exactos.
Conmigo esperando, se esfumaron un par de horas (en las que me
replanteé si la dirección del lugar y la fecha eran correctas) hasta que el
primero de ellos asomó por entre las sombras de un gran y despedazado muro.
Hice zoom con la lente de mi Canon, pero él se movía muy inquieto y con
acentuado nerviosismo. Un rato después aparecieron los otros dos, cada uno
cargando con un bolso enorme y, al parecer, pesado. Apresurados,
comenzaron a intercambiar palabras y gestos bruscos.
Ése era mi momento: enfoqué, primero, el perfil del más alto, ya que los
otros se encontraban entre penumbras y, cuando me di cuenta de que
comenzaban a moverse para abandonar el lugar, presioné por tercera vez el
disparador de la cámara.
Mi corazón casi se detuvo cuando un fuerte flash me deslumbró.
Semejante equivocación, en un momento así, podría costarme la vida. Menudo
despistado fui al olvidarme de quitarle el flash externo a la máquina.
Sin embargo, con torpes pero veloces movimientos me escondí detrás
de unos botes de basura, con todos mis músculos tensos, conteniendo la
respiración, pero desbordando alegría por, al menos, haber conseguido una
foto decente.
Cuando dejé de oír voces, me animé y salí corriendo, dejando tras de mí
polvo y tierra que se levantaba sobre el paisaje. Tomé el primer colectivo que vi
pasar y tres horas más tarde ya estaba en el estudio, presentando una copia de
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la foto de uno de los culpables y recibiendo felicitaciones por parte de mi jefe y
colegas.
Con el pasar de los días, capturaron a varios culpables (incluso los dos a
los que no pude grabar en el rollo de mi cámara, quienes habían perdido la
cordura), pero nada se supo del hombre de mi victoriosa foto.
Mientras pensaba en aquel enigma, mi mirada se posó en el pote de
comida de Beto y me di cuenta de que hacía días que el plato estaba igual de
lleno. Y no solo eso, sino que hacía más de una semana que no veía a mi
siamés. Con tanto trabajo, preguntándonos dónde se encontraría Julio
Fumagalli (sí, gracias a mi foto pudimos identificarlo con mayor precisión), no
tuve tiempo de buscarlo o siquiera de darme cuenta de su ausencia; una ironía
realmente. “Ya volverá, hambriento” pensé, y aquella preocupación se disipó en
mi colapsada mente.
Ya mis sosos compañeros habían comenzado a molestarme y hacer
bromas acerca de mi mala suerte: que no tome más fotografías porque así los
policías jamás encontrarían a los criminales, que nunca en mi vida tenga hijos
porque no puedo siquiera cuidar de una mascota, entre otras banalidades que
no son dignas de mi preocupación.
-Vamos, acomódate en la puerta de tu nueva oficina así puedes tener un
recuerdo- dijo mi amigo con mi cámara entre sus manos, intentando encontrar
un buen ángulo para representar mi felicidad por mi ascenso.
Pero mi mente aún divagaba en aquellos intrincados problemas que,
aunque parecían completamente distantes unos de los otros, una especie de
sexto sentido me decía que existía algo que los unía y entrelazaba, y yo quería
averiguar a toda costa qué era eso.
Y, al ver el dedo de Marcos posado sobre el disparador, comprendí que,
en realidad, la respuesta había estado sobre la mesa todo el tiempo; en esa
gigantesca mesa de mi comedor, lugar donde hacía ya mucho que
descansaban unas fotografías que rebelé del rollo de la cámara. Papeles que
tenían impresos y plasmados (no solo en imagen) a Fumagalli, a mi gato y a
mi abuelo…
Y, con ese último pensamiento, escuché el “click” y una luz me cegó.
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Autora: Gabriela Competiello, 4º año
Instituto La Inmaculada- Hermanos Maristas
Experiencias de vida
-¿Qué hay para comer, má? – pregunté mientras dejaba la mochila sobre la
silla.
Había estado toda la mañana en el colegio, y aún me quedaría por delante una
acalorada tarde de estudio. Mientras ponía dentro del microondas el plato de
comida que mi mamá me había dejado sobre la mesada, pensaba en cómo
podría distribuir mí tiempo de manera tal que me alcanzara para poder estudiar
y distenderme. Aproveché esos quince minutos que usualmente comer me
llevaba, para entrar a mi cuenta de Facebook. No era frecuente que tuviese
alguna notificación, mucho menos un mensaje privado.
“Amiga, necesito hablar con vos urgente. Por favor, cuando te conectes
hablame; si no estoy llamame a mi casa”. Camila no solía pedirme que la llame
a su casa siendo que vivía doblando la esquina de la mía. Apagué la
computadora y, entre bocado y bocado, la llamé.
Me dijo que no quería
interrumpirme y que más tarde, si podía, ella pasaría a buscarme e iríamos a la
plaza, donde me contó luego aquella noticia.
El reloj marcó las seis y media cuando oí sus pasos y su voz clamando mi
nombre. Mi madre le había abierto la puerta. Al verme, no dudó en correr con
un caminar algo apresurado pero a su vez indeciso que, en aquel instante, no
lo percibí como más que una de sus demostraciones de afecto. Sus brazos me
rodearon y apretaron fuertemente, tanto que no podía si quiera extender los
míos para devolverle tal grato gesto.
-“¿Vamos?” me dijo con su voz quebrada y sus ojos brillosos. Tenían ese brillo
que anuncia alguna verdad difícil de anunciar. Se veían desorientados,
pidiendo de la forma que sólo una mirada puede hacerlo, descargar sus
sentimientos y encontrar el camino por el que seguir.
Una vez sentadas en nuestro lugar preferido, tomó mis manos y con lagrimas
en los ojos me contó aquello que la tenía tan preocupada. Mis oídos pusieron
su atención únicamente en su voz, en no perder ni un detalle de lo que me
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estaba contando. Empezó por contarme que un día en la casa del que era su
novio en ese momento, Nahuel, entre los encuentros y la pasión que la
adolescencia y el encanto del noviazgo producía en ella, llegaron a consumar
un acto del que ella creía era amor. Hasta aquel momento en que dejó de
pronunciar dichas palabras, creía que todo estaba dicho. Había algo más. Fue
entonces cuando sus palabras paralizaron mi corazón, para luego inquietarlo y
hacerlo latir velozmente. La noche anterior se había hecho uno de esos test
para embarazos. El resultado era positivo. Ese palpitar producido por sus
palabras me hizo recordar esa desesperación que nos daba a ambas cuando
se había hecho tarde y sabíamos que al llegar a la esquina de nuestras casas,
nuestras madres estarían paradas allí, pidiéndonos una explicación por nuestra
tardanza.
Camila tenía, como yo, 16 años recién cumplidos y nos conocíamos desde
pequeñas. Ahora Camila había dejado no sólo de ser esa niña, sino que nos
encontrábamos juntas paradas frente a una realidad; la cual necesitaba ser
afrontada de alguna buena forma. Ambas dos íbamos a pasar esto juntas,
porque juntas caminamos por nuestra vida, en las buenas y en las más
difíciles.
La noche siguiente se quedó a dormir en casa. Mi mamá nos notaba extrañas,
no teníamos esa energía típica de viernes por la noche, no saldríamos, ni si
quiera consideramos la posibilidad. Simplemente nos preparamos unos fideos y
nos encerramos en mi habitación. Ella estaba totalmente dispuesta a tener a
ese bebé y yo juré hacer hasta lo imposible por ayudarla. Lo primero que se
nos ocurrió es buscar en Internet casos de chicas que les haya pasado algo
así, ver cómo hicieron para contarle a sus padres o ver tan solo tratar de
conocer un poco más sobre los embarazos. En el colegio nos habían dado un
par de clases sobre ese tipo de educación, por lo que algo sabíamos ya pero
queríamos saber más todavía. Personalmente, jamás creí que una situación así
me tocaría vivir a mí o a mi entorno, pero las vueltas de la vida nos hicieron
poner los pies en la Tierra. Después de una larga noche, en la cual no pudimos
pegar un ojo, nuestro plan estaba preparado; sólo quedaba lo más difícil:
comunicarle a sus padres.
Los nervios me consumían poco a poco en tanto no recibía el tan esperado
mensaje que Camila prometió mandarme una vez que haya hablado con sus
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padres. Según nuestro plan, se los diría como usualmente les cuenta las cosas.
Esto sería así porque ella no quería tomarlo como si estuviese contándoles una
mala noticia, porque ella estaba segura de iba a tener a ese fruto de su vientre
y no se permitiría a ella misma nunca verlo como una desgracia en su vida.
Cinco horas esperé con mi celular pegado a las manos hasta que me llego su
mensaje que decía: “Ya lo hablé, discutimos un poco pero ahora está todo
claro. Ellos se enojaron primero por mi falta de responsabilidad pero me
aseguraron apoyarme en esto. Gracias amiga por estar para mí, siempre. Te
amo”. Tomé una bocanada de aire, aire que sentía cada vez más pesado con
el correr de las horas, y exhalé con la tranquilidad temporaria que sentía. En
ese momento sentí, irracional e ilusamente, que todo sería magníficamente
fácil y todo sería felicidad y dulce espera.
Como se supone, no todo era como esperábamos. Dos meses ya habían
pasado y como en todos los colegios, todos saben la vida privada de todos.
Todas las chicas tanto de nuestro curso como la de los restantes cursos sabían
que Camila estaba esperando un hijo. Y como no puede ser de otra manera,
cada vez que la veían caminar se decían cosas al oído como si ella no fuera
capaz de oírlas o percibir que estaban hablando de ella. Eso le dolía mucho a
Cami y yo lo sabía porque me ha tocado en reiteradas oportunidades
encontrarla llorando en algún banco de la plaza o en el mismo colegio. Sin
dudas no tenía medios para controlar las palabras de los demás y por más que
se los pidiera, no dejarían de hacerlo. ¿Por qué será que los adolescentes
tenemos esa tendencia a hacer oídos sordos a ciertas cosas? Mal me sentía
por todas las veces que yo estaba del otro lado, cuando oía por la televisión
que una chica joven había quedado embarazada. Lo primero que venía a mi
eran pensamientos que sin duda no coincidían con mi sentimiento por Camila y
es que en realidad, empecé a sentirme mal por haber sido parte de la gente
que prefiere comentar sin conocer. Una de las etapas más difíciles sin dudas
para ella fue encontrarse con opinión de los demás, opiniones que intentaban
desalentarla y la lastimaban profundamente. Aun así, ella estaba totalmente
convencida de su decisión y seguiría adelante así nadie lo quisiese.
Creo que uno de los momentos más emocionantes fue cuando vio a la
pequeñita en su primera ecografía. Para ese momento no sabía que sería una
niña, pero algo en ella lo presentía ya que había comprado un librito para
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nombres de bebés y en él solo resaltó nombres de niñas. No hizo más que
tener una gran sonrisa al ver crecer a esa hermosura dentro de ella, sino que
ella misma estaba creciendo con ella. Las primeras semanas fueron
complicadas porque todo era completamente nuevo, desde esos mareos por
las comidas hasta tener tanto sueño. Como yo le había prometido, la ayudaría
en todo. Así que pasaba tardes en su casa ayudándola con sus tareas los días
que los mareos y dolores no le permitían mantenerse firme para ir al colegio.
Asistiría a clases hasta los seis meses de embarazo para no atrasarse pero
tampoco descuidarse. No había oportunidad en la que no me agradeciera por
estar para ella y más de mil veces recuerdo haberle dicho que no había nada
que ella tuviese que agradecerme porque yo como su amiga estaba dispuesta
a todo por ella.
Una tarde fría de junio, mientras dormía bien abrigada y acurrucada en mi
cama, me despertó el sonido estrepitoso de la puerta de mi habitación
abriéndose bruscamente. Asustada volteé mi cuerpo y mi mirada se posó en la
puerta, en mi estado adormecido no noté a primera vista las lágrimas en sus
ojos. Se acostó sobre mí y me abrazó tan fuertemente que me estremecí
recordando aquel abrazo de la otra vez. Con su voz entrecortada me dijo que
había discutido con sus padres y que no aguantaba más las constantes
críticas. Le ofrecí quedarse acostada en mi cama mientras yo nos prepararía
unas chocolatadas con esas magdalenas que tanto nos gustaban. Diez minutos
después de haberla dejado en mi habitación, volví y la encontré dormida
abrazada a mi almohada. Me esforcé por hacer el menor ruido posible mientras
me senté en la silla del escritorio. La miraba dormida, con sus cachetes
enrojecidos y su maquillaje corrido, y ya no veía en ella una niña que llorando
por un capricho no cumplido o porque el chico que le gustaba no la registraba.
Veía en ella a una mujer aferrándose a un objetivo, luchando contra todo por
ello y sufriendo sí, pero jamás bajando los brazos. En silencio y lentamente
unas lágrimas brotaron de mis ojos y acariciaron mis mejillas. No lloré porque
ella lloraba, lo admito, sino que lloré porque estaba con la mejor amiga que
tuviese en mi vida y por primera vez sentí impotencia porque no estaba a mi
alcance todo lo que deseaba hacer por ella. Pasó una hora y lentamente abrió
los ojos y me vió observándola. Me preguntó si había discutido con mi mamá
por su culpa (creyó que mis lágrimas eran por eso) y si estaba
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incomodándome. Le dije que mi madre había salido ni bien ella entró a casa y
que el motivo de mi humedecida mirada no era otro que una mezcla de
recuerdos que guardé y nuevas sensaciones. Su voz quebrada y con tono
apenado me hacía una imagen de la situación que me contaba. Tenía miedo de
no poder seguir adelante, ya su panzita estaba bastante crecida, y cada vez
que alguien la miraba con esa mirada acusadora, sentía que parte de ella iba
perdiendo su fortaleza.
No eran exclusivamente las palabras de aquellos que no la conocían los que la
herían, sino que ser juzgada por sus más queridos aportaba para ella peso en
su mochila. Mochila que paulatinamente iba siendo más difícil de cargar. Era en
esos momentos, en los que la veía tocar fondo sentirse cansada, caer pero
volver a tomar impulso. Seguir a pesar de todo la hacía cada día y con cada
tropiezo más admirable para mí.
Felizmente entró en la etapa más sublime, tener esa sonrisa que la
caracterizaba enaltecida al ver más ecografías de su pequeña. El nombre
estaba decidido. Sería desde aquella tarde asoleada de Enero, Sol iluminaría
sus días. Todas las caras oscuras que su vida había tenido, ahora estarían
iluminada por un pequeño solcito que ahora daría brillo por siempre. En ese
momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, cuando vio en esos
pequeños ojos que la buscaban, que su vida y su felicidad ahora tendrían
nombre. A pesar de que las cosas no habían salido como se es esperado
desde pequeña o como los ideales de vida que uno va creándose, sumado a
que el camino fue duro de andar, había llegado la felicidad a su vida para
quedarse.
Agradezco a la vida por presentarme demostraciones de que si un objetivo es
deseado con el alma, no habrá en este mundo fuerza o poder que pueda contra
él. Ni por un minuto me arrepentiré de sacrificar tardes o noches de salidas, por
estar con mi mejor amiga, compartiendo con ella el mejor momento de su vida.
Cuidar de mi ahijadita será una de las tareas más gratificantes que en mi vida
haré.
Crecer es estar en sintonía con la vida misma. Crecimos. Crecí.
***
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Autor: Juan Ignacio Genisso, 4º año
Instituto La Inmaculada- Hermanos Maristas
Auto cuento
Era un día normal, como cualquier otro. Estaba en la escuela, más
precisamente en la hora de Literatura, cuando la profesora nos comentó sobre
un concurso. Aunque aclaró que no era obligatoria la participación, pero que si
decidíamos hacerlo, teníamos tiempo hasta el 30 de mayo para enviarle lo que
hiciéramos, cualquiera fuera la disciplina que hubiéramos elegido.
A partir de ese momento fue cuando, con otro alumno, comenzamos a
decir, primero, en tono de chiste, que nos íbamos a anotar. Podía optar por
sacar una foto, escribir un cuento o seguir haciendo mi vida normal.
Mientras conversábamos con mi compañero, el que se sienta delante de
mí, la profesora le dio una hoja al primero de mi fila para que en ella se
anotasen quienes quisieran participar del concurso. La hoja comenzó de a poco
a pasar hacia atrás.
Hasta que llegara a mi poder, tenía un tiempito para pensar qué iba a
hacer, ya que como yo era el último o casi último de la fila iba tardar al menos
unos minutos en llegar. Primero la tuvo la hoja a mi compañero de adelante,
con el que habíamos estado reflexionando sobre qué hacer, o en qué
anotarnos. Él se anotó en cuentos cortos, y como a mí también me gustaba
más esa categoría que la de fotografía, también lo hice. Además, si él se
anotaba en algo yo me iba a anotar también, no iba a quedarme atrás, dado
que si él podía, yo también.
Ese mismo día la profesora nos envió por mail las bases del concurso,
tanto para fotografía como para cuentos cortos. En la parte donde indicaba las
consignas para escribir un cuento, decía entre otras cosas, el formato que tenía
que tener, y que el mismo debía incluir al menos una de estas tres frases:
- “En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde…”
-“…había
estado
sobre
la
-“…no se perdonó el olvido…”.
124
mesa
todo
el
tiempo…”
Al leer eso las ganas se me fueron un poco, quizás porque me di cuenta
que no podía escribir libremente sobre algo, sino que debía recaer sobre
alguno de los temas que las frases indicaban.
Pronto los días iban pasando y ya no quedaba mucho tiempo para que el
treinta llegara. Con respecto a mí, no se me ocurría sobre qué escribir. Lo
primero que pensé es que tenía que crear algo fuera de lo normal, algo inédito,
algo que sorprendiera y dejara a todos con la boca abierta. Pero ni una sola
idea se me venía a la mente. Preguntaba a los demás, quienes también se
habían anotado en lo mismo, sobre que iban a escribir. Todos me decían sus
ideas que en verdad parecían muy buenas, y pensaba: “¿Cómo no se me
ocurrió a mí?”.
Pasaron unos días y ya casi en la última semana, me dije a mí mismo
“esto no es para mí, mejor no escribo nada y dejo todo así como está, total no
voy a ganar”. Pero después me agarró como una angustia, y me dije a mí
mismo otra vez: “que si me había anotado, al menos con algo tenía que
participar”.
Y ahí estaba otra vez la cuestión: “¿qué escribo?, ¿sobre qué?” Se me
empezaron a ocurrir algunas ideas. A lo mejor podría escribir sobre algún tema
fantástico, un cuento de fantasmas, monstruos, etc., pero me pareció muy
común.
Entonces comprendí que podía hacerlo sobre algún tema de la cotidiano.
Hay tantas historias por ahí, en el mundo que nos rodea, que podrían
transformarse en un cuento tranquilamente. Así como hacen algunos cantantes
que escriben sus canciones sobre historias de otros.
Fue ahí cuando empecé a pensar en que personaje que haya visto en la
calle, sería una buena historia para contar. Entonces se me ocurrió que podría
hablar sobre Gustavito, el hombre quien se encuentra al lado de mi colegio,
más precisamente en las puertas de la iglesia pidiendo limosna, quien parece
tener una increíble historia que puede ser interesante para contar en un cuento.
Cuando comencé a escribirlo, me di cuenta de que poco sabía sobre su
verdadera historia, que sólo conocía lo que en la calle se decía, y que no podía
escribir, con tan poco, un buen cuento. ¿Y qué paso entonces? Otra vez la
nebulosa y la inquietud de no saber sobre que escribir. Pensé y pensé, busqué
y pregunté para encontrar algo que me inspire, pero nada ni nadie parecían
125
inspirarme. Por lo que decidí que ya estaba, que no había nada que hacer, que
tan solo en unos pocos días no se me iba a ocurrir una historia que contar.
En ese momento fue cuando le comenté a mi mamá sobre mi desazón
por no poder escribir una historia. Comencé a contarle cómo fue que esto había
comenzado, y sobre qué era lo que me afligía. Sin darme cuenta descubrí que
le estaba contando una historia, un cuento tal vez… Ya había encontrado un
protagonista y algo interesante sobre qué hablar. Estaba hablando de mí, de mi
historia, una de las tantas y tan particulares que se dan todos los días. Sólo me
quedaba transcribirla a un papel y contársela a alguien más, como lo estoy
haciendo ahora.
***
Autor: Fernando Méndez, 4º año
Instituto La Inmaculada- Hermanos Maristas
Una vida de colores
Hace unos días, entrando a mi edificio como a las 8:00 PM, me crucé con mi
vecina del departamento de al lado. Ella es artista plástica, estudió cuatro años
de dibujo técnico, dos de bellas artes, y tiene un curso en historia del arte.
Yo por mi parte no entiendo nada de eso, soy un hombre de oficina, trabajo en
una empresa reconocida internacionalmente, soy un poco tacaño y sólo hablo
de números y estadísticas, no tengo tiempo para distraerme con ese estilo de
cosas. Por lo general, el poco tiempo libre que tengo se lo dedico a pasar un
tiempo con mis amigos, salir a divertirme, a bailar, etc.; quizá alguna noche
solitaria, con una buena compañía femenina cada tanto; en fin, no hay tiempo
para otras cosas.
La charla habrá durado entre cinco y diez minutos.
Realmente me abrió mucho la cabeza su historia que se fue dando maso
menos de la siguiente manera:
Ella: -Hola, vecino, ¿Qué tal, tanto tiempo?
126
Yo: - Qué tal, vecina, está todo en orden- Le dije. - ¿Y usted?
Ella: - Y… como puedo… hace poco terminé con mi novio.
Yo: - Lo lamento… ¿Cómo se siente?
Ella: - Me siento egoísta
Yo: - ¿Por qué se siente egoísta? -Pregunté, extrañado por la respuesta.
Ella: - Me siento egoísta porque mi mente no lo quiere dejar ir, porque tendría
que estar feliz ya que siempre demostró que me quiso, y tuvo la sinceridad de
decirme que ya no sentía lo mismo que al principio… Mire me siento incómoda
contándole esto de esta manera ¿le molesta si lo trato de vos?
Yo: - No, para nada. Estoy para escucharte.
Ella: - Gracias, como le decía… Perdón, como te decía, él me dijo que no
sentía lo mismo que al principio, y siempre se portó impecable conmigo, pero
que ya no era lo mismo y me dejó.
Yo: - Pero ¿Por qué ya no era lo mismo? ¿Había muchas peleas?
Ella: - No, realmente no había peleas solo que ninguno sentía colorida la
relación.
Yo: - ¿Colorida? ¿A qué te referís? - Agregué, interesado.
Ella: - Claro…No sé cómo explicarte... Es algo muy artístico muy emocional y
no creo que te interese realmente.
Yo: - ¿Por qué no habría de interesarme? Por favor contame un poco de eso.
Ella: - (Entre risas) Muy bien, el contexto que le daría a colorido sería la vida
que le poníamos a nuestra relación, para nosotros al empezar era color rosa,
con el tiempo se hizo verde, luego era un celeste brillante y con el paso del
tiempo nos dejamos estar por diversos motivos y se fue volviendo gris_
Yo: - ¿Qué representarían los colores? ¿El estado de ánimo? (pensando que
estaba en lo cierto)
Ella: - Es difícil de explicar, cuando le dije esto a mi novio, el tampoco se dio
cuenta, lo comprendió mas tarde. Más que de ánimo los colores representan
nuestra alma ya que no hay una definición exacta para definir que es un color
en específico.
Yo: - ¿Cómo que no? Mire, yo trabajo en una empresa en la cual vivimos
definiendo que los colores son la base comercial de una propaganda, jugamos
con los distintos efectos que provocan con muy buenos equipos de
computación y siempre anhelamos altas expectativas.
127
Ella: - Vecino, por favor decime: ¿qué es el color naranja?
Yo: - El color naranja….es justamente eso un color, un color que vemos y
utilizamos en cosas y para lograr cosas…no se que esperás que te conteste.
Ella: - ¿Lo ves? No hay un definición exacta para describir a un color, siempre
lo relacionamos con un objeto de la realidad ya que es lo más cercano y
parecido a un color, pero en realidad los colores reflejan mucho mas de lo que
nuestros ojos pueden ver.
Yo: _ ¿Cómo es posible eso? A mí, sinceramente, no se me ocurre que eso
sea posible.
Ella: - Claro que sí. Mirá… Puede que suene tonto pero pensá un nombre y
decime qué color se te viene a la cabeza, el primero que se te ocurra…
Yo: - ¿Un nombre cualquiera? A ver… Kevin (lo dije con cierto odio) y pensé en
el color negro.
Ella: - El negro es un color malo, negativo, no es que me quiera meter pero
¿puede ser que hayas tenido un inconveniente muy fuerte con una persona de
nombre Kevin en el pasado?
Yo: - De hecho sí…Un amigo no se perdonó el olvido de cierto hecho que esa
persona lo mandó a hacer: porque supuestamente él no podía, se acostó con
su ex mujer.
(Silencio incómodo)
Ella: - ¿Dolió?
Yo: - ¿Qué?
Ella: - Seamos sinceros, vecino… ¿Cómo fue?
Yo: - No quiero hablar de eso.
Ella: -Perdón, no quise ser irrespetuosa.
Yo: - No, está bien. Sólo tenías curiosidad.
Ella: - A ver ahora… Pensá en otro nombre que te haga bien en tu vida.
Yo: - Facundo (le contesto sonriendo). Y se me viene a la cabeza un azul
fuerte.
Ella: - Debe ser un tipo con mucho carácter y también seguramente buena
persona.
Yo: - ¿Cómo sabés todo eso solo con los colores?
128
Ella - Ya te lo dije; los colores son el reflejo del alma de las personas y, por
eso, cada uno de nosotros tenemos un color.
Yo: - (Asombrado con lo sucedido) ¿Cuándo empezaste a tener esta idea?
Ella: - Hace unos años. Al principio no la registraba pero estuvo arriba de la
mesa todo el tiempo: las acuarelas, los pasteles, las temperas… Todos esos
colores que utilizo para hacer el arte de mi vida a diario. Empecé a pintar y me
di cuenta de que pintaba según mis estados de ánimo… Con el tiempo esa
idea se me fue metiendo más y más en la cabeza.
Yo: -Es muy interesante, realmente.
Ella: Vecino, no hagas que tu vida sea gris como el momento que yo estoy
pasando ahora. Tratá de vivir todos los colores posibles, no importan ni el
dinero ni los lujos. Solamente disfrutá con los pequeños detalles que la vida te
regala.
Yo: - Muchísimas gracias por el consejo, vecina. De ahora en más, prometo
vivir todos los colores posibles.
Ella: - Y yo trataré de volver a darle color a mi vida. Ya podré salir adelante.
Yo: - Si necesitás algo, no dudes en tocarme el timbre.
Ella: - Gracias, lo mismo podés hacer vos.
Yo: - Hasta luego, vecina. ¡Mucha fuerza y buen arte!
Ella: - Adiós, vecino. Espero que hoy pueda ver la vida con un color diferente.
Yo: - No dudes. Ni siquiera lo dudes… Gracias por todo.
Fue solo un instante y una despedida. Después, comenzamos a caminar en
direcciones contrarias.
***
129
Autores: Gina Chemello-Guido Bravi, 4º año
Instituto Parroquial Nuestra Señora de la Unidad
La respuesta está en el interior
Buscó debajo de la cama, tras los azulejos, dentro de la impresora, el inodoro y
las zapatillas, en la heladera, sobre los muebles, e incluso llegó al punto de
romper las paredes. Tras días de búsqueda lo encontró, había estado sobre la
mesa todo el tiempo. Su alegría era incomparable, al igual que su blanca y
gran sonrisa. Tanta perfección, tantos componentes, tantos colores, su
hallazgo era único. Su objetivo había sido cumplido, ya no tenía nada más que
hacer allí. Se dirigió hacia un largo pasillo, notó algo extraño, ya no era el
mismo por el cual había entrado, todo había cambiado, las paredes no eran lo
que parecían, podía ver a través de ellas. Asustado e impresionado recurrió a
su gran hallazgo para lograr escapar de ese horrible lugar, pero este no
funcionaba. Al no haber otra salida, se dio media vuelta y se paró frente a esa
terrorífica pared, sin expectativas dio su primer paso dirigiéndose a la misma,
levantó un brazo y lo extendió. Su segundo paso venía en camino, cuando, de
repente, sintió una mano fría deslizándose por su hombro.
- Date la vuelta, mírame, necesito ver esos ojos, esa cara que tanto extraño…
Instantáneamente como acto reflejo pegó media vuelta. Su rostro empalideció,
sus piernas comenzaron a temblar y una gota de sudor frío se deslizó por cada
poro de su rostro hasta llegar a su delgada barbilla.
¿Cómo es posible verte a ti mismo?; ¿Cómo podés tenerte a vos mismo de
pequeño frente a tus ojos? Acaso… ¿es eso posible? Tantas preguntas sin
respuesta recorrieron su mente. Decidió tomar la iniciativa en una nueva
conversación. Tartamudeando logró pronunciar dos palabras que deberían
obtener una respuesta definitiva.
-
¿Quién sos?]
-
¿Ya no te acordás de mí Que rápido olvidás…
130
Todo se encontraba oscuro, su objeto no funcionaba, ese no era el lugar por el
que había entrado, y como todo esto no era suficiente debió agregarle la
aparición de una persona muy similar a él.
-
¿Qué necesitás de mí?
-
Vos sos quien no encuentra salida, ¿acaso no necesitás vos de mí?
-
Yo estoy bien, gracias por preocuparte, igual.
-
Oh no, vos no estás para nada bien. Ni siquiera sabés dónde estás, no
me hablés como si fuera un extraño. Recordá que soy yo quien te
conoce más que nadie.
Se encontraba tan perdido, tan solo, que su única reacción fue romper en
llanto. Su reflejo niño tenía razón, la soledad de ese lugar lo estaba
abrumando. Se sentó en el piso, mirando fijamente a su clon, implorando ayuda
con esa mirada de súplica. Lo logró, su compañía se sentó a su lado.
-
Yo creo que como primer paso debés arreglar ese objeto. Tu primer
problema fue no hallarlo, ¿o me equivoco?
-
Tenés razón, me costó mucho encontrarlo.
-
Entonces hay que arreglarlo. Se empieza por el principio. Las cosas no
se ponen lindas aquí de noche, tenés que acompañarme.
Se paró, lo tomó de la mano e intentó levantarlo. Pero Fred se negó, no estaba
bien anímicamente, necesitaba permanecer ahí.
-
Si tenés ganas de morir, adelante, quedate aquí. Pero tené en cuenta
que todavía no es el momento.
Fred no había entendido lo que le había querido decir, pero con solo escuchar
la palabra ‘morir’ le bastó para recoger su objeto y seguirlo, no importaba
dónde se dirigiese , solo importaba seguir con vida. Caminaron y caminaron,
era una casa, una simple casa, ¿cómo podía ser tan grande? Llevaban una
hora caminando. Cada pared de cada pasillo, de cada cuarto, sostenía más de
10 cuadros, todos con fotos de él con su familia y amigos. No entendía dónde
131
se encontraba, tampoco recordaba cómo había llegado allí, es más, no tenía
idea de que lo había impulsado a buscar ese objeto.
Tras dos horas de caminar y recordar viejos momentos, llegaron a un cuarto,
viejo, mal oliente, pero confortable. En él había una cama, una mesita de luz
con una vela sobre y otro cuadro con una frase: ‘Disfruta cada momento como
si fuera el último’. Fred se dirigió a la cama y se acostó, estaba agotado.
Comenzó a recordar cada día que había transcurrido en su vida, cada
momento con su padre, quien no lo quería mucho, pero siempre había fingido
lo contario. Su mamá, los abrazos de madre, esos que nunca terminan y llenan
el alma. Y por último, su perra, Melinda, juguetona, siempre tan llena de magia,
con esas pilas interminables para el juego.
Despertó, sudando, y su amigo ya no estaba, pero su objeto ya funcionaba, al
apretar ese gran botón rojo la máquina encendía todas sus luces, pero nada
pasaba. Salió del cuarto, y ya se encontraba en el pasillo, todo el recorrido
hecho la noche anterior había sido en vano, para ese entonces a dos pasos de
la puerta se hallaban las extrañas paredes. Comenzó a caminar, otra vez
decidió cruzar.
-
No, Fred, no te vayas!
-
¡Hijo, vuelve, por favor te lo pedimos! ¡Perdónanos por no cuidarte el
otro día!
-
¡Hijito de mi corazón, no por favor!
Solo escuchaba llantos, gritos, tristeza, no entendía nada. ¿Qué había causado
esa maldita pared? ¿O esa máquina? Llegó a una conclusión: ésta había
logrado abrir el portal del muro. Su otro yo, lo único que había hecho era
retrasarlo y hacerle ver todo lo que había sido su vida. Ese cuadro, que tanto le
había quedado resonando, era un claro mensaje, ese sería su último día, su
último momento. Todo había sido un sueño, un camino hacia su muerte, su
último sueño, su encuentro con el niño que todos tenemos dentro…
Creyó ver una luz y abrió los ojos. Una gran oscuridad en toda la habitación, el
viento no se escuchaba, cada parpadeo generaba un prolongado eco.
Es una persona simple. Encuentra la plena felicidad al sonreír. Disfruta cada
momento como si fuera único e irrepetible. Se sonroja al mirar el sol, al sentir el
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cálido abrazo mañanero. Su ventana es un portal hacia el más allá, hacia la
nada misma, tanta belleza se observa desde allí, tanto paisaje, tanta paz.
***
Autor: Franco Santiago Rèbora, 4º año
Instituto Parroquial Nuestra Señora de la Unidad
Entre máscaras
Parecía un día como cualquier otro, pero mi vida cambió. Ya no podía ver a mi
familia ni a mis amigos de la misma manera. Me sentía confundido y todo
debido a esas máscaras que escondían la verdad de cada persona. Decidí
encerrarme en mí por temor a ellas o, mejor dicho, a lo desconocido...
Aunque me tomó un tiempo, fui acostumbrándome. Acepté este supuesto
regalo y empecé a intentar verlo como un don. Me empecé a dar cuenta de que
cuando miraba fijo a una persona tenía la capacidad de hacer desaparecer esa
máscara. Probé entonces con mi madre y pude ver una máscara azul francia
que aparentaba tener todo bajo control, mostraba seguridad y confianza en sí
misma. Luego de minutos eternos, pensando desde otro punto de vista, logré
ponerme en su lugar, aunque resultó extremadamente difícil. La máscara
comenzó a transparentarse. Pude ver sus verdaderos sentimientos, su
verdadero rostro: un rostro triste y sin color. Era, en verdad, una mujer
insegura, perfeccionista, incompleta y se esforzaba por hacer todo lo correcto a
pesar de que creía que todo en su vida estaba mal. Fui capaz, finalmente, de
comprender a mi madre. Pero, ¿acaso podía hacer algo para ayudarla? Sería
absurdo de mi parte revelar que puedo visualizar máscaras inexistentes en los
rostros de las personas, me creerían loco. Entonces, ¿es esto realmente un
don? No creo poder serle de ayuda, no soy lo suficientemente bueno para
eso...Luego pensé: “¿Qué caso tiene? Si yo también estoy vacío por dentro,
siento que algo en mi vida falta.” Después de un largo rato de inútiles
pensamientos, decidí no hacer nada respecto a mi madre.
133
Probé entonces con mi padre. Lo encontré sentado en el comedor leyendo el
diario de la semana anterior. Le propuse hablar, pero como era habitual en él,
me rechazó con un simple “no”. “Claramente no disfruta ser molestado mientras
desayuna”, me dije a mí mismo. Me senté frente a él con un delicioso café
caliente en mi taza roja preferida, perfecto para una mañana de invierno como
esa y lo observé sin que él lo notara. Su máscara comenzó a desaparecer. Vi
un rostro cansado e infeliz, lleno de odio a la vida. Terminé mi café, “chau”, le
dije, y subí las escaleras. Antes de entrar en mi cuarto vi a mi madre en el
suyo, llevaba la máscara puesta. Ya no quise hablarle ni ayudarla.
Me acosté, toqué melancólicas melodías en la guitarra. Y poco a poco fui
cerrando los ojos y me dormí abrazado a ella.
La
mañana
siguiente,
fue
el colegio el escenario. Durante el recreo,
observaba la máscara de un amigo cuando se cruzó con la chica de la que
estaba enamorado. Para mi sorpresa su máscara desapareció y una radiante
sonrisa iluminó su rostro.
¿Cómo podía ser? En ningún momento había tratado de ponerme en su lugar,
ni siquiera le estaba prestando atención. ¿Y ella? Su máscara me daba rabia.
Sentía enojo hacia ella y preocupación por mi amigo. Se lo notaba un poco
agitado, aunque en ese momento no se dio cuenta, lo comprendió mas tarde,
cuando yo me acerqué a hablarle.
En el siguiente recreo, me senté junto a él. Empezó a contar chistes como
suele hacer cuando estamos aburridos; se lo notaba un poco más tranquilo que
en el recreo anterior. Puse una mano sobre su hombro, no tenía intención de
hablar su máscara, sino con él. Le pregunté “¿Como andás?” Respondió “Bien,
todo bien”. Lo miré con reproche, pues ambos sabíamos que no estaba todo
bien. Su máscara se empezó a transparentar y pude comprender lo estresante
que debía ser estar en su lugar. Fui capaz de ver su rostro dolorido, vacío y
preocupado por unos momentos mientras él me contaba los problemas que
tenía, dolorido, vacío y preocupado. Comencé a explicarle mi opinión sobre el
tema, la máscara de su chica me perturbaba. Al parecer él no tenía intención
de hacer nada al verdad suele provocar rechazo.
Esa misma tarde de lunes en casa, solo, sufrí más que otras veces la falta de
luz natural y caminé hasta el baño para prender las luces blancas. Lo que vi en
134
el espejo me dejó inmóvil. Cuando pude, empecé a analizar los colores, la
forma, la textura y los rasgos de mi máscara. Por más que intenté, no pude
comprenderme. “¿Qué significará ese color rojo en mi máscara?”, me pregunté.
Pronto se tornó verde, violeta, blanco con rayas y así continuó cambiando.
Había estado fijándome en las máscaras de los demás. Había perdido el
tiempo despreciándolas y no había sido capaz de quitarme la propia y para
eso debía comprenderme. El problema es que no sé realmente quién soy.
¿Para qué me levantó todos los días? ¿Acaso lo hago para seguir una
insatisfactoria rutina que tarde o temprano llevará a mi muerte? Decidí
encontrarme, para eso primero debo buscarme. Sé que no va a ser simple,
espero poder lograrlo para dar lo mejor de mí.
***
Autora: Clara Fortunato, 4º año
Instituto Parroquial Nuestra Señora de la Unidad
Miradas que liberan
Quiso saber qué escondían esos ojos azules de Pakistán. Quiso saberlo, pero
sólo tomó una foto, que era lo que él mejor sabía hacer. Observó, observó y
esperó el momento indicado. Registró en su memoria cada movimiento que
pudo, cada vez que las manos se descargaban sobre la ropa sucia, cada
mínimo mecer de su espalda, al ir y venir sobre la pileta de lavado. Luego de lo
que le pareció una eternidad hecha segundos, se levantó en un acto casi
mecánico.
-Hola- logró articular, con un dejo de timidez.
La joven se asustó, pero luego lo miró con ojos penetrantes, mientras una
sonrisa casi imperceptible se le dibujó en los labios. No hubo respuesta alguna.
En cambio siguió, con apuro y tranquilidad al mismo tiempo, cumpliendo con
su tarea.
135
"Debe creer que le voy a hacer daño. – se persiguió – pero mis intenciones son
buenas. Sólo quiero
hablar con ella, saber de su pasado, escuchar su
presente, averiguar sus deseos más lejanos”
Mientras Joaquín divagaba, se sintió observado por la joven, que no dejaba
de lavar la ropa. Al ver que el fotógrafo estaba presente otra vez y ahora la
miraba, fijó su vista en las prendas.
Él se levantó, y sin mover los ojos se acercó hasta donde estaba la joven,
altiva. Ella lo miró de reojo, y después giró su rostro hacia él. Dejó la ropa.
-Hola – le dijo y Joaquín pidió al cielo que ella nunca dejara de sonreír.
-Buenos días. Estuve observándote, y quisiera pedirte permiso para sacarte
algunas fotografías.
-No veo por qué deberías pedirme permiso. Yo no soy dueña de mí. Así que
adelante. – y dicho esto escapó por un pasillo que conducía a otros.
Al fotógrafo le parecía cada vez más atractiva, pero no quería aceptarlo. Estaba
atrapado. Sintió que nunca iba a poder sacarla de su mente, y se lanzó tras
ella.
Se encontraron donde se unen los pasillos, y al instante ella comenzó a hablar:
- Mi nombre es Camila. Vos, ¿quién sos?
“Pregunta difícil” pensó Joaquín. “¿Quién soy?”
- No sé quién soy, pero si estoy acá, es en parte para averiguarlo.
- Me gusta lo que decís. Yo busco algo parecido: la libertad. ¿Alguna vez la
sentiste? Porque si es así quiero que me lleves adonde pueda tocarla.
Perplejo, no quiso desperdiciar un segundo. Desde ese momento supo que
quería llevarla con él hasta el fin del mundo, subirla a su casa rodante y viajar
sin dirección y sin importar nada más que el ahora.
Todo sucedió muy rápido. Juntos fueron hasta el lugar del fotógrafo, y se
sentaron enfrentados. Camila sacó de su ropa un paquetito de papel que
guardaba algo, y lo apoyó sobre la mesa. Joaquín no le dio importancia. En
ese momento no se dio cuenta, lo comprendió más tarde. No quiso
preguntarle, pero aprovechó para plasmar en fotos ese misterio que los llevó
hasta ahí. Al hombre le parecía conocerla de toda la vida, y ella se veía igual
de cómoda. Hacía mucho tiempo que no lograba una foto tan expresiva,
aunque sabía que pesaba más el sentimiento que la imagen en sí.
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Las palabras salían de las bocas, como si fueran hojas en otoño. Y entre risas
y miradas, de unos ojos azules brotaron lágrimas.
- La verdad es que me atrevo a estar acá, porque sé que de todas formas voy a
morir. Y no hablo de morir de vieja, sino en años, como mucho, dolorosos años.
¿Para qué seguir sufriendo lo último que me queda? Ya no soporto mi vida en
esta sociedad, en esta familia. Siento que soy un peso para todos, y no quiero
serlo para vos también. Todo se hace muy duro para una mujer de mi edad,
luchar contra el cáncer y un mundo de represión se complica más habiendo
sed de revolución. Por eso te voy a proponer algo, y deseo con todo mi ser que
aceptes: Llevame con vos, a donde sea. Ayudame a ser libre.
Después de un tiempo de charlar, comenzó el infierno.
Ese mismo día partieron sin precauciones hacia la India. No importaba a
dónde llegarían. La pasión por huir, como una travesura de adolescentes, los
cegó y solo querían correr detrás de nada… o detrás de todo.
Por la noche Joaquín necesitaba un descanso y decidió parar a un costado
del camino. Suficientes emociones por ese día. Su nueva compañera de viajes
se disponía a mirar el cielo estrellado, pero antes fue a buscar el envoltorio de
papel que había dejado sobre la mesa. Se sentó, y lo abrió. Contenía unas
pequeñas piedras oscuras y cristalinas. Tomó una porción y se la llevó a la
boca. Joaquín recordó una nota que había leído hacía pocos días, y mil
imágenes desfilaron en su mente en un segundo. Opio. No sabía qué hacer.
Cuando reaccionó, trató de impedírselo, pero ella no escuchó, y las piedras ya
estaban dentro de su boca. Parecía quedarse dormida, pero acto seguido salió
arrastrándose hasta la tierra seca y fría de la noche y vomitó. Joaquín
empezaba a arrepentirse de esta locura.
La tarde siguiente, ya mucho más lejos, el fotógrafo manejaba, como si eso lo
ayudara a disipar la oscuridad. Cuando Camila despertó, lo abrazó por detrás
del asiento.
- Buenos días – dijo muy feliz
Joaquín no quería discutir el episodio de la noche anterior y no lo hizo. Se
dedicó al ahora, como estaba pactado.
137
Camila le rogó parar, decía que el motivo lo ameritaba y él hizo caso. Frenó
lejos del camino a pesar de no haber nada en kilómetros, apagó el motor y se
dio vuelta. Ella estaba esperándolo, vivieron un amor sin principio, sin fin y
fugazmente bello.
Cuando despertaron del sueño más profundo, era de noche otra vez. Joaquín
no dormía tan bien hacía años, pero Camila se sentía muy dolorida y se
disponía otra vez a consumir, pero esta vez quiso convencer a su amante de
probar un poco. Joaquín estaba firme en su posición antes de mirarla a los
ojos. Luego todo se desvaneció, se entregó dócilmente y experimentó las
sensaciones más extrañas de su vida. En este estado de somnolencia y vagas
alucinaciones, Joaquín y Camila volvieron a amarse, aún con más pasión.
Al amanecer, aún bajo los efectos de la morfina, los viajeros fueron rumbo al
este. Ya no viajarían más por ese día. Ella quiso ir a bañarse en el río, mientras
él se quedaba cerca de la casa. Camila no percibía sus pasos, sentía que
volaba, pero muy consciente logró llegar hasta el borde de una cascada. Miró
hacia abajo, no tenía vértigo. Miró hacia arriba y sintió que el cielo la aplastaba,
que no la dejaba respirar. Se aferró al suelo y cerró los ojos. Todo daba
vueltas. Contempló el fondo del río, azul, allá abajo. Su vida pasó frente a ella;
recordó su historia, vio su presente y sintió que el futuro dejaba de serlo. Donde
el agua golpeaba con el agua, al final de la cascada, allí quería estar. En
cuestión de segundos cumplió su deseo, y cayó, libre.
Joaquín, que había tenido un mal presentimiento, se dirigió hacia el camino
donde la había visto alejarse. Todos sus músculos se paralizaron al ver tal
imagen. Deseó que fuera mentira, un producto de su imaginación, hasta llegó a
creerlo. En su desesperación, luego de caminar en círculos, lloró, y partió en
su casa rodante otra vez hacia Pakistán, donde la había conocido.
Después del peor viaje de su vida, cansado el cuerpo por el llanto, decidió
bajar en Karachi, un pueblo frente al mar, para terminar con todo su dolor. Pero
no vio que el suicidio terminaba también con toda posibilidad de futuras
alegrías. Por eso, ciego y sordo caminó hasta un acantilado sobre el mar.
Antes tomó la foto del último amor, que estaba en su bolsillo. La contempló un
largo rato, hasta que se le ocurrió mirar el revés: en la lengua de aquel país
había algo escrito, pero Joaquín no sabía leerlo. La duda era más fuerte que la
desesperación, en el fondo guardaba una esperanza. Levantó la cabeza y vio
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a una mujer caminando a lo lejos, sin duda pertenecía al lugar. No había nadie
más tan próximo como ella y corrió para alcanzarla. Cuando ya estaba cerca le
gritó para que se detuviese,
la mujer se dio vuelta y paró, con calma,
mirándolo. Llevaba una túnica desde el cuello hasta los pies y en la cabeza
tenía un pañuelo, que también le cubría gran parte de la cara. Joaquín le
mostró la foto escrita y en su lengua le pidió que, por favor, se la tradujera.
Afortunadamente ella compartía el idioma de Joaquín, y mirando la foto dijo:
“Gracias por acercarme a la libertad. Ya siento que la puedo tocar. Es tiempo
que la busques vos”. La mujer levantó la cabeza para ver a Joaquín quien la
miraba atónito y con los ojos llenos de lágrimas. Descubrió que la mujer tenía
solo los ojos descubiertos. Quiso saber qué escondían esos ojos azules de
Pakistán.
***
Autor: Lucas Saitta, 4º año
Instituto Parroquial Nuestra Señora de la Unidad
Psicosis en pentagrama
Frente al espejo, supo que eso era él: esa ilusión, reflejo de un otoño, de
alguna primavera, de un sólido verano y hasta de un cínico invierno. Recordó
una felicidad que ahora era inconseguible, una alegría que brillaba en la
sonrisa y en el sol y hacía desaparecer la monotonía de la rutina. Todo eso ya
no existía, en ese momento no se dio cuenta, lo comprendió más tarde
Ocho de enero, buscaba dónde meter tanta libertad, no le cabía en ningún
lado. El sol le había curtido la piel. Sus días consistieron en música, bailes y
amistad. Lo único que necesitaba era un rato de soledad, se sentiría bien de un
minuto a otro.
Una semana más. Lo llamaron. Le informaron que ya no había chance, no
existía salvación. Corrió hasta el lugar, se arrodilló frente a ella, la miró a los
ojos, no pudieron hablar. Intentó obligarla a decir una que otra palabra, pero fue
inútil. Sus últimas notas todavía resonaban en el aire. Simplemente la abrazó,
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ella no mostró ningún tipo de sentimiento. Él lloró fríamente sin hacer muecas,
sin siquiera hablar, debía dejarla ir.
Ocho de abril, decidió salir a tomar un paseo. Ya no le importaba el frío, no
era superior al que tenía por dentro. Ese mismo día cumplía años un amigo,
tampoco le importó. Se sentó en el banco de la plaza a pensar. Tenía El Libro
de Arena en el bolsillo, fue la única vez en su vida en que desestimó a Borges.
Despreciaba al mundo, “¿para qué vivir si de ahora en más los sonidos sólo
van a salir de mi boca?”, pensó una y otra vez.
Sin embargo, sintió fuerzas. Algunos ladrillos de aquel enero habían quedado
en él. Siguió como si nada hubiera pasado, ella no querría eso, pero había
hecho un pozo en su mente, esta situación lo llevaba a la melancolía con
demasiada frecuencia, ¿la melancolía es, acaso, una falla o el alerta para
mantener vivo un recuerdo?
Ese sentimiento parecía salvarlo. Se equivocaba. Lo arrastró a algo mucho
peor, a querer irse con ella, a pasar un frío incontrolable. Las venas estaban
tensas por el llanto, la sangre ya no quería correr. Se tiró de rodillas al piso y
gritó durante cinco segundos, diez minutos, una hora, toda una eternidad, aún
escucho su eco…
Dicen que la vida consiste en aceptar pérdidas, en asumirlas y continuar. Para
él ya no había vida, no supo aceptar, no supo asimilar, no quería seguir
viviendo . Rompió todas sus escrituras, sus CD´s y sus púas. Despedazó el
recuerdo más firme que tenía de ella, tenía otra parecida, la pateó hasta que no
gritó más....
Así lo encontró un hermano de la vida, un mejor amigo con quien compartía
departamento. Preocupado por él, decidió aparecer de sorpresa. Después de
quince minutos de viaje en el 108, llegó y abrió la puerta. Lo vio ahí de rodillas,
llorando, con el cuerpo de su amada en brazos. Mirándolo a los ojos le dijo:
-“Sabíamos que iba a pasar esto, dejá que se vaya, abrazala y decile chau.”
Su amigo lo conocía. La abrazó y al oído dijo palabras que rasgaron el
silencio.
Puede haber muchas iguales, pero ninguna sonaría como ella, ni llenaría el
hueco de su alma. A su guitarra le
habían
140
diagnosticado
desafinación
crónica, muerte musical. Dicen que se consiguen con plata. Él asegura que es
un error, se compran con el corazón. No se murió un instrumento: sucumbieron
seis cuerdas, una caja, un mástil, un clavijero, seis clavijas, un espíritu, un
alma, un ideal. Ahora, se extingue él.
***
141
Autora: Lucia Bianchi, 5º año
Instituto San Maximiliano Kolbe
Impulsos asesinos
Era un día gris, se podía suponer que iba a llover en cualquier instante.
Me preguntaba cómo había terminado en ese lugar. Un hombre salió de la
oscuridad de la noche y con un gesto apenas perceptible me mostró que me
acercara a él, a continuación me entregó un sobre; lo único que me indicó fue
que en el contenido me esperaban nuevas instrucciones. Por supuesto que
tenía mil preguntas para hacer, pero el desconocido parecía ser totalmente
profesional y no creía que me respondiera ninguna de ellas. Inmediatamente
después de haberse ido, me concentré en el misterioso sobre que sostenía con
mi temblorosa mano derecha, el cual no me atrevía a abrir. Después de unos
pocos segundos, me armé de coraje y con la mano opuesta a la del sobre
deslicé de su interior un papel escrito en computadora que decía:
“Enrique Barrionuevo- calle Rivera 3352 5° A (esposa y dos hijos)”.
En lo único que podía pensar era en qué podría haber hecho ese
hombre para que mereciera morir. Siempre consideré a los asesinos como
canallas que jugaban a ser Dios, decidiendo si una persona seguía viviendo o
no. Aunque me costaba creerlo, me convertiría en uno de ellos en poco tiempo.
Comencé a caminar sin saber si estaba yendo en el sentido correcto, pensando
a la vez si algún día sería perdonado por lo que estaba a punto de hacer. Por
más que quisiera con todas mis fuerzas que otra persona estuviera en mi lugar,
la realidad era que no tenía otra alternativa. Estaba llegando a la primera
esquina cuando empezó a llover a cántaros. Me tomó un tiempo bastante largo
encontrar la casa; ésta era de un color celeste muy claro, con ventanas azules
y puerta blanca. En la parte delantera se podía notar que alguien había estado
arreglando el jardín y luego había entrado en la casa, posiblemente con el
calzado todo embarrado. Adentro, las luces estaban apagadas pero el televisor
no, estaba encendido en un programa de comedia a juzgar por el sonido que
producía.
142
Supuse que lo mejor sería entrar por la puerta trasera ya que la familia
debía estar sentada en el sofá. Para mi sorpresa, la puerta estaba sin llave, tal
vez por la confiable seguridad del barrio. Al hallarme adentro, saqué de mi
bolsillo el arma que el hombre cuya identidad nunca conocí, me había dado
anteriormente y me puse el pasamontañas, esencial para que no vieran mi
rostro. Di cortos y silenciosos pasos hasta la sala donde los niños estaban
dormidos y la pareja miraba entretenida la pantalla. Cualquier persona que
haya experimentado el tener que matar obligadamente lo describiría como un
hecho atroz que nunca más repetiría en su vida, sin embargo yo no soy
cualquier persona y para serles franco me sentí poderoso, fue una sensación
de completo control de la situación. Fueron cuatro disparos, uno por cada
persona. Podía sentir la adrenalina correr por mis venas, no sabía si alguien
había escuchado, o qué haría con los cuerpos, lo único que sabía era que
había experimentado una sensación que nunca antes había sentido y me había
gustado.
Cuando salí de la escena del crimen miré para todos lados buscando
algún posible testigo, pero al único que vi fue a Rivollini. Rivollini era un tipo de
carácter fuerte, corpulento, con una voz grave y una barba desprolijamente
larga; yo sabía que al meterme con él iba a terminar en un embrollo como éste.
Lo que sucedió después fue una conversación que nunca me imaginé debería
entablar, me acerqué al hombre que me había obligado a hacer algo de lo que
nunca me creí capaz.
-Ya lo hice. No te debo nada más…- dije decididamente.
-Te felicito, no pensé que lo lograrías- respondió.
No pude evitar la cara de sorpresa de que me felicitara por un acto tan
cruel, pero él hizo como si no lo hubiese notado y el diálogo continuó como si
nada.
-No quiero tener nada que ver con vos- exclamé.
-Desafortunadamente eso no depende de vos, por la cantidad de plata que me
debés vas a tener que ocuparte de algunos asuntos más- me dijo.
Al oír esas ultimas palabras me paralicé de pies a cabeza sin saber qué
responder, fue ese momento cuando me di cuenta de que a este tipo no se le
puede decir que no. En mi barrio, desde que tengo memoria, se rumoreaba que
su padre era el jefe de una mafia mundial muy poderosa vinculada con
143
crímenes de diferentes partes del mundo. Rivollini notó mi silencio al ver mi
cara, pues seguramente mi expresión era igual a la de un niño al que en su
cumpleaños le dicen que no obtendrá ningún regalo. ¿Realmente me
involucraría en un negocio en el que cualquiera puede entrar pero no salir? No
tenía demasiadas opciones.
A la mañana siguiente Rivollini estaba esperándome en la puerta de mi
casa acompañado por sus dos guardaespaldas Tito y Dani. Ambos hombres
tenían un estado físico de temer y caras con expresión feroz y con el ceño
fruncido. Cuando estaba por subir al auto me dijeron que debía llevar un bolso
con abundante ropa y cosas de higiene personal.
-Las vas a necesitar, va a pasar mucho tiempo hasta que puedas volver- me
dijo Tito.
Volví para buscar las cosas aunque lo único que me llevé fueron dos
pantalones, dos remeras y el cepillo dental.
Llegamos a una mansión con un gran portón negro, piscina y un enorme
jardín con flores y aves exóticas. Cuando atravesamos la parte delantera, antes
de llegar a la puerta pude notar que había más personas de las que esperaba
encontrar. Había hombres que me observaban con miradas desafiantes y
mujeres muy atractivas a las que no miré demasiado.
Durante los meses que pasaron recibí un entrenamiento de cómo ser
imperceptible a la hora de matar, me enseñaron todo lo que hay que saber en
caso de que algo no salga según lo planeado. Inconscientemente me convertí
en alguien que ya no reconocía.
Por once meses y medio estuve al servicio de Rivollini, mataba a quien
él quería, hacía lo que me pidiera; cuando me di cuenta me había convertido en
su mano derecha, su compinche.
-Me retiro- le dije.
-¿Qué querés decir con eso?
-Ya no puedo seguir así, quiero mi antigua vida- le expliqué.
-De este negocio nadie se va, es fácil entrar pero difícil salir. Debiste haberlo
pensado antes.
-¿Antes? Pero si no me dejaron opción…
No planeaba quedarme en ese lugar toda mi vida, no digo que mereciera
algo mejor pero tenía el sueño de formar una familia algún día, y
144
evidentemente en estas condiciones sería un tanto difícil de lograr. Rivollini
había sido el mejor amigo que alguna vez tuve y, si pienso un poco, eso es
algo verdaderamente triste. Aunque él no lo quisiera aceptar había perdido a,
según lo que dijo, su mejor asesino. En ese momento no se dio cuenta. Lo
comprendió más tarde…
Tomé el bolso que ya había preparado, me di media vuelta y me fui
después de analizar la expresión en el rostro de Rivollini, ésta era una mezcla
de enojo con desilusión.
Pasaron días, meses, años hasta que finalmente recibí noticias del
hombre al que nunca olvidaría; uno de sus matones quien antes era mi
compañero de trabajo me visitó y me amenazó con una navaja.
-¿Qué quiere? ¿Por qué me buscan ahora?- pregunté algo asustado.
-Rivollini murió, ahora su hijo Junior maneja el negocio. Me pidió que te diera
esto de su parte.
Sentí como la sangre salía de mi cuerpo y mi camisa ahora rota dejaba
ver una herida bastante larga en mi abdomen. El hombre al terminar su trabajo
sucio se retiró, cauteloso de que nadie hubiera presenciado el atroz crimen. Me
dejé caer en el piso sucio del callejón donde me encontraba y en lo único que
pensé durante unos cuantos minutos fue si de verdad merecía todo lo que me
había sucedido. En ese corto pero sincero momento de reflexión, me di cuenta
de que no todo en la vida es querer salvar mi propio pellejo. A veces se debe
dar para recibir, nunca pude comprender qué había hecho para molestar tanto
a junior, a quien sólo conocía poco y nada.
Sonará algo trillado pero en los que pensaba serían los últimos
momentos de mi vida, me limité al arrepentimiento, debí haber hecho algo útil
con mi vida, no desperdiciarla de la manera en que lo hice.
***
145
Autora: María del Rosario Jacoby, 5º año
Instituto San Maximiliano Kolbe
Todo por ella
“Amor, tengo miedo. Esto está mal, mejor vayámonos a casa, por favor”,
le dijo mientras fumaba desesperadamente.
“Después de todo el esfuerzo, de todo lo que planeamos, no podés
plantarme acá, ahora no podés rendirte.” Él miró sus ojos los cuales reflejaban
pura tristeza y tratando de ignorar los sentimientos heridos de su amante volvió
a decir: “Mirá, hacemos esto y listo. Será la última vez, te lo prometo.”
Ella no podía controlar sus lágrimas acompañadas de sollozos pero juntó
las fuerzas, inhaló profundamente y asintió con su cabeza. Su físico era tan
esquelético y frágil que parecía que con sólo tocarla se desmoronaría en
pedazos. Él, en cambio, tenía un aspecto muy atractivo con su pelo castaño y
unos ojos verdosos que mataban con su mirada. Se podría haber conseguido
cualquier chica. Sin embargo, la eligió a ella.
Como cualquier otro viernes a la mañana, estaba poblado de gente,
como millones de hormigas queriendo llegar a un caramelo, o en este caso
para retirar plata del banco. Sin embargo, no era un espacio muy grande, es
por eso que Jack y Nora lo eligieron. Ellos esperaron hasta las doce, hora en
que la gente empezaba a retirarse, para cometer lo que luego se convertiría en
el mayor error de sus vidas. Llegado el adecuado momento, ellos tomaron
protagonismo y empezó la acción. "¡Esto es un robo, no tiene por qué haber
heridos, ¿no?!", gritó Jack con su pasamontañas puesto y la atención de las
personas captó. "¡Todos abajo! Vos, la de remera azul, vení para acá” Ella,
respirando muy rápido y soltando alguna lágrima afirmó y se acercó. Él la
agarró violentamente del cuello, apuntándole a la cabeza con un revólver.
"Llévenme a la caja fuerte o juro que la mato", exclamó Jack agregando terror a
la situación. Ellos dos y el gerente se dirigieron hacia la caja fuerte. Se le hacía
difícil a éste acertarle a la clave correcta al tener las manos tan sudadas. Luego
de varios intentos lo logró. La chica intentó escapar y cuando Jack se dio
146
cuenta, la agarró de la muñeca y le pegó una gran paliza. “¡No se te ocurra
hacerlo otra vez, ¿me entendiste?!”
Pero ni bien el gerente se fue del cuarto, éstos se empezaron a besar
apasionadamente. Luego Jack le dio un suave beso en la mejilla, susurrándole:
"Se lo creyeron y todo", y en respuesta a esto, Nora sonrió con maldad y
rápidamente empezó a llenar el bolso que Jack había traído con pilones de
dinero, tantos que habría más de un millón de dólares. Cuando terminó, ella
dirigió la mirada a Jack en forma de confirmación y fue así cómo empezó la
huida. Él salió corriendo y dejó a Nora allí ya que ella era supuestamente una
inocente víctima más del robo. Ni bien se fue Jack, ella observó cómo de a
poco patrulleros rodeaban el banco. Cuando dejaron salir a la gente, Nora
aprovechó y se escabulló del lugar. Corriendo agitadamente, debido a su
insuficiente estado físico, llegó a su casa, donde habían previamente planeado
encontrarse. Cuando ella vio a su amor, paz inundó su ser. Se abrazaron
profundamente y Jack le dijo suavemente al oído: “Lo logramos, mi vida, te
amo tanto”, mientras acariciaba su sedoso y delicado pelo. “Ya vengo”.
"Hay que festejar, ¿verdad? Al fin podremos escapar y vivir la vida que
queremos.", dijo Nora sintiéndose despreocupada por primera vez en mucho
tiempo mientras miraba por la ventana. Sin embargo, su cara cambió
repentinamente al observar un coche negro, blindado y con vidrios polarizados,
algo que no se acostumbraba a ver en este pueblo tan humilde. "¿Jack?...".
Al principio, no hubo respuesta alguna pero luego él apareció con dos
copas de champagne en la mano. "¡A festejar se ha dicho! ¿Qué pasa, amor?
No me digas que seguís preocupada porque nos agarren, ¿no?"
"No, no es eso", dijo Nora señalando el auto. "¿Te suena este auto?".
Jack se agarró la cabeza y rápidamente palabras salieron de su boca:
"Nora, hay algo que no te conté, pero esta gente me viene persiguiendo hace
rato porque tengo que saldarles una deuda. Hagamos así, agarrá el bolso y salí
por la puerta trasera. Usá la camioneta, vas todo derecho por la autopista norte
hasta llegar al kilómetro 52 donde vas a encontrar un hotel. Preguntá por Juan
que él te va a ayudar. Quédate ahí hasta que yo vaya.”
“Todo este tiempo y ¿cómo es que nunca me dijiste nada de esto?
¿Cómo puede ser? Pensé que no había secretos entre nosotros…”, dijo Nora
147
con enojo pero luego, agregó: “Ahora ya está pero ¿qué vas a hacer vos? Vení
conmigo. No me podría ir sin vos…”
“Nora, yo te amo y por eso no quiero que nada te pase, ¡Vos tenés que
irte ya! No esperes más. Te amo muchísi…”, Jack sin terminar la frase la besó
tocándola con su cara bañada de lágrimas. “Ándate ahora, no hay tiempo.
Mientras yo los distraigo, vos escapás. Se me ocurrirá algo en el momento.”
Él se dirigió hacia el auto negro y abrió la puerta del conductor. Éste se
encontraba vacío. Jack contó hasta diez, salió del auto y fue a la casa, donde
agarró un bolso azul, el cual contenía el dinero robado del banco más el que él
últimamente le había robado a Nora. En un estante vio una foto de ellos dos
juntos, la observó por unos segundos y luego la estrujó entre sus manos.
Nora conducía a toda velocidad por la autopista como le había indicado
Jack. En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde pero
cuando lo hizo ya era muy tarde.
Sin embargo, lo que ella no sabía era que un contacto de Jack le había
informado que la policía conocía su historia criminal, de todo el dinero ilegal
que ella poseía. Ya la venían investigando hacía bastante y sólo necesitaban
pruebas, una de ellas era encontrar la plata robada pero esto ya no sería
posible.
***
Autor: Pablo Martín Robledo, 5º año
Instituto San Maximiliano Kolbe
No se perdonó el olvido
Me sentía culpable, sabía que yo participaba de una atrocidad. Aún así
hice lo que hice porque era la única forma de mantener a mi familia evitando
que fueran parte de los condenados. Debía trabajar para un tirano y ayudarlo
en su causa. En un principio mis experimentos no tenían mala intención, pero
luego empezó la guerra.
148
Lee miraba a su hermano tirado en el sillón antiguo con las extremidades
rasgadas. Preocupado por su fiebre le colocó un paño con agua fría, que
aunque tenía tierra todavía podía usarse. Luego le retiró el buzo o lo que
quedaba de él y lo tapó. No dejaba de cuestionarse por qué él no estaba
enfermo. Llevaba una semana junto
a su hermano que tenía
síntomas
extraños y una erupción horrible que cubría toda su piel. Pero a él no le
sucedía nada.
Decidió salir. Mientras caminaba por debajo del puente observaba con
furia los afiches del tirano, una imagen de un hombre sosteniendo una jeringa
con un fondo rojo y un texto debajo de la vacuna que decía : "Solo los
verdaderos humanos tendrán la salvación". Pero Lee no tenía tiempo para
quedarse a contemplar al culpable de la destrucción, debía conseguir agua
potable en el mercado negro.
Me aproximé a mi jefe, como él me había indicado, a las tres en punto.
Me dijo que debíamos fabricar nuevas vacunas, más económicas y eficaces.
Sabía que indirectamente me estaba diciendo que el virus había vuelto a mutar
y dentro de poco seríamos infectados. Sin decir una palabra, asentí y fui al
laboratorio.
Al llegar, observé cómo los usuarios de prueba agonizaban en sus
camas.
Necesitábamos
las
costras
de
sus
lesiones
para
cambiar
constantemente el virus cowpox v2.1, ya que había avanzado tanto que no
podíamos aplicarlo a los animales. Todos los días torturábamos a esta gente,
pero ¿qué podía hacer yo? Sólo me quedaba administrarles más morfina. El
virus ya estaba en su etapa final y aún así tenía indicaciones de hacer del virus
una amenaza más mortífera...
Mi odio hacia Fritz y sus ideales de la raza perfecta crecía. Sólo al grupo
de personas elegidas para sobrevivir, se les administraba vacunas para
prevenir que se infecten. Fritz tenía poder sobre muchas naciones que
dependían de él y su tecnología.
El mercado negro era un lugar sombrío, no había reglas ni moneda, sólo
era viable el trueque. Estaba lleno de gente enferma, con barbijos, muertos,
149
hombres vendiendo órganos frescos y más atrocidades. Lee enfrentaba esto
por su hermano, quien necesitaba urgentemente agua potable y
algunas
pastillas para mejorar su estado. Se le ocurrió ofrecer su sangre, ya que la
sangre de la gente sana era muy valorada.
Llegó a un puesto de extracción que era custodiado por hombres
vestidos con trajes herméticos y portaban ametralladoras con visión de calor.
Le preguntaron si estaba enfermo. Antes que contestara le advirtieron que
comprobarían que estuviera todo en orden chequeando su temperatura y
observando si tenía manchas en la piel. Le advirtieron que si mentía iba a ser
ejecutado. Lee sin dudar respondió que no estaba enfermo y que era la primera
vez que ofrecía su sangre.
Después de dos semanas ausente por trabajo regresé. Me alentaba
saber que al volver a casa me encontraría con mi familia. La sonrisa de mi hija
me aliviaría instantáneamente y podría dormir en paz en los brazos de mi
esposa. Al llegar, encontré la puerta trabada, que abrí tirándola abajo e ingresé
de un salto.
Grité una y otra vez "Elizabeth" pero no hubo respuesta. Comencé a
correr desesperadamente por las habitaciones, hasta que llegué al baño.
Quedé paralizado cuando vi el cuerpo de mi esposa abrazando a mi hija.
Yacían las dos muertas, llenas de costras infectadas y sangre en sus cuerpos,
especialmente en los ojos. ¿Cómo era posible? ¡Ellas estaban vacunadas! ¡No
tenía que pasar esto! ¡No! Comencé a gritar mientras con mis manos golpeaba
todo. Lo que era mi única razón para vivir había desaparecido. Entré en la
bañera, me senté al lado de mi esposa e hija. Con la mano sangrando sujeté
ambos cuerpos y los acerqué a mi pecho, llorando y gritando de dolor, hasta
que me desmayé.
Al recuperarme sentí un puñal clavado en mi corazón, tenía sed de
venganza hacia Fritz. Pero debía averiguar qué había salido mal, por qué se
habían contagiado.
Decidí que revisaría todo. Debía encontrar alguna pista que me
permitiera entender lo sucedido. Comencé chequeando las ampollas, ambas
150
estaban vacías. Con furia las tomé y las tiré al suelo. Al verlas destrozadas
noté algo extraño. Tomé con el dedo una pequeña cantidad de la vacuna que
había quedado. No tenia olor, entonces decidí probarlo... ahí descubrí que sólo
era agua... ¡Había sido estafado! a ellos no les importaba mi familia ni nadie...
sentí ¡tanta ira!...
Opté por esconder los cuerpos, si no lo hacía me considerarían un
asesino, simplemente para explotarme y utilizarme. No tuve otra opción que
triturar en pedazos los cadáveres y quemarlos. Tenía nauseas, lo único que me
daba la fuerza para realizar semejante atrocidad eran las ganas de vengarme
del maldito Fritz...
Luego de extraerle sangre, a Lee le entregaron los suplementos
necesarios para sobrevivir una semana más. Él desconocía que su sangre
valía mucho más que eso. El joven sin dudar salió corriendo hacia el puente,
donde se encontraba su hermano. Pero al llegar se dio cuenta de que ya era
tarde. Su hermano estaba muerto. Se acercó
lentamente, mientras caían
lágrimas de sus ojos. Lo abrazó. Era el abrazo más triste, el de la despedida.
Lee gritó sin parar, su alma estaba repleta de ira y solamente quería
vengarse de los terroristas que gobernaban. Mareado por haber dado sangre y
cansado por la falta de sueño, colapsó sobre las cajas con comida y
medicamentos.
Cuando despertó, se encontró con dos personas cubiertas de un traje
hermético celeste apuntándolo con armas. Le dijeron que su sangre era valiosa
y querían que se uniera a la causa de los rebeldes para terminar con la tiranía y
la guerra biológica. Lee sin dudar les dijo que lo único que deseaba era vengar
la muerte de su hermano. Uno de los hombres dio un paso al frente y le dijo:
"hermano, conozco tu dolor, conozco tu ira, mi familia padeció bajo su maldito
virus y lo peor es que yo ayudaba a que sea expandido. Confíá, vamos a
finalizar su tiranía, haciéndolo sufrir lo mismo que nos hizo padecer."
Finalmente pude ordenar mis pensamientos, despejarme y tratar de
controlar mis emociones... Fue cuando tomé la decisión: formar parte de los
151
rebeldes, darles toda la información sobre las investigaciones y realizar un
sabotaje en las instalaciones de Fritz.
El cuartel de los rebeldes estaba cubierto de imágenes de gente
enferma, familiares con velas, lápidas, cruces, rosarios, mantas rojas, y
muchos otros símbolos de distintas religiones. Recuerdo que fui bienvenido al
grupo, necesitaban un profesional en inmunogenética. Les propuse mi idea y
estuvieron complacidos con ella. Pero había una pieza que faltaba, un individuo
inmune al virus actual, que haya pasado por el proceso de incubación y que su
sistema inmune haya hecho frente al virus sin necesidad de vacunación...
Lee fue el elegido. Le realizamos varias pruebas de sangre y me dispuse
a manipular el virus por última vez, pero con el objetivo de ejecutar al asesino.
"Por el bien común de la humanidad", pensé mientras trabajaba. Sabía que si
no se erradicaba el virus, iba a mutar, hasta ser capaz de contagiar a cualquier
usuario.
Pero quería darle un fin, debía ejecutar al maldito. Coloqué el virus en el
cuartel, sustituyendo los virus viejos. Los científicos, los soldados, hasta el
mismo Fritz, estaban confiados de que no podían ser contagiados. Sin
embargo, a la semana los usuarios de prueba iban a portar el nuevo virus y el
tirano y sus seguidores serían contagiados.
Los
rebeldes
estaban
reunidos
en
asamblea,
Lee
observaba
sorprendido. Científicos, soldados y desamparados esperaban saber qué había
sucedido con el sabotaje y si finalmente la tiranía llegaría a su fin.
El líder levantó su brazo derecho y gritó: "Se encontró al tirano muerto
en su casa, con su cuerpo repleto de costras y sangre en los ojos. ¡Lo
logramos hermanos!" Hubo un segundo de silencio, que pareció una eternidad
y la multitud comenzó a festejar. Lee buscó a Jack. No lo encontró. Corrió hacia
su habitación. El biólogo estaba muerto, en su mano derecha sujetaba un
revolver antiguo, aproximadamente del siglo XXI. Pero la atención de Lee se
centró en un libro grande, al abrirlo notó que estaba escrito a mano. Era el
diario personal del científico. En la primera página decía "En memoria a
Dorothy y Elizabeth"
152
He logrado la creación del virus Cowpox 3, que a diferencia del virus
mortal, es reconocido por el sistema inmune. De esta manera no habrá
contagio.
Las vacunas serán gratuitas, las entregarán los rebeldes.
Lamentablemente no he conseguido una cura para los que se encuentran
infectados, pero sí he logrado la manera de prevenir contraer el virus. No soy el
único que aportó a este avance. Agradezco
a Lee Stephenson quien es
inmune de antemano .Gracias a su sangre alcanzamos la vacuna, que deseo,
si es posible, sea llamada Elizabeth.
Al día siguiente muchos festejaban y personas de distintos países eran
vacunadas con Elizabeth. Se repartían diarios gratuitos que explicaban
detalladamente cómo se creó el virus, qué era, cómo se formuló la vacuna y
otros detalles sobre el patógeno. Lee leyó en silencio. El clima festivo le
generaba una mezcla de nostalgia y dolor pero a la vez, empezaba a crecer en
él un profundo deseo: que los hombres no vuelvan a caer en las redes de otro
tirano. Él difundiría la historia y trabajaría para recuperar ese gran bien que es
la libertad de pensar. No sería en vano, pensó, la muerte de tanta gente y el
sacrificio de Jack y su familia. Comenzó a caminar y una leve llovizna cubrió la
ciudad.
***
Autor: Fabrizio Palmieri, 5º año
Instituto San Maximiliano Kolbe
Siempre serás alcanzado por tu pasado
Siempre nuestros padres nos cuentan cosas sobre su juventud, como su
secundario, sus viajes y la forma de vida que se llevaba sin toda la tecnología
que hay hoy en día. Francesco Santone no está exento y cuando su padre
Carlo hablaba sobre ellas en su fiesta de cumpleaños no les prestó mucha
atención porque las veía lejanas a lo que podía llegar a ser su vida. Mientras su
padre relataba y era interrumpido por el teléfono que resonaba continuamente
por la gente que llamaba para saludarlo, Francesco escuchó a su padre decir
153
unas palabras en italiano y supuso que hablaba con un familiar de allí, lo cual
era común ya que la familia es proveniente de un pequeño pueblo en la
provincia italiana de Campobasso llamado Tufara. Lo que no sonaba común
era el tono de voz de su padre quien titubeaba mientras lloraba. Al colgar le
preguntaron qué había sucedido, a lo que él respondió que su tío Doménico le
contó sobre la muerte de su tía quien había muerto hacía unas semanas de
cáncer, pero no se explayó mucho y realizó un cambio de tema sutil en el que
todos nos sumamos para pasar ese mal momento. Lo que no sabíamos era lo
que en realidad el tío le había dicho a Carlo y mucho menos lo que no
sabíamos sobre la familia.
A los pocos días Francesco seguía disfrutando de las vacaciones de
verano con naturalidad y había arreglado ir a la casa de su amigo de la
escuela, Emilio. En el corto trayecto de sólo unas pocas cuadras a Francesco
se le cruzó un auto muy caro del que se bajaron dos hombres armados que
llevaban traje y lo obligaron a que se suba a punta de pistola. Ahí empezó el
largo viaje del joven, al que sólo le preguntaron un par de cosas sobre él para
cerciorarse de que era el que buscaban. Estando encapuchado y amordazado
Francesco no sabía a donde era llevado, sólo sabía que al bajarse del auto fue
obligado a subir unas escaleras y sintió un ruido que él conocía, el de un avión,
lo cual lo asustó mucho porque significaba que estaba en un peligro todavía
mayor del que él imaginaba. Sus captores hablaban muy fluido en castellano,
aunque durante el viaje los pudo escuchar hablándose en un dialecto italiano
que no llegó a entender. Luego de bajar de lo que él pensaba que era un avión,
fue subido a lo que él creía otro auto para llevarlo a su locación final.
Cuando a Francesco le sacaron su capucha, rápidamente intentó divisar
su bolso. Tenía las esperanzas de poder usar alguna de las cosas que estaban
en él y que le fueran útiles, pero no logró verlo. Aunque sí vio a los hombres de
traje que lo habían capturado, estaban en lo que parecía un galpón poco
mantenido. Luego de media hora apareció un hombre de estatura baja, calvo y
robusto. Este se acercó y lo miró, dijo a los hombres de traje que explicaran al
muchacho cuál era su situación. Estos dijeron al joven que su familia era la
única heredera de una mafia que actualmente estaba muy dividida ya que se
habían escapado sus antepasados, quienes eran los verdaderos herederos.
Esto provocó que hubiera luchas por el poder y que a lo largo de más de cien
154
años desgastaron a la organización. Francesco no creía lo que le decían y
pensaba que seguramente hubo una fuga del Borda y que él fue secuestrado
por un par de descarriados de los que se escaparon. Los hombres de traje se
presentaron como Steffano Baggio y Enzo Rossi quienes junto al tercer hombre
al que apodaban “Bimbo” eran primos pertenecientes a la organización que
buscaban a los herederos legítimos para terminar con los problemas internos y
retomar todo el territorio que habían perdido a lo largo del tiempo contra la
mafia siciliana. Francesco seguía sin creerles así que les preguntó cómo lo
contactaron, ellos contestaron que vía Facebook, ya que sabían el nombre de
su padre y como no tenía mucha privacidad en su perfil, pudieron ver que lo
tenía a Francesco agregado como hijo y entonces se propusieron buscarlo.
Sus captores le preguntaron cómo era que no sabía nada sobre la historia
familiar y si su padre nunca hablaba del tema. El joven preguntó a qué tema se
referían y ellos dijeron que cuando Carlo viajó a Italia, se instaló siete meses en
el pueblo de la familia bajo el cuidado de su tío y luego volvió a su natal
Argentina por seguridad ya que miembros de la organización lo habían
localizado. Ahí Francesco entendió que la historia que contaba su padre de
volver a Argentina porque en Italia debía revalidar su título sólo encubría la
verdad y pensó que por la voz de su padre y su llanto estaba descartada la
posibilidad que la tía de su padre hubiera muerto por una muerte natural y
preguntó a sus captores, quienes le respondieron que la parte de la
organización que quiere tomar el poder tenía por meta eliminar a los
verdaderos herederos que escapaban desde ya hacía demasiado tiempo,
dijeron que el primer desertor fue Juan Barrea quien huyó al pueblo para
refugiarse. Francesco comenzó a ver que la historia sonaba coherente. Ya que
para Biología el profesor les había pedido un trabajo sobre genética y él había
buscado hasta sus tatarabuelos cuyos nombres concordaban con lo que le
decían los tres hombres y después de nombrar a todos sus antepasados hasta
su padre, comprendió que estaba en un problema del cual no podía salir, como
no pudieron salir sus antecesores, entendió que no era solamente una decisión
económica post segunda guerra mundial la que habían tomado sus abuelos al
ir a la Argentina. Aunque no entendió el motivo de que el hermano mayor de su
padre, “Lino”, o sus hijos no fueran los que tenían que estar a cargo. A lo cual
respondieron que su padre al venir a Italia fue identificado y él decidió ocupar el
155
lugar de su hermano en pos de evitarle el problema, lo cual desvinculó a “Lino”
de la organización. Carlo no pensó que el tema podría ser tan importante o que
pudiera tener consecuencias para él.
Tres horas después de la captura, la hermana de Francesco, Lola,
prendió su computadora para revistar su e-mail. Al instante Emilio le preguntó
por qué su hermano no había ido a su casa, Lola asustada, decidió llamar a su
hermano para ver qué le había sucedido. Pero su teléfono estaba apagado.
Avisó a sus padres; Carlo se vio forzado a viajar a Italia sin contar nada sobre
la situación de Francesco ya que él estaba al tanto de los problemas recientes
en Italia. Y además asustado porque él nunca quiso que sus hijos aprendieran
italiano para que no decidieran instalarse en ese país por su seguridad y ahora
seguramente Francesco estaba metido en un problema del que no podía
defenderse. Rápidamente Lola y su madre llamaron a la policía para que
revisen las cámaras de vigilancia que están ubicadas en el recorrido a la casa
de Emilio y encontraron el video de su hijo subiendo al auto con los dos
hombres de traje. La historia de Francesco conmociona a ambos países ya que
se difundieron por distintos medios cadenas masivas por información,
Francesco llevaba un día y medio desaparecido, encontraron el Audi A5 negro
cuya patente concordaba con la del video estacionado en el aeropuerto de Villa
Gesell en el cual se había registrado un vuelo charter a Italia hacía un día, en el
auto no se encontraron huellas, ni ningún tipo de ADN. La policía fue desligada
del caso y este pasó a la interpol. Silvina, la madre de Francesco, y Lola fueron
interrogadas, tuvieron que decir que Carlo había dejado el país y que fue de
viaje a Italia sin dar motivos. Lo cual convirtió a Carlo en el mayor sospechoso
en la investigación, ya que se lo creía el autor intelectual de todo lo sucedido.
Bimbo dijo a sus primos que no era seguro mantenerse tanto tiempo en
el mismo lugar y se trasladaron a una pequeña casa a las afueras de Roma,
tomaron el bolso del joven, que había estado sobre la mesa todo el tiempo pero
desde donde estaba sentado Francesco no se podía ver y camino a su nuevo
escondite explicaron a Francesco quién estaba al mando de la organización.
Un tal Giorgio Di Natale, quien en la época que Carlo estuvo en Italia logró que
su familia tomara el poder de la organización argumentando que los herederos
reales la abandonaron y perdieron el derecho a los cargos. Por lo tanto los
nuevos líderes debían quedarse con ellos y habría que matar a los que
156
escaparon, esto causó disputas y dividió aun más a los miembros de la
organización.
Francesco con lo poco que sabia del tema dijo que no le interesaba
formar parte de la mafia y que cualquiera de los tres tome su lugar si no
querían que Di Natale fuera el nuevo jefe. Ellos dijeron que debían matarlo si él
tomaba esa decisión ya que decidía dejar de lado a la organización, mientras le
explicaban esto a Bimbo comenzó a sonar su celular, no supieron con quien
hablaba hasta después de que Bimbo dijera su nombre, era Carlo el padre de
Francesco quien había viajado a Italia para buscar a su hijo sin importarle
arriesgarse a ser encontrado por Di Natale y sus hombres. Bimbo y Carlo
organizaron una reunión para el día siguiente, en la Fontana de Trevi, un lugar
que suele estar colmado de turistas, lo cual lo hacía perfecto para pasar
inadvertidos.
Carlo conocía a los primos que mantenían a su hijo cautivo e ideó un
plan para sacarle su hijo a estos sin provocar mucho alboroto pidiéndole ayuda
a un hijo de Doménico que era policía, llamado Giacinto, que quería que el
asunto de los mafiosos terminara para que no hubiera más víctimas inocentes
como su madre. Todo un gran operativo policíaco fue planeado porque también
se esperaba la aparición de Di Natale; la señal que habían acordado era que
Francesco se sentara en el borde de la fuente y tirara una moneda en ella.
Llegó el momento en el que todo se resolvería; ya estaba Francesco sentado
en la fuente y pensaba dubitativo en arrojar o no la moneda, miró su reloj que
seguía con el horario de Argentina y recordó a su madre y a su hermana. Poco
después de esto arrojó la moneda, su padre apareció al instante y le dijo que
todo saldría bien, que mientras no hicieran ningún movimiento brusco no habría
problemas, explicó rápidamente a Francesco lo que habían organizado para su
rescate y que probablemente Di Natale estuviera al tanto de esta situación y
probablemente este
apareciera. Carlo había arreglado un tiempo límite de
unos siete minutos de charla con su hijo, después de eso aparecerían los
primos para llevarse al joven: Carlo mira su reloj y ya iban seis minutos. Pudo
divisar a Bimbo acercándose y de repente sintieron el estruendo de un disparo
cerca de donde vieron a los primos. No supieron qué sucedía pero decidieron
correr a una de las calles laterales.
157
Al cabo de correr cinco cuadras a donde a Carlo le habían dicho que
estaba un auto esperándolos, no había nada y todo comenzó a tornarse muy
extraño. Carlo estaba empezando a desconfiar de la palabra de su primo quien
apareció con un arma apuntándolos, agradeciendo a Carlo por hacerle fácil su
labor. Carlo no entraba en razón, ya que en su paso en Italia había tenido una
relación muy estrecha con ese primo, segundos después reaccionó y le
preguntó a su primo si estaba con Di Natale. Este le respondió que le habían
prometido un importante cargo en la organización por sus conexiones en la
policía italiana, no llegó a cerrar su idea cuando una bala le atravesó el pecho,
era Domenico, quien dijo que subiéramos rápidamente a su antiguo Piaggio
Ape, logramos escapar del ruidoso tiroteo por las estrechas calles. Carlo le
contó a su hijo que hacía años hubo una pelea entre Domenico y Giacinto por
lo que debe haber sido duro para él aceptar en lo que se había convertido su
hijo y mucho más duro todavía tener que dispararle.
Cada vez los llenaba más un aire de tranquilidad hasta que Domenico se
dio cuenta de que nos estaba siguiendo un auto deportivo que era
notablemente más rápido que su viejo triciclo motorizado, el auto era manejado
por Di Natale. Luego de unos cuantos choques Di Natale logró volcar el
pequeño vehículo. Este estaba solo, quería todo el crédito para sí mismo por lo
que él consideraba una hazaña. Primero revisó a Domenico, quien no le
preocupó ya que estaba inconsciente, luego se acercó a la parte trasera donde
estaban Carlo y Francesco quienes no tenían armas, solo una picana eléctrica
y gas pimienta, que de poco servían contra el arma de Di Natale quien se
acercaba a la puerta.
Actualmente, poco se sabe de la investigación sobre la desaparición de
Francesco Santone la que se convirtió en uno de los mayores interrogantes de
la Interpol. Un video de seguridad que todavía no fue difundido en los medios
muestra que aparece en escena un auto del que bajan dos hombres de traje y
se observa la cabeza calva de un tercero quien parece herido en el asiento
trasero. Cuando los hombres de traje bajan del auto lo primero que hacen es
dispararle a la cámara de vigilancia, dejándola fuera de funcionamiento. El
lugar luego estalló en llamas, no se encontraron cadáveres ni el vehículo donde
yacía el hombre calvo que parecía herido. Lo único que se sabe es que la
actividad de la mafia a la que pertenecían los Santone desapareció. Los
158
hombres capturados en las cercanías de la Fontana de Trevi fueron
exhaustivamente interrogados pero no brindaron información relevante ya que
no tenían mucho conocimiento sobre los objetivos reales de sus jefes. Giacinto
fue encontrado inconsciente sobre una calle de Roma, él tampoco brindó
información luego de recuperarse, no sabían de su conexión con la mafia y
creyeron que sólo formaba parte del operativo policial. Recientemente Silvina y
Lola se mudaron a la zona rural de Brandsen pero poco es lo que se sabe de
su actualidad.
***
159
Autor: Guido Caracciolo, 5º año
Instituto San Román
Cuerpo en doble mano
Y sin embargo, no aborrecía la constante similitud, por el contrario, sabía
apreciar los pequeños cambios, y en cada segundo, sus ojos eran de ayer.
Tenía matices; el tiempo constituía una perspectiva, sin duda: infería en el
color, la forma, el humor salvaje y el modo de parecer: un lienzo perfeccionista,
una escena rústica y campestre, o, si había girasoles, un millón de veces
valuado Van Gogh.
Por momentos, el paisaje se tornaba desvaído y pedestre, con un fantasmal
sosiego; el suelo maltratado, las flores marchitas, la vegetación estéril y las
pequeñas casas precarias, corroídas por la vejez del tiempo, vestigios de una
realidad inmersa en la escasez, otoñada, que no vislumbraba futuro y cuyo
pasado no tenía alteraciones: siempre la misma derrota. Y de tanto en tanto
veía alguna personita al costado de la ruta, mirando sabia los autos pasar, y él
las contemplaba también. Sus cuerpos pertenecían a esa realidad: las manos
rugosas, la cara ajada, y un dejo de resignación en las comisuras. “Pobres
gentes” piensa y sigue mirando.
Y así va él, en su cápside cuatriciclo, en viaje a su descanso. Es verano y
anhela ver el mar. No obstante, no siente premura por llegar, aún queda mucho
por recorrer. Y le gusta.
Ahora las imágenes se vuelven más febriles y pletóricas de vida. Hay verde por
doquier, cipresales y pinares y comunes árboles también. Asoma la cabeza por
la ventanita del auto y se lleva a los pulmones el momento más fragante del
viento, cuando recoge terso la esencia húmeda de cada especie floral.
De cuando en cuando, se divisan largos caminitos de tierra que conducen a
alguna estancia perdida en el corazón del campo, y se imagina cómo sería en
una noche colgada del mapa, pernoctar en una de ellas. En sus cavilaciones,
se sitúa en una escena oscura, en un medio animal, inseguro e incierto, la
noche ya caída y la luna roja intensa, brillando radiante la vía láctea. A sus
160
ojos se abre esa interacción natural. Está solo y envuelto en un clímax de
sosiego. El humo de su pipa se diluye en la quietud, y cada bocanada lo
calienta un poco de la brisa suave que lo penetra.
Hay veces en que el campo se vuelve tornasol; sea cual sea su apariencia, no
pierde la oportunidad de musicalizar los momentos. Sí, definitivamente, la
música no se puede ausentar. La música estimula el encaje ideal de lo que se
ve y lo que se siente. Lo sintoniza con el paisaje, con las sensaciones; hace
que lo que suceda en el trayecto sea natural y no dispuesto por la fuerza; que
sean pequeños ciclos.
Ahora oye “Cae el Sol”. Suelta el cuerpo y se deja recorrer. Sabe que más
tarde, cuando pase la Atalaya va a sonar “Un millón de años luz”. Así, va
concretando cada segundo de la canción con una imagen distinta.
Pero la música no tiene sólo que ver con esa situación de viaje; lo obliga a
caminar un sinuoso sendero que se bifurca una y otra vez, y que constituye su
vida. No puede evitar cruzar un recuerdo femenino y personificarlo. Le habrá
escrito secreta poesía alguna vez, y ahora le escribe otra, y se vuela.
Ya está a escasos kilómetros. Acaba de atravesar el parque acuático
“Aquasol”, y lo deja pronto distante, como un efecto doppler visual. Su ida
concluye con la lectura del cartel de Bienvenida. Ya cruzó el puente, y se
adentra en lo que lo espera.
Desde aquí, le deseo una feliz vacación.
En ese momento no se dio cuenta, lo comprendió más tarde; que aquellas
pequeñas emociones que habían dibujado una sonrisa en sus labios y
sonrojado sus pómulos hasta hacerlos prominentes y evidentes, se
amalgamarían en su cuerpo en forma de recuerdo; que el horizonte tenue, que
había admirado largas tardes desde el espigón, puente de arena y mar, se
curvaba geoide, y sus colores también, abrazando cálidamente a la Madre
Tierra.
Las vivencias en su existencia cobran plenitud cuando, ya ocurridas, se las
recuerda y nostalgia. La naturaleza del cuerpo es asombrosa; es capaz de
incorporar en su integridad lo mas neurálgico de su experiencia, de hacerlo
vida, de hacerlo carne, de hacerlo parte. Y a veces pareciera que lo que
transita fuera insignificante, y en verdad, no lo es; terminamos por reparar que
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el tiempo lo va tatuando lento en su piel, a fuer de sustanciarla con aquello que
lo define; como pequeñas manchas, irrestañables, pero decorosas.
Es hora de decir adiós. Mira el mar por última vez, inmenso, indócil. Esta
obnubilado. Por su cabeza pasa todo. Es el instante previo a la despedida.
Siempre fue así y no cambiará. Por su mejilla resbala una lágrima que se
desprende del linde de su ojo, y la deja caer, regalándosela al mar. Flaquea.
Acerca su mano a la orilla y palpa el agua con delicadeza. Siente el roce fresco
y suave y la arena que se revuelve en torbellino bifurcándose en su mano.
Inconsciente, dibuja formas inundadas con sus dedos pueriles, casi por la
inercia de lo que llega a su fin y obliga a partir. “Adiós amigo” le dice y
emprende la vuelta.
Suena “Estranged”, naturalmente conexo con su momento mental abstruso. Se
abandona a esa armonía tan punzante, en la que se siente tan él. Ya saliendo,
atisba los espasmos de su lugar de vacación. Fue una apoteosis. Llegó al
paroxismo.
La ida rompe con lo avezado, lo inmersa en un destiempo. No tiene cargas. En
cambio, volver tiene una carga peculiar, y es que le hace proyectar puntos en
la distancia, reencontrarse. Como una nube, amenazante pero inalcanzable, y
cuando llega a Buenos Aires, llueve otra vez.
Ahora los campos se extienden en ámbar, de regreso. Ya no discrimina los
paisajes agrestes, mira todo con los mismos ojos.
Y así, va volviendo lento y discurriendo. En su introspección, sabe que la
canícula ya pasó y que un otoño con resabios de calor en su inicio abrirá sus
puertas pronto. Siente temor de entrar allí, un temor expectante, pues lo que le
espera no es tangible, es una ensoñación inasequible.
El viaje ya fenece. Percibe la pesadez de Buenos Aires aún en los arrabales
linderos y su bullicio tan familiar que lo trasiega. Siente la lasitud que lo seduce
y se adormece; y entre los párpados débiles, que se ciñen sobre sus ojos,
vislumbra un último horizonte delineando formas de naturaleza; “gracias” dice,
y, mentón con pecho, suspira un último aire de vacación.
***
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Autora: Martina Chapman, 4º año
Instituto San Román
La misteriosa
“Era una noche tormentosa y oscura cuando Camille, la investigadora privada
francesa, llegó al hospital mental de Recoleta. El viento soplaba fuerte con un
ruido tenebroso y los relámpagos iluminaban las caras desahuciadas de las
estatuas que adornaban las cornisas del edificio.
Tocó la puerta y luego de esperar varios segundos, sin respuesta, decidió tocar
el timbre. Este suena su triste melodía y una enfermera, con su delantal blanco
bien planchado,
abrió la puerta. La mujer lucia cansada, desganada y le
faltaba ese brillo en los ojos característico de quien hace su trabajo con amor.
- Usted debe ser la investigadora. Pase por favor. - dijo con voz muerta.
- Gracias, señorita. - dijo Camille con su español poco lustrado y todavía
con algo de acento francés.
Camille había sido llamada por la policía argentina para investigar la misteriosa
desaparición de una de las enfermas del hospital. Por lo charlado con los
fiscales y oficiales, la niña había escapado un día de semana, mientras se
hacia el cambio de guardia alrededor de las siete de la tarde y sin ninguna
pertenencia más que una muñeca de porcelana vieja y una pequeña valija con
una muda de ropa.
Al ver la fotografía de la desaparecida, escalofríos recorrieron la espalda de
Camille. La niña tenía no más de 10 años, una complexión recia, piel blanca
como el mármol y su cabello negro azabache estaba recogido en una trenza
que caía de lado sobre su hombro derecho. Lo que más le llamaba la atención
eran los ojos de esta niña, azules como el zafiro y profundos como el mar. Era
163
como si estuviese penetrando tu alma, descubriendo tus secretos más
profundos. La niña tenía un sutil aire a su pequeña hija, llamada Gina.
Recordó como había ansiado tener un hijo por mucho tiempo, y ante el fracaso,
había adoptado a esa niña que enseguida llenó su corazón. Pero unos años
después, al cumplir la niña 10 años, la mala fortuna sacudió sus vidas,
llevándose la muerte a la pequeña Gina.
De vuelta en el presente y ya en su habitación, Camille decidió enfocarse en su
investigación. Después de todo, ella era una profesional. Lo primero que hizo
fue cenar, y luego de estar completamente satisfecha, decidió dormir.
Horas más tarde, fue despertada por una de las campanadas que anunciaba el
comienzo del día. Los pacientes y profesionales de la institución fueron
interrogados por ella y las pocas conclusiones la llevaron a la verdad: la niña
entendió que estaba sana, y que su estancia en el hospital era una
equivocación. Había sido diagnosticada con esquizofrenia y al comenzar a
alucinar con su mejora y completa curación, decidió escapar del hospital al ver
que su médico no le daba el alta.
Camille decidió finalmente registrar el jardín, uno de los pocos sectores del
hospital que no se veían horripilantes. Tenía un laberinto, una fuente principal
que lanzaba agua en forma de pequeñas gotas que
al llegar a la pileta
principal se volvían un pequeño hilo casi marrón por la suciedad del fondo. Ella
se acercó a la fuente, y vio su turbio reflejo en el agua, pensando en su hija.
Luego de un parpadeo, detrás de su reflejo pudo ver otro: el de una niña
idéntica a la desaparecida.
Se dio vuelta ansiosa, se colocó de espaldas a la fuente, pero no había nadie
detrás de ella. La niña se había esfumado. ¿Habría sido real? No podía ser
164
posible… ¡La niña había estado detrás de ella! ¿Seria su imaginación? ¿O
simplemente la niña era muy veloz?
El evento de esa mañana dejó perturbada a Camille por el resto del día, y
durante la noche también… Comenzó a experimentar horrendas pesadillas en
las cuales la niña estaba siempre presente. Se repetían en su mente una y
otra vez las mismas escenas: Camille discute con Gina y sale de su casa
dejando a su hija sola quien decide tomar un baño. Luego de una sombra
negra, la niña del hospital entra en el baño sorprendiendo a Gina, y ahogándola
hasta producir su muerte.
Camille
despierta aterrada agradeciendo haber sido sacada de ese sueño
horrible. La noche era fría y tormentosa, como cuando llegó por primera vez al
hospital. Se acercó al baño, y se cercioró de que no hubiera nadie, temía aún
a su pesadilla. Abrió el agua y la dejó correr hasta que se calentara. Se quitó
la ropa, e introdujo sus pies en el agua tibia. Lentamente se fue metiendo en la
bañera, cerró los ojos, tomó aire profundamente y se sumergió.
Como si fuese un flash de fotografía, la imagen de la niña copó la visión de
Camille, y esta salió disparada a la superficie. Temblores recorrían su espalda.
Le faltaba el aire, salió a cambiarse y cerrar la ventana. Se miró al espejo:
Estaba pálida, blanca como la nieve, su cabello negro era lo unico que
resaltaba en la imagen, ya que el baño era completamente blanco. Sus ojos
estaban hinchados, y el delineador corrido por el agua de la bañera.
Algo inusual capturó su atención: al volver la vista al resto de la habitación
había luces afuera, pero provenían de unos autos de policía. Las sirenas
sonaban muy fuerte… ¿Cómo no las había escuchado? Rápidamente salió de
su habitación y llegó a la puerta de entrada del hospital en donde la enfermera
de turno le explicó la situación:
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Un paciente, acompañado por su enfermero, había estado caminando por el
laberinto del jardín cuando el anciano topó su bastón contra algo en el suelo. El
enfermero, se inclinó para ver bien qué era lo que había provocado el choque
y se dio cuenta de que era una mano cerrada en forma de puño que contenía
tierra en su interior. Estaba congelada, muerta.
Inmediatamente se llamó a la policía, y ésta descubrió que se trataba del
cuerpo de la niña desaparecida. Los estudios forenses determinaron que la
niña había bebido agua de la fuente y se había ahogado y caído al suelo.
Había intentado pedir ayuda pero solo había conseguido dejar una huella en la
tierra.
En ese momento no se dio cuenta, lo comprendió mas tarde, al ver las
fotos de la niña en los periódicos, la investigadora comprendió que esa niña era
ella misma.
La luz del amanecer se filtró ciegamente en la cara de Camille, quien se
despertó sobresaltada e instintivamente abrió su boca para incorporar una
bocanada de aire a su cuerpo. Miro a su alrededor, y al ver el cuarto a oscuras,
respiró aliviada, al observar que todo había sido un sueño.
Se levantó lentamente de la cama, abrió las ventanas y al dirigirse hacia el
baño para tomar una ducha, presintió que algo no estaba del todo bien.
Sacudió su cabeza alejando los malos pensamientos, tomó una toalla, y corrió
las cortinas de la bañera. Gina la observaba fijamente. Su cara estaba pálida y
su nariz rota. No podía ser real… Entonces Camille llamó a la policía.
***
166
Autora: Natalia Flagel, 5º año
Instituto San Román
Julia
La realidad en la que vivía era sólo producto de su imaginación. Su realidad
no era real. En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde.
La luz del sol comenzaba a filtrarse a través de la persiana, dibujando con
rayas la almohada y su cara. Desde que había perdido su trabajo como mozo
en la pizzería, a Santiago la señal del sol indicadora de un nuevo día no lo
entusiasmaba demasiado. Significaba un día más, en los tres meses que
llevaba en busca de un trabajo que le pudiera brindar por lo menos la plata
suficiente para poder mantenerse. Plata que ya casi no tenía.
Su despido no había sido causado ni por sus constantes llegadas tardes, ni
por su pésima relación con los otros meseros, ni por las desapariciones de
carteras que ocurrían en el restaurante: había sido por el hecho de que iba con
la misma cara de cansancio y sufrimiento todos los días. La verdad era que el
trabajo no tenía la culpa de que Santiago llegase con esa misma expresión
diariamente, pero el dueño no se iba a arriesgar otra vez: el lugar ya había sido
demandado por maltrato de empleados. Nunca se aclaró el porqué de la
demanda del cliente, qué fue lo que había visto y si era verdad. Todo había
ocurrido antes de que Santiago empezase a trabajar ahí, y no iba a volver a
pasar por la culpa de un chico que no podía dormir de noche.
Cerrar los ojos y descansar tranquilo una noche, no era algo que pudiera
estar en su lista de deseos por realizarse. Era inevitable, había intentado todo,
desde pastillas hasta consultas espirituales, pero no lograba escapar de la
cueva nocturna de su mente. En sus días más oscuros, lo único que lo
mantenía lejos de la tentadora soga que colgaba del tendedero, era Julia.
Julia, la novia de terciopelo, reina de la nave de los sueños, reina de sus
sueños. Con su vestido azul y su oscura cabellera larga, apareció en una
tormentosa noche en la que Santiago se defendía de los trucos de su
imaginación como hacia todas las noches al apagar la luz. Ahí estaba ella, con
para evitar que el sauce llorón lo rodeara con sus ramas. Él sabía que podría
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contar con su reina siempre, sabía que ella lucharía a su lado fuera cual fuera
la lucha, sabía que ella nunca lo abandonaría. Ella era más de lo que realmente
era, Julia era todo.
Santiago no hablaba con su madre desde la muerte de su padre a causa de
una sobredosis de los medicamentos que tomaba para la esquizofrenia, es
decir, no se hablaban desde que a los seis años su mamá lo dejara a cargo de
unos tíos para irse a vivir a Austria Para suerte de él, había heredado todo de
su padre: su pelo castaño rizado, su curva nariz y sus profundos ojos que
parecían agujeros negros en el cielo. Pero al heredar todo, heredó lo físico y
emocional, lo bueno y lo malo.
Al fin, después de tantos años se pudo creer capas y se mudó solo, pero
tenía que arreglárselas por su propia cuenta. La dueña de la pensión ya le
estaba reclamando el dinero de los tres meses anteriores sin pagar, y no le iba
a dar el lujo de que fueran cuatro. Afortunadamente, luego de tanto esfuerzo
hecho al recorrer lugares de mala muerte entregando un CV que apenas incluía
un colegio secundario terminado, consiguió un trabajo en un colegio público
como empleado de limpieza sanitaria.
Ese lunes se sentía diferente, no reconocía si era por la alegría que le
causaba saber que le iban a pagar por adelantado; o si era porque sentía que
Julia esta vez se había quedado, y no se había ido al asomarse el sol como
siempre. Sentía que estaba ahí, hasta podía oler ese aroma oceánico que
sentía en medio de sus noches de sueño: ella se había quedado ahí,
acompañándolo en sus solitarios días de trabajo, para nuevamente protegerlo
al terminar la vigilia.
Era introvertido, retraído, aunque ese no era el motivo por el cual no tenía
amigos: varias personas habían logrado cavar en la mente de Santiago, pero
cuando profundizaban más, salían corriendo del pozo. Desde que había
ingresado Julia como un ángel a su vida, no hablaba con nadie. Era por eso,
que ese día en el trabajo, al desempañarse los ojos y destaparse los oídos,
notó que tenía una compañera. Lo estaba invitando a su casa, y Santiago no
supo cómo decir que no. Salieron de la escuela y caminaron una cuadra y
media hasta llegar al hogar de la joven, donde se sentaron en un sillón a beber
algo y conversar. No podía creer que estuviera entablando una conversación
por más de treinta minutos sin que la persona hubiera huido. Pasaron rápidas
168
las horas, no hubo ni tiempo de dormir, cuando de empezó a iluminar la sala
con los primeros rayos de luz, se arreglaron y salieron de nuevo para el trabajo.
Continuaron hablando durante todo el día, y cuando finalizó su turno, se
despidió de la chica, y se dirigió hacia la pensión para recuperar las horas sin
dormir.
Había algo distinto. Nunca había pasado la noche en otro lugar que no fuera
su propia habitación. Sentía que algo le faltaba. En realidad, algo le sobraba.
Sabía que había cambiado algo sumamente importante por algo de ningún
valor. Ese contacto que había tenido con la verdadera realidad le sobraba. Y le
faltaba Julia.
Sus párpados caían al igual que la noche. Mientras el perdía el control. Le
desesperaba ya no verla hacía mucho. El armadillo escamoso lo estaba
buscando, y temía que lo encontrara. Pero decidió dejarse encontrar. Creía que
sólo así la lograría ver, aunque no estaba funcionando.
Excavaba en lo más profundo de su mente, pero lo único que lograba
encontrar era a esos estudiantes del colegio, a esos clientes hambrientos,
mirándolo fijamente, burlándose de él. Comprendió que su mente había
empezado a navegar por un océano turbulento, en un barco del cual el ya no
era más capitán. La buscaba por todas partes. Se quería tirar al mar, ahí era
donde encontraría su dama de vestido azul. Pero la neblina comenzaba a
crecer, y no se podía ver más el mar. Pero a lo lejos, se distinguía una silueta,
debía ser Julia. Se acercaba, mientras quedaba extasiado. Pero la sombra se
tornó en una forma que no pertenecía a ella, y ésta se seguía acercando.
Comprendió que no era real. Sus ojos se abrieron de un tirón, deseando que
Julia apareciera, pero fue en vano. Caminaba sin rumbo por la pensión, no
entendía por qué lo hacía. Atónito no sabia si se lo llevaría el maestro de la
niebla, si lo atraparían los pasos que lo seguían, si tendría la llave para abrir su
mente. De pronto, llegó al lavadero, pero no se encontraba el tendedero en él,
había desaparecido. En su lugar había un árbol, un sauce llorón con una rama
colgando. No comprendía, tal vez porque Julia lo hacía desvanecerse, pero ella
ya no estaba. Intentaba razonarlo, pero los chicos y grandes seguían ahí,
riéndose cada vez más fuerte, sin dejarlo poder pensar. Sólo en pleno silencio
la escucharía. Necesitaba callarlos, necesitaba alejarse de la niebla, ya no
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quería ser encontrado por el armadillo escamoso. Se subió a una silla, enredó
la rama, y se fue a encontrar con la novia de terciopelo.
***
Autor: Rodrigo Hernando, 4º año
Instituto San Román
Un camino, un destino
-Pedí permiso la próxima vez o te arranco la cabeza,
le dije a un hombre que me doblaba la edad y era más grande que un ropero.
No me importaba lo enorme que fuera, estaba tan enojado que le habría dado
una paliza ahí mismo si no hubiera sido porque el colectivo estaba lleno de
espectadores. Este y otros casos similares me ocurrieron a mí, que en ese
momento tenía 17 años. Cualquier tipo de situación me fastidiaba mucho y no
lograba calmarme hasta descargar mi ira.
Todo aquello ocurrió después de una serie de hechos desafortunados. Llegué
a pensar que era el chico más infeliz del mundo. Estuve a punto de llevar a
cabo mi plan más siniestro, el suicidio.
El primero de esta serie de tristes hechos fue una lesión grave jugando al
deporte que amaba con locura, el basquetbol. Si no hubiera estado en ese
momento exacto, en ese maldito lugar, podría haber evitado todo aquello. Un
chico tan obeso que no podía ni mirarse los pies, cayó encima de mi pierna
derecha y me fracturo el fémur. La rehabilitación fue un fracaso, el hueso no se
curaba y el diagnóstico fue el que más temía, no podría volver a jugar al
basquetbol por lo menos por 5 años.
Nació en mí un enojo y odio interminable. Por mucho tiempo no podría volver
a pisar una cancha de básquetbol. Una lágrima se derramaba cada vez que
veía aquello que tanto adoraba pero era incapaz de hacer.
El segundo hecho terrible fue la separación de mis padres. Hacía tiempo que
170
ellos no lograban tener una buena convivencia y yo lo notaba, ya era grande
como para sospechar un divorcio. Pero cuando se hizo verdadero me golpeó
más de lo que yo hubiera creído. Supongo que mi padre se cansó de cuidar a
su esposa, una mujer de varios años que tenía como segunda casa el hospital.
Además de tener que encargarse de su único hijo que no quería seguir con el
negocio de la familia y prefería el periodismo de investigación.
El tercer y último desastre fue el detonante de mi profunda depresión y
constante enojo. Mi madre tenía serios problemas de salud y se encontraba
muy frágil y delicada. Padecía cáncer de pulmón. Yo me encargaba de cuidarla
como ella había hecho conmigo cuando era un bebé. Pero un día encontré un
sobre de la clínica de mi madre. Según la fecha, el informe que estaba adentro
era de hacía una semana atrás. El sobre había estado sobre la mesa todo el
tiempo, pero yo lo había encontrado recién aquel día. El tumor había crecido
muy rápido en poco tiempo. A mi madre le quedaban seis meses de vida.
Yo no volvería a ser la misma persona. En la escuela fue donde se notó con
más fuerza. No prestaba atención, discutía constantemente con los profesores
en un tono agresivo, me costaba trabajo hablar con mis compañeros, prefería
aislarme y escuchar música o dibujar. Mis amigos fueron los primeros en
advertirlo y trataron de ayudarme. Luego los profesores en varias charlas que
detestaba. Sentía que todo el mundo me tenía lástima.
En casa por lo general lloraba y dormía mucho. Me sentía cansado todo el
tiempo. Ver el rostro demacrado de mi madre me destrozaba. Solía pasar
tiempo con ella. Quería aprovechar todo lo que nos quedaba juntos y que ella
supiera que la amaba mucho. A veces salía y me juntaba con viejos amigos.
Nos dedicábamos a tomar alcohol y de vez en cuando, si conseguíamos,
fumábamos marihuana. En ese momento me sentía relajado, la depresión se
esfumaba por un instante y volvía a sentirme feliz con aquella felicidad que
apenas recordaba, que había juntado tantas telarañas. Fui detenido varias
veces y mi padre tuvo que hacerse cargo de mala gana. Mi relación con él
después del divorcio era desastrosa. Lo visitaba como de costumbre pero por
lo general discutíamos a los gritos o simplemente no nos dirigíamos la palabra.
El odio en mí era infinito. No conseguía lograr nada que me propusiese y
hacía que me enojara conmigo mismo y me odiara cada día más. Ya no le
encontraba el sentido a nada ¿Para qué ir al colegio si me iba mal en casi
171
todas las materias y todos se dedicaban a preocuparse en mi y recordarme el
martirio y el sufrimiento en el que vivía constantemente? ¿Para qué salir con
mis amigos si lo único en lo que hacía era tragarme las lágrimas? ¿Para qué
vivir si lo único que sentía era dolor? ¿Para qué vivir? Entonces decidí planear
mi suicidio.
El primer paso que debía realizar era el de dejar todos los asuntos en orden.
Debía despedirme de todas aquellas personas que había querido a lo largo de
mi vida y me habían acompañado siempre. Comencé con mis amigos más
cercanos y mis compañeros del colegio. A cada uno de mis compañeros del
colegio les dije que los quería, pero a ninguno de ellos le comuniqué a cerca de
mi plan. Luego, pasé por el club a ver a mis antiguos compañeros de equipo
entrenar. Todos me recibieron con un fuerte abrazo. Camino a mi casa lo llamé
a mi padre y le dije que a pesar de las diferencias que tuviéramos lo quería
mucho y apreciaba todo lo que había hecho por mí. Se quedó mudo, no era
común que le expresara mis sentimientos pero finalmente me respondió que él
también me quería. Llegado a casa solo me faltaba una cosa más por hacer,
despedirme de mi madre. Le preparé la cena esa noche y después de comer
nos quedamos hablando hasta muy tarde. No me importaba que para el día
siguiente tuviera que terminar la tarea, sabía que desde aquella mañana no
habría un nuevo amanecer. Me acuerdo que le dije:
– Má, quiero agradecerte por todos estos años que cuidaste de mí y me
guiaste. Lo aprecio mucho, de verdad. Sos la persona a la que más amo en
todo este mundo y en la cual pienso constantemente. Te amo, gracias por ser
la mejor mamá que alguien pudiera pedir.
Sus ojos comenzaron a humedecerse y me dio un abrazo que duró varios
largos segundos.
-Yo también te amo hijo- susurró en un tono apenas audible.
Solo quedaba una cosa por hacer, quitarme la vida. Subí a mi habitación y
saqué del armario algunas botellas de vodka y dos cajas de drogas que tenía
mi madre para su enfermedad. Escribí bien grande en la pared “A veces
simplemente la vida no te quiere y hace lo que sea para sacarte de encima” y
me tomé las botellas de alcohol y una caja y media de los medicamentos.
Luego, caí inconsciente sobre el suelo.
Volví a abrir los ojos en una habitación blanca y conectado a unos aparatos
172
electrónicos, tardé unos minutos en entender que me encontraba en la sala de
un hospital. Un médico se encontraba allí en el momento que desperté y me
contó lo que había sucedido. Una hora después de haber quedado
inconsciente mi madre me encontró y llamó de inmediato a urgencias. Tuve
algunas convulsiones pero no llegué a entrar en estado de coma, por lo que fue
más fácil el trabajo de reanimación. Por un par de semanas no salí del hospital,
me trasladaron al tercer piso que se encargaba de realizar terapias para
personas con enfermedades psicológicas. Allí se encontraba un grupo de
chicos y chicas de mi edad que habían sufrido casos parecidos al mío. Algunos
ya habían intentado suicidarse y otros todavía no, pero la idea de matarse era
algo que les rondaba en la cabeza constantemente. Dentro de ese grupo la
conocí a ella. Una chica de 15 años, pálida y con ojeras grandes pero
portadora de una belleza particular. Se llamaba Rocío.
Rocío fue mi pase de regreso a la realidad. Me hice amigo en seguida, había
una conexión muy fuerte entre nosotros. Según ella le costaba entrar en
contacto con la gente pero conmigo se desenvolvía naturalmente. Su hermano
y su padre habían sufrido un accidente automovilístico en el que su hermano
había salido gravemente herido y su acompañante, muerto. Roció entró en una
depresión muy profunda como yo, pero su madre pudo advertir a tiempo esto y
la mandó a terapia antes de que tratara de matarse. Nos ayudábamos y nos
apoyábamos mutuamente, la mayor parte de mi estadía en el hospital lo pasé
junto a ella. Una semana y media después de empezar el tratamiento de
recuperación me di cuenta de que quería conservar mi vida, solo deseaba dejar
de sentir ese dolor y odio continuo. Aprendí que la felicidad se encuentra a lo
largo del camino y no al final de él.
Unas semanas después regresé a mi casa totalmente cambiado, positivo y
con energía y ganas de vivir el día a día.
Mi madre me recibió con besos, abrazos y sollozos. Me sentí muy culpable
por causarle aquel dolor pero ella estaba feliz de tenerme. Esperé un par de
días para que Rocío volviera a su casa también y volver a hablar con ella como
lo hacía todos los días allí adentro. Comenzamos a salir con frecuencia y en
poco tiempo nos pusimos de novios. Me hacía bien. Era consciente de que a mi
madre le quedaban algunos meses de vida pero me estaba preparando para
ello y mi novia me ayudaba. Sus besos me volvían loco. Estaba completamente
173
enamorado de una mujer con la que compartía un pasado doloroso en común
pero también un objetivo; salir adelante.
Los días transcurrían alegres, comenzaba a mejorar en el colegio y volví a ser
el buen alumno y compañero que era antes. Decidí arreglar la relación con mi
papá y por suerte él también tenía esa intención por lo que no costó mucho
trabajo llevarnos bien. Estaba con mis amigos de vuelta pero cada vez que me
daba cuenta que le quedaba muy poco tiempo a mi madre me ponía muy triste.
Me sentía mejor, pero nunca había abandonado por completo la idea de
suicidarme otra vez, no sabía si lograría soportar la muerte de mi madre.
Un día llegué a mi casa después del colegio muy cansado y caí en la cuenta
de que no había visto a mi novia hacía unos días. La extrañaba, quería verla
para abrazarla con todas mis fuerzas y pasar toda la tarde con ella. Le mandé
un mensaje de texto diciéndole si quería que pasase por su casa pero al cabo
de media hora no me respondió así que la llamé. No atendía al celular, la volví
a llamar pero nadie respondía a la llamada. Tuve que llamar a su casa y me
atendió su madre, tenía la voz ronca y apagada. Le pregunté por Rocío y
escuché al otro lado del teléfono el desconsolado llanto de una madre
devastada. Una madre que el día anterior había perdido a su hija para siempre.
Rocío se había suicidado.
Nunca supe exactamente por qué lo hizo, nadie lo supo. Fue algo sorpresivo
que nos golpeó a todas las personas de su entorno. Sobre todo a mí y a sus
familiares. Supongo que el hecho de no poder volver a ver a su padre nunca
más fue superior a su fuerza de voluntad y no resistió. Usó alcohol y sedativos
que la llevaron a un coma y luego a la muerte. Para mi sorpresa, esto me
transformó. Entendí de verdad el porqué de la vida y su significado. Comprendí
que la vida está llena de obstáculos, algunos más difíciles que otros, pero que
siempre hay una salida a todos los problemas. Aunque la muerte suene
tentadora como solución para acabar con el sufrimiento, en verdad no lo es.
Logré aceptar la idea de que mamá iba a morir en unos meses y aproveché al
máximo el tiempo que nos quedaba.
Ahora con treinta años, una esposa a quien amo profundamente y un hijo en
camino, me doy cuenta de lo mucho que me hubiera arrepentido de haber
concretado con mi suicidio. Fue una dolorosa adolescencia, pero terminó. Cada
aniversario de la muerte de Rocío recuerdo los momentos que viví con ella que
174
aunque pocos fueron decisivos. Gracias a ella puedo contar mi historia trece
años después y sé que allá arriba, donde quiera que ella esté me está
cuidando.
Espero que hayas conseguido la paz que tanto anhelabas, Rocío. Tarde o
temprano nos volveremos a encontrar. “La vida son solo momentos, no la
desperdicies en tristes sentimientos”.
***
Autor: Federico Pasutti, 5º año
Instituto San Román
Acribillado
Se preguntarán quién soy y qué quiero contar. La verdad, quien soy no es
importante porque mi nombre no representará lo que soy ni lo que ocurrió y qué
quiero contar, pues para eso mejor comenzar por el principio porque ¿qué
mejor?
Era tarde, la casa estaba vacía, mis hermanos habían salido y mi madre estaba
de compras. Yo pasaba nuevamente por un momento de reflexión autocritica
algo masoquista. No me perdonaba lo sucedido con mi ex. Había cometido el
error de confundir amistad con amor y eso había provocado dolor. De esto
habían pasado meses pero aun así veía en ella esa mirada de extrema ternura
pero a la vez la sensación de un oscuro y doloroso secreto.
Aunque no era mi estilo, recurrí a esas páginas para solteros que buscan
liberar la temperatura extra que se tiene cargada en un cuerpo sin llegar a la
más mínima formalidad. Abrí y cerré el navegador unas treinta veces hasta que
me decidí, creé mi cuenta, hablé con varias personas plácidamente y con otras
preferí evitarlo porque las apresuradas palabras indicaban que más que, lo que
un caballero busca en mujer cuyo escote roza el suelo, no iba a encontrar.
Esta práctica de navegación comenzaba a alegrarme un poco, porque aunque
no conocía a las personas con las cuales conversaba, sus cálidas palabras me
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animaban un poco. Fui haciéndome de nuevo amigos cercanos a mi edad.
Pero un día me habló alguien que supuse no había revisado mi edad, puesto
que me pasaba por diez. Sin darle importancia, comenzamos a charlar:
hablamos de trabajo, estudios y surgió el tema de la edad. Se sorprendió un
poco y ahí pensé, “Ya está, acá quedó todo”, pero aunque me dijo “Sos un
nene”, seguimos hablando.
A medida que los días pasaban no podía evitar ilusionarme con la idea de que
me gustaba, y más aún porque parecía mutuo. La ilusión se me pegó y aunque
en ese momento no me di cuenta, lo comprendí mas tarde. Una semana pasó y
decidí invitarle a salir a pesar de lo que me costó. Aceptó, mientras soltaba el
comentario, “A vos no te molesta ¿no?, parecerías mi sobrino y podrían
mirarnos extraño”, “No me importa”, dije.
Decidimos vernos el sábado en Starbucks del Shopping Alto Palermo. Tenía
temor, nadie me garantizaba que no fuera gente peligrosa. Llegó el día, estuve
dos horas arreglándome, esperando que se notara el resultado. Allá me
encontraría con dos amigas que harían de guardaespaldas. Me senté alejado
de mis protectoras. Miraba hacia todos lados a ver si reconocía su rostro (nos
habíamos visto por cámara en nuestros chats habituales). Esperé quince
minutos,media hora. Preocupado le envié un mensaje y para mi sorpresa. Me
había cancelado, (digo sorpresa, pero pesimista, sabia que algo malo ocurriría).
Me brotó enojo y dolor. Les avisé a mis amigas, tomé mi sweater y me fui. No
tenía ganas de hacer nada, me sentía tan abatido, ese lugar lleno de gente me
exasperaba. todos sonriendo, contentos y yo ahí como un idiota esperando
como una pieza de ajedrez que quiere ser movida, o más bien como un peón
que sabe que no pincha ni corta, y espera para aparecer en una jugada
kamikaze para desaparecer del juego.
Con ese ánimo llegué casa y me tiré en la cama, evitando pensar en nada, y
obviando las preguntas de mamá “¿Estás bien? ¿Pasó algo?” “Sí, estoy
cansado nomás”. El celular sonó unas 8 veces sobre el escritorio. Finalmente
decidí encender la pc y me conecté. Tres segundos después de conectado me
habló, con un “Hola” (Ni un perdón o disculpa, no, “Hola”, señal de total de
desinterés. Enfermante). Respondí todo de la manera más fría y cortante que
pude. Pero veo: “Disculpá, tenía un trabajo de la facu y no podía dejar de
hacerlo”. Sin emoción alguna le dije que no se hiciera drama, y seguimos
176
chateando. Me despedí cuando fue la hora de cenar y hasta el otro día no me
conecté. Cene y me fui a dormir, supongo que el enojo me había dejado
agotado.
Con el sol del alba, mi ánimo también se había levantado un poco. Salí a
caminar, me sentía bastante bien. Llegué del corto paseo y decidí arreglar para
ir al cine. Pero como bien dicen algunos, después de la calma llega la tormenta.
Me habló y todo lo que dijo fue “Veo que me bloqueaste, igual está todo bien
jaja, como quieras no pasa nada”. Lo leí y quedé estupefacto. Cuando coordiné
para responder algo ya se había ido, le envié un correo. Ese día que había
comenzado tan bien, se había ido por el desagüe. Finalmente me desahogué
por escrito y aunque me arrepentí luego, sentí que me había quitado un gran
peso.
Cinco días pasaron con tranquilidad, hasta que ese mismo quinto día volvió a
aparecer, comenzó disculpándose con la ruptura de su pc. No le creí pero me
alegraron las disculpas. La charla: estudios, trabajo, familia, lo de siempre;
hasta que yo, con una curiosidad asesina, pregunté: “¿Te gustaría salir, de
nuevo, conmigo el sábado a ver una película?”. Según el historial de
conversación la respuesta tardó dos minutos, pero para mí fue como media
hora. Me atormenté diciéndome que era un idiota como para caer nuevamente
en lo mismo, porque le permitía el gozo de moverme a su antojo. Deseaba un
“Sí” porque realmente quería estar a su lado y a la vez un “No” que me sacara
de esos tortuosos laberintos en los que se transformaba mi mente.
Entre ambas respuestas no sabía cuál esperar más, y al mirar la pantalla me
quedé atónito. “No”. Simple, ningún otro comentario, no sabía qué pensar, me
había dado por vencido. No podía escribir nada más, y después de quién sabe
cuánto, vi algo nuevo en la conversación: en estilo cursi como vieja novela de
televisión decía: “No, no quiero. Quiero que vos salgas conmigo, quiero
invitarte yo…”
Nos vimos en el mismo lugar. Pero esta vez fue diferente, cuando llegué él ya
estaba ahí. Lo único que pude llegar a decir fue “Se…” para que me tomar tan
fuerte por la espalda, me alzara, y me silenciara con un beso.
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La reacción de los que estaban allí sentados fue de asombro puro, no solo por
la evidente diferencia de edades, sino por aquello que hacia mi amor con mi ex
algo secreto, algo que aun hoy no puedo confesar en palabras…
***
Autor: Ignacio Piotti, 4º año
Instituto San Román
La inocente maltratada
– ¡Basta! ¡Suéltenme! – se escuchó a una chica gritar.
Su nombre era Sabrina, tenía 22 años, y esa mañana estaba yendo a su
trabajo.
Cinco días después su familia hizo una denuncia porque se había enterado de
que Sabrina no volvía a su casa desde hacía unos días. Ella vivía con su novio
Joaquín, pero él se encontraba de viaje en el Caribe trabajando como fotógrafo
de un hotel. Desesperados y desconcertados por la ausencia de su hija trataron
de buscar pistas, preguntaron a sus amigas, compañeros de trabajo, pero
nadie sabía nada.
Su novio tomó el primer avión a Buenos Aires. Juntos, Joaquín y su familia,
buscaron por las zonas por las que solía andar Sabrina.
En pocos días la ciudad estaba empapelada con fotos de ella y un mensaje que
informaba que había desaparecido.
Una semana más tarde llamaron a la puerta. Joaquín abrió y encontró una caja.
La policía ya le había avisado que ese tipo de cosas podían suceder por eso él
llamó al comisario.
En veinte minutos estaban ahí, con cuidado abrieron la caja y encontraron un
dedo cortado lleno de sangre con una nota pinchada de un alfiler. Decía “Por
cada cartel que pegues en la ciudad tu novia te llegará por partes ”. Joaquín
pudo reconocer el anillo, supo que pertenecía a Sabrina.
Al día siguiente el empapelado que tenía la ciudad desapareció por completo.
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Sabrina había sido secuestrada un martes a las once y media de la mañana. Lo
único que recordaba era estar caminando hacia la parada del colectivo, unos
fuertes pasos atrás, un tirón de pelo, un golpe en la boca del estomago y luego
nada. Despertó días después mientras un hombre encapuchado la golpeó y le
dijo:
– Dale, nena, estás durmiendo hace tres días, ahora tenés que comer.
Se vio en una habitación oscura, enrejada, y por las cortinas de las ventanas
penetraba un pequeño rayo de luz. Cuando pudo despertar del todo vio que
tenía su mano con una gasa llena de sangre. Sentía su corazón palpitando en
su dedo. Se dio cuenta de que no tenía sus diez dedos, le quedaban ocho.
Empezó a gritar. A los pocos segundos llegaron dos hombres, uno de ellos con
un arma, abrió la reja y la poca luz que había se apagó.
Joaquín salió de su auto, estaba estacionando, cuando vio a un hombre dejar
otra caja, tocar su timbre tres veces, y salir corriendo. Lo siguió dos cuadras
Era esperado por un auto, al que se subió. Había otro de donde salieron tres
personas. Joaquín pudo notar que eran dos hombres y una mujer. Los hombres
con rifles y la mujer con un arma común. Joaquín corrió hasta su casa sin mirar
atrás, allí lo esperaba la caja que había dejado el chico que se había subido al
auto. Abrió la puerta lo más rápido que pudo, agarró la caja y se metió. Dentro
de su casa, a salvo, llamó a Petsmen, el comisario, contándole lo ocurrido. A
los veinte minutos llegó. Se colocó guantes de látex y con una pinza abrió con
cuidado la caja, dentro de ella se encontraba otro dedo de Sabrina con otra
nota que decía “Jueves 15/5 23:30 $1.000.000, Gutiérrez y Videla”. Debajo
estaban marcados con un rouge los labios de una mujer. En ese momento no
se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, estaban negociando la libertad de
Sabrina. Ése día y a la hora acordada Joaquín estaba esperando, loco de
nervios. Había conseguido ese dinero alocadamente, pidiendo aquí y allá...
La plaza donde había sido citado estaba solitaria. Reconoció la camioneta
negra de donde se habían bajado los hombres con rifle. Bajó un hombre alto,
morocho, con barba de no haberse afeitado hacía mucho y en su cara
descubierta se podía distinguir una enorme cicatriz en el cuello que recorría
desde la oreja izquierda a la derecha.
179
Su corazón comenzó a agitarse más y más con cada paso que daba
acercándose. Cuando estuvo a tan solo dos metros el hombre le dijo:
– Más te vale no haber venido con la policía, no quiero que esto tan
simple termine en una batalla campal. ¿Dónde esta mi dinero?
Joaquín no respondió pero sí tomó el maletín con la plata, y preguntó por
Sabrina. El hombre le señaló la hamaca: allí había dos personas y una mujer
con una bolsa en la cabeza pero dejando descubierta una parte donde se veía
el cabello rubio. Le dio el maletín y el señor se dio media vuelta y se fue.
Petsmen le había dicho que tendría que esperar a no ver más a las personas
para poder acercarse a su novia, porque ellos estarían monitoreando la
situación y mandarían al instante una ambulancia para que fuera examinada.
Joaquín cuando dejó de ver la camioneta corrió a abrazar a Sabrina, le sacó la
bolsa de la cabeza y gritó:
– ¡Ésta no es Sabrina!
A los pocos segundos como había dicho Petsmen llegó la ambulancia con un
patrullero atrás, la chica estaba drogada y con signos de violencia sexual
inconfundibles.
Sabrina, mientras tanto, había sido llevada a uno de los tantos centros
clandestinos. La llevaron a un cuarto donde solo se podía distinguir una pobre
estufa encendida. Un hombre, comenzó a hablarle en un lenguaje extraño,
como Sabrina no contestaba, con un punzón que había estado calentando le
selló un signo en la espalda, le inyectaron heroína, la maquillaron un poco, le
cambiaron la ropa y la llevaron por un pasillo donde cada un metro había
cortinas separando cubículos. En uno de esos la dejaron. La esposaron a un
caño que sobresalía de la pared. Cada tres horas volvían y le inyectaban más
droga para que nunca saliera del estado de alucinación e intentara escaparse o
persuadir a alguna persona para que la sacara de ese monstruoso lugar.
Cada noche llegaban más de diez personas que buscaban a la más joven,
Sabrina. Ella les daba mucha ganancia y para no poner en riesgo su vida y
muriera por un paro cardíaco, sin anestesia, le extirparon el clítoris. Comenzó a
perder mucha sangre, le tiraron alcohol lo que le provocó espasmos de dolor, le
dieron de comer y la volvieron a esposar al caño.
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No dejaron que cicatrizara la herida y en contacto con personas se infectó.
Pasaron cuatro días, al quinto un hombre se quejó porque supuraba. No
tuvieron más remedio que sacarla de allí e ir a un hospital a que la revisaran.
La llevaron con uno corrupto, acostumbrado a “ver” a esas pobres chicas. Les
dijo que la infección se le había extendido a los ovarios y deberían extirparlos .
Eso fue lo que hicieron, los envolvieron en una bolsa y luego en una caja.
Sonó el timbre de la casa de Joaquín, otra caja había detrás de la puerta.
Esta vez no llamó a Petsmen, quiso abrirla solo. Corrió todos los papeles que
tenía en el escritorio y se escuchó caer una carta. Tenía su nombre, la abrió
“tenes dos días para devolverme la plata que me pediste para poder comprarle
un auto a tu amante, si no te sacaremos algo muy preciado”.
Esa carta había estado sobre la mesa todo el tiempo, la pista que necesitaba
para saber quién y por qué se habían llevado a Sabrina. Esa carta había
estado allí desde hacía tres meses.
Sebastian alias “Lauro”, uno de los mafiosos más conocidos en el mercado
negro, le había prestado $50.000.
Joaquín decidió arreglar los errores. Sabía dónde vivía, tomó coraje y fue.
En el viaje pensó qué decir o hacer. ¿Qué pasaba si Sabrina estaba con
Lauro? Decidió no pensar y actuar.
Llegó a la casa tembloroso pero tocó el timbre furioso. Adentro lo esperaba
Lauro con Sabrina. Ella tenía las ojeras muy marcadas como si no hubiese
dormido por días, se le veían moretones en los pliegues del brazo con finas
punciones; débil, escuálida.
Lauro supo que en alguno de estos días iba a aparecer a buscar lo que le
pertenecía así que le advirtió que si no tenía el dinero no tendría que haber
siquiera aparecido.
Joaquín caminó tres pasos cuando Lauro sacó el arma y le apunto en la
cabeza a Sabrina:
– ¡¡Te volvés a acercar y no la ves más!!
Comenzó una lucha a brazo partido cuando el estallido del arma se escuchó.
Sabrina cayó al suelo, de su cabeza salía sangre. Del ojo podía notarse una
lágrima derramada.
Lauro le dijo a Joaquín:
181
– Ya está, en definitiva vos no la querías, tenés a tu amante así que si no
mencionas esto te dejo ir…
Pero la lucha se reanudó. Otro disparo se escuchó, uno de los hombres de
Lauro había disparado.
Limpió el arma y dejó una nota suicida para Joaquín: “Mate a mi novia porque
me fue infiel y como no le encuentro un sentido a esta vida me la quito a mi
también, la amaba mucho, no lo pude soportar”
La policía sin investigar más dio el caso por cerrado con la carátula de
homicidio culposo y de suicidio.
Muchos cabos habían quedado sueltos… Sabrina siempre sería la inocente
maltratada.
***
Autor: Leonardo Raffaelli, 4º año
Instituto San Román
Va y ven
Mi vida es el trayecto de ir desde mi desapego a la exigencia de mis
viejos. Mientras.. me detengo en las palabras del face, o recurro a la batería o
a la bici dando vueltas por el barrio.
Aquel día venía de fútbol especialmente para tumbarme sobre la cama,
malhumorado. Iba caminando pesadamente y viendo cómo oscurecía.
El partido había sido un montón de todo lo que no había planeado. Las
tres caídas y el vuelco no me dolieron más que el hecho de que me sacaran de
la cancha. Y ¡perder! por cinco contra diez más los cinco que sufrí desde el
banco.
Cuando llegué al final de la cuadra y no tenía otra opción que cruzar,
automáticamente me desprendí de esas desdichadas imágenes que surgían en
mi cabeza como relámpagos. Retomé el uso de la conciencia pero también el
cansancio y la bronca que venía trayendo cuadras atrás. Luego de cruzar,
182
seguí caminando con torpeza y de a poco me fui internando en ese mundo
paralelo que se encuentra dentro de mi cabeza, hasta que de repente tuve la
fea sensación de que algo o alguien me seguía. Me di vuelta con precaución y
disimulo y vi que era un perro bastante parecido a un ovejero alemán. Sin
darle importancia, continué caminando hacia mi casa pero el ruido que
producía su caminar, no cesaba. Preocupado, me di vuelta una vez más y
observé que llevaba en su boca una pequeña pelota. Estaba claro que
esperaba algo de mí. Suelo temerle a los perros de la calle… pero éste…
Sus ojos… y su cola, que parecía un limpiaparabrisas a mil…
Más allá de mi consabido temor o de una sabia precaución, me animé a
sacarle la pelota y arrojarla para que la persiguiera.
¡Bingo! Eso era lo que él quería, pues voló a buscarla y como loco volvió,
esperando el bis.
Fuimos reiterando el juego durante las cuatro cuadras que me faltaban
para llegar a casa y costó en tiempo unas cuadras más.
De dónde sería este perro..., no parecía perdido y se veía bien
alimentado...
Una vez en el umbral de mi casa, ya no había posibilidad de que lo
entrara, y yo tenía que despedirme... Hice que me siguiera alejándolo y
lanzándole bien lejos la pelota para luego desaparecer de su vista. Me volví
corriendo pero él fue más rápido y ya estaba en la puerta. Una y otra vez,
siempre volvía, hasta que se la lancé mucho más lejos y logré meterme en la
casa antes de que me viera.
Me asomé a ver si volvía, y efectivamente apareció y se quedó sentado
esperando. Y más allá de mi voluntad fui una última vez a arrojarle la pelota
asegurándome de tirarla bien fuerte.
Otra vez en casa, me serví algo de beber, busqué el teléfono por todos
lados que había estado sobre la mesa todo el tiempo, y fui al baño.
Me mojé la cara y fui a mirar por la ventana.
Aún seguía allí, en la vereda, con la pelota en su boca esperándome.
Me sentí sin el mal humor, estaba muy asombrado por lo sucedido... y me
dormí.
183
Me despertó mi hermano, y me contó que cuando había llegado a casa,
en el umbral, se encontró una pelota.
***
Autora: María José Suárez, 4º año
Instituto San Román
¿Quién es el culpable?
Judith era una mujer muy coqueta, millonaria y dueña de una gran mansión
situada en las afueras de Washington. Se caracterizaba por su pequeña
estatura, pelo blanco y corto, y ojos saltones disimulados tras unos carísimos
anteojos.
En la década del 40, el negocio de su marido había pasado por el mejor
momento; las ganancias que le había dado en ese entonces, nunca fueron
superadas por ninguna otra empresa, lo que los ayudó a amasar una gran
fortuna. Tiempo después, su marido falleció producto de una fulminante
enfermedad y ella ya no se pudo ocupar del negocio porque le traía muchos
recuerdos, razón por la cual se deshizo de él. Se dedicó a viajar por el mundo,
conocer maravillosos lugares y malcriar a sus nietos.
Era madre de Sandra y Peter, abuela de Albin y Mary, patrona del ama de
llaves Ashley, el chef Joe y el chofer Harry. Además, dueña de su gatita Kate.
Todos muy queridos para ella pero, en algún punto, no todos le
correspondieron ya que, entre ellos estaba su asesino.
La tarea de descubrirlo estuvo a cargo del oficial Jefferson, quien fue el que
debió investigar el caso.
En efecto, una noche muy templada de Junio, aproximadamente a las dos de la
madrugada, una vecina que salió a tomar aire vio movimientos que le llamaron
la atención en una de las habitaciones de la mansión, la que daba a su vista. Si
bien no tenía mucha relación con la anciana, le sorprendió ver detrás de la
ventana sombras que delataban un accionar sospechoso. Se ocultó detrás de
184
unas cortinas y trató de observar todo. Luego de unos minutos, se apagaron las
luces y todo volvió a la normalidad. Bueno, no todo…
Al otro día, muy temprano se escuchó una sirena que atormentó a toda la
manzana. Casey, la vecina, sobresaltada salió a ver de qué se trataba. Y con
gran sorpresa, al acercarse a la ambulancia, vio que introducían en la misma a
Judith, cubierta de sangre.
Sin salir de su estupor, corrió al interior de su casa y su marido, al verla en ese
estado llamó a la policía, la que al instante llegó.
Inmediatamente de escuchar a la vecina, el oficial Jefferson ordenó cerrar
todas las puertas de la mansión y ante la llegada de Sandra, la hija de la
herida,
ingresó al interior de la enorme casa para comenzar con la
investigación.
Sorprendió al oficial el orden que había dentro de la casa, salvo en la
habitación en la que, la noche anterior, Casey había visto extraños
movimientos. había sillas caídas y rastros de sangre en la cortina.
Inmediatamente, Sandra hizo llamar a quienes habían dormido la noche
anterior con su mamá, y el oficial Jefferson comenzó a hablar con cada uno de
ellos, mientras la mujer iba al hospital a ver a su madre.
Por un lado, estaba Peter, su hijo menor que aún vivía en su casa. Él manifestó
que esa noche había estado estudiando hasta la medianoche, luego de lo cual
se había ido a dormir, y no había escuchado ningún ruido durante toda la
noche.
Mientras el ama de llaves, Ashley, irrumpió en la sala y, mirando a Peter con
los ojos llenos de lágrimas, dio la noticia de que había llamado Sandra desde el
hospital para avisar que Judith había muerto.
Frente a ello y por respeto, el oficial salió de la sala y decidió hacer lo propio
con Ashley, descartando su participación en el posible hecho por haberle ésta
manifestado que esa noche había estado con su amiga Lily, en prueba de lo
cual le mostró el ticket de la cena donde se veía la hora: las tres de la mañana.
Una vez afuera ingresó Joe, el chef, un auténtico alemán de gesto adusto, que
muy incómodo ante la situación que Jefferson le presentaba contestó con
pocas palabras y sin dar muchos detalles salvo que él, esa noche, luego de
acercarle un té a su patrona, se había retirado a descansar. Cuando se levantó
para dejar la habitación, el oficial observó que en la parte de atrás de su
185
pantalón se encontraban unas manchas de sangre pero, para despistarlo, lo
dejó ir con la idea de investigar minutos después y no sacarle los ojos de
encima.
Así instruyó a su ayudante, que se encontraba en la puerta de la mansión, que
no permitiera la salida de nadie.
Al día siguiente, en horas de la mañana, el oficial recibió un llamado de Sandra
donde le informaba que un escribano leería el testamento de su madre ese
mismo día a las 7 de la tarde y que ella, Peter y Joe debían concurrir a dicha
lectura; con lo que debía permitir su salida de la casa.
Frente a esto, el comisario debió acelerar su investigación. Concurrió a la
mansión y sin crear sospecha, sin movimientos que hicieran notar su ingreso,
fue en busca del alemán. Al que lo encontró en el sótano, en el momento en
que guardaba en una bolsa hermética una cuchilla.
Inmediatamente y sin que lo viera el asesino, llamó a su ayudante a los fines
que procediera a su detención.
Fue una de las investigaciones en las que el comisario Jefferson tuvo la
certeza, solo al verlo, de que Joe había sido quien la había matado. Más allá de
la mancha de su pantalón y de todas las evidencias.
Según manifestó al contarlo, se dio cuenta porque era típico su enojo al
momento del interrogatorio, típico en los que no tienen la conciencia tranquila.
Pasados los días, Sandra concurrió a la comisaria para agradecerle su gestión
y le contó que su madre, en el testamento, había indicado que se le entregara a
Joe toda su vajilla, acompañada de unos miles de dólares en agradecimiento
por tantos años de exquisita comida y excelente servicio.
Con lo que, todo quedó muy claro del por qué del crimen.
***
186
Autora: Sofía Van Rafelghem, 4º año
Instituto San Román
El último mensaje
Cerré los ojos y me quedé así, recostada en la cama con la esperanza de que
lo ocurrido hacía una horas quedara, por lo menos, unos minutos en el olvido.
Pero no pude y recordé cómo había empezado esa pesadilla de la cual no
lograba despertar.
Ya era medianoche y todavía dudaba entre mirar una película que me había
recomendado Guille o ducharme. Finalmente me duché. Quince minutos y salí
del baño. Como era mi costumbre, le eché una hojeada al celular y respiré
hondo. No había ninguna llamada de él, pero sí dos llamadas pérdidas de
Guille. Me pareció raro porque me había dicho que estaría con Luis, su novio
desde siempre. Yo los había presentado.
La llamé varias veces, pero no respondía. Me relajé y pensé que seguro la
estaría pasando mejor que yo.
Había tenido un día agitado después de enterarme de que mi jefe estaba
despidiendo personal. Me tomé un tranquilizante y a los diez minutos estaba
profundamente dormida.
Me desperté y era tarde. Tarde para lo que yo solía levantarme. Miré la hora:
nueve y media de la mañana. Mi celular marcaba un mensaje de Guille. Me lo
había mandado hacía cuatro horas y decía: “Vení urgente, que voy a hacer una
locura”. Me alteré así que agarré mis cosas, paré un taxi sobre la Avenida
Santa Fe y me fui rápido a su casa. Durante el viaje me quedé pensando en el
mensaje y lo releía como si las letras escondieran algo oculto, un grito de
auxilio o un simple “te necesito, amiga”.
Llegué y admito que estaba aterrada. Acerqué mi dedo al timbre y dudé. Un
vecino entraba al edificio y me dejó pasar pero antes la pregunta:
-¿A qué piso vas?
- Cuarto – le respondí.
187
Creo que se asustó al verme tan pálida, así que me dejó pasar; subí las
escaleras lo más rápido que pude. La puerta del departamento de Guillermina
estaba entre abierta y noté cómo la vecina observaba mis lentos y temerosos
pasos. Me detuve y le pregunté: “¿Pasó algo? ¿Escuchó algo extraño?”.
Ella no respondió pero con un solo gesto dijo más que mil palabras. Me señaló
el departamento de mi amiga. En ese preciso momento di cuenta de que algo
malo le había pasado.
Me senté en la cama y tardé cinco minutos en caer en la cuenta de que seguía
en el mismo día, el día siguiente al que habían asesinado a mi mejor amiga.
Al entrar al departamento percibí el silencio que inundaba la escena. Mis
pisadas se sentían tan fuertes como las de un elefante. La ventana del living
estaba abierta y se veía cómo el viento movía la cortina con mucha fuerza, la
luz que entraba iluminaba el cuadro que ella misma había pintado.
En realidad no sé si quería seguir adelante o salir corriendo pero necesitaba
saber si realmente le había pasado algo malo a mi amiga.
La duda terminó cuando me encontré delante de una escena de espanto. Ella
estaba tirada en el piso de su cuarto, totalmente desnuda, con un chuchillo
ensangrentado cerca de su cuello. Retrocedí unos pasos y empecé a buscar
por todos lados, algo que me indicara qué podía haber pasado, una carta, una
señal, una pista. Una y otra vez volví a revisar en los mismos lugares, pero
nada y, finalmente, encontré algo que me dio un indicio: una carta dirigida a mí
que había estado sobre la mesa todo el tiempo que decía: “Para Claudia”. La
agarré y salí corriendo, con las manos tan temblorosas que apenas podían
sostenerla. En el pasillo me topé con la vecina. Tenía una expresión en la cara
que yo nunca había visto, mezcla de nerviosismo y alivio a la vez. Algo
misterioso ocultaba. Pero realmente, en ese momento, no me interesó hablar
con ella, ni siquiera sabía su nombre. Caminé lento como si no hubiese
entendido que en ese departamento yacía muerta mi amiga de toda la vida.
Volví mi vista atrás y la señora seguía mirándome como si esperara mi
reacción. Me saludó, emitió una leve sonrisa y se metió en su departamento.
***
188
Autora: Ana Paula Britos, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
Secretos
La historia que les voy a contar no es una historia de fantasía ni de
terror. Sucedió hace ya varios años y comenzó así. Cuando estaba en quinto
año de Secundaria, mis amigos más cercanos eran cuatro: Lucas, Cristian,
Félix y el extraño Jonathan. Este último era un chico bueno, pero demasiado
raro para mi gusto. Siempre fue el marginado del grupo. Era un muy buen
alumno, tenía notas altas, pero nunca salía a divertirse con nosotros y no le
conocimos ninguna novia. Hasta llegó a pelearse con Félix porque se había
copiado en un examen. Tenía muchos problemas, tanto físicos como
psicológicos; creo que era diabético, pero eso no importa mucho ahora.
El hecho era que Joni vivía con sus tíos porque sus padres habían
desparecido misteriosamente, o al menos eso es lo que nos había contado.
Con ellos era muy bueno, obediente y respetuoso, pero ese último año había
hecho un cambio muy brusco que terminó en tragedia.
El 20 de septiembre del 2010, Magalí Gómez había organizado una
fiesta en su casa, para despedir el quinto año. Cuando llegamos los cuatro,
faltaba Jonathan, quien nos había anticipado que llegaría un rato más tarde. A
eso de
las 23.45 arribó nuestro extraño amigo, aparentando estar muy
enojado. Luego de aproximadamente dos horas sin decir una sola palabra,
tomó su auto y se fue a toda velocidad. No sabíamos adónde iba, pero no nos
preocupamos ya que él sabía conducir y no era capaz de cometer una tontería.
Al día siguiente, cuando me levanté oí a mi madre hablar por teléfono
muy seriamente con alguien, sin saber quién era. Cuando bajé al living, la
encontré llorando y le pregunté qué había ocurrido.
-Pablo, te tengo que decir algo importante. Sentáte.
- Me estás preocupando! ¿Qué pasó?
- Tu amigo, Jonathan Ramírez.... se mató ayer en un accidente.
- ¿Qué? ¡No puede ser, mamá!
189
-Sí, hijo, estaba conduciendo, perdió el control, el auto se cayó al lago y
murió ahogado.
Me quedé verdaderamente aturdido por la noticia, pero había algo que
no me cerraba. En verdad no sé por qué motivo sentía que Jonathan estaba
vivo.
Al día siguiente, con Lucas, Cristian y Félix fuimos al velorio, que se
hacía en la casa de Carlos y Graciela Ramírez, los tíos de Joni. Estaban todos
sus parientes y el ataúd,
donde estaba su cuerpo. Jamás había ido a un
velorio, me causaba mucha impresión pensar que ahí dentro de ese cajón
estaba mi amigo. En un momento Félix preguntó por qué el féretro estaba
cerrado y la señora Ramírez empezó a llorar desconsoladamente retirándose a
otra habitación de la casa.
Luego su esposo nos explicó que el cuerpo de su sobrino estaba en muy
mal estado y para no causar impresión a las demás personas habían decidido
cerrar el ataúd.
Al finalizar ese encuentro, nos despedimos de sus tíos y nos fuimos.
Mientras estábamos caminando, nos llegó al mismo tiempo un mensaje
a los cuatro, que nos decía:” Conozco su secreto, en todos estos años jamás
confiaron en mí, pero lo descubrí, me costó, pero lo hice. JR”. Al leerlo nos
quedamos asombrados y asustados al mismo tiempo, ya que estaba firmado
con las iniciales JR: Jonathan Ramírez... Pero Lucas pensó que era una broma
y comenzó a reírse nerviosamente.
- Ustedes son tres ignorantes – nos dijo. Esto es una broma, ¿cómo van
a creer que este mensaje nos lo mandó nuestro difunto amigo? ¡Es estúpido el
hecho de pensar eso, chicos! Cristian nos defendió.
-Mirá Luquitas, si es una broma, es de muy mal gusto. Pero además se
refiere al secreto! ¿Quién más puede saber eso?
- ¡Basta Cristian!! No quiero que hables mas de eso,
es cosa del
pasado, lo pasado pisado!!, ¿Está bien?
- Pero..
- ¡¡PERO NADA!!.....
Seguimos caminando y ninguno abrió la boca hasta llegar a casa,
estábamos muy nerviosos. ¿Quién podría saber nuestro secreto? ¿Podría ser
que Jonathan estuviese vivo? ¿O había alguien que quería algo de nosotros....,
190
o que deseaba asustarnos? Muchas preguntas y ninguna respuesta surgía en
mi cabeza.
A lo largo de ocho días nos llegó el mismo mensaje a los cuatro. Al
noveno día Lucas vino a casa. Estaba asustado pues un mensaje le decía con
lujo de detalles cómo había sido asesinado el profesor Pedro Gaetano, nuestro
secreto.
Sí en verdad habíamos matado al maestro. Era muy malo con nosotros,
siempre nos reprobaba o nos tomaba prueba sorpresa. Yo no quise hacerlo,
pero fue por el bien de Lucas. Se había llevado Matemática a marzo y si no
rendía bien iba a repetir y sus padres lo iban a cambiar de colegio. Gaetano le
dijo que las posibilidades de aprobar eran mínimas y lo hacía gozándolo, pues
odiaba a Lucas porque no era muy aplicado. Al escucharlo, la ira de mis
amigos aumentó y decidieron darle un susto al profesor. Obviamente Jonathan
no formaba parte de ese plan, porque era muy buen alumno y no hubiese
querido involucrarse.
A la medianoche fuimos a la casa del profesor Gaetano y lo espiamos
por algunas horas. Cuando se fue a dormir nos pusimos un disfraz de oso e
hicimos un enorme ruido para que saliera a ver qué pasaba. Al salir lo
asustamos, se atemorizó tanto que le dio un paro cardiorespiratorio. Tratamos
de reanimarlo pero no pudimos. Los chicos estaban tan desesperados que se
quisieron ir rápidamente, pero les pedí que me ayudaran a entrarlo a su casa.
Así lo hicimos y luego nos fuimos…
Cuando llegamos el lunes al colegio, todos se enteraron de la terrible
noticia de la muerte del profesor.
Jamás volvimos a hablar del tema hasta que nos llegaron estos
mensajes a nuestros teléfonos.
Estaba en mi cama, alterado, no podía dormir, y me puse a pensar. En
ese momento no me dí cuenta pero más tarde lo comprendí. Llamé a mi
amigos para reunirnos en casa y les hablé acerca de mi deducción:
-Chicos, ¿no se dan cuenta que acá hay algo que no cierra?
-¿De qué hablas, Pablo?, me preguntó Félix.
-El día del velorio, el ataúd de Jonathan estaba cerrado.
-¿Y qué tiene que ver eso?
191
- Que el día de la fiesta, se fue con su auto, se cayó a la albufera, y su
tío nos dijo que su cuerpo estaba destruido. ¿Cómo es posible que el
cuerpo de una persona esté totalmente destruido si el vehículo estaba
cerrado?
Al siguiente día fuimos a interrogar a los tíos de Jonathan. Le
preguntamos nuevamente porqué el féretro estaba cerrado; muy enfadado
nos dijo que ya nos había dicho el motivo. Graciela no abrió la boca. Los
minutos siguientes fueron de discusión hasta que nos sacó violentamente
de la casa.
Nos fuimos sin obtener respuesta alguna.
Cuando estaba anocheciendo tocó a mi puerta Graciela, la invité a pasar
y le ofrecí un vaso de agua o un café, no me aceptó ninguna de las dos
cosas, me comentó que tenía algo muy importante para decirme.
Empezó primero con disculpas. ¡Me pareció tan extravagante que me
pidiera perdón!, pero no la interrumpí para que continuara hablando.
-Pablo, tengo que decirte algo muy importante acerca de la supuesta
muerte de Jonathan.
-¿Supuesta?
-Sí, te mentí. Jonathan no murió.
- ¿Cómo que no murió?
- En realidad, no se encontró su cuerpo, sólo el auto y todas sus
pertenencias, pero el cadáver no fue hallado. Me enojé tanto con la policía
al saber que no pudieron encontrar el cuerpo de mi sobrino! Por eso
cerramos el ataúd, no queríamos preocupar a nadie, lo hicimos por el bien
de todos.
Me quedé tan helado que le pedí por favor a la tía de mi amigo que se
retirara de mi casa. Intentó explicarme, pero yo no quería escuchar nada
más.
Ahora me cerraba todo. ¡Era Jonathan el que mandaba esos mensajes
amenazantes!
Luego de la conversación que tuve esa noche con la señora Ramírez no
nos llegaron más esos mensajes de texto, y jamás les dí explicación alguna
a mis amigos acerca de este enigma. Llegaron a pensar que fue una broma
de alguien que quiso hacerse el gracioso.
192
Pero....aún había algo que no entendía. ¿Por qué Jonathan nos había
hecho eso? La verdad... lo desconozco, pero sé que estoy tranquilo ya que
no volví a ver más a Jonathan y
no recibí nunca más un mensaje
amenazante... al menos por ahora.
***
Autor: Juan Cruz Bruno, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
Asesinada por amor
Hace algunos años en Tenicosquey, pueblo del sur de España, una gran
noticia sorprendió a todos los habitantes. El detective Fabio Carson había
dejado su profesión para dedicarse a un nuevo emprendimiento familiar. Ya
tenía 60 años y consideraba que debía dejarle su lugar a los nuevos detectives
con mayor lucidez y juventud.
El agente se asoció con su mejor amigo de la infancia, Alberto Padilla, y
juntos abrieron una tabaquería que se situaba en el centro del pueblo, justo
enfrente de una casa abandonada, que pertenecía a una vieja bruja, que había
muerto hacía unos meses. Rediseñaron el local, recubriéndolo con madera y
ambientándolo de acuerdo al producto que iban a comercializar.
El policía y su socio se encargaron de la parte administrativa, pero
necesitaban algunos empleados para las ventas. Para esto contrataron a dos
mujeres, una de veinte años llamada Sabina y la otra de veintidós llamada
Alicia. Las chicas tenían mucho carisma, lo cual se vio reflejado al momento de
la venta. Poco a poco el comercio se fue haciendo famoso y las ganancias
fueron aumentando.
Una tarde de invierno, la menor de las empleadas se retiró en su horario
de siempre y Alicia se quedó cerrando el local. Al día siguiente la joven de
veintidós años no se presentó al trabajo y nadie supo qué había pasado. Fabio
llamó a la casa de su empleada pero su madre, la señora Carla, le comentó
193
que la noche anterior no había vuelto a casa. Esto preocupó más aún a su
empleador y provocó que volviera a la investigación.
Comenzó preguntándole a su otra empleada qué había ocurrido pero le
contó que se había retirado al horario que debía irse y su compañera se había
quedado sola, cerrando el local. Esto lo comprobó Alberto a la mañana
siguiente cuando vio las cortinas
totalmente cerradas. A la tarde siguió la
investigación, indagando a las personas que vivían cerca del lugar, empezando
por Don Carlos. Este viejo de setenta y tres años le contó que a esa hora
estaba haciendo la siesta. Luego continuó con un joven de veinticinco años,
llamado Álvaro, que vivía en la esquina de la cuadra. Cuando el detective le
preguntó, le contestó que no había estado en toda la semana y había vuelto
esta mañana de la quinta de su padre que se encontraba a cien kilómetros de
Tenicosquey. El último vecino era una mujer viuda de unos cuarenta y cinco
años. Desde que su marido había muerto, pasaba todo el día encerrada en su
comedor mirando por la ventana. Al ser interrogada, la señora Martha le contó
que todos los días a las 20:05 pm tomaba un baño, por lo que no pudo ver
nada raro pero sí había escuchados los gritos de una mujer. El horario que
había dado la mujer concordaba con la hora en la que Alicia había dejado su
lugar de trabajo. Hasta el momento ésa era la única pista.
Los días pasaban y el investigador Carson no encontraba ninguna otra
huella para seguir con el caso. Estaba a punto de rendirse y dejárselo a otros
profesionales, cuando se le ocurrió una última idea. Tomó rápidamente sus
materiales de trabajo y salió corriendo a la casa abandonada. Dentro de la
misma prendió la linterna y con la otra mano tomó el arma por si se encontraba
con alguien. Recorrió todo el edificio sigilosamente, revisando rincón por rincón
pero siempre con el mismo resultado, las pistas no aparecían.
Cansado y sin esperanza se apoyó en la biblioteca cuando de repente
esta se corrió y apareció un pasillo muy oscuro que parecía no tener fin. Fabio
prendió su linterna nuevamente y comenzó a avanzar lentamente. Llegó al final
del pasillo cuando lo vio, estaba ahí. El cuerpo de Alicia yacía sin vida en el
suelo con tres tiros en el pecho. El detective quedó estupefacto al ver el
cadáver, no podía creer quién podría haber hecho eso. Luego salió de la cueva
y ahí la vio, había estado sobre la mesa todo el tiempo, el arma del asesino
194
junto a una mancha de sangre. El policía tomó cuidadosamente una muestra
de sangre para realizar una autopsia y verificar quien había matado a la joven.
El agente dejó el cuerpo donde estaba y decidió ir a llamar una
ambulancia. Mientras esperaba que llegaran los médicos forenses, dio una
última revisada a la habitación a ver si otra pista aparecía. De repente encontró
una notita en el suelo que decía: “Si no estás conmigo, no vas a estar con
nadie”, por lo que rápidamente dedujo que el asesino había sido un ex novio
de Alicia. En ese momento fue a buscar a la madre de la joven para que le
nombrara los ex novios de su hija. Al rato llegó la ambulancia y le dijo a Alberto
que se quedara con ellos, mientras él iba a interrogar a Carla.
Al llegar a la casa, el empleador de Alicia le contó la triste noticia y la
mujer empezó a llorar desconsolada. Fabio la contuvo y después de varias
horas, ella se tranquilizó. Una vez calmada, le habló de los rastros que tenía y
le pidió por favor que lo ayudara nombrándole los ex novios de su hija. La
señora aceptó sin dudarlo porque quería saber quién era el desalmado que
había matado a la niña. Mencionó tres jóvenes, que habían tenido una relación
con su hija y le proporcionó datos sobre ellos. El investigador agradeció su
colaboración y se retiró a su oficina.
Al día siguiente fue a buscar a los muchachos e hizo tomar una muestra
de sangre de cada uno, para verificar si alguna concordaba con la encontrada
en la escena del crimen.
A los pocos días, el detective recibió los resultados de la autopsia, la
cual decía que la sangre encontrada al lado del arma no pertenecía a ninguno
de los jóvenes. Esto desorientó rotundamente al detective, quien
decidió
consultar otra vez a a madre de la fallecida. Carla le contó que las únicas
relaciones de su hija eran ésas. Explicó que ellas eran muy unidas y se
contaban todo. Podría sin embargo haber sido una relación clandestina o de
poco tiempo. Al escuchar la palabra clandestina, Fabio recordó que había visto
a Alicia con Álvaro, unas noches antes de su muerte.
Rápidamente Carson tomó su auto y se dirigió a la casa del joven. Tocó
el timbre pero nadie respondía entonces tiró la puerta abajo y encontró al
asesino tirado en el piso con una balazo en la frente. Junto a él había un papel
que decía: “Pido perdón por haberla matada, lo hice por amor”.
***
195
Autor: Francisco V. Caporiccio, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
La familia Rosemunt.
Corrían los turbulentos años 30´ y 40´. El mundo se estaba recuperando
de la gran crisis económica de 1929, la cual devastó grandes, pequeñas y
medianas empresas dejando sin empleo a millares de personas que quedaron
en la calle. Más tarde la Segunda Guerra Mundial estallaría con consecuencias
desastrosas. Esto fue la causa para que muchas personas, por la
desesperación de haberlo perdido todo, hubieran tomado decisiones, que sin
saber, marcaron su futuro. Este fue el caso de los Rosemunt, pero para
conocerlos más, debemos remontarnos unos años atrás…
Williams
Rosemunt,
un
gran
empresario
de
la
construcción
estadounidense de la década del 20´, había armado, en esos años, una
pequeña familia constituía por su esposa, Mary Couster de Rosemunt y su
recién nacido hijo, Anthony Rosemunt. Ellos pertenecían a la clase adinerada
neoyorquina. Durante ese período había conformado grandes alianzas en la
rama empresarial, poseía inmensas propiedades y mantenía muy bien a sus
empleados.
Comenzaba el mes de Junio del año 1928. Todo era perfecto para la
familia Rosemunt, el pequeño Anthony ya tenía 7 años y en unos meses
comenzaría la escuela. La señora Mary se ocupaba de la administración de la
empresa y Williams estaba preparando una gira por Europa para poder
expandir su negocio en el antiguo continente, pero había algo que no lo
mantenía tranquilo, este viaje tardaría 4 meses y él nunca había estado tan
lejos de sus seres queridos y menos por esa cantidad de tiempo. Luego de
muchas charlas con su mujer decidió que lo mejor era viajar y cumplir el sueño
de sus ancestros, poder trabajar en Europa.
Partió en un buque Inglés rumbo a la ciudad de Londres exactamente el
14 de agosto de 1928 con tan sólo un maletín y sus ganas de triunfar en otras
tierras. Al llegar allí fue a la sociedad Rosh, una gran compañía de un antiguo
196
amigo de la familia Rosemunt que lo ayudaría a establecer vínculos con
importantes empresarios ingleses y, en menor proporción, franceses. Robert
Rosh fue compañero del padre de Williams en la Marina estadounidense
durante la Primera Guerra Mundial, luego de esta, el señor Rosh se estableció
en Inglaterra para probar suerte y conformó una sociedad con otros soldados
para la creación de una industria farmacéutica, que durante la primera mitad de
la década del 20´ logró gran reconocimiento en Londres.
Robert Rosh le dio algunas direcciones a Williams para que tratara de
introducir su empresa en Inglaterra, uno de esos domicilios era el de Peter
Crashley, un mafioso y estafador, dueño de una gran empresa frigorífica con
gran reconocimiento mundial. Durante la Primer Guerra, Crashley había
establecido grandes vínculos con la mafia italiana para que defendiera sus
buques frigoríficos y llegaran sanos y salvos a América del Sur. Todo esto lo
desconocía el señor Robert Rosh. Al saber que era un gran empresario, se lo
presentó a Williams para que le comentara su situación y pactaron una reunión.
Conversaron unas largas horas y finalmente llegaron a un acuerdo, que a
Williams le resultó muy conveniente pero que a Crashley, sospechosamente no
le ofrecía nada. Crashley lo ayudaría a instalar su empresa en Inglaterra, a
cambio de que Williams se lo retribuyera a futuro. Al haber logrado su objetivo,
Williams retornó a los Estados Unidos y luego de 2 meses de haber partido,
regresó a su casa. Al llegar, le contó a su esposa lo que había conseguido y
ella comenzó a llorar de alegría ya que habían podido lograr lo que sus padres
trataron de realizar siempre, poner un pie en Europa.
Pero ese sueño duró menos que un abrir y cerrar de ojos, en el año
1929 comenzó la peor crisis económica en la historia de los Estados Unidos, la
familia Rosemunt perdió todas sus pertenencias quedándose únicamente con
el terreno que habían comprado en la ciudad de Londres, Inglaterra, que iba a
ser destinado para la construcción de su sucursal. Al tener un hijo de 8 años no
podían quedarse en la calle y decidieron viajar allí con el poco dinero que les
quedaba de la venta de su empresa.
Pasaron los años y la familia Rosemunt ya se hallaba en un mejor
estado, construyeron una casa con la ayuda del señor Rosh y consiguieron un
trabajo en la empresa del mismo, el pequeño Anthony ya había crecido
197
bastante y estaba terminando la escuela primaria, todo estaba volviendo a la
normalidad, hasta que recibieron una visita inesperada.
La tarde del 14 de abril de 1932, el pequeño Anthony se hallaba en la
escuela y sus padres estaban en la casa descansando cuando una persona
tocó la puerta. Williams adormecido, se levantó y vio al señor Crashley con dos
hombres de gran musculatura, vestidos de negro. Abrió la puerta y los tres
sujetos se introdujeron rápidamente en la casa. El señor Rosemunt, sin
entender la situación les ofreció amablemente agua. Sin contestarle, con voz
grave y muy seria, Crashle reclamó su dinero. - En nuestro arreglo te he dicho
que tendrías que devolverme el favor. Mis compañeros, los italianos, necesitan
dinero en este momento y como yo no lo tengo vengo a cobrar la deuda -.
Williams asustado le explicó lo sucedido en su país, cómo había perdido
todo lo que tenía y porqué había decidido ir a Inglaterra, pero a Crashley poco
le importó y ordenó a los dos hombres que estaban con él, que revisaran la
casa en busca de dinero y, que en caso de no encontrar nada, asesinaran a
toda persona que estuviese adentro. Williams corrió a su cuarto y levantando a
su mujer le dijo que se escapara y que se fuera de Inglaterra con Anthony. Los
dos italianos observaron lo que trataba de hacer Williams y golpearon a la
pareja. Los ataron en unas sillas y los asesinaron.
El joven Anthony volvía de la escuela junto con el señor Rosh, su
padrino, venían hablando de lo que había hecho en la escuela en esa semana,
cuando estando a unas cuadras de su casa, el señor Rosh observó a tres
hombres salir de la casa de los Rosemunt con un arma en la mano.
Al
momento no lo entendió, pero lo comprendió más tarde. Reconoció a Crashley
pero no a las otras dos personas. La imagen no fue percibida por Anthony que
seguía comentando su interesante semana de colegio. Rosh, al ver que el auto
se alejaba, fue velozmente a la vivienda para corroborar que todo estuviese
bien, pero al entrar a la casa observo el horror junto con el joven Anthony.
Robert Rosh intentó reanimar a Williams y a Mary pero no lo logró, los
disparos se había efectuado en un lugar específico del corazón que los habían
matado en el acto, mientras tanto el pequeño Anthony había estado sobre la
mesa todo el tiempo llorando.
Durante diez años, Robert Rosh y Anthony buscaron sin suerte el
paradero de Peter Crashley, hasta que se filtró una información acerca de que
198
el asesino había viajado a Alemania para cerrar un trato con los nazis, que
onsistía en abastecerles armas contrabandeadas a cambio de dinero y algunos
bienes.
El pobre Rosh sentía mucha culpa por lo sucedido pues lamentaba
haberle dado a Williams la dirección de ese hombre, ya que unos meses antes
de la visita de Williams a Inglaterra, en la ciudad de Londres se corría el rumor
de que Crashley tenía contactos con la mafia y que no era un tipo fiable. Robert
no se perdonó el olvido de haberle advertido a Williams que tuviera cuidado
con aquel mafioso y decidió terminar con su vida, dejando solo al joven
Anthony , quien con sus veinticuatro años sólo tenía una única cosa en su
mente, terminar con aquél criminal que acabó la vida de sus padres e
indirectamente con la de su padrino y amigo Robert Rosh.
Rosh escribió en un testamento en el cual dejaba todos sus bienes al
hijo de los Rosemunt. Anthony cambió su identidad y comenzó a introducirse
en negocios sucios y turbios, para poder ganarse el respeto y hacer un nombre
dentro de las mafias europeas y sobre todo entre los nazis que era el territorio
preferido de Peter Crashley en esos tiempos.
No tardó mucho tiempo en llegarle a Crashley el nombre del nuevo
integrante de los negocios oscuros europeos y le comenzó a interesar su
causa, por eso decidió arreglar una reunión con Andrew Stevenson (la otra
identidad de Anthony) en Alemania, pero Andrew logró que la reunión se lleve a
cabo en Londres, en una casa abandonada hace diez años y que esa reunión
debía realizarse durante la noche para que la gente no sospechara nada.
Esta reunión se realizó el 23 de septiembre de 1942, como lo habían
arreglado con anterioridad. Los dos integrantes de la cita tenían que ir solos y
durante la noche. El primero en llegar fue Peter Crashley, al entrar observó con
detenimiento la casa y para su sorpresa le parecía conocida aquella vieja
edificación, pero no le dio importancia ya que había llegado Andrew Stevenson.
Comenzaron a hablar de negocios y luego de unas horas Peter se
disponía a irse, al llegar a la puerta, Andrew le partió en la cabeza una botella
de vidrio y Crashley cayó inconsciente en el suelo.
Luego de algunos minutos, Crashley despertó muy aturdido por aquel
golpe, estaba atado a una silla y frente a él, Andrew, mejor dicho Anthony. ¿No te es familiar este lugar?-. Consultó. -¿Quién eres?-. Contesto Crashley.
199
Pero antes que Anthony pueda decir alguna palabra, el señor Crashley observó
sobre una mesa de madera podrida por el tiempo, una foto de una familia que
rápidamente reconoció, en ese momento sintió el miedo recorriendo sus venas
y viendo la cara de Andrew se dio cuenta que era el niño de aquella foto. - Yo
no soy Andrew Stevenson, yo soy Anthony Rosemunt, hijo de Williams
Rosemunt y Mary Rosemunt, ¿te acuerdas de ellos?-, dijo Anthony con una
furia que hubiese ahuyentado a cualquier bestia. Peter Crashley sin contestar
nada supo cual era su destino.
Esa noche se escucharon tres disparos, la policía llegó al lugar y
encontró dos cuerpos tirados en el suelo de aquella casa.
***
Autora: Mariana Cervetto, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
Todo a pulmón
En un amplio y antiguo departamento del barrio de Barracas a
mediados de los 70', todas las mañanas Doña Esther despertaba alegremente
a su hija y juntas entonaban una melodía diferente. La dulce Elena, apasionada
por la música y el arte iba a la escuela N° 7, donde sus compañeros gozaban
de escucharla cantar en los actos escolares. Todos notaban en ella un don
especial, un don que la hacía brillar en el escenario. Durante la tarde ella
tomaba clases de canto, soñando alguna vez poder llegar a cantar en algún
escenario. Lo que realmente la entusiasmaba no eran los deseos de tener fama
y fortuna, sino poder demostrarle al mundo que los sueños se vuelven realidad,
si no se los abandona.
La joven comprendió que no sólo bastaba con aprender a cantar,
también le pidió a su mamá que la llevara a tomar clases de inglés, de
actuación y de baile... pero aún así esto era poco... quería ser la mejor. Fue
esto lo que la motivó un día a presentarse para ingresar al coro de Artistas
Populares del Teatro Colón. Las pruebas de ingreso eran muy duras, los
200
postulantes debían cantar una canción frente a un jurado muy exigente. De las
trescientas personas que se presentaban sólo entrarían cuarenta.
Si bien se preparó con los mejores profesores de su barrio, no pudo con
este desafío. Los nervios la superaron y al escuchar los primeros acordes de la
canción olvidó completamente la letra de ''Todo a Pulmón'', el conocido tema
de Alejandro Lerner. No se perdonó el olvido. Llegó a su casa, llenos de
lágrimas sus ojos. Pasaron días sin comer, sin dejar de llorar. Su mente no
comprendía cómo podría haberle sucedido aquello. Viéndola tan triste su
mamá tocó la puerta de su habitación y para consolarla le acercó un cofrecito
de madera con un candado y una llavecita. Le pidió que guardara ahí ese
sueño y le dijo que Dios y el tiempo sabrían qué hacer con él. Al día siguiente,
comprendió el mensaje de su madre, le entregó la cajita y le prometió que no
iba a llorar más.
Pasado unos años, llegó a graduarse como traductora de inglés y uno
de sus tíos le ofreció una propuesta laboral para trabajar en una reconocida
empresa de Estados Unidos. Cuando estaba empacando su madre le acercó el
pequeño baúl en el que hacía un par de años atrás había guardado su sueño. Nunca te olvides de llevar esto a donde vayas- le dijo Esther. Las dos se
abrazaron y lloraron juntas. Luego envolvió el objeto en su abrigo preferido
para protegerlo durante su largo viaje.
Las primeras semanas en el nuevo país le resultaron duras. Recién
había comenzado el invierno y el frío de las calles de Nueva York la hacía
sentirse sola, aunque su tío la estaba capacitando para su nuevo desafío
laboral. Todo le hacía extrañar el invierno en Buenos Aires, encerrada con sus
amigos en su cuarto tocando la guitarra, o bien tomando mate y mirando la
novela de la tarde con su familia.
Ya se estaba acostumbrando a la rutina neoyorkina, cuando de repente
se encontró con algo que le llamó poderosamente la atención. Vio pegado en la
puerta de vidrio del Hard Rock Café un aviso que convocaba a cantantes
latinos para formar parte de una nueva comedia musical en Broadway. Al ver
esto muchos recuerdos pasaron por su mente. Los años en que tomaba clases
de canto, la prueba fallida, las palabras de su madre, etc. Al llegar al
departamento de sus tíos, entró a su habitación y buscó la cajita donde yacía
guardada la letra del tema que había olvidado. Ésta vez no podría fallar, no la
201
olvidaría de nuevo, porque después de leerla descubrió que las palabras
expresaban lo que verdaderamente sentía en ese momento de su vida.
''Que difícil se me hace,
mantenerme en este viaje,
sin saber a dónde voy en realidad...''
El día finalmente llegó. Esa mañana amaneció rara, una mezcla de
sensaciones la dominaba, pensó que los nervios la invadirían de nuevo, pero
no se rindió. Tomó aire y pensó que todo lo haría a pulmón, con su esfuerzo,
como lo escribió Alejandro Lerner. Durante la espera, charlando junto a otros
jóvenes logró tranquilizarse al ver que muchos estaban en su misma situación.
El momento llegó. -Que pase el siguiente - dijo el asistente
- y entréguenos la pista del tema - añadió. Elena entregó el CD y subió
tímidamente al escenario. Desde abajo la observaban una decena de personas
que murmuraban entre ellos. - ¿Su nombre?- le pregunto el asistente - Elena
Roger- respondió ella. - Muy bien, puede comenzar- le dijo, mientras comenzó
a escucharse la introducción. Mirando fijamente hacia el único reflector que
iluminaba el escenario, hizo suya aquella canción, sus ojos se llenaron de
lágrimas, pero su voz no se quebró en ningún momento.
Al finalizar hubo un gran silencio, sintió que desde abajo los productores
murmuraban entre ellos algo que ella no alcanzaba a escuchar. Se
encendieron las luces de todo el teatro. El asistente se acercó a la fila de
participantes y dijo -Gracias por venir, el casting ha terminado-. Una de las
personas que presenciaba la audición se puso de pié. Se quitó el par de
anteojos negros y la bufanda que lo camuflaba y le dijo -Elena fuiste
seleccionada - para hacer el papel de Evita, ¿Aceptas?- Ella nuevamente se
quedo muda al notar que quien le había hablado recién era Ricky Martin, pero
casi sollozando dijo -Por supuesto que sí, es mi sueñoFelizmente salió del teatro, sentía que caminaba entre las nubes. Se
apuraba para encontrar un teléfono para contarle a su mamá la gran noticia.
Mientras tanto tarareaba:
''Cada nota, cada idea,
cada paso en mi carrera,
y la estrofa de mi última canción,
cada fecha postergada,
202
la salida y la llegada,
y el oxígeno de mi respiración,
y todo a pulmón todo a pulmón''
***
Autora: Cynthia Mariana Cirimele, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Un día por el pasado
Me llenó de curiosidad él, por su forma de observarla, como si no fuese
cualquier persona desconocida que había allí, en sus ojos se notaba que no
era la primera vez que la veía. Estaba sentado sobre el pasto a un par de
metros de Ana. Era morocho, de pelo no tan largo. Sobre una mano tenía un
libro y en la otra unos anteojos. Durante el tiempo en que ella trataba de leer su
novela, Gustavo no había parado de observarla.
La joven se dio cuenta de que era ridículo leer algo en lo que no estaba
prestando atención por lo que decidió cerrar el libro y dejarlo a un lado. Se
acomodó en su silla y comenzó a mirar lo que había a su alrededor tratando de
encontrar algo que la distrajera de aquel hombre que observaba atentamente
cada movimiento que hacía.
Para ser las 6 de la tarde de un viernes, el parque estaba muy desolado,
casi no había gente. La muchacha se sentía incomoda, por lo que se paró,
agarró sus cosas y comenzó a caminar alrededor del lugar. Sabía que a pesar
de tenerlo de espaldas, no la había dejado de observar. Comenzó a caminar
más rápido, había decidido volver a su casa, buscó con la mirada la salida más
cercana y al encontrarla se dirigió a ella a toda prisa.
Ya en la calle, estaba más tranquila. Al llegar a la parada del colectivo,
buscó en su celular, vió la hora y conectó los auriculares en él. Tenía razón, la
203
música es el mejor amigo cuando uno está nervioso. Por suerte el transporte
no tardó en llegar, subió en él y se sentó en el primer asiento sin mirar a quien
tenía al lado.
Este comenzó su rumbo, estaba muy lejos de su casa, por lo general ella
tardaba alrededor de una hora y media en llegar, por lo que se acomodó y
subió el volumen de la música. A las pocas cuadras, sintió la misma mirada de
antes, pero ahora era de más cerca. Giró la cabeza para ver a quien tenía al
lado y lo vió. Era él, empezó a sentirse nerviosa, su corazón comenzó a latir
muy rápido, estaba a punto de gritar.
En cambio Gustavo estaba muy tranquilo, puso una mano sobre la de Ana y
dijo algo que no logró entender a causa de la música. Se sacó lentamente los
auriculares y el joven le dijo:
-No tengas miedo, no voy a hacerte daño.
-¿Qui…Quién sos?- fue lo poco que pudo pronunciar.
-Nadie importante en esta vida.
-¿En esta vida?Comenzó a mirar alrededor, sentía pánico, su cuerpo no le respondía,
sabía que tenía que haber salido corriendo en ese momento pero algo en Ana
no quiso, a pesar del miedo que sentía, también tenía curiosidad sobre aquel
muchacho.
-Es muy difícil de explicar… ¿Crees en las casualidades?
-Ehhh… sí, ¿Pero qué tiene que ver?
-Aunque no lo creas mucho. No es la primera vez que te veo.
En ese momento se asustó demasiado, pensó que no tendría porque
haber entablado conversación, se estaba por parar, pero el colectivo estaba
muy lleno y faltaba mucho para llegar a su hogar, también estaba muy
204
cansada, era el fin de la semana y no había podido dormir nada a causa de su
trabajo.
-¿De dónde me conoces?
-Del pasado. Aunque no lo creas, en una vida pasada yo fui alguien muy
importante, todo el mundo respondía a mis órdenes.
-¿Y qué tengo que ver yo en tu vida pasada?
-Tú cambiaste mi mundo, contigo entendí lo que era la felicidad, llegué a
amarte como a nadie en este mundo.
-¿Y cómo sabes que soy yo?
-Por tus ojos, nunca escuchaste la frase, los ojos son la ventana del alma.
-Sí, pero sigo sin entenderte, ¿Por qué no puedo recordarte?
-A mí también me gustaría saber el porqué… Pero lo único que sé es que fuiste
vos la que me dio una razón para existir y me gustaría saber, si puedes
amarme de nuevo.
-¡Lo…lo siento! ¡Pero no puedo! Es todo tan confuso, no sé quien sos… y
perdón pero no puedo creer en lo que me decís.
Se paró, aunque sabía que faltaba mucho para llegar a su destino, tocó
el timbre y se bajó. La joven quedó aturdida, en ese momento no se dio
cuenta, lo comprendió más tarde, Ana si sabía quién era, de repente
comenzó a ver todo más claro, pero decidió olvida aquel extraño suceso, ya
que era imposible lo que le estaba sucediendo y decidió seguir con su vida.
Se preguntaran quien soy yo, bueno… soy aquel que todo lo ve y todo lo
siente, aquel que aunque no quieras que esté, está. Mucha gente me culpa por
sus errores, pero lo que no entienden es que yo les doy oportunidades para
vivirlas y depende de ellos seguirlas o no, creen que me gusta jugar con sus
vidas y hacerlos pasar malas rachas, pero soy mucho más que eso. Y como
Ana, yo les muestro un camino, a veces el seguro, pero por miedo a lo
205
desconocido decidió no jugar y perder a aquel joven que había sido el amor de
todas sus vidas.
Así que ya ven, no por miedo a errar, hay que dejar de jugar.
***
Autora: Macarena Coronel, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Segundos de oscuridad
Faltaban apenas dos minutos para completar mi locura. Sí, leyeron bien,
tan sólo dos minutos, y por el bien de la humanidad que no se llegara a ese
límite. Esas llaves estaban arruinando desde muy temprano mi existencia y no
aparecían por ninguna parte. Pero no se iban a salir con la suya, no, no y no. Y
ahí estaban, tiradas debajo de mi cama, como era de esperar.
Ah, por cierto, olvidé mencionarles quién soy. Me han bautizado con el
nombre de Isabella Morán, más conocida como Bella. Tengo 19 años y
actualmente me encuentro estudiando en la Universidad de Buenos Aires.
Desde niña, mis padres han cultivado en mí un espíritu artístico admirable. Me
han inculcado la danza, el canto y por sobre todas las cosas, las artes
teatrales.
Era temprano, el sol recién comenzaba a asomarse y mi día se
encontraría muy ocupado. Apenas pisé la puerta de casa supe que ese día iba
a ser diferente. No sé el motivo, pero algo cambiaría mi rutina. Como solía
hacer, me dirigí hacia la parada de ómnibus ubicada en una avenida de la
ciudad. A lo lejos veía aproximarse al colectivo y no perdería mi tiempo, así
que, no me quedó otra opción que correr hasta alcanzarlo. Pero antes de llegar
hasta él, algo inesperado pasó. De un momento a otro pude sentir como mi
mundo se iba desvaneciendo y todo en mí se volvió oscuro. Vi pasar mi vida
entera en apenas unos segundos y poco a poco me alejaba más de la realidad.
¿Nunca sintieron su alma distanciada de su cuerpo? Es algo realmente extraño
206
y que no desearía volver a experimentar. Es hasta el día de hoy que esos
espantosos recuerdos invaden mis sueños por las noches y atormentan mis
pensamientos una y otra vez. Gritos de auxilio y socorro retumbaban en mis
oídos, ráfagas de viento acariciaban mi cuerpo, o al menos, lo que quedaba de
él.
No puedo rememorarlo todo, tengo recuerdos nublados y una gran
laguna en mi cabeza. Hoy, 16 de septiembre del 2009 se cumplen dos meses
del accidente que podría haberme costado la vida. Así es, esa mañana de Julio
no la olvidaré jamás.
- Bella, despierta, por favor, no me abandones. – Pronunció mi madre
ahogándose en llanto y angustia. – Te prometo que todo estará bien, sé que
saldrás adelante, eres una chica fuerte. – Trató de autoconvencerse.
La oscuridad seguía invadiéndome y no se apiadaba de mí. Sentí como
si hubiese estado en una competencia, en la cual el trofeo era mi vida. Sí, por
un lado tironeaban el hilo de la vida los médicos que luchaban por mí, y por
otro lado la muerte no se resignaba a soltarlo, quería llevarme con ella.
Las horas pasaban y los especialistas no notaban cambios favorables en
mí. Yo seguía inconciente y vagando por un mundo desconocido. Mi alma no
volvía a mí, mi mente abría cajones llenos de memorias, las cuales hubiese
preferido cerrar con un candado de por vida, en fin, esa no era Isabella.
Al día siguiente, cuando creían que ya nada tenía solución y los daños
afectarían mi futuro, mi madre, Raquel, logró escabullirse en el cuarto 105 de
aquel hospital y se sentó junto a mí. Tomó mi mano, y besó mi frente. Mi salud
no estaba bien. En ese momento se dio cuenta, lo comprendió más tarde y
suspirando susurró palabras similares a estas:
- Hija, si tú te mueres, sabes que mi vida no tendrá sentido alguno. Vivo
y mato por vos. Sos la razón de mi existir, por favor, no te vayas.
Raro, y no hablo de las palabras de mi madre, si no de lo que pasó
después. Finalmente volví, por fin era yo, la Isabella Morán que todos
conocían. No pregunten a los médicos, no tendrán explicación alguna. Lo único
que sé y de lo que estoy segura es que en ese momento volví de ese túnel
oscuro y apiadante para nacer nuevamente.
207
No valoré mi vida hasta que estuve al borde de perderla. Yo creo que el
principal error humano es vivir porque así está estipulado y no por placer, por
disfrutar cada día algo nuevo y sonreírle a los conflictos.
***
Autor: Fabrizio Di Prinzio, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Un Ángel y un Demonio
Un ángel y un demonio se encontraron. Se contemplaron mutuamente,
quedaron fascinados el uno con el otro, admirando la diferente forma de sus
alas, los distintos colores de piel, los cuernos de uno y el halo del otro.
Un hombre pasó por allí y quedó asustado por las extrañas criaturas que
vio. Al día siguiente volvió a ese lugar con un grupo más numeroso, creyendo
que si se acercaban varios a ellos no los atacarían, pero estos ya no estaban.
Un ángel y un demonio se encontraron. Comenzaron a hablar sobre sus
hogares, sus culturas, sus familias. Pasaron toda una tarde juntos,
conociéndose el uno al otro. Al anochecer se fueron cada uno por su cuenta,
prometiéndose que volverían a encontrarse en la mañana.
Un hombre pasó por allí, y al verlos recordó las conversaciones que él
mantenía con otros hombres. Observó fascinado su diálogo, y aunque deseaba
enterarse sobre qué hablaban, no intervino por miedo a esos seres
desconocidos.
Un ángel y un demonio se encontraron. Ambos habían traído un regalo
para el otro. El de las alas blancas llevaba un arpa, instrumento musical que
utilizaba para armonizar su hogar. El de los cuernos tenía un arco en sus
manos, arma que utilizaba para cazar y en deportes nacionales. Cada uno llevó
el obsequio del otro a su pueblo, que quedó encantado con estos nuevos
amigos y organizaron encontrarse el próximo día.
Un hombre pasó por allí, y reconoció ambos instrumentos, ya que eran
usados en su sociedad. Quiso acercarse a ellos y mostrarles él también algo de
208
su cultura, pero luego recordó que no llevaba nada consigo en ese momento, y
sólo los observó desde la distancia por vergüenza a parecer ridículo. Al llegar a
su hogar dibujó en un papel a ambos y lo mostró en su pueblo. Este quedó
fascinado con las criaturas, y pidió al hombre que volviera allí al día siguiente y
les mostrara un libro, ya que ellos también querían llegar a comprenderlos.
Un grupo de ángeles y un grupo de demonios se encontraron.
Compartieron toda una tarde juntos, y cuando llegó el anochecer decidieron
que en lugar de volver cada grupo por su cuenta, sería mejor que algunos
ángeles acompañaran a unos demonios a su tierra, y que un grupo de
demonios volviera con unos pocos ángeles a su hogar, por lo menos por esa
tarde. De esa forma llegarían a conocerse mejor. Al día siguiente volvieron a
encontrarse, y los que se habían ido con el grupo contrario al suyo tenían
fascinantes historias que contar a los de su especie. Cada uno volvió a su
hogar.
Un grupo de hombres pasó por allí, pero no se atrevieron a acercarse a
los alados porque éstos los superaban ampliamente en número, y tenían
miedo. Al separarse ellos, los humanos se dividieron en dos, unos seguirían a
quienes se dirigían a las montañas, y los otros a quienes se dirigían a los
valles, procurando no ser vistos.
Los primeros escalaron una montaña tan alta que pensaron que
llegarían al cielo. Las ciudades allí estaban repletas de ángeles que portaban
alas blancas. Los hombres documentaron en texto y en dibujos todo cuanto
pudieron observar, y, aprovechando el interés que causaban los seres de alas
negras, tomaron algunos metales y joyas del lugar sin ser vistos.
Los segundos se adentraron en un valle, que eventualmente se
transformó en una cueva subterránea donde hacía un infierno de calor por todo
el fuego que se utilizaba para iluminarla. Allí, los demonios con cuernos daban
la bienvenida a los que llevaban halos, mientras los hombres aprovechaban la
confusión para tomar notas desapercibidos, además de apoderarse de un poco
del combustible que mantenía vivas las llamas.
Al encontrarse de nuevo al día siguiente, los hombres llevaron la
información y los objetos tomados con el resto de su gente, diciendo que
habían sido regalos de ambos pueblos, en lugar de admitir que habían sido
robados.
209
Un ángel y un demonio se encontraron. El de las montañas confrontó al
otro, culpándolo de que su pueblo se hubiera robado sus más preciosos
tesoros. Este lo negó, le explicó que en su pueblo los metales no tenían ningún
valor, por lo que no tenían motivo alguno para robarles, e incluso le ofreció su
ayuda para buscar las joyas desaparecidas. Pero la cultura del ángel le
impedía aceptar las palabras de un ladrón, y lo amenazó con la muerte si no le
eran devueltas sus cosas al día siguiente.
Un hombre pasó por allí y observó la pelea que se producía entre los
dos. En ese momento se dio cuenta. Lo comprendió mas tarde. Las joyas de
las que hablaban eran las que ellos habían traído de su última visita. Cuando
volvió a su hogar tomó cuantas joyas y metales le cabían en una bolsa, y se
propuso devolverlas al día siguiente.
Un demonio llegó más temprano que de costumbre a su punto de
encuentro habitual. Estaba nervioso, ya que nadie en su tierra sabía nada
sobre el tesoro de los ángeles. Mientra pensaba en qué le diría al otro, vio a un
hombre pasar con una bolsa de oro en sus manos. La reconoció como lo que el
ángel le reclamaba, y se acercó a este para quitársela y devolvérsela a su
dueño. El hombre quedó paralizado por el terror al acercarse el ser de los
valles, e intentó defenderse. Cuando el ángel llegó, vio al demonio y pensó que
estaba escapando, por lo que tomó un arco y le disparó. Cuando este cayó
muerto, el hombre dejó caer la bolsa de oro sobre su cuerpo y se escondió. El
ángel encontró el cuerpo de su antiguo amigo con el oro y comprendió que
había sido engañado.
Un hombre volvió a su hogar, pero no tuvo el valor de decir la verdad. En
lugar de eso, explicó que los demonios eran ladrones, malvados y traidores, y
que por eso los ángeles los asesinarían. Los demás pusieron en duda lo que él
había dicho, por lo que decidieron comprobarlo al día siguiente.
Un ejército de ángeles entró a la tierra de los demonios. Al salir, no
quedaba ninguno con vida. Furiosos de haber sido engañados, y entristecidos
de haber perdido a quienes habían considerado sus hermanos, se retiraron a
las montañas y no volvieron a ser vistos jamás.
Un grupo de hombres pasó por allí, y comprendieron que era verdad lo
que se había dicho el día anterior, que los demonios eran malvados, crueles e
210
infames criaturas, en cambio los ángeles eran seres dignos y virtuosos,
sinónimo de todo lo que es bueno.
***
Autora: Belén Díaz Redondo, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
La fuerza del destino
En un pueblo situado en las afueras de la ciudad de Córdoba, vivía un
chico de 15 años, el cual era huérfano y ni siquiera tenía hermanos, por eso su
abuela materna se había hecho cargo de él a los 4 años de edad. Sus padres
habían fallecido en un accidente de tránsito cuando lo estaban yendo a buscar
a un cumpleaños. En ese momento no se dio cuenta, lo comprendió más tarde.
Él era el responsable del fallecimiento de los dos seres que más había amado
en toda su vida. Nunca había hablado de eso con nadie. Pero en este
anochecer helado, bajo la luz de las velas y sentado en el sillón cerca de la
chimenea, comenzó a reflexionar en lo que había sucedido aquel día en que
sus progenitores habían perecido, los recuerdos eran muy vagos, la anciana se
había convertido en el centro de su mundo y le había dado todo su amor, pero
necesitaba saber.
Decidió entonces enfrentar a la mujer con los recuerdos y le dijo que
necesitaba hablar de lo que había ocurrido en aquel momento, casi al borde del
llanto por acordarse de su hija difunta ella le dijo que era bueno que se hubiera
decidido a abordar el tema. El chico buscó dos vasos de agua y una caja de
pañuelitos en la cocina, y luego se acomodó en el diván esperando escuchar la
historia más triste que jamás le hubieran contado.
Así comenzó el relato:
-El accidente ocurrió un día martes por la noche. Ellos circulaban por la
211
ruta. Iban conduciendo hacia la ciudad en donde se había realizado la fiesta de
cumpleaños de un compañerito de tu escuela, como ya conocían la zona se
confiaron demasiado
y aumentaron la velocidad. Había niebla y de pronto
apareció un auto que impactó de lleno contra la camioneta de tus papás. Esta
situación fue narrada por la policía del lugar que fue testigo de los hechos.
La culpa no fue de nadie, o ambos conductores fueron responsables ya que la
niebla se hacia por momentos mas densa y quizás fueron muy temerarios al ir
tan aprisa, ninguno de los automóviles podía ver a larga distancia, por eso
chocaron y los pasajeros de ambos vehículos murieron, salvo una nena de 3
años que iba en la parte trasera del auto y que al igual que vos, tincho, fue
criada por su abuelita. Ellas viven cerca de acá, a unas pocas cuadras, vos
sabes muy bien que el barrio este es muy chiquito. Esto es lo que pasó y te
agradecería que te saques todas las dudas hoy, porque no me gusta recordar
esto.
-No abue, muchas gracias, ya entendí todo.
Esa noche, Martín no pudo dormir bien, pero no pensaba en sus papás, ya
que con el relato había comprendido que él no había sido responsable de ese
episodio; lo que le daba vueltas en la cabeza era esa beba que ahora tendría
14 años, por eso deseaba que amaneciera, para correr a buscarla ya que ella
estaba en su misma situación y podían ser buenos amigos… o eso creía él
ahora.
A la mañana siguiente, consultó la dirección de la niña, se peinó, perfumó y
vistió muy elegante pero sencillo y partió hacia el lugar. Al llegar, y no
animándose aun a tocar el timbre, espió por la ventana y vio a una chica muy
hermosa y a una señora muy viejita sentada a su lado
tejiendo. Por un
momento titubeó, quizás la chica no quería rememorar un hecho tan triste y él
con su sola presencia la obligaría a hacerlo, pero se dio ánimos y llamó a la
puerta. Menos mal que esta vez no le prestó atención a su cabeza, las mujeres
fueron muy amorosas, y lo dejaron pasar, la chica se sintió muy conectada con
Martín desde el principio. Eran como almas gemelas por haber compartido un
dolor tan intenso. Hablaron de un montón de cosas, rieron,
lloraron
y
quedaron en verse al día siguiente.
Con el correr de los meses, los encuentros se hicieron cada vez más
frecuentes, iban siempre a la plaza principal del pueblo, y se hamacaban por
212
horas, charlando de todo. Se sentían muy unidos, no solo por la historia
compartida sino porque eran muy parecidos y tenían una vida similar.
Sus abuelas se hicieron muy buenas amigas y pasaban las tardes juntas
tejiendo y tomando mate, compartiendo ambas los recuerdos tristes y
consolándose mutuamente pero también felices por lo bien que se llevaban
sus nietos y el cariño que iba paulatinamente creciendo entre ellos.
Dicen que no hay mal que por bien no venga, Martín se sentía un poco
culpable por pensar esto, pero sus papás ya no estaban y creía que este
obsequio de la vida era también un regalo de ellos. Había encontrado el amor y
pensaba que por fin iba a durar para siempre.
***
Autora: Melania Espoille, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Los pájaros
Desde hacía mucho tiempo, en el oscuro casco del cielo no volaba
pájaro alguno. Miles sobrevolaban tranquilos, sabiéndose sus dueños. Pero
con la llegada de los hombres y sus armas de fuego letales, toda ave huía
despavorida ante el menor signo de invasores.
Habían arribado hacía más de un año, buscando asentarse en un lugar
adecuado para vivir. Así que cuando encontraron ese pequeño paraíso oculto
de los fuertes vientos y tormentas, siempre al resguardo de los inmensos
árboles que rodeaban el claro, donde el sol brillaba día a día con un hermoso
fulgor, y el río corría limpio y con una pureza inigualable, decidieron que habían
encontrado el sitio perfecto luego de su larga travesía. Formaban una pequeña
aldea de 80 personas, y lograban convivir pacíficamente.
Pero tenían una esencia destructiva, e incapaces de cuidar y respetar el
regalo que la naturaleza les había hecho. En poco tiempo talaron los árboles,
corrompieron el río y se dieron a la caza no por necesidad de sobrevivir, sino
simplemente por la diversión de matar criaturas indefensas.
213
Los pájaros del lugar eran criaturas nobles. Al ver su morada ocupada,
no dieron importancia ya que carecían de egoísmo: el bosque se podía
compartir con perfecta armonía, mas cuando comenzaron las matanzas,
volaron inmediatamente a esconderse en zonas tenebrosas y hostiles, donde
los hombres no se atrevían a entrar por temor. Sin embargo, como no había
recursos para su supervivencia, las aves pronto se vieron obligadas a salir de
allí y volar por los territorios del hombre, impelidas por la necesidad de
alimentar a sus crías. Y cuando esto pasaba, el retorno de la bandada se veía
ensombrecido por la pérdida de algunos miembros.
La reina de aquellas aves era realmente majestuosa. Era inmensa, con
un plumaje de un vivo color rojizo, que parecía encenderse y flamear como el
fuego cuando extendía sus alas, y sus ojos eran amarillentos y destellaban luz
como el majestuoso sol que se escondía. Había migrado hacia el norte en
busca de un lugar propicio para comenzar una nueva vida con sus súbditos,
quienes más que eso eran una familia para ella. Sin embargo, al viajar no
encontró zona más hermosa que su antiguo hogar, y llena de melancolía volvió
a buscar a su bandada.
Una tarde, dos cazadores salieron en busca de una nueva presa, sin
saber lo que les depararía el destino. Decidiendo tomar coraje, se adentraron
en la parte más oscura del bosque, allí donde innumerables veces habían visto
a las aves huir para refugiarse. Pensaban darles caza no sólo a los mayores,
sino también ir esta vez por los más pequeños, y luego alardearían ante todos
de su valentía y su exitosa y abundante cacería. Mientras tanto, los pájaros se
habían escondido en sus nidos, temerosos de la muerte, ya que habían
detectado la cercanía de aquellos hombres. De pronto, la reina apareció,
preguntándose el motivo por el cual todos se encontraban tan asustados.
Un pequeño pichón se había alejado ese día del grupo y de su madre,
la cual no se perdonó el olvido, y cuando todos volaron rápidamente hacia los
oscuros bosques, se encontró repentinamente perdido. Asustado, aleteaba de
un lado hacia el otro. Su pequeño corazón latía apresuradamente, sintiéndose
acechado. Pensaba que los hombres podían encontrarse en cualquier lado,
con sus horrorosos metales que escupían fuego y daban muerte. De repente,
una bala lo atravesó de lado a lado, se desplomó sin vida al suelo y luego se
214
hizo el silencio. Silencio prolongado, aterrador, capaz de erizar los vellos del
más valiente de los hombres de la Tierra.
La reina había estado observando todo desde su escondite, y al ver al
pequeño pichón morir de una forma tan cruel, su alma se llenó de ira y de un
odio profundo. Como un rayo sobrevoló los árboles con destreza. Tan ágil fue
que los cazadores no la notaron, sino hasta que clavó sus ambarinos ojos
sobre ellos, y con un acusador chillido se abalanzó sobre uno de ellos, dando
un picotazo seco en su cabeza y matándolo instantáneamente. El otro,
sorprendido por aquella ave de tamaño colosal, y por su poderoso pico, decidió
no correr riesgos y huyó despavorido a la aldea para advertir a los demás.
Pero el gigantesco pájaro había tenido más que suficiente de aquellos
descarados invasores. Reunió a los más fuertes súbditos, y convocando al
resto de los animales con los que habían convivido en paz hasta la llegada de
los destructores, dio la orden de atacar. Ya no tendrían piedad ni miramiento
alguno con los asesinos.
Los humanos, sin creerle al cazador que había narrado su increíble
experiencia, fueron atacados por todos los animales a los que habían dado
caza. Al encontrarse desprevenidos, fueron rápidamente vencidos y diezmados
por la furia de la naturaleza. Por fin ésta les cobraba la destrucción masiva que
habían provocado. Los sobrevivientes, aterrorizados, se marcharon de ese
lugar cuanto antes.
Al día siguiente, no quedaba rastro de los hombres más que una fogata a
medio extinguir.
Los pájaros comenzaron a salir de su escondite. Hacía ya mucho que
algunos no veían la luz. La reina, majestuosa en su totalidad, desplegó sus alas
y agitándolas sobre el fogón casi extinto, hizo que una ráfaga de humo dividiera
la neblina que se había formado. El cielo se abrió y el sol volvió a sonreír con
sus cálidos rayos. La naturaleza había ganado, y los animales se sentían
orgullosos de haber desplazado el reino de terror de los humanos. Por fin
habría paz, luego de tanto tiempo.
***
215
Autora: Tatiana Giselle Fonseca, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Cegueras de ayer, certezas de hoy
Como todos los días laborales, luego de un ensayo rápido, el reloj parece estar
siempre acelerado por la mañana, de modo que no hay mucho tiempo para
perder. Acomodó los papeles del maletín, se enfundó el saco, se ajustó la
corbata y partió al encuentro del colectivo que lo acercaba a unas cuadras del
trabajo Ese día llegó sobre la hora límite, como solía pasarle siempre... ah... el
trabajo, el estudio, ir y volver de casa, casi sin tiempo para pensar en lo linda
que era la vida a los 25 años...
Y como todos los días, aquella joven que casi compartía su ámbito de labor
estaba allí, atareada como casi siempre. Había una buena relación de amistad,
como la suele haber en muchos lugares donde uno comparte tantas horas de
rutina, además de soportar al jefe, entre memorandums, reuniones y otras
yerbas.
Y así, una jornada tras otra, era cada una de aquellas personas metidas en su
propia vida, sin ver más allá. Sin embargo, muy de vez en cuando a él se le
cruzaba la imagen de esa mirada y en ella imaginaba una inmensa tristeza...
¿tristezas a los 20 abriles?... Esas pupilas hablaban al mirar; pero su lenguaje
no era escuchado ni comprendido por la inconsciencia de la edad juvenil del
muchacho,
Tal vez, sólo tal vez si él hubiera penetrado en ese llamado silencioso, si tan
sólo lo hubiera comprendido antes... tal vez todo habría sido distinto, porque los
ojos son las ventanas del alma humana, por donde escapan los sentimientos
más profundos.
Comprender una mirada es leer el libro interior, pero ese libro nunca deletreado
fue una historia sin final, o al menos, en aquellos años. Y así como todo pasa,
también pasaron esos momentos y luego los meses y los años... entonces la
216
luz de aquella antorcha se apagó para siempre. Después, la vida, los caminos
que se bifurcan y otros brillos que se asoman a cada paso.
De pronto, pasados muchos, muchos años, las vueltas del destino le hicieron
comprender lo que no había hecho en otro tiempo, Casi por casualidad, aunque
sólo existen las causalidades, se le reveló aquella misteriosa tristeza. Dicen
que siempre hay una canción que refleja los sentimientos, las alegrías y los
pesares de cada espíritu. Justo en ese momento revelador, desde algún lugar
se podía escuchar una vieja melodía cuyos versos repetían: "de otros brazos
andarás por la vida, pero tu alma estará donde estoy; por prohibido que sea, no
hay fuerza en el mundo que nos mate este amor"...
En ese momento se dio cuenta… Lo comprendió más tarde.. pero era ya tarde.
Se iluminó el entendimiento, volvieron los recuerdos en gran avalancha, desde
las arenas del tiempo aparecieron la vieja imagen y su melancolía infinita al fin
fue comprendida: aquello no fue amistad, aquello fue un intenso amor no
comprendido, tal vez prohibido por los absurdos prejuicios que nada saben del
verdadero amor.
Él tenía ahora la respuesta a aquella pregunta, pero no podría nunca más tener
esos ojos cerca ni aliviar su nostálgica tristeza.
***
Autora: Macarena García, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
El Terror sigiloso
Cuando el miedo se apodera el corazón de la gente, es muy difícil que
se vaya. Por eso hasta el día de hoy es que muchos no pueden olvidarlo y aún
sienten miedo de que vuelva “El Terror”.
217
Febrero comenzó como cualquier otro mes de receso escolar. El sol
brillaba con toda su intensidad. Se veía niños jugando en las calles y gente
paseando por las calles. Dos hermanas: Amalia y Cristina Bonner de 17 años,
decidieron terminar sus vacaciones la quinta familiar. Durante el trayecto, las
jóvenes iban muy entretenidas, conversando sobre chismes de famosos,
mirando los paisajes, cantando canciones de la radio y comentando proyectos
para su último año en la secundaria. Tras cinco horas arribaron a la casa,
alrededor de las diez de la mañana y desempacaron antes del mediodía.
Decidieron salir a andar en bicicleta y propusieron hacer una carrera. A la
cabeza iba Cristina y a poca distancia la seguía Amalia, quien se detuvo y pidió
una pausa:
- ¿Qué es lo que ocurre?
- Estaba pensando… que acabo de darme cuenta de algo. ¿Sabes quién
vive en la casa de al lado?
- Jamás he visto a alguien. Creo esta deshabitada.
- Siento todo lo contrario, pareciera que…
Pero antes de terminar de hablar apareció Claudio Bonner, su padre,
avisándoles que el almuerzo ya estaba servido.
Durante la comida no se mencionó nada relacionado con la vivienda
vecina. Con el estómago lleno, y cansados por la mañana agitada, hicieron una
larga siesta. Cerca de las ocho de la noche, notaron un olor a asado que y, al
asomarse al jardín, vieron al padre, junto a la parrilla, con su delantal y el
cuchillo en la mano. Fue una agradable cena, llena de anécdotas, chistes y
risas hasta que Cristina se levantó de su silla sobresaltada, asegurando haber
visto algo moviéndose entre los arbustos. Rápidamente las mujeres entraron en
la casa y Claudio, algo asustado, tomó la linterna y se acerco al follaje. Salió de
él una pequeña sombra que corrió y trepó un pino. Al iluminar el árbol,
descubrió un gato negro con ojos amarillos y un collar del mismo color. --Querida, es solo un gato. Pueden salir -.
Las tres dirigieron sus miradas al animal en especial Alicia Bonner, quien
no la apartó hasta que, con sorpresa, exclamó:
- ¡Que raro es ver Midnight afuera, ha pasado tanto tiempo!
Las hermanas preguntaron en coro quién era Midnight.
218
- Verán, ella era la mascota del Señor George Black, vecino de la casa
de al lado. Le era muy fiel, iba a donde su amo iba y nunca se separaban…
pero él murió y no he vuelto a ver hasta ahora a Midnight.
Aunque era algo intrigante su repentina aparición, la familia lo ignoró y
siguió comiendo. Cristina sacó varias veces el tema, haciendo preguntas
ocasionales. Sus padres comentaron que respondieron que Black era un
hombre de poca comunicación, por lo cual los demás vecinos no tenían mucho
trato con él y que, mientras menos contacto tuviesen, se sentían mas seguros,
ya que corría un rumor de que practicaba brujería.
Aunque sonaba algo terrorífica la descripción, los Bonner conversaban
divertidos, ya que pensaban que era sólo un anciano cascarrabias del barrio.
Luego de cenar levantaron la mesa y se dirigieron cada uno a su
habitación, despidiéndose hasta la mañana siguiente.
Cuando amanecieron, los padres escucharon ruidos en la cocina, se
levantaron rápido y no pudieron evitar reírse al ver que sus hijas estaban
preparando algo parecido a un desayuno. Se sentaron a la mesa, cuando de
repente todos reconocieron a Midnight en la ventana. No se habían dado
cuenta de que salía humo del horno y, desesperados, apagaron el fuego y el
gato desapareció. Los padres pidieron más cuidado a las chicas para la
próxima vez que quisieran cocinar. Nadie excepto Amalia relacionó lo ocurrido
con la aparición del animal, pero tampoco lo menciono. Reconocía que ella y su
hermana no eran muy buenas en gastronomía y que eran además algo
distraídas. Pero no fue hasta la noche que comenzó a tener miedo de Midnight,
cuando, mientras trataba de dormirse, escuchó maullidos a través de su
ventana y una caja llena de álbumes de fotos casi cayó sobre la cabeza de su
hermana. Sólo a ella le contó su hipótesis ya que sabia que sus padres no le
creerían.
Desde entonces, cada vez que alguien de la familia veía al felino, algo
malo ocurría. Por ejemplo la tarde del apagón. Claudio desconecto la
electricidad para revisar los fusibles y, al ver a Midnigth, sintió una descarga.
Esa misma noche Alicia buscó unos platos en la estantería y ésta cayó sobre
uno de sus pies. Entonces las chicas contaron su teoría que, sumada a las
219
historias sobre el Señor Black, hizo a la familia temer por sus vidas, por lo cual
decidieron volver a la ciudad, antes de lo previsto.
Ya estaban en el auto, excepto la madre que regaba las plantas.
Mientras la esperaban, oyeron un grito desgarrador y corrieron hacia el jardín.
Allí estaba Alicia, inmóvil mirando fijamente en el rosedal una serpiente junto a
Midnight que, al verlos, salió disparado hacia la vivienda. Lograron ahuyentar al
reptil con una escoba y, llenos de enojo y odio, corrieron hacia la casa de
Black. Lograron encerrar al gato entre ellos y la construcción, pero éste maúllo
como nunca antes. El cielo se nubló, se desató un viento huracanado y el
animal escapó. Decididos a acabar con “El Terror” quemaron la casa y no se
apartaron de ella hasta verla hecha escombros.
La tranquilidad y la paz aparecieron después de tanto tiempo. Entonces
planearon terminar sus vacaciones, como ellos esperaban. Festejaron con un
asado. Mientras Claudio encendía el fuego, Alicia y Cristina preparaban la
ensalada, Amalia se encargaba de buscar los platos, vasos y tensillos.
De repente levantó la cabeza y miró la mesa. Vio en ella una estatuilla
de un gato oscuro con ojos dorados. Se paralizo pero luego corrió rápidamente
hacia la cocina y con la voz entrecortada, le preguntó a su madre desde
cuándo estaba ese adorno. Alicia se quedó sin habla, con la mirada en blanco
hasta que su hija volvió a preguntar, esta vez con voz encolerizada y a los
gritos. Al escucharla, el señor Bonner entró y miro a su esposa para entender
qué ocurría. Después de unos minutos ella dijo:
- No lo sé… ese adorno… se lo regaló George a mi familia hace años.
- ¿Estás segura que no había estado sobre la mesa todo este tiempo?
- Sí, se perdió durante la mudanza, poco antes de que…
- ¿De que George Black… muriera?
Cuando la madre asintió quedaron petrificados. Reconocieron el sonido
suave y familiar fuera de la casa y dirigieron la mirada hacia la ventana, en la
que divisaron la sombra negra en la que sólo se diferenciaban los ojos
amarillos con una cierta expresión de odio.
Ante el asombro de todos, la silueta desapareció y en la ventana, en su
lugar, sólo quedó las estatuita del gato.
***
220
Autora: Camila Graiño, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Confusión y abismo
Yo, testigo de la siguiente historia, pasaré a relatarla, a describirles a este
señor, de pocas pulgas e introvertido pero muy querido por los seres que lo
rodeaban. Hablo de Jepeto, un ser muy especial, que todos admiraban por la
paz que brindaba a la gente al hablar, que siempre tenía una palabra de aliento
para sus conocidos. Trabajaba en una zapatería ubicada al final de la calle
llamada Rosedales justo enfrente de una plaza, en la cual pasaban mucho
tiempo los chicos del pueblo en donde vivía. Siempre que podían, los niños del
lugar, pasaban por su negocio a pedirle dulces que siempre tenía disponibles
para ellos y a escucharlo contar infinitas historias que los mantenían
entretenidos por horas. También, de la misma forma que sus hijos, las madres
pasaban a visitarlo cuando volvían de hacer los mandados, y aprovechaban
para hablar de cómo estaba el barrio o de los nuevos vecinos que habían
arribado al pueblo la semana anterior. Él tenía como una especie de imán con
la gente, cada persona que pasaba por su vidriera inevitablemente terminaba
soltando un agitón de manos o una frondosa sonrisa.
Con respecto a su vida personal del buen hombre, se sabía poco y nada. Los
vecinos estaban al tanto de que vivía en la vieja pero armoniosa casa de la
vuelta de Arenales, pero solo eso. Esta poseía rejas delanteras bajas, amplias
ventanas, por las cuales se podía apreciar el orden que tenia por dentro, y
jardines que mostraban mucha dedicación y esmero. En ellos empeñaba todos
sus domingos y días feriados, pasaba horas y horas poniéndolos en
condiciones. Pero jamás se veía movimiento de gente o familiares que lo
visitaran. Su vida era un gran misterio. Las vecinas chismosas siempre trataban
de sacarle información acerca de su vida personal, pero él, con rebalsante
simpatía, encaminaba la conversación hacia otro rumbo evitando hablar del
tema.
221
Jepeto, cierto día que no sé exactamente, evadió recorrido habitual para
dirigirse a su domicilio, sino que se rumbeo hacia el otro lado del pueblo donde
se encontraba la vieja y abandonada terminal de ómnibus, que tenía visitantes
cada vez que un micro se aproximaba, que era una vez al mes más o menos.
Allí vivían los mendigos o marginados del pueblo con sus cientos de criaturas,
que correteaban por los pasillos sin control de sus padres.
El hombre espero más de media hora sentado en los bancos, comiendo un
sándwich que había comprado al salir de su trabajo. A los minutos arribo un
micro de color naranja, de dos pisos como en los que se ven en la capital. De él
bajo un joven robusto, de tés medianamente oscura, vestido con ropa formal y
con una sonrisa de oreja a oreja. Era su sobrino Lucas que venía desde la
capital a quedarse con su tío por unos meses de vacaciones, ya que había
terminado sus exámenes en la facultad antes de lo previsto. El muchachito
sabía muy bien del oficio del calzado, pero no era precisamente a trabajar a lo
que venía. Le gustaba visitar a su tío ya que este lo complacía en todo lo que
quería y en el pueblo se desconectaba de la vida alocada de la ciudad. Los dos
se fundieron en un afectivo abrazo y pasaron un largo rato charlando acerca de
sus vidas antes de ir a su casa a descansar.
Al día siguiente pasaron todo el día juntos en el comercio, riéndose y
actualizándose acerca de sus vidas. El muchacho le contó acerca de la familia
en la capital, con la cual tenía escasa relación por el tema de la distancia. A
medida que iba relatando las novedades de la familia al hombre se le
transfiguraba la cara. Luego le dijo al joven que salía a tomar aire, pero jamás
regresó. Pasaron días y días y el hombre seguía desaparecido. El sobrino
comenzó a preocuparse y a tratar de buscar una explicación a semejante
hecho. En ese momento no se dio cuenta, lo comprendió mas tarde. El hombre
se había horrorizado al enterarse la noticia de que su hermana había fallecido,
la cual el muchacho contó con total normalidad pensando que estaba enterado
del terrible hecho. Al darse cuenta de lo sucedido, sintió mucha culpa por ser el
causante de la desaparición de su tío y salió a buscarlo por todos los rincones
del pueblo, pero fue en vano porque nadie tenía noticias. Así fue como nunca
más se supo nada en torno a esta ausencia y el comercio y su casa quedaron
totalmente abandonados ya que nadie se atrevía a entrar por todas las historias
fantásticas y supersticiosas que se contaban en los alrededores. La familia
222
jamás apareció para reclamar sus bienes, y todos en el pueblo se preguntan
qué fue lo que pasó con el hombre amable al que todos querían.
***
Autora: Ludmila Grecco, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Un café, un beso
Eran días calurosos en Buenos Aires, febrero sofocaba y se deseaba
con muchas ansias la lluvia. Federico salió de su casa como todos los días a
comprar algo dulce en el kiosco para luego dirigirse a su trabajo. Vestía un traje
gris oscuro, camisa blanca y una corbata oscura con arabescos dorados.
Siempre puntual a la parada del colectivo, pero tarde a su oficina. Chequeó su
reloj y se resignó a llegar retrasado como de costumbre. Seguro le iban a
descontar su presentismo, se maldijo y siguió rumbo a su destino, sin tanto
apuro. Lamentaba tener que escuchar a su jefe que era un hombre orgulloso,
prejuicioso, y cada vez que podía intentaba menospreciarlo. Federico era
contador y trabajaba en un banco desde hacía cuatro años. No era nada feliz
con su empleo, no le gustaba, no soportaba al gerente y no se llevaba bien con
sus compañeros. Fue el último en ser seleccionado en la sucursal de ese lugar,
por eso siguió siendo “el nuevo”.
Noches enteras pasaba sin dormir. En su mente lo sacudían recuerdos
de ilusiones y sueños que tenía de joven. Había estudiado cinco años con tanto
amor y precisión para recibirse de lo que le gustaba, con el propósito de tener
su propio estudio contable y vivir dignamente de lo que él apreciaba, pero el
cierre de una cooperativa, debido a la inestabilidad hizo que perdiera el capital
que con tanto esfuerzo había reunido. Terminó con la sección de avisos
clasificados bajo el brazo buscando empleo y cambiando su diploma recibido
en la UBA por un puesto mediocre en un banco extranjero. Iba a ser
temporario, hasta ahorrar, llegar a lo que necesitaba, y levantarse nuevamente,
pero sin pensarlo, habían pasado cuatro años.
223
Cargaba en forma permanente sobre sus hombros esa sensación de
fracaso que lo hacía alejarse de las personas, se sentía disminuido,
menospreciado, y por eso entablaba pocas amistades, mejor dicho ninguna. Se
había casado hacía dos años con Victoria, una chica que casi no conoció antes
de que quedara embarazada. Ella era linda, aunque un poco insulsa. No tenía
más de veinte años cuando entró al mismo sector que Federico. El día que ella
llevó su curriculum la había atendido él, y al instante simpatizaron. Sólo habían
salido cinco veces antes de decidir el alejarse porque no querían nada serio.
Pero al poco tiempo un test casero confirmaba la llegada de alguien. Luego de
la noticia inesperada, comenzaron a pensar en algo más serio y se gustaron.
Ella era una chica simpática, buena compañera y muy comprensiva. Tenían
gustos parecidos, como la música, el arte y el cine. Visitaban museos con
pinturas abstractas, que disfrutaban juntos. A ambos les gustaba leer, aunque
casi no lo hacían. A veces compartían sus gustos por el tenis, el buen vino, y
por la comida mexicana. Tenían pocos amigos, pero se juntaban a tomar mates
con algunas parejas del edificio donde vivían. Cuando nació Gaspar, él creyó
estar en el cielo, sintió amor y miedo al mismo tiempo. Sabía que iba a ser un
padre bueno, pero le temía a no poder ser un buen padre y dudaba por la
educación que podía darle a su hijo. Él era su vida, lo amaba con locura, verlo
crecer y aprender a hacer cosas nuevas lo colmaba. Con Victoria pasaban
buenos momentos, se sentía contenido afectivamente, aunque no sentía estar
enamorado. A Federico le gustaban los domingos en su casa, cuando
desayunaban los tres en la cama acostados viendo la tele. Era lo más parecido
a la felicidad que había sentido.
Un martes a la mañana, estaba apoyado en el semáforo de Corrientes y
Esmeralda, esperando el colectivo para que lo llevara a la oficina. Estaba por
cumplir treinta en unos días, tenía un excesivo miedo a envejecer y por eso
siempre pendiente de su imagen, de las pequeñas arrugas que le estaban
saliendo a los costados de los ojos, y a las canas que aparecían delatando su
edad. Aunque no ganaba un sueldo muy alto, podía comprarse algunas cosas
que le podían llegar a gustar y por eso se vestía tan elegante. Muy seguido
fantaseaba con cómo sería si Victoria no hubiera aparecido en su vida, si no
hubiera quedado embarazada, y si su hijo no hubiera nacido. Se imaginaba
sólo y feliz con los pequeños detalles de la vida. Conocía poco el placer que le
224
daba el estar solo. Divisó al colectivo acercarse y levantó la mano para que
éste se detenga. Colocó las monedas en la máquina y retiró su boleto. Caminó
hasta atrás como pudo hasta que el tumulto de gente lo detenía. Se quedó
parado, casi hasta dormirse, mirando el amanecer por detrás del obelisco. Un
asiento se desocupó, se sentó sin preguntar si alguien deseaba el asiento,
sacó su diario de su portapapeles y ojeó los títulos parciales de las primeras
páginas. No creía en lo que leía, aseguraba estar comprado por el gobierno,
aunque seguía leyendo desinteresadamente. Su vida era gris, como su traje,
no estaba feliz con su destino, y cada vez que pasaban los días reafirmaba su
teoría de retirarse del banco siendo un jubilado. Sabía que era muy talentoso,
aunque nunca tuvo la oportunidad de demostrarlo fuera de la terapia, pero lo
que más lo colmaba era que en un mes, su hijo iba a comenzar el jardín, y se
sentía orgulloso. Era un pequeño rebosante de alegría, con ojos color miel y
dientitos chiquitos que mordían con amor los brazos de su padre.
Acercándose a Callao, el colectivo se detuvo por un minuto en el semáforo. Allí
la vio por primera vez y quedó cautivado. Cruzaba con un andar sensual
moviendo su cintura al ritmo de una balada, con una elegancia sublime. Era
alta, delgada, fina, y lucía un corte carré color negro intenso. Vestía un traje
color negro, tacos azules que resaltaban su figura, y un pañuelo alrededor de
su cuello. Se había encandilado, había despertado en él sentimientos que
nunca había sentido, sin control de su cuerpo bajó del colectivo. La buscó entre
la multitud de trabajadores con trajes oscuros, no la encontraba y se resignó a
seguir buscando, como hizo toda su vida. Probablemente no le iba a hablar, ni
siquiera emitiría sonido alguno, pero se había quedado tan perplejo que no le
importó. Decidió caminar hasta el banco, no se encontraba tan lejos. Cuando
llegó miró el reloj, eran 16 minutos tarde, pasó por la puerta del gerente
esperando por la reprimenda, pero no había llegado todavía. Se sentó en la
silla de su escritorio y empezó a tirar papeles que no le servían y a archivar los
que sí. En una hoja sobre la pantalla de su computadora había una anotación
que decía, “Almuerzo con Donetti, 13 hs”. Era uno de los mejor clientes del
banco, un italiano prepotente y con pinta de la mafia, que se dedicaba a
exportar alfombras desde Arabia. Antes de partir, revisó algunos papeles,
algunas planillas, hizo unos llamados y se tomó una taza de café con leche
para no comer tanto en el restaurante. Agarró su maletín y tomó un taxi. Entró
225
al lugar de encuentro y miró alrededor para saber si ya había llegado. Lo vio de
frente, estaba allí sentado con actitud soberbia y ordinaria. El tano levantó un
brazo, llamándolo como si fuera un mozo, y corrió una silla al lado suyo para
indicarle su asiento. En el otro lado de dónde le había indicado, se encontraba
una mujer, que sería su esposa. Caminó hacia la mesa, dibujando con esfuerzo
una sonrisa. Le extendió su mano y lo saludó con un apretón. Giró la cabeza
para saludar a la mujer, y ahí estaba nuevamente. La morocha que unas horas
antes lo había cautivado. Se saludaron cordialmente y se sentó. Ella tenía los
ojos color miel, enrojecidos por haber llorado. Su esposo le ordenó que se
vaya. Ella se levantó, sonrió por compromiso y se fue rápidamente. La miró
alejarse, sonaba en su cabeza la balada de fondo de vuelta. El tano
groseramente criticó a las mujeres de su clase, y él intentó cambiar de tema.
Pidieron carne al borde de ser recién mutilado el animal, Federico era
vegetariano, y tuvo que comer por compromiso. Tomaron un café y se retiraron
los dos. Se quería ir a toda costa, ese hombre lo irritaba y lo volvía loco. Salió y
se dirigió por la calle Thames buscando un taxi que lo llevara de regreso a la
oficina. Estaba sobre la esquina, cuando un Camaro modelo 96 color rojo se
detuvo frente a él. Vio bajarse la ventanilla del acompañante y vio que era la
mujer del restaurante, ella le preguntó si se dirigía para el centro, que lo llevaba
y él le contestó que si. La observó con detenimiento durante todo el viaje, y ella
de vez en cuando le clavaba la mirada. Ella esbozó una sonrisa y le dijo, “mi
nombre es Roxana”, se estremeció y le dijo en voz baja con vergüenza, “yo soy
Federico”. Ella le preguntó si estaba apurado, que tenía que pasar por la casa a
buscar su celular que lo había olvidado, él sin pensar en su trabajo le contestó
que la acompañaba. Llegaron a un edificio lujoso, y estacionaron en una
cochera. Salió del auto y él aguardó adentro. Al volver a entrar, se acercó a ella
y le dio un beso. Probablemente el beso más hermoso y apasionado que le
hayan dado en su vida. Al llegar al trabajo se pasaron sus números celulares, y
se anotaron con nombres claves para no ser delatados. Prometieron volver a
verse. Al llegar al banco el jefe lo estaba esperando con furia, a lo cual le
inventó una excusa por su tardanza.
La noche había llegado, y al llegar a su casa se sintió como nuevo. Besó
a Victoria y jugó un rato con Gaspar. Cenaron los tres viendo un programa de
dibujos que le gustaba al nene. Miró desde una perspectiva diferente a su
226
familia ese día, con un aire de felicidad, toda su vida iba a escoger a esas
personas que él había elegido, en ese momento se dio cuenta, lo comprendió
más tarde a su error.
Nunca más se llamaron, aunque ese beso siempre lo recordaría, supo
que no había estado bien lo que hizo, pero no se iba a arrepentir, porque había
cambiado su vida desde ese momento, pudo ver todo desde otra perspectiva.
***
Autora: Paula Guelfo, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Una Historia de luz
Sé que muy probablemente no me crean, pero tengo ganas de contarles
una gran historia. Mi vida era como la de cualquier otra persona, crecí en un
barrio común, fui al colegio y trabajé por muchos años hasta que me enfermé
gravemente. Un momento antes de que pensara que no estaría más en este
mundo, se me presentó un ángel negro. Me propuso algo muy extraño, pero
prometía la vida eterna.
Hoy soy el encargado de terminar con la vida de las personas. La Parca
me arma un listado día a día con los nombres, la hora y el lugar donde debo
apagar la luz de la vida de cada condenado. Cubro toda la zona de Europa del
Oeste. Según el papel de hoy, debo llevarme conmigo a 103 personas.
Realmente no es lo que buscaba para mí éste trabajo. Pero así tengo
asegurada la inmortalidad, siempre y cuando cumpla con mis tareas y no
rompa las reglas estipuladas desde el momento en que pactamos esto. Hasta
ahora, cumplí con todo. Creo que soy el mejor colaborador de la funesta
encargada de acabar con la felicidad humana.
Pero ahora, estoy en un gran dilema y es a esto que quería llegar.
Hace seis días, el viernes, llegó un misterioso nombre a mi lista:
Meredith Grandlake. Era la número 101, en un pequeño pueblo de Inglaterra. A
227
la orilla de un lago estaba citado yo para actuar. Ese nombre que me llamaba
tanto la atención lo llevaba una hermosa niña de 12 años. Su cabello, rubio
platinado brillaba cada vez que el sol la iluminaba, sus ojos color celeste hacían
que me hundiera en su profunda mirada y sus carnosos labios colorados
inundaban mi ser de una inmensa felicidad. Realmente, no pude hacerla caer
en la muerte.
Llegué al lago propiamente dicho, y al verla, se me paralizó el corazón.
Estaba casi en la orilla, prácticamente ahogándose. Juro que nada pude hacer
al respecto, no cumplí con mi propósito. Sé que debo ser frío al ejecutar cada
misión, pero ésta vez no pude. Había algo en mí que lo impidió.
Decidí dejar pasar los días e ir posponiendo el cruel momento en que
debía apagar su luz. Creo que me enamoré de su rostro angelical y sus finos
movimientos. Todos los días la visitaba en el hospital y ella me hablaba, hasta
hoy.
En éste día, mi jefa, me llamó aparte, y me comunicó que si no hacía lo
que debía perdería mi trabajo, y por ende, mi inmortalidad. Estuve muy
indeciso, no podía matarla, pero si no lo hacía moriría yo, complicada situación.
Si bien hice que esté en terapia intensiva, no la maté y ese era mi deber.
Cada tanto la visitaba, estaba en coma, pero entré en su mente y
jugamos, corrimos, cantamos y pintamos juntos, tiene un don impresionante.
Aparentemente, es algo que le apasiona y lo hace muy bien. Cualquier cosa
que ve y la inspira, lo plasma en hojas de papel creando así hermosas obras de
arte. Cómo quisiera estar para siempre con ella, es una niña tan tierna.
Me tomé el día de hoy para reflexionar sobre lo que debo hacer, es
decir, la Parca ya me advirtió, y tendré mi decisión tomada para ésta noche.
Luego de una larga reflexión, ya sé qué es lo que voy a hacer. Ya guardé mis
cosas para ir a visitar a Meredith.
Ahora
que
estoy
en
su
mente,
me
pide
de
jugar,
como
acostumbrábamos hasta hace unos días. Ella no sabe que yo apago la vida de
las personas, pero hoy lo verá.
Cantamos y bailamos como nunca antes, pero llegó el momento de
comunicarle qué era lo que yo venía a hacer. La luz de su tierno e inocente
rostro se esfumó rápidamente, pero le conté que no solo apagaría su luz, sino
que también la mía. En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más
228
tarde. Y lo único que me pidió fue pintarme mientras lo hacia, y así fue. Apagué
la luz de la vida de los dos. Creo que tomé la decisión correcta.
***
Autora: Paula La Blunda, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Ni siquiera dejó la mirada del adiós
Sofía estaba mirando por la ventana del micro. Viajaba hacia Rosario, una
ciudad que conocía desde muy pequeña, puesto que sus padre solían llevarla
todos los veranos. A Sofía le gustaba llevar su cámara y sacar fotos al río, al
centro de la ciudad en la hora en que había más gente, al Monumento a la
Bandera, a la cancha de Newell’s Old Boys y a la de Rosario Central. Tenía un
extraño agrado por la aglomeración, algo que no muchos disfrutan, sobre todo
en un lugar, que si bien le era familiar desde chiquitita, se convertía en una
desconocida para las personas que lo habitaban.
Este viaje que tanto le
hubiera entusiasmado hace varios meses, hoy le parecía casi un calvario.
Un año atrás, retratando a la luna en su punto más hermoso durante la
noche, conoció un chico, pero no de aquellos de los cual una se enamora. Se
vio frente a un muchacho con el cual se complementaba totalmente, como si
fuesen hermanos que hubiesen sido separados al nacer y diecisiete años
después
se
reencontraran.
Compartían
todo,
los
gustos
musicales,
pensamientos, opiniones. Disfrutaban el tiempo que pasaban juntos.
Julián, quien se había convertido ahora en alguien de enorme valor para
Sofía, le había mostrado los lugares más increíbles para fotografiar de su
ciudad. La celaba constantemente, no le gustaba que se acercase a cierto tipo
de chicos que solían rondar por el parque, donde usualmente Sofía pasaba la
tarde sacando fotos a las personas, los pájaros, el atardecer y hablar con ellas.
Un día, precisamente en la mitad del verano, uno de aquellos chicos, respecto
de los cuales Sofía había sido advertida, tuvo la audacia de invitarla a salir.
Ella también estaba muy celosa de las amigas de Julián, y como cometiendo
229
un acto desafiante, aceptó la invitación. Lo ocultó a su amigo para que no se
enojara, o para no generar un conflicto por una simple salida.
Para infortunio de Sofía, (y también de Julián, por cómo acabarían las
cosas) fue vista por su amigo con el otro muchacho.
Sofía volvía a Buenos Aires al día siguiente. Le sorprendió no ver a
Julián para despedirse, y que ni siquiera le hubiese mandado un mensaje para
desearle buen viaje o, por lo menos decirle “chau”.
Sofía se entristeció y preguntándose durante todo ese año cómo una
simple salida había arruinado una amistad que se había construido tan bien y
que se había convertido en una de las mejores y más fuertes en tan corto
tiempo.
Por esta razón este viaje particular a Rosario le disgustaba tanto. Sabía
que en los tres meses que pasaría allí, eran muy altas las probabilidades de
cruzarse con Julián puesto que, como siempre, Sofía llevaría su cámara
preparada para fotografiar la zona céntrica. Sin embargo, mientras estuvo allí
tuvo la “suerte” de no verlo. Pero, por dentro, se preguntaba qué había pasado
con él. ¿Se habría mudado? ¿O se enteró que ella estaba en la ciudad y
prefirió no encontrarla ? Así como éstas, muchas otras preguntas se gestaban
en la cabeza de Sofía, y ella no tenía quién le ayudase a resolver su problema,
porque no conocía a los amigos de Julián, ni sabía dónde vivía o dónde podría
encontrarlo. Así que pasaba los días, fotografiando los lugares dónde mayor
de cantidad de personas podía encontrar, y por la noche miraba las fotos,
tratando de localizar en alguna a su amigo. El fin del verano se acercaba y no
quería mandarle un mensaje. Sentía que lo sofocaría y que su amigo se
enojaría tal vez aún más con ella.
Poco a poco logró olvidarse de él, de los momentos que había pasado
juntos, de las canciones que le recordaban esos momentos y de aquellas que
les gustaban a ambos.
Sin embargo, en la última semana en la que se
encontraba en Rosario, le pareció verlo. Orgullosa como era ella, al igual que
su padre, prefirió tragarse el sentimiento y no mirarlo. Prefirió olvidar los
momentos de felicidad vividos con una persona con la cual se complementaba
en su totalidad a cruzar la calle, tragar su orgullo y tratar de arreglar las cosas.
Eligió olvidar y guardar sus sentimientos.
230
El último día del último verano que pisó Rosario. Subió al micro, sumida
en una muy profunda tristeza, se ubicó en el asiento junto a la ventanilla y,
poniéndose los auriculares para hacer el viaje de vuelta a Buenos Aires, un
poco más entretenido se dispuso a escuchar música. Estaba muy cansada, no
sólo físicamente, si no también mentalmente. Quería irse de esa ciudad y no
volver más, le hacía mal estar ahí. Quería quedarse profundamente dormida y
que, cuando despertase, pudiese reconocer el Obelisco. Pero antes de cerrar
los ojos, miró por la ventanilla y ahí estaba su amigo, Julián, mirándola con los
ojos lagrimeando. Una vez más, Sofía, en un acto totalmente estúpido y
desconsiderado, se dio vuelta en el asiento. Nunca hubiera creído que ella
misma iba a elegir aislarse de una persona que le hacía tan bien.
No se perdonó el olvido de una de las personas más bondadosas que
había conocido, y no quiso volver más. Tenía miedo de volver a la ciudad y
hacerle otra vez daños a una persona que tanto bien le había hecho. Eligió
quedarse en Buenos Aires y los veranos siguientes alternar entre las
provincias, cualquiera menos Santa Fé.
***
Autor: Xavier Mathis, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
El círculo cerrado
Piensa en algún punto de tu existencia que quisieras cambiar, ese
instante en que ya nada volvió a ser como antes, ¿qué pasaría si te dieran la
oportunidad de poder modificarlo? ¿Aceptarías? ¿O rechazarías en un
santiamén toda posibilidad?
Pues es algo parecido lo que me sucedió a mí. Hace ya no sé cuánto
tiempo, todo comenzó cuando entré a trabajar de conserje en un hotel de gran
importancia ubicado en el Centro, por lo que me veía en la obligación de tratar
231
con cientos de hospedados todos los días, y a la vez, mantener actualizada la
base de datos del establecimiento.
Siendo esto así, se entenderá cuando digo que gran parte de la
logística de la empresa dependía de mí. Cuando terminaba el turno, me
reemplazaba Darío, otro igual mío, aunque era más glacial en el trato, resultaba
más efectivo que la mayoría de los de nuestra profesión a la hora de ejercerla,
y si uno lo llegaba a conocer de verdad, se daba cuenta de que no era así
siempre. El caso es que hubo una ocasión en que no pudo cumplir su turno, y
se me pidió que pospusiera mi salida por dos horas, hasta que se arreglara el
problema y se consiguiera a otro urgente para el puesto. La tarea era sencilla,
sólo tenía que hacer un poco de papeleo extra, puesto que él y yo nos
organizábamos diferente.
Al terminar mi turno adicional, y ver que no llegaba mi reemplazo,
pensé que lo mejor era avisar al gerente del hotel, ya que no pensaba
quedarme mucho más tiempo, estaba cansado, anochecía, y al día siguiente
tenía cosas que hacer. Al abandonar mi lugar, le pedí a uno de los tres que
éramos, que me relevara por unos segundos, después de todo, a esa hora no
llegaba ni salía mucha gente.
Cuando llegué a la gerencia, no había nadie, sólo papeles usuales de
una oficina, un café frío sobre el escritorio, y mi decepción al no encontrar a
quien buscaba. Seguramente se había ido al baño: eso es lo que pensé. Más
tarde descubrí la verdad, una no tan sencilla.
El hecho es que cuando me di vuelta para salir, un hombre se interpuso en la
puerta, era de estatura mediana, de hombros anchos, y sombrero (aparentando
ser más alto de lo que en realidad era) que lo hacía ver como un gangsters de
las películas de mafia, pero no con un gesto agresivo, sino más bien
complaciente, me dijo que debía aceptar un regalo suyo, que se lo agradecería
en el futuro. Claro que al principio me desconcertó, no entendí por qué estaba
allí, ni cómo había llegado. Obviamente no se le permitía pasar a cualquiera,
pero me pareció reconocerlo de otra vida, o de algún sueño. En ese momento
el aire parecía cargado de alguna magia poderosa, no sabría distinguir si buena
o mala, pero algo empezaba a cambiar dentro de mí.
-Pero, ¿qué clase de regalo es?-le pregunté dudando de cada palabra, como
si lo que dijera no tuviese sentido.
232
-Es un simbolismo, pero resulta esencial que usted posea esto-me dijo
mientras depositaba en mi mano una argolla bastante común, de un material
parecido a la plata, y aunque su respuesta era lo más simple del mundo, a su
vez, me fue difícil comprenderla.
-¿Y qué se supone que debo hacer con ésto?-le interrogué firmemente,
saliendo de mi trance momentáneo.
-Sólo consérvelo con usted eso es lo que importa, ahora tengo que irme.
-Nada de eso, exijo...-no llegué a terminar mi frase, el extraño levantó su
mano, mientras pronunciaba unas palabras que no llegué a entender del todo,
me sentí demasiado somnoliento, y caí en los brazos de Morfeo de inmediato.
Esto era lo que recordaba luego de tan extravagante suceso, estaba
acostado en el piso, me sentía cómodo, no adolorido quiero decir, de pronto, oí
a alguien detrás de mí que me llamaba por mi nombre de pila, el cual no
mencionaré, cuando me di vuelta, no vi a nadie, pero pude darme cuenta de
que seguía en el mismo sitio, y que debía irme de allí. Hubiera creído que todo
aquello había sido un sueño de no haber estado sosteniendo un anillo, el sujeto
me había drogado de alguna forma, aunque ciertamente no pensé mucho en
eso; el caso es que conservé el objeto preciado siempre conmigo, llevándolo
en el dedo anular, como si me estuviese protegiendo de algo.
Seguí mi vida normalmente, compraba en el supermercado cada
semana, iba a trabajar como si nada hubiese ocurrido, la rutina invariable de
siempre, sólo que cada mañana me parecía el inicio de un día más fabuloso
que el anterior, me sentía renovado, es difícil describir una felicidad de ese tipo,
casi sobrenatural diría yo, hasta una noche en la que estaba fichando, al salir,
divisé entre la gente a ese peculiar personaje.
Dos cuadras lo estuve siguiendo hasta el semáforo, que marcaba rojo,
giró a la derecha en la misma manzana, no supuse que me hubiera visto hasta
ese momento pero algo me decía que debía correrlo, así lo hice. Al final, en la
esquina, miré hacia el lado al que se dirigía, aceleré el paso y le agarré el brazo
derecho. Se dio vuelta, como era de esperarse, yo sólo quería una explicación
racional a lo sucedido la primera vez que lo ví. Fue excepcional ver la
tranquilidad con la que se tomaba el asunto mientras me respondía de la
siguiente manera:
233
-Querido amigo, creo que te debo una aclaración de lo que pasó esa vez-dijo
en forma muy calma para ser alguien que había drogado a su interlocutor-yo,
como muchos de mi clase, tengo una misión que cumplir, en mi caso, ésta era
entregarte ese bien, que aún conservas-inquirió sonriendo, y señalando mi
mano, dejándome aún más perplejo por la importancia que le daba a que aún
lo tenga.
-¿Y por qué debía usted hacer eso?
-Simplemente tenía que hacerlo, era mi deber moral.
-¿O sea que no sabe con ninguna precisión, el motivo de que posea esto?-le
interrogué mientras me sacaba el adorno plateado y se lo mostraba.
-Claro que lo sé, te diré, aunque no me creas o no lo entiendas, en fin, eso
que tú ahora posees, pertenecía a una persona que te amaba mucho, alguien
que ya no camina entre los vivos, y que quería que tengas tan siquiera éste
recuerdo de ella-todo esto me lo decía mientras la ciudad continuaba con su
ritmo frenético, con ese ir y venir de gente, la muchedumbre que no se detiene
nunca, como en un hormiguero urbano gigante-No es que la vayas a recordar,
pero lo único que me dijo fue que cuando estés preparado podrás saber el
secreto que guarda esa valiosa reliquia, mientras tanto, tendrás aceptarla como
es.
-Y se supone que no debo interrogarte de más, ¿verdad?
-No es que sepa otra cosa que no sea lo que ya te dije. De hecho, tú debes
saber más de lo que crees.
-Y qué hay de tí, ¿quién eres?
-Eso tampoco es relevante, creéme, ya sabrás todo cuando sea tu tiempo,
ahora déjame ir, quiero terminar éste asunto tan ajeno a mí, tan aterrador,
puede resultar sólo raro para tí, pero para mí no, me resulta una labor muy
tediosa y lúgubre.
Claro, no entendía nada de lo que me había anunciado, y mucho
menos sus últimas palabras, antes de haber desaparecido entre las sombras
de la metrópolis, una vez más, dejándome con más dudas que verdaderas
respuestas. Ya no me importaba, nuevamente conseguí volver a la
cotidianeidad que me perseguía, pero la alegría espontánea y sin razón
aparente seguía. Así, aparentando que nada ocurrió, viví muchos años, formé
234
una familia, y me jubilé, más tarde me separé, no me arrepiento de nada,
aunque nunca supe qué había acontecido esos días, eso sí, mi eterna posesión
la llevé siempre encima, hasta un momento determinado.
Estaba enfermo, no me dieron más que seis meses de vida, mi salud
empeoraba, no sabía cuánto podría durar, así que me decidí a preparar mi
testamento, para ello, me saqué ese círculo brillante, era de las pocas veces
que lo hacía. Lo acertado a mi punto de vista fue dejarle todo a mi ex esposa,
que, por más que no se perdonó el olvido, (yo sí se lo hice) por el cual
estuvimos muchos años distanciados, pero aún la quería, y esa era mi última
muestra de afecto, la más personal fue dejarle mi amuleto, no tenía mucho más
que eso para ofrecer.
Seguí esperando a la muerte, quizás sea la respuesta a tantas
preguntas, aún más de las que me haya formulado hasta ahora, sólo espero
encontrar a aquel ángel protector que me envió aquello que me causó un
cambio que influyó mucho en mi vida, si no lo hubiera poseído, mi vida hubiese
tomado otro rumbo, pero eso es para otro relato, solo espero que éste escrito
sea también un punto de partida para un cambio en otra vida, y ya he contado
demasiado a un extraño una historia que nadie más que yo conocía, hasta la
lectura de ésta carta.
***
Autora: Lucia M. Papagni Baluzzo, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
El amor es más fuerte
Marta y Ricardo se conocieron durante su adolescencia. Ambos iban a la
misma secundaria en el barrio de Caballito y desde entonces se sintieron
atraídos entre sí. Sus compañeros lo notaban y se lo hacían saber. Las amigas
le preguntaban a ella que sentía por él, y los compinches del chico le insistían
en que avanzara, que a los dos les pasaba lo mismo y que se notaba que
querían estar juntos Así fue como Marta le declaró su amor y el aceptó que
235
sentía lo mismo. Luego de un tiempo comenzaron a salir. Al ser una pareja
joven experimentaron todo juntos, pasaron por miles de momentos nuevos para
ellos, sensaciones raras que nunca habían sentido, problemas que supieron
sobrepasar y de esa manera demostraron que su relación era más fuerte que
cualquier otra cosa.
Marta pertenecía a la clase alta de la sociedad, su padre era juez de la
Nación y tenía mucho poder, además de ser una persona muy reconocida.
Era una chica de estatura media, rubia de pelo largo, lacio y suave como
la seda, ojos transparentes como el agua. Era una joven extrovertida, muy
sociable, decidida e impulsiva.
Ricardo era el heredero de una gran cadena de comidas rápidas, su
familia pertenecía a la elite de la sociedad. Se caracterizaba por ser un joven
muy atractivo, alto, de contextura atlética. Tenía pelo castaño claro y ojos color
caramelo. A diferencia de Marta era tímido, de pocos amigos pero de los que
están siempre que se los necesita. Era temeroso y siempre pensaba en las
consecuencias que podrían traer ciertos cambios.
Comenzaron su relación a los dieciséis años, se amaban y eran felices.
Cumplida la mayoría de edad se fueron a vivir juntos en el mismo barrio que
los vio crecer y que era partícipe de su amor. Además allí no se alejarían de
sus padres y estarían cerca de la facultad. Alquilaron un departamento con dos
habitaciones, compraron el somier, la heladera, el juego de muebles y sillones.
Prácticamente tenían su hogar completo. Habían puesto todas sus esperanzas
en esa convivencia, en que fuera algo mágico como lo que habían soñado
durante cinco años.
Pasado un tiempo ya se habían establecido completamente. Un día,
mientras Marta compraba cuadros para decorar su casa, comenzó a sentirse
mal y se desmayó. Rápidamente la gente que estaba a su alrededor la asistió
y llamaron a la ambulancia que llegó a la brevedad para trasladarla al hospital.
Cuando recobró el conocimiento, y luego de hacerle los chequeos de control,
los doctores le preguntaron si era la primera vez que le pasaba eso por lo que
ella respondió que en varias oportunidades se había sentido así, en ese
momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, estaba embarazada. Así
es que casi nueve meses después, la pasión dio sus frutos y llegó Diego a la
casa trayendo felicidad y unión a la pareja.
236
Meses más tarde llegó la gran propuesta, Ricardo invitó a comer a su
mujer a un restaurant de Puerto Madero. Había reservado una mesa para dos
junto a un gran ventanal desde el que se veía el río. Cuando se presentaron en
el lugar estaba decorado de manera muy sencilla, demostrando su simplicidad
y elegancia. Comieron, rieron y hablaron sin parar, hasta que el momento más
importante de la noche se hizo presente. Cuando estaban por el postre el novio
sacó del bolsillo de su saco una pequeña cajita roja y, ante la mirada
asombrada de Marta, la abrió dejando ver una alianza dorada con
incrustaciones en piedras preciosas. Las lágrimas brotaron de los ojos de
Marta. Las palabras estaban de más y ambos se dispusieron a colocarse el
anillo y besarse.
La mañana siguiente comenzó como de costumbre, pero nadie se
imaginaba que iban a suceder tantas cosas. Fue un día de sucesos buenos y
malos.
Ricardo llegó como todos los días a su trabajo. Había entrevistas ya que
estaban en busca de nuevas secretarias. La fila de postulantes era muy larga,
por lo tanto la jornada iba a ser extensa y muy dura. Pasadas seis horas eran
alrededor de trescientas las entrevistadas. Cuando estaban por terminar las
esperanzas de encontrar a alguien que, realmente tuviera las capacidades que
se necesitaban para el puesto, casi no existían… hasta que apareció Romina.
Ella había sido compañera de secundaria de Marta y Ricardo. Había tenido una
corta pero intensa relación con quien podría llegar a ser su nuevo jefe. Romina
era una mujer muy elegante, femenina y con un estilo definido. Alta, muy
delgada y con buena figura, sus ojos eran color caramelo y su pelo castaño
claro, largo y con ondas. De entre todas las postulantes ella fue la elegida y
comenzó su tarea la jornada siguiente.
Por su parte Marta emprendió los preparativos de su boda, ya que no
quería dejar ningún detalle librado al azar. Comenzó con la búsqueda de
alguien que la ayudara con el salón y los shows de la fiesta. Todo era felicidad.
Después del día agotador, llegó a su hogar dispuesta para contarle las noticias
a su prometido y darle una sorpresa. Sin embargo la sorprendida fue ella,
frente a su mensaje. Por éste se enteraba de que había contratado a su ex
pareja. Se puso celosa, pelearon y las cosas no terminaron bien.
237
Romina comenzó a trabajar y los problemas acosaron a Ricardo. Su
antigua pareja no venía solo en busca de trabajo… Además las tareas de la
nueva secretaria implicaban que ambos pasaran mucho tiempo juntos, lo que
ponía más celosa a Marta. Al regresar a casa, su mujer lo esperaba con la
cena servida, dispuesta a charlar para arreglar el conflicto. Luego de acostar a
Diego, Ricardo le explico las cosas y el problema se solucionó debido a que
todo quedó aclarado.
Ocho meses después, con todas las dificultades resueltas, a la espera
de un segundo hijo y más felices que nunca, llego el gran día. Ya estaba todo
listo para el casamiento. Los invitados, el ramo, el vestido color manteca,
bordado con piedras, el traje del novio, el salón y el show. La novia estaba
resplandeciente, su cuerpo lucía perfectamente el diseño, peinado y maquillaje.
Ricardo por su parte llevaba un traje negro de diseño con una camisa blanca y
corbata negra con unas pequeñas rayas en gris oscuro. El hijo estaba
elegantemente vestido, combinando con el estilo del padre.
La fiesta salió a la perfección. Los invitados disfrutaron muchísimo del
evento, pues todo había sido realizado con mucho esmero y preparación.
Lograron realizar el evento de sus sueños, el mejor recuerdo para cerrar otro
capítulo de su historia de amor.
***
Autor: Gastón Parente, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
La vida en una sola decisión
Una tarde lluviosa en el barrio de Westminster, Inglaterra, el detective
Patrick Coleman estaba en su despacho terminando sus últimas anotaciones
del día. Al concluirlas, tomó su saco y el paraguas, y abandonó su lugar de
trabajo. Al salir, emprendió el camino de regreso a su casa, que quedaba a tan
sólo tres cuadras de allí, viéndose obligado a correr ya que el agua caía cada
vez de forma más violenta. Al llegar a su residencia, miró hacia la vereda de
238
enfrente y observó una mujer que tenía el rostro golpeado sentada en un
banco. Patrick intentó ayudarla pero, al verlo acercarse, se alejó de él. El
agente la perdió de vista a causa de la intensa lluvia, y entonces entró a su
hogar. El joven detective, de 25 años, había quedado preocupado por aquella
pobre dama pero ya nada podía hacer. Como todos los días, revisó su correo
electrónico, pero esta vez encontró un mensaje proveniente de una mujer
llamada Elizabeth Alerni, que decía: “Detective, me dirijo a usted para solicitar
sus servicios. Soy la señorita a la que usted quiso socorrer esta tarde. Tengo
entendido de que es excelente en su trabajo y deseo confiarle mi caso.
Posiblemente, mañana por el mediodía lo visite en su oficina”. Tras leerlo, se
fue a dormir pensando en lo sucedido.
Al día siguiente - eran las doce y media del mediodía - Coleman aún se
preguntaba por aquella extraña joven, cuando se oyó el timbre. Espió por el
mirador y quedó impactado al ver una muchacha de pelo rubio, ojos celestes y
labios carmesí. Sus heridas no alteraban su belleza, que lo había dejado sin
palabras. Treinta segundos más tarde, reaccionó y abrió la puerta. Ambos se
saludaron cordialmente y el detective la hizo tomar asiento. Ella le presentó su
caso. Tenía 30 años y había sido agredida brutalmente en la calle por un
hombre desconocido. No sólo la golpeó, sino que también la amenazó con
volver a atacarla. Luego de aquel episodio encontró en su casa una nota que
decía: “Vete de aquí o sufrirás aún más”. Allí fue cuando huyó y se sentó en el
banco donde Patrick la había visto. Había pasado la noche en una posada,
pero no tenía más dinero ni dónde vivir.
El detective, que se sentía atraído por la joven, le ofreció pasar unos
días en su casa, ya que tenía una habitación libre. Los dos comenzaron a
prepararse para trabajar juntos en el caso.
Los primeros días se concentraron en entenderse y conocerse bien entre
ellos mismos, de manera complementarse mejor en la tarea. Al quinto día de
convivencia en la agencia, el oficial y la hermosa rubia comenzaron la
investigación. Elizabeth dibujó lo mejor posible al criminal en una hoja. Era alto,
con ojos sobresalientes, barba extensa e imponentes orejas. El detalle más
destacado era el tatuaje de una cruz negra su brazo derecho, que tenía tres
iniciales:
V.P.O.
Ella
había
notado
que
el
tatuaje
era
reciente.
Pensando que el golpeador estaba en la ciudad, el investigador revisó
239
todos los locales donde realizaban esa clase de servicios hasta que, en el
último de ellos, le preguntó al dueño del comercio por el tatuaje y éste le dijo
que esas siglas significaban “Vivir para odiar”. Le informó también que el
hombre que se lo había hecho era un borracho del barrio llamado John Barry.
Suponiendo que frecuentaba a sitios para beber por las noches, Patrick y
Elizabeth decidieron que lo mejor era revisar la mayoría de éstos. Cuando ya
estaban resignados por no encontrar al hombre, descubrieron un bar, cuyo
nombre era “Vivir para Odiar”. Los dos jóvenes entraron y pidieron unos tragos
mientras observaban. El detective observó un hombre, con la imagen grabada
en su brazo y un rostro similar al retrato de Alerni, atravesando una puerta, que
daba a la parte trasera del local. Se dirigió hacia ella y, sin abrirla por completo,
pudo ver a cuatro hombres que tenían esas iniciales en alguna parte de su
cuerpo.
Intentó
escuchar
su
conversación,
pero
en
un
movimiento
desafortunado, hizo un leve ruido con la puerta que alarmó a los borrachos.
Coleman escapó del lugar junto con su Elizabeth. Al llegar a la casa,
exhaustos y con adrenalina, les resultó inevitable seguir conteniendo la
atracción que ambos tenían y el amor salió a la luz. Vivieron una noche de
pasión que ninguno de los dos olvidaría.
El detective entendió que se había involucrado seriamente con aquella
mujer, lo cual no era bueno para su trabajo ya que se comprometería más de lo
necesario.
Al día siguiente,
como los dos conocían el paradero del criminal, el
agente contrató policías que colaborarían con su arresto. Llegado el horario, el
operativo estaba listo. Patrick, junto con Elizabeth y ocho de los mejores
policías de la ciudad, fueron al bar en busca del hombre que tanto dolor le
había causado a la muchacha. Entraron en aquel sitio y quedaron sorprendidos
al ver que estaba vacío, no había rastros de alguna persona.
Indignados, abandonaron el lugar. Habían perdido el rumbo de la
investigación.
Pasaron cuatro días de aquel plan fallido sin encontrar ni una pista.
Ambos estaban resignados, hasta que a Coleman se le ocurrió una nueva idea.
Comenzó a buscar en internet sobre la organización “V.P.O.” y logró encontrar
una página privada en la cual se permitía la unión de nuevos miembros al
grupo. Allí desarrolló una nueva estrategia. Se haría pasar por un chico judío
240
huérfano que quería ingresar a la organización; una vez dentro daría la orden a
los policías y a Elizabeth, por medio de un llamado telefónico, para que
entraran por la fuerza y arrestaran al criminal.
Pusieron el proyecto en marcha. Al ingresar al emplazamiento, Barry lo
recibió y le realizó una entrevista en la que le pidió sus datos principales.
Apenas terminada la misma, le avisaron que tenía que prepararse para ser
tatuado en su brazo derecho. Coleman, con astucia, colocó la mano en el
bolsillo y disimuladamente llamó a los policías. A los pocos segundos la puerta
de entrada se abrió y comenzó un tiroteo. Patrick estaba frente a John, quién
comenzó a correr desesperadamente hacia un portón en la parte trasera. La
persecución en el lugar duró unos cinco minutos, hasta que Barry se encontró
con Elizabeth, la tomó y colocó el arma sobre su la cabeza. Patrick quedó
inmovilizado. La batalla había terminado y sus compañeros observaban la
situación, ya que el agente había ordenado que no se agrediera al criminal
porque corría peligro la vida de la muchacha.
John exigió su libertad a cambio de la vida de la dama. En ese momento
Patrick no se dio cuenta, pero comprendió más tarde que estaba decidiendo si
seguir la vida que de dinero y fama, que tenía hasta el momento como
detective, o elegir el amor, pues si salvaba a su prometida, su carrera se
echaría a perder. En esa circunstancia, prefirió no correr riesgos y sin pensarlo
más, le permitió escapar. Con ello desperdiciaba el trabajo realizado por los
policías, algunos de los cuales habían sido heridos.
Como era de esperar, le quitaron su placa y perdió el empleo. Fue por
amor. Siguió viviendo con Elizabeth que, como abogada, pudo ayudarlo
económicamente, hasta que recibió una oferta de empleo en Argentina. Juntos
partieron al continente americano para iniciar una nueva vida donde, si bien el
pasado los perseguía, el amor les permitió la felicidad.
***
241
Autor: Daniel Peralta, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
El Profano
Se detuvo en aquel banco, el sol lo miraba sonriente pero él no pensaba
nada agradable:
“No debí haber cometido semejante atrocidad, no debí revivir en mí lo
que para muchos es la crueldad. Sin embargo, no contento con mi
actuación decidí apuñalar a su fiel amigo: otro gran error en mi vida.
Ahora no puedo pensar qué hacer con esta oscura bolsa que llevo atada
a mi mano como si fuera mi misma piel. Pensar que allí adentro se
encuentran los restos de aquel hombre y que dentro de esa maligna
casa yace su amigo durmiente, me da escalofríos. Seguramente tendré
que escapar, la policía me buscará y mi destino será juzgado por esas
personas tan débiles, tan frágiles, tan incapaces… no debo permitirlo.
Dejaré esta bolsa aquí en el parque donde los niños juegan, donde las
aves felices se alimentan de pan, donde los rayos del sol bañan
suavemente las copas de los árboles y me iré como cualquier otro
hombre que sale de su morada a tirar los residuos en una adorable
mañana. Al otro, lo dejaré ahí tirado, no necesito ensuciarme las manos
otra vez.
Aunque la paz ya no me pertenece, me siento tranquilo y seguro. Esta
noche escaparé, escaparé muy lejos y nadie deseará entrometerse en
mi camino.”
Sus palabras se convirtieron en actos y sus predicciones en realidad.
Preparó su mochila, recitó unas plegarias sin sentido y emprendió su
camino. La soledad era su única compañera en su viaje sin retorno y
mientras la luna lo observaba, se encontró frente a una casa cuya puerta
era de color verde, muy llamativa por su aspecto. Nuestro personaje
decidió golpearla para obtener un poco de agua y si la suerte lo
ayudaba, hospedaje. La puerta misteriosa se abrió y detrás de ella se
encontraba una joven señorita de rizos radiantes como el sol, de mirada
242
penetrante. Se detuvo en sus ojos y sintió que algo malo había dentro de
él, de todas formas le preguntó amablemente qué necesitaba y él
respondió en un tono humilde: “Necesito agua y un lugar para pasar esta
fría noche de invierno”. Ella inexplicablemente se sintió conmovida y dejó
pasar al forastero diciendo: “Me llamo Esperanza. ¿Usted?” El hombre
no escuchó, ya se había escabullido en la casa, pues tenía mucho frío.
Ambos entraron al comedor y, en signo de agradecimiento, el hombre
dejó caer sobre la mesa su reloj de muñeca y algo de dinero que tenía
en su bolsillo. Se sentaron en la mesa y comenzaron a hablar como
viejos conocidos aún sin conocerse. Las horas pasaban y no hubo
descanso entre conversación y conversación: los dos hablaron de los
triunfos y fracasos que habían tenido en sus vidas. Claramente había
algo que los unía. Al llegar al punto culmine de la noche, la mujer abrió
su corazón y dejo fluir con mucha tristeza su dolor más profundo. Su
marido había sido asesinado a puñaladas mientras pasaba una bonita
velada en la casa de su mejor amigo hacía apenas un día. Al escuchar
esto, el desconocido fue invadido por los recuerdos y la causa de su
éxodo, demostrando intranquilidad. La joven ya se notaba algo
perturbada por su presencia y, más aún, cuando el vaso de agua había
estado sobre la mesa todo el tiempo, y su visitante no lo había ni
siquiera mirado. Fue entonces cuando el desconocido se abalanzó sobre
Esperanza, golpeándola hasta dejarla inconsciente, posteriormente la
llevó hacia la oscuridad y maltrató su noble cuerpo hasta dejarlo sin
vida. La calma volvió a reinar en la casa de la puerta verde, pues el
desconocido se sentó sobre la mesa y contempló la escena del crimen,
en la cual una vez más, él había sido protagonista. Luego de meditar y
pensar en su futuro, se arrodilló frente al cadáver y dijo: “He sido víctima
de mis impulsos, perdóname Esperanza”. Salió de la casa sintiendo
culpa, pues ya había cometido tres actos impuros pero, en ese
momento, no se dio cuenta: lo comprendió más tarde cuando sintió un
vacío interior inexplicable. Sin dudas, algo malo había dentro de su alma.
Después de caminar varios minutos divisó una casa particular. Su puerta
roja de gran tamaño, robó toda la atención del caminante y éste no pudo
soportar la necesidad de espiar por las ventanas de la vivienda para ver
243
quién o quienes la habitaban. Pudo observar al parecer a un matrimonio
viendo un film en el living: en los brazos de la supuesta esposa se
hallaba un bebé. Esa fue una imagen conmovedora para él. El joven
tomó fuerzas y se atrevió a irrumpir el momento tocando a la gran puerta
roja. Salió el marido y dijo “Ángel, te estábamos esperando”, agarró de la
mano al viajero y lo llevó hasta el sillón, invitándolo a sentarse en él. De
inmediato la mujer llevó café caliente y el hombre mucho abrigo para
acobijar a su huésped. El desconocido sintió el extraño amor que había
en esa casa y pensó que algo andaba mal. Inmediatamente saltó del
cómodo sillón y corrió hacia la puerta, pues todo era muy extraño y para
mayor sorpresa la puerta había sido cerrada. La exasperación inundó
todo su ser y buscó una salida que nunca encontró. Ambas personas se
acercaron y dijeron: “No temas Ángel Caído, te amamos y perdonamos”
y así fue cuando nuevamente el caminante, consumido por la cólera, el
miedo y la impureza corrió hacia la cocina, tomó un cuchillo y degolló a
la pareja, quienes no opusieron resistencia alguna. Mientras el huérfano
lloraba, se arrodilló frente a sus víctimas y recitó unas plegarias. Miró los
ojos de aquel niño lleno de vida pero no se atrevió a hacer nada. Algo
extraño lo impedía.
Y así fue como el Demonio acabó con la Amistad, Fidelidad
y
Esperanza de todos nosotros. Pero no se perdonó el olvido: se olvidó de
acabar con la fuerza del Amor.
***
Autora: Narela Peralta, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
El amor por su hija
Un día Carlos cuando volvía de su casa muy cansado después de tanto
trabajo, se encontró con una gran noticia. Su esposa María le contó con mucha
emoción la futura llegada de una nueva integrante. Carlos no estaba muy
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convencido de su conveniencia, debido a la falta de dinero en su hogar.
Después de ocho meses nació Gabriela. Carlos no dudo ni un instante en
tomarla fuertemente. Desde entonces, no podía despegarse de su hija a la que
amaba inmensamente.
Luego de cinco años después, Carlos y María programaron ir al parque con
Gabriela a pasar un hermoso día.
-Papi qué me vas a regalar cuando cumpla 15 años?
- Hijita falta mucho tiempo para eso….
- Papi, vos mismo dijiste que el tiempo pasa volando...
El padre estaba tan feliz con su hija, que le costaba separarse de ella.
Unos años después Gabriela iba junto a sus padres a la iglesia, como todos los
domingos. En un momento se detuvo, tomó la mano del padre y el padre, sin
darse cuenta, la dejo caer. Gabriela sufrió un desmayo por lo que fue llevada
con deprisa al hospital. Horas después los médicos, después de hacer muchos
estudios, le anunciaron a sus padres que Gabriela necesitaba un transparente
de corazón urgente. Desesperado con la noticia, el padre empezó a buscar
algún donante que pueda servirle para el corazón de su hija.
Al no poder encontrar donante, se fue a otra provincia.
Carlos volvió muy triste por no haber podido encontrarlo. Se acercaba el
cumpleaños más esperado, los quince años de Gabriela.
Fue al hospital a visitar a su hija, como todos los días, y Gabriel le preguntó:
- Papi, ¿voy a morir no?
- No hijita, no voy a permitir nunca que mueras….
Un día antes del cumpleaños, la madre fue feliz a avisarle a la hija que se
había conseguido un donante y rápidamente pudo hacerse el trasplante
esperado.
Finalmente llego su cumpleaños y a Gabriela le pudieron dar el alta, ya que su
nuevo corazoncito funcionaba bien. Al llegar a su casa, encontró en su
habitación una carta.
“Hija hoy estas cumpliendo 15 años, espero que vos y tu nuevo corazoncito
estén muy contentos y felices. Te dije que nunca te iba a dejar morir.
Aunque duela esta despedida espero que hoy y siempre me tengas presente
hija, siempre fuiste lo mas preciado en esta vida, cumplí el rol de padre, como
vos de hija, lo único que te pido es que cuides a tu mamá y a tu corazón no lo
245
lastimes ni dejes que nadie te lo lastima. Cada vez que sientas la brisa del
viento en tus mejillas, allí estaré yo , cuidándote y miman dote , nunca te voy a
dejar hija, FELICES QUINCE AÑOS!!! TE AMA PAPÁ.
Gabriela llorando desconsoladamente fue al cementerio a ver a su papá, ella
estaba muy triste, y no se dio cuenta. Lo compren dio más tarde sin tiempo de
arrepentirse de muchas cosas que hizo. Era tarde porque perdió al padre , pero
ganó el corazón de la mejor persona que ella había amado.
Cuando se levanto sintió una brisa en sus mejillas, y sonriendo exclamó:
- Te amo papá!
***
Autora: Verónica Piuselli, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
¿Piedra, papel o Tijeras?
Me siento sola. Este lugar no hace más que darme ganas de escapar y
perder noción del tiempo en algún sitio alejado de todas aquellas personas que
me viven lastimando continuamente. Mi historia es ésta: hace un año y medio,
tenía la vida deseada por toda adolescente. Poseía un grupo de amigos
numerosos, pero no de esos que sólo están cuando te necesitan, sino, de los
que realmente valen oro, o así pensaba yo. En el colegio era una alumna
ejemplar, siempre tuve ese auto exigencia que me aseguraba nunca haber
fallado en ninguna materia, pero a pesar de mi concentración constante en el
estudio, tenía a mis amistades del secundario, siempre ahí, al pie de la letra.
No sólo contaba con ellas, y a mis amigos de la vida, sino que también,
estaban mis compañeras de hockey, ese grupo hermoso y completamente
homogéneo que logramos construir y que hacía ya tres años me acompañaba
en cada paso. Aparte de todo esto, iba a clases los sábados, de danza clásica,
algo que me apasiona desde que tenía cuatro años.
Uno de los
desencadenantes de lo que me pasa actualmente, fue eso; mi poco tiempo
libre, mi exigencia continua, mi poca comunicación con mis progenitores.
246
Mis padres, ellos, fieles a su profesión, ambos abogados, apasionados
por todo lo que hacían y estructurados completamente. Me cuidaron toda mi
vida, quizás demasiado, pero siempre buscando mi bienestar. Amaban verme
hacer lo que más me gustaba, pero poseían la necesidad de ponerme límites
muy claros. El estudio, era algo que no se debía descuidar de ninguna manera,
era inaceptable tener una nota menor a 7 en la materia que fuera, no
importaba, debía poder ser lo suficientemente inteligente para llevar a cabo
todas mis obligaciones de la manera en que ellos lo establecían. Tengo un
hermano, al cual estos límites parecen nunca haber llegado. Él, siendo mayor
por tres años, conserva reglas de convivencia totalmente diferentes a las que
me fueron impuestas.
Mi relación con mi él no era la mejor, a decir verdad, no tengo mucho
tacto ni comunicación. Siempre su tarea principal fue hacerme la vida
imposible, hacerme sentir inferior, que no valía la pena, que servía solo para
cumplirle los sueños olvidados a mis papas. Aunque uno diga que las cosas no
lo afectan, luego de tantas veces que me lo dijo, comencé a creerlo, otro punto
a destacar del porqué de mi inconveniente actual. Hablo de mi problema, pero
no muchos sabían que lo tengo, ni yo, hasta hace unos 6 meses, donde mi vida
comenzó caer en picada y todo lo que un día estaba bajo mi control, de la
noche a la mañana se desmoronó sin importar nada.
Todo empezó por Alexis, mi mejor amigo, la persona que sabía todo de
mí, incluso las cosas que me avergonzaban, no las sabía nadie más que él.
Fue siempre mi compañero de vida, desde que éramos pequeños, y nunca
dudo en seguirme en mis pasos, estuviera o no de acuerdo, pero un día me
contó que estaba saliendo con aquella chica que era nuestro tema de
conversación desde hace varias semanas. Ese día mi cabeza dio un click, pero
no pude descifrar que significaba esto. Pasaba el tiempo y cada vez
hablábamos menos, la relación se desgastaba y mis problemas no los contaba
más a nadie. Día a día estaba más cerrada, sin hablar con mucha gente, de
mal humor, bajando mi rendimiento en absolutamente todo lo que tenía que
hacer y luego de varias semanas decidí que el tema no podía seguir así. Con
Alex (así lo llamaba yo) ya no hablábamos mas, ni una palabra, por lo que
247
atribuí a esto mi falta de rendimiento y mis continuos malos humores, raros en
mi. Le hablé por e-mail y no recibí respuesta alguna. Estaba destruida, el único
ser en el que confiaba mi vida me estaba dejando poco a poco sola, y sin razón
alguna. Pasaron tres semanas hasta que me pude comunicar, y no fue la mejor
comunicación posible. Le recriminé que ya no hablábamos y el me dejo muy en
claro que su nueva novia estaba antes que yo, su amiga de toda la vida. Sentí
como mi corazón estaba siendo pisoteado de izquierda a derecha, de arriba
abajo, y yo ahí sin poder hacer nada. La noche del día de la charla, empecé a
cuestionarme muchas cosas, como por ejemplo ¿Por qué me importaba tanto?
¿Es normal? ¿Puede ser que el hecho de solamente no dialogar con una
persona haga que mi vida tome un giro de violeta a gris? Esas preguntas
surgieron en mi mente y se mantuvieron ahí por varias semanas más, sin
obtener respuesta, o quizás, sin encontrar la misma por miedo de lo que podía
resultar de eso. Pero nada es para siempre, y esto no iba a ser la excepción.
Un lunes, luego de varias semanas, para ser exacta tres, me decidí a hablarle a
Alex en el colegio. Me dirigí a su pupitre dispuesta a charlar y poder solucionar
este tema que me tenía sin dormir desde hacía días, y él ni atinó a alzar la
vista. Pronuncié un “Hola” y su respuesta fue la indiferencia. Pensé en seguir
insistiendo, pero en ese momento el profesor entró por la puerta, poniendo fin a
mis intentos.
Las semanas que pasaron fueron oscuras, empecé a sentirme sola,
deprimida, a no encontrarle un sentido a la vida, a sentir que mi mundo era
vacío. Cada vez me encontraba crecientemente triste y sin ganas de nada más
que de quedarme en mi casa, algo raro en mí. Comencé a aislarme y mis notas
fueron de excelentes a regulares, por lo cual mis padres se hallaban más que
disconformes por eso. Un día, me creé un blog para poder plasmar mis ideas,
mis cosas, sin que nadie me juzgue y para no sentirme sola, y paseando por
distintos blogs, llegué a uno que capto mi atención; era un blog de aspecto gris,
de la manera que mi vida se encontraba en ese momento. Lo que me llamó a
mi interés, fueron las imágenes crudas que acá se plasmaban, de gente
llorando, lastimada, golpeada. Decidí guardar el blog como “favorito” en mi
página, y a las pocas horas, me llegó un mensaje. Era la dueña del sitio,
diciéndome que había leído un ‘post’ mío y que ella se sentía completamente
248
igual. Comenzamos a hablar y poco a poco establecimos un tipo de vínculo. Lo
gracioso de la vida es que podes confiar a muerte en alguien, pero aún así, hay
cosas que te sentís más cómoda diciéndoselas a completos extraños, y eso es
lo que me pasó a mí. Pronto le contaba a ‘Jime’ (como así me dijo que se
llamaba) todos los aspectos de mi vida, mi estado de tristeza actual, mis
problemas con mis padres, las discusiones diarias, mis malas notas y mis
pensamientos oscuros del último tiempo. Ella, estaba pasando por problemas
parecidos, y otros totalmente diferentes. Su historia de vida, no era en nada
parecida a la mía; su padre había desaparecido de su vida luego de que su
madre lo echara por la violencia que sufrieron ella y Jimena durante 9 años, en
los que el solía dejar moretones del color de las uvas en su piel. Luego de que
él se fuera, ella tuvo varios años de depresión clínica, en el colegio nunca tuvo
amigos, por lo cual el sentimiento de soledad la abundaba, causante de que
haya empezado a liberar su culpa de maneras poco saludables, de las cuales
no me siento lista a hablar por ahora, quizás más adelante, lo único que si
puedo decir, es que esas costumbres, poco a poco se hicieron parte de mi vida.
Todo sería diferente ahora, si hubiera previsto todo esto.
Estas costumbres comenzaron una tarde lluviosa, en la cual mi día no
podía haber sido peor; mis padres me suministraron el sermón de mi vida por
mis notas desastrosas, mi hermano jugaba a hacerme sentir que había
defraudado a todos a mi alrededor (no estaba muy equivocado) y mi ex mejor
amigo cumplía años, pero yo no figuraba en su lista de invitados a la fiesta que
realizaba en un bar céntrico de la ciudad, y así, poco a poco todo me parecía
inútil, no veía la razón para seguir intentando, si cuando más lo hacía, menos
me salían bien las cosas. Apenas llegué a casa, me conecté al chat y le hablé a
Jime, lo que para mí ya era algo diario, y ella me escucho como normalmente
lo hacía, sin juzgarme. A la hora de la cena, no bajé a comer, cosa que ya era
habitual en mí; salteaba comidas, dado que el solo hecho de ir al living y
encontrarme con los retos de mis padres o los rebajamientos por parte de mi
hermano, hacían que no quisiera salir de mi cuarto por años luz. Me decidí a
bañarme, para conseguir un poco de paz y lograr esclarecer un poco mi mente,
ya que todo el día había tenido estos pensamientos oscuros y feos tan propios
en mí en el último tiempo. Al salir de bañarme mi celular comenzó a sonar sin
249
parar, a lo que atisbé la pantalla y no podía creer lo que leía; un gran ‘Alex’
apareció en mi pantalla del teléfono y no dudé un segundo en contestar, pero si
hubiera sabido lo que vendría luego, no lo hubiera hecho nunca. De lo poco
que pude escuchar y descifrar de mi ‘conversación’ con él, en la cual él decía
cinco palabras y yo apenas media, una frase quedó resonando mi mente para
siempre, aquel ‘te odio’ que logre captar desde el otro lado del teléfono, enfrió
mi sangre y me tuvo en estado de shock por unos segundos. No podía
entender, ¿Cómo podía decirme algo así? Después de tantos años de amistad,
de meriendas en mi casa, salidas al parque, secretos compartidos, locuras
hechas, todo eso, ¿En vano? Alguien puede dejar de hablar con alguien que
pasó años de su vida por distintas razones, pero ¿Odiar? ¿Y sin razón
aparente? No, debía haber una, esto no podía ser ‘por que sí’, algo tuve que
haber hecho para que él llegara al punto de odiarme, de aborrecer mi
existencia. Pase horas cuestionándome, y llorando mares, hasta que no pude
más, y lo hice. Necesitaba algo que calmara esto dolor que sentía adentro, todo
este odio comprimido en mi pecho a nadie más que a mí, así que me dirigí al
peor lugar del cual hay llegada, pero no retorno. Mi entrada a ese baño fue el
momento clave de mi cambio de ser, de vida, de costumbres. Aquel odio, el
que tanto me carcomía la mente, reflejado en mí, plasmado en mi piel, en mí
ser, para que de alguna manera sea un recordatorio de todo el mal que le
causo a la gente que me rodea.
No recuerdo mucho de la noche de ese día, solo sé que fui a dormir con
un sentimiento de relajo, de satisfacción y un secreto que juré que nunca iba a
contárselo a nadie más que a Jime, que era la única persona que sabía que
había pasado por lo mismo. Desde ese día mi mente y mis costumbres dieron
un giro de 360º en el cuál yo ya no sabía quién era, no encontraba mi ser, mi
razón de existir, nada. Aquella noche, no fue la última vez que descargué mis
problemas en mi propio ser, todo lo contrario, se hizo una costumbre constante,
y cuanto más lo hacía más visible estaban mis heridas, y más tiempo tenía que
ocupar a cubrirlas de manera que nadie se diera cuenta de mi nueva vida, de
mi nuevo yo, aquel ser triste, depresivo y sin ganas de nada.
250
Sin embargo, este secreto no me duró mucho, al segundo mes ya la
tarea de esconder los rastros se me hacía imposible, y mis padres
descubrieron el desastre en el cuál su amada y dedicada hija se había
convertido. Su primer reacción fue la de negación, no podían aceptar que
habíamos fallado, yo como persona y ellos como padres, luego, mi padre
comenzó a convocar reuniones familiares en el living, las cuales terminaban
con mi madre llorando, mi padre gritando y mi hermano haciéndome sentir la
escoria de la familia, conduciéndome a subir a mi cuarto, encerrarme en el
baño y recurrir a mi rutina masoquista. Mi madre trataba de descifrar mi mente,
pensaba que era un acting para llamar la atención, en ese momento no se dio
cuenta, lo comprendió más tarde, cuando la única opción era afrontar la
realidad.
Después de unos día de este caos continuo, pasó lo peor, lo que nunca
vi venir y lo que hasta el día de hoy, un mes después, sigo viviendo. Me
llevaron a terapistas, psicólogos, psiquiatras, pero yo fingía estar bien,
recuperada y sana, porque si hay algo que aprendes con esta costumbre, es
eso, a mentirle a tu entorno, y hacer caso omiso a tus problemas, así que mis
padres, que no contaban con métodos pedagógicos suficientes, me encerraron
en la peor cárcel que existe luego de no encontrar mejoras notables me mi.
Bueno, no exactamente me refiero a una unidad penitenciaria, sino que a el
Centro de Rehabilitación Sunflower, un lugar en el campo, con nada más que
pasto, árboles, flores y cielo que ver, lo cual te obliga a centrarte en tus
pensamientos, algo no muy bueno en mi situación, pero al tenerme custodiada
como si fuera una bebe aprendiendo a caminar, no puedo hacer nada de lo que
antes me hacía a mí misma, así que escuchar mis pensamientos es lo único
que logro hacer libremente en todo el día.
Hoy, sigo todavía aquí, y aunque para ahora ya tendría que haber
mostrado signos de mejoras, yo no los veo, ni los médicos lo hacen, por lo cual
supongo que mi estadía será muy larga. Este lugar es detestable, me da ganas
de llorar las 24 hs del día seguidas, de escaparme y no volver, me rehúso a
enfrentar mis problemas, ¿No ven que estoy bien así? Es mi vida, que me
dejen vivirla de la manera que yo crea correcta, no pueden ni darme el gusto
251
una vez. Aún en este tema sigo siendo parte de su pequeña obra de títeres,
actuando de personaje principal, con sus garras dirigiéndome, con mi padre y
mi madre como directores y mi hermano como espectador de primera fila,
disfrutando mis caídas y viendo de cerca mis errores. No voy a darles el gusto
de cambiar, por primera vez en mi vida encontré algo de lo que sí tengo control
y puedo llevar el timón. Lo único que espero es no tener que estar en estas
cuatro paredes mucho mas, y si las mentiras y las puestas en escena son el
método de salida, entonces, están bienvenidos al espectáculo de mi vida, que
comience el show.
***
Autora: Estefania Rocha, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
Un lugar donde crecer
Con Andrés y Lautaro íbamos todas las cálidas tardes de verano a
charlar al parque que quedaba a tres cuadras de mi casa. Siempre era lo
mismo, sentarnos a contemplar y en algunas ocasiones a charlar, pero a la vez
era muy distinto porque, lo que hablábamos en esas largar horas, sobre el
pasto verde, era importante para los tres.
Recuerdo que una tarde Lautaro o, como yo le solía decir “Gordito”, no
pudo venir debido a que tenía que cuidar a Bianca, su hermana menor. Por eso
nos quedamos en mi casa y luego fuimos a jugar a las vías del tren y a saludar
a los pasajeros.
Al día siguiente no nos juntamos porque había llovido y además porque
sentía un fuerte dolor en el pecho. Pasé un largo tiempol eyendo novelas y
mirando el paisaje desde la ventana. Amaba mirar ese lugar, nunca había ido
porque mi mamá decía que era peligroso para una jovencita como yo, pero me
daba mucha satisfacción poderlo mirar desde mi cuarto las montañas que el sol
iluminaba tenuemente. Deseaba estar en ese espacio, acostada sobre la
pradera, observando el campo que rodeaba nuestro pueblo, bordear as vías del
252
tren donde jugábamos con mis amigos, observar los pájaros que volaban
durante los días soleados y, sobre todo, disfrutar el parque, que tanto
apreciaba y donde reinaba la libertad.
Vaya a saber cuándo empezó lo que cuento, pero sé que las cosas
cambiaron, a partir de esa tarde. Lautaro, el más charlatán de nosotros, no dijo
una palabra y estuvo contemplando el cielo del atardecer con ojos llorosos.
Andrés, que era su mejor amigo, le preguntó si le pasaba algo, pero él lo
ignoró. Yo, en cambio, no dije nada, ya que sabía cómo era: un chico muy
reservado en sus temas personales.
A la noche me volví a sentir mal. Como ya hacía varias semana que me
pasaba lo mismo, mi mamá decidió ir a buscar al médico del barrio. Cuando
terminó de revisarme, le recomendó que me llevará al hospital para que me
hicieran unos estudios. Como eran urgentes los obtuvimos a la semana
siguiente. El doctor nos recibió y le pidió a mi madre si podían charlar un rato a
solas. Ella aceptó sin ningún problema. Luego escuché un grito que me dejó
paralizada. Luego mi madre se acercó con un aspecto muy triste, y vi en sus
lágrimas en sus ojos. Entre los dos me explicaron que tenía una enfermedad
seria, pero que con las sesiones de quimioterapia y los medicamentos que iba
a recibir me podría curar lentamente. Por lo tanto, me internaría en un hospital
de la cuidad para estar mejor cuidada.
No podía entender por qué ni cómo me había sucedido esto. A lo largo
de esos meses estuve encerrada en mi cuarto llorando y de vez en cuando
mirando el paisaje, que durante esos días estuvo gris y sin vida. Al pasar varia
semanas, mis amigos me visitaron. Mi mamá ya les había contado todo lo
sucedido, entonces nos pusimos a hablar como en aquellas tardes en el
parque. Lautaro se fue más temprano, con la misma excusa. Tenía que cuidar
a su hermana. Por lo tanto me quedé con Andrés. Durante un tiempo estuvimos
en silencio y recordé aquel día que Lautaro andaba mal, y le pregunté si sabía
algo, o si nada más era por una tontería. En ese instante noté que su cara
había cambiado tornándose triste y me contestó con voz nítida, que la madre
de nuestro amigo estaba pasando por un momento difícil, que estaba deprimida
debido a que se iba a divorciar. Por un momento recordé cuando mi padre le
253
pegaba a mi mamá y me invadió la angustia invadió. Salí entonces corriendo
de mi habitación y abracé fuertemente a mi mamá. No entendía qué me
pasaba, pero lo comprendió más tarde, cuando dejé de llorar y le expliqué lo
que sucedía. Ella no dijo ni una sola palabra y se fue a preparar la cena. Esa
noche Andrés se quedó a cenar pero al rato se fue porque yo me comenzaba a
sentir dolores y fui a acostarme. La luna brillaba sobre mi ventana e iluminaba
el cielo. Antes de dormirme estuve pensando porqué estaban pasando todas
estas cosas y deseé con todo mi corazón irme a un lugar donde el dolor no
existiera. Al día siguiente quise ir a visitar a Lauti por unas horas, pero como no
sabía qué decirle decidí dejarlo para el otro día.
Habían transcurrido un mes desde aquel día y lo único que hacía era
cuestionarme a mí misma cómo iba salir de estas dolencias. Pensaba en la
madre de Lautaro, lo cual me producía aún más tristeza. Cada día se hacia
eterno, los minutos parecían horas y pasaba mi tiempo postrada en la cama sin
poder hacer nada, solamente podía ver el paisaje que, por ser invierno, tenía
un aspecto melancólico. Una mañana me levanté con ánimo y fui a visitar a
Lautaro para ver cómo andaba su madre y si ya se había recuperado. Al llegar
donde vivía me lleve una gran desilusión al ver que en realidad había
empeorado. Estuve sentada en los tres escalones de madera de la entrada de
su vieja casa, en el cual solíamos conversar. Tomé fuerzas y toqué la puerta. Al
rato salió Lautaro, con expresión desesperada, y me hizo pasar tratando de
sonreir, pero fue en vano. Me preguntó por mí. Le respondí que estaba mejor y
que quería saber acerca de su madre. Se quedó sin palabras. Pensaba que no
lo sabía y me miró con sus ojos cristalinos. Luego, con fortaleza, comenzó a
contarme lo sucedido: sus padres ya no estaban mas juntos y debido a la salud
psicológica de su mamá, se iría a vivir con su padre a otro pueblo. Al principio
cuestioné esta decisión, pero luego entendí que era lo mejor para Lauti y su
hermana. Esa noche me quedé a cenar en su casa y no pude ver a los padres,
pero logré olvidarme de mi enfermedad y cuando me fui noté en mi amigo una
sonrisa.
A las dos semanas Lautaro emprendió su viaje, o como preferíamos
llamarlo Andrés y yo: se había ido para iniciar una nueva vida. Luego de su
despedida me tocaba a mí. Mis días en el pueblo ya se estaban acabando. Así
254
que antes de dirigirme a la estación del tren, decidí dar un vistazo al hermoso
paisaje, con el que soñaba todos los días. Andrés, mi fiel amigo no me dejo
sola; me acompaño junto con su familia y nos despidió a mamá y a mí, con un
fuerte abrazo y lágrimas, que corrían en sus gordos cachetes.
Estuve internada por diez meses, durante los cuales muy pocos días me
sentía fuerte. Un día recibí una grata alegría: Andrés me habían enviado una
carta, pero con gran tristeza la deje sobre la mesa que tenia en mi habitación,
porque no tenia valor de abrirla. Cuando junté fuerzas la leí y, al terminarla,
recordé los hermosos momentos que pasábamos los tres amigos, en aquellas
tardes de verano. Aquella carta fue como una luz en esa dura prueba que tenía
que superar . El hospital para mí era como una prisión, donde todo era triste.
Aunque era muy difícil ser positiva mi madre siempre estaba ahí haciéndome
sonreír cuando me sentía mal y me brindaba todo su amor. De apoco fui
mejorando. A los meses estaba casi curada, pero decidieron que me quedara
en el hospital para completar el tratamiento. Al noveno mes a estaba bien, sin
embargo tenía que seguir haciéndome controles y tomar medicamentos. Pero
eso no me importaba mucho. Mi ilusión era regresar a mi pueblo, a mi casa y
sobre todo estar con mi amigo.
Volvimos en septiembre. El pueblo me parecía diferente. Sería tal vez
que nos habíamos acostumbrado a la cuidad. No lo sé, pero yo sentía una
felicidad inmensa. Aquel día llegamos a casa, ordenamos el equipaje y nos
acostamos temprano pues estábamos muy cansadas. Además debíamos
levantarnos temprano al día siguiente para sacar un turno en el hospital.
A la mañana escuché cantar al gallo y me desperté muy contenta y
observé la pradera florecida desde mi ventana. Todo volvía a ser normal pero
me hacían falta mis amigos; sin ellos no era lo mismo. Durante el viaje nos
encontramos a la madre de Lauti. No lo podía creer. Había estado muy
depresiva e internada en una clínica y ahora se la veía mucho mejor. Eso me
alegró mucho. Además Andrés me trajo una noticia que me dejo muda. Nuestro
amigo volvería a vivir con su mamá.
Ese mes fue el mejor de la vida, aunque tuve que ir al hospital por las
consultas y controles, todo estaba volviendo a ser como antes. Antes de ir a
255
recibir a mi otro camarada, fui al parque, me acosté, miré el cielo con sus
nubes y cerré los ojos.
***
Autora: Florencia Belén Roldán, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Misterios al anochecer
Aún recuerdo como empezó todo este enredo. Era una fría mañana de Mayo
yo estaba tomando mi café de todos los días cuando el jefe entró a mi oficina.
Lucía nervioso: algo lo estaba inquietando. Hacía ya varios días que lo veía ir
de un lado para otro.
-Dígame, ¿qué es lo que lo tiene tan tenso, señor?
-Mi hija, algo terrible ha estado pasando con sus amigas y temo que le pase
a ella.
Su vos era temblorosa. Estaba angustiado. El Sr. Gutiérrez era un hombre
muy serio que no demostraba ningún tipo de sentimiento, ni alegría, ni dolor,
era un témpano. Lo que estaba sucediendo, debía ser muy serio.
-¿Qué les ocurrió? ¿Cómo puedo ayudarlo?
-Alguien, un hombre, las ha estado acosando hace unos meses. Hace unas
semanas, atacó a dos de sus compañeras, las esperó a la salida de su trabajo,
las llevó hacia un callejón, abusó de las niñas y las mató. Coni, mi pequeña,
está muy asustada y yo, imagínese, es mi única hija. Si algo llegara a pasarle,
yo... no sé qué haría, es todo lo que tengo en el mundo, ¿sabe? Mi esposa
murió cuando ella era muy pequeña. Así que, oficial Ramírez necesito que
investigue urgentemente esta ola de asesinatos. La vida de Constanza
depende de usted.
-Entendido, jefe. Ahora mismo empiezo con el trabajo.
Ni bien finalicé estas palabras, el capitán se retiró de mi despacho. Por mi
parte, tomé mis cosas y comencé la investigación.
En primera instancia fui al colegio de Constanza. Allí interrogué a su grupo
de compañeros, sus profesores y directivos de la institución. Según sus
256
declaraciones, muchas chicas del instituto estaban siendo perseguidas por un
“encapuchado”. A todas les hacía lo mismo. Su modus operandi consistía en
perseguirlas fuera del establecimiento, averiguar dónde vivían, sus horarios,
sus actividades y, luego de obtener todos los datos, esperarlas una noche fuera
de su empleo, el gimnasio o su clase particular, llevarlas a un callejón o un
descampado, abusar de ellas y apuñalarlas en medio del pecho.
Uno de los jóvenes tenía una foto en su celular. La chica resultaba ser su
novia y el asesino le envió la foto “para verlo sufrir como él sufre” según el
mensaje. Esto no era común, buscando más testimonios descubrí que no era el
único con una foto. Si no era el novio, era la mejor amiga, y todos los mensajes
tenían la misma frase “para verte sufrir como yo sufro”. Además todas las
víctimas pertenecían a un grupo en particular. Al más popular, para variar.
Con esas pistas, me dediqué a observar cada alumno de la institución.
Buscaba a los solitarios, los marginados. Casi ninguno tenía el perfil. Ni
siquiera sabían quiénes eran esas chicas, aunque obviamente nadie iba a
confesar. Lo que me llamó la atención fueron dos chicos. Ambos se pusieron
muy nerviosos cuando les pregunté a cerca del tema, tartamudeaban, se
miraban el uno al otro para tratar de escapar. Era muy extraño.
Esa misma tarde informé a mi jefe de los avances de la investigación y le
pedí permiso para un operativo. Al darme el visto bueno, hablé con su hija y
sus amigas y armamos una emboscada.
Eran las 21.30, Constanza salía de la casa de su mejor amiga, según lo
acordado. La seguí con la mirada desde un banco del parque y, luego de una
cuadra, el “encapuchado” hizo su aparición. Coni llevaba un micrófono, por lo
que noté cuando su respiración comenzó a agitarse por los nervios. De pronto
comenzó a correr hacia un callejón y fue ahí cuando les dí la señal a mis
refuerzos para que actuaran.
Al entrar en la escena del crimen, el sujeto estaba sobre la joven. Así que me
abalancé sobre él, lo golpeé y le quité su máscara. Al hacer esto, descubrí que
el culpable era el mejor amigo de la mujer atacada. Ella al verlo, no lo podía
creer y le pidió explicaciones.
-¿De verdad me preguntas por qué? Constanza vos y todos los demás se la
pasan molestándome porque estoy solo, porque soy inteligente. Vos y las
demás chicas vivieron ilusionándome, me decían que me querían y sólo era
257
para que les hiciera los exámenes. Cuando todo terminaba, Marcos ya no
existía para nadie. Con suerte me hablaban en los recreos y ustedes se iban
con el primer chico que pasaba por ahí. Por eso decidí vengarme. Las ataqué,
hice que pagaran sus promesas y después las apuñalé en el corazón como
ellas hicieron conmigo. Y, ¿sabes qué? No me arrepiento, estoy feliz de
haberlo hecho. Les dí su merecido.
La estudiante quedó anonada. En ese momento no se dio cuenta, lo
comprendió mas tarde. Comprendió todo lo que el tal Marcos le había dicho y
notó que tenía razón, siempre lo usaron, nunca fue su amigo en realidad.
***
Autora: Marianela Sacco, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
Ilusión de Payaso
En el viejo banco del andén encontró el diario del día y, aunque un poco
ajado, pensó que era muy afortunada, ya que podría entretenerse hasta la
llegada del tren. Buscó sus anteojos pero se dio cuenta de que no los traía con
ella. Miró las primeras noticias, sin demasiado interés. Las leía de corrido sin
prestar mucha atención .Hasta que, de repente un titular, atrajo su mirada:
Concurso de payasos. Apenas lo leyó pensó: “Que tontería. ¿Quién podría
querer anotarse en él? O más bien ¿Qué desafíos deberían superar sus
participantes?”. Mantuvo estos pensamientos durante unos segundos hasta
que, al leer el resto del aviso, cambió su forma de pensar. Debajo de ese gran
titular, con letra bastante más pequeña decía: “Anímese, gane este gran
concurso, premio $100 000”. Aquello cambió repentinamente sus ideas. Ahora
ella pensaba “¡Pero qué locura! Esa cantidad de dinero sólo, por pasar una
serie de tontos desafíos. Eso lo hace cualquiera, hasta yo misma. Me voy a
anotar. ¡Qué bien me vendría para visitar Las Vegas y probar suerte en los
mejores casinos para multiplicar mi fortuna! Estaba tan confiada y feliz que, en
ese momento, no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde.
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Más abajo vio un número de teléfono. Llamó y le informaron que, para
participar, sólo debía presentarse en el lugar del evento con su ropa de artista y
dispuesta a demostrar todo su talento. Cuando nombraron aquella palabra,
pensó que nunca había hecho nada artístico, pero que el humor era una de las
condiciones que podían conducirla al éxito, pues haría morir de risa al jurado, a
tal punto que la creerían merecedora de aquel enorme monto de dinero.
Una semana antes del gran show, llamó a sus amigos y les contó sobre
aquel acontecimiento para que la alentaran y ayudaran a practicar ejercicios
físicos, tales como caminar arriba de una pelota o hacer formas de animales
con globos. Sin embargo, todo esto no le resultó tan fácil como lo había
imaginado al principio. Al momento de pararse sobre la pelota, se cayó y se
lastimó. Repitió esto unas cien veces hasta que logró dar una serie de pasos, y
consideró que este reto ya lo tenía superado. Luego continuó con la parte del
desafío donde debía hacer figuras sorprendentes con tan sólo cuatro globos.
Pinchó unos doscientos, hasta que al fin logró hacer un cisne. Por último, le
faltaba practicar la tercera y final etapa: el humor que todo payaso debe tener,
pero estaba tan segura de esta habilidad, que creyó no necesitar practicarla,
pues era propio de su naturaleza ser una persona graciosa y hacer reír a todo
aquel que se le cruzara. Pasó toda la semana practicando hasta que, al final de
ella, ya sabía caminar doce metros sobre la pelota y hacer más de 20 figuras
de animales con globos de todos los colores. A pesar de esto, creía que su
fuerte para ganar iba a ser la etapa del humor. Era posible que alguien la
superaría en los otros dos retos pero, en el humor nadie sería mejor que ella.
Al pensar en todo el dinero que ganaría, la noche anterior decidió ir a
uno de los mejores “spa”. Siempre había soñado ir allí, esta vez lo haría para
relajarse y estar tranquila en el concurso. Al terminar la sesión, llegado el
momento de abonar, vio que la suma era muy elevada. Casi de inmediato, en
su mente se presentaron las escenas de su triunfo: “Con ustedes damas y
caballeros, Florencia López, la ganadora de este gran concurso” o también
aquellas en que le hacían notas periodísticas, como si fuera una de las mujeres
más afortunadas, o su rostro apareciendo en más de un anuncio publicitario.
259
Así el grandioso día llegó y Florencia amaneció con mucha ansiedad. A
muy pocos metros del lugar del concurso, apenas un grupo de personas se
enfilaba para entrar
y muchas cosas se cruzaron por su cabeza. Primero
pensó “¡Qué suerte, con tan poca gente, es seguro que la mejor voy a ser yo!”
Pero luego otro pensamiento la aturdió. “¿Y si llegué tarde, y la mayoría está
adentro y el concurso ya empezó? Esto aumentó su ansiedad y en la puerta
preguntó si estaba llegando tarde. Para su alivio, el señor de la entrada le dijo
que no sólo no era tarde sino que era una de las primeras en llegar. Esto
reafirmó aún más la idea de que ella iba a ser la ganadora, ya que con tan poca
gente participando, nadie la iba a superar.
Al llegar al vestuario una mujer le anunció que debía ponerse el traje de
payaso que le daban en el lugar, al verlo Florencia dejó su maletín de lado y
pensó que era bastante ridículo, aunque eso era lo que menos le importaba.
Luego comenzó el concurso. Eran sólo unos treinta participantes. La primera
prueba consistía en caminar sobre una pelota, pero nadie les había avisado a
los pobres participantes que debían hacerlo sobre una superficie resbaladiza.
Todos probaron suerte, ante la mirada de un público que se reía de ellos. Nadie
supero la primera prueba.
La segunda era el desafío de los globos, pero no eran los famosos
globos alargados que usan los payasos, sino que eran los globos redondos de
cumpleaños con los que resultó prácticamente imposible hacer alguna forma y
además tenían harina en su interior y cada vez que un globo explotaba, aquella
saltaba y les manchaba la cara, mientras el público seguía riéndose de ellos.
Ninguno superó la segunda prueba.
Ante esta situación Florencia se encontraba muy nerviosa y a la vez
enojada, ya que nadie le había avisado sobre las modificaciones que se habían
hecho en las pruebas. A pesar de esto, ella supo que en la tercera fase nadie
iba a superarla.
Luego de un descanso de quince minutos en los que los participantes
tuvieron tiempo para limpiarse y descansar, llegó la última etapa, la de contar
chistes. El jurado era el público y el que obtenía más aplausos se consideraría
ganador. Así fueron pasando todos los participantes hasta que le tocó el turno
a Florencia. Contó su mejor repertorio de chistes y el público la aplaudió tan
260
fuerte que, a pesar de que no había logrado superarlas pruebas anteriores, se
consagró ganadora.
No lo podía creer. Al fin, luego de toda la semana de práctica, ella era la
gran campeona del concurso. Todos sus sueños comenzaban a hacerse
realidad.
El presentador del concurso la felicitó y se despidió de ella, pero no
mencionó el premio. Cuando el concurso finalizó, ella se acercó y muy
educadamente le reclamó los $100 000. Él presentador le preguntó de qué
dinero hablaba, a lo que ella le mostró la famosa frase del diario que decía:
“Anímese a anotarse y gane este gran concurso, premio $100 000”. Pero se
dio cuenta que el diario estaba arrugado y la frase en realidad decía: “Anímese
a anotarse y gane este gran concurso, no dejará de tener un premio menor a
$100 000”. El presentador le dijo entonces que ella tenía razón que eso era
cierto ya que si le daban cero pesos estarían cumpliendo con el anuncio y le
preguntó si acaso quería un cheque por sus cero pesos .En ese momento lo
comprendió, ella había estado actuando gratuitamente para aquellas personas
del público. Los otros participantes habían asistido engañados por aquella
confusa frase del premio pero ella había concurrido porque no había leído la
frase entera, ya que el diario se encontraba arrugado y, además, no tenía sus
anteojos puestos.
A pesar de esto, le regalaron un ramo de flores que en una tarjeta decía:
“¡Gracias por tu inocencia! Nos hiciste pasar una tarde llena de risas”, la
producción la había preparado pensando que aquel que ganaba era porque
había asistido engañado por la frase anunciada en el diario. Al leerla, y aunque
muy enojada, Florencia sonrió.
***
Autor: Emir Salvio Ibrahim, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
La Pregunta y el Otro
Esteban Silistiaga supo ser un buen estudiante toda
su vida. Sus padres estaban orgullosos, pero algo hizo
261
que
el
joven,
a
medida
que
crecía,
cambiara
su
personalidad y entrara en un estado depresivo. El estudio
del Derecho parecía ser su camino, o eso era lo que
creía, pero la vida simplemente dio un giro.
Esas noches porteñas, de boliches y alegría (o mejor
dicho, de soledad y tristeza) para él eran nada más que
un descargo, un escape de la realidad, donde trataba de
ahogar sus penas en una botella.
El Dr. Silistiaga, era un abogado de treinta y ocho
años, soltero, que trabajaba para justificar las acciones
de asesinos seriales, estafadores y ladrones que, al fin y
al cabo no lograban pasar por inocentes, ya que nunca
ganaba
un
juicio.
Pasaba
su
tiempo
en
la
comisaría
cuarenta y uno y cada noche asistía a su bodegón de
siempre, el bar “La Sirena”, para tratar de ahuyentar los
problemas por un rato y olvidarse de la pregunta, la que
lo
agobiaba
día
a
día,
cuya
respuesta
nunca
iba
a
donde
el
conocer.
Todo
comenzó
una
noche
en
ese
lugar,
Doctor, después de tomar varios vasos, tenía la mirada
algo turbia y no podía levantarse, hasta que una mano
amiga lo socorrió. Era el detective Billone, compañero
suyo desde tantos años, quien conocía su vicio.
- Necesito tu ayuda - dijo
Algo
mareado,
el
otro
trató
de
responder
pero
le
ganaron de mano.
-
Escucháme,
Constitución
que
acompañáme
mataron
a
para
una
el
mujer.
lado
de
¡Rápido!
¡Levantáte y vamos de una vez!
Los dos partieron hacia la allí. La casa ocupaba un
lugar muy reducido vista
desde adentro, en comparación
con lo que se veía desde afuera. Había sangre por todo el
piso. Se encontraba el cadáver de un tal Mariano Lorze,
el
mayor
de
dos
hermanos.
262
El
detective
estaba
acostumbrado a este tipo de cosas, pero el Dr. Esteban
tuvo que salir a vomitar luego de ver el cuerpo inerte.
Para ambos se trataba claramente de un asesinato, pero
no
había
ninguna
huella
en
la
escena
del
crimen,
solamente indicios de profesionalismo del tirador, ya que
la
bala
claramente
había
sido
disparada
desde
media
distancia directamente al corazón. La única pista concreta
era la silueta de un cuadro faltante en la pared. ¿Por qué
alguien se tomaría el trabajo de asesinar de tal manera,
para luego entrar y robarse un cuadro tan vulgarmente?
El
policía
salió
al
patio
a
buscar
a
su
nuevo
compañero y lo vió sentado en el suelo:
- Tengo que investigar y saber quién lo mató. Para
eso
te
llamé.
Sos
una
persona
que
conoce
a
los
criminales, sabés cómo piensan, cómo se mueven, cómo
sienten. Podés ser de gran utilidad y si todo sale bien,
también vas a lograr ganarte tu lugar en este trabajo.
-
Nunca
te
dije
que
me
interesara
tu
propuesta,
tampoco me quejé de ser abogado, así que...
- Eso lo sé bien, pero tanto vos y yo sabemos que
tomándote uno, dos, tres o cuatro vodkas, no vas a ser el
mejor en tu profesión, y no te creo cuando me decís que
amas lo que hacés.
Silistiaga se ofendió al escuchar estas palabras pero
sabía bien que eran verdad. Nunca se destacó y jamás
amó su vida vacía.
- Bueno, veamos qué pasa si te asisto en esto.
Así fue el primer cambio en la vida del Doctor.
Al día siguiente al caer la noche, las luces de la
ciudad comenzaban a encandilar los ojos y nuestros dos
personajes caminaban por las calles buscando el edificio
donde vivía Augusto Lorze, el hermano menor del muerto.
Era
en
el
barrio
de
Palermo,
a
pocas
cuadras
de
la
Avenida Santa Fe y en ese departamento del quinto piso
263
había toda clase de recuerdos de diferentes partes del
mundo. Unos pergaminos escritos en árabe, una pirámide
en miniatura, un casco griego y hasta un traje de torero
español. El sospechoso era alto, de piel morena, con un
rostro
cansado
esmeralda.
Sin
y
unos
ojos
alarmarse,
abrió
brillantes
la
puerta
como
con
una
suma
tranquilidad:
-
Buenas
noches,
quisiera
saber
en
que
puedo
ayudarlos señores policías
- Perdóneme pero yo no soy detective, yo solo vengo
a acompañar a un amigo - dijo el jurista
- Ya veo - replico el otro - entonces quisiera saber
en que puedo ayudar al oficial y al...
- Doctor, Doctor Silistiaga
- Mucho gusto
- Estamos aquí para hacerle unas preguntas acerca
de la muerte de su hermano - anunció Billone
- Entiendo, usted sabrá que no es fácil hablar de él
sin echarme a llorar, así que me disculpo si lo hago en
algún momento.
- Comprendo, pero, ¿podría decirme cuando fue la
ultima vez que lo vió?
- Ayer a la tarde.
- ¿En qué lugar?
- En su casa, nos juntamos a solucionar un tema
sobre la herencia que nos dejo mi querida madre.
- Le agradecería si me contara sobre eso.
- Bueno, luego de que Dios la llamara a su lado
cinco
meses
atrás,
tanto
Mariano
como
yo
siendo
los
únicos herederos, tuvimos que repartirnos las cosas entre
nosotros ya que no dejó ningún tipo de testamento. Por
eso decidimos solucionarlo estando los dos tranquilos.
-
¿A
qué
se
refiere
con
altercado violento recientemente?
264
eso?¿Tuvieron
algún
- Lo que pasó fue una simple pelea de hermanos,
nada más.
- ¿Hubo golpes?
- No, solamente insultos.
- Bueno señor Lorze, le agradecemos por habernos
recibido
y
lamentamos
lo
sucedido.
Estaremos
en
contacto.
Al salir, ambos se decían:
- No confiemos en él, ¿notaste algún cuadro a la
vista?
- No, pero si lo tiene, debe tenerlo escondido en
algún lado.
- Ojalá pudiera saberlo...
- Mis años en el Derecho me han dejado bastantes
conocimientos que no todos incorporan. Sé perfectamente
cómo entrar sin ser descubiertos y no tener problemas
con nadie.
-
No
cuentes
conmigo
para
eso
y
la
verdad,
es
completamente en vano tratar de frenarte así que hacé lo
que quieras.
Esa madrugada Esteban tomó una ginebra al bar y
luego partió hacia el departamento. Su método no fue tan
efectivo debido a su estado de ebriedad, pero luego de
mucho esfuerzo, comenzó a revolver todo el quinto piso
sin encontrar nada interesante.
A la mañana siguiente el detective llamo al abogado
de imprevisto. Augusto Lorze se había suicidado. Estaban
ante un panorama desolador, pero algo no terminaba de
convencer a Silistiaga.
Volvieron a la casa del mayor de los dos hermanos
esa misma tarde y allí vieron una sombra que se movía
adentro.
Los
cautelosamente
investigadores
para
esperar
decidieron
el
momento
esconderse
oportuno
y
arrestarlo. Al rato el criminal salió con una bolsa, y con
265
el pretexto de que estaba invadiendo propiedad privada,
lo apresaron.
Al llegar a la comisaria, revisaron dentro del saco y
encontraron varios cuadros familiares. Inmediatamente se
sorprendieron al ver que el rostro del ladrón era el de
Mariano.
El
Doctor
en
ese
momento
no
se
dió
cuenta.
Lo
comprendió más tarde. El mismo Mariano Lorze falseó su
asesinato,
mató
a
su
hermano
y
simuló
un
supuesto
suicidio para quedarse con todo el dinero.
Tiempo después comenzó el juicio, aunque pasaron
diez
años
de
impunidad
hasta
condenado a cadena perpetua.
que
el
culpable
fué
Pero nunca nadie supo
responder la pregunta que agobiaba a Silistiaga: ¿Quién
era el otro que murió de un balazo al corazón?
***
Autora: Ivanna Steinbach, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Lluvia y reflexión
Si sólo hubiera sabido de antemano lo que podía llegar a pasar. Las cosas que
menos se imaginaba empezaron a suceder una tras otra y como por arte de
magia lo hizo desaparecer.
Nada mejor que una vida solucionada, trabajo, familia, buenas noches
con amigos y un par de amores que nunca lo abandonaban. Faltaba levantar el
teléfono para conseguir compañía, unos mates no se le negaban y mucho
menos alguna salida capas de levantarle el ánimo a cualquiera. ¿Feliz? Sí,
podemos decir que sí; o bueno, por lo menos eso le parecía, si tenemos en
cuenta que cada uno puede tener un punto de vista totalmente diferente de lo
que es o lo que construye a lo que nos hace felices, pero si, por ahora digamos
266
que esto hacia a su alegría y lo mantenía con un sentimiento bastante parecido
a lo que todos conocemos como felicidad.
Una tarde de lluvia lo llevó a la reflexión. Sentarse a fumar mientras
miraba el agua que caía por la ventana parecía una imagen bastante trillada
pero le servía como fuente de paz, nada lo relajaba más que escuchar las
gotas golpeando el piso o ver a la gente correr con paraguas improvisados.
Supongo que esta idea lo venia atormentando hace rato, porque no creo que
haya sido un pensamiento que se le vino a la mente de un segundo a otro. Le
gustaba jugar el papel de victima y, si tenemos en cuenta la imagen que crea
estando en esa posición, nos damos cuenta de que lo hacia “sin querer” porque
la verdad es que nadie lo estaba mirando.
En fin, todo había comenzado el invierno pasado y, como es predecible,
finalizo en el mismo instante porque resultaba pedante y superficial. La
costumbre de andar con varias mujeres lo había convertido en un partido poco
confiable y nada podía hacer contra eso. De mas esta decir que de la boca
para afuera esto era lo mejor que podía pasar en su vida, no quería otra cosa;
pero pocos sabían que en realidad después de ese frío agosto en su mente
quedo rondando un solo nombre. Puede decirse que era una de las mas bellas
que había conocido y posiblemente una de las mas seguras de si misma, le
negó el paso a su departamento y le dijo que esperaba ansiosa otra cita (lo que
no solo lo puso de mal humor sino que además lo dejo pensando durante
varios minutos en el taxi de regreso que era lo que había hecho mal durante la
conquista).
El orgullo no lo dejaba volver a llamarla, sentía que era él esta vez el que
había caído en la trampa y no podía entender como había pasado. Pensar solo
en alguien durante todo el día no estaba en sus planes y no encuadraba con su
rutina. Decidió seguir adelante y esperar al próximo sábado, caras nuevas, un
par de tragos y tema solucionado.
Y así fue como perdió, según lo que él pensaba pero claro está que no
iba a contárselo a nadie, una de las pocas oportunidades que se le habían
presentado para darle otro rumbo a su vida. Es exagerado decir que había
encontrado el amor, unas pocas horas y algunas palabras cruzadas no
alcanzaban para llegar a tanto, pero también resulta poco nombrarla como una
chica mas en la lista de las que le dijeron que no. Ese era el problema que se
267
planteaba en aquella tarde de agua. Mientras las colillas del cigarrillo
ensuciaban la alfombra y las hojas que estaban arriba del escritorio se mojaban
porque no le parecía necesario cerrar la ventana mientras llovía, se dio cuenta
de que lo que mas le molestaba no era el no haberla visto otra vez o no haber
tenido mas noticias sobre ella, sino que en realidad en el fondo de su corazón
no se perdonó el olvido.
Después de la tormenta siempre sale el sol dicen e increíblemente en
este caso podemos decir que fue literal sin lugar a dudas. Agenda en mano, el
cuarto rodeado por el olor a café que estaba preparando en la cocina, otro
atado a punto de consumirse y los papeles mojados secándose lo hicieron
tomarse dos minutos y darse cuenta que eso era lo que hasta el momento le
hacia bien y que no había sido el momento. Solo quedaba disfrutar y esperar a
algo nuevo.
***
Autora: Vanesa Valverde, 4º año
Instituto Santa María de Nazareth
Miedo
Tenía mucho miedo. Solamente quería que todo fuera una simple
pesadilla. Quería creer que todo era irreal. Nada de lo que me estaba pasando
era verdad. Él podía llegar a lastimarme, y si así lo quisiera, hubiera podido
asesinarme.
Mi abuela Clara Thomas había fallecido hacía poco tiempo, y me dejó
como herencia su casa. A decir verdad, me sentí muy mal por su pérdida.
Después de todo era con la persona que mejor me llevaba y me entendía.
Además nunca fui una persona muy sociable, por lo que hablar con ella me
hacía sentir muy bien, ya que me comprendía.
De chica amaba ir a su casa. Creía que era lo mejor que me podía
pasar. Lo que más me gustaba de ella eran los cuentos que me relataba sobre
dragones y personajes mágicos. Los contaba como si lo que decía le hubiera
268
pasado, por lo que me hacía pensar horas y horas que de verdad podría ser
real. Pero como dije antes, tan sólo era una chiquilla a la que le gustaban esos
cuentos.
Su casa era grande, contaba con tres pisos, todos de madera, por lo que
uno sabía cuando alguien estaba adentro, ya que, con cada paso rechinaba y
delataba al visitante. Yo conocía la planta baja, en donde se encontraba la
cocina, el comedor y un baño, y la primera planta, donde se situaban dos
habitaciones. Pero nunca pude conocer la tercera planta, pues mi abuela me
prohibía ir allí.
Decía que, cuando llegara el momento, sabría qué había.
Varias veces le había preguntado a mi mamá qué había en ese lugar, pero ella
ni idea tenía de lo que siquiera podría haber. Mi abuela nunca le dijo qué se
ocultaba ahí. Tampoco a su hija le interesaba saberlo. Creo que cuánto menos
supiera, para ella sería mejor. Incluso creo que consideraba a su madre medio
loca. De todas formas supe que el piso era igual como en toda la vivienda, ya
que ciertas veces que me había quedado a dormir, podía escuchar pasos que
provenían de ahí, lo que me causaba mucho miedo y hacía que me tapara la
cabeza con las sábanas.
Cuando me mudé al domicilio de mi nana, sentía la sensación de que
alguien me observaba. Pensé que tan sólo era mi imaginación, o por lo menos
eso era lo que quería suponer.
Al llegar al aposento, la recorrí para ver en que estado estaba.
Recordaba las veces que había permanecido allí, sin percatarme de que había
una carta en la cocina, junto con un collar. Había estado sobre la mesa todo el
tiempo y nunca lo había notado. Eso me sorprendió. Para colmo era una de las
primeras habitaciones que había recorrido. Se trataba de una correspondencia
proveniente de mi abuela. Estaba dirigida a mí. Pensé que querría decirme
cuánto me amaba o cosas significativas por el estilo. Consideré que ella sabría
que estaría por llegarle la hora de su muerte, y había decidido hacerme ese
escrito.
Lo que me sorprendió y me intrigó fue que tan solo decía:
"Cierra la puerta del tercer piso, JAMÁS veas que contiene si quieres
seguir con vida, cuidáte mucho. La llave esta en la puerta. Usála siempre."
Lo que en ese momento me hizo cavilar que podría haber allí, que mi
abuela no pudiera decirme, y más aún, que podría haber para que ella no fuera
capaz de concluir una simple tarea como cerrar una puerta con llave. En ese
269
instante intenté siquiera entender unos segundos el porqué de esa escritura,
sentía como si alguien con odio hacía mí, quisiera hacerme algo. Y sentí
miedo, mucho miedo. Presentía que algo quería hacerme daño con todo su
ser, tuve la suerte de que sonó el timbre y esa sensación se desvaneció casi
como un rayo, pero antes de ir a abrir me puse el collar, esa impresión me
había causado mucho escalofrío, y estaba segura que si me había dado esa
cadena era por algo.
Cuando abrí la puerta se trataba de mi mejor amigo Sam Bertolini, un
chico común y corriente, de veintidós años, alto, flaco, de ojos marrones,
cabello oscuro y siempre despeinado. Sin embargo le quedaba bien el pelo en
ese estado, era un muchacho de carácter muy simpático y honesto. Me
molestaba de él, sin embargo, que me tratara como una nena, solamente
porque era dos años menor. Aún así, lo apreciaba mucho. Lo conocí a los
quince años, en la casa de mi abuela, ya que ella lo estaba cuidando por un
día, y entonces nos hicimos amigos.
Se percató de la gargantilla que llevaba puesta, después de todo era un
rubí en forma de corazón, no muy común de usar para una chica de mi edad.
Se quedó hablando conmigo, durante unas tres horas. Lo había invitado a
quedarse esa noche en mi casa, de hecho lo hice más que nada porque seguía
sintiendo el presentimiento de que alguien me observaba, aunque era en
menor medida, lo sentía. Creo que en definitiva aceptó por el miedo que notaba
en mi cara. Al no tener línea de teléfono, no podíamos pedir pizza, por lo que
Sam salió a comprar la comida, y a mí se me ocurrió la estúpida idea de cerrar
la puerta cuando estaba sola.
Subí hasta el tercer piso. Había simplemente un cuarto, sin muebles y
una única puerta, era la primera vez que llegaba hasta allí. La impresión de que
alguien me observaba claramente se hizo muy notoria. Aún así, con valentía,
decidí cerrar la puerta. Próxima a tomar la llave, una persona me agarró con
fuerza la muñeca, casi como si quisiera partírmela en dos. Me asusté, lo miré.
Era un joven que debía tener alrededor de veinticuatro años. Alto, flaco pero
musculoso. Se notaba en los brazos que hacía ejercicio, tenía el pelo rubio y
revoltoso, parecido al de Sam. Me llamaron la atención sus ojos color miel, que
me hacía sentir que podía ver en mi interior, inclusive hasta casi llegar a mi
270
alma. Sentía que lo conocía, inclusive llegué en ese mismo instante a amarlo
con todo mi ser.
- No lo hagas. Ni siquiera lo pienses hacer. -Me dijo.
Sentí miedo de aquellas simples palabras. Su mano apretó más fuerte,
hasta el punto de que lancé un gemido de dolor, por lo que aflojó un poco la
presión que ejercía en mi muñeca.
- ¿Quién eres?. - Me animé a preguntar sin dejar de mirarlo a los ojos,
intentando aguantar el dolor que aún sentía.
- Nathaniel y tu debes ser la nieta de Clara Thomas, ¿Cierto?
Podía ver que en sus ojos había rencor y odio hacia mí.
Tenía mucho miedo. Quería saber quién o qué cosa era él, porque no tenía ni
la más remota idea de como una persona había aparecido en el tercer piso
junto a mí, sin haber escuchado ningún paso sobre la madera. Quería imaginar
que era una simple pesadilla, que era irreal, tan solo no podía creer lo que me
estaba pasando.
- Responde - Me presionó con un poco más de fuerza - ¿Eres la nieta de
Clara Thomas?
- ¡Sueltáme, me estás lastimando! - Le agarré la muñeca con la que me
sujetaba, intentando que soltara la mía. Tenía miedo. Sus ojos expresaban
frialdad, como si quisiera lastimarme o peor aún asesinarme.
Me soltó. Dio un paso hacia atrás. Miró la puerta con la llave y me miró,
no me moví, no podía hacerlo.
El miedo se había apoderado de mí.
Simplemente me quedé quieta mirándolo. Se acercó y tomó mi collar, lo miró
muy fijamente como si tratara de descubrir algo. Me agarró con sus dos manos
la cara, y me besó, fue un beso corto, pero tierno, lo hizo como si ya lo hubiera
hecho antes. Me miró, me sonrió y me dijo al oído tan solo tres simples
palabras que me permitieron reconocerlo "Te extrañaba miedosita".
Nathaniel Robow, ahora lo recordaba. Lo había visto una única vez en
mi vida. Fue en esa misma casa, cuando tenía aproximadamente doce años de
edad.
La primera vez que lo observé también fueron sus ojos lo que me
habían llamado la atención. Recuerdo que me había gustado y sabía que él
había sentido lo mismo por mí. Me prometió que viviríamos juntos y seríamos
felices, así como yo se lo prometí a él, y como sello del pacto, nos dimos un
271
beso. Era en mi caso, mi primer beso. Después de ese momento nunca más
nos habíamos vuelto a encontrar. Le preguntaba a mi abuela dónde estaba o
cómo podía hallarlo, pero ella me decía que era mejor que no pensara en él, y
que si quería enamorarme buscara otra persona.
Nos quedamos mirándonos a los ojos por un tiempo.
Hasta que
finalmente rompí el silencio.
- ¿Qué eres?
- ¿De qué hablas? - Preguntó como si no supiera a qué me refería.
- Sabés a que me refiero, no te hagas el tonto. - Estaba decidida a saber
qué era, no importaba cómo.
- No sé a que te refieres. - Se alejó de mí. Tomó la llave de la puerta y se
la quedó mirando. El cuarto quedó en silencio de nuevo. - ¿Cómo lo conoces?
- ¿A quién? - No entendía de quién hablaba.
- ¿Cómo conoces a Sam Bertolini? ¿Lo amas? - Preguntó sin dejar de
mirar a la llave - ¿Recuerdas la promesa que nos hicimos? - Me miró y estrujó
con fuerza la llave en su mano, podía ver que en sus ojos había miedo.
- No, te equivocas, no lo amo, y sí, recuerdo la promesa que nos
hicimos... él es solo un amigo, de todas formas ¿Cómo sabes su nombre? y
todavía no me has respondido
- ¿Que eres Nate? - Me miró ya sin miedo,
sabía que seguía amándolo. Se acercó hacía mi, me tomó de la cintura y me
aproximó hacia él.
- ¿De verdad quieres saber?. - Sonrió, sin dejar de mirarme a los ojos Pues si es así, solamente tendrás que venir a mi mundo, tendrás que cruzar
esa puerta conmigo, y aceptar que nunca más verás a alguien que hayas
conocido en este planeta. Además se cerrará conmigo esa puerta de adentro. Rió - ¿Estas segura qué querrás venir conmigo miedosita?, o ¿Simplemente
huirás con miedo, como lo hiciste la primera vez que te ofrecí venir conmigo?
Dimé ¿Qué harás?
Lo pensé por unos segundos. Estaba segura que quería irme con él, lo
amaba, nunca lo había dejado de amar, pero sí tenia miedo, a decir verdad,
creo que nunca lo dejé de tener, pero esta vez, era miedo hacía lo
desconocido. ¿De verdad yo sería capaz de abandonar a mi familia, y Sam, por
él, por vivir una vida con él, sabiendo que simplemente lo conocí una única vez
en mi vida hasta entonces? ¿Sería capaz de irme con él por el pacto que
272
habíamos hecho? ¿Sería capaz de hacer todo eso?
- Iré, estoy segura, te amo. - No podía creer lo que había dicho y al
parecer a él no le sorprendía.
- Lo sé yo también. - Me besó nuevamente.
- Dime algo antes de que vaya contigo... ¿Qué eres? - Estaba
determinada a saberlo.
Me miró fijamente a los ojos y lanzando una pequeña risita, se arrimó a
mi oído -
- Lo sabés, siempre lo supiste, así que mejor decímelo.
- ¿Eres un..., sabes que no importa, no me interesa de todas formas, sé
lo que eres, y aún así te amo. - Lo tomé de la mano, y lo conduje hasta la
puerta. Rió. Sabía que quería pasar mi vida con él.
***
Autor: Santiago Velázquez, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Nunca se perdonó el olvido
Pablo, un hombre cercano a los 30 años, de tés blanca, gordinflón y de
un aspecto sucio y desprolijo, se encontraba como era de costumbre en su
pequeña oficina que había organizado en su casa para poder llevarse trabajo y
adelantarlo allí. Contaba con los elementos suficientes para que pudiera
realizar sus tareas: una computadora sobre una vieja mesa que heredó de su
abuelo, a la que tanto adoraba, una lámpara de pie, varías estanterías con
libros que trataban en su mayoría sobre abogacía y derecho. Las paredes y el
techo era de color claro, exceptuando la macha de humedad que crecía en la
parte superior de una de estas. Estos eran los únicos elementos que se
destacaban de ese pequeño lugar. La iluminación era escasa ya que la
lámpara que colgaba del techo no alumbraba lo suficiente como para que no
tuviera que esforzar la vista, y además la ventana que se encontraba a sus
espaldas no le servía como iluminación por que el edificio de enfrente tapaba
cualquier intento de luz que quisiera penetrar en la habitación. En un momento
273
lo interrumpió alguien desde la puerta. Al abrirse se pudo dar cuenta de que era
su esposa, Cecilia. Era una mujer simple, alta, delgada y de pelo corto
desordenado, de 35 años. Siempre dedicó su vida a su marido, a brindarle
apoyo en los momentos más difíciles, a estar alado de él en los tiempos más
complicados y era capaz de hacer cualquier cosa para que se sintiera cómodo
y tranquilo. Era la mujer que todo hombre necesita y además esto le venía bien
a ella ya que era tan tímida que esquivaba todo tipo de relaciones sociales. Si
embargo, sentía que todo el amor que daba, no era recíproco, pero lo hacía sin
esperar nada a cambio. Su marido desde el día en que contrajeron matrimonio
nunca le dijo una palabra de aliento o simplemente un “te amo”. En ese
momento vestía una blusa azul, un pantalón blanco recto, unas botas negras
que subían hasta sus rodillas y un collar en forma de flor adornaba su pecho.
-Pablo, voy a buscar los resultados- dijo Cecilia-. Vuelvo a las 19 hs.
Él la miró fríamente y sin omitir ninguna palabra, siguió con sus deberes.
Al llegar al consultorio tocó la puerta y el médico la recibió y la hizo
sentarse. El lugar era frío con las paredes blancas y sin ningún tipo de
decoración. Únicamente en la parte izquierda del doctor colgaban dos cuadros
en donde se podía leer los títulos conseguidos por el especialista. Estaba
amueblado con un escrito de roble, dos sillas de madera que rechinaban
cuando alguien se sentaba sobre ellas, una computadora de varios años y una
camilla negra que estaba rota en su parte inferior.
-No tengo muy buenas noticias para darle, señora Cecilia.- anunció el médico
con tono de preocupación.
-Pero si son los mismos estudios rutinarios de todos los años ¿Qué ha
cambiado desde la última vez?-. respondió.
-Hemos detectado hipertensión arterial, pero con el tratamiento adecuado y
cambiando lo hábitos de vida, no es algo que no pueda superar-. dijo el
médico. Cecilia angustiada por los resultados y preocupada por el temor de que
algún día tuviera algún problema más grave con su salud, salió del consultorio
y se dirigió hacia su casa. Al llegar Pablo le preguntó como le fue en su visita al
hospital y ella sin titubear le aseguró que todos sus análisis salieron bien y se
encontraba en un buen estado de salud. Hizo esto para no angustiarlo y que no
se preocupara, pero dentro de ella la mentira, le traía gran angustia que no era
lo conveniente para su tratamiento.
274
Días después Pablo se encontraba en su oficina. Llamaba a Cecilia con
insistencia, pero como notaba que no respondía gritó:
-¿Dónde te metiste? ¡Necesito que me traigas algo para comer!
Sorprendido de que ella no responda, decidió ir a buscarla y se encontraría con
la peor escena que se podría imaginar. Estaba tirada en el piso de la cocina. Al
verla en esa posición, corrió a su auxilio sin imaginar lo que en verdad estaba
sucediendo. Invadió su cuerpo un aire de tristeza y angustia que todavía no
sabía porque era, pero más tarde si lo entendería.
Intentaba reanimarla pero como notaba que eso era en vano, tomó su
teléfono y llamó al hospital para que vengan a buscarla. La espera sentía que
era eterna, pero apenas los médicos tardaron 6 o 7 minutos y veía como lo más
cercano que tenía su vida se le estaba yendo y no podría hacer nada para que
eso no ocurra. Los camilleros rápidamente subieron a la mujer a la ambulancia
y de inmediato la trasladaron. En el camino intentaron reanimarla pero los
enfermeros ya sabían el futuro que le esperaba.
Horas después le comunicaron a Pablo la terrible noticia, Cecilia falleció
de un paro cardíaco. En cuanto se lo dijeron toda su vista se nublo, todos los
colores se volvieron negros y una sensación de amargura lo invadió era algo
que jamás había experimentado. En ese instante empezó a recordar aquellos
momentos hermosos que pasaron juntos, todo lo que ella hizo por él y todos los
ocasiones en la que su esposa estuvo presente y de inmediato se dio cuenta
todo lo que hacía para que él esté bien y rememoró que nunca hizo o le dijo
algo para agradecerle tantos años de amor y compañía y al instante se puso a
llorar, vertiendo lágrimas como un niño y gritando sin cesar. A partir de ese
momento jamás pudo perdonarse el olvido. Ese olvido, ese descuido lo torturo
todo los días y siempre reconocía cuanto había abandonado a su esposa.
***
275
Autora: Valeria Vives, 5º año
Instituto Santa María de Nazareth
Muerte en Avenida Corrientes
Esta historia comienza en el barrio de San Nicolás. Para aquellos que no
lo saben, es donde se encuentran el Obelisco y el Teatro Colón, entre otras
glorias de nuestra ciudad, que representan a la cultura argentina.
Mi nombre es Hugo Quiroga, Detective de Homicidios de la Policía
Federal Argentina. En mis 20 años de experiencia he visto innumerables casos
de muertes repentinas sin sentido alguno, imagínense en este país en el cual
matan a una persona cada tres minutos, pero nunca había visto una situación
así.
Un día recibimos un llamado en la comisaria de un hombre informando el
asesinato de su esposa. Al llegar al departamento ubicado en la Avenida
Corrientes, observé cautelosamente que el autor de la llamada era un hombre
alto, musculoso, de cabello castaño, despeinado, con una cara de
desesperación que daba verdadera pena.
Seguí de largo, subí hasta el 5° piso y entre en el departamento en cuya
puerta estaba la letra “A”. En el living del lugar se encontraba el cuerpo de lo
que había sido una hermosa señorita, su nombre era Victoria López, según
indicaban los papeles. Tenía cabello rubio y largo hasta la cintura, piel suave y
blanca a la vista, como una seda. Pero lo que hizo este caso más personal
para mí fueron los ojos de la mujer, si sus ojos, eran exactamente iguales a los
de mi esposa, Susana, ese color miel, tan profundos y que al mirar penetraban
en el alma. Me puse en el lugar del esposo y comprendí el dolor por el cual
estaba pasando.
Me quedé unos minutos contemplando la escena del crimen y más tarde
comencé a interrogar al marido.
-
Nombre- dije con mi vos dura tratando de no mostrar emoción alguna.
-
José, José Álvarez- dijo el muchacho con vos temblorosa.
276
-
Edad.
-
27 años.
-
¿Su relación con la victima?- dije ya sabiendo la respuesta
-
Ella era mi esposa – contesto casi a punto de llorar- Nos casamos hace
exactamente cuatro semanas.
-
Lo siento mucho- dije sin pensar. Por qué había dicho aquello, se
supone que debo ser frio en estos casos, como un medico ante la
enfermedad de un paciente. No debí relacionarme emocionalmente con
la situación.
-
Gracias oficial, es el primero que entiende mi tristeza aquí. La amaba
tanto.
Al escuchar esas palabras, algo en mí cambio, aunque las había oído
millones de veces en otros contextos, ningunas de ellas me habían conmovido
como ahora. Me prometí a mi mismo que pasara lo que pasara iba a resolver
este caso, por esa muchacha, por lo que tanto me hacia acordar a mi esposa
cuando era joven. Porque si algo así me hubiera pasado a mi no pararía hasta
encontrar al culpable.
-
Dígame Señor como fue que encontró al cuerpo-proseguí.
-
Trabajo en la boletería del teatro Opera. Estuvimos laburando toda la
noche haciendo distintos papeleos. Cuando volví al la mañana a mi
casa la encontré así.
-
¿Conoce a alguien que quisiera herirla?
-
No, era una persona amable, considerada y amistosa. No entiendo quien
la lastimaría de esa manera.
-
Bueno creo que eso es todo por ahora. Si tiene alguna noticia puede
llamarme a este número- Dándole mi tarjeta personal.
-
Se lo agradezco detective.
277
Al volver a la comisaria me senté en mi escritorio y comencé a recordar.
Lo que había visto y lo anoté en mi cuaderno.
Quien sea él o la que la haya asesinado debía ser un conocido, ya que
la puerta no había sido forzada y no se veía nada desordenado en el
departamento.
El cuerpo no tenía señales de violencia, no había indicios de alguna
clase de forcejeo. Tenía un “limpio” disparo en su corazón. El culpable
sabía manejar de manera bastante eficaz el arma. Y sospecho también que
tenía un silenciador debido que ningún vecino escucho nada por la noche.
Aunque la señora del 4° B dijo haber escuchado unos pasos extrañamente
fuertes.
Al día siguiente fui al teatro para comprobar que José había estado allí.
Hable con algunos de sus compañeros de trabajo y me dijeron lo mismo
que él había mencionado. Durante el interrogatorio a los muchachos un
hombre de aproximadamente 40 años, pelo canoso, bien peinado y con un
traje que, a simple vista, se notaba que era bastante caro, se acerco y me
dijo:
-
¿Disculpe, pero quién es usted para estar distrayendo a mis
empleados?- preguntó con un tono de vos bastante alto.
-
Mi nombre es Hugo Quiroga, detective de la sección homicidio.
Al decir estas palabras el hombre adopto una posición tensa y distante.
Sé que esconde algo.
-
Creo que esta aquí por el crimen de Victoria López. ¿No es así?
-
Exactamente, disculpe pero ¿Quién es usted y cómo conoce a la
señorita López?
-
Emm- dijo aclarándose la garganta- Mi nombre es Daniel Lucero y soy el
director de este teatro. Yo conocía a Victoria porque ella trabajaba como
maquilladora en las obras.
-
¡Oh! Ya veo. Y dígame señor ¿conoce usted a alguien con quien la chica
haya tenido algún enfrentamiento? – Si hubo alguna pelea él era el
hombre indicado a quien preguntar.
278
-
Mmm, ahora que lo menciona hace alrededor de 4 semanas, si no me
equivoco, La Señora López se peleo con una de nuestras actrices
principales, la señorita Gloria Bermejo, no entendí bien cuál fue el
problema, son mujeres siempre pasa este tipo de cosas. No creo que
haya sido para tanto- contesto con una voz un tanto nerviosa.
-
¿Se encuentra ella aquí?
-
No, no lo creo.
-
Allí está- grito uno de los compañeros de José señalando a la puerta.
Reconocí a la famosa actriz cuando la vi entrar. Poseía un físico
envidiable por cualquier mujer y admirable para cualquier hombre. Largas
piernas que parecían aun más extensas por sus grandes tacos, pelo negro
como la noche y brillante como las estrellas.
En seguida fui a interrogarla, pero ella acelero el paso y se dirigió
rápidamente hacia el camerino. La perseguí y cuando quizo cerrar la puerta
la detuve con mi pie ¿Por qué quería escapar? ¿Que ocultaba?
-
Srta. Bermejo es cierto que usted tuvo un enfrentamiento con la Señora
López.
-
Señora Álvarez desde hace 4 semanas detective- dijo como si estuviera
diciendo una grosería- Si, es verdad.
-
Ah! Veo que ya me conoce.
-
Así es, vivo cerca de aquí y lo vi entrando al departamento del pobre
José la mañana que encontraron al cuerpo en el living- En ese
momento se dio cuenta. Lo comprendió más tarde el error que
había cometido.
Allí fue cuando supe que ella era el criminal. Yo nunca había mencionado el
lugar donde se hayo el cuerpo y es un mínimo detalle el cual no se cuenta en
una historia de boca en boca. Todo coincidía los pasos fuertes eran sus tacos,
conocía a la víctima como para que esta le abra la puerta. Pero faltaba algo, un
motivo. Puesto que antes de arrestarla debía estar seguro.
-
¿Cuál era su relación con José Álvarez? Si me permite el preguntarle.
279
-
Emm. Ninguna el es un simple empleado. Muy bueno y servicialNerviosa, trato de convencerme con sus dotes. Pero lo vi en sus ojos
que lo amaba, tenia sentimientos muy fuertes hacia él.
En consecuencia encontré el motivo Amor. Como si hubiera otro más
poderoso. Ella lo amaba pero lo había perdido en manos de otra mujer una
simple maquilladora. Cómo no la elegía a ella que tenía fama, dinero y buen
físico. No podía entenderlo. Por eso se pelearon las dos muchachas en el
camerino justo después de que se enterara de que se habían casado. Se
preparó, compro un arma y un silenciador. Y practicó hasta tener el debido
control como para dispararle a un objetivo de manera perfecta, en este caso un
corazón.
-
Gloria Bermejo queda arrestada por el asesinato de Victoria López
Álvarez- dije colocándole las esposas.
***
280
Autora: Micaela Barbero, 4º año
Instituto Santa Rita
Una silla al recuerdo
El pueblo de Ceibo no excedía los 2.000 habitantes. Un pueblito que nadie
conocía, salvo las personas que lo frecuentaban para seguir su ruta camino a
la Capital. La entrada era una pequeña estación de tren con dos o tres puestos
que, casi siempre, permanecían cerrados. Quizá esa era una de las razones
por la cual los turistas no elegían al pueblo como lugar de vacaciones. Todo
estaba siempre cerrado.
Sentada en la puerta de su casa, se encontraba una anciana. Todos los días
y a la misma hora, en la misma silla. Nadie sabía qué miraba. Los pueblerinos
podían afirmar que aquella señora estaba loca, que veía alucinaciones o que
simplemente gustaba observar la nada misma.
Cerca de la plaza en el centro del pueblo, cuatro pequeños discutían inquietos.
Uno de ellos calló al resto y dijo:
-Está bien, iré yo. Pero si me echa alguna maldición será culpa de ustedes.
Esa tarde los niños fueron con sigilo hasta el portón, uno de ellos empujó al
otro hacia la anciana.
-Disculpe, abuela, pero con mis amigos –mágicamente, ya habían
desaparecido de su visión, inundados del miedo- queríamos saber por qué
pasa sus días mirando la nada ¿Qué le llama tanto la atención?
La anciana giró su cabeza y el niño saltó del susto. Sin levantar la mirada
respondió como si siempre hubiera estado esperando esa pregunta:
-Hace muchos años atrás, este pueblo era diferente. No existía la monotonía
que lo caracteriza. Mi casa era la más amada. La gente deseaba juntarse
frente a mi portón, no huían como ahora. Pero claro, los tiempos cambian y...inundada de tristeza no pudo continuar y bajó la cabeza, buscando un consuelo
que jamás llegaría.
El niño, confirmando la teoría de que la señora estaba loca, volvió hacia la
plaza para juntarse con sus amigos. Les contó lo que había sucedido y
281
comentó que en ningún momento había visto indicios de magia, conjuros o todo
ese tipo de creencias a las que se la vinculaba.
Un nuevo día se asomaba y, como era costumbre, la anciana asomó su silla
y la arrimó al portón. Miraba, miraba..., pero esta vez una leve sonrisa asomó,
como en otros tiempos. Fue cerrando los ojos, sin perder la sonrisa, y comenzó
a soñar. Desde lejos, los niños la observaban y se acercaron, esta vez
atraídos por una magia desconocida. Sueña la anciana que está sentada, en el
mismo portón, en la misma posición, pero esta vez, 70 años más joven…
1980, El Ceibo era el pueblo más feliz de la zona. Él se desvivía por llegar. La
gente esperaba sonriendo, había carteles de bienvenida y muchísimos gritos.
Los veía felices, emocionados.
“Por fin, oficialmente, estoy en el pueblo, con un peso mayor al habitual, pero
no me importa, mi llegada llena mi metálica alma de satisfacción y me permite
realizar cosas sobrenaturales.
Los aplausos me conmueven, dejo que el humo alcance una altura visible, así
me anuncio de manera inconfundible. Este es un viaje especial y, como toda
ocasión especial, tiene que ser diferente, por eso, decido parar. Justo enfrente
hay una casa. La casa más hermosa de toda la zona. Llena de niños y mujeres
de diferentes familias que esperan con firme alegría mi llegada. Una señora
exclama:
-Esperanza, ¡traé el cartel que ya viene!
Veo cómo una niña corre hasta el interior de la casa.
-Acá está, mamá- dice trayendo un cartel que había estado sobre la mesa todo
el tiempo desde que lo había hecho, como para llenar una ausencia.
Entono mi melodía y crece la euforia en el pueblo, los carteles se alzan y las
sonrisas despejan el humo de mi aliento.”
La anciana despierta conmovida. Se queda mirando hacia esa “nada”. Pero
esa mirada trae alegría, emoción y se inunda de nostalgia.
Se seca las lágrimas. Era algo nuevo para todos verla así.
Entonces, levanta su cabeza y, erguida, dice en voz baja:
282
- Ahí estaban las vías del tren. Ese hermoso tren que traía a mi padre de la
guerra.
***
Autora: Verónica Agustina Genoni, 5º año
Instituto Santa Rita
Abrigos de una intemperie
Se despidieron con un beso. Él entró al avión y ella lo siguió con una mirada
brillosa, llena de lágrimas.
Marcela tenía 36 años, era profesora de literatura, salía muy pocas veces en
las noches, prefería leer junto a sus gatos, dramas, poesías, libros de medicina.
Jamás había escrito.
Alteró su rutina, y la del colegio donde trabajaba, un profesor nuevo. En la
sala de maestros Marcela lo vio: alto, muy lindo. Se llamaba Joaquín, tenía 38
años, aunque aparentaba menos. Era el nuevo profesor de inglés, pero, en
realidad, había estudiado para ser traductor público. Él también la vio, le sonrió
y Marcela se sonrojó. Todos miraron asombrados, resultaba difícil creer que un
hombre así se fijara en ella.
En un recreo Joaquín se acercó a Marcela para charlar. Ella se incomodó y
comenzó a tomar un café que estaba sobre la mesa. Cuando concluyó la
charla, él le dio un papel y se retiró. Ella lo guardó y pudo escupir lo que tenía
en la boca.
Esa noche de jueves, en su casa, Marcela encontró en su pantalón la
invitación que Joaquín le había hecho para salir al día siguiente. No trabajaba
los viernes. Dudó. Lo llamó.
El encuentro no le fue fácil, apenas un par de veces logró hablar con fluidez,
sin embargo, acordaron verse el sábado para cenar, él pasaría a buscarla a las
ocho de la noche.
283
Marcela pasó toda la tarde del sábado en la peluquería. Se peinó, se maquilló,
se hizo las manos, se puso el mejor vestido. Nunca había estado tan feliz.
La cena fue inmejorable y, al despedirse, él le entregó un regalo: una bufanda
color salmón que Marcela usaría todo el invierno.
Pasaron cinco meses de amor hasta que a Joaquín le salió un trabajo en el
exterior como traductor público, la invitó a acompañarlo, pero Marcela era muy
apegada a su familia.
Cuando chica, ella vivía con el padre, la madre y los hermanos. Recordaba
que la madre era el apoyo que necesitaba siempre, en ella confiaba todos los
secretos y travesuras. El padre, era borracho llegaba a la casa cuando quería y
los hermanos nunca estaban. Muchas veces fue maltratada por las figuras
masculinas de la casa, lloraba en los rincones y luego seguía adelante para
ayudar a la madre. El padre abandonó a la familia y se fue junto con los
hermanos. Jamás supo a dónde fue ni por qué, pero una mañana no apareció y
a partir de ese momento Marcela y la madre vivieron solas. La madre de
Marcela tiene cincuenta años es muy linda, con un carácter muy formado, todo
lo contrario a Marcela, una mujer suave y dulce que por haber sido lastimada
intentó no hacerlo con los demás. No vive con su madre, pero la visita cada vez
que puede. Trata de no alejarse mucho para ayudarla cuando la necesita.
Joaquín ya había sacado su pasaje a Suecia, una semana fue el tiempo de
despedida.
En el aeropuerto, ella estaba con la bufanda color salmón y él con un piloto
color beige que le cubría hasta los tobillos. Sonó el último llamado para
abordar, Marcela comenzó a llorar, él le secó las lágrimas, le dijo un par de
cosas al oído, se sacó el piloto y la cubrió. Se despidieron con un beso. En ese
momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, cuando en el taxi,
llorando, vio que se había quedado con el abrigo.
Pasaron los meses y no llegaban noticias de Suecia.
Al año, Marcela logró superar el abandono... hasta que un timbre anunció el
regreso. El abrazo de Joaquín no logró convencerla. Le pidió que esperara ahí,
subió a su departamento y bajó decidida con el piloto y la bufanda. Más tarde,
284
muy tranquila, mientras tomaba un café escribió la última frase de su diario:
¨No se perdonó el olvido¨.
***
Autor: Federico Pontoriero, 4º año
Instituto Santa Rita
Compensación
Siempre fui un hombre sencillo. Supe hacer bien aquello que me gustaba,
pero nunca me destaqué en ninguna disciplina. Cumplí con mis deberes sin
mezquindad ni énfasis, no tuve muchos ni pocos amigos y aunque nunca
estuve especialmente distanciado de mi familia, suelo aburrirme en Navidad.
Mi casa es pequeña, pero no me falta espacio porque vivo solo. Tengo un
patio que da a la medianera de la casa vecina, donde no paso más tiempo del
necesario para regar las pocas plantas que conservo. En el barrio no conozco a
la gente más que de vista y, como si se tratara de un acuerdo tácito, nadie me
saluda cuando salgo a hacer las compras.
Inmerso en la rutina, vivo sin cambios y mantengo una existencia tranquila. O
así era hasta el día que oí, al pasar, volviendo del almacén al que voy todos los
fines de semana, a dos hombres que comentaban que a esa misma calle se
había mudado una mujer hermosa, no sabían su nombre ni dieron más
precisiones sobre su aspecto ya que, según dijo el más alto de los dos, esto se
lo había contado el que vivía enfrente. Escuché con más atención y me di
cuenta de que estaban hablando de la casa vecina a la mía. Empecé a
sentirme curioso respecto de esta mujer y las siguientes veces que salí de mi
casa tuve la esperanza de encontrármela, presté atención a los ruidos que
venían de al lado, cada vez me tomaba más tiempo para regar las plantas.
Pasó una semana, o tal vez dos, hasta que escuché, no demasiado fuerte,
una música que provenía de la casa contigua. No reconocí la melodía, pero
supe que era de música clásica, de un pianista virtuoso que tocaba sin
285
acompañamiento. Intrigado quise espiar por sobre la medianera y luego de
treparme trabajosamente, vi un patio idéntico al mío, salvo por la presencia de
una mesita y unas sillas colocadas en medio del pasto. Vi, además, ropa
colgada que sólo podía pertenecer a una mujer esbelta. Bajé de la cerca de
madera, fui a sentarme en el pasto y pensé en la misteriosa música y en la
misteriosa mujer. Se hizo de noche y entré. Esa noche no pude dormir.
Algún tiempo después noté que en su puerta el cartero había dejado unas
revistas, me acerqué disimuladamente y leí que eran publicaciones literarias,
había una de filosofía sobre el análisis de un alemán Heidegger acerca de la
obra de otro alemán, Hegel. Los nombres me parecieron conocidos, pero no
sabía muy bien quiénes eran.
Todas esas señales hicieron que empezara a imaginar un fantasma que, vaya
a saber por qué fatalidad, nunca había podido cruzar. Estaba en presencia, o
más bien en ausencia, de una mujer hermosa y culta, versada en filosofía y
amante de la música clásica. Esa imagen empezó a gustarme cada vez más y
por las noches fantaseaba con encontrarme con ella, pero yo no sabía nada de
esos temas que a ella parecían gustarle. ¿De qué podría hablarle?
Dos semanas más tarde descubrí, luego de la lluvia, una pisada en la arena
mojada de la vereda de la esquina. La pisada era sutil y delicada, y supe que
había sido ella la que había dejado esa señal a su paso. Y aunque eso no me
ayudaba mucho a imaginarla más claramente, lo sentí como un regalo, como
si un ser de otro mundo quisiera alimentar mis esperanzas y mis sueños.
Todas sus señales me habían impresionado, decidí entonces empezar a
emitir mis propias señales. Puse música de Bach para impresionarla, simulé
que era yo el que estaba practicando. Compré libros por internet que dejaba en
mi buzón para que ella los viera. Pero me di cuenta de que no podría ocultar mi
ignorancia frente a un encuentro, de manera que me anoté en clases de
música, me compré un teclado (que puse en el patio) y una guitarra, por si le
gustaban los guitarristas. Leí los libros que había comprado, al principio con
dificultad y luego con placer. El placer de pensar que con cada línea, con cada
acorde era más merecedor de la mujer de al lado.
Me enteré de quiénes eran los filósofos de la revista y aprendí, luego de
mucho practicar, a tocar el impromptu de Chopin que había escuchado colgado
de la medianera.
286
Me pareció entonces que ella era consciente de mis señales y que me
respondía con otras.
Veía señales en todas partes, todos los ruidos eran
señales, luces que se prendían y apagaban eran señales.
Comencé a pasear por el barrio con un libro de Foucault debajo del brazo,
prestando especial atención a las señoritas con las que me cruzaba, pero
ninguna daba muestras de reconocer el título que tanto me esforzaba en
destacar.
Un año después me sentí confiado y, aprovechando un corte de luz, decidí ir a
preguntarle si en su casa también se había cortado. Estaba muy ansioso, pero
me prometí que aquel día, por fin la iba a conocer, pensé en llevarle algunos de
los poemas que había escrito, me pareció difícil encontrar una excusa para
leérselos. Después de meditar unos minutos decidí que eso no importaba,
después de todo lo que había pasado, una excusa mundana no me iba a
impedir mostrar lo que sentía. Los busqué por toda la casa. Lo que antes era
un lugar limpio y ordenado, ahora era caótico y sobrecargado. Instrumentos,
pilas de libros esparcidos por el piso, papeles sueltos, partituras sucias y con
marcas de zapatos cubrían el paisaje. Hacía meses que no prendía el
ventilador, sólo por miedo a que se volara algún papel ¿y si en ese papel
estaba la clave para ganarme el amor de mi vecina?
El pequeño cuaderno
donde guardaba mis versos había estado sobre la mesa todo el tiempo, pero
la mesa había dejado de serlo, asfixiada en el desorden. Salí y toqué la puerta
de su casa, me abrió una mujer madura, un poco gorda, me preguntó qué
necesitaba.
-
¿Está su…? ¿Es usted la de las lecturas interesantes y la música
clásica?
-
Las lecturas son mías –dijo– pero la que escuchaba música era mi
sobrina, se mudó hace tres meses.
-
¿No me puede dar la dirección? – dije, desesperado.
-
¿Para qué? – me respondió.
-
Se me cortó la luz y quiero preguntarle si ella tiene.
Me dio la dirección. No sé si entendió la situación y se compadeció de mí,
pero me dedicó una sonrisa amable antes de cerrar la puerta.
Inmediatamente tomé un taxi hasta la dirección que tenía anotada y, de
nuevo, toqué una puerta.
287
Me abrió una mujer hermosísima, difícil de describir, como un sueño. Se
colocó delante de mí y me preguntó quién era.
-
No sabe lo que he sufrido para conocerla.
Intenté presentarme, nervioso y hablando con dificultad. Traté de leerle un
poema de los que tenía en el cuaderno. Me trabé en la lectura y desistí.
-
Sus señales son mejores que usted –me dijo.
Contó la historia de un novio que había tenido, al que le pasaba lo opuesto de
lo que ella decía que me pasaba a mí. Era un gran escritor aunque en su casa
se podían encontrar libros de Coelho. Además decía escuchar a un fantástico
músico (los vecinos, sin embargo, se quejaban de que les llegaba cumbia a
todo volumen).
- No hay mucho que pueda ofrecerle –dijo y me dio un beso en la boca- Tómelo
como una compensación, no de mí, yo no le debo nada.
Volví a mi casa atormentado por todo lo que pude hacer y no hice y por lo que
hice y fue un error. Pensé en quién me había convertido, ¿era todo un artificio?
¿Era una mentira aunque involucraba todo mi ser? El universo me estaba
debiendo algo y me había puesto en la peor de las paradojas. Cuando se está
enamorado se pierde mucho poder. Ese poder que me había esforzado tanto
en conseguir con el único motivo de merecer a la mujer que había abierto la
puerta. El mismo poder que necesitaba para seducir fue el que me había sido
arrebatado, como una broma de mal gusto del destino en el momento en que
más lo necesitaba. ¿Qué hacer ahora con todo lo que había aprendido?
¿Cómo podía seguir adelante, de vuelta a una vida rutinaria? No pude resolver
ninguno de mis interrogantes en el camino de vuelta. Decidí que no volvería a
vivir en la mediocridad y el hastío.
Bajé del taxi y cuando estaba por entrar a casa vi, paseando a un perro sobre
la vereda de enfrente, a una mujer rubia y alta que me pareció bellísima Me
acerqué y la saludé.
***
288
Autor: Franco Robredo, 4º año
Instituto Santa Rita
Entre el fuego y la verdad
Lejos de cualquier posibilidad de libertad, me encuentro triste, solitario. Mi
sombra es la única amiga que entiende lo que sufro, pero no es capaz de
ofrecerme el abrazo que necesito.
Me llamo Hernán. Estoy aquí, encerrado desde ya hace cuatro años, soy
portavoz de mi corazón, trabajo en trasmitir mis pensamientos y mi pasatiempo
es la poesía. Es por eso que estoy tras las rejas. He muerto desde que me han
privado del bolígrafo y el papel con los que luchaba para el pueblo.
Mi vida no es más que otra historia de opresión y deseo .Tengo dos hijas,
conocen las letras, ellas seguirán con mi legado. Mi mujer, estrella que alumbra
todo lo que soy, está más allá... esperándome con un beso y esa paz que
necesito y que conjugo con una liberación definitiva.
Mi historia comienza en 1977, en Buenos Aires, una tragedia social surgida en
1976 provocó que mi cabeza estallara de odio al ver a mi pueblo reprimido, al
ver la avaricia y discordia de dirigentes. Comencé a escribir de otra manera, las
poesías de amor a mi compañera ya no eran algo primordial, ella estaba a mi
lado y su amor era incondicional.
En esos años fuimos multiplicándonos, buscábamos maneras de adaptarnos a
la sociedad sin callar los pensamientos. Transmitimos ideas de boca en boca.
Transcurrieron meses. La pelea recién comenzaba. Nos hacíamos llamar “La
voz de la razón” y éramos cuatro hombres dispuestos a todo por la liberación
del país
Nos conocían como poetas pobres, incapaces de generar revueltas y alejados
de los disturbios de todos los bandos políticos. Nosotros actuábamos en
secreto en los bares de la zona de Flores y la gente iba a oírnos decir fantasías
sobre mujeres hermosas y dragones que eran seguidas por relatos de orden
social y propuestas de lucha sin sangre, ¿acaso la razón no puede mucho más
que la violencia?
289
Los tres amigos, de los cuales no sé nada, hace años fueron mis más fieles
compañeros, o mejor dicho, los hermanos que nunca tuve.
Lucas de 33 años, fue el más cercano. Nos conocimos en la facultad y
compartíamos muchos ratos juntos. Nos encantaba escribir, incluso habíamos
pensado en hacer un libro juntos, el tema era algo que iba mas allá de lo que la
lógica podía explicar, pero deseábamos que
quedara documentado. Otro
integrante era Agustín de 31 años, algo tímido, pero capaz de relacionar
cualquier tema, muy inteligente. Y por ultimo, estaba Mariano de 34, él sí que
era capaz de todo, me hizo entender que ciertas cosas estaban mal y, aunque
era algo gruñón, pude aprender muchos aspectos positivos de la vida con él.
No era más que otra reunión en un café de Rivadavia, recuerdo esa noche
como si hubiese pasado ayer, estaba recitando una poesía e iba por el final
que decía algo así:
Extraños son esos momentos en los cuales lejos estás.
Extraños son los días en los que mi vida se sentía vacía.
Comprendo tu agonía, tu furia y tu felicidad insaciable,
pero no comprendo a la muerte por sacarme tu amistad
Aunque no era más que un simple texto escrito en una noche aburrida de
invierno
se convertiría en algo que iba a marcar mi vida ya que en ese
momento llegaron dos policías que me llevaron a reconocer a mi mujer al
lugar más tétrico de toda la ciudad: la morgue. Nunca comprendí por qué había
muerto. Los oficiales no supieron decirme nada, algo raro estaba ocurriendo.
Pasaron los meses y decidí que mis hijas deberían irse lejos ya que a mi lado
corrían peligro. Nuestra causa había avanzado más de lo esperado y mucha
gente ya estaba luchando en nuestro bando. Las niñas fueron a casa de sus
abuelos en Entre Ríos.
A ciertos invisibles impostores no les gustaba lo que estaba pasando y nos
mandaron a cazar como conejos en un campo. Refugiados en casas ajenas,
alimentados con el orgullo de nuestras ideales, vivíamos sin temor de saber el
final, ni adelantarnos a lo que ocurriera.
Una noche en que estábamos dando una charla literaria en la plaza del barrio
aparecieron dos móviles de la policía federal y un falcón de color verde. Sin ser
intimidados seguimos recitando, la policía empezó a atropellar a las personas
que nos escuchaban para llegar a nosotros. Desesperados
290
formaron una
pared para que pudiéramos escapar,
Lucas intentó defender a esa pobre
gente, escuchamos un disparo y lo vimos caer sobre el pasto de la plaza
rodeado de un charco de sangre. Me obnubilé por la furia, traté de volver, pero
Mariano me obligó a huir. Fuimos ayudados por un hombre que nos levantó en
su auto, recién entonces di rienda suelta a tanto dolor, lloré como pocas veces
lo hice en mi vida...
Vivimos unos días en un rancho que tenía el tío de Agustín y decidimos
volver a Capital para ver cómo continuar, pero se nos hizo imposible: nos
estaban buscando por todos lados.
Escapamos día y noche de las fuerzas autoritarias que supuestamente
mantenían el orden, pero finalmente no tuvimos más salida que entregarnos a
estos hipócritas y ser llevados a lugares de un horror indescriptible. Nos
separaron y lo único que supe del exterior fue de una guerra con Inglaterra y de
que todo iba bien.
Me encuentro solo, escribiendo mentalmente para resistir, lejos de todo lo que
anhelaba. Encerrado vaya a saber dónde, tratado como un animal y, al parecer,
sin perdón de Dios. En unos días me trasladarán, quizá mi suerte cambie,
estamos a finales del año 1983 y no sé qué me deparará el destino. Comprendí
que la libertad es la causa que me mantiene vivo y que un pueblo únicamente
puede crecer si no se perdonó el olvido.
***
291
Autor: Federico Buenaventura, 5º año
Instituto Sara Chamberlain de Eccleston
El sueño de un músico
Fritz Von Dietrich tenía apenas ocho años cuando sus padres, Margaret Blatter
y Adolf Von Dietrich, lo enviaron al pupilo Anstalt Schule IV en Münich,
Alemania, para que estudiara música y composición. Dicho instituto fue
fundado en 1626 y, desde entonces, todos los Von Dietrich habían pasado por
allí. Su prestigio fue creciendo hasta llegar a ser la escuela de música más
prestigiosa de Europa y hacia el año 1821 todos sabían que un nuevo Von
Dietrich entraría a formarse allí.
Desde los tres años, el pequeño Fritz se mostró como un niño introvertido, frío
y con problemas para entablar relaciones con otros chicos. A la edad de ocho
años, esto no había cambiado en absoluto. Tampoco pudo tener una relación
afectuosa con sus padres. El día en que Fritz entró al colegio de música ellos
no estuvieron presentes. El ama de llaves lo llevó.
Los años transcurrieron y a los quince, ya estaba en condiciones de componer
sus propias sonatas y preludios. Perfilaba para ser otro gran pianista del legado
Von Dietrich. Hasta que un día llegó al colegio una carta dirigida a él. Ésta
llevaba en su interior las líneas más desalentadoras. Sus padres habían dejado
de pagar sus estudios sin una razón específica.
Mientras leía esa carta varias lágrimas cayeron de sus ojos, algo que no era
frecuente en Fritz. En su interior, él sabía lo que estaba pasando.
Ese mismo día regresó a su casa donde el ama de llaves, ya enferma y sin
fuerzas, lo recibió con las desgarrantes noticias. Adolf y Margaret habrían sido
asesinados por un grupo de ladrones y fueron encontrados sin vida en las
calles del centro de Münich. Fritz era hijo único y menor de edad, entonces no
podía recibir la gran herencia de su padre y el Estado se la quedaría hasta que
él fuera legalmente adulto. Sin embargo, él
era consciente de que nunca
recibiría ese dinero.
Su casa fue embargada así como la mayoría de las pertenencias de la familia.
Pero por suerte, los Von Dietrich tenían una pequeña cabaña en el norte de
292
Münich que les había servido como refugio durante las diversas guerras a lo
largo de la historia. Esta contaba con apenas lo necesario y… un piano.
Fritz continuó con sus estudios por su cuenta y comenzó a trabajar de
ayudante de un zapatero del pueblo. Así fue como conoció a la persona que
cambiaría el rumbo de su vida: Henrietta Van Basten, o Jetta, como él la
llamaba. Ella vivía a 20km de Münich pero todos los días repartía paquetes del
correo y cada martes pasaba por la zapatería a entregarle cartas al viejo y
encorvado zapatero. Una gran actitud, carisma, calidez y belleza la
caracterizaban y hacían sobresalir por encima de cualquier otra mujer alemana
en la que Fritz pudiese haber puesto sus ojos.
El martes 15 de junio, una gran tormenta azotó Münich. Jetta no podía volver a
su casa debido al temporal y, muy tímidamente, le pidió a aquel ayudante de
zapatero:
-“Von Dietrich, ¿sería mucha molestia pedirle refugio en esta tarde-noche de
tormenta, hasta que pueda volver a mi casa?”.
Con los ojos llenos de generosidad y amor, Fritz le dio un lugar en su pequeña
morada. Luego de secarse algo las ropas, Fritz le sirvió un plato de comida
caliente a su huésped quien, sin saberlo, le había robado parte del alma.
Luego de una pequeña plática, Jetta vio en la esquina el gran piano de cola
Steinway&Sons, y le preguntó a Fritz -a quien ya llamaba por su nombre- si
podría tocarle una pieza de alguna obra.
Nada tan mágico había salido de un instrumento hasta esa noche. La piel se
erizaba al sentir las notas retumbando en el entorno y las sensaciones
recorrían el lugar tal como lo hacía el viento que soplaba en ese momento.
Jetta, conquistada por los suaves acordes del Steinway, le agradeció
cálidamente con una caricia en la mejilla. Aquella noche las miradas bastaron
para aclarar lo que las palabras no podían describir y la pasión fluyó como el
agua que caía del cielo. Juntos pasaron los siguientes 4 años.
A la edad de diecinueve, el martes 15 de agosto, llegó a la casa de Fritz una
carta del Teatro Nacional de Mónaco que lo invitaba a él, el único Von Dietrich
vivo, al concierto de música de esa ciudad. Felices, él y Jetta, se encaminaron
hacia aquella ciudad donde Fritz ensayó arduamente durante 8 semanas para
el concierto. El teatro los proveyó de todo lo mejor: comida, alojamiento,
instrumentos…
293
El 15 de octubre era martes, y esa noche el teatro de Mónaco escuchó los
aplausos más fuertes que alguna vez sus paredes hubieran sentido. Tal y como
había sucedido el 15 de junio cuatro años atrás, las personas que oyeron la
obra de Fritz quedaron enamoradas de su arte, de su vigorosidad y de su
talento. A partir de ese día, las ofertas de trabajo como músico le cayeron sin
cesar.
Fritz Von Dietrich, causaba furor y esplendor por donde se lo viese. Pero todos
en la vida pagamos un precio por lo que nos gusta. Su relación con Jetta, fue
decreciendo tal y como lo hacían las melodías de sus obras llegando a su final.
El 15 de enero de 1833 cayó miércoles. Ese día, Jetta comenzó a sufrir los
primeros síntomas de una neumonía. Al cabo de una semana, no se sabía qué
le depararía la vida. Un mes de agonía y sufrimiento pasó y Fritz se daba
cuenta cada vez más de lo alejados que habían estado debido a su trabajo. A
pesar de esto, el amor inmenso e incondicional que sentía él por ella, solo
podía compararse con el de Romeo y Julieta.
Afortunadamente, la recuperación de Jetta fue exitosa y Fritz realizó una gran
cena para festejar la segunda oportunidad que le había dado la vida.
Al día siguiente, una carta de trabajo arribó al hogar Von Dietrich. Parecía una
más, hasta que el remitente dio a conocer que se trataba del Festival de
Música Romántica de Viena y Fritz era el invitado de honor de la gala de cierre.
Él sabía que esto lo mantendría ocupado un año entero con la composición,
preparación y ensayo, viviendo en Viena solo. Pero era una oportunidad -que
no se iba a volver a presentar- de pasar a la historia como el único Von Dietrich
que fuera invitado de honor de la gala en cierre del festival más importante del
ambiente de la música. Cegado por el afán de gloria, se fue a Viena a
componer su obra más imponente.
Por medio de cartas se mantenían en contacto los dos enamorados aunque se
sentían dos extraños cada vez más distantes. Hasta que una noticia lo llenó de
orgullo y felicidad al gran pianista… iba a ser padre de un nuevo Von Dietrich.
Jetta le rogaba que volviera a Münich, para ayudarla con el embarazo y para
disfrutarlo juntos, pero el egoísmo de quedar en la historia parecía más fuerte.
Días antes del concierto y habiendo estado mucho tiempo sin verse, la
embarazada Jetta arribó a Viena. Pero un frío reencuentro fue lo que se
294
trasmitieron uno al otro, algo impensado sabiendo el amor que se tenían. En
ese momento, no se dio cuenta… lo comprendería más tarde.
El 15 de febrero de 1834 era viernes y el día de cierre del festival. Allí estaba el
gran maestro, detrás del escenario, pensando en su esposa quien había sido
llevada al cuarto del hotel por el médico que iba a recibir a Sebastian Von
Dietrich, su hijo. El hotel, situado a 1km del teatro en donde estaba Fritz,
parecía estar más cerca que el propio escenario para él.
Momentos antes de salir a dar su concierto, recordaba internamente sus
grandes sueños de la infancia, en los cuales imaginó ese momento tan especial
tan emocionante y tan ansiado, más de mil y una veces. Más aún, habiendo
padecido todo lo que él vivió, no podía dejar escapar este instante por nada del
mundo.
Sin dudarlo ni un segundo más, salió a cumplir su sueño más ansiado.
Corrió y corrió, hasta llegar a donde las dos personas que más amaba en el
mundo se encontraban. Vivir una vida plena y llena de amor, era lo que
siempre había querido este Von Dietrich.
Jetta y Sebastian eran el sueño más soñado de este músico.
***
Autor: Francisco Martín Collela, 4º año
Instituto Sara Chamberlain de Eccleston
Crímenes en Rainford
A principios de 1938 en un remoto pueblo de Inglaterra llamado
Rainford, situado a 90 Km. de la ciudad de Liverpool, vivían unas 2.000
personas. La mayoría de ellas trabajaban en una fábrica que se encontraba en
las afuera del pueblo. El resto de los habitantes de Rainford vivían dedicados al
campo. Existía una clase acomodada pero todos dependían de la fábrica,
directa o indirectamente.
295
La fábrica producía autos, y estos eran vendidos en el país o importados
hacia distintas regiones de Europa. Al tener tal importancia, la fábrica era muy
reconocida en el país. De hecho, fue el motivo por el cual el pueblo se fundó.
La fábrica estaba bajo el mando de John Williamson. Él tenía una
esposa llamada Margaret y tres hijos: Charles de 21 años, Catherine de 19 y
Jack de 17. Precisamente el padre de John había fundado la fábrica 20 años
atrás, y debido a su muerte, el la había heredado.
Una tarde como cualquier otra, aunque un poco calurosa, la policía fue
avisada de un inconveniente en la calle Kensington. En esta calle vivían las
familias de mayor poder adquisitivo del pueblo. De hecho, ésta era una de las
dos calles que estaban asfaltadas, junto con la calle donde se ubicaba la
alcaldía. El resto de los caminos eran de tierra. Cuando las autoridades
llegaron al lugar, se encontraron con una escena muy trágica: los cinco
miembros de la familia Williamson
habían sido brutalmente torturados y,
finalmente, asesinados.
A la semana, toda Inglaterra hablaba del asesinato. Había sido un
episodio poco común en el tranquilo pueblo de Rainford.
Luego de investigar prolijamente durante 15 días, nadie podía encontrar
la razón por la cual los Williamson habían sido asesinados. Si bien John había
soportado algunas huelgas y en ése momento no tenía buena relación con los
trabajadores, ése no parecía ser un motivo para matarlo.
Luego de largas horas de discusión, la policía determinó que se trató de
un simple robo y, como la familia se habría resistido, los ladrones se vieron
obligados a matarlos. Pero había algunas cosas que no estaban del todo
claras. Por ejemplo, dinero y cosas de valor que se hallaban a la vista no
habían sido tocadas y esto llevaba a pensar que debería existir otro móvil.
Debido a esto, las autoridades decidieron contratar a un renombrado
detective que habitaba en Londres. Su nombre era James Dupont. Tenía 52
años y había resuelto varios casos de gran importancia, no sólo en Inglaterra
sino en toda Europa.
La llegada del detective a Rainford estaba estimada para el día 16 de
octubre, pero debido a la importancia y la repercusión que había tenido el caso,
éste decidió venir unos días antes. Dupont arribó al pueblo con un ayudante
296
llamado Henry Muller. Era un joven, pero astuto e inteligente detective, muy
amigo de Dupont.
Cuando los dos detectives se pusieron a estudiar el caso se mostraron
muy confundidos. Era un crimen sin precedentes en el pueblo y también en el
país debido a que en esa época los asesinatos en las localidades pequeñas
eran muy poco comunes. No estaban seguros de que había sido un robo
porque las pertenencias valiosas de la familia no habían sido robadas.
Muller tuvo la la idea de concurrir al entierro de la familia porque
seguramente asistiría la mayoría del pueblo y así les podrían hacer preguntas a
los habitantes del mismo. A Dupont le parecía una pérdida de tiempo porque la
policía local ya había tomado muchos testimonios y no había encontrado nada.
El entierro se realizó al día siguiente en el cementerio del lugar que
quedaba a unos 3 kilómetros. Alrededor de 300 personas concurrieron al
servicio fúnebre. Entre ellas se encontraban familiares, trabajadores de la
fábrica y amigos de los muertos. Debido al triste clima que había, los detectives
creyeron que no era el momento adecuado para interrogar a las personas y se
fueron del cementerio.
Luego de varios días comenzaron a citar a varias personas para
interrogarlas. Entre ellas estaban el mayordomo, las mucamas, vecinos y
algunos miembros destacados de la fábrica.
El personal de la mansión no pudo aportar nada a la causa debido a que
no estaban trabajando el día del crimen porque era domingo. El único vecino
que se encontraba en su casa al momento del homicidio dijo que escuchó unos
gritos y debido a esto llamó a la policía. Cuando salió a la calle, lo único que vió
fue la puerta de la casa de los Williamson abierta y el piso manchado con
sangre.
La mayoría de los testigos no aportó nada significativo al caso, salvo
uno. Este hombre de 35 años llamado Anthony Mc Reary, que trabajaba en la
fábrica hacía ocho, vivía en un barrio humilde de las afueras. Para llegar a su
casa, tenía que pasar por delante de la casa John para luego tomar el tranvía.
Según este hombre, pasó por la puerta de la casa de los Williamson unos
minutos antes de que ocurriera lo sucedido y pudo notar algo fuera de lo
común: en la vereda de enfrente, se encontraban hombres corpulentos y muy
abrigados para la época del año, que extrañamente procuraban ocultar sus
297
rostros. Curiosamente, el hombre reconoció a algunos de ellos y se dio cuenta
de que también eran trabajadores de la fábrica.
Luego de haber entrevistado a todos, Dupont los despidió y se fue a
dormir. Trató dormir pero no puedo pegar un ojo en toda la noche. Se quedó
pensando sobre lo que le había dicho el trabajador de la fábrica. No podía
entender por qué unos trabajadores habrían asesinado a su jefe. Él pensaba
que debía haber algo más que todavía no había podido descubrir.
Al otro día, cuando Dupont volvió a la escena del crimen, en el escritorio
de John, volvió a revisar una serie de papeles que ya había revisado
previamente aunque no les había dado mucha importancia.
Luego de leer varias cartas encontró una escrita unos días antes de que
el homicidio fuera cometido. Después de leerla, se dio cuenta de que no era
una carta, si no que era una especie de contrato con otra empresa. Ésta estaba
a punto de comprar la fábrica, para luego desmantelarla. Luego de leerla
comprendió el motivo del asesinato: si vendían la fábrica y la desmantelaban, la
mayoría del pueblo quedaría sin trabajo. Algún operario se habría enterado y
habría propuesto matar a la familia para que la venta no fuese llevada a cabo.
Dupont se dio cuenta de que la solución del caso había estado sobre la
mesa todo el tiempo.
Luego de esto, el detective y su ayudante fueron a la fábrica y, a partir
del relato de Mc Reary, dieron con los asesinos quienes fueron detenidos por la
policía y condenados a cadena perpetua.
La fábrica finalmente continuó produciendo al mando de un sobrino de
John Williamson quien mejoró la relación con los trabajadores.
***
298
Autor: Ignacio Cordara, 5º año
Instituto Sara Chamberlain de Eccleston
El relato de una flor: no me olvides
‘No me olvides’. Con esta frase y un beso siempre me despedía mi bisabuela,
Adriana Luz Ferri. Ella era una mujer increíble, llena de vida, de ganas de vivir
la vida y ganársela por mérito propio. Una de las mujeres más afectivas y
sensibles que alguna vez conocí.
Año tras año, con mis primos, prolongábamos una pequeña tradición que
consistía en ir a comer a su casa al menos una vez a la semana. Lo hacíamos
porque sabíamos que la llenaba de alegría ver a sus nietos que para ella
estaban siempre más grandes y por las deliciosas comidas con las que nos
esperaba: de las más exquisitas del universo. Recuerdo que siempre que nos
despedíamos nos pedía que la recordáramos, aunque más no fuera, por la rica
comida que con tanto cariño nos hacía.
Estos encuentros son inolvidables porque esta mujer tan importante en mi vida,
a pesar de su edad, era una persona que recordaba muchísimas historias de
su infancia y juventud. Además, era extremadamente culta ya que leía todos
los diarios sin falta y gracias a ello siempre nos sorprendía y entretenía con sus
interminables charlas. Ni hablar de cuando nos contaba sobre la guerra de
Italia, de cómo con su mamá y hermana cruzaron en un tren con soldados todo
el país para reencontrarse con su padre quien, desafortunadamente, había sido
separado de ellas a causa del servicio militar. O cómo llegó a la Argentina en
un vapor proveniente del Viejo Continente a la temprana edad de doce años en
donde conocieron a otra familia con la cual entablaron una gran amistad y que,
por esas cosas del destino, después de muchos años terminaría en el
matrimonio de las dos hermanas con los dos hombrecillos que conocieron allí.
Esa era otra de las grandes historias que se reiteraban cada vez que la familia
se reunía y que, pese a las miles de veces que las habíamos escuchado, nos
299
seguían entreteniendo durante horas y horas y nunca nos cansábamos de
oírlas.
Su vida estuvo llena de cosas fuertes que la hicieron una persona con agallas,
con ganas de progresar y de no rendirse nunca. Una dama, una verdadera
mujer en la cual se podía confiar con los ojos cerrados. De las pocas que han
dado más de lo que podían por el simple hecho de sacarte una sonrisa y que
cada vez que lo lograba te recordaba lo hermosa que era. Por esa y otras miles
de razones, que con gusto contaría pero no me alcanzarían los meses del año,
la considero una de las personas que mas influyó en mi vida.
Hay tantas historias y momentos…
¿Por qué no estás aquí hoy? Eso es lo que me pregunto y pienso
como sería todo si hoy estuvieses aquí al lado mío. De lo último ya
tengo la respuesta, sería como en los momentos cuando estabas.
Ciertamente te veía unas pocas horas al día pero eran horas en
donde todos mis problemas se evaporaban y solo quedaban
momentos para risas y relatos.
Tengo la suerte de saber que desde donde hoy esté, mi bisabuela estará
orgullosa de mí y muy contenta porque como ella quería no la olvidamos y no
por esos ricos platos que nos preparaba, sino por todo lo que era como
persona. Imposible no recordarla a diario, es en vano tratar de dejar de pensar
en ella en cada momento. Ya han pasado más de dos años desde que se fue
físicamente de nuestro lado; estaba por cumplir nada más y nada menos que
100 años y con la familia ya hablábamos sobre cómo íbamos a festejar su
centenario. Pese a la gran ansiedad que todos teníamos por la llegada de su
cumpleaños, sabíamos que se sentía muy cansada para seguir aguantando
mucho tiempo más, pero éramos nosotros, sus nietos, los que no la dejábamos
ir y le pedíamos a Dios que no la dejara aflojar. Hasta que una triste noche de
abril, ella se acostó como cualquier día de los miles que vivió y como ella
quería que sucediera no volvió a despertar. A pesar de que se haya ido a una
vida mejor, la seguimos pensando; ella nos dejó con su cuerpo pero no con su
alma, que sigue aquí con nosotros.
Por todo lo que nos diste, por todo lo que te quisimos y nos quisiste ‘no se
perdona el olvido’.
300
Autora: Aldana Cuadros, 5º año
Instituto Sara Chamberlain de Eccleston
Un olvido aleccionador
La mañana era particularmente fría y, aunque el otoño recién comenzaba, el
crujido de las hojas bajo sus pies acompañaba a Ana mientras hacia su camino
hacia el hospital. Al entrar, la característica e intensa luz blanca la cegó pero a
pesar de no poder ver, percibió la intranquilidad del hospital.
El olor a desinfectante inundaba su nariz mientras se hacía paso entre
médicos, enfermos y familiares de estos últimos tratando de llegar al área que
pediatría y neonatología compartían. Amaba entrar y rodearse de los niños y
bebés que, a pesar de sus diferentes enfermedades, seguían recibiéndola con
sus brillantes sonrisas. Como residente, Ana se encargaba de tomar las
historias clínicas y chequear a cada uno de sus pacientes, controlando su
evolución y estado general. Había pasado por todas las camas cuando llegó a
la número veinticinco y la encontró vacía. Extrañanada, tomó el historial y
buscó la información que le permitiría saber cómo había evolucionado su
paciente durante la noche.
El día anterior, Ana se había sentido exhausta. No era sencillo hacer tres
guardias a la semana y pretender descansar y comer apropiadamente. Ese día
en particular, el trabajo la había agobiado tanto que se había olvidado de
almorzar y el cuerpo le reclamaba descanso. Padres razonablemente
preocupados por un neonato con bronquilotis, una niña que había tenido que
ser intubada debido a una falla respiratoria y un adolescente irritado por un
brazo fracturado formaban una pequeña parte de los problemas con los que
había tenido que lidiar durante sus 24 horas de guardia; habían quedado a su
cargo
veinte pacientes con sus diferentes particularidades y dolencias.
Finalmente, a las 6 de la tarde, llegaron los estudios de laboratorio de los
pacientes que se encontraban en las camas dos, catorce, veinticinco y treinta,
siendo esto lo último que tendría que revisar antes de ser libre de ir a casa.
301
-¿Te ayudo? – le pregunto otra residente, Milagros, empática al notar el estado
de Ana
-Pero tu turno no empieza hasta dentro de media hora, viendo como esta de
ocupado el hospital, te recomendaría que la aprovecharas para descansar- Ana
estaba cansada, pero sabía que en una guardia cada minuto de descanso
contaba, que un minuto más o menos de sueño hacían la diferencia.
-Tuve licencia por enfermedad hasta ayer, estoy bien, esta es tu tercera
guardia en la semana, créeme que necesitas el descanso más que yo. Además
no te estoy diciendo que te vayas, solo te aligero un poco la carga.
Ana accedió, sobre todo porque odiaba tener que revisar los laboratorios y los
dividió entre las dos. Hojeando la historia del número veinticinco, un bebé de
unos cinco meses, notó que los resultados no eran normales. Nunca había
visto resultados así en unos análisis. Lo consultó con su compañera, pero ella
tampoco estaba segura de cómo proceder. Consecuentemente, se estaba
dirigiendo a informarlo cuando la niña intubada empezó a sollozar.
Rápidamente, le aplicó la medicación pertinente. Feliz de haber terminado, hizo
su camino de vuelta por el -en ese momento- calmado hospital (el horario de
visitas había terminado) y fue recibida por la estrellada noche, mientras
caminaba a casa.
Fue cuando regresó al día siguiente, que su peor miedo se confirmó. La jefa de
residentes (su jefa) había dejado constancia en la historia clínica del paciente
que se encontraba en la cama número veinticinco, lo que había sucedido y la
razón por la cual su cama se encontraba vacía… como si nunca hubiera estado
allí, como si nunca hubiera existido. Ana pretendió leer en voz alta pero su voz
enmudeció tras la primera línea y con la caída de la primera de muchas
lágrimas:
“Hora de muerte: 8 pm.
Ayer a las 6 de la mañana se le hicieron al paciente estudios de laboratorio.
Los resultados llegaron doce horas después. Estos informaron que el paciente
sufría a una anemia aguda que fue la causa de su muerte”
Al verla llorando, Milagros rápidamente se acercó y le preguntó lo que sucedía.
Muda, Ana, simplemente señaló la cama.
-No entiendo- pronunció suavemente Milagros
302
-Es…es mi culpa- gimoteó Ana – Si… si lo hubiera informado, el bebé se
hubiera salvado.- Ana no podía creer que un paciente, un bebé, hubiera muerto
por su culpa. No se perdonó el olvido -nunca podría hacerlo-: haber sido tan
descuidada, tan tonta…
-Yo lo informé- la cortó Milagros. -No se podía hacer nada, Ani.
Ana no estaba feliz, pero estaba agradecida. La entristecía que el bebé hubiera
muerto, pero estaba aliviada de que la culpable fuera la madre naturaleza. Aún
así, Ana no lo olvidó y le sirvió para volverse mucho más cuidadosa y atenta
con sus pacientes.
***
Autora: Pilar Domenech, 4º año
Instituto Sara Chamberlain de Eccleston
En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde...
“Simplemente, lo de todos los días: tomo un baño y me voy a trabajar.
Soy directora de una empresa de indumentaria muy conocida en el país; mi
padre era dueño de ella y, en su momento, se desvivió por que fuera
reconocida y popular. El problema es que la dirección de una compañía de
tales características es un trabajo muy duro: si yo no controlo a mis empleados,
nadie hace nada y no hay producción ese día, lo que me lleva a mi a perder el
5% de mis ganancias mensuales y a no poder cubrir los gastos fijos de
expensas que me sacan el 15% de dichas ganancias. Por ende, no me queda
otra que agarrar mi auto e irme a trabajar todos los días.
Mi padre trabajaba todo el día al igual que yo y, cuando era chica, le
reclamaba que estuviera más tiempo conmigo, pero ahora comprendo la
demanda que tiene la empresa y el por qué de tanto esfuerzo. Si de pequeña lo
tuve todo fue gracias al trabajo continuo y sin descanso de mi papá.
303
Actualmente, tengo dos hijos, una de 17 años y otro de 13. Sus vidas no
podrían ser mejores: tienen todo lo que quieren, ipods, notebooks, televisores
de pantalla plana, consolas de videojuegos, iphones... Por eso creo que son
muy felices. Ellos viven conmigo, pero no tienen papá; él se fue cuando el más
chico nació. Rosa es la chica que los cuida desde que nacieron y los lleva al
colegio, les prepara la comida, come con ellos y los ayuda con las tareas
también.
Mi trabajo no tiene horarios. Sencillamente, en la empresa se trabaja
cuando trabajo yo; es decir, cuanto antes llegue y cuanto más tarde me vaya,
más beneficios obtengo y mejor vida puedo proporcionarles a los que me
rodean. Me caracterizo por ser rutinaria, pero no me molesta, por eso no
entiendo a la gente que se queja de la rutina. ¿No es mucho mejor tener la vida
organizada antes que andar como esa gente que no sabe qué va a ser de su
vida al día siguiente?
Básicamente, no entiendo a la gente que se preocupa por el trabajo, por
las relaciones sociales, por los hijos. El trabajo va bien cuando uno trabaja, las
relaciones sociales, ¿para qué? No se necesita a nadie mas que a uno mismo
para ser exitoso, y los hijos, gracias a mi trabajo, ya tienen todo lo que
necesitan. Y además son grandes, se pueden arreglar solos y, en caso de
emergencias, en mi caso está Rosa.
Y bueno, básicamente así soy yo; perdón, así era yo. Hoy no puedo
creer cómo pasé 46 años de mi vida siendo de esa forma. Como te habrás
dado cuenta, toda mi vida dependía de mi trabajo, de lo único que hablaba era
de ganancias y pérdidas, de la felicidad que mis ganancias aportaban a mis
hijos, de mi rutina, de hacer todos los días lo mismo, y lo peor es que creía que
mis hijos eran felices sólo porque tenían todos los bienes materiales que
querían, sin haberme dado cuenta de que no tenían lo más importante que una
madre debe darle a sus hijos: tiempo y amor.
Un día, haciéndome un estudio médico de rutina -más precisamente una
mamografía-, encontraron que había algo que antes no estaba y que no era
normal. Por supuesto, yo creí que era algo menor, me creía inmortal. Hasta que
los profesionales me dijeron que ese “algo menor” que creía que tenía era
realmente un cáncer de mama que, por suerte, no estaba tan avanzado. Ese
detalle no lo tomé en cuenta ni un poco y sentí mucho miedo de perder la vida,
304
de dejar a mis hijos con Rosa, que no era la mamá, de no haber disfrutado de
la vida. En ese momento se me pasó por la cabeza todo con lo que había
soñado de chica, todo lo que sufría cuando no tenía a mi papá, lo poco que me
importaba todo lo que tenía cuando lloraba porque mi papá no podía estar en
mi cumpleaños. Ahí me di cuenta de que no había hecho las cosas bien en mi
vida: no todo era el trabajo y la felicidad de mis hijos no estaba dada solamente
por lo material”.
Todo eso me lo contó en respuesta a mi pregunta “Señora, ¿cuál es el
motivo de su consulta? ¿Solamente un control mamario? ¿Tiene algún
antecedente?” Tal fue mi interés por su historia que no había notado que la
consulta ya se había pasado de los diez minutos fijados para la misma y que la
lapicera que yo había estado buscando desde que la paciente llegó para anotar
sus antecedentes, había estado sobre la mesa todo el tiempo.
Lo primero que se me ocurrió decirle a la paciente –y así lo hice- fue
“cuánto lamento que tenga esa enfermedad” pero su respuesta fue lo que más
me sorprendió: “doctora, esa enfermedad me cambió la vida; aprendí a vivirla al
máximo, a disfrutar las pequeñas cosas, a hacer verdaderamente feliz a mi
familia, a ser realmente yo”.
Por eso hoy cuento esta historia, porque a esa señora lo más feo de la
vida le hizo disfrutar de lo mejor de ella y a darse cuenta de que lo más valioso
que uno tiene, no es un ipod o una computadora, sino la vida misma.
***
Autora: Agostina Ferrante, 5º año
Instituto Sara Chamberlain de Eccleston
Lo imposible sólo tarda un poco más
Esta es la historia-hecha cuento-, de un niño que toda su vida luchó por
llegar a ser lo que siempre soñó aún cuando no tenía nada.
305
Oscar tenía 9 años, su casa estaba en algún lugar de la Ciudad de
Buenos Aires, tenía 7 hermanos, y un padre y una madre ausentes desde que
él tenía memoria. Por esta razón el hermano mayor fue el que los crió a todos.
Le encantaba jugar, jugaba sólo en la calle que era su hogar. La comida
era casi nula y vivía de la ayuda de desconocidos que lo cruzaban por las
calles de Buenos Aires o en los subtes. Esto se hacía difícil a veces ya que la
gente pensaba que sus intenciones eran malas a pesar de ver la estampita que
Oscar les daba antes de pedirles una simple moneda.
Sus manitos estaban siempre sucias y sus ojos de color marrón brillaban
con una ternura que sólo él tenía.
Oscarcito era el menor de los hermanos y cada uno de ellos tomó un
camino que él no quería seguir: el de las drogas y el robo, motivo por el cual se
separó de ellos e intentó buscar otra manera para subsistir en la calle. Se hacía
muy duro, cada día más, vivir allí, solo. Tenía algunos amigos pero eran pocos
los que seguían el buen camino.
Oscar siempre anduvo contra viento y marea, no le importaba que todos
buscaran el camino fácil, nunca se guió por las personas que lo rodeaban. Él
estaba seguro de que, esforzándose y luchando, podía ganarle a la calle.
Siempre mantuvo sus códigos y sus valores, los cuales no fueron forjados por
su familia inexistente. Mas sí hubo un señor, José, que la calle le presentó una
noche de invierno en el barrio de Constitución.
José había pasado toda su vida en la calle, y al verlo a Oscarcito se le
acercó esa noche y le dijo que nunca renunciara a sus sueños, a las cosas que
más anhelaba, aunque parecieran imposibles, que la mayoría de las personas
que pudiera cruzarse iban a elegir el camino fácil, pero que él no debía hacerlo
porque tenía todas las herramientas para concretar sus más grandes deseos
realidad.
Nunca más vio a José, pero sin duda fue él el que le dejó la enseñanza más
pura y la que marcó su vida para siempre. Pero en ese momento no se dio
cuenta, lo comprendió más tarde cuando el tiempo comenzó a pasar y vio que
la situación cambiaba.
Después de 4 años, teniendo 13, Oscarcito empezó a vender rosas en el
subte. No era mucho el dinero que ganaba, pero era un trabajo y obtenía esa
plata dignamente. Podía comprarse comida todos los días y hasta consiguió
306
ropa nueva. La gente empezó a mirarlo distinto y hablarle de otra manera
cuando su apariencia cambió.
Los meses transcurrieron, pero antes de cumplir sus 15 años, Oscar se
sentó una noche en una esquina de La Boca y se dio cuenta de que necesitaba
terminar el colegio para empezar la universidad: Oscarcito quería ser un doctor.
Seguramente sonaba como un disparate, pero él tenía mucha confianza en sí
mismo y estaba seguro de que podía lograrlo.
Dos noches después, decidió ir donde sus hermanos para pedirles que
lo ayudaran a terminar sus estudios de alguna forma. Fue difícil encontrarlos y
más que complicado lograr hacerles entender lo importante que era para él su
futuro.
Pero lo logró, y unos años después, a sus 19 años ya estaba en la
Universidad de Buenos Aires comenzando sus estudios en medicina. Su
felicidad era indescriptible, sus ojos brillaban más que nunca antes.
Oscar se dio cuenta de que lo que su sabio amigo José le había dicho esa fría
noche era cierto. Todo para él fue posible, a pesar de tener tan pocas
posibilidades y de pensar que su contexto no le daba ni una sola herramienta
para lograrlo, lo hizo, y se demostró a sí mismo que todo en la vida es posible y
que ningún sueño debe ser descartado por pensar que no se puede alcanzar.
Hoy, 20 años después Oscar es uno de los médicos más reconocidos de
Sudamérica. Tiene una familia hermosa y, por sobre todas las cosas, unida. Él
fue capaz de cumplir todos y cada uno de sus sueños con esperanza, esfuerzo
y hoy les transmite su experiencia y fe a sus hijos, y a todas las personas que
dudan de su capacidad para cumplir todas las metas que se propongan,
siempre recordando y transfiriendo el mensaje de ese señor que sólo le habló
unos segundos, pero que cambió su vida para siempre.
***
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Autor: Luciano Furlan, 4º año
Instituto Sara Chamberlain de Eccleston
El pueblo misterioso
Era una noche oscura y lluviosa en la Ruta Nacional Nº 9 que une
Buenos Aires con San Miguel de Tucumán. Los pasajeros del colectivo ya
dormían, pasadas las 2 a.m. Todo era un silencio continuo, que solo dejaba oír
el motor y una música de fondo que mantenía despierto al conductor. El interior
del autobús estaba iluminado con una tenue luz azul, que sólo dejaba ver el
baño al fondo del mismo. La carretera estaba completamente solitaria. El último
automóvil había sido visto pasadas las 12, 30 a.m. Los ojos del conductor
comenzaron a cerrarse lentamente, pero en ese momento no se dio cuenta. Lo
comprendió más tarde, cuando se encontró manejando por la banquina y tuvo
que corregir su curso. Pero esta aburrida noche, sólo estaba comenzando.
El conductor se sorprendió al ver una luz blanca susurrar en el horizonte.
Sin darle demasiada importancia, continuó observándola manteniendo su
velocidad. Ésta se hacía cada vez más grande, tomando forma a medida que
se acercaba. De repente, la luz lo encandiló y el hombre frenó bruscamente el
vehículo, despertando a los 18 pasajeros. Un fuerte golpe los sorprendió, y
bastó para que el vehículo se detuviera. El conductor pidió que mantuvieran la
calma y se acercó a cada uno para verificar que no hubieran sufrido daños. Al
ver que todos se encontraban sanos y salvos, abrió la puerta delantera y
descendió para ver cuál era el problema y tratar de repararlo. Los minutos
pasaban y el hombre no volvía. Los pasajeros, ansiosos, también bajaron para
dar una mano. Al ver al conductor buscando el objeto con el que había
impactado, le preguntaron qué era. Él les contestó que sólo había visto una luz
blanca que lo encandiló y luego sufrió el golpe. El misterioso objeto había
desaparecido, sin dejar rastro alguno. Pero el vehículo tenía dañado el radiador
y no podía continuar su marcha, por lo tanto todos los pasajeros descendieron
para intentar buscar ayuda. Intentaron con llamados telefónicos, pero la señal
era muy débil. Buscaron carteles para saber dónde se encontraban, pero no
308
pudieron ver ningún indicio. Todo era oscuridad siniestra, silencio de tumba y
nervios que comenzaban a intensificarse en los pasajeros.
Así, las 19 personas decidieron caminar por la ruta, esperando algún
milagro. Al cabo de 10 minutos de caminata, hallaron un cartel, destrozado
pero legible: “Mertonville”. Esto fue algo extraño, ya que el nombre estaba en
inglés y los pasajeros juraban no haber escuchado anteriormente el nombre de
una localidad como ésa. Sin embargo, la flecha les indicaba el camino hacia la
derecha y, al ser la única alternativa, decidieron tomarlo.
A medida que se acercaban al pueblo, la niebla iba incrementando su
densidad. Se toparon con una tranquera de madera, que estaba cerrada. La
abrieron y se dieron cuenta de que ya estaban en el pueblo. Las casas
parecían algo antiguas, de madera que ya estaba podrida y chirridos
ocasionados por la brisa que chocaba contra las paredes de las mismas. Sin
duda, era un lugar escalofriante y desolado. El grupo de personas, avanzó
lentamente y se acercó a una casa que parecía ocupada. Tocaron la puerta,
pero nada sucedía. Decidieron ingresar para ver si había algún habitante, sin
éxito. Al no encontrar ninguna solución aparente, el conductor optó por
proponerles pasar la noche en el pueblo, y reanudar su marcha por la mañana.
Pidió que se contaran en voz alta, dándose cuenta que el grupo se había
reducido a 18 personas, ya que faltaba uno de los hombres que viajaba al
fondo del colectivo. Todos comenzaron a alborotarse, y esto empeoró las
cosas. Se les pidió que se mantuvieran en calma, que probablemente el
hombre se había ido a dormir a alguna de las casas y por la mañana
aparecería.
Así, cada pasajero optó por ingresar en las diferentes casas –
aparentemente abandonadas- para pasar la noche en un lugar cálido. El
conductor, ya acostado en una cama y mirando el techo en medio de una
oscuridad espesa, no paraba de escuchar ruidos extraños a su alrededor. El
miedo comenzó a perseguirlo. De repente, un gritó alarmante lo hizo saltar de
la cama. Sus latidos aumentaron el cuádruple, y su miedo ya era un factor que
lo limitaba a salir de su habitación. Luego de los gritos, se escucharon golpes y
pasos que hicieron pensar al hombre, aterrorizado, que debían irse de ese
lugar siniestro. Decidió abrir la puerta con un golpe, salir corriendo de su
habitación y esconderse en uno de los baños. Se tranquilizó e intentó escuchar
309
lo que sucedía allí afuera. Todo estaba en calma, ningún ruido era ya
perceptible en esa escalofriante noche. Al cabo de unos minutos, salió para ver
lo ocurrido. Cuando abrió la puerta de la casa, pudo ver unas siluetas de
personas a lo lejos en la oscuridad. Intentó hablarles, sin respuesta alguna. De
pronto, comenzaron a acercarse, lentamente. Sus nervios empezaron a
azotarlo, y con una temerosa mirada pudo reconocer a una de las personas
que venía hacia él. Era el señor del asiento delantero, que viajaba detrás de él
en el colectivo. Su rostro era extraño, ya que su mirada estaba fija en un punto
y no mostraba reacción a ninguna de sus señas. De pronto, sacó un cuchillo
que deslumbraba su brillo en los ojos del chofer. Éste salió corriendo y se
escondió en un contenedor de basura. Allí permaneció unos instantes, sin
ninguna señal de que los misteriosos pasajeros lo estuvieran acechando. Al
asomarse, vio 17 personas que lo rodeaban. Era demasiado tarde, su fin había
llegado. Así, el chofer tomó el arma que el siempre llevaba en su cinturón, lo
puso en su cabeza, y presionó el gatillo. Todo era oscuridad.
Abrió los ojos, se dio cuenta que estaba conduciendo por la banquita y
corrigió rápidamente su maniobra. Pensando que todo había sido un sueño,
pudo ver una luz blanca en el horizonte, que se hacía cada vez más intensa…
***
Autora: Cindy Sajnin, 4º año
Instituto Sara Chamberlain de Eccleston
Destinos desencontrados
Era un martes 13 de abril de 1970 en Toronto y, como todos los 13 de
abril desde hacía veinte años, era el día del reencuentro de Julia y Román.
La historia de amor de ambos no era una historia cualquiera. Se habían
conocido al comenzar la escuela secundaria y se habían gustado ni bien se
habían visto. Al principio habían sido amigos pero, con el correr del tiempo, se
habían enamorado y se habían puesto de novios. Hasta ese momento todo
310
hacía pensar que la historia sería perfecta, como las que vemos en las novelas
de amor.
Román vivía con sus padres y con sus dos hermanas, Alicia y Silvia, las
dos más grandes que él. Ellas trabajaban para ayudar a su familia y además
estudiaban por la noche. Julia era hija única y pertenecía a una familia
adinerada que pretendía para ella un hombre de su misma escala social.
En ese momento, a los 13 años, Julia pensaba que todo era mucho más
simple que lo que resultaría ser después.
El noviazgo continuó. Poco a poco ellos fueron creando un vínculo de
amor que parecía indestructible, hasta que llegó el día en que ambos se
animaron a contarles a sus padres acerca de la relación, y la reacción no fue la
esperada.
Los padres de Román se pusieron contentos con la noticia y lo alentaron
a continuar, pero los padres de Julia se enojaron con ella. Le dijeron que si no
terminaba con ese vínculo, la sacarían del colegio y la llevarían lejos, muy
lejos.
Ante el dolor y la desesperación, Julia y Román se pusieron de acuerdo
en continuar a escondidas con el noviazgo, hasta que los padres de ella
cambiaran de parecer.
Pasó el tiempo, y pronto estuvieron a punto de terminar la secundaria.
Soñaban un futuro juntos con una casa y con muchos hijos, pero los padres de
Julia no cambiaban de opinión y cada vez era más difícil para ella ocultar su
amor por Román.
El día de la fiesta de graduación, Julia pensó que debía contarles a sus
padres sobre el proyecto de vida con su novio. Ella creyó que ese era el
momento apropiado y que ellos lo entenderían.
Pero finalmente no fue así: no la dejaron ir a su fiesta de graduación y
rápidamente armaron sus valijas, sacaron tres pasajes de avión y se fueron a
vivir a Londres. Julia no pudo ver a Román para explicarle lo sucedido y éste se
sintió abandonado por su novia, a quien tanto amaba.
Román no supo del paradero de Julia durante muchos años, pero
tampoco logró rehacer su vida ya que no podía olvidarla y sufría en silencio. Iba
a la facultad y trabajaba tratando de ocupar su tiempo para no pensar en ella.
311
Julia, por su parte, no perdonó a sus padres por haberla separado de
Román, pero tuvo que seguir su vida en Londres; empezó a estudiar y tenía
una posición privilegiada, aunque nada llenaba el vacío que le provocaba no
volver a ver a Román. Un 13 de abril, desesperada por la ausencia de su
amado, le escribió una carta a escondidas de sus padres y se la envió al
domicilio. Esperaba que llegara hasta sus manos y éste la respondiera.
Felizmente la carta llegó y Román comprendió lo sucedido el día de la
fiesta de graduación. Entonces respondió a su amor y así se mantuvieron en
contacto durante un tiempo.
Llegó el momento en que ambos finalizaban sus estudios universitarios;
él se recibiría de abogado y ella, de médica. Aunque no habían dejado de
amarse, la distancia había enfriado el amor que ambos sentían, y se hacía más
difícil seguir así, sin verse, solo sabiendo algo uno del otro a través de una
carta cada tanto.
Román había conocido en la facultad a una chica llamada Érica, de
quien se había hecho muy amigo y a quien le contaba sus penas. Sin darse
cuenta, ella se enamoró de él. Román, al ver que su amor por Julia era
imposible, se terminó casando con Érica, sin amarla. Tuvieron dos hijos y él
resultó ser un abogado brillante, que ganaba mucho dinero y tenía una vida
acomodada.
A Julia no le fue muy distinto: al recibirse de médica, sus papás le
presentaron a Rubén, hijo de unos amigos de ellos, y la indujeron a casarse
con él. Julia y Rubén se casaron y tuvieron una hija, pero ella no olvidaba a su
gran amor.
El Dstino, que siempre teje y desteje a su gusto nuestras vidas, tenía
una sorpresa guardada para Julia y Román. En Toronto se hacía un congreso
de abogados muy importantes de todo el mundo. Rubén, que también era
abogado, viajó acompañado de Julia.
El día en que su marido exponía su discurso en el congreso, Julia vio de
lejos a Román. Al principio le costó reconocerlo, dado el tiempo que había
pasado. Se acercó a saludarlo y sus miradas se fundieron tal como lo habían
hecho veinte años atrás en la secundaria. Charlaron un momento y se contaron
que ambos se habían casado y habían tenido hijos, pero no eran felices.
312
Ese día se hicieron una promesa: todos los 13 de abril se encontrarían a
las 17 horas en un lugar llamado Sweet Roses –que quedaba a mitad de
camino de donde ambos habían vivido en su juventud–, y nunca faltarían a la
cita por ningún motivo.
Ese encuentro era ineludible todos los 13 de abril; las razones que
daban a sus familias para ausentarse de sus hogares eran múltiples y variadas,
pero nunca escaseaban.
Desde los veinticinco años, todos los años, ese día especial era su
reencuentro y allí se amaban apasionadamente.
Morían por vivir juntos, pero ninguno quería lastimar a su familia
abandonándola. Por ese motivo, sacrificaban el estar juntos para toda la vida.
Con los años, los padres de Julia y los de Román murieron, al tiempo
que los hijos de ambos fueron creciendo. Julia nunca les perdonó a sus padres
lo que habían hecho con ella. Román, por su parte, vio sufrir a los suyos
porque él no había podido concretar su gran amor, si bien de algo estaban
felices: su hijo era un gran abogado y se había forjado un destino.
El día en que se cumplía el reencuentro número veinte iba a ser un día
muy especial. Román había reservado una suite en un hotel muy caro, de lujo.
La había hecho decorar con flores rojas, como le gustaban a Julia, y le había
comprado a ella un collar de perlas.
La cita era a las 17 horas, y él llegó puntual al hotel. La esperó en la
habitación una hora, dos, tres, pero ella nunca llegó. Triste y desesperado,
volvió a su hogar al día siguiente jurándose que todo había terminado.
¿Qué podría haberle sucedido a Julia para que ese día tan especial no
concurriera a la cita? Ese día, Julia había sido abuela: su única hija había dado
a luz a un varón. Desafortunadamente, también había muerto en el parto.
Tan grande fue el dolor de Julia al perder a su única hija que no había
podido pensar en nada más. Creyó que había sido un castigo divino por haber
alimentado tantos años ese amor oculto a espaldas de su marido y, aunque
nunca se perdonó el olvido, entendió que a partir de aquel momento su vida
consistiría en criar a su nieto huérfano de madre, y que Román entraba para
siempre en su pasado.
***
313
Autora: Macarena Troccoli Aiello, 4º año
Instituto Sara Chamberlain de Eccleston
El secreto del lago
A mediados del siglo XVIII en la ciudad de Vesuvius una familia
compuesta por tres miembros decidió mudarse a una cabaña en el medio del
bosque ya que se habían vuelto propietarios de ésta gracias a una herencia de
un primo lejano.
Los Benson estaban muy felices ya que pensaban que los malos
tiempos en los cuales no tenían hogar ni trabajo habían quedado atrás. A partir
de ese momento tendrían muchísimas hectáreas para trabajar, no sólo la
agricultura sino también la ganadería.
Su única hija, Aria, de 15 años, estaba muy ansiosa de empezar con su
nueva vida. No sabía por qué, pero presentía que algo mágico y extraordinario
se iba a cruzar con ella.
Cuando vio el bosque por primera vez, se le erizó la piel: nunca había
visto algo tan hermoso y único. Estaba tan contenta que decidió ir a recorrer un
poco el bosque prometiéndole a su madre que tendría cuidado y no se alejaría
mucho.
Aria caminaba muy concentraba en no tropezar con ninguna roca ni raíz
de árbol, pero en un momento decidió levantar la mirada y, frente a ella, notó
un hermoso y cristalino lago y, a su lado, un joven que estaba bebiendo de su
agua.
En ningún momento pudo apartar la mirada de él; para ella, sus ojos
celestes y su pelo largo y oscuro resultaban perfectos. No lo dudo y decidió
acercarse a él. Su nombre era Caleb Di Laurentis y tenía 17 años. Se quedaron
hablando por horas; era la primera vez que se habían visto pero parecía que se
conocían de siempre. Antes de irse cada uno para su casa, acordaron
encontrarse en ese mismo lugar al otro día y así fue durante varios meses.
314
Un día, Aria, muy convencida de su decisión, decidió decirle a Caleb que
él era el amor de su vida y que ella quería pasar toda la eternidad con él. En
ese instante Caleb se dio cuenta de que ése era el preciso momento para
contarle a ella la historia de su familia.
Hace muchos años su familia había decidido mudarse allí, con el fin de
poder criar a su hijo en un lugar tranquilo y cálido. Cuando encontraron el lago
donde Aria y él se juntaban todos los días a la puesta del sol, empezaron a
tomar el agua de éste. Con el tiempo, descubrieron que los años empezaron a
pasar, pero no para ellos, que no envejecían. Pronto dedujeron que el agua del
lago los hacía inmortales.
Aria quedó sorprendida por la historia que le contó Caleb y le hizo saber
que a ella no le importaba nada excepto él. Aunque él sentía exactamente lo
mismo que ella, le dijo que la inmortalidad es una maldición y le explicó que su
familia y él tenían que vivir ocultándose y modificando sus hábitos
continuamente ya que la gente comenzaba a creer que eran brujos. También
confesó que, al ser inmortales, estaban cansados de vivir. Caleb llevaba más
de un siglo tratando de mantener oculto el secreto del lago ya que comprendía
lo peligroso que sería si el mundo lo descubriera.
Aria, con insistencia, trató de convencer a Caleb de que la dejara tomar
el agua del lago, pero él la hizo prometer que por el momento no lo haría.
Llegado el momento, cuando cumpliera dieciocho años, Caleb le permitiría a
Aria decidir beber el agua o no.
Pasaron los meses y ellos se seguían encontrando en el mismo lugar y a
la misma hora. Cada vez su amor era más profundo. Hasta que llegó el día en
el que ella recibió la noticia por parte de su padre de que volverían a mudarse a
su antiguo pueblo ya que había recibido una posibilidad de trabajo muy
interesante.
En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió mas tarde: iba a ser
separada de su único y verdadero amor y, por este motivo, sufrió mucho, al
punto de querer quitarse la vida, pero luego recapacitó y se dio cuenta de que
tarde o temprano se iban a poder encontrar de nuevo y de que al tomar el agua
del lago iban a poder estar juntos por toda la eternidad. Por tal motivo, unos
meses o años de desencuentro no eran nada comparados con la idea de poder
vivir juntos por siempre.
315
A pesar de que el tiempo pasara, ella siempre recordaría a su único
amor, Caleb. Sin embargo, la posibilidad de trabajo que había recibido su padre
incluía un acuerdo de matrimonio con uno de los hijos del terrateniente más
rico y poderoso de la región. Su padre le ocultó este detalle hasta último
momento y la boda no pudo menos que llevarse a cabo.
Con el tiempo Aria aprendió a aceptar y a amar a su esposo impuesto y
formó con él una familia, aunque nunca pudo olvidarse de su amado Caleb.
Al cumplir los veintidós años, Aria quiso volver al bosque a reencontrarse
con Caleb. Al llegar lo vio sentado al lado del lago y rápidamente recordó los
viejos tiempos en donde ellos eran muy felices y soñaban con un futuro junto.
Fue allí donde Aria comprendió de que por más de que lo amara, para
ella sería muy triste ver a sus seres queridos morir mientras ella seguiría
viviendo para siempre. Sus sentimientos no habían cambiado en absoluto, pero
ella ya tenía una familia formada y lo más importante para ella eran sus hijos.
Entonces fue allí donde Aria le prometió a Caleb que guardaría el secreto del
lago por siempre y de que por más que no pudieran estar más juntos, ella
nunca lo olvidaría.
***
316
Autora: Agustina Arce, 5º año
Instituto Schönthal
La soledad
Esa mañana, al salir a la calle, infinitos muros de hormigón cercaban mi pueblo.
El lugar se veía deshabitado. De un momento para otro, quedé completamente
solo.
Todo comenzó, cuando el día anterior, salí antes de trabajar, porque me sentía
mal. Fui directo a mi casa y me tomé un ibuprofeno. Después de un rato, en
vez de mejorar, empeoraba; por eso decidí ir a la salita del pueblo: me abrigué
bien y enfrenté el crudo frío del invierno.
El centro asistencial no queda muy lejos, sólo a unas tres cuadras de mi casa.
En el camino, me encontré con un montón de gente conocida. Es lo que pasa
en los pueblos chicos: nos conocemos todos. Sin embargo las miradas ajenas
se desviaban cuando se topaban con la mía. Me ignoraban.
Llegué. Por suerte, no había nadie. Toqué la puerta:
-Pase- Se escuchó una voz desde adentro.
El Dr. Ramírez, más conocido como Ignacio, estaba de espaldas. Cuando se
dio vuelta, quedó anonadado. Yo no entendía nada. Cuando volvió a
reaccionar, buscaba algo por todas partes, estaba nervioso, por fin lo encontró:
era el espejo que había estado sobre la mesa desde el principio. Desde que
entre en aquel consultorio, el médico no había articulado ni una sola palabra.
Cuando ya ese silencio empezaba a incomodarme, y con una mano sobre su
pera como manteniendo su cabeza preocupada, me dijo:
-No te asustes, mírate lentamente en el espejo- y me lo alcanzó en gesto
severo.
Cuando me miré, no me vi. Perplejo, me acerqué la mano a la cara y ahí lo
comprendí todo: no tenía cara, mi cuerpo se estaba desvaneciendo, se estaba
volviendo invisible.
317
Levanté la mirada para buscar respuestas, pero no sólo no las encontré, sino
que tampoco estaba Ignacio. Escuchaba su voz del otro lado de la puerta, pero
no hablaba conmigo. Quise abrirla, pero estaba cerrada con llave.
A los pocos minutos, advertí otra voz que no conocía
-Tranquilo, no te preocupes, vas a pasar ahí adentro la noche, hasta que
sepamos qué tenés. Es por tu propio bien.
Le empecé a gritar que me dejara salir, pero no tuve respuesta. Como no me
volvieron a hablar y tenía mucha hambre, me dormí.
Cuando desperté, ya no me sentía tan mal, pero mi cuerpo había desaparecido
por completo. Podía moverme, sentía todo, pero no se veía.
Para mi sorpresa, la puerta estaba sin llave y pude salir. Cuando pisé la calle,
vi que el pueblo, mi pueblo, estaba amurallado. Los muros se levantaban por
todas partes. Grité con enérgicas fuerzas, pero no escuchaba nada más que mi
voz. Desesperado, me puse a correr, corrí a lo largo de toda la muralla con el
afán de encontrar una salida; había una, pero como me lo imaginé, estaba
bloqueada.
Me empezó a hacer ruido la panza, no había comido desde hacía más de doce
horas. Caminé hasta mi casa. Cuando llegué, vi la puerta abierta. Sin
cuestionarme nada, fui directo a la heladera y agarré un trozo de queso duro
que estaba olvidado desde hacía varios días. Me desplomé sobre una silla y
alcancé a ver un papel, había estado sobre la mesa todo el tiempo, pero no me
había dado cuenta. Aunque un tanto abatido, mi curiosidad pudo más.
“Como no sabemos lo que tiene, permanecerá encerrado hasta que
encontremos una cura. Todos los días, al amanecer, pasará un médico a
sacarle sangre y a entregarle provisiones para el día. Es por su propio bien.”
Todos los días, a las nueve de la mañana, venía un médico con un traje que
parecía del espacio. Me dejaba una caja con comida, se llevaba los restos del
día anterior, y por supuesto, me sacaba sangre. Ese sí que era un
procedimiento complicado: yo le tenía que indicar dónde estaba mi brazo y el
lugar exacto donde hundir la aguja.
-Es por tu propio bien.- me repetía.
Así es como estoy, solo en un pueblo donde no puedo hablar con nadie,
preguntándome qué es lo que me pasó y deseando que encuentren una cura,
318
porque ya no resisto más. Una y otra vez me pregunto, lo grito, pero no
escucho respuesta:
-¿Es por mi propio bien?... ¿O por el de ellos?
***
Autor: Pedro Enrique Clar Mercau, 5º año
Instituto Schönthal
Los niños del proceso
Por la ventana veo pasar un Falcon verde. Adentro hay un joven con uniforme.
Me gustaría tener un uniforme. Me vería como un adulto, bien arreglado, firme,
con una voz fuerte. Es mi auto favorito. Ojalá que cuando sea grande pueda
manejar uno.
Otra vez faltaron compañeros. Los mismos de siempre. ¿Qué les habrá
pasado? Y hoy otro más. Solo quedamos nueve. Cada día se hace más
aburrido venir al cole. ¿A ver si la maestra sabe algo?
-Porque hay una epidemia en Argentina que está afectando a mucha gente. Ya
se van a curar, no te preocupes.- me contestó.
Upa, qué mal. ¿Estarán mamá y papá enfermos?
El timbre de las tres y media. ¡Hora de ir a lo de la tía! Seguro me está
esperando con un gran vaso de chocolatada. De paso, aprovecho para ver el
programa de Carlitos Balá. Él es mi héroe. Pero después, sí o sí hago la tarea
para tener toda la tarde libre. Tal vez termine a tiempo para poder escuchar el
partido de fútbol. Y si tengo mucha suerte, puede que el tío me relate un
partido. Es muy molesto cuando interrumpen las transmisiones con tonterías
del gobierno. Al menos son buenas noticias. Siempre diciendo que todo está
bien y que la gente violenta no va a molestar más.
La casa desde afuera parece chica, pero en realidad es enorme. Hasta
tenemos patio trasero para las tres tortuguitas. Ni bien llegue, les tengo que dar
319
de comer. Al lado está el auto del vecino. Tiene un Falcon verde. Un día le voy
a preguntar si puedo subirme. El único problema es que nunca lo vi. A veces
escucho que enciende el auto a la noche y, cuando voy al cole, el auto ya no
está. Tal vez le gusta salir de noche. Cuando vuelvo, el auto está de nuevo en
su lugar. Me pregunto si será el mismo Falcon que vi hoy. Ya escucho la radio
desde afuera. El tío, a veces, la pone muy alto. Ni bien entro me doy cuenta
que no era la radio, son mis tíos discutiendo.
-…saber la verdad. ¡Tiene sólo 8 años!- dice mi tía.
-El chico tiene que saber por qué no están sus padres. En algún momento se
va a preguntar qué pasó. Es chico, no pelotudo.- responde mi tío.
-Nunca dije que es eso que dijiste. Sólo digo que puede ser una noticia fuerte.
Nada más.- dice mi tía en voz baja.
-Si no… Ah, llegaste- dice mi tío mirando la puerta.
-¿De qué hablaban?- pregunto.
-Nada, nada, querido. Vení que se te va a enfriar la chocolatada- responde
rápido mi tía.
Creo que hablaban de mí. Voy a darles de comer a las tortugas. El show de
Carlitos Balá empezó hace 10 minutos. ¿Dónde está la cuchara? ¡Ah, acá está!
Había estado sobre la mesa todo el tiempo. Qué rica que está la chocolatada.
¡Zazaza, que gracioso Carlitos! Hora de hacer los deberes. Matemática. Que
aburrido. No entiendo nada. Le voy a preguntar al tío, él sabe muchas cosas.
¿Dónde está? Tampoco encuentro a la tía. Voy a ver si están en su cuarto.
-…-rto. El chico está con nosotros, porque sus padres no pudieron cuidarlo.
Pasaron demasiado tiempo luchando contra nada y ahora desaparecieron.
Dejaron a su hijo solo.- grita mi tío.
-¿Y vos creés que no pienso en eso? ¿Qué sabes que sintieron ellos al dejarlo
con nosotros? No fueron a luchar por cualquier cosa, querían un mundo mejor
para el nene y para todos. Dios sabe dónde están y qué habrá sido de ellos.dice mi tía casi llorando.
- Dios, Dios y la puta que lo parió. Me cago en Dios y en los santos. Los padres
no se preocuparon por su hijo y ahora nosotros tenemos que hacer su trabajo. grita más fuerte mi tío.
Odio cuando se pone así. Me entristece. Y cuando habla mal de Dios también.
Señor, disculpá a mi tío. No es malo, en el fondo, es bueno.
320
-¿Cómo podés decir eso del chiquilín? Es lo único bueno que nos pasó en la
vida. A veces, no sé por qué me casé con vos- dice mi tía llorando.
La puerta se abre. Me voy para que no me vean. ¿Mis padres desaparecidos?
Después le pregunto a mis tíos y a la maestra. Tal vez, alguno de mis amigos
sepa algo. El tío prendió la radio. Mejor termino los deberes rápido así puedo
escuchar la radio con él.
Qué buen partido. Lástima que el tío estaba muy enojado. No le pedí que haga
de relator para no hacerlo enojar. No dije nada sobre el asunto. Creo que no se
dieron cuenta. Voy a mirar un rato más de tele y luego a dormir.
La tía me contó un cuento muy lindo. Le prometí que me iba dormir, pero no
puedo. Quiero saber que pasó con mis padres. ¿Por qué se fueron? ¿Y por
qué todavía no volvieron? Le voy a preguntar a la tía.
Debe estar en la cocina lavando los platos. Pobre. El tío también tendría que
lavar los platos.
–Tía ¿por qué se fueron mis padres?- ¿Por qué?
-¿Qué hacés despierto? Me dijiste que si te contaba un cuento te ibas a
dormir.- me responde ella sin mirarme.
-No puedo dormir. Contestame la pregunta y me voy a dormir.- Quiero saber la
verdad. No quiero más mentiras.
-Por razones de trabajo. Ya te lo dijimos.- dice ella mientras sigue lavando los
platos.
-Disculpá que recién te diga esto, pero los escuché a vos y al tío discutiendo
sobre ellos. ¿Se fueron por mí? ¿Tan mal hijo fui?- Ni bien termino la frase,
deja caer el plato que estaba lavando, y el sonido me hizo sobresaltar. Ella me
abraza muy fuerte. Está llorando.
-Mi amor, nunca vuelvas a decir eso. Sos un chico estupendo y maravilloso. Tu
tío y yo estamos alegres y agradecemos al Señor de tenerte con nosotros.Hace una pausa y se limpia la cara.- Si, tus padres se fueron por vos, pero no
por malas razones. Ellos te adoraban, te amaban, y querían lo mejor para vos.
Se fueron para que puedas vivir en un mundo mejor. Tenés que estar orgulloso
de ellos.-¿Están enfermos?- Espero que no.
-Si, pero ya se van a curar, mi amor. Hablamos mañana ¿te parece Mañana
tenés que ir al cole. Dale, lindo. Vamos a dormir.- Ella me acompaña al cuarto y
321
luego se va al suyo. Escucho el auto del vecino. Quiero saber qué pasó.
Quiero…. saber….qué…pa……
Hora de levantarse. Voy a lavarme los dientes. No tengo ganas de peinarme.
Día nublado. Anoche llovió un poco. Tengo que darle de comer a las tortugas.
¿Qué habrá de desayuno? Leche con cereales. Qué rico. La tía dice que me
apure, así llego temprano y ven que buen alumno soy. El auto del vecino
todavía no volvió. No debo olvidarme de hablar con la maestra.
Ahí están mis amigos. Voy a preguntarles. Nadie sabe nada. Algunos me
dijeron que también parientes suyos no están. Ahora tenemos que ir a las
aulas. Se escucha gritar a mi maestra. Está en la sala del director. Están
gritando sobre los chicos que dejaron de venir. Le voy a preguntar. Ahí salió.
-Maestra, tengo una pregunta. ¿Sobre qué discutía con el director? Era algo
sobre desaparecidos. Mis padres también están desaparecidos.La maestra se queda mirando la ventana. Toma aire y me mira a los ojos. –Hay
personas malas en el país. Personas muy malas que están raptando gente que
no piensa como ellos. Eso se llama genocidio, no proceso de reorganización
nacional. La gente no está alegre como dicen los comunicados.-¿Usted cree que mis padres fueron raptados?- Por favor, no, no ,no. Señor,
que la respuesta sea no.
-No lo sé. Espero que no. Pero sabé algo. Hay gente que está peleando contra
ellos. Y si tus padres fueron raptados, fue porque ellos pelearon.- me dice ella
mientras me agarra de los hombros. Pelear siempre es malo.
-Gracias, maestra.- se me escapa una lágrima. Mis padres… no están…
Hoy no hicimos nada en clase. La maestra nos dijo que dibujemos lo que más
nos guste. Yo sólo dibujé garabatos. No estoy de humor. Hoy no miré por la
ventana. Suena el timbre, hora de ir a casa.
La tía salió al supermercado. El tío se ve de mejor humor.
–¿Mis padres están desaparecidos?- quiero la verdad .
Apaga la radio. –Vení. Te quiero mostrar algo.- Me agarra de la mano y me
lleva a su cuarto. –Esta es una foto de tu padre cuando era joven.Que joven se ve. Estaba usando su saco y boina. La boina tiene una frase
cosida en la frente, pero no logro leer qué dice.
–Tus padres desaparecieron hace un año. No sé si están vivos o muertos. Sólo
sé que no están acá. Me tenés que prometer que no te vas a meter en
322
problemas. Con esto no digo que no defiendas lo correcto. Nunca vale pena
perder la vida por una idea. - después de eso, me da unas palmadas en la
espalda y salimos del cuarto.
Muertos. Mis padres están muertos. No hay forma de que los pueda volver a
ver. Mi mundo entero, destrozado. Sólo quiero dormir. Dormir y olvidar.
No tengo ganas de ir al colegio. La tía insiste en que salga y vaya. Acepto. Me
ayuda a arreglarme. Afuera del colegio veo un Falcon verde estacionado. No
me importa. No me importa nada. No hacemos el saludo a la bandera. Nos
juntan a todos en la sala principal.
-Hemos hecho algunos cambios en el colegio. Nuevos maestros se unirán a
nuestras filas.- dice el director.
Hay uno que tiene un saco que me es muy familiar. Cuando vamos a nuestras
aulas, noto que la maestra no está. En su lugar, hay otra mujer y el joven de
saco. Tiene una boina en su mano.
–Mucho gusto chicos. Mi nombre es Lancer. Estoy acá solo para hacerles unas
preguntas sobre su maestra anterior.- dice con una voz suave.
Nos pregunta qué cosas nos enseñó la maestra. Decimos que nos leía cuentos
y nos daba matemática. Nos pregunta qué cuentos.
–¿Por qué no viene nuestra maestra?–
No me contesta. No me cae bien este hombre. Se retira. Me levanto para
preguntarle sobre su saco y su boina. Su boina está arreglada, como si le
faltara algo y luego la cosieron encima. Es muy parecida a la de mi padre
-¿En serio? Qué coincidencia. Y decime ¿cuál es el nombre de tu padre? Por
su puesto. Yo soy amigo de tu padre. Él me prestó el saco. Tu padre está
trabajando junto con tu madre. ¿No recibiste ninguna de sus cartas? Si querés
te puedo llevar con ellos. - No confío en él, pero dice que puede llevarme con
mis padres. -Te llevo en mi auto. Un Falcon verde. ¿Te gustan los autos?Acepto. Si mis padres están vivos, quiero verlos.
Salimos y afuera está su auto. Entro. Le pregunto dónde vamos. -Al Olimpo.¿Tendrá que ver con las Olimpíadas? Vamos por un camino que nunca recorrí.
La poca gente que hay se queda quieta cuando pasa el auto. Cruzamos los
semáforos en rojo como si no no estuvieran allí Hay más gente con uniformes y
armas. Lancer estaciona el auto en frente. Un hombre se acerca. Hablan en
voz baja. No entiendo qué dicen. El hombre me mira y asiente con la cabeza.
323
Bajamos. Sólo veo uniformados, no hay personas normales. Abren una reja.
Hay un olor terrible, como a carne podrida. Adentro hay un montón de jaulas.
¿Son personas las que están adentro? Pensé que los animales vivían en
jaulas. Entramos en una habitación. Más jaulas. Veo un montón de ropa
apilada. Lancer saca una llave. Abre una jaula. –Tus padres están adentro- y
me empuja. Está muy oscuro, no veo nada. Algo se acerca. Un brazo muy
flaco. Se mueve muy lento. Ahora veo el cuerpo completo. Me abraza. ¡Mamá!
Es mi mamá. Mi mamá está viva. No tiene muchas fuerzas. Otra persona.
¡Papá! Están los dos vivos. Los abrazo y lloro. Estoy feliz. No importa lo que
pase. Estoy con mis padres. Estoy con mis padres. Soy feliz.
***
Autora: Camila Belén López, 4º año
Instituto Schönthal
Estaba escrito
El jefe de policía Boilini entró en el galpón haciendo el menor ruido posible, con
los sentidos a flor de piel y la pistola preparada en la diestra.
Hacía días que había un caso sin resolver en el pueblo: dos jóvenes de
dieciocho años habían desaparecido sin dejar rastro. En un principio, la policía
le restó importancia; no sería la primera vez que un par de enamorados se
fugaba. No habían tomado como importante la pregunta que todos les hacían:
¿por qué se fugaron si sus padres no estaban en su contra, si no había nada
que les impidiera ser felices juntos? Cuando lo entrevistaron, Boilini expuso su
teoría: los jóvenes habían ido en busca de un destino próspero y se
comunicarían cuando lograran algún tipo de estabilidad, si es que la
conseguían. Sin embargo, habían empezado a investigar al cumplirse
veinticuatro horas de la desaparición, como exigía la ley. Los reporteros los
324
atosigaban a preguntas, pero ellos no hablaban, alegando que aún no podían
dar a conocer ningún dato.
En realidad, todavía no sabían nada. Boilini había revisado la habitación de
ambos jóvenes junto con la específica y, después de asumir que no había
pistas, mandó a Sánchez a preguntar en los puestos de las rutas más cercanas
si los habían visto. Nada.
Entonces, el padre de la chica recibió el llamado.
Era viernes por la tarde cuando el señor Méndez llegó corriendo a la comisaría
y pidió hablar urgente con Boilini. Dio vueltas por todo el despacho hasta que
logró calmarse lo suficiente como para contar lo sucedido: lo habían
amenazado con matar a su hija, si no pagaba en veinticuatro horas.
Contó, en ese momento, una parte de la historia que nadie sabía: los Méndez
habían estado teniendo problemas económicos en los últimos tiempos. Él había
recorrido los bancos para pedir un préstamo, pero nadie parecía dispuesto a
dárselo; finalmente, llevado por la desesperación, el señor Méndez había
recurrido a alguien cercano a un amigo suyo que se ganaba la vida con eso. Él
ya tenía un plan para invertir el dinero de forma segura y devolver todo, con
intereses incluidos, en el momento indicado, pero la repentina enfermedad en
que cayó su hija menor hizo que fuera imposible llevarlo a cabo.
Al cumplirse el plazo, la persona con la que había hecho negocios lo llamó para
preguntarle el lugar del encuentro, a lo que el señor Méndez contestó con la
verdad y rogó por un tiempo más. La persona cortó la comunicación sin decir
una sola palabra. Una semana después, los jóvenes habían desaparecido.
Boilini se percató de cómo un caso que parecía no tener importancia se estaba
convirtiendo en algo de gravedad. Le preguntó al señor Méndez si no se le
había ocurrido antes que ésa podía ser la causa, y éste pareció sincero al
contestar que no. <<Es un pobre ingenuo. Seguro que apenas se da cuenta de
lo que está pasando.>>
Y ahí estaba ahora, con su compañero Sánchez, en el lugar al que los había
llevado el rastreo de la llamada. Hicieron el menor ruido posible al entrar;
estaba demasiado silencioso. Recorrieron el lugar sin encontrar personas,
rastros de sangre ni objetos que pudieran ser de ayuda.
–¡Qué interesante! –escuchó decir a Sánchez.
325
En una esquina había una mesa improvisada con tablas de madera en la que
nadie había reparado antes; habían colocado un chip de celular justo en el
centro.
–Los perdimos –musitó su compañero, pero Boilini no lo estaba escuchando.
El jefe de policía trató, en vano, de rescatar de su memoria la razón por la cual
había tenido un deja vù. Había algo que le parecía conocido.
–¿Te pasa algo? –preguntó Sánchez, empezando a preocuparse.
Boilini sacudió la cabeza. No estaba de humor para explicárselo y,
probablemente, tampoco tenía sentido.
Ya en su departamento, Boilini dejó el abrigo en el sillón y se fue directamente
a la cama. No podía parar de pensar en el caso, y no porque fuera algo extraño
que una banda de ese estilo tomara represalias por una deuda impagable… no,
no era eso. Era ese sentimiento de deja vù lo que le impedía dormir.
Cerca de las tres de la mañana, sonó el teléfono.
–¿Hola?
–Amigo, prepará tus cosas. –La voz de Sánchez se oía, apremiante, al otro
lado de la línea.– Llamaron a la estación. Una pajera de ancianos escuchó
gritos en la mitad de la noche, fueron a mirar por la ventana y vieron cómo tres
hombres metían un par de jóvenes en una casa abandonada.
–No creo que sean ellos, son demasiado inteligentes. Ya viste lo del chip.
–Yo también lo pensé. La cuestión es que los ancianos no viven ahí, sólo
fueron a pasar unos días y dejaron las luces de la entrada apagadas, por miedo
a les robaran. La mayoría de las casas son de fin de semana, así que ahora
están vacías. Tiene sentido.
Fue entonces cuando lo recordó.
–Pasame a buscar en quince –le dijo antes de cortar.
Boilini fue corriendo a la cocina y agarró el libro que hacía meses dormía ahí,
esperando ser devuelto a su dueño original.
Un detective, dos jóvenes, una banda de delincuentes, un secuestro. El
detective y el líder de la banda luchaban entre sí para vencer al otro en un
juego de ingenio que tenía como piezas a los demás involucrados. Una de las
jugadas se desarrollaba en medio del campo, en una estancia vacía; ahí
rescataban a los jóvenes, piezas clave para el líder de la banda… que se lo
326
cobraba con la vida de un policía. Un policía, cuya descripción le había sonado
muy familiar a la suya.
La resolución del caso había estado sobre la mesa todo el tiempo, y no era
nada alentadora en lo que a él respectaba. Lo único que quería era volver a la
cama y olvidarse de todo, pero, ¿quién le garantizaba que tuviera razón? Y, de
ser así, si otro sufría su destino, ¿podría vivir en paz sabiendo que había
muerto por su culpa?
Una hora después, dos patrulleros estacionaban a un costado de la casa de los
ancianos y seis policías se juntaban en la puerta. Boilini, a su pesar, iba con
ellos. No le había contado a nadie lo que creía haber averiguado, pero durante
el camino, le había preguntado a Sánchez si sabía de algún detective que
estuviese investigando el caso.
–Méndez había pensado en contratar uno, pero no sé si lo hizo –le contestó.
El grupo planeó la emboscada: uno se quedaría tomándoles declaración a los
ancianos y los otros cinco irían a investigar la casa abandonada.
A medida que se acercaban, se hacía más evidente que había gente adentro;
cuando estaban a pocos metros, escondidos entre las sombras, escucharon un
grito enfurecido y un golpe que les heló la sangre y los sacó de dudas.
Se organizaron: tres entrarían por adelante y dos, por atrás. Boilini y Sánchez
fueron a la puerta trasera, que estaba sin llave.
Ambos entraron sin hacer ruido, con el arma preparada, pero no había nadie en
esa habitación; los gritos se escuchaban del otro lado.
–¡Policía! –escucharon gritar a sus compañeros.
Irrumpieron en el lugar, un living con muebles básicos. Dos hombres estaban
mirando la televisión en el sillón y un tercero amenazaba con un cuchillo a la
pareja, atada con sogas a un gancho en la pared. ¿Cómo podían estar tan
tranquilos mientras su amigo torturaba a dos personas inocentes?
Sánchez disparó sin piedad a la pierna del que tenía el cuchillo para resguardar
la seguridad de los jóvenes; el hombre cayó de espaldas con un agudo alarido.
El operativo fue rápido: los otros dos estaban armados, pero no reaccionaron a
tiempo. Uno de sus compañeros llamó a una ambulancia para atender al herido
mientras los otros dos esposaban al resto de los delincuentes.
327
Al ver la alegría de la pareja, Boilini recordó que esa era la razón por la que se
había convertido en policía: para ayudar. Les sonrió, feliz de que todo hubiera
terminado bien…, pero tenía la sensación de que no era el final.
–Ganamos –aclamó Sánchez, triunfante, cuando terminaron de revisar el lugar.
Boilini estaba a punto de contarle sus sospechas, cuando los jóvenes los
llamaron.
–¡Falta uno! –le dijo el chico– Estoy seguro, ¡eran cuatro!
–¿Dijo a dónde iba? –ambos negaron con la cabeza. Los policías se miraron,
calculando el siguiente movimiento–. No importa, vamos; necesitan un médico.
Los acompañaron a donde estaban los otros oficiales esperando la ambulancia
con el delincuente herido. Entonces, Boilini vio la silueta de un hombre apoyado
contra un árbol observando la escena.
–¿Quién es el de allá? –le preguntó a uno de sus compañeros.
–Ah, ése es Rodríguez; dice que lo contrató la familia de la chica para
investigar el caso, pero llegó tarde –se notaba el orgullo en su voz.
–Voy a hablar con él. –Le avisó a Sánchez; él lo siguió.– Oficial Boilini. –Se
presentó, extendiéndole la mano al detective. Él no se movió de su lugar.
– ¿Dónde está su rival, Rodríguez? –fue incapaz de callarse.
Rodríguez lo miró con sorpresa durante unos segundos antes de poder
recomponer su expresión.
–Mire, Boilini, no tiene ni idea con quién…
Entonces escuchó el disparo y percibió algo que le rozaba el brazo, pero sin
llegar a lastimarlo. La bala se incrustó en el árbol a un metro de ellos.
El alivio no duró mucho; segundos después, Boilini cayó sentado al piso y sintió
una fuerte presión en el pecho que no lo dejaba respirar.
-¡Está teniendo un paro cardíaco! –gritó Sánchez, asustado.
Todos se desesperaron ante la situación, pero nadie sabía qué hacer. No había
nada que hacer.
En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, cuando estaba
ya al borde de la muerte: no hay forma de cambiar el destino.
***
328
Autora: Martina Prystupa, 5º año
Instituto Schönthal
Los minutos volátiles
Ella nunca había pensado que despertar de un sueño podía ser tan doloroso.
Que, al abrir los ojos, la realidad sería así de triste e intimidante. Todo lo que
podía percibir era luz. Luz que encandilaba y abrumaba. Era lo más parecido a
estar muerto, o eso creía ella. Pero nada dolía, nada recordaba, nada muy
diferente de estar viva. Eso no podía ser el Edén, pero era muy parecido.
Cuando recuperó la sensibilidad corporal, sintió estremecerse. La temperatura
era sumamente baja, lo cual la extrañó, ya que era primavera y la temperatura
aumentaba año a año debido al calentamiento global. Pudo sentir la alfombra
en la que estaba acostada, el aire frío y silencioso que rozaba su piel, el
ambiente inodoro y el agua insípida que le caía del techo sobre la sien. ¿Agua?
¿Techo? De repente todos sus sentidos se despertaron y, de forma espástica,
sobresaltada y violenta, pudo moverse unos metros para reconocer el lugar.
Una habitación amplia y vacía. Nada, excepto un charco formado por la gotera.
Esa luz vibrante que sintió al despertar no era más que su deformación del
reflejo de las paredes blancas, inmaculadas, que encerraban el aire y
contenían los gritos que se desprendían de su garganta luego de entender que
no era el paraíso. Estaba en una jaula.
Quizás era demasiado prolija e iluminada para ser una cárcel, pero no podía
definir qué era esa habitación. El último recuerdo que tenía era el de haberse
quedado dormida en el sillón de su casa luego de haber sido despedida de su
trabajo soñado. Veintisiete años y había logrado obtener el rol principal en la
compañía de teatro que había sido la más importante de la ciudad durante cien
años. No valía la pena revivir en su mente los hechos que habían
desencadenado el despido ni las escenas caóticas que trajo la crisis nerviosa
luego de enterarse que ahora era una desempleada. En ese momento, no se
dio cuenta. Lo comprendió más tarde, pero nada en la vida es casualidad y
todo acto tiene una consecuencia.
329
Pero ahora, a pesar de sus alaridos, se encontraba aislada en una habitación
donde nadie parecía escucharla. Recorría, jadeante, cada centímetro de muro
y de suelo en busca de alguna entrada de aire, ya que su mínima claustrofobia
había empezado a causarle efectos en la respiración. Además estaba decidida
a encontrar una salida. Por donde había entrado tendría que poder escaparse.
Con su vista nublada, probablemente a causa de la desesperación, logró
vislumbrar una pequeña abertura al ras del
piso sobre la que había una
especie de cerrojo. El forcejeo de éste no causó más que el acelere de su
corazón y de su respiración por el esfuerzo y por la inconsciente esperanza de
poder huir.
A continuación, una serie de estruendos que provenían de aquella puerta la
sobresaltaron. Apretó los párpados y, de cara a la pared, temió por su vida. Los
golpes podrían llegar a ser cualquier desgracia. Éstos cesaron por un
momento, hasta que escuchó una débil voz a través de la puerta. Quiso llamar
su atención y gritó:
-¿Hola? ¡¿Hola?! ¡¿Quién sos?! ¿Dónde estamos?- al mismo tiempo que
intentaba abrir el cerrojo. La voz resultó ser de un hombre que, sin mucho éxito,
intentó calmarla.
-¡Shh! ¡No querés que escuchen que despertaste! Que ellos sepan que estás
viva es peor que estar muerta.
Ella no sabía si el diálogo la estaba ayudando o no, porque ahora ya no podía
retener las lágrimas gordas que le mojaban las manos, las cuales no lograban
despegarse del rostro. Entre sollozos, volvió a formar palabras:
-¿Quiénes son ellos? ¿Y vos qué hacés acá? ¡¿Y yo qué hago acá?!
El hombre, sin saber muy bien qué responderle, ya que no tenía mucho más
conocimiento que ella, le contestó:
-¿No te diste cuenta cuanto te trajeron? Yo te escuché gritando el otro día. No
importa. Lo que sí es necesario ahora es que no hagas mucho ruido. Quizás ya
te escucharon, pero es mejor ser precavido. Con Joseph, el yankee de acá al
lado, estamos buscando una forma de salir. Cuando resolvamos algo, te aviso.
Cada palabra penetraba sus oídos a la fuerza, mientras que los mazacotes de
saliva intentaban atravesar la garganta. No podía modular, porque las miles de
palabras que quería decir se arrollaban unas con las otras, resultando en un
silencio profundo.
330
- ¿Cuál es tu nombre? Yo soy Julio.
Ordenó cuidadosamente cada letra para pronunciar: “Angélica”.
- ¡Já! Qué irónico que, con ese nombre, estés acá. ¿Qué hiciste?
- N-n-no… n-no hice nada. Me dormí.
- ¡Ah, entiendo! El viejo truco del shock emocional. Te tengo que advertir que
ya está un poco pasado de moda. La nueva tendencia es el… - y, como un acto
aditivo a toda la confusión, la voz de Julio ya no sonaba.
Angélica sólo podía oír nuevos golpes, algo rítmicos, y chillidos reprimidos.
Estaba segura que iba a morir. No tenía idea de lo que podía llegar a encontrar
en las otras habitaciones, pero ante la duda, siempre prefería establecer el
peor caso. Ya no le quedaba más que esperar. La habitación había sido
analizada por largo tiempo y no había encontrado nada que la pudiera ayudar.
El silencio de la incertidumbre causaba estragos en todos los niveles
personales posibles. Incluso lo sentía con un dolor físico que le perforaba el
pecho y se intensificaba con los minutos.
Al percibir con cada célula del cuerpo los pasos marchantes que se
aproximaban, sintió cómo el corazón dejaba de latir por unos segundos,
expectante de cuál sería su destino. Un grupo de hombres muy serios y
estructurados ingresaron sin siquiera mirarla a los ojos. Llevaban unas ropas
demasiado anticuadas, como de finales del siglo XIX. De repente, recordó
todos los libros de historia que su papá amaba leer los fines de semana e
insistía en mostrarle. Los bigotes típicos, los trajes tan formales, el pelo muy
prolijo. Callados, los hombres la tomaron de cada extremidad y, sin mucha
violencia, la llevaron hacia otra habitación, mientras que Angélica lanzaba
movimientos espasmódicos para desprenderse de las fijas manos de estos
hombres.
Sus ojos tardaron en acostumbrarse al cambio de luz, ya que este cuarto tenía
una iluminación muy tenue y lúgubre. No pudo ver mucho a su alrededor, pero
podía distinguir que había algunos muebles y una silla de metal que resaltaba
dentro de los colores oscuros. Los hombres la sentaron gentilmente en esa
silla, la ataron a ella y comenzaron a dialogar a unos metros de distancia. Pero
ella podía oírlos y supo que no hablaban en español. Sin capacidad de seguir
sorprendiéndose, se dio cuenta de que hablaban inglés y de que podía
comprenderlos. ¿Cómo lo hacía si nunca había estudiado tal idioma? Ya sin
331
aliento ni esperanzas, decidió prestar atención a lo que éstos decían. Sólo
mencionaban experimentos, dinero y deudas hasta que, dirigiéndose a ella,
uno de los hombres anunció de forma amable:
- Tenemos el agrado de comunicarle, Señorita Angélica Bozza, que a partir de
este momento, va a formar parte de la historia de la ciencia. Entre miles de
otros criminales, usted y dos compañeros más fueron elegidos como ayudantes
para aprobar el uso de esta nueva creación del doctor Harold P. Brown.
Señorita, tiene que considerarse una afortunada. Hoy, seis de agosto de 1890,
usted será una de las personas que estrenará esta nueva gran invención: la
silla eléctrica.
Angélica ya no respiraba, no miraba, no sentía. Sólo intentaba descifrar toda
esta absurda información mientras los hombres se aseguraban de que estaba
completamente sujeta a la silla. No cabía lugar para la lógica en ninguna de las
palabras que él había pronunciado. Éste momento no podía pertenecer a su
realidad. Una parte de ella todavía pensaba que nunca se había despertado,
que aún estaba en su sillón, abatida, luego de que la hayan despedido. Quería
creer que todo esto era sólo un sueño. Una pesadilla.
Y, de repente, se oyó el movimiento de una palanca que condujo el destino de
Angélica. Sintió cómo la descarga recorría su carne, sus huesos, sus venas, su
cabello. La piel estremecida, el rostro sin expresión alguna, la garganta
contraída. No había centímetro del cuerpo que no sintiera dolor. Con él, una
serie de imágenes comenzó a aparecer en su mente. Imágenes duras y
violentas en las que se veía en el teatro donde solía trabajar con una expresión
sombría y cruel. Podía verse parada, frente al escenario, sintiendo el odio que
se apoderaba de su pecho. La rabia era tal que podía sufrirla al mirarse desde
afuera, sentada en aquella habitación.
Antes de la segunda descarga, logró recobrar, por un instante, el aliento para
volver a perderlo al sentir la electricidad recorrer su cuerpo. Nuevas imágenes
regresaban a ella. Cada vez más vívidas, cada vez más propias. Ya no se
miraba desde afuera. Ahora se adueñaba de los movimientos. Ráfagas de
acciones impensadas circulaban por su mente. Podía sentir sus manos
enterrando el cuchillo afilado en la espalda de su jefe. Lograba ver los colores
saturados que se compenetraban con las ropas teñidas de sangre. Conseguía
notar el aroma distintivo de la piel abierta que dejaba entrever la carne fresca.
332
Podía experimentar el placer que le había producido; que se confundía con los
estremecimientos que sentía al ser electrocutada. Pero, a veces, las imágenes
vencían a la realidad y Angélica no comprendía qué era verdad, qué era un
recuerdo, qué era imaginación y qué era alucinación.
Al volver de las visiones, apreciaba las expresiones de asombro y de
satisfacción de los científicos, quienes notaron el cambio en la mirada. Ella ya
no era la misma que minutos atrás. Sintiendo la proximidad de su fin, tomó una
gran bocanada de aire, se despojó de todo pensamiento y penetró con las
pupilas a quien parecía el científico principal. Lanzando un profundo alarido,
como canto de victoria y de sufrimiento, gozó la tercera descarga al realizar la
exhalación final.
***
Autor: Juan Pablo Romaris, 5º año
Instituto Schönthal
Mis memorias
Desperté y una luz intensa me enceguecía. No sabía dónde estaba, aquel lugar
no era mi casa. Un poco alterado, me incorporé y miré alrededor, había otros
hombres allí, algunos estaban terriblemente heridos, otros iban de un lado a
otro llevando cosas. El olor era indescriptible, podría decir que nunca lo había
sentido antes y espero no volver a sentirlo, y si bien no puedo explicarlo, diría
que era un olor a muerte, o tal vez algo más, algo que aún no habíamos
experimentado, porque la muerte, a esas alturas, ya era algo cotidiano, pero
esto era aún peor.
No lograba comprender del todo, quise pararme, pero no pude. Mis piernas
estaban heridas, sin embargo no sentía dolor. A mí alrededor, algunos gritaban;
otros lloraban. De pronto, se escuchó en una radio que nos habíamos rendido,
entonces recordé que estábamos en guerra. Y todo comenzó a parecerme más
claro. Un hombre de blanco, algo manchado de sangre, se paró frente a mí y le
333
dijo a otro algo que no entendí, luego, escuché que habíamos perdido la
guerra, estaba casi llorando, hubiera querido consolarlo, pero antes de que se
me ocurriera qué decir, él ya se había alejado, estaba ocupado llevando y
trayendo cosas de un lado a otro. No entendí bien por qué lo afectó tanto la
noticia. Si bien ya recordaba que estábamos en guerra, había asumido nuestra
derrota hacía tiempo y, en general, estaba ocupado como para prestarle
atención a esos asuntos. Luego me enteré que había estado inconsciente
durante nueve días, desde la explosión que me había dejado así. Ya era 15 de
agosto. Así es como recuerdo el fin de esa guerra y el comienzo de la etapa
más triste de mi vida, pero la que a la vez, le dio sentido.
Más tarde me explicaron que estábamos en las afueras de la ciudad, ya que
ésta había sido destruida. Pasaron varios días hasta que pude dejar aquel
lugar, sin embargo, no me permitieron volver a mi casa, dijeron que era
peligroso; parece ser que estaba todo devastado. Entonces partí hacia
cualquier sitio donde pudiera volver a empezar. Sólo quería olvidar, tanta gente
había muerto en esa guerra sin saber por qué, tal vez éramos los malos de la
historia, tal vez mi patria se lo merecía, sin embargo creo que esos niños que vi
en aquel lugar dónde desperté, y tantos otros que no vi ni podré ver, no. Y
supongo que quería olvidar no sólo mi ciudad, sino todo lo relacionado a la
guerra. Ya sólo quería paz; es interesante que nunca antes la hubiera
apreciado ni la hubiera deseado; supongo que se debe a que la paz es una de
esas cosas que sólo se añoran cuando no están.
Así estuve un año. Tiempo después me enteré qué era lo que había sucedido
y, entonces, comprendí algunas cosas, pero de todas formas, no les di gran
importancia. Yo sólo quería olvidar; pero era imposible. Creí que la guerra no
me había afectado, sin embargo se iba mostrando poco a poco en mi cuerpo.
Las secuelas parecían graves, la sociedad llegó a apartarnos casi como si
hubiéramos sido los culpables de aquello de lo que fuimos víctimas. Uno o dos
años después, nos convocaba el gobierno para reconstruir la ciudad. Si bien yo
quería olvidar, ya estaba claro que sería imposible. Tal vez era mejor recordar,
porque sólo recordando podemos evitar volver a caer en lo mismo. Creo que ya
fue suficiente, que no tenga otro que llorar las lágrimas que ya lloró mi gente,
334
porque entonces no se podría hablar de evolución, y sé que esa es una palabra
que atrae mucho a los hombres que hicieron esto.
Y es por esto que hoy escribo mi historia, porque no se perdonó el olvido.
Pasaron unos años, y ésta, mi ciudad, es ahora “ciudad de la paz”. Nuestro
trabajo sirvió de algo, fue tal vez la mayor alegría de mi vida ver crecer la
adelfa, en nuestra ciudad, la primera flor después de aquella guerra, y si bien
tiene su propio nombre, yo prefiero recordarla como la flor de la esperanza y
tengo, ahora mismo, algunas en mi jardín. Y son estas flores las que me
hicieron volver a creer que el humano es capaz de hacer algo bueno, y no sólo
destruir. Vi a muchos trabajando por conseguir esto, y aunque tal vez fueron
más los que lucharon por conseguir aquella destrucción, les aseguro: vale más
empeñarse por conseguir la vida, si bien en nuestros días es menos frecuente,
podría considerársela una actividad más natural en el hombre, que como
alguna vez alguien dijo, es bueno por naturaleza.
Escribo porque no se perdonó el olvido, pero tampoco quisiera recordar una
mentira- Hoy, a trece años de aquel día, pareciera que todos recuerdan, pero
recuerdan de un modo que me resulta extraño, y es por esto, y no por otra
cosa, que ya próximo a mi muerte, a causa de una enfermedad que no
conozco, pero que según dicen, es producto de aquella guerra, me detengo.
Quiero recordar cómo viví aquella catástrofe, pero no quedarme solo con lo que
hoy dicen los buenos de la historia, los que escriben la memoria, los que aquel
día decidieron lanzar aquella bomba, y acabaron así con ciento cuarenta mil
vidas inocentes, y todo en nombre de la paz. Aquella bomba producto del
ingenio y del esfuerzo humano, que hoy parece se aplica a sanear sus efectos,
pero que sin embargo, aún queda mucho por hacer, y en lo primero que creo
es en recordar y en recordarles, que esto no es una historieta con héroes y
villanos. Esto es la vida real, donde siempre habrá quienes luchen por la vida, y
quienes defiendan sus intereses.
Hoy 6 de agosto de 1958, a trece años de la bomba de 1945, cuyos efectos
aún se siguen manifestando, escribo mis memorias, para que cuando muera,
puedan ser algo más que mías, puedan ser de todos.
***
335
Autora: Ayelén Argüelles, 6º año
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno
Sueño perdido
A Bianca siempre le había gustado la música. Desde chica se paraba
frente al televisor a bailar con mucha energía. Creció en el barrio Chacabuco.
El papá, Roberto, tenía un taller de autos y la mamá, Sofía, trabajaba como
maestra jardinera. Ambos amaban el trabajo que tenían pero económicamente
no estaban de lo mejor, así que hacían todo lo posible por pagar las clases de
su hija. Cuando Bianca cumplió cinco años, la anotaron en uno de los institutos
más prestigiosos de toda la zona. Todos los años se hacían dos
presentaciones de baile, para que los padres pudieran observar a los hijos
bailar. Bianca era una de las mejores, siempre bailaba en el medio. Con la
cabeza bien levantada, moviendo las manos de la manera fina y delicada. Los
pies se elevaban, se paraba en media punta de manera perfecta. Varias veces
logró que a Sofía se le escapara una lágrima de los ojos. Y Roberto, orgulloso
siempre, decía que el esfuerzo económico valía la pena.
A los quince años, Bianca dominaba de manera perfecta la punta, sin
embargo tenía un gran complejo con el cuerpo. A pesar de que era una chica
muy flaca y con las piernas bien formadas, era un poco baja de estatura. Todas
sus compañeras eran muy altas, mientras que ella apenas llegaba al metro
cincuenta y cinco. Los institutos no eran muy exigentes con respecto a la
estatura, pero Bianca insistía en que era un problema grande. Le faltaba un
año para poder recibirse de bailarina, tener un titulo como siempre había
soñado, pero el complejo era tan grande que cayó en una depresión. La pobre
chica no quería comer, no salía con sus amigos, apenas iba al colegio y las
notas empezaron a ser cada vez peor. Pasaron meses y la situación no
cambiaba. Sofía y Roberto estaban desesperados. Tuvieron que recurrir a
ayuda profesional, porque temían por la salud de Bianca. Después de varias
sesiones de terapia llegaron a la conclusión de que era mejor buscar otra
336
actividad además del baile, así podía despejarse, y encontrar otras cosas que
le gustaran. Bianca, no muy convencida, no tuvo otra opción y optó por
anotarse en un gimnasio. Estaba segura que hacer más actividad física iba a
ayudarla a olvidarse de la depresión. El lugar más cercano que tenía para
hacer gimnasia era a cinco cuadras de la casa. En un principio no le gustaba ir,
pero luego conoció a alguien que la hizo cambiar de opinión. Se llamaba
Benjamín. Lo primero que le gustó fueron los ojos verdes y la sonrisa perfecta.
Luego de hablar con él supo que era bastante simpático y tenía un humor muy
parecido al suyo. Vivía en Belgrano y tenía un año más que ella. Siempre que
hablaban se sentían cómodos el uno con el otro y fue fácil para ellos
enamorarse.
Enseguida Bianca dejó el gimnasio para tener horas libres y
poder salir con él. Sofía y Roberto no tuvieron ningún problema. En cuanto
conocieron a Benjamín, les cayó muy bien. Y para Bianca era una buena
distracción un novio.
Dos años después todo parecía seguir perfecto. Había recibido el título
de bailarina, los complejos habían desaparecido, Sofía y Roberto estaban
orgullosos de ella, tenía un buen novio y en el colegio todo iba normal. Pero se
aproximaba un momento duro en la vida. Estaba por terminar la secundaria.
Todas las amigas de Bianca sabían que querían estudiar. Algunas medicina,
otras abogacía, ingeniería. Pero ella tenía una idea muy distinta para el futuro:
quería ser bailarina y vivir de eso toda la vida. Sofía reaccionó bien, estaba
decidida a apoyarla y estaba convencida de que Bianca podía llegar lejos,
porque era una bailarina excelente. En cambio, Roberto tomó la peor actitud.
-Ser bailarina no es una opción, no vamos a permitir que malgastes tu
vida creando ilusiones sobre algo que es casi imposible. Tenés que buscar una
carrera de verdad, algo que en el futuro te pueda alimentar. Bailar es un
pasatiempo, no te confundas.
Todo terminó en una discusión muy grande. Pero Bianca no cambiaba
de opinión, iba a seguir su sueño. Cuando por fin egresó empezó a buscar
trabajo en todos lados. Consiguió enseñar en una escuela a nenas de cinco y
seis años. No cobraba de lo mejor pero recién estaba empezando.
Una tarde en la casa de Benjamín, la familia le comentó que tenían
conocidos trabajando en el Teatro Colón y que podían conseguirle una
337
entrevista. La cara de Bianca se iluminó por completo. Ese era el mayor sueño
que tenía: bailar en el escenario del reconocido Teatro, y a partir de ahí podía
desarrollarse como bailarina.
El día de la entrevista estaba tan nerviosa que no comió nada. En cuanto
entró al imponente teatro, le temblaron las piernas. La midieron, la pesaron y le
calcularon la grasa corporal. En seguida entró a los vestuarios y había muchas
chicas más, entonces vinieron las dudas. ¿Si las demás eran mejores que ella?
¿Y si olvidaba algún paso del baile y arruinaba todo? ¿Si de los nervios se
desmayaba en el medio del escenario? ¿Si su papá tenía razón y esto era una
pérdida de tiempo? Miles de preguntas que nunca iba a saber si no salía al
escenario a demostrar su habilidad.
Los minutos más lentos y tensos de su vida los vivió sobre ese
escenario, nunca se iba a olvidar la tensión y los nervios que sintió mientras
bailaba. Antes de salir dejó el numero de su casa así le avisaban cuando
tuvieran el resultado. Pasaron semanas y Bianca había perdido todas las
esperanzas, su mejor amiga la vio tan triste que la invito a pasar el día en su
casa, en Moreno en un barrio privado muy lindo. Era pleno verano, así que
pasaron todo el día en la pileta divirtiéndose. Al día siguiente, era hora de
volver y Bianca se había quedado sin plata así que tuvo que tomar el tren que
la dejaba en la estación 11 de Septiembre, y luego el colectivo la dejaría cerca
de su casa. Era temprano, casi las ocho de la mañana, y se enojó porque no
pudo entrar en el primer vagón donde iba a viajar más cómoda. Era un día de
semana y se llenaba de gente que iba a trabajar. Así que se ubicó unos más
atrás. Unas estaciones antes de llegar su mamá la llamó eufórica y le dio la
mejor noticia. Habían llamado del teatro para decir que querían una segunda
entrevista con Bianca y que era posible entrar fácil. En ese mismo instante
Bianca se puso a llorar en el mismo tren, pero en seguida le dio vergüenza, ya
que, todo el mundo la miraba raro. Minutos después sintió un impacto muy
grande. Se chocó la cabeza contra algo que parecía metal, pero al estar medio
inconsciente no entendía que pasaba. Abrió los ojos y observó mucha sangre y
cuerpos por todas partes. Piernas, brazos, cabezas de gente que gritaba,
algunos no se movían, parecían muertos. Observó a un nene pequeño
totalmente aplastado y se desesperó. En ese momento no se dio cuenta, lo
comprendió mas tarde. El tren había chocado. Nadie podía respirar, se estaban
338
asfixiando. Había gente totalmente atravesada por caños y metales. Bianca
estaba llorando, no sentía el cuerpo y le sangraba la cabeza.
Sofía y Roberto no recuerdan haber llorado tanto como cuando vieron la
noticia en la televisión. Se desesperaron y corrieron al lugar de la tragedia.
Había un mundo de gente, todos desesperados buscando familiares. Los
policías y bomberos trabajaban con rapidez, sacando cuerpos, sacando gente
herida. Benjamín iba por todos lados buscándola en la lista de heridos, cuando
terminó rezó porque no estuviera en la lista de muertos.
Dos horas después Bianca salió del tren totalmente dolorida. La familia
sintió un gran alivio y felicidad al encontrarla, intentaron abrazarla pero los
médicos intervinieron. Debían llevarla de inmediato al hospital que rebalsaba
de gente herida. Meses siguientes Bianca se encontraba sentada escuchando
al doctor que le hablaba sobre la recuperación, pero ella parecía no escuchar.
Simplemente miraba con tristeza y bronca la silla de ruedas que la ataría de por
vida.
***
Autora: Lucía Agostina Aguirre, 6º año
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno
Una manzana podrida (no siempre) pudre todo el cajón
La nena caminaba por una calle muy concurrida mientras volvía a su
casa después de ver a la dentista. En contra de lo que se podría pensar, iba
feliz. Daba saltitos mientras avanzaba y no le prestaba atención a la gente que
chocaba en la calle. Ella iba concentrada únicamente en la manzana
acaramelada que le había comprado su mamá por su insistencia y como
recompensa porque no tenía ninguna caries. La madre, contrariada, se negó al
primer pedido de un copo de azúcar y dudó con la manzana. Con resignación,
aceptó, pensando que, al menos, era mitad saludable.
339
Con la cara manchada de caramelo, la nena parecía discutir consigo
misma sobre si debía hacer durar la golosina hasta su casa o si era mejor
seguir su primer impulso y devorarla en el momento. Por lo que se veía, ella
parecía decidida a hacer lo segundo. Recibió una reprimenda, para que
prestara más atención al caminar. Se habría quejado, de no tener la manzana
en la boca. Hizo un berrinche y lo dejó pasar, logrando de algún modo morder
la manzana al mismo tiempo que hacía un puchero.
El lugar era horrible. No pudo pensar otra cosa en todo el tiempo que
estuvo obligado a quedarse ahí. Pero tenía que quedarse, así que se propuso
soportarlo lo mejor posible. Podía oír perfectamente a su compañero desde la
otra habitación. Él también había sido invitado al encuentro, pero se negó.
Prefería quedarse fumando en el pasillo. No le gustaba lo que parecían estar
haciendo ahí y decidió quedar al margen de cualquier implicación futura. La
verdad, ni siquiera quería saber de qué discutían allí adentro; todo el asunto le
repugnaba. Era desconfiado por naturaleza, lo que parecía ser la cualidad que
le faltaba al hombre que acompañaba, por algunas indiscreciones que le
escuchaba decir. Pero no intentaba cambiarlo. Si su camarada conseguía
hacerse matar por sus propios descuidos y sus malas compañías, al fin y al
cabo no era su problema. No parecía importarle demasiado la serie de asuntos
turbios en los que se metía, pero aunque siempre decía que no era su niñera,
tenía la mano firmemente agarrada de su pistola mientras fumaba.
Cuando salió, se encontró con la mirada recriminatoria de siempre.
-¿Qué?-le dijo, mientras se sonreía- Conseguí la plata por adelantado y encima
nos dieron una semana más para pagarles la deuda. ¡Deberíamos estar
festejando! Y de hecho hagámoslo, tengo hambre.
Los ojos castaños lo seguían mirando, sin que su dueño se hubiera
movido de la pared.
-Si te querés ir a gastar toda la plata y tener que ir a rogar como la última vez
andá, pero después no te quejes. Y dejá de hablar de “nosotros”. Por si ya te
olvidaste, te recuerdo que habíamos quedado en que yo estoy fuera de tus
quilombos.
-Cierto. Igual me las arreglé muy bien sin vos. No te pedí que vinieras.
340
El hombre suspiró, tiró su cigarrillo al piso y se dispuso a seguirlo a la
salida. Seguía sin entender cómo había terminado acompañando a alguien
como él. Pero le debía, después de todo. Al menos así podía pagarle de algún
modo su deuda.
La nena se encerró en el baño y pensó que nunca más iba a salir.
Odiaba que se burlaran de ella, con esa saña que sólo los chicos pueden tener,
de sus lentes, de su pelo, y de todo. Pero lo que más odiaba era que hablaran
mal de su papá. Cada palabra de ellos era como un golpe y ella sentía que no
podía responderles, porque ni siquiera recordaba bien cómo era él. Le decían
que la había abandonado porque no la quería, y que seguramente ni se debía
acordar de ella. Pero ese día se habían pasado. La habían llamado huérfana.
Subió los pies al inodoro en que estaba sentada e, hipando se secó las
lágrimas.
El golpe lo dejó tumbado en el suelo durante algunos minutos. Hecho
una furia, el hombre iba a patearlo pero se contuvo. Su compañero, con la cara
manchada de sangre y gritando de dolor, se retorció en el piso. Parándose al
lado suyo, le dijo, con una voz afilada y asesina:
-El tema está fuera de discusión. Si pensás tocar a mi familia, te aseguro que te
voy a matar.
A través de sus manos, se escuchó un llanto ahogado mientras el infeliz
asentía con la cabeza. El hombre lo fulminó con la mirada y tuvo que salir de la
habitación, para controlarse y evitar matarlo en ese instante.
La nena miraba algunos álbumes de fotos viejas, hojeando rápidamente
y buscando algo en particular. Su madre la vio y se sentó con ella.
-¿Esta eras vos, mami?- Ella sonrió.
-Sí. Ahí estábamos tu papá y yo en nuestra luna de miel. Nos fuimos a Grecia.
Fue difícil entendernos con la gente, pero...
341
-¿Papá desapareció en el trabajo, no?
La madre enmudeció de repente.
La nena la miró y después bajó la vista a la siguiente foto que tenía en la
mano. Ahí estaba su papá, sonriente, abrazando a su mamá y usando un
uniforme de un bonito color azul. Ese día lo habían ascendido, y estaban
festejando en un restaurante. En medio de los dos, estaba ella, de bebé. Había
pasado largo tiempo. Pensó en lo mucho que le habría gustado acordarse
cómo se sintió, mientras su papá la abrazaba así, y formaba parte de una foto
tan feliz. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por no llorar, para no dañar la foto.
Cuando se encontró con él la semana siguiente, su sonrisa le dijo que
algo iba mal. La manera cordial en que lo trató, teniendo en cuenta el tremendo
golpe que le había dado, tampoco era un buen indicio.
No le duró mucho la intriga. Su compañero fue al grano apenas iniciada
la conversación, y el hombre quedó perplejo. Sí, había oído bien. Y tenía todas
las razones del mundo para querer noquearlo de nuevo.
En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, apenas
segundos más tarde. Él lo sabía, lo había sabido todo el tiempo, pero no lo
había podido aceptar. La confirmación de sus sospechas lo golpeó como un
balde de agua fría.
La madre ya no sabía qué hacer. La nena seguía dibujando, impasible,
pero con los ojos tristes. Estuvo así durante un buen tiempo.
Sin tener otra idea mejor, se sentó en el piso con ella, y simplemente la
abrazó. La abrazó durante largo rato. A ella tampoco le había resultado fácil
todo ese tiempo que tuvo que criar a su hija sola, viuda. Y si, contra todo
pronóstico, su esposo estuviera vivo en algún lado, ella se encargaría en
persona de matarlo, por no ser capaz siquiera de mandarles una carta, algo.
Revolviendo el pelo de su hija, le dijo al oído que ella nunca se iría, que
no pasaría nada, que no estaría sola. Contra su pecho, la sintió temblar y
ponerse a llorar.
342
Había oído bien. Con una sonrisa, su mejor amigo le acababa de decir
que había hecho un trato importante. Un trato en el que su “guardaespaldas”
estaba contemplado. Se sintió palidecer de puro odio.
Frente a él, su compañero le devolvía la mirada, segura, pagada de sí
misma y más miserable de lo que le había parecido jamás. El otro no hizo más
que sonreír. Se sintió orgulloso por el modo en que pudo vengarse. Pero había
algo, una sombra que intuía en el fondo de esos ojos castaños y que no podía
identificar. Si hubiera estado atento, o si le hubiera importado, tal vez habría
notado que era dolor. La decepción se iba expandiendo a medida que el
hombre se daba cuenta de que todo había sido mentira. Aquel día, cuando
había sido traicionado por sus camaradas, cuando había estado tan cerca de la
muerte, no había sido altruismo lo que lo había llevado a salvarlo.
Ya había dudado de la historia en su momento, pero fue obvio en cuanto
le propuso aquello. Y era inaceptable. ¿Ir a robar a la casa de su propia familia,
porque conocía su sistema de alarma? Maldito infeliz. No comprendió por qué
no lo había ahorcado en ese instante, en vez de sólo molerlo a golpes.
Unos segundos después, preguntó:
-¿Entonces tengo que asumir que ya saben de mi familia?
-No, todavía no. Pero en cuanto me parezca que me desobedecés...
Suspiró apenas, de alivio. Y siguió mirándolo fijamente. Entonces se
decidió a hacer algo que debería haber hecho hace mucho. Algo de lo que no
se arrepentía en lo más mínimo.
Su reacción fue inesperada por el otro lado. En vez de golpearlo de
nuevo, simplemente dio media vuelta y se fue. Lo fulminó con la mirada, y se
marchó. Se fue con una sola cosa en mente: jamás lo perdonaría. Y no
descansaría hasta haberse vengado.
El miserable lo miró con ojos abiertos como platos mientras su amigo se
iba, con las manos en los bolsillos. Sonrió de nuevo, y comenzó a reír a
carcajadas, todavía sin poder creer su propia suerte.
Sólo un día después la policía irrumpió en el departamento y arrestó a
varios hombres allí. Uno chilló y salió corriendo apenas se abrió la puerta, pero
su patético intento de huida terminó al enredarse los pies en un cable.
343
Sorprendidos, los oficiales reconocieron a algunos de sus superiores y colegas
en esa reunión. La cantidad de cocaína que había en el lugar era suficiente
como para abastecer el mercado negro de medio país.
En la esquina opuesta, sentado en un café, un hombre reía en voz baja
mientras veía toda la escena.
La madre estaba leyendo, cuando sonó el timbre. No quería apurarse
para ir a atender, pero por algún motivo lo hizo. Probablemente fuera la
insistencia con que el extraño estaba aporreando el timbre. Ella abrió con
mucho fastidio, y tras unos segundos de confusión, lo abrazó. La nena, que no
escuchó nada durante un buen rato, se asomó desde la sala a ver por qué su
mami no le decía a esa persona que se fuera.
Al otro lado de la puerta, estaba parado un hombre muy alto. Vestía una
chaqueta de cuero bastante desgastada, y no parecía haberse afeitado en
mucho tiempo. En una mano tenía un enorme ramo de rosas, y en la otra un
par de manzanas acarameladas. Dos ojos castaños muy profundos daban
vueltas por la habitación, hasta que se posaron en ella. Con una gran sonrisa
en su cara, la llamó por su nombre, y riéndose lo primero que le dijo fue:
“¡Cuánto creciste, nena!”. Ella no necesitó tiempo para reaccionar. Corrió a la
puerta y lo abrazó con todas sus fuerzas.
-Papi...
***
Autora: Rocío Ferrari, 6º año
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno
Aurora en flor
La luna había llegado a su posición más alta en el cielo mientras Aurora
miraba las estrellas. Había estado sentada en el fondo del jardín de su casa
desde el atardecer, pero sin importar cuán lindo era el paisaje sólo podía
344
pensar una y otra vez la misma escena en su cabeza. En cada hoja de los
árboles, en cada nube, en cada latido, ella veía su cara, con una expresión que
nunca volvería a ver. Hacía tres días su vida tenía todo: amor, un sueño y
esperanza por un futuro brillante. Todo desapareció en un parpadeo y lo único
que ella podía hacer era recordar y lamentarse…
Aurora Álzaga no era una chica como cualquier otra. Nunca había
asistido a un colegio así que había estudiado junto con sus padres y profesores
contratados en su casa. Le encantaba estudiar, por lo que se adelantaba las
tareas y pedía más temas en los que trabajar. Pero todo termina así que un día
le dijeron que ya no era necesario que siguiera, que ya había terminado con
todos los estudios secundarios. Todos esperaban que se alegrara, pero al
haberse mantenido ocupada dentro de su casa por tantos años, y no conocer a
nadie de su edad para salir y divertirse, no sabía qué hacer con tanto tiempo
libre. Ya que sus padres estaban muy ocupados con su trabajo, no tenían
tiempo para salir con ella y, al ser mayor de edad, Aurora decidió salir a
descubrir el mundo por su cuenta. Un buen día de primavera, salió de su casa
y, con las instrucciones y los mapas dados por su mucama, llegó a su primer
objetivo de visita en la ciudad: una plaza. El lugar no era ni muy grande ni muy
pequeño, pero tenía el espacio verde que ella tanto extrañaba y una fuente que
atraía a las palomas. Al mirar el paisaje, su expresión era de tanta alegría y
sorpresa que la gente que paseaba por ahí se quedaba mirándola y se reía.
Pero un extraño en particular se le acercó y le preguntó:
-¿Es la primera vez que ves una fuente?
-¿Eh?… ¿quién sos? - preguntó Aurora asustada.
-Tranquila, no te voy a hacer nada… soy Adam –dijo con tranquilidad- ¿y
vos cómo te llamás?
-¿Quién? ¿Yo?... No puedo hablar con extraños… me tengo que ir-dijo
Aurora mientras se comenzaba a alejar.
-¡Esperá! -gritó Adam-. ¿No nos conocíamos de antes? Me parecés
familiar.
-Lo dudo mucho… perdoname pero me tengo que ir.
Aurora caminó cada vez más y más rápido buscando con la vista si
había algún policía para que la protegiera de ese extraño chico que le había
345
hablado. Al no ver a nadie decidió seguir caminando por la calle hasta
encontrar algún negocio para llamar a alguien que la fuese a buscar.
Estaba
tan exaltada que luego de llegar al otro lado de la vereda comenzó a correr y
correr hasta que ya no pudo respirar. Cuando se dio cuenta de lo que había
hecho, estaba perdida. Miró sus mapas, el nombre y altura de la cuadra donde
estaba pero el estrés de la situación pudo más y comenzó a llorar mientras
deseaba haberse quedado en su casa leyendo un libro o mirando a la gente
pasar desde su cuarto, cualquier cosa menos esto. En ese momento no se dio
cuenta. Lo comprendió más tarde… este tipo de cosas tenían que pasar para
que ella madurara y pudiera valerse por sí misma en el futuro.
Exactamente tres años después de su primera –y muy recordada- salida
sola de su casa, Aurora, estudiando como de costumbre en la biblioteca de la
universidad, se encontró con un viejo desconocido.
-Hola - dijo ella tranquila.
-Hola - él dijo sin mirar.
Se alejó del extraño para sentarse en uno de los sillones. Pero al hacerlo
sintió que el chico le había clavado la mirada.
-¿Te pasa algo?- preguntó confundida.
-¿A mí?
-Y… ¿a quién va a ser?
-Ah… perdón, me resultás conocida.
-¿Sabés que vos también me parecés familiar? Capaz estuvimos en
alguna clase juntos… soy Aurora, ¿y vos?
-Adam, mucho gusto.
-¡Qué nombre raro!.. Pero me suena, ¿en qué clases estás?
-Emm… no creo que nos conozcamos de alguna clase en particular…
-¿Eh? ¿Por qué?
-No sé, no me suena… pero capaz fuimos al colegio juntos… sí, es eso
¿no?
-No.
-¿Ni siquiera lo vas a pensar?
-… Es que yo nunca fui a un colegio.
-¿Qué? ¿Posta? ¿Y cómo hiciste para entrar a la universidad?
346
-Estudié con profesores en mi casa la primaria y secundaria.
-¿Se puede hacer eso? Mirá vos…
-Sí, obvio que se puede. ¿En qué planeta vivís?
-Parece que no en el mismo que vos – dijo él riéndose.
-Puede ser – respondió mientras reía.
-Toda esta risa me dio sed… ¿por qué no vamos a tomar algo juntos?
-Emmm… bueno, ¿por qué no?
-Bueno dale, vamos.
-¿Ahora?
-No, el año que viene… sí, ahora.
-Pero yo estaba estudiando.
-¿Para qué? Si ya empiezan las vacaciones, tomate un descanso, te va
a hacer bien.
A medida que pasaba el tiempo Adam y Aurora comenzaron a salir con
más y más frecuencia al punto de que se veían casi todos los días. Pero no
importaba cuán cercanos se habían hecho, siempre había un espacio entre
ellos, como una pared que no les permitía estar realmente “juntos”. Ella, al ser
tan curiosa como de costumbre, comenzó a cuestionarse qué podría ser lo que
los mantenía tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Día tras día miraba
películas y leía libros sobre relaciones, parejas, sus problemas, las posibles
soluciones, pero no parecía encontrar nada que la ayudara a entender su
situación. Él comenzó a notarla estresada pero al pensar que tendría algo que
ver con los estudios, ignoró toda preocupación por el tema. Esto sólo los
separó más, agrandó el abismo entre ellos.
Un día en particular, cansada de la situación decidió confrontar a Adam
sobre el tema mientras estudiaban en su casa:
-¿Qué pasa? –preguntó confundida.
-¿Qué pasa con qué? ¿De qué hablás? –dijo él cerrando el libro que
estaba leyendo.
-Con nosotros… -dijo dubitativa-. Casi ni nos hablamos y estamos como
saliendo pero no sé nada de tu familia y ni siquiera fui a tu casa… ¿Por
qué?
347
-Emmm… No sé, no lo había pensado… te invito si querés, no tengo
problema.
-Ese no es el tema, pero… -dijo lentamente-. ¿Por qué no? Vayamos
ahora.
-¿Eh? ¿Ahora?, pero…
-Sí, ahora –dijo interrumpiéndolo-, siempre fuiste espontáneo, ¿vas a
cambiar ahora?
-¿Me estás desafiando? –dijo con seguridad. Y luego de una pausa,
agregó-: Está bien, vamos.
Al llegar a la casa Aurora estaba sorprendida: ¡el lugar era
enorme! En su familia nunca había faltado nada y, es más, siempre le
había sobrado, pero esto era otra cosa.
-¿Cuándo me ibas a decir que vivías en semejante mansión?
-No quería decirlo hasta que te conociera bien, ya terminé demasiadas
relaciones por chicas que solo buscaban la plata.
-Ah, pero… -susurró-. Yo no soy así…
-Ya sé, no quise decir que lo seas, pero no me podía arriesgar de
nuevo… Te tendría que haber invitado antes pero no se presentaba la
oportunidad.
Cuando entraron, ella vio todos los portarretratos y cuadros de la familia de él y
no pudo evitar su curiosidad.
-Contame, ¿Dónde está tu familia?
-Mi papá en Inglaterra –dijo mientras miraba un cuadro-, extrañaba
mucho, es de ahí.
-Ah, con razón te llamás Adam –saltó ella-. ¿Y tu mamá?
-Debe de estar en alguna parte de Buenos Aires perdida tomando el té –
dijo sonriendo.
-Me recuerda a mi mamá… -dijo mientras se acercaba a ver las fotos.
Entre todas ellas había una en particular que le llamó la atención, una
que ella ya había visto: una foto sobre el día que había acompañado a su
madre a tomar el té, ella estaba ahí pero también había un chico…
-¡Adam!
-¿Qué?
-¡Vos sos el hijo de una amiga de mi mamá!
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-¡¿Qué?!
-Sí, ¿no ves?- le dijo indicando la foto- Esta soy yo y ese sos vos.
-¿Cómo sabés que ese nene soy yo?
-Porque no creo que hayan muchos Adams en Buenos Aires y es
demasiada coincidencia que tengas esta foto porque sí.
-¿Y si soy yo qué?
-¿Por qué no me dijiste?
-No pensé que fuera a hacer mucha diferencia, además, después de esa
vez ya nos habíamos cruzado antes de encontrarnos en la universidad.
-¿Qué? ¿Dónde?
-En el parque Lezama, hace cuatro años… te saludé y saliste
corriendo… pero no me acordaba bien quién eras y me pareciste medio
loquita así que lo dejé ahí.
-¿Vos eras ese chico que me crucé en el parque? ¡Me re asustaste,
tonto!
Siguieron conversando hablando sobre viejos tiempos, recordando las
locuras de sus madres hasta que se hizo tan tarde que lo único que los hizo
parar fue el sonido de sus estómagos.
Luego de comer, Adam le mostró su casa y al llegar al balcón hizo lo
inesperado: se arrodilló y le pidió matrimonio. Su respuesta fue simple, pero
muda: se puso de rodillas, le dio un beso, negó con la cabeza y lentamente se
fue. Él corrió detrás de ella demandando respuestas pero ella simplemente le
dijo:
-No estoy enamorada de vos… no te quiero tanto como me querés, te
merecés algo mejor.
Él se quedó helado y con expresión triste… casi vacía. Ella lo miró por
última vez y se fue. Se dio cuenta de que ese espacio entre ellos no era por no
conocerlo bien a él como ella había pensado sino por no conocerse a sí misma.
***
349
Autor: Martín Gustavo Figueroa, 6º año
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno
Esa luz necesaria
Los sucesos pasados en aquella localidad me permitieron ver con
claridad nuestra dependencia sobre esa fuente.
En una ciudad, en un día apacible, todo puede cambiar en cuestión de
horas. Los minutos se acercan al mediodía. Los adultos trabajan. Algunos
niños salen de las escuelas y otros entran a ellas. Algunas personas están
almorzando, unos recién se levantan de dormir, otros siguen durmiendo y
están aquellos que sólo Dios sabe qué están haciendo.
Entrada la tarde en la ciudad, el sol va cayendo de a poco como las
hojas de los árboles en el otoño. Esa población, que muy ocupada estaba en
sus asuntos, no se percató de lo ocurrido recientemente: ¡Anocheció antes!
Algunos gritaban. Unos los ignoraban por el simple hecho de estar muy
ocupados en sus temas. Otros, porque los consideraban locos.
Por otro lado estaban los que pensaban que no había anochecido, por
eso no prestaban atención a esos “locos”; y por el otro estábamos los que
creíamos que era natural esa oscuridad.
Pero en esta ciudad sus habitantes ven cosas diferentes. Además de
ver, piensan diferente. Y sus pensamientos son tan distintos, cerrados y
absolutos que niegan lo obvio ante sus ojos por el simple hecho de ser algo
que proviene de bocas y cabezas ajenas.
Será que cada uno tendrá su forma de ver la ciudad o “su ciudad”. Si es
así, por lo menos mi visión es la más positiva. ¿Viviremos en la misma urbe?
En cuanto a los insuficientes atentos que se dieron cuenta de la extraña
pero temprana noche que caía sobre ellos; notaron la ausencia de algo. ¡Pero
claro! Ellos negaban el saber ajeno, por lo tanto preferían quedarse con la
incertidumbre. O sea que esos locos no eran desconocidos a ese pensamiento.
350
Entonces eran todos locos o nadie lo era. A pesar de las diferencias,
eran parecidos entre sí, solo que querían distinguirse del otro. Algunos eran
conscientes de esto pero otros no.
Al ser tarde para reproches ignorados, todos se echaban la culpa de
esas imperceptibles sombras. Esa oscuridad causaba estragos en la población.
Algunos chicos lloraban del miedo. Los jóvenes se aburrían ya que no
tenían sus distracciones. Aquellos oportunistas que vivían de otros,
aprovechaban para cazar a los solitarios que estaban en las frías calles; los
adultos se preocupaban por sus casas, por la comida y por saber cuándo se
iba a ir esa oscuridad hostigadora. Los mayores y en especial los muy mayores
debían tener mucho cuidado ya que su vida corría peligro.
No faltaron los cautivos de la oscuridad dentro de cajas metálicas en sus
grandes estructuras de concreto: los accidentados que estaban dentro de sus
vehículos, los obligados a quedarse en su casa o los forzados a salir de ella,
los desafortunados que fueron sometidos a despojarse de sus cosas cuando
caminaban tranquilamente por las sombrías calles de la ciudad.
Poco a poco, ante esta adversidad, los ciudadanos la fueron superando.
Su brillo en esa penumbra fue la unión. Ese brillo fue manifestado por sonidos y
voces.
Qué agradable es ver cuando la gente se une por una causa, apelando a
la solidaridad y unión, dejando de lado sus pensamientos por una simple pero
imprescindible cosa en sus vidas.
Al leerme, soy consciente de más cosas y de todo lo ocurrido. Si bien no
fue algo agradable, vi las cosas que se logran cuando se quiere algo: en ese
momento la gente no se dio cuenta, lo comprendió más tarde. Esas personas
que vivían en su “propia ciudad” sin preocuparse por los demás. Esa población
sugestionada, al principio, a causa de un mal inexistente que era simplemente
un corte de luz.
***
351
Autora: Eugenia Gareis, 6º año
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno
Diez
Carmen, sentada en la mesa de la cocina con la mirada perdida. Ya eran
más de las ocho de la noche, estaba esperando a su marido, Juan cruz. Hacía
más de una hora que él tendría que haber vuelto del trabajo. Llamó una y otra
vez a su celular pero estaba apagado, se empezó a preocupar…
Un mes atrás, estaban en una fiesta con toda su familia, Juan recibió
una llamada; al principio parecía bastante nervioso, entonces se levantó y se
fue a hablar al balcón. Cuando estaban volviendo a su casa, Carmen le
preguntó quién lo había llamado. Él, nervioso le contestó que era alguien del
trabajo y que era importante. Carmen se quedó mirándolo, esperando ver
alguna reacción en su cara pero sólo sonrió y la tomó de la mano. Para
Carmen fue suficiente como para sentirse tranquila.
Ya eran casi las nueve y Carmen estaba cada vez más ansiosa;
caminaba de un lado a otro, mordiéndose las uñas sin parar de pensar
Una tarde, mientras su esposo se bañaba, se puso a revisar su maletín y
encontró una nota que decía: “Gracias por todo, no sé cómo agradecértelo.
Besos.” Y estaba rematada con un aroma dulce que parecía ser de mujer y allí
se impactó: ella no usaba perfume.
Fue en ese momento cuando recordó y no se perdonó el olvido.
Comenzó a recapitular los últimos meses y todos los recuerdos se le hicieron
de repente un remolino que arrojaba miles de hipótesis. En ese momento no se
dio cuenta. Lo comprendió más tarde…
Eran casi las diez y Carmen lo tenía. En realidad la respuesta había
estado sobre la mesa todo el tiempo. Sólo quedaba esperar. En ese preciso
momento escuchó el tintineo de las llaves en la puerta. Carmen se puso tensa,
su cuerpo recibió una descarga eléctrica de adrenalina. Sus puños se cerraron
haciendo presión, tanta presión que casi no podía respirar. La voz de su marido
352
parecía lejana cuando la saludó al verla levantarse sin haber dicho una palabra;
sus cejas se entornaron, su expresión indicaba intriga.
En el medio de la cocina fue donde Carmen, con un grito desesperado,
tomó la respuesta con ambas manos. Ahí mismo fue cuando Juan Cruz
enfrentó una realidad que no lo dejaba respirar, que frenaba toda moción de
movimiento desesperado, no dejaba salir ni una palabra de su garganta que
sólo emitía un sonido gutural. Sintió cómo su corazón daba un vuelco
incorregible, en ese instante comprendió que se había encontrado con eso que
lo privaba de por vida.
Carmen dejó caer el cuchillo, ese con el que Juan Cruz había sido
víctima, diez veces…
Sonó el teléfono justo en el instante en el que Carmen había terminado
de cumplir lo que tanto había pensado. Atendió con voz fría y pacífica, y dijo:
-Ya está, te espero en veinte minutos en la esquina de siempre. Llevá todo. Esperó la respuesta del otro lado y continuó: -Quedate tranquilo, mi amor, está
todo bajo control.Terminó la oración, colgó el teléfono y buscó un encendedor. Lo prendió,
luego lo arrojó sobre el cuerpo inerte de su marido. Y mientras atravesaba la
puerta miró atrás: la casa era un mar de llamas uniforme que resplandecía en
medio de la noche. Satisfecha, siguió caminando hasta el final.
***
Autora: Tatiana Ibarra, 6º año
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno
El reencuentro
Todo comenzó el martes pasado cuando él volvía de su trabajo, esa
rutina cotidiana que no lo satisfacía para nada y que nunca paraba de repetirse.
Iba, hacia su labor y volvía. Así era su vida. No tenía un sueño por cumplir ni
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una meta por alcanzar. Sus días pasaban, simplemente transcurrían… nada le
generaba el anhelo de esperar el mañana.
Volvía con los pies cansados, los ojos entreabiertos, la espalda
encorvada como cargando un peso que le impedía ir a un paso más ligero.
Anochecía. La calle estaba silenciosa, solitaria, poco iluminada; sólo se
escuchaba, por momentos, el ruido lejano de algún auto en movimiento
pasando por el empedrado a poca velocidad pero él no registraba nada de
esto. Tampoco calculaba la distancia para llegar a su casa, sólo avanzaba con
su paso lento de manera continua, sin detenerse ni siquiera un instante para
descansar o para orientarse.
No sentía nada. No tenía frío, no estaba contento, ni triste. Sólo seguía
su camino durante horas y horas con su caminar parejo. No tenía
pensamientos, su mente estaba en blanco. Parecía un cuerpo robotizado cuya
única función era la de caminar sin parar. No se cuestionaba en qué parte
estaba del recorrido de regreso, si se había pasado o si todavía faltaba para
llegar a destino.
De repente una luz lejana, que al principio parecía ser de un auto más
que pasaba por la zona, se fue acercando en su dirección y le iluminó la cara.
Cuanto más se acercaba, más aumentaba su potencia y al mismo tiempo se
tornaba más clara causándole un dolor en la vista que se intensificaba a cada
instante.
Él cerraba sus ojos, luego intentaba abrirlos y repetía esto una y otra
vez, pero era imposible mantenerlos abiertos ante tanto brillo y claridad.
Había dejado de caminar y se sentía suspendido en el aire, levitando.
No reconocía el espacio en el que estaba porque un blanco intenso se había
apropiado de él, ni tampoco tenía conciencia del paso del tiempo. Permaneció
en ese estado calculando que eran minutos cuando en realidad habían
transcurrido horas.
Se sentía a gusto, no recordaba cuál había sido la última vez en
experimentar una sensación así. Se dio cuenta de que ya no recordaba su
niñez, de que los días de su vida habían pasado hasta el momento uno tras
otro y que siempre se había resistido a pensar en ello al punto de negarlo
completamente.
354
Mientras esa sensación atravesaba su cuerpo como un rayo, una luz
verde iluminó la escena. Él no comprendía su aparición, ni tampoco por qué se
encontraba en ese lugar. Pensaba que se estaba volviendo loco, sonidos
desconocidos invadían el ambiente y aturdían sus oídos; dudó si todo esto
formaba parte de la realidad o era producto de su imaginación. No comprendía
el significado de esos colores luminosos. Perdido en su propia confusión, cada
vez se volvía más vulnerable.
De pronto, percibió un olor especial, no lograba reconocerlo pero sus
recuerdos afloraron en un torbellino de imágenes que se superpondrían entre sí
sin tener una secuencia lógica. No podía plasmar ese aroma en un recuerdo. El
ejercicio de recordar lo había perdido por completo.
Sin embargo, ese olor lo envolvía, se apoderaba de él y lo llenaba de
paz. Esto
lo motivó a salir del hermetismo en el que había permanecido
prisionero durante tantos años. Era un aroma a… un aroma particular… un
aroma que se iba haciendo cada vez más conocido, más familiar, que lo
reconfortaba y que lo protegía, por momentos lo embriagaba de una felicidad e
inocencia que lo transportaban al tiempo pasado.
No era el olor a algo, era el olor a alguien. Y entonces, como si esa luz y
ese aroma hubieran ordenado el archivo caótico de las cosas olvidadas en su
mente adormecida, se produjo el instante revelador, único… Era el aroma a su
abuela, aquella que lo había criado.
Encontró su niño interior olvidado en el tiempo y en la rutina. Se sintió
renacido, recuperó los barriletes en el cielo celeste de otoño, la mano tibia que
le daba seguridad al cruzar la calle, la taza de leche a la hora de la merienda,
los enojos que terminaban en risas,
la mirada de amor
verdadero e
incondicional...
Se había reencontrado con el niño que fue, al que había dejado
herrumbrado en la profundidad de su pasado. Se había reencontrado con su
propia esencia olvidada y perdida, aplastada por la rutina. Se había producido
el milagro del reencuentro.
Todo ese ambiente que se había creado a su alrededor
desde la
aparición de aquella luz clara, empezó a diluirse y él comenzó a sentir que ese
viaje finalizaba y que algo desconocido tiraba de él para que regresara lleno de
355
ganas de vivir, con nuevos proyectos, con cambios en su forma de afrontar la
vida, con deseos de comenzar de nuevo.
Cerró los ojos, respiró hondo y se dejó arrastrar disfrutando ese estado
de plenitud. Despertó en su cama como todas las mañanas, se levantó para
cumplir la rutina de todos los días, pero ya no era el mismo, una sonrisa
iluminaba su cara y una energía vital le permitía moverse como en su juventud.
Él había vuelto a nacer, estaba dispuesto a aprovechar cada instante
hasta el final. Reconoció su debilidad del pasado, sabía que no podía recuperar
el tiempo perdido pero estaba decidido a no permitir que ninguna rutina se
apropiara nuevamente de su vida. Entendió que se
había abandonado al
transcurrir de los días. Justificó su propia inercia ante lo ocurrido pero,
afortunadamente, nunca se perdonó el olvido.
***
Autora: María Milagros Trujillo, 6º año
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno
Punto y aparte
No era un día normal, sabía que algo había cambiado, sentí que volví a
empezar. Yo soy Javier. Ya a mis 34 años, un kinesiólogo soltero y
desempleado que está dispuesto a un cambio a partir de este día diferente.
Era 21 de septiembre y junto con la primera mañana cálida de primavera
salí de mi departamento en busca de algo. Hasta el día de hoy sigo sin saber
qué era esa necesidad que sentía, pero fui igual. Paseaba por las calles de
Caballito por la poblada Rivadavia, encaminado hacia algún bar a tomar un
café. Mientras iba en busca de ese preciado oasis, decidí ir por otro camino.
Tomé un desvío, no quería ser como el resto que van por la principal. Me
mandé por una calle vacía a media sombra por los árboles que recobraban de
a poco sus hojas. De lejos, en la esquina, veía lo que esperaba hacía un par de
cuadras atrás: una tranquila confitería de barrio.
356
Entré y sin querer golpeé a un hombre que estaba saliendo. Se le cayó
el portafolios que llevaba en la mano y en el piso quedaron desparramados un
pilón de papeles con dibujos de edificios, debía ser arquitecto. Me agaché junto
a él y le pedí disculpas; ofrecí mi ayuda para juntar los papeles pero él no
emitió respuesta. Me miró y esbozó una sonrisa. No entendí por qué me sonrió,
ni por qué no quiso ayuda, (algo en ese hombre me era muy familiar). No sé si
fue el gesto, sus dibujos o su forma de vestir pero muy en el fondo yo sabía
que lo conocía. Tomé mi deseado café y continué con mis tareas en lo que
quedaba del día, sin dejar de lado lo ocurrido.
Unos días pasaron y el Javier desempleado, ya no existía más. Tuve
algunas entrevistas y entre ellas quedé como ayudante en un consultorio
privado de un kinesiólogo en el barrio de Palermo. Un lunes, en mi horario del
almuerzo, fui a comprar la comida a una rotisería que quedaba a dos cuadras,
y mientras esperaba que cortara el semáforo para cruzar, vi en la cuadra de
enfrente una persona que creía conocer. Crucé lo más rápido que pude para no
perderla de vista. Y sí, era quien yo pensaba: el arquitecto de la confitería. Fue
extraño, como si no hubieran pasado los días. Lucía igual que la primera vez:
misma vestimenta, peinado, portafolio y hasta cuando cruzamos miradas,
esbozó la misma sonrisa. Me quedé paralizado en la esquina. Di media vuelta
para volver al consultorio y recordé que no había comprado el almuerzo,
entonces corrí las dos cuadras hasta la casa de comidas. Al lado de ésta había
un estudio de arquitectura y me dio mucha curiosidad entrar al lugar, tal vez
podía cruzarme otra vez con el hombre de aquella sonrisa. En la vereda,
dudaba si entrar o no; la recepcionista, a través del vidrio, me miraba con cara
sorprendida, como si fuera un fantasma o algo imposible de creer. Decidí no
entrar, ya me quedaba poco tiempo de almuerzo y seguramente no iba a
encontrarlo en ese estudio.
Al día siguiente, salía apurado del departamento porque me había
quedado dormido y me tropecé con el cordón de la vereda. Intentando
agarrarme de algo para no golpearme, me sujeté de alguien que me tendió su
mano. Ahí estaba enfrente mío otra vez, el hombre de la sonrisa. Le agradecí
por su ayuda, pero no emitió sonido sólo hizo su gracia: sonrió y se fue.
Recobrando la postura para seguir con mi camino, vi que en el piso había una
foto. La levanté y la observé. Era de una pareja en un edificio de inauguración.
357
Me eran muy familiares sus caras. Miré detenidamente las facciones, el lugar,
el edificio, hasta que me di cuenta. ¡Era el estudio de arquitectura! Y junto a
este estaba la pareja, eran el hombre de la sonrisa y su recepcionista. De
inmediato miré a ver si él seguía cerca mío. Lo vi de lejos, le grité, pero no se
dio vuelta. Entonces decidí ir al estudio a devolvérsela.
Estaba parado en la puerta, me sentía nervioso como nunca antes,
hasta me temblaban las piernas. Me autoconvencí de que no me iba a suceder
nada y, seguro de mí mismo, entré. Fui directo a la recepcionista, no quería
que nadie me preguntara qué quería o a quién buscaba. Ella me vio venir a lo
lejos, y el gesto que tenía en su cara cambió por completo. Pero no como la
vez anterior, sino que parecía estar sorprendida y al mismo tiempo feliz. Me
acerqué al mostrador y le dije: - Disculpame, te hago una pregunta. ¿Este
hombre trabaja acá? - mientras le daba la foto.
- ¡Lucas! ¡Qué alegría verte de nuevo! Pensé que no volvías más - respondió.
- Yo me llamo Javier señorita, creo que se está confundiendo de persona. Sólo
vine a traerle esto al hombre que aquí aparece.
- ¿De dónde sacó esa foto? ¿Quién se la dio? ¿Javier? Lucas, soy yo, Mariana.
- La encontré en la calle, un hombre me ayudo a levantarme del piso y se le
cayó. Yo no conozco a ninguna Mariana.
- Quédese con la foto, ese hombre no trabaja más aquí. Y si no tiene nada más
que hacer, le voy a pedir por favor que se retire.
¿Lucas? Seguro me debe haber confundido. Esa foto y esa
conversación quedaron resonando en mi mente todo el día. Llegué a casa del
trabajo. Miré una película. Cuando me di cuenta, ya se habían hecho las nueve.
Preparé algo rápido para cenar y después me di una ducha. Cuando terminé
me quedé frente al espejo recordando a algún Lucas que se me pareciera. Me
miraba fijamente los ojos, la boca, la nariz, los pómulos. Esperaba que de algún
modo mi propia cara me recordara a alguien más.
Luego me cambié y fui a la cama. Prendí la tele pero no duré despierto
ni diez minutos. A medianoche me despertó el ruido de un programa de
carreras de autos en la televisión que nunca había apagado. Fui a la cocina a
tomar un vaso de agua y volví a la cama. Pero en el camino me frené en el
baño. Otra vez frente al espejo, me observaba y revivía al mismo tiempo la
conversación con la recepcionista. ¿Quién sería ese tal Lucas con el que me
358
había confundido? Se me cruzaron varias historias… Y una superó a todas.
Sentí miedo, no quería abrir los ojos. No quería saber la respuesta. Me
temblaba todo el cuerpo, transpiraba frío. Pero algo en mí sí quería saberla y
abrí los ojos. Y ahí estaba, ese peinado, esos ojos, esa nariz… Y esa sonrisa.
Justo del otro lado del espejo, mirándome. Parpadeé. No lo creía cierto, pero
sí, era yo. Era yo el hombre de la foto, del estudio y de aquella sonrisa.
Yo era Lucas un arquitecto de 34 años, con un estudio y una pareja. Y
que sin saber cómo ni por qué, aquella primavera deje que apareciera Javier.
Recordé todo, recobré mi identidad, mi trabajo, vocación y vida afectiva.
Javier sigue sin entender cómo, cuándo y por qué pasó. Sólo sabe una
cosa: que desde entonces, afortunadamente, ya no se perdonó el olvido.
***
Autora: Jimena Lucía Zamudio, 6º año
Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno
Entelequia
En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, sólo
cuando sus manos ya no poseían más fuerza, sólo cuando de sus labios no
salían más que inaudibles suspiros y la palidez se apoderó de su rostro. Aquel
instante en que cerró sus ojos y esperó con gesto impasible la colisión de su
áspera piel contra el frío suelo de mármol, le había parecido extenderse por la
más sombría de las eternidades. Su cabeza no hacía más que dar vueltas
entre el pasado y el presente, su vida y sus sueños, entre en lo que se había
convertido y quería que se disolviese, desapareciera, como lo hace el papel al
transformarse en cenizas por acción de la ardiente combustión.
Yacía Damián en el suelo, inerte, mas su corazón latía aún, a ritmo
acompasado a causa de su dificultad para respirar. Inmerso en sus añoranzas,
ahogándose en un desdichado mar de deseos incumplidos, conciente de que
quizás sería esa la última vez en que tendría la posibilidad de soñar, una vez
359
más, con aquella felicidad por la que había decidido, años atrás, continuar
luchando, pero que jamás había logrado siquiera vislumbrar.
El sonido de pasos ahogados, ligeros, repentinos, que había comenzado
a retumbar en la espaciosa habitación lo sobresaltó, pero la calma emprendió
su retorno unos segundos después. La familiar, reconfortante presencia que
ahora sentía a su lado lo impulsó a abrir sus ojos, quedando ofuscado por la
encandiladora luz que ingresaba a través del ventanal veneciano que ocupaba
por completo una de las paredes del lugar.
- Papá...
El aludido pudo distinguir la suave voz, dulce melodía, entre los
zumbidos que habían conseguido apoderarse de sus oídos. Damián inclinó su
rostro, levantando levemente su nuca del suelo, para divisar una cabecita rubia,
los rizados cabellos recogidos en dos diminutas colitas, los acaramelados ojitos
fijando su inocente vista en él. Estiró uno de sus brazos y, tras la apertura del
tenso puño, reveló la adusta palma a la pequeña criatura, quien comprendió el
gesto y posó su diminuta y delicada mano sobre ella.
Y así se quedó su padre observándola, sin decir nada por segundos,
minutos, por un tiempo de inconmensurable extensión, tanto como el espacio,
tanto como el mismo infinito, un infinito plagado de luz y de vida, de estrellas y
soles, de resplandor y pureza. Ella era hermosa, como los policromados
matices de las perfumadas flores que anuncian la llegada de la primavera tras
la impiadosa crudeza del injurioso invierno. Sí que lo era, al igual que aquella
mujer que por noches le había robado el sueño, a la cual, a fin de cuentas,
nunca había amado, pero de quien provenía la única verdadera alegría que
había logrado tener en su vida. Y era ella para el mundo diminuta,
insignificante, pues ¿qué significaba una persona entre millones, qué era un ser
ante la inmensidad de las llanuras, de los mares, de la atmósfera, de las
galaxias? No, para el universo ella no era más que un granito en la arena,
nimio por naturaleza, pero para él era lo más importante que jamás había
tenido en su vida, si no es que era toda su existencia misma; una parte de su
ser reducida a otro cuerpo y otra alma, ambos llenos de aquella pureza que
sólo puede presenciarse en la blancura de las nevadas y en el agua que fluye
apacible por los torrentes de deshielo. Confiaba Damián en que su radiante haz
de luz nunca se opacaría, que su sincera sonrisa jamás se borraría, que
360
aunque los sucesos de la vida la golpearan, ella se amoldaría, aprendería,
empuñaría la lanza y lucharía, y que aunque miles de flechas atravesaran su
pecho llegando a lo más profundo de su ánima ella continuaría, con una mano
limpiaría cuanta sangre brotara, se levantaría, caminaría hasta salir de la
oscuridad y alcanzar la bellísima aurora que con sus colores pintaría los cielos.
Porque ella no cometería sus errores, ella viviría. Aprovecharía cada
momento y reiría, perseguiría sus ideales hasta el final y no se cesaría su
marcha hasta tenerlos entre sus manos y poder acariciarlos con sus delicados
dedos. Damián sabía que la pequeña que hoy tenía frente a sus ojos mañana
se convertiría en una grandiosa mujer, llena de ímpetu y fortaleza, en su mirada
se reflejaría el fuego abrasador, capaz de arrasar con toda adversidad.
El hombre, tendido en el suelo, sintió cómo cálidas lágrimas
comenzaban a emprender su recorrido por sus mejillas, una por una,
acumulándose en algún lugar cercano a sus mandíbulas, vertiéndose luego con
suavidad a lo largo de su cuello. Sus orbes grises recorrieron, una última vez,
las esquinas de la habitación, escudriñaron cada uno de los lujosos y
relucientes objetos que la decoraban. Todavía no comprendía, no, no lograba
explicarse a sí mismo cómo sus años, su sangre y su sudor habían logrado
reducirse a mera materialidad, a mera comodidad, gula y ambición. De repente
se sintió ínfimo, desdichado, y se vio reflejado en un espejo, mas su imagen
reía a carcajadas, con malicia, los labios conformaban la perversa curvatura en
el arrugado rostro. Sí, de él se reía, de su estupidez, de su inutilidad, de la
batalla que había sido su vida, de las heridas de combate que no significaban
más que tajos ensangrentados en la piel. Se reía de sus pertenencias, de que
lo tenía todo y no tenía nada, del corazón vacío, del alma insatisfecha, de la
existencia sin sentido. Y Damián no se perdonó el olvido, el de su vida, el de su
familia, el de las cosas que amaba y que ahora sentía tan lejanas, perdidas en
la inmensidad, en algún punto del tiempo que no lograría alcanzar jamás.
Su cuerpo comenzó a enfriarse, sus lágrimas repentinamente dejaron de
brotar, su respiración se agitó al punto de invadir el lugar con violentos
suspiros. Lo único que lograba escuchar eran el llanto y los gritos de su
pequeña, y lo único que lograba sentir era el calor de un par de tibias manitos
sobre su níveo rostro. Poco a poco se desvanecía, sentía que su alma ya no
soportaría la pena de estar aprisionada en aquel inane cuerpo. Se sentía morir,
361
sabía que no volvería jamás, que dejaría todo atrás para dirigirse a aquel lugar
que hasta ese entonces se encontraba escondido de su conocimiento. Estiró su
áspera mano para alcanzar la húmeda mejilla de aquella criatura que de forma
tan incondicional le amaba. De sus resquebrajados labios escapó furtiva una
palabra.
- Vive.- fue lo último que dijo, y su cuerpo se desplomó inerte en el
suelo, y su alma emprendió así su viaje hacia la eternidad de los cielos.
***
362
Autor: Matías Santiago Cancino, 5º año
Nueva Escuela Argentina 2000
Encuentro Sin tiempo
Al terminar de escribir las últimas palabras de reporte en el ordenador y
desperezarse en la silla, se dispuso hacia partir a su casa. Sabía que debería
revisarlo, especialmente porque sería emitido en el periódico de la madrugada
siguiente, pero estaba cansado y no le importó lo que podría suceder si alguien
por alguna casualidad, encontrase uno o dos errores en su texto.
-¡Al fin!- exclamó.
-¿¡Ya terminaste!?- le respondió su colega.- No sabés cómo te envidio
Martín, encima te vas al horario habitual, mientras que a mí me falta un
montón. Y vos que te quejabas… a veces no te entiendo, en serio.
Se rieron un poco, la saludó, y tranquilamente caminó hasta la parada de
colectivo. Hubo de pasar quince minutos hasta que llegara. Estaba repleto,
pero por suerte pudo hacerse un camino hasta el fondo, donde estuvo más
cómodo. Nunca pudo entender el por qué de las personas amontonándose en
el centro del vehículo. Estaba anonadado por la belleza de la mujer que se
encontraba a su lado, y para su suerte, el brusco conducir del chofer hizo que
entraran en contacto.
-Ay, perdón- le dijo la joven al caer sobre él en una frenada.- es que
estaba pensando en las cosas que todavía tengo que hacer para el trabajo…
-No te preocupes a todos nos pasa… pero siempre la mejor excusa es
que su agresividad nos supera…- le contestó y sonrió al ver a la joven reírse.mi nombre es Martín… ¿el tuyo es?
-Ah, sí perdón, Verónica es mi nombre…
Continuaron hablando durante todo el recorrido, hasta que tuvo que
bajar. “Cómo me gustaría volver a verla…” se decía a sí mismo. Para su
fortuna, así sucedió, al encontrarla en el mismo colectivo, pero no solo una vez,
sino varias, y así se fueron conociendo… enamorando.
363
Hasta que un día, Martín perdió todo rastro de ella. Estaba obsesionado
con encontrarla, pero le resultaba imposible y eso lo enloquecía. Era una sed
que ninguna sustancia podía saciar.
-¿Cómo es posible que una persona se desvanezca así como si nada?murmuraba- es prácticamente imposible.
-¿Qué dijiste?- le preguntó su compañera de trabajo.- ¿me hablabas?
-No Cintia, perdón, estaba hablando solo… es algo que no me puedo
sacar de la mente…
-¿Me querés contar o es algo más bien privado?
-Sí, no hay problema…-dijo como introducción a su relato.
Al terminar, notó que Cintia estaba llorando y cuando le preguntó qué le
ocurría ella contestó:
-Pareciera ser que la persona de la que estás hablando fuese mi
hermana
-¿¡Ah sí!?-dijo ilusionado.
-Desearía que estuviese aquí conmigo… si no hubiese sido por ese
auto, habríamos estado festejando su cumpleaños…
-Pero ¿cómo? Eso no es posible…- no entendía nada.
-Sí… eh… voy a tomar algo, si no te molesta… necesito un poco de aire.
-Seguro, perdón por molestarte, jamás hubiese querido que te pusieras
así.
-No te preocupes… estoy bien…
Sin embargo, ya no la escuchaba. Volvía a estar perdido en su propio
mar de incertidumbres. “¿Imposible es que estuviésemos hablando de la
misma persona o no? Si yo le estuve hablando hace tan solo unas semanas.”
Dudaba dentro de su mente. “Además, no creo que esa chica haya sido la
única mujer de pelo castaño y ojos celestes. Lástima que
no me dijo el
nombre, ni yo el de esta chica que se llamaba… se llamaba… ¡No puedo no
acordarme del nombre!” y siguió torturándose con ese error hasta que llegó a
su casa y se acostó en la cama.
Se levantó, era de día. ¡qué rápido que se le había pasado la noche, y
qué tarde era! En cinco minutos debía presentarse en la empresa. Al notarlo,
se apresuró a cambiarse y a salir a la calle. Misteriosamente llegó temprano.
Saludó a todo el mundo, se sentó en el escritorio, y se disponía a narrar los
364
hechos de una noticia que se le había asignado, cuando Cintia se acomodó a
su lado.
-Perdón por lo del otro día, no quería incomodarte con nada.
-No... ¿Con qué?
-La de tu hermana…
-Está bien, debería dejar de ahogarme en mi mar de recuerdos…
La conversación tenía la intención de convertirse en una charla
demasiado densa para cualquiera. Al notarlo, Martín se libró de ella lo más
audazmente posible, y se dedicó el resto de la jornada a desarrollar las
actividades que le permitiesen dejar de pensar en ese amor prácticamente
imposible.
En el trayecto de regreso, la gente estaba tan hacinada en el colectivo
como de costumbre, halló un camino hacia el fondo del gigante de acero, y se
dedicó a mirar por la ventana. Visualizaba un parque, en un día soleado y
caluroso, mientras que leía un libro reposando contra el tronco de un árbol.
Sufría por dentro al saber que nunca más podría realmente ver a la
“hermana de Cintia”. Trataba de concentrarse en las palabras que sus ojos
recorrían, pero los recuerdos se lo impedían. Dejó de intentarlo una vez que
divisó una silueta que no lograba reconocer por el sol y que caminaba en su
dirección. No fue hasta que estuvo casi a su lado que le pudo ver la cara, pero
sus pensamientos fueron interrumpidos por una mano que se le apoyó en el
hombro.
-¡Hola, Martín! ¿Cómo andás tanto tiempo?- le dijo una voz, mientras
que él se volteaba para ver de quién se trataba.- ¿No te acordás de mí?- le
preguntó al ver la extraña expresión en su rostro.- estuvimos hablando el otro
día en uno de estos colectivos…
-Sí, sí, me acuerdo- todavía no razonaba correctamente- ¿vos no sos la
hermana de Cintia, no? No, no podés ser nunca la hermana de Cintia si ella
es…
-Esa soy yo, bah, excepto que estemos hablando de otra persona, ¿no?La expresión en la cara de Martín iba empeorando cada vez más- estaba
yendo para su casa ahora, se supone que íbamos a juntarnos para cenar,
porque hoy cumplo años, pero no me llamó en todo el día, así que se habrá
olvidado. Pero ¿por qué esa cara? Parece que viste a un muerto o algo…- rió
365
en solitario.- Bueno, esta es mi parada, espero que nos encontremos algún que
otro día- concluyó cuando empezó a caminar en dirección a la puerta.
-¡Esperá!- le gritó Martín.
Ya la había perdido una vez y no se arriesgaría a que le pasara lo mismo
sin antes sacarse unas dudas. ¿Eran ella y la hermana de Cintia la misma
persona? Debía averiguarlo, por lo que trato de alcanzarla empujando la
muralla de personas que tenía enfrente. Escuchó algunas quejas, pero no le
dio importancia, estaba concentrado en alcanzarla, aunque nunca lo lograba. El
autobús le parecía interminablemente extenso, hasta que, de repente, se chocó
contra la baranda que separaba el parabrisas de las personas, y vio a Verónica
caminando por la calle, al mismo tiempo que divisaba un auto ir a alta velocidad
por la calle: la colisión era inevitable.
Abrió los ojos, estaba transpirado, y le costaba respirar. Trató de
tranquilizarse y convencerse de todo lo que había presenciado era un sueño,
aunque su cerebro lo había sentido demasiado real, especialmente por las
coincidencias que había entre lo sucedido y aquello que le había confiado
Cintia. Se levantó de la cama, y tomó el teléfono con su mano derecha,
tratando de marcar el número de su médico de confianza. Lo atendió una voz
ronca, que le pidió que se tranquilizara y que no se preocupase, que él se
dirigiría hacía allí. Pero Martín no podía dejar de temblar. Puso a hervir agua en
la pava ya que se tomaría unos mates mientras esperaba al doctor, sin
embargo, sus sacudidas eran cada vez más fuertes, y le pedía al universo que
ese hombre llegase rápido.
Otra vez estaba en la oficina. Ya su mente no comprendía nada, y
entonces, ante la duda, decidió seguir con sus actividades habituales. A la
media hora, empezó a escuchar un chirrido, como si una locomotora estuviese
pasando. ¿Pero desde cuándo un tren pasaba cerca de la oficina en donde
trabajaba Martín? Ese sonido continuó por un tiempo bastante extenso, hasta
que se extinguió por completo.
Se eximió temprano, no se sentía del todo bien, y el siquiera pensar que
todavía debía llegar a su casa lo atormentaba constantemente. El colectivo se
encontraba casi vacío, y apenas ascendió, divisó a Verónica sentada en un
asiento doble sin acompañante. Antes de saludarla, se dio media vuelta, y le
preguntó al hombre del asiento posterior qué hora era:
366
-Tres treinta A.M.- dijo una voz ronca que a Martin le pareció muy
conocida. En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, y ya no
había nada que él pudiese hacer.
-¿Por qué esa cara, Vero?
-Sé que nunca volveré a ver a mi familia…- le respondió llorando.
“… tetera sin agua hirviendo pero con la estufa prendida…” escuchaba la
misma voz en su cabeza.
-… y hay tantas cosas que les quisiera decir pero sé que no lo lograré…
“… contusiones, espasmos, múltiples paros cardíacos… hay que esperar
a la autopsia…” Continuaba escuchando.
-¿No te podés callar un momento, por favor?- le dijo al hombre que
estaba a su espalda.
-Pero yo no dije nada- le respondió.
La tonada del hombre había cambiado. Era dulce y alagadora, con un
tono de respeto absoluto, lo que confundió a Martin aun más. Pero decidió
seguir concentrándose en Verónica. . Cuando volvió la cabeza hacia ella, algo
había cambiado.
En ese momento lo comprendió. La locomotora, la tetera vacía, el
hombre de voz ronca que luego se transforma en dulce, el médico, la
incoherencia entre la hora y la luz solar, esas voces en su mente que no lo
dejaban concentrarse en su acompañante.
En ese momento lo comprendió. La locomotora, la tetera vacía, el
hombre de voz ronca que luego se transforma en dulce, el médico, la
incoherencia entre la hora y la luz solar, esas voces en su mente que no lo
dejaban concentrarse en su acompañante. Ya no sentía, no pesaba, todo había
pasado a hacerse indiferente. Sentía cómo lo levantaban, pero continuaba
sentado. Escuchaba la sirena de una ambulancia, pero al asomarse por la
ventanilla no divisaba ninguna, no veía ningún auto en realidad, tan solo el
transporte en el que viajaba, del cual nadie descendía y que solamente se
detenía para que más personas ascendieran a él.
***
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Autora: Candelaria Baraldo, 5º año
St. Matthew’s College North
Entre la realidad y la niñez
Tenía nueve años, si, una niña. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer lo juro.
Recuerdo las guirnaldas color rojo, los manteles estampados. Recuerdo las
luces, aah las luces. Recuerdo estar en la casa de la abuela, el aroma a la
comida, nadie cocinaba como ella, todos esperábamos más sus delicias que
los regalos. Y, sobre todo recuerdo, el característico árbol navideño, el que
armábamos entre todos cada ocho de diciembre.
"A comer!" grito mi abuela. Saben como esperábamos ese momento? Era lo
que yo más disfrutaba, sentarnos todos en la mesa del jardín, aquella
conformada por muchas más pequeñas. Al sentarme, me tomaba dos minutos
para mirar alrededor y mirar, mirar... Mi abuela con cientos de platos alrededor,
todos gritándole que les sirviera la comida. Los más grandes, cortándole la
comida a los más chicos. Mi tío cambiando de lugar los señaladores de las
empanadas para crear confusión y mi hermano volcando el primer vaso de la
noche, pero todos con una característica en común, una sonrisa enorme en el
rostro. Sé que era una Navidad como cualquier otra persona probablemente
estaba teniendo en ese momento, pero yo sola la vivía con esa familia, en ese
lugar. Ya se acercaban las doce de la noche, y como todo chico, no podíamos
parar de contar los minutos, mi hermano y yo preguntábamos constantemente
"Qué hora es?" para que todos nos contestasen "Ya falta poco". Pasaba el
tiempo y seguíamos preguntando. Los más grandes comenzaban a fastidiarse,
es que saben qué? No nos entendían, después lo comprendí. Ya no saben lo
que es el escribirle una carta a Santa, una persona que nadie en el mundo vio,
pero existe, de eso no había duda. Pedirle cualquier tipo de cosa y tener la
esperanza de encontrarla bajo el árbol, ya no saben lo que es sentir que hay
misteriosos duendes espiándonos para ver nuestro comportamiento, no saben
lo que es idear planes secretos para poder verlo mientras deja los regalos,
porque justamente, no nos entienden. En fin, faltaban tan solo minutos y
368
salimos a caminar, si, la famosa caminata donde sólo los adultos lograban verlo
"Allá esta!!!" decían, y cuando lograba darme vuelta ya se había ido. Esa
misma noche, yo iba de la mano de mi tío, no tenía miedo, me consideraba
valiente, pero por las dudas me quedaba a su lado. Al caminar tres cuadras
pisé un gran charco y mojé todas mis zapatillas. No podía recibir a Santa así,
necesitaba cambiarme. Salí y me fui corriendo hacia la casa, lo más rápido
que pude, no quería perderme ni un minuto. Estaba llegando y vi una sombra
del otro lado de la ventana, si, justo al lado del árbol. Era él, yo lo sabía, estaba
segura. Entonces pensé, qué hago? No podía volver, era un hombre muy
ocupado y se habría ido para cuando regresara. Opté por ir sola, mi mamá
estaba en la casa, seguro estaba hablando con ella para no sentirse solo
(pensamientos ingenuos que tenía cuando era una niña) Decidí entrar por la
puerta trasera, para no hacer tanto ruido. Escuchaba voces. Millones de cosas
pasaban por mi mente, qué le iba a decir? Cómo iba a mirarlo? Qué le iba a
preguntar? Decidí asomarme por la puerta de la cocina. Y fue ahí, cuando
cometí el peor error de mi infancia, fue ahí cuando mis sueños y mis creencias
cayeron al suelo, donde mi sonrisa se fue de una forma increíblemente veloz,
ya nada la iba a hacer volver. Comencé a llorar, lo recuerdo bien. Lloraba
angustiada. Mi mamá me escuchó y me abrazó. Habló conmigo, y aunque
intentó mentirme para conservar mi ilusión, ya no había forma, había
desaparecido. Ya eran las doce y los más pequeños llegaron. Todos con una
adrenalina inexplicable, felices porque Santa había pasado por allí.
Preguntándole a aquellos que se quedaron en la casa "ustedes lo vieron?" Y
yo? Tenía una tristeza interior que, hoy en día, aun no logro explicar con
palabras. Tengo aun, la imagen del supuesto "Santa" en mi cabeza. Mi abuelo
con una gran bolsa llena de regalos, acomodándolos de forma desordenada
para crear la ilusión. Esa noche no dormí. Recuerdo que llegué a mi casa y fui
directamente hacia mi habitación. Me acosté, y pensaba, en todo lo que había
perdido aquella noche, miraba mis muñecas y ya no veía maravillosas historias
de princesas detrás de ellas, simplemente eran eso, muñecas. Miraba las
estrellas pegadas en el techo, aquellas que alguna vez me transportaron al
espacio, esa noche eran simples calcomanías.
Con el tiempo comprendí que, los niños pueden pedir muchas cosas, juguetes,
golosinas, dinero a veces. Son como una pequeña caja de sorpresas, tienen un
369
mundo aparte. Hay niños pobres, que por ahí solo reciben un juguete al año, y
no es el mejor, y están aquellos que todos los días adquieren algo nuevo, pero
tienen algo que el dinero no les puede dar, la inocencia, el creer que todo es
posible, que no hay límite en la vida, creer que todo lo pueden lograr. Y el
mejor regalo que les puede dar la vida, el mejor regalo que a mí me dio, fue la
imaginación. El poder ponerme un disfraz y trasportarme a otro mundo, donde
no hay horarios, donde se siguen mis reglas. Donde las películas son 100%
reales. El pensar que la vida es simplemente un juego, donde hay que ser feliz
para ganar, donde hay que ser uno mismo, donde no importa qué diga el otro,
donde el problema más grande es que mamá nos mande a dormir temprano.
Todos queremos eso para el resto de la vida. Yo me pregunto, ¿por qué le
imaginación dura un corto periodo de tiempo? Por qué no podemos vivir
escapándonos a ese mundo de ensueño donde la maldad no existe? Por qué
no podemos ser siempre niños? La sociedad de hoy en día es fría y descarada.
La maldad camina por la calle las 24hs del día, ya es una amiga. En la vida
siempre se dispuso que los más pequeños tienen que imitar y aprender de los
mayores, ¿por qué no puede ser al revés? ¿Por qué no aprender de los niños?
¿Por qué no ser inocente o sensible? ¿Por qué limitarnos a la realidad cuando
podemos imaginar un mundo completamente aparte de ella? La vida nos da
tantos regalos y los sabemos aprovechar tan poco.
"Cande!!! Cande!!!" No puede ser, me quedé tildada otra vez, había estado en
la mesa todo el tiempo. Cada Navidad sucede lo mismo, una vez que me siento
a la mesa de Navidad, comienzo a pensar y me voy de la realidad por unos
minutos, hasta que mi abuela me trae nuevamente. Hoy en día tengo treinta y
cinco años y es mi turno de mantener viva la ilusión de mis hijas, es mi turno de
hacerles ver que tienen que cuidar su imaginación como si fuese un tesoro.
Con los años aprendí que, no existe una buena manera de conocer la realidad,
no es fácil salir de un mundo para pasar a otro completamente contrario, yo
solo puedo guiarlas pero ellas solas lo descubrirán. Hay que incentivarlos a
creer, a soñar, a imaginar cosas imposibles, a que no hay límites en la vida, a
que la misma es un juego. Porque el mundo sería ideal si todos fuésemos
niños dentro de cuerpos adultos.
***
370
Autor: Gonzalo Bracamonte Leiro, 5º año
St. Matthew’s College North
El Regalo
Al sonar las doce de la madrugada, se dio inicio a un nuevo día. Un día
que Juan habría estado esperando con muchas ansias desde ya hace dos
semanas, su cumpleaños número decimosexto. A la par de la salida de los
primeros rayos del sol la madre de Juan dio inicio a su día, comenzando con la
preparación de un desayuno con el que despertaría a su único hijo. Cargando
el desayuno en una bandeja el padre de Juan se dirigió hacia el cuarto del
cumpleañero y acompañado por su mujer se decidieron a despertar a Juan.
Una leve pero irritable sacudida en su brazo izquierdo y unas dulces palabras
en su oído, lo hicieron entrar en razón. Al abrir sus ojos Juan pudo presenciar
a sus padres y al maravilloso desayuno que habían preparado solo para él.
Mostrando una sonrisa en su rostro, sus padres procedieron a darle un beso en
la mejilla y a desearle un feliz cumpleaños. – Luego de terminar de desayunar,
vístete - Dijo su madre-¿Para qué?- preguntó Juan, demostrando que no sabía
nada de lo que estaba ocurriendo.- ¿Que acaso no es tu cumpleaños? He
organizado una pequeña reunión familiar- exclamó su madre con un tono
sarcástico.
Al cabo de algunas horas la casa de los Fúnez estaba repleta de los
familiares de Juan, desde los más cercanos hasta algunos familiares que no
veía hacía más de 10 años. Juan estaba perplejo por la cantidad de gente que
lo saludaba con tantas buenas intenciones pero que él simplemente no podía
reconocer, tuvo que tener mucho cuidado con lo que decía para no quedar en
evidencia de que no conocía a muchas de las personas presentes. Con el
transcurso del evento Juan recordaba las palabras de su madre "una pequeña
reunión" y no podía evitar reírse al pensar en ellas, el siempre supo que su
madre hacía esa clase de cosas, pero esto ya era el colmo. Juan no era la
clase de persona que le gustaba estar en eventos muy concurridos, y menos
en uno donde no reconociera a la gente siendo el anfitrión, pero trató de
371
buscarle el lado positivo a la situación. Pensó que en una fiesta con tanta
gente, debía de haber muchos regalos también. En efecto,
ese día Juan
recibió una cantidad innumerable de regalos, de todas las clases imaginables,
cada uno mejor que el anterior. Pero hubo un regalo el cual fue el más precioso
y a su vez el menos preciado.
Juan estaba sentado en un sillón cuando de repente sintió ese olor a
naftalina que tanto aborrecía muy común en las ropas viejas, seguido por el
ruido incesante de un bastón apoyándose en el piso y unas débil voz diciendo
"Mira cuanto as crecido". Al cabo de unos segundos Juan se encontraba al
frente de un hombre con una cabellera de plata, quien no dudó ni un instante
en agarrarle la mejilla. - Que guapo que está mi nietito- dijo el hombre mientras
que sonreía. Juan trataba de no mostrar que la demostración de afecto de su
abuelo le dolía, pero la verdad era que si, ocultándola con una sonrisa agarró
la mano de su abuelo con intención de que lo soltara
. -Te traje un regalito, nada del otro mundo- dijo su abuelo mientras le
daba el presente. – Muchísimas gracias Abu, no te hubieras molestado- le
respondió Juan. Al ver el envoltorio del regalo los ojos de Juan se llenaron de
alegría, no era de gran tamaño o peso, pero las posibilidades eran ilimitadas,
la mente de Juan llegó a imaginar miles y miles de cosas de lo que podría
llegar a ser ese obsequio. Al cabo de un segundo de tenerlo en sus manos
Juan no puede resistir a la tentación y lo
abrió. Al terminar de romper el
envoltorio, la mirada de Juan cambió drásticamente, ya no se podía presenciar
alergia en sus ojos en lugar de aquello solo se notaba desilusión y tristeza. –
Un libro, que bueno-.
A Juan nunca le había atraído la lectura, no era algo que le gustase o
por le menos le produjera curiosidad. Siempre se mantuvo indiferente al
momento de leer un libro. El no entendía en que habría estado pensando su
abuelo al regalarle un libro y justo a él, que no le interesaba perder tiempo
leyendo palabra tras palabra para entretenerse, que las únicas lecturas que
había realizado habrían sido en el colegio y porque eran obligatorias. Al pasar
el tiempo, se dio cuenta que su abuelo esperaba una respuesta. Juan trató de
poner la mejor cara a la situación. Una pequeña silueta comenzó a aparecer en
su rostro, ocultando sus verdaderos sentimientos tras una bella pero vacía
sonrisa. Reflejando alegría en su cara, le hizo creer a su abuelo que estaba
372
feliz con su regalo cuando en realidad sentía completamente lo opuesto. – ¿Y
te gustó?- preguntó su abuelo. A Juan le hubiera encantado haberle dicho que
no le gustaba el regalo, que hubiera preferido cualquier cosa antes que un libro.
Pero no pudo hacerlo, los ojos de su abuelo eran más fuertes que él, uno ojos
que lo observaban con alegría porque creían que habían elegido el regalo
perfecto para su nieto. No, Juan era incapaz de decirle la verdad, era incapaz
de hacer cualquier cosa que pudiera cambiar esa expresión de satisfacción y
equilibrio que se veía en el rostro de su abuelo. –Me encanta ¿cómo no me iba
a gustar?- Le respondió a su abuelo. – Yo sabía que había escogido el regalo
indicado, espero que lo disfrutes.- Dijo su abuelo.
Con el transcurso de las horas la gente comenzó a irse hasta que el
único rastro de la fiesta que había ocurrido eran las pisadas en el suelo y las
migas en los platos. Al haber quedado solo con sus padres en su casa,
procedió a retirarse
su alcoba pero no sin antes llevar todos sus regalos.
Comenzó a verlos uno por uno nuevamente, hasta llegar a ese peculiar regalo.
Lo observó detenidamente, pero nada, el libro no le llamaba en absoluto. Lo
apoyó sobre su cómoda aunque sabía que no lo iría a leer y luego se fue a
dormir. Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses pero el
dichoso libro seguía intacto en el lugar donde Juan lo había dejado ya hacía
tanto tiempo, acumulando nada más que polvo en su tapa, esperando aquel día
en el que tal vez sería leído una vez más. Donde sus historias puedan cobrar
vida devuelta y sus personajes vuelvan a emerger desde las páginas hacia las
mentes de los lectores.
Con el transcurso de los meses, un día Juan llegó a su casa luego de un
partido de fútbol. Pudo notar que algo extraño estaba ocurriendo pero no sabía
qué. Al tocar el timbre de su casa, sus pulmones se llenaron de malos augurios
que lo sofocaban lentamente y al abrirse la puerta instantáneamente sintió la
presencia de la muerte en el ambiente. Vio a su madre reposando sobre el
sillón, empapada en lágrimas, al igual que una cascada. Mientras que su padre
se le acercaba con noticias devastadoras. – Tu abuelo, ha muertoJuan quería llorar pero simplemente no lo lograba, las lágrimas no se
disponían a emerger de sus humedecidos ojos. Se le acerco lentamente a su
madre y coloco su brazo alrededor de ella, tratando de compartir su dolor
aunque
no lo conseguía. Juan mantuvo sus emociones al margen todo el
373
tiempo, ni una sola gota callo de su parte aquel día. Al día siguiente se dio
lugar al entierro, toda sus seres queridos aglomerados para darle un último
saludo al difunto. Juan no se animo a ver a su abuelo que se hallaba
reposando en el cajón. Prefería recordarlo como el hombre que había sido en
vida, lleno de alegría y esperanza, aquel hombre que el tanto apreciaba. Juan
no dijo una palabra en todo el funeral, permaneció sentado en una banca del
cementerio observando hacia el cielo. Al momento de cargar el féretro, el se
ofreció, tomando una de las mancuernas del ataúd, lo transporto hasta el lugar
donde descansaría por el resto de sus días.
Juan había permanecido en su cuarto hace más de dos días, desde el
funeral de su abuelo. Pasaba el día entero observando al techo sin hacer nada
más, sin dirigirle una palabra a nadie que no fuera un sí o un no. Salía
únicamente en el momento de comer o cuando necesitaba ir al baño, pero al
segundo exacto en el que terminaba su actividad regresaba al cuarto a seguir
con lo suyo. Nadie entendía por lo que estaba pasando Juan, constantemente
sus padres lo trataban de sacar de su cuarto para distraerlo un poco, pero él
siempre contestaba de la misma forma “No estoy
de humor”. Sus amigos
siempre intentaban alegrarlo pero era en vano.
Al tercer día Juan sintió una presión tan grande en el pecho que no la
podía contener, una fuerza avasalladora que le apretaba los pulmones contra
su tórax y lo sofocaba hasta el punto de dejarlo sin aire. En ese instante una
pequeña lágrima comenzó a deslizarse por la virgen piel de Juan, rápidamente
Juan trato de secársela para ocultar sus emociones pero no lo consiguió. Un
grito se escucho proveniente del cuarto de Juan, quien empezó a darse cuenta
que la presión de su pecho se disipaba. Lagrimas tras lagrimas cayeron por los
parpados de Juan hasta dar con el piso mientras el continuaba gritando
liberando todo lo que había contenido por tanto tiempo. Ruidos incesantes
comenzaron a escucharse, provenientes de patadas
contra las paredes y
golpes contra el piso, Juan estaba descargando toda la rabia acumulada que le
había causado la partida de su abuelo. – ¿Por qué?- Grito con todos sus
fuerzas- ,¿Por que tuviste que irte?- Volvió a gritar a los cuatro vientos.- ¿Por
qué?- repitió una y otra vez hasta que el sonido de su vos desapareció en la
nada, tapado por su propia respiración. Juan permaneció tirado en el piso
llorando las últimas lágrimas que quedaban en su cuerpo, cuando calzo la
374
mirada en el libro que su abuelo le había regalado. Ese libro que había
permanecido en su cómoda por tanto tiempo, juntando nada más que polvo.
En ese mismo instante Juan agarro el libro y lo tiro por los aires hasta que se
estrello contra la puerta. Al golpearse, una pequeña nota salió del interior de las
páginas. Una nota que nunca antes se había tomado el tiempo de observar.
Juan cuidadosamente la agarro y noto que estaba dirigida hacia su persona
de parte de su abuelo. La nota decía,
Para mi querido nieto, sé que no hemos tenido la mejor relación ya que no
fuimos tan unidos como yo lo hubiese deseado, pero tienes que saber que no voy a estar
aquí para siempre pero que igual siempre te cuidare, no importa donde este. Espero
que disfrutes este libro tanto como yo lo disfrute al leerlo.
Al terminar de leer esto, Juan estaba atónito, no podía creer lo que le
acababa de suceder. El sentía que su abuelo se había puesto en contacto con
él una última vez. Entonces no lo dudo mas, se decidió al fin a leer ese libro
cueste lo que cueste.
Tomo el libro, se recostó sobre su cama y comenzó a leer. Página tras
página leyó y leyó sin tomarse siquiera un descanso. Sus lágrimas caían a la
par que avanzaba en la lectura, cayendo sobre las páginas empapándolas y
corriendo la tinta de lugar. El lenguaje y las expresiones utilizadas, los
conflictos establecidos con sus correspondientes desenlaces, los pensamientos
de los personajes, incentivaron a Juan a seguir leyendo cada vez más y más
hasta que por fin ya lo había terminado. De alguna forma creía que ese libro
había sido escrito exclusivamente para él, debido a las similitudes que existían
entre él y el protagonista. Al terminarlo se decidió a seguir leyendo otros libros,
ya que eran tantas las sensaciones que había generado la lectura en él, que no
creía poder olvidarlas. Juan siguió leyendo muchos otros libros a lo largo de
esa semana, ese regalo le había despertado un nuevo interés, que nunca antes
había existido en Juan.
Pero no fue hasta tres semanas después que pensando en su abuelo le
dio curiosidad no saber el nombre del autor del libro, así que lo busco por
todos lados pero sin resultado. En ningún lado lo decía, supuso que era de un
autor anónimo, pero dentro del libro encontró una dedicatoria que decía “Nunca
dejes de leer”. En ese momento no se dio cuenta, lo comprendió más tarde. El
autor del libro había sido nada más ni nada menos que su propio abuelo que lo
375
había escrito especialmente para él. Y que el verdadero regalo que él le había
dado no era el libro en sí, si no el interés en la lectura.
***
Autor: Sebastián Iglesias, 5º año
St. Matthew’s College North
Este cuento está narrado de una forma similar al cuento de Cortázar, La
Señorita Cora. En este cuento los distintos personajes narran lo que sucede
desde su perspectiva, y el narrador puede cambiar tanto en un párrafo como en
la misma oración.
El accidente
Al
abrir
mis
ojos
sólo
podía
observar
una
luz
blanca
cegadora,
instantáneamente una voz femenina gritaba ferozmente ¡Quédate quieto y no
abras los ojos! Yo obedecía, no sé si por temor o por el dolor de cabeza. Ah mi
cabeza, ¿qué tengo en la cabeza? ¡Quieto! No puede ser que te diga eso justo
a vos, solo quédate ahí acostado y descansa, tuviste una larga noche. No pude
identificar bien esa voz, pero al ser tan fuerte y
a su vez tranquilizadora,
seguro es mi mamá. ¿Larga noche? No me acuerdo de nada, de a poco me
vienen imágenes a la mente. Si, ya me acordé, estaba en lo de mi abuela.
Ella cocinaba esas tortas fritas que siempre hace, también estaba mamá y
papá ahí, Lucas y Rulo justo volvían del auto, ah que dolor de cabeza. Siempre
traían esas pizzas horribles, nunca entendí cómo no engordaban con eso,
siempre corrían conmigo. Hablando de correr, ya no siento ese corte que tenía
en el pie, quizá llegué a rascarlo para ver como está. ¡No! Otra vez esa voz, me
sostuvo la mano con una fuerza que no creía que mi mamá tenía.
De a poco iba dándome cuenta en donde yo estaba, como no me dejaban abrir
los ojos, quien sabe porqué, me di cuenta que estaba acostado. Aunque no me
376
acuerdo de haberme ido a acostar la noche pasada, ni siquiera sabía si era de
día ahora. Nunca había estado tan confundido y con tal dolor de cabeza.
Mejor me concentro en qué hice ayer. Después de ir a lo de abuela y comer,
recuerdo haber subirme al auto, ah, ah, ah, ahora se volvió punzante el dolor,
¡No te toques, en serio te lo digo! Cada vez más fuerte y agresiva esa voz me
empezó a asustar. Subí al auto y apenas me acuerdo qué me decía Rulo
mientras sacaba las cervezas de abajo del asiento, me parece que el decía ¿Y
hoy a donde vamos? Si, si, eso dijo, de seguro le pedí parar en el
supermercado y comprar más…más de algo.
¡Ah! ¿Quién sos? ¿Qué me clavaste en el brazo? ¡Déjame ver que pasa, no
me tapes los ojos! ¿Qu-qué me diste? N-no siento los brazos, ni la piernas, qué
me pasa, no, por favor, hábleme ahora, quiero saber, donde estoy. Mamá,
¿Sos vos mamá? Vos no sos mi mamá, que sueño, que me inyectaste, dime
¡Hablá! Por favor di-dim…
Si, Rulo vayamos a lo de los chinos y compremos las cosas para hoy a la
noche, nos falta banda de cervezas, así no podemos organizar una fiesta. Rulo,
aflojale a la velocidad que vamos a chocar o peor se van a dar cuenta que es
de mi viejo el auto, dale, pará que hay una patrulla ahí, Rulo no te puedo creer,
vos sólo seguime la corriente ¡Salga del auto y pónganse de espaldas a la
pared! Mire oficial, yo creo que vi que se cayeron 100 pesos de su bolsillo
recién, ¿qué le parece si va con esa plata y se compra algo en la tienda
mientras yo y mis amigos nos subimos al auto y nos vamos? Bueno, si, si le
aseguro que no volverá a suceder, Rulo me costaste 100 pesos, me los debes
y enserio no aceleres o manejo yo, ¡Dale, frena que está ahí el supermercado!
Rulo te lo digo en serio no estamos jugando una carrera, ahora vos Lucas anda
por las gaseosas y yo voy por lo demás, Rulo quédate en el auto y si alguien
pregunta deciles que es de tu viejo y no te muevas de acá. Lucas, ¿Viste mi
virgencita? ¿Cómo que cual? La que siempre traigo cuando me subo al auto, la
protectora, uh, no me digas que había estado en la mesa todo el tiempo, que
tonto que soy cómo me la pude olvidar con este Rulo que es un peligro al
volante. Bueno Lucas, dale entremos. Veamos que hay, 5 de estas, un par de
estas, la de cereza le encanta a Lucas, bueno ahí creo que ya está, ¿Dónde
hay menos fila? Acá seguro paso rápido, ¿dni? N-no lo traje, pero si yo tengo
21, tengo pinta de 21 por favor, mira preguntale al señor que está ahí, señor
377
Reyes, si, ¿Cómo le va? Mire, le ¿podría decir a la señora que yo ya tengo 21
años? Muchas gracias, ¿cuanto sería entonces? Si, no pasa nada, chau.
Rulo, tu viejo nos salvó, de suerte le dijo a la cajera que tenía veintiuno,
¿Estamos Lucas? Bueno vayamos a lo de Karen así preparamos todo, Rulo te
lo digo enserio o bajas la velocidad o te vas caminando, Rulo… ¡Rulo te
bajas!...¡El camión Rulo, el camión, doblá, doblá, Rul…!
Que sueño raro, pero donde estoy, ¿Mamá? ¡Mamá! ¿Qué pasa acá? ¡¿Por
qué no me dejas ver?! ¿Dónde estoy? Mamá te lo digo enserio, explicame que
está pasando.
Señora, por favor retírese que su hijo debe descansar. En este momento está
grave, al parecer su pierna tuvo un corte muy profundo que se infectó, tuvimos
que amputar antes de que esa infección se le esparciera por el resto del
cuerpo, lo que hubiera llevado a la muerte. Es importante que él no se de
cuenta de su estado o le de un shock que lo ponga en una peor situación. Le
estuvimos haciendo algunos estudios y al parecer no siente que le falta una
pierna, no queremos que se de cuenta ahora, en un par de días usted le puede
decir, pero por favor espere hasta que nos aseguremos que la vida de su hijo
no corre riesgo alguno.
Esa fue mi mamá, reconozco su voz, sonaba triste y leve, ¿Por qué me
esposaron y qué es ese olor? Yo recuerdo ese olor, si, me lo acuerdo de la vez
que fui al hospital por lo de mi pie, un minuto… ¿Estaré en el hospital?
Entonces… ese sueño que tuve pasó… ¡Enfermera, venga acá que le tengo
que preguntar algo!
¿Cómo se dio cuenta que estaba en un hospital? Andá llamando a la mamá
que le vamos a tener que decir lo de la pierna. Mire señor, usted con sus dos
amigos chocaron ayer contra un camión, su amigo Lucas Gutiérrez solo sufrió
una leve lastimadura en el brazo. ¿Y Rulo? Bueno el señor Reyes… Juani,
Rulo falleció ayer. ¿C-cómo? No, no puede ser, no Rulo, seguro se equivoca, si
a Lucas y a mi no nos pasó nada, Rulo no pudo haber muerto, no, no. Juani, a
vos si te pasó algo, por favor enfermera despóselo, Juani, intenta tocarte tu
lastimadura del otro día en tu pie.
Mmph, n-no, no, no, mamá, decime que es un chiste, o es un sueño, mamá por
favor decime que es un sueño, mamá, no llores mamá, por favor no, enfermera,
sáquela, ¡Sáquela enfermera! Dios, ¿Dios por qué yo? Yo no merecía esto,
378
¿qué te hice yo a vos? Siempre te fui fiel, no entiendo que hice, ese idiota de
Rulo, yo le dije que bajara la velocidad, le dije, no aceleres, cuidado con el
camión. ¿Fue todo porque no tenía la virgen? Si la hubiese tenido, Dios, ten
misericordia, enfermera, no quiero pensar, haga algo, si, eso, inyécteme de
vuelta, si, así puedo ve esa luz, déjeme volver a ver esa luz. Si, esa luz, me
relaja, por favor, no quiero despertar así, no me despiertes…
Juani, soy yo Lucas, me contaron lo que te pasó, solamente te quiero decir que
voy a ayudarte en todo lo que pueda, Juani, ¿me escuchas? ¡Juani! Enfermera
venga, si, no se qué le sucede, por favor, haga algo. Retírese señor, vaya a la
sala y espere ahí.
Señora, su hijo sufrió lo que más temíamos, la infección se esparció por su
cuerpo y ya no hay nada que podamos hacer. Solo déjenme estar un rato con
él y decidiré qué hacer, solo déjenme, ¡Que me dejen sola! Hijo, Juancito, mi
amor, no se qué hacer, tengo miedo, no se en que pensar ni que decidir, quizá
no me oigas, pero lo único que puedo hacer es dejarte tu virgencita, ¿Te
acordás cuando te la dio tu papá, que ahora en paz descansa? Ese día pasó
algo increíble, a vos se te había ido la pelota a la calle y fuiste corriendo a
buscarla, justo pasó un auto y el collar que tenía la virgen se agarró a una rama
antes de que pudieses tocar el pavimento. El auto no había frenado y te pinchó
la pelota, si ese collar no te detenía creo que no estaríamos ahora hablando.
Así que mejor, dejo que él te cuide, lo voy a dejar acá en la mesa, no te lo
olvides, te amo, mi amor, espero que ocurra lo mejor para vos, hasta luego, hijo
mío.
***
379
Autor: Pablo Mare, 5º año
St. Matthew’s College North
Encerrada en la libertad
María vivía con su esposo Martín en un barrio de clase media de la
ciudad de Buenos Aires. Ella se veía encerrada en un problema del que no
podía salir. La violencia, el miedo y la opresión eran cosas de todos los días
para ella. Su marido permanentemente transmitía sensaciones escalofriantes
que sometían a María a un infierno constante. El, era un hombre cariñoso y
encantador por momentos, pero en otros provocaba el mismo temor que el
demonio. A María le resultaba muy complejo encontrarle una salida a esa
situación ya que nadie conocía al Martín abusivo, manipulador y agresivo. Era
tal la situación que María comenzó a pensar que lo que a ella le acontecía era
normal. Estaba realmente trastornada. En ese momento no se dio cuenta, lo
comprendió mas tarde. Ella era ama de casa y el comisario. Cuando él llegaba
a su hogar utilizaba un trato irrespetuoso con María que la ubicaba a ella muy
cercana al rango de esclava. Por momentos ella dudaba de la normalidad de su
situación y pensaba en reaccionar pero estos pensamientos eran reprimidos
por Martín al instante simulando dulzura y buen trato. El realmente la amaba
pero su forma de querer no era la más normal de todas sino todo lo contario.
A medida que los años pasaban la situación era la misma hasta que un
día todo cambió. María, harta del encierro, le pidió permiso a su marido de
tomar clases de cocina con la excusa de satisfacerlo a la hora de comer. El
acepto sin sospechar que su esposa podía empezar a abrir su mente
socializando con otras personas y posteriormente rebelarse contra él. A ella
jamás se le ocurrió pedir ayuda social porque nunca supo que existía.
A medida que las clases avanzaban, además de la irrelevancia de
aprender a cocinar, María hacia amistades e intercambiaba opiniones e ideas
con sus compañeros. Martín, paulatinamente comenzó a darse cuenta que su
esposa ya no era tan tonta como antes y que en cualquier momento podría
reaccionar ante él acusándolo legalmente. En vez de intentar
380
cambiar su
actitud frente a su mujer, incrementó su agresividad a la hora de interactuar con
su esposa y esto afectó de manera directa la relación. Todo volvió a estar como
estaba al principio. Todo el progreso y desarrollo que María había logrado se
desvaneció en cuestión de días. Sus clases de cocina terminaron y su mente
volvió a estar tan cerrada como estaba al comienzo. Pero como ahora Martin la
golpeaba casi por placer, ella se dio cuenta de que lo que le pasaba se había
vuelto insoportable y que debía escapar a la libertad.
Llevó tiempo, mucho tiempo que María averiguase por su cuenta qué
salida le ofrecían sus alrededores a tal violencia y crueldad. Lo único que se le
ocurrió fue escapar y acudir a la ley. Esas ideas no tenían ni lógica ni sentido
común teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba.
El tiempo siguió pasando y María no encontraba solución alguna. La
angustia copaba los sitios más insospechados de su alma y la desesperación la
devoraba por dentro.
Una noche Martín golpeo a su esposa una y otra vez hasta desmayarla.
Ese día fue el punto de inflexión para ella. Decidió que fuera como fuera, su
situación debía acabar. Con mucho odio y sin miedo Maráa le dio 22 puñaladas
a su marido mientras dormía. Al día siguiente fue sin ningún temor a entregarse
a la comisaria en la que trabajaba su esposo. Vivió 40 años encerrada en una
cárcel que le dio mucha más tranquilidad y paz que su esposo. Jamás se
arrepintió ya que afirma que hizo lo correcto.
***
Autora: Luciana Martella, 5º año
St. Matthew’s College North
Libre
¿Si tuvieran la opción de elegir entre ser consciente de todos los males que
ocurren a su alrededor, que los afectan, y sufrir por ellos, o simplemente ser
381
ajenos a estos, no percatarse y vivir una vida feliz, inconscientes de su
inconsciencia, que elegirían?
No siempre uno puede elegir la respuesta a esta pregunta, ya que la mayoría
de las veces la vida nos toma por sorpresa. La realidad puede ser tramposa,
nos puede engañar y encontrarse disfrazada, tomar otras formas. No todos
tenemos el mismo punto de vista. Para ser más específicos, nadie tiene el
mismo punto de vista. Sin embargo, el humano llegó a un acuerdo y las
personas logramos entendernos y manejarnos de una forma coordinada en la
vida. No obstante, no todos poseen esta habilidad, no todos se pueden adaptar
tan fácilmente a este orden. Estas son personas especiales, con otra visión de
la vida, la cual no quita que puedan estar más acertadas que la de cualquier
otro. Ellos fueron incomprendidos, apartados, juzgados e incluso perseguidos
en un pasado. Se los consideró revolucionarios, herejes, un peligro para la
sociedad.
Podría dar miles de ejemplos ocurridos en el pasado, cientos de personas que
no estaban de acuerdo con la realidad y algunas que incluso no se percataban
de su propio estado. Sin embargo, prefiero basarme en hechos reales, dar
testimonio de mis vivencias. Yo soy Maia y he aquí mi historia.
La vida en el cuartel no era fácil, al menos no para aquellos que no les gustaba
seguir reglas estrictas. Pero antes de comenzar con lo importante, se deben
hacer un par de aclaraciones como para adentrarse en el contexto en el que yo
me críe. Para comenzar, la sociedad era completamente distinta, las personas
se organizaban de otra forma, la vida tenía otro sentido. Uno nacía (proceso
bioquímicamente armado por personas encargadas por el gobierno, a través de
fecundaciones artificiales) y se criaba, junto a miles de otros humanos de su
misma edad aproximadamente, de forma grupal. No, el individualismo no
existía, era imposible resaltar, progresar o incluso retroceder, ya que cada tutor
tenia la específica tarea de encargarse de que los infantes mantengan un
mismo ritmo. Si se preguntan qué ocurría con aquellos que no lo lograban,
nunca se supo. El gobierno jamás se preocupó por hacernos entender nada,
tenían demasiados problemas como para detenerse a explicar a la plebe casos
de “menor importancia”, o eso nos decían a nosotras.
Los días eran rutinarios: consistía en 7 horas de aprendizaje y 6 horas de
trabajo comunitario. El aprendizaje variaba al pasar de nivel (todas juntas por
382
supuesto). Nadie podía llevar la cuenta del tiempo, pero si no me equivocaba
cada nivel nos llevaba 250 días de vida, y eso era un “año”. Comíamos y
dormíamos todas juntas, guiadas por las tutoras, las cuales controlaban que no
entabláramos ningún vínculo entre nosotras. Las demás chicas para mi eran
casi desconocidas, a pesar de haber vivido a mi lado desde que nací. Sin
embargo, el problema no era el hecho de tener prohibido hablar entre nosotras,
sino que no teníamos tema alguno. Todas llevábamos exactamente la misma
vida y percibíamos las mismas cosas. Nadie opinaba, nadie se oponía ni se
cuestionaba. Nadie sentía.
En el año numero 14 una ya alcanzaba la madurez. En ese momento pasabas
de ser custodiada por una tutora y vivir en el C.D.A (Centro de Aprendizaje), a
tener asignada una tarea específica, la cual en 4 años era rotada y así
sucesivamente. Una pensaba que su vida se llenaría de giros inesperados en
ese momento, que la monotonía cambiaria, pero todas se llevaban una gran
desilusión al ver que el cuartel le guardaba más de lo mismo. No obstante,
nadie se quejaba, por supuesto, nadie mostraba desilusión alguna, ni siquiera
enojo.
A diferencia del resto de las chicas, este día me marcó de una forma
irreparable. Yo esperaba grandes cambios en mi vida, esperaba acción, a
pesar de no saber lo que esta implicaba. Y el hecho de chocarme con la
realidad me movió, despertó algo en mi de lo cual jamás me había percatado.
No sabía que era: el pecho se me cerraba, la respiración se me agitaba, tenía
ganas de correr y al mismo tiempo de encerrarme en una habitación y no salir
nunca más de ahí. Definitivamente debía haber un fallo en mí.
Cada noche en el momento previo a dormir, esta sensación se hacía presente.
Esto ocurrió por primera vez el día que me fue asignada mi primera tarea,
aquel día en el que fui consciente de que debía cambiar. Algo me estaba
esperando, no sabía qué podía ser, no conocía otro estilo de vida. Solo estaba
segura de que aquel cuartel me estaba carcomiendo lentamente. A pesar de
mis fuertes deseos, sabía que debía reprimirlos, que aquello que yo estaba
pensado estaba mal, que si me descubrían, el gobierno se iba a encargar de
hacerme desaparecer. Debía ser astuta, estar completamente segura de mis
actos. Además, ¿A dónde iría? No había civilización alguna fuera del cuartel, el
gobierno nos contó reiteradas veces.
383
Los años pasaron y alcancé los 19. Se preguntarán por qué motivo había
bajado mis brazos tan rápidamente, pero puedo asegurar que esos años no
fueron para nada una señal de derrota. Me estaba preparando, convenciendo a
mi misma que debía hacerlo. No sabía aún cuál era mi plan, pero ya iba a idear
alguno. Los sentimientos continuaron día tras día, dependiendo del hecho.
Algunos se repetían y cada noche me estallaba la cabeza intentando buscar
posibles coincidencias entre ellos. Una vez incluso logré sacar agua de mis
ojos, algo increíble que jamás había escuchado. Por un momento me asusté y
estuve a punto de ir a la enfermería, pero la enfermera gorda y gritona me daba
más miedo que aquel brote espontáneo que había tenido.
Inspiración, motivación. Eso era lo que a mí me faltaba para idear mi plan. Una
razón, algo que me de seguridad que fuera de aquella cárcel iba a poder
subsistir. Aunque si el tiempo continuaba pasando, me escaparía de todas
formas ya que las emociones me resultaban cada vez menos manejables y
más notorias. Y casi como por arte de magia, ese día llegó. Me encontraba
trabajando de mensajera para el gobierno, una tarea lo suficientemente
importante como para adquirir información confidencial. Se encontraban dos
encargadas de seguridad peleando, hablaban de que una mujer se había
escapado. ESCAPADO. Había salido del cuartel y no había regresado jamás,
ilegalmente. Y no solo eso, sino que se había ido con un “hombre”, una
terminación que era completamente ajena a mi vocabulario. Una vez había
sospechado de lo que un hombre era, pero no entendía como el ser humano
podía tener tantas variaciones y lo hice a un lado. Pero ahora estaba decidida,
mi escape debía llevarse a cabo y pronto. No podía aguantar más todas estas
emociones que se revolvían en mi interior. Quería poder manifestarme tal cual
era, poder decir que no. Era increíble ver a mi alrededor y que ninguna de las
otras mujeres se sienta igual, ninguna se percataba siquiera de lo que sucedía
en mi ser. Pero nada de eso importaba ahora, yo debía marcharme y para
siempre, no pertenecía allí.
Escapar era más fácil por las noches, ya que este no era un suceso frecuente
en el cuartel. Tuve que esperar el tiempo suficiente como para que el previo
escape de la otra mujer ya fuera pasado, y yo aproveché ese tiempo para
perfeccionar cada paso que tomaría esa noche. Mi plan consistía en salir lo
antes y lo más silenciosamente posible de aquella cárcel. Sabía a la perfección
384
la posición de cada guardia y por eso me era más fácil esquivarlos. Me había
encargado de escuchar en el gobierno (gracias a mi cargo de mensajera) por
donde se transportaban algunos alimentos. De ese modo encontré unas
compuertas en uno de los extremos del cuartel, no muy lejos de donde yo me
alojaba. Tenían guardias, por supuesto, pero se podía ver cómo los vehículos
circulaban de forma constante por ahí. Fue así como me trepé al techo de uno,
ya que gracias a la oscuridad de la noche, si yo no me movía, nadie
sospecharía de mi existencia. Mi corazón palpitaba más fuerte que cualquier
voz de los guardias, mis brazos y mis piernas ya no respondían a mis acciones,
pero ya me encontraba jugada. Solo restaba esperar a que mi transporte
atravesara las compuertas y al fin saldría.
El auto arrancó. Aquel sonido de motor era mi salvación. Atravesó aquel portón
y escapé. Aun atónita, sin reacción alguna, permanecí aferrada al techo,
esperando alejarme por temor a que percibieran algún
movimiento y me
vieran, o peor, que el conductor me delatara y me enviara nuevamente al
cuartel donde seria castigada. Amaneció y yo continuaba ahí, hasta que la
mujer que conducía se bajó del auto y quedé sola. No sabía dónde estaba, era
un lugar desierto, frente a un edificio y a unos 100 mts comenzaba una jungla
húmeda. La mujer entró y yo salté. Corrí, eso es lo que recuerdo, correr sin un
freno, sin un destino, con el viento que golpeaba mi cara y mi cabello que no
me permitía ver. Pero yo debía huir lo más lejos posible de un posible delator.
Hasta que atravesé aquella jungla tropical y lo vi. Vi todo, vi el mundo, vi algo
de lo que me habían hablado pero que jamás había comprendido. Vi casas, vi
animales, algo que nunca había visto; vi hombres, o eso creí, ya que mujeres
no eran. Vestían distinto, se movían distinto a mí. No lo podía creer, me
encontraba estática, en shock, mi ser estaba experimentando todos los
sentimientos que había tenido alguna vez reprimidos, y todos a la misma vez.
En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, al recuperarse de
tanta emoción. Mi alma la estaba experimentando, sí, sabía lo que era:
LIBERTAD.
***
385
Autora: Sofía Martínez Luna, 5º año
St. Matthew’s College North
El loquero
-El caso está cerrado, mañana serás mandada al loquero por la falta
cometida, lo sentimos, pero el Planeta Tierra te espera-Les doy mi palabra de que nunca hice tal cosa, estoy cuerda, no
pueden mandarme a la Tierra, ¡Soy inocente!- Gritaba ella, pero sabía que sus
plegarias carecían de sentido, ya que cuando en su planeta algo se decidía, no
había vuelta atrás. Todo se cumplía.
Al día siguiente despertó en el planeta Tierra. Le habían otorgado un
cuerpo humano y un alojamiento, un pequeño departamento en el medio de
una ciudad. Al abrir los ojos vio su reflejo en un espejo, y comenzó a sentir
miedo. La habían desalojado de su mundo, mandado al loquero, donde solo
habitaban los que habían perdido la razón, al peor de los lugares, a la Tierra.
Pero lo que más le asombró de todo era lo que estaba sintiendo, ¿Qué
era aquello? De donde ella venía no existían tales cosas, no había
sentimientos. Se encontraba paralizada y totalmente desconcertada. Y como si
todo esto fuera poco, ella era la dueña de un cuerpo, de los que tanto había
escuchado hablar pero nunca había creído llegar a ver, y menos aun, que le
perteneciera uno.
Después de un largo rato de estar quieta se armó de valor y decidió salir.
La intriga, el querer saber qué había en ese mundo, comprobar todo lo que
había escuchado de aquel loquero, era un impulso que no lograba dominar.
Salió del edificio al que ahora debía llamar hogar y comenzó a caminar por las
calles de la ciudad, prestándole atención a todo. Le aterró ver la cantidad de
gente que habitaba sin alimentos ni ropas confortables, las malas caras, el
poco respeto hacia los demás, la falta de compañerismo y el descuido de la
Tierra.
Todo era tan distinto a su planeta que de pronto se encontró llorando,
lágrimas brotaban de sus ojos y no sabía cómo contenerlas. Deseaba con todo
386
su corazón que se dieran cuenta que ella no había cometido tal acto de locura
y la mandaran de vuelta a donde ella pertenecía. El pecho le dolía, sentía un
enorme vacío en su corazón, nada tenía sentido. En ese momento no se dio
cuenta, lo comprendió más tarde: era tristeza.
Le tomó un largo tiempo acostumbrarse a aquel lugar tan distinto para
ella. Su planeta no tenía nada en común con este. Ella venía de un lugar en
donde todo funcionaba perfectamente, un lugar completamente estructurado y
sin ninguna falla. Un lugar sin sentimientos, sin relaciones, en donde cada ser
vivía su vida en función a contribuir con que “el sistema” se maneje de forma
correcta. Un lugar donde no había familias, donde ellos se creaban mediante
tecnologías y procesos de largas duraciones y solo cuando era necesario. Un
planeta que carecía de todos aquellas cosas que pudieran llegar a traer
complicaciones y caos.
Pero poco a poco, fue experimentando más de estos nuevos
sentimientos, conoció más lugares de la Tierra, se hizo amigos y hasta tuvo la
suerte de conocer el amor.
En diez meses aprendió lo que era el sufrimiento, el temor, las alegrías,
la soledad, la amistad, el enojo, la vergüenza, la angustia. Empezó a ver la
naturaleza, los árboles las flores, los lagos y los mares. En tan solo un poco
más de medio año viajo y formo lazos de amistades que sabía que serían para
siempre. Disfrutó del tiempo como nadie, leyó, estudió, festejó y empezó su
camino hacia la felicidad. Solo diez meses le bastaron para darse cuenta de
cuántas maravillas había en el mundo, y sólo en diez, se enamoró del planeta
Tierra. Desde las cosas más impresionantes que se encontraban en él como el
amor hasta de la brisa que revoloteaba por su pelo en un día otoñal. Desde el
impresionante cielo y las enormes selvas, hasta las pequeñas mariposas. Todo
le causaba placer y todo la hacía sonreír.
Pero de pronto despertó. Se dio cuenta rápidamente que había
abandonado la Tierra y que se encontraba nuevamente en su planeta. No lo
comprendía, ¿Por qué estaba allí? Le explicaron que habían cometido un grave
error y habían comprobado que ella era inocente de la locura que ellos
pensaban que había cometido. Al principio esas palabras carecían de sentido
para ella, pero de a poco fue entendiendo. Había sido reintegrada.
“Discúlpanos, todo volverá a ser como antes” le dijeron.
387
“Todo volverá a ser como antes, todo volverá a ser como antes”. Esas
palabras no dejaban de retumbar en ella, es decir, ¿De verdad creían que todo
podría volver a ser como antes? ¿Quién querría vivir en la oscuridad después
de conocer la luz? Ella había experimentado los mejores sentimientos, y
aunque en su planeta nadie tenía la suerte de sentir, ella aún sí. Los primeros
días fueron realmente duros, sabía que había perdido totalmente el rumbo de
su camino a la felicidad, estaba condenada. Las semanas le pasaban lentas y
no encontraba motivación alguna en las cosas que hacía. Y cometió el grave
error de llegar a la conclusión de que la única forma de escapar de su tristeza
era olvidándolo todo. Y así lo hizo, dejó de pensar en la Tierra y mantuvo
siempre y en todo lugar su mente ocupada. No se perdonó el olvido.
Otros seis meses había trascurrido desde que se encontraba de nuevo
en su lugar nativo. Para ese entonces, ella creía que lo había olvidado casi
todo. Pero aún estaba eso que no la dejaba tranquila, que la desvelaba. Ese
recuerdo que se apoderaba de ella cada vez que su mente se encontraba un
poco despejada, que la invadía, que le tenía de rehén. Aquel que ella sabía
perfectamente que nunca la dejaría vivir en paz, que siempre vagaría por su
alma, ya que se trataba de un fuego que una vez prendido, ni el océano más
grande era capaz de apagar. El amor. El sentimiento más grande, puro y
perfecto que ella había experimentado. ¿Acaso era posible que alguien que
conoció el amor pudiera lograr algún día llegar a vivir feliz sin él? ¿Existía, o
algún día llegaría a existir algo más lindo que estar enamorado? Ella sabía
perfectamente la respuesta, por supuesto que nunca
habría algo tan
extraordinario.
Su mente era un campo de batalla diario, siempre luchaba contra este
sentimiento que poseía guardado, intentaba no dejarlo salir, pero este siempre
hallaba la forma de ganar. Y cuando ella menos lo esperaba, se encontraba
vagando por los recuerdos de su felicidad en aquel planeta, ese mismo que
algunos llamaban loquero. Y la memoria de dicho sentimiento le quemaba el
alma. Y de la mano del amor, venían miles de recuerdos que se apoderaban de
ella horas y horas.
Y siempre llegaba a la misma conclusión, que la Tierra era un lugar
sumamente perfecto. Que todo lo que poseía era maravilloso, incluso las cosas
que muchos veían como malas. Porque, ¿Cómo llegaríamos a admirar tanto el
388
amor si no existiera el odio? ¿De qué forma experimentaríamos las pequeñas
alegrías y la felicidad si no conociéramos el sufrimiento y las penas? ¿Cómo
sabríamos lo que es el bien sin la presencia del mal? Todo estaba creado de
una forma espectacular, todo estaba tan bien planeado y tan excelentemente
hecho que ella prefería pasar una vida allí que una eternidad en su planeta.
“El loquero”, qué equivocados que estaban. Eso era el paraíso, el sueño
de cualquier ser. Los únicos que estaban verdaderamente locos eran los que
habitaban allí sin ganas de vivir, de conocerlo todo, de disfrutarlo todo a pleno.
Dementes, los que no sabían apreciar las pequeñas bellezas de la Tierra, y
ciegos, los que no podían ver las grandes.
Deseó con todas sus fuerzas volver a aparecer ahí, sabiendo que era
imposible. Daría todo por regresar a aquel mundo del que se había enamorado.
Hasta que vio la solución en frente de sus ojos. Había estado sobre la mesa
todo el tiempo.
Allí reposaba el certificado de que ella no había cometido locura alguna,
de que era inocente.
Sabía perfectamente qué era lo que debía hacer, en cuestión de
segundos había desarrollado en su mente el plan hacia la felicidad. ¿Cómo no
se le había ocurrido antes? ¿Cómo no había pensado en algo tan obvio y tan
sencillo? Debía ponerse en acción. Ahora, cometería una locura.
***
Autora: Macarena Massuh, 5º año
St. Matthew’s College North
La odisea de la vida
Viaje al interior
“Conócete a ti mismo” - Sócrates
389
Una muchacha y un pasado oscuro. Una joven y un corazón dolorido, una pena
no sanada, un error, un pecado.
La joven se llamaba Argolida. Una muchacha con rasgos delicados, una mirada
penetrante y una sonrisa pícara. Una joven que luchaba contra el tiempo. Su
único objetivo era volver el tiempo atrás, nada tenia sentido si ella no podía
deshacer su error. La única salida era volver al pasado, cambiarlo todo. ¿Cómo
hacerlo?
Argolida buscó la manera de hacerlo. La forma de ganarle a algo que parecería
imposible, el tiempo.
Se armó de valor, y salió al mundo en busca de alguna solución. Viajó hacia
lugares desconocidos, exóticos. Su primera experiencia la llevo al mundo
oriental, algo nunca antes pensado, ¿Cómo una mujer de occidente iba a tomar
el riesgo de viajar hacia lo nunca antes conocido? Nadie sabia el por qué, ella
decía que buscaba la cura para una de sus mayores enfermedades, ¿Cuál era
esa enfermedad? Probablemente la culpa, pero nadie se atrevía a preguntar.
Al llegar a Oriente lo primero que hizo fue salir a la búsqueda del chamán más
conocido de todos los tiempos, aquel que todo lo podía, aquel que se hacia
llamar Júpiter, padre de los dioses y del hombre, salvador de todo conflicto.
Días y noches dedicó a la búsqueda de aquel brujo, el cual se encontraba en lo
alto de una montaña. Un mes tardó en hallarlo, pero para ella parecieron años.
Argolida seguía cargando con su dolor. Hasta que a lo lejos pudo reconocer
una casa perdida entre los árboles, sin fuerzas corrió hacia ella. Entró
desesperada, y nadie se encontraba allí. La casa estaba oscura. De repente
alguien entró, era el brujo Júpiter, o eso creía ella. No logró verle
detenidamente el rostro. Argolida le pidió el secreto para viajar al pasado, ¿Qué
debía hacer? Ella estaba dispuesta a todo, lo que fuera, su desesperación todo
lo podía. El chamán la miró detenidamente, por unos minutos no emitió sonido
alguno. Y luego pronunció:
- Debes viajar hacia lo más profundo del océano, navega día y noche. Te
aseguro que no es un trayecto fácil, olas enormes te dificultarán el viaje. Si
logras completarlo encontrarás lo que buscas, la paz te será concedida- Y
desapareció.
Argolida, sorprendida, salió de la casa y comenzó a reflexionar acerca de
aquello que el chamán le había dicho, ¿Realmente debía viajar mar adentro?
390
¿Cómo lo lograría? Necesitaba una tripulación, eso era seguro. ¿Pero con qué
dinero la conseguiría? En ese momento no se dio cuenta, lo comprendió más
tarde. Argolida se pasó días pensando mientras bajaba aquella montaña.
Una vez ya en tierra firme, se acercó hacia al muelle más cercano. Un barco
estaba por zarpar, era su oportunidad. ¿Pero hacia dónde iba aquel navío? En
realidad mucho no importaba en ese momento, ya que para Argolida lo más
importante era adentrase mar adentro. En solo unos segundos tomó la decisión
y se subió logrando que nadie la viera. Se escondió en la bodega y por días
permaneció allí sin que nadie notara su presencia. Los días pasaron y Argolida
cada día estaba más triste, más infeliz. Noches enteras pasaron hasta que fue
descubierta. Uno de los marineros la sorprendió mientras dormía. Por suerte,
nada le hizo, pero pasó a ser parte de la tripulación. Debía trabajar como
cualquier otro. Meses pasaron sin llegar a tierra, hasta tal punto que la joven
pensó que estaban viajando hacia lo más profundo del océano, lograría ir al
pasado, remediar aquel error. El tiempo seguía pasando y nada ocurría.
¿Cuándo lograría su objetivo? Para ese entonces no se podía hablar de
tiempo, ya que estaba perdido en aquel barco. Los meses pasaban pero ella no
sabia cuánto tiempo realmente había transcurrido, ¿acaso hacía más de un
año estaba allí? ¿Realmente importaba? Claro que no, lo importante era ir al
pasado.
Un día como cualquier otro, un joven, cuyo rostro le era familiar, sin duda en
toda su estadía en aquel barco nunca había cruzado palabra alguna, se le
acercó y le preguntó:
-¿Cuál es el sentido de tu vida? ¿Por qué estás aquí?
¿Quién era aquel muchacho? ¿Quién creía ser para dirigirse a la joven de
manera tan amigable?
Argolida no estaba interesada en responderle pero la verdad es que hacía
mucho tiempo que no tenía una conversación con alguien que no fuera su
propia conciencia. La soledad ya la estaba volviendo loca. La soledad, era el
enemigo perfecto. Constantemente se encontraba pensando una y otra vez en
su error cometido, no tenía tiempo para otra cosa, mejor dicho no tenía
distracción alguna para no hacerlo. Esa era la posibilidad de escapar de
391
aquello que la estaba matando. Pero, ¿Acaso esas preguntas no eran más que
palabras propias del dolor, palabras que llamaban una vez más a la reflexión,
palabras desnudas aunque crueles, cuya respuesta lograba ser más dolorosa
que su propia conciencia? Argolida no respondió, tampoco sabía qué decir.
El joven esperó por una respuesta, al ver que no iba a lograrla se atrevió a
responderla el mismo. Con un tono delicado y armonioso dijo:
-Yo todavía no sé el sentido de mi vida, de lo que estoy seguro es de una sola
cosa.Argolida ansiosa preguntó:
-
¿Qué? ¿Qué es?
El joven desconocido dijo:
-
Quiero ser feliz, estoy en un viaje hacia mi búsqueda personal, interior.
Una tormenta se desató,
cada uno tomó su puesto de trabajo. Argolida
pensativa, caminó hacia la bodega, no entendía que quería decir: “estoy en mi
búsqueda interior”. Aquellas palabras retumbaban una y otra vez en su cabeza.
“Búsqueda interior, búsqueda interior, búsqueda interior”. No lograba entender.
Al día siguiente, la joven se encontraba ansiosa por hablar con aquel
muchacho. Muchas dudas le habían surgido, ¿De qué viaje hablaba? Por
momentos olvidó el por qué de aquel viaje. El muchacho no se encontraba por
ninguna parte, durante días no logró encontrarlo. Tanto tiempo paso, que
Argolida volvió a pensar en aquello que más le dolía, aquello que no podía
decir en voz alta, aquello que la avergonzaba.
El joven apareció de nuevo, ella se acercó desesperadamente y le preguntó:
-
¿Qué quiere decir: “búsqueda interior”?
El muchacho desvío su mirada hacia el océano, se tomó unos segundos y
respondió:
-
Hacer un viaje.
La muchacha se mostró insatisfecha con aquella respuesta. El joven agregó:
- Viajar hacia los mares de tu propio corazón, adentrarte en uno de los viajes
más difíciles, y complicados de todos. El que por momentos más miedos da: el
conocerse a uno mismo, saber cuales son tus virtudes, tus defectos, tus
miedos, tus logros, tus alegrías, tus penas. ¿Acaso tú te conoces lo suficiente?
Argolida quedó pensativa, y caminando lentamente se alejó del muchacho.
Tenía muchas cosas en la cabeza como para discutir con aquel joven. Se sentó
392
en la popa del barco con papel y lápiz y comenzó a escribir aquello que la
atemorizaba, aquello que la enorgullecía, sus defectos y virtudes. Luego se
detuvo y leyó una y otra vez, para estar segura de si aquello que estaba
leyendo podía ser posible. La lista estaba llena de logros y virtudes, tenía sus
defectos y aquello que más la asustaba, aquello que jamás había logrado
escribir en palabras, el por qué de todo su viaje. Y se comenzó a preguntar,
¿Cómo lo había logrado? Aquello que ella se creía imposible de hacer. Decir
cuál era su mayor miedo, desnudar de tal forma lo más profundo de su alma.
Claramente necesitaba a su compañero de nuevo, aquel que parecía
entenderla más allá de nunca haber sido más que un compañero de rato. Esa
confianza que tenia con él, que había nacido, era inexplicable. Lo buscó por el
barco, hasta encontrarlo.
-
¿Cómo es posible que logre desnudar aquello que más me atemoriza?
¿Cómo se llama esto que siento?- Argolida preguntó desconcertada
El muchacho sin nombre dijo:
- Eso es conocerte, aquello que sientes y no puedes explicar se llama paz.
En ese momento entendió que algo estaba pasando, aquel “compañero” era
algo más.
Argolida pasó toda su vida en aquel barco, logrando descifrar el sentido de su
vida, y hasta ese entonces nunca más había visto a aquel joven muchacho que
tanto la había ayudado. Se volvió anciana, con arrugas, pero ya no se notaba
en ella aquella tristeza interior propia de su juventud. Había encontrado la
solución a su problema, no hay remedio alguno que se llame “escapar”, la
única solución es llenarse de valor, admitir el error, enfrentarlo y modificarlo.
Ninguna poción mágica la iba a ayudar, la respuesta se encontraba en ella, en
su interior, en lo más profundo de su alma, lo difícil era desnudarla. Argolida ya
había logrado perdonarse aquello que más le dolía.
En uno de sus últimos días aquel joven regresó, con esa frescura propia de él.
Y fue en aquel momento en el cual entendió por qué alguna vez su rostro le fue
conocido, fue él mismo quien sabiamente le dijo: “Debes viajar hacia lo más
profundo del océano, navega día y noche. Te aseguro que no es un trayecto
fácil, olas enormes te dificultarán el viaje. Si logras completarlo encontrarás lo
que buscas, la paz te será concedida”. En ese momento entendió que no se
trataba de una brujo, si no de algo más, alguien no mundano
393
Aquel la abrazó y le susurró al oído:
-
Has encontrado el sentido a tu vida, la felicidad se apoderó de tu alma, y
siempre a mi lado estarás. Yo conozco tus virtudes, tus logros, tus
errores, tus defectos y hasta tus más profundos y oscuros secretos, y
aun así te amo, tal cual eres. Tu valentía me asombra, el enfrentar el
problema es la solución, y para ello necesitas conocerte. Tu ya lo has
logrado- Aquella luz desapareció.
Fue en aquel momento en el que Argolida entendió las palabras: “Debes viajar
hacia lo más profundo del océano” Ese océano representaba su alma, y
aquellas olas enormes eran sus temores. Debía viajar hacia ella misma, un
lugar que muchos desconocen y le temen, pero solo allí está la respuesta, solo
allí esta la luz. No es un camino fácil el de conocerse a uno mismo, hay que
llenarse de valor para recorrerlo, pero vale la pena.
Estos fueron los últimos pensamientos de aquella anciana.
Se dice que Argolida subió a lo más alto de los cielos, y es ahora un ángel que
nos acompaña día a día, para poder salir adelante. Ella conoce nuestro secreto
más oscuro. Vos, ¿estás dispuesto a contárselo? ¿Correrías el riesgo?
***
Autor: Pedro Mattenet Riva, 5º año
St. Matthew’s College North
La balada
Un reloj en el centro de la plaza marca unos minutos pasados de la cinco, pero
no son muchos los que dependen de él para tener noción de su tiempo. Por
ejemplo, a sesenta y cuatro cuadras de allí una puerta en un hogar humilde se
abre. El joven que se encuentra detrás del umbral conoce tan bien la hora que
es, sin ningún reloj a su alcance.
394
Si su llegada se viese pospuesta por tan solo cinco minutos, sería irrelevante
para lo que le llegaría a pasar. El tiempo no es más que una percepción
humana y siendo él el único allí, él era el dueño del suyo.
El joven cruza el umbral y cierra la entrada con fuerza luego de repetidos
intentos. Los años de carencia de cuidado le habían dado a la puerta un mal
carácter para cerrarse. Da unos pasos por el corredor; el polvo del suelo de
madera se levanta con sus pisadas, formando una cortina de luz. Se pregunta
cuándo fue la última vez que alguien se había preocupado en el cuidado de su
hogar. Entonces prestó atención a los pequeños detalles de su departamento,
viejo, teñido de gris; su presencia era lo único que presentaba vida a su hogar.
Sin embargo este aura depresiva no le impacta al joven, su edad tal vez
todavía le permitía tener un pequeño grado de optimismo a diferencia de un
adulto. Piensa en sus padres, ignorando donde se encuentran. ¿Cuándo había
sido la última vez que los había visto? Dudó si había sido la mañana anterior,
ya había sido hace tiempo que los días se le comenzaron a parecer iguales,
perdiendo así su relevancia. El joven encuentra comodidad en esta existencia
indiferente, se protege así de la desilusión, a carencia de expectativas.
Por primera vez en el día sus ojos denotan una expresión, cuando entiende
una vez más que sus padres no están allí. Arroja su bolso a la pared y corre a
su habitación por el reducido y gastado apartamento. Instantáneamente la
atmósfera se transforma; el cuarto no se ve sucio ni mal mantenido.
Simplemente parecía vacío e inexpresivo de su dueño. La indiferencia del joven
nunca lo había motivado a decorar su espacio personal.
Pero él ahora ha cambiado, su rostro expresa un pequeño destello de felicidad
cuando quita el doble fondo de un cajón de su armario. Allí oculta unas telas,
las cuales hace tiempo habían “misteriosamente” desaparecido una noche
cuando sus padres notaron que sus cortinas ya no se encontraban. Sin
embargo nadie había hecho mucho problema por el hurto; nunca entraba
demasiada luz gracias a la sombra de los otros edificios.
El joven cuelga les telas en las cuatro paredes de la habitación usando unos
pequeños clavos que hacía tiempo había puesto allí. En unos instantes, las
paredes pasaron de ser inexpresivas a poseer colores y diseños artísticos.
Pero aquello no era la razón por la cual realiza ese arreglo. Comienza a
395
aplaudir y luego procede a escuchar como las ondas chocan con sus nuevas
paredes y retornan a sus tímpanos.
El cuarto está acustizado y al mismo tiempo, aislado del mundo. Esta
sensación de poder dominar su entorno le da orgullo al niño, quien desenfunda
una vieja guitarra la cual había estado sobre la mesa todo el tiempo desde su
llegada, descansando al lado de un pilón de medicamentos. La apoya en su
regazo mientras toma asiento en su silla. Sus dedos trazan círculos tocando la
suave madera del instrumento. Como un ciego paseándose por su hogar, él
identifica cada marca que los años le habían dado a su más preciada posesión.
Las cuerdas de metal desprenden polvo y óxido, similar a un tesoro
abandonado hace años, finalmente reencontrado. Este polvo suelta un olor que
resulta familiar al joven, el cual le recuerda a cuando la recibió como regalo.
Siempre se sintió agradecido de que le hubiesen dado semejante guitarra,
segunda marca pero electroacústica, su diseño preferido.
Su mano izquierda descansa en los trastes, moviéndose horizontalmente a
través del cuello del instrumento. De repente, estalla un acorde y su frecuencia
da vueltas por el cuarto, contagiando su belleza y dibujando a duras penas una
sonrisa en el rostro del joven. Él cierra sus ojos y escucha el sonido hasta que
desaparece por completo al minuto, y sin abrirlos, comienza su balada.
En un instante, un cambio le ocurre. De un momento para el otro algo dentro de
él, algo latente, cobra conciencia. Su entorno desaparece y antes de que pueda
notarlo su existencia se transfiere a otra realidad. Una imponente blancura se
extiende por sus alrededores, sin horizontes visibles. Pero el joven sigue
concentrado en su canción, la cual comienza a cobrar vida.
Similar a un dibujo, desde el instrumento comienzan a salir rectas negras, las
cuales se cruzan entre ellas. Se agrupan en pentagramas y empiezan a
moverse al ritmo de la balada. Se desplazan alrededor del joven, con gracia y
rapidez. Hay notas; negras, blancas, corcheas, semicorcheas, fusas, que saltan
de las cuerdas y se introducen en las líneas. Hay un patrón, hay una constante.
Casi matemáticamente, la canción sigue un hilo de crecientes y decrecientes,
de saltos y escalas que suben y bajan acomodándose a la música que les da
su vida.
Su corazón siente el patrón, al patrón le agrega un ritmo, al ritmo le da forma.
La forma llega a su mente y su mente la procesa, la transcribe. La mente
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comanda al cuerpo, un impulso viaja a través del cuerpo, hacía las
extremidades. El cuerpo responde al estimulo, sus músculos se contraen, sus
dedos se alternan moviéndose al sentido de la forma, que le había otorgado el
ritmo, que a su vez procedía de un patrón. Pero nadie podría notar este
maravilloso proceso, el cual ocurre en menos de lo que nosotros conocemos
como un segundo. Pero allí el tiempo no es más que una mera ilusión, algo
moldeable. Y en ese plano de existencia, era él quien controlaba, él y su
música.
Las líneas de los pentagramas se agrupan una vez más y comienzan a dibujar
el fondo blanco donde se encuentran. Hay un cuarto, pequeño. En él se ven
cinco personas. Luego son seis, pero la puerta no se abrió, y nadie entró.
Cuatro se retiran y solo dos permanecen en el dibujo. Uno de ellos es una
mujer con una sonrisa dibujada y lagrimas en sus ojos, que se encuentra
recostada en una cama. El otro no es reconocible, es muy pequeño como para
verlo. Las líneas que los separaban a estos seres tan distintos se disipan, como
si esas dos personas hubiesen sido una sola en algún tiempo.
La escena desaparece, y se modifica el diseño de las líneas, una vez más el
patrón se alterna. Las notas se complementan en unas escalas familiares, que
reparten cierta alegría, mezclada al mismo tiempo con nostalgia. Los compases
se transforman y un nuevo diseño comienza a formarse. Esta vez hay tres
personas, la mujer es la misma, pero el hombre no nos es familiar. El tercero es
un niño, similar al de la escena previa. El dibujo del hombre se levanta de una
mesa y camina hacía la puerta, dando un saludo antes de salir. Vemos al niño
intentar repetir el acto de su padre pero, los ojos de su madre ven que él se
acerca al umbral de la puerta y desenfrenadamente lo toma por la espalda. Sus
labios se mueven, pero no sale ninguna voz del dibujo, más bien como otra
música que se complementa con la previa, dando lugar a un compás agresivo y
protector. Las notas quedan abandonadas, y el ritmo sigue por su cuenta,
dándole lugar a la próxima parte de la balada.
Las escalas se alternan, los tiempos rotan, los compases cobran un sentido
melancólico y entristecedor. Los pentagramas giran en espiral acomodándose
al cambio y luego dan lugar a otra escena. Aparece una pequeña habitación,
amueblada con una simple cama. A su izquierda hay un equipo de maquinaria,
del cual salen una serie de conductos, uniendo al niño acostado con el monitor
397
a su lado. Del otro lado hay dos personas, hombre y mujer. Sus facciones
parecen apenadas, lágrimas inundan sus rostros. Una sutil alteración en la
música nos avisa un cambio; el volumen comienza a incrementar y la violencia
de las notas también. La madre reemplaza su tristeza, con lo que se ve como
odio e ira, remordimiento e impotencia. Su mirada se cruza con el hombre, a
quien comienza a hablarle con rapidez. No se necesita oír para saber la culpa
que le esta asignando, mezclada con otro torrente de llantos y gritos. El hombre
se retira de la habitación con la mirada baja, no sin antes saludar al niño que
yacía recostado en el centro del cuarto.
Las líneas que formaban la escena se disipan en un instante, encontrándose
una vez más aleatoriamente distribuidas alrededor del joven músico. La
canción comienza a repetir distintas secuencias que ya habíamos notado. Las
notas se agrupan de una manera muy similar a como lo habían hecho antes,
pero algo varía. Un aire de madurez acompaña a los danzantes pentagramas.
Aquellos con velocidad comienzan a sacudirse y se ubican nuevamente para
formar otra representación. Pero ya la hemos visto. El lugar nos resulta familiar,
una pequeña sala con una mesa y unas sillas. El hombre y la mujer son los
mismos, a excepción de las marcas de vejez en sus rostros que parecen
exageradas y tempranas. En el tercer espacio no se encuentra el niñito de tres
años, un joven ha tomado su lugar. Pero la situación es la misma. El padre se
levanta una vez más, pero sin siquiera mirar atrás, con tristeza se retira del
hogar. El niño siguiéndole los pasos, abandona su silla para abrir la puerta,
pero la madre corre a su lado una vez más y lo detiene. Sin embargo esta vez
es con desesperación y miedo. Las dos personas discuten con fuerza pero sin
palabras algunas siendo expulsadas de sus labios. La mujer abandona el lugar,
cubriéndose el rostro con las palmas de sus manos y el joven descansa
mirando por una ventana lo que reposa en el otro lado de los muros de su
hogar.
La escena se transforma una vez más, sin pausar, y el pequeño espacio previo
se expande a un enorme salón. Hay varias personas en aquel lugar, sin
embargo son solo dos, quienes tienen sus rostros dibujados. El niño ya no es
niño, un joven adolescente tomó su lugar. Camina con un hombre mayor a su
lado, deambulando por el espacio. El más viejo le señala al otro unos objetos
que colgaban en una de las paredes y con curiosidad ambos se acercan a
398
observarlos. El joven mira con asombro aquellos artículos, madera mezclada
con finas cuerdas de metal y un cajón hueco. El hombre le susurra algo al hijo,
y este deja de mirar con ignorancia a los objetos. Cientos de ellos cuelgan
paralelamente a la pared, pero uno de ellos tiene algo que no habíamos visto:
color. Solo uno de aquellos tiene un hermoso color castaño reluciente. El joven
lo toma y mira al padre, quién le sonríe con afecto. Ambos se retiran del local
con el presente en mano y una sonrisa enternecedora dibujada en ambos. Se
abrazan por unos minutos y separan sus caminos, el hombre gira por una
esquina mientras el joven se introduce en un auto donde una mujer parecía
esperarlo.
Instantáneamente la música da un violento giro. El tiempo se acelera, las notas
se embellecen con el alternado ritmo y una nueva expresión entra en juego.
Las líneas se mueven con mayor gracia, algo semejante a una danza. Las
notas saltan de los compases y forman su propio esquema, se reparten en la
blancura de aquella realidad, rompiendo el esquema, innovando la música con
felicidad, reemplazando a la melancolía que el joven por tanto años cargaba en
sus hombros. La balada llegó a su clímax con aquel inesperado giro, y ese
patrón se repite una y otra vez bajando gradualmente la fuerza de las notas
hasta que casi no se oirá. Las negras, las corcheas, las semicorcheas, las
fusas, enlentecen su baile esporádico y una a una, comienzan a volver a su
lugar de origen. Los pentagramas se desarman en líneas, quienes una vez más
se unen al instrumento. Y casi sin darnos cuenta, el silencio reina en esa
existencia.
El joven abre sus relajados párpados y mira a su alrededor. Su indiferencia se
disipó por completo, sin dejar rastros que podamos percibir. Una alegría la
reemplaza. Ignoramos completamente si tiene noción de lo que le ha ocurrido,
pero resulta muy difícil creer que no lo sabe. ¿Pero cómo no lo va a saber? Si
es su mejor manera de preservar sus recuerdos. Tanto los entristecedores
como los felices, de los cuales nunca se perdonaría el olvido.
El reloj en la plaza apenas marca las cinco y ocho de la tarde…todavía queda
tiempo para otra canción.
***
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Autora: Julieta Schiavi, 5º año
St. Matthew’s College North
Menta con cilantro
Esta es la historia de Rayan y Laila dos jóvenes que se desencontraron y al
hacerlo se unieron para siempre. Rayan era un joven mercader que viajaba
recorriendo el oriente y vendiendo todo tipo de maravillas. Olores mágicos que
traían la incertidumbre de las tierras de los beduinos y los pescadores de
perlas. Suaves sedas, llenas de espíritus bondadosos traídas de la pacífica
China. Hermosas joyas, traídas de la misteriosa India. Y dicen por ahí que
también artículos del nuevo mundo traídos por piratas y corsarios.
Este estilo de vida nómade, lo llevó a convertirse en un casanova de primera.
Dejaba corazones rotos por cada pueblo por el que pasaba, lograba con una
sonrisa enamorar con locura a jóvenes mujeres. Así de galante llegó a Farideh
un pequeño pueblo olvidado en el mapa.
Mientras descargaba su camello, Rayan oía como las muchachas del pueblo
murmuraban a sus espaldas. “siempre con admiradoras” bufó el viejo Assim
cuando pasó junto a él con dos canastos de especias. Rayan no respondió,
sólo se sonrió con aire de superioridad. Tan pronto como terminaron de
descargar los camellos, la gente se aglomeró alrededor de los comerciantes
ansiosos de hacer negocios. Pero como de costumbre, Rayan en lugar de
vender se dedicaba a coquetear con las jóvenes persas. Ellas fascinadas,
escuchaban las historias de sus viajes, en lo que él buscaba de entre todas a la
más bella. Pero por más que se esforzó, se encontró con algo que jamás le
había sucedido antes, le eran todas igual de ordinarias que un grano de arena.
En ese momento no se dio cuenta. Lo comprendió más tarde, el destino le
deparaba algo más grande
Divisó a lo lejos, una joven que tenía un brillo particular. No sabía qué era lo
que lo impulsaba pero necesitaba conocer a la portadora de tan irresistible
fuerza. Sigilosamente, se alejó del resto de los comerciantes para verla de
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cerca y quedó prendido de su hermosa piel oliva y de sus profundos ojos
negros.
-¿Qué no te interesan las maravillas que traemos?- le preguntó.
-No en realidad- contestó la muchacha de manera sobria.
- ¿No en realidad? Eso es nuevo, y ¿no te interesa tampoco el mercader que
las trajo?La joven lo miró de arriba a bajo con asco y luego, con tono soberbio le
respondió:
‐
No en realidad-
‐
¿Pero no te enseñaron a respetar a los hombres?-
añadió Rayan
furioso.
Estaba perdiendo la paciencia ante la impetuosa joven que parecía no estar
interesada en él. La muchacha le sonrió de manera coqueta, se acercó a él
hasta quedar frente a frente y con el más suave y seductor de los tonos le
respondió: “no merece respeto el que no lo muestra”. Y habiendo dicho
esto, se alejó de Rayan, quien quedó impactado. Se encontraba ahora en
mares desconocidos, jamás había conocido una chica inmune a su cortejo.
Desde ese momento, el conquistarla se volvió una obsesión.
Sin embargo, los días pasaban y por más sobrehumanos que fueran sus
esfuerzos, el joven no lograba, siquiera, hacerla sonreír. Llegó entonces el
día en el que el destino decidió ayudarlo. El viento comenzó a soplar en la
mañana como una leve brisa que, con el correr de las horas, cobró fuerzas.
Los pueblerinos corrían a tapear las ventanas y puertas de sus casas,
mientras que los mercaderes intentaban proteger sus maravillas de la
inminente tormenta de arena. En eso estaba Rayan, cuando sintió una leve
puntada en el pecho “es del esfuerzo” se dijo y continuó. Pero no lograba
ignorarla, cada vez crecía más y más, subió rápidamente de su pecho a su
garganta convirtiéndose en un nudo brutal en su garganta que concluyo con
un desgarrador grito de dolor. No estaba seguro de qué le sucedía, pero
alguna fuerza que no podía controlar lo estaba manejando, sin saberlo
corría en dirección al desierto, enfrentando el viento.
Corría hacia una dirección que desconocía. El viento le golpeaba la cara.
Seguía corriendo. Sus pies se enterraban en la arena. Seguía corriendo. El
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cansancio lo superaba. No dejó de correr hasta llegar a un gran montículo
de arena. Desesperado empezó a escarbar en él hasta encontrar una
pashmina turquesa. Siguió cavando hasta desenterrar a la hermosa joven
del pueblo. Estaba totalmente aterrado “¿Cómo llegué hasta ella? ¿Por
qué?” No obstante, aun no era dueño de sus acciones, la tomó en brazos y
siguió adentrándose en el desierto hasta llegar a un oasis cercano. Se
refugió entre la frondosa vegetación y sólo cuando estuvo seguro que la
joven estaba a salvo se dejó caer rendido a su lado. Exhausto y confundido,
pronto perdió el conocimiento.
Algo confundido y con dolor de cabeza, Rayan se despertó esperando que
todo hubiese sido un sueño demasiado real. Pero sus ojos no lo pudieron
salvar, estaba en el oasis al que, de alguna manera, había llegado la noche
anterior, frente a él, un espejo de agua donde la joven que había salvado la
noche anterior lavaba sus enredados cabellos castaños. Haciendo el mayor
de sus esfuerzos intentó sentarse, un punzante dolor en el pecho se lo
impedía, colocó su mano sobre él y se dejó caer con un gemido de dolor. La
muchacha al oírlo corrió con dirección hacía su salvador y al ver su mano
de color escarlata, se apuró a tomar su pashmina para tapar la herida.
‐
El viento es tan fuerte que cuando golpea tu pecho lo lastima- le
explicaba con voz suave mientras lo curaba. – no te muevas, te va a
doler más, sólo quédate quieto y no pienses en eso-
‐
Es difícil… me esta matando- respondió con la respiración entrecortada
‐
No, no hables, sólo mírame y escucha…
El resto de las palabras no fueron más que celestiales susurros para Rayan,
quien se perdió completamente en los ojos de la hermosa persa que tenía
en frente. Profundos, misteriosos y poderosos, así los recordaría para el
resto de su vida. Se quedaron en el oasis hasta que el mercader tuvo la
fuerza suficiente para volver al pueblo, para entonces habían pasado ya
cuatro días y la relación entre ambos había cambiado para siempre. No es
posible decir que era amor aun pero el trato que ambos se daban era
completamente diferente. En un principio Laila se sentía en deuda con su
salvador por lo que su paciencia hacia la soberbia y orgullo del mercader se
volvieron más que infinitas, pero éstas cada vez eran menos molestas para
402
ella y más encantadoras. Él, por su lado, se encargó de respetarla como
ella lo deseaba, por una vez escuchó, en lugar de hablar, y aprendió vida y
obra de Laila.
En cuanto volvieron al pueblo, su relación se volvió una prohibida, no
estaba bien visto que una joven soltera se pasease sola con un muchacho.
Se juntaban, de manera clandestina, todas las tardes en el oasis a ver el
atardecer, luego ella volvía al pueblo con un jarrón lleno de agua para su
familia y, al caer la noche, volvía él. Con un simple roce de manos, el
destino eligió florecer su rosa de amor.
‐
¿Me dejarás besarte alguna vez?- le preguntó Rayan alguna vez
‐
Es posible- le contestó ella con una sonrisa burlona
‐
¿Cómo lograste que te ame tanto en tan poco tiempo?-
Pero así como hay un momento para que las rosas florezcan y sean hermosas,
hay uno para que ellas se marchiten y caigan. Llego entonces el día de la
partida. La caravana había decidido viajar de noche para evitar saqueadores,
por lo que Rayan y Laila tendrían un último atardecer, juntos. En el pueblo se
podía sentir, desde temprano un aire melancólico y pesado que causaba
malestar en todos. Los mercaderes cargaban sus camellos pero Rayan parecía
perturbado, no lograba atar correctamente los sacos y canastas a su camello,
había estado considerando seriamente el quedarse en el pueblo con Laila e iba
a proponérselo esa misma tarde.
La joven no quería que se fuese. En el fondo sabía que ese día llegaría y no se
iba a conformar con ser otra más de sus aventuras por el oriente. Decidió que
dejaría en ese muchacho una marca en su corazón que nunca olvidaría. “lo
besaré” pensó. Entonces, le dejaría un suave gusto a menta con cilantro en los
labios que lo obligarían a pensar en ella por siempre. Lo esperó hasta la noche,
cuando entendió que nunca vendría. Se sintió entonces una tonta, había sido
engañada por un donjuán. Se enojó, gritó hasta haber convertido sus gritos en
lágrimas, que como cristales brotaban de sus ojos resbalando por sus mejillas.
Emprendió el regreso. Caminó sola por el desierto, dejando a cada paso un
pedacito de alma. Se debilitaba paso a paso, no podía seguir aguantando el
dolor que sentía en el pecho. Sus piernas ya no le respondían, el camino de
403
regreso nunca se le había hecho tan largo en su vida entera, ¿o sería que ya
no caminaba con dirección al pueblo, sino a su destino?
Su respiración se agitaba más y más. Caminaba lentamente, no contaba con
más fuerzas vitales, sus pies se volvieron torpes y la obligaron a caer. Logró
levantarse. Cayó una, dos y tres veces más. La cuarta vez, ya no le fue posible
levantarse, continuó arrastrándose unos metros, pero era en vano.
Su
purísimo amor se esfumó en una única lágrima roja que recorrió su rostro lleno
de arena. Su alma se elevó lentamente, descociéndose de su cuerpo con el
mayor dolor del mundo. Triste fue que quedase su cuerpo en el medio de la fría
arena del desierto. Triste fue que nadie nunca la encontró. Pero lo más triste
fue, que el caprichoso destino no la hubiese dejado avanzar quince centímetros
más, en donde una desafortunada mordedura de cobra había terminado con la
más hermosa historia de amor de todos los tiempos. Pues allí, a menos de un
paso de distancia yacía inmóvil el cuerpo sin alma de Rayan, quien
envenenado por un trágico encuentro, nunca logró decirle a Laila lo mucho que
la amaba. Así por un nefasto desencuentro, la más pura pasión se marchitó
cual rosa, dejando en lugar de bellos pétalos rojizos, espinas frías y oscuras.
Dicen que en aquel lugar de perdición, donde el amor verdadero fue vencido
por el caprichoso destino bajo los ojos de las ancianas estrellas, algo
extraordinario sucedió. Cuentan que el más imponente oasis que jamás se
hubiese visto se alzó de la noche a la mañana. Un lugar realmente mágico
donde las rosas nunca se marchitaban y el agua, de un impresionante color
turquesa, dejaba en el que la bebía un suave sabor a menta con cilantro que lo
obligaba a no olvidar ese oasis jamás.
***
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AUTORIDADES
Dr. Avelino Porto
Presidente
Prof. Aldo Pérez
Vicepresidente de Gestión Institucional
Dr. Eustaquio Castro
Vicepresidente de Gestión Técnica y Administrativa
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