ESQUELETO DEL CUENTO 1.¿Quién era? Un chaval de unos trece años. 2. ¿Dónde estaba? En la taberna “El taurino”, un bar muy conocido por sus deliciosos bocatas variados. 3. ¿ Qué hacía? Pedía dinero en la calle tocando el acordeón. 4. ¿Qué pasó? Decidió irse de viaje en busca de la verdad y para encontrarse consigo mismo. 5. ¿Qué le dijo? – Me tienes loco. LLevo mucho tiempo enamorado de ti. Te quiero. 6. ¿Qué le contestó? – Lo sentimos, pero no quedan más puestos de trabajo. 7. ¿ Cómo acabó? El chico acabó suicidándose por no sufrir más de lo que ya aguantaba. Nadie elige su destino Por Ainhoa En la cuidad de Bilbao, en uno de sus barrios más pobres, vivía un chaval de unos 13 años que se llamaba Alberto. Vivía allí con su familia, se habían mudado hacía poco. Se alojaban en una casa abandonada y vivía en condiciones pésimas. Alberto era un chaval de finos rasgos, nariz puntiaguda, labios gruesos y cejas muy frondosas. Sus mejillas estaban perfectamente dibujadas sobre su dulce cara y eran tan suaves como la seda. Tenía los ojos negros como el azabache y a la luz de sol se asemejaban a la luna llena. Era una buena persona. Se le notaba, pero en sus ojos se reflejaba angustia y derrota. Un día, decidió darse una vuelta por un bar en el que vendían unos pinchos buenísimos. Se puso en marcha y cómo iba a paso ligero no tardó mucho en llegar. Cuando se disponía a entrar, miró en su bolsillo y se dio cuenta de que no estaba su dinero. Se llevó las manos a la cabeza preguntándose quién podía haberle hecho semejante faena. Se quedó pensando un instante. Ya sabía quién había sido, su hermano mayor. No era la primera vez que se lo hacía. Estaba muy metido en las drogas, y robaba para poder conseguirla, incluso a su familia. Alberto se estremeció. Sintió asco y repugnancia hacía él, aunque ya estaba acostumbrado. No tuvo más remedio, que, como solía hacer en estas ocasiones, ponerse en medio de una calle de la ciudad y tocar el acordeón. Así, conseguiría de nuevo todo el dinero que le habían quitado. Estuvo todo el día tocando el acordeón. En el fondo le gustaba hacer eso. Recaudó 20€. Sabía que eso era poquísimo, pero que le iba a hacer. Iba en rumbo a su casa, pensando. De pronto se dio cuenta de que allí nadie le quería, de que sobraba en esa familia. Su padre, cuando estaba enfadado le pegaba, su hermano, le robaba la mayoría de las cosas que tenía, y su madre, estaba demasiado sumergida en el alcoholismo. Él no pintaba nada allí. Así que, se dio media vuelta y se fue. Decidió irse por hay, él sólo, al menos nadie le pegaría, y nadie le robaría sus cosas. Dió un largo paseo por gran parte de la ciudad. Sólo quería caminar y caminar. Pensar. Quería buscar la verdad, el por qué de esa situación, de su pésima vida. Pero por más que lo buscaba no lo encontraba porque no había ningún por qué, simplemente era a él. A él le había tocado. Así era la vida. Se sentó en un banco. Allí, a lo lejos, estaba ella. Su amada, a la que siempre, repito, siempre había amado con locura. La chica tenía 17 años y se llamaba Laura. Tenía novio y llevaban mucho tiempo juntos, iban enserio. Alberto sabía que era un amor imposible, un amor platónico, pero a pesar de eso se armó de valor y fue dónde ella. - Me tienes loco. Llevo mucho tiempo enamorado de ti. Te quiero. Laura se quedó estupefacta, no sabía que decir. Hasta que al fin dijo: - Alberto, ya sabes, que mi novio es Juan llevo mucho tiempo con él y le quiero. Lo siento, pero ya sabes que podemos seguir siendo amigos. -Claro, amigos. No te preocupes. He sido un estúpido.- dijo Alberto. Se dio media vuelta y se fue. Ya sabía cual iba a ser la respuesta, pero tenía que decírselo. Volvió al banco. Que quedó allí un par de horas más, pensando, hasta que derepente tuvo una idea. Había estado pensándolo días antes. Quería hacer algo de provecho en la vida así que, que mejor que ponerse a trabajar. Fue a la Pizzería donde había visto el cartel. Entró y preguntó. Un chico que estaba en la recepción le contestó: - Lo sentimos, pero no quedan más puestos de trabajo. Alberto asintió con la cabeza y salió de la Pizzería. Se quedó blanco. Ahora más que nunca se dio cuenta de que su vida no tenía sentido. De que ya no tenía más ganas de vivir. Fue al lugar de las afueras de la ciudad, al que iba siempre cuando tenía demasiado problemas. Al precipicio del monte Pagasarri. Se subió a la cima más alta, se puso en la punta y mientras caía dijo: - Sólo soy una persona para el mundo, aunque para mí una persona es el mundo. Adiós, Laura.