LA INTERVENCIÓN HUMANITARIA: ¿SOLUCIÓN ANTE LA FALTA DE TOMA DE DECISIÓN POR PARTE DEL CONSEJO DE SEGURIDAD DE LAS NACIONES UNIDAS? AUTOR: SUSAN MARGARET ORTEGA OLORTEGUI Sumario: A través del presente trabajo, luego de observar brevemente la injerencia de algunos sujetos de derecho internacional en conflictos armados – tanto internacionales como no internacionales – sin seguir el procedimiento recogido en la Carta de las Naciones Unidas1, se pretende analizar si dicho accionar se encuentra dentro de las finalidades, propósitos y principios del mencionado tratado (y por tanto, converge con los parámetros de la Carta); o si por el contrario, resulta ser un mecanismo para satisfacer intereses políticos y/o económicos que acarrean la vulneración del Principio de Soberanía y el Principio de No Intervención. ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------INTRODUCCIÓN Tenemos conocimiento que desde tiempos remotos los conflictos armados han sido – y lamentablemente continúan siendo – uno de los principales mecanismos de interacción entre grupos humanos así como una de las políticas más usuales y reiteradas en las relaciones entre grupos sociales en el transcurso de la humanidad. Los conflictos armados (tanto los internacionales como los no internacionales) que se han suscitado, y que aún se presentan, en ciertas partes del mundo, a menudo han generado crisis humanitarias devastadoras. La comunidad internacional ha replicado ante estas crisis de distintos modos a través de la historia mediante el uso de la fuerza por los imperios, y posteriormente gobiernos, sustentando su accionar en divinidades, principios religiosos y/o éticos, y actualmente en aspectos humanitarios. 1 Firmado por la República del Perú el 26 de junio de 1945 y admitido como miembro de las Naciones Unidas el 31 de octubre de 1945. 1 Siendo recién luego de acontecida la Segunda Guerra Mundial que la Comunidad Internacional manifestó su preocupación respecto a los conflictos armados y las hostilidades acontecidas; por lo que los estados declararon su voluntad de establecer un marco legal, aceptando a través de la Carta de las Naciones Unidas una serie de principios y métodos que tienen como finalidad eliminar el uso de la fuerza armada indiscriminada con el objeto de mantener la paz y la seguridad internacional a través de las Operaciones de Paz, que son uno de los medios utilizados por las Naciones Unidas para mantener la paz y la seguridad internacionales; las cuales contribuyen a apoyar la vigilancia y resolver conflictos entre países hostiles y/o entre comunidades hostiles dentro de un mismo país. Y sin embargo, a pesar de que la Carta de las Naciones Unidas regula un procedimiento a seguir a fin de lograr un coto en los conflictos armados que se puedan presentar; la práctica parece demostrar que dicho procedimiento resultaría ineficiente debido a que la decisión de llevar a cabo una Operación de Paz se estaría dilatando por conflicto de posiciones, que podrían estar encubriendo intereses particulares, entre los países miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Lo cual, estaría dando cabida a intervenciones llevadas a cabo sin autorización del mencionado órgano que se estarían sustentando en la necesidad de una reacción inmediata en relación a las vulneraciones de derechos fundamentales que se presentan en los conflictos armados y respecto a los cuales los estados involucrados devienen en incapaces de brindar la protección suficiente a sus ciudadanos. LAS JUSTIFICACIONES HUMANITARIAS EN LAS INJERENCIAS EFECTUADAS ANTES DE LA CARTA DE LAS NACIONES UNIDAS. Con la caída de los imperios y su imposibilidad de mantener su poderío sobre las colonias, surge una nueva etapa: la Ocupación Extranjera. Y es que la pugna entre las potencias industriales europeas en busca de territorios y mercados provocó que los roces entre las mismas desbordaran el marco europeo y tuvieran lugar prácticamente en cualquier parte, agudizaron las tensiones económicas. Los ejemplos abundan en la historia, como las ocurridas en la Península Balcánica (las cuales lamentablemente, se han presentado desde antes de la Primera Guerra Mundial y 2 con posterioridad a la constitución de la Organización de las Naciones Unidas). Veamos a continuación una de ellas: A fines del Siglo XIX el gran Imperio Otomano se encontraba en crisis, el fracaso en la guerra Ruso – Otomana durante 1877 a 1878 y el reconocimiento de independencia de Rumanía, Serbia y Montenegro, así como la Autonomía de Bulgaria mediante el Tratado de San Stefano le acarreó grandes dificultades; por otro lado, el intento de modernizar su administración trajo como consecuencia la infiltración de las potencias europeas en el imperio. El resultado, la merma de territorio y de control evidenció el debilitamiento del imperio no sólo a los ojos de las potencias europeas, sino también ante sus súbditos. Es en este contexto, donde las potencias vislumbraron la oportunidad de materializar sus ansias de expansión ante el ineludible declive del Imperio, iniciándose la carrera por la supremacía europea en Oriente Próximo ante el reconocimiento de la importancia comercial de la región, siendo la construcción del Canal de Suez lo que les indujo a establecer una presencia permanente y lo que daría cabida a un semicolonialismo. Una vez más la religión fue empleada como pretexto; el argumento alegado: la protección de las minorías religiosas y étnicas del Imperio. A ello se agregó un tema más: las finanzas; el intento de evadir una quiebra financiera ante la creciente deuda pública fue otro de los motivos que dio cabida a la intervención de gobiernos europeos en la vida del Imperio Otomano. Una vez más la religión fue empleada como pretexto; el argumento alegado: la protección de las minorías religiosas y étnicas del Imperio. A ello se agregó un tema más: las finanzas; el intento de evadir una quiebra financiera ante la creciente deuda pública fue otro de los motivos que dio cabida a la intervención de gobiernos europeos en la vida del Imperio Otomano que colapsaría años más tarde. Sin embargo, las injerencias cometidas por los estados no sólo se han limitado a sustentos religiosos y económicos; el aspecto étnico ha jugado un rol importante en este tipo de acciones como es el caso de la política nazi. El gobierno de Adolf Hitler encauzó 3 su política exterior a la adhesión dentro del Reich de personas que formaran parte de la etnia germánica o Volksdeutsche pero que no residían dentro de las fronteras Alemanas; consecuentemente, dicha anexión también resultaba aplicable a los territorios en los que estos se encontraban. Es así como Hitler comenzó a exigir una solución de la crisis de los Sudetes, minoría germánica que habitaba ciertas regiones de Checoslovaquia, alegando justificaciones humanitarias a favor de estos; tal y como lo desarrolla Ryan Goodman: «One of the haunting memories was Hitler´s use of humanitarian justifications for military expansion. It is well know that Hitler invoked the “right of self-determination” of German nationals as a pretext for his incursions into Austria and Czechoslovakia. Perhaps less well known is the striking resemblance between Hitler´s rhetoric and contemporary humanitarian initiatives. In a letter to Chamberlain, Hitler justified his military objectives in the Sudetenland on the grounds that “Germans as well as the other various nationalities in Czechoslovakia have been maltreated in the unworthiest manner, tortured,… [and denied] the right of nations to self-determination,” that “[i]n a few weeks the number of refugees who have been driven out has risen to over 20000,” that “the security of more than 3,000,000 human beings” was in jeopardy, and that the German government was “determined by one means or another to terminate these attempts… to deny by dilatory methods the legal claims of oppressed peoples.”» Hitler se impuso en Europa mediante los Acuerdos de Münich el 30 de setiembre de 1938 suscrito por Mussolini, Chamberlain y Daladier, a través de los cuales se concedió a Alemania un plebiscito a fin de evitar un conflicto armado. De más está decir que Checoslovaquia no participó en los acuerdos mediante los cuales se le restó un promedio de 30,000 Km². De lo expuesto, se aprecia que durante los periodos indicados las injerencias efectuadas por algunos estados fueron justificadas con intereses altruistas y humanitarios, resultando – tarde o temprano – evidenciado los intereses políticos y económicos que motivaron su accionar. Cabe resaltar el hecho de que algunas intervenciones fueron de carácter diplomático mientras que otros fueron respaldados militarmente. 4 LA CARTA DE LAS NACIONES UNIDAS Y EL USO DE LA FUERZA. En 1945, representantes de 50 países se reunieron en San Francisco para redactar la Carta de las Naciones Unidas. Los delegados deliberaron sobre la base de propuestas preparadas por los representantes de China, la Unión Soviética, el Reino Unido, y los Estados Unidos en Dumbarton Oaks, Estados Unidos, entre agosto y octubre de 1944. La Carta fue firmada el 26 de junio de 1945 por los representantes de los 50 países en la Conferencia de San Francisco. Polonia, que no estuvo representada, la firmó más tarde y se convirtió en uno de los 51 Estados Miembros fundadores; adhiriéndose más tarde otros países. De este modo, se da cara a la necesidad de los estados de crear un nuevo sistema que permita el equilibrio entre sus pares, respecto al flujo de posturas y políticas internacionales que garanticen la subsistencia de la autonomía de cada uno, pero con ausencia de un poder centralizado que pueda atentar contra sus soberanías, permite el nacimiento de las Naciones Unidas. Como señala Mónica Pinto: “En rigor, en el ámbito internacional se da una coordinación entre los distintos sujetos que obedecen al principio de la igualdad soberana de los estados, en contraposición al esquema de parcial subordinación de las sociedades nacionales, en las que una autoridad central determina – en principio, representando al pueblo – el destino de la comunidad y asume conductas políticas.” 2 Sin perjuicio del animus imperante de salvaguardar la paz entre las naciones participantes, los acontecimientos vividos en la Segunda Guerra Mundial dan cabida a la creación de una cláusula que tiene como objeto obstruir cualquier pretensión que pueda vulnerar la armonía internacional. En este sentido, el artículo 2.4 de la Carta de las Naciones Unidas regula lo siguiente: “Los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la 2 El Derecho Internacional, vigencia y desafíos en un escenario globalizado. Pinto, Mónica. Fondo Editorial de Cultura. 2008. Lima – Perú. 5 independencia política de cualquier Estado, o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas.” Consecuentemente, se adoptó en el capítulo VII el tratamiento correspondiente para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacional ante los casos de amenaza a la paz, quebrantamiento de la paz o acto de agresión que pudiera ser materializado por algún estado. LA OPERACIÓN DE PAZ VS. LA INTERVENCIÓN HUMANITARIA. De este modo, con la adopción de la Carta de las Naciones Unidas se pretendió poner termino al empleo de la fuerza en las relaciones internacionales con el objeto de no vulnerar el principio de soberanía y de no intervención. Para ello, se regularon medidas concretas dentro del marco del Capítulo VII de dicho documento; siendo las Operaciones de Paz, una de las labores primordiales de las Naciones Unidas que se ha logrado materializar gracias a la colaboración brindada por los estados partes. No obstante ello, las reacciones de la comunidad internacional frente a los conflictos armados no se ha limitado a la actividad realizada bajo el mando de las Naciones Unidas. Se ha apreciado que uno de los modos en los que se ha respondido a las crisis humanitarias alrededor del mundo a pesar de la prohibición de la Carta, ha sido mediante la intervención de uno o más estados en el territorio donde se ha desencadenado el conflicto armado. Este tipo de reacción internacional ha sido denominada por estudiosos y académicos como Intervención Humanitaria, Jens Elo Rytter lo define como: «La intervención humanitaria puede ser definida en general como “la acción coercitiva de uno o más Estados, incluyendo la amenaza o el uso de la fuerza, en un tercer Estado sin el consentimiento de su gobierno, con el propósito de prevenir o detener graves y masivas violaciones de los derechos humanos o del derecho internacional humanitario”.» Si bien estamos ante un concepto contemporáneo y que se encuentra vetado por la Carta de las Naciones Unidas en su artículo 2.4, es un accionar que se ha venido llevando a cabo hasta ahora; y es que pareciera ser que el procedimiento a seguir de acuerdo a la 6 Carta habría resultado en algunas ocasiones muy extenso ante la necesidad de respuesta inmediata que podrían requerir millones de civiles. Ejemplo de ello nos lo brinda Carlos Amézaga: “Hubo tres casos que pueden ser llamados de intervención humanitaria: 1. Intervención de India en Pakistán. En noviembre de 1971, la India intervino en Pakistán Oriental, donde las fuerzas pakistaníes habían cometido violaciones de los derechos humanos a larga escala y habían forzado a 10 millones de personas a huir hacia la India. La India derrotó a las tropas pakistaníes y esto ayudó al establecimiento del Estado independiente de Bangladesh. La India justificó, en parte, esta intervención sobre bases humanitarias. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se mantuvo paralizado mientras que la Asamblea General criticaba la intervención. 2. Intervención de Vietnam en Camboya. En diciembre de 1978, Vietnam invadió Camboya, derrocó al régimen de los Jémeres Rojos, que habían cometido un genocidio sobre dos millones de camboyanos desde 1975, e instaló un nuevo gobierno. Vietnam invocó consideraciones humanitarias. Mientras que la adopción de una resolución de condena por parte del Consejo de Seguridad fue vetada por la Unión Soviética, los Estados Unidos y la mayor parte de los Estados Occidentales protestaron por la intervención. 3. Intervención de Tanzania en Uganda. En 1979, Tanzania intervino en Uganda, forzando al dictador Idi Amin Dada a exiliarse e instaló un nuevo gobierno. El trasfondo de la intervención fue, por una parte, un problema territorial entre ambos países y, por otra, el reino de terror impuesto por Amin, cuyo régimen acabó con la vida de unas 30.000 personas. Tanzania no invocó la doctrina de la intervención humanitaria y sólo unos cuantos Estados criticaron la intervención.” Estos casos de intervención humanitaria de forma unilateral – es decir, sin la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas – se sustentaron en el derecho de legítima defensa ante la factible inminencia de un conflicto armado internacional y de este modo se encontraban dentro del marco de la Carta de las Naciones Unidas por ser esta una de las excepciones permitidas para el uso de la fuerza. 7 Asimismo, surgen otro tipo de intervenciones: la reactivación de los conflictos armados internos (de diversa índole como étnica, religioso, político, etc.) que trajo como consecuencia la afectación de la democracia en el estado, lo que ocasionaba la vulneración de los derechos humanos – ya sea por la incompetencia por parte del estado para proteger a sus ciudadanos o que las violaciones eran producto de su acción u omisión –; trajo como consecuencia una nueva visión de los conflictos armados y la prioridad de velar por los civiles que eran las principales víctimas de estos. Al respecto, Fernando Tesón afirma que: “uno de los mayores propósitos del Estado y de los gobiernos es proteger y asegurar los derechos humanos, es decir, los derechos que todas las personas tienen por virtud a serlo. Los gobiernos y los demás que detenten el poder y que violen seriamente estos derechos, menoscaban la razón que justifica su poder político y, por tanto, no deben ser protegidos por el derecho internacional (…)la soberanía ayuda a conseguir nobles fines humanos, a aquellos que los asaltan extremadamente no se les debe permitir escudarse detrás del principio de soberanía. La tiranía y la anarquía son causantes del colapso moral de la soberanía”. Es en este contexto, - y con posterioridad al término de la Guerra Fría – que los acontecimientos presenciados reformularon la otra excepción al uso de la fuerza, que fue creada con el objeto de mantener o restablecer la paz y la seguridad internacional, integrando a dicha definición los supuestos de graves crisis humanitarias. Como sabemos, para este supuesto se encuentra regulado un procedimiento a seguir a fin de obtener una autorización por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y de este modo se pueda llevar a cabo una operación de paz (entendiéndola no necesariamente como el tradicional concepto de uso de la fuerza militar, sino desde una perspectiva multifuncional que demanda la realidad, un “uso de la fuerza” no a través de armamento sino en cuanto al ejercicio de autoridad sobre el caos imperante). Ejemplo de ello fue lo ocurrido en Haití: “El golpe de Estado por parte de una junta militar que depuso al presidente Aristide en setiembre de 1991, originó un largo flujo de refugiados de dicho país hacia el sur de Florida. Hacia 1994, el presidente Bill Clinton empezó a sugerir que intervenciones 8 militares que devolvieran el poder a Aristide podrían ser una forma de solucionar este problema. Por presión de los Estados Unidos el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 940, la cual autorizaba: a los Estados miembros a integrar una fuerza multinacional bajo mando y control unificados, y, dentro de ese marco, a recurrir a todos los medios necesarios para facilitar la salida de Haití de los dirigentes militares, (…) el pronto regreso del Presidente legítimamente electo, y el restablecimiento de las autoridades legítimas del Gobierno de Haití.”3 Sin perjuicio de ello, dichas intervenciones comúnmente han resultado cuestionadas lo que ha dado cabida a algunos retrocesos respecto al desempeño de la comunidad internacional sobre el principio humanitario, y las Naciones Unidas no ha sido la excepción; ejemplo de ello son las veces que han sido cuestionadas las misiones de paz debido a los abusos que fueron cometidos por algunos agentes integrantes de los Cascos Azules, dando lugar a violaciones de derechos respecto a los cuales tenían la labor de velar; lo que empeoró en algunos casos las circunstancias que afrontaban las víctimas de las hostilidades. Otro aspecto que se ha presentado ha sido la falta de acuerdo en el interior de las Naciones Unidas (en el Consejo de Seguridad para ser más precisos) respecto al establecimiento o no de una operación de mantenimiento de la paz, dando lugar a la reaparición de la Intervención Humanitaria. Lo que ha permitido que a la fecha se hayan presentado casos de intervención humanitaria sin autorización de las Naciones Unidas bajo la bandera del nuevo concepto de “mantener o restablecer la paz y la seguridad internacional”. Al respecto, de acuerdo al criterio expresado por Nicholas Wheeler, se debería cumplir ciertos requisitos para poder señalar que se estaría ante una intervención de carácter humanitario: Debe haber una causa justa o suprema emergencia humanitaria, que tenga una naturaleza excepcional. El uso de la fuerza debe ser un último recurso; ya que previamente se ha debido de intentar decrecer las tensiones por otros medios. 3 Carlos Amézaga Rodríguez 9 La proporcionalidad de la acción que se pretende materializar en relación a los acontecimientos violatorios a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario que se están llevando a cabo. Debe existir una alta probabilidad de que el uso de la fuerza permita alcanzar un resultado humanitariamente positivo. A continuación, desarrollaré una de las intervenciones humanitarias que ha resultado extensamente debatida. “OPERACIÓN FUERZA ALIADA” KOSOVO, 1999. El territorio conocido como Kosovo ha sido históricamente considerado por los serbios como la cuna de su nación, por lo que mantienen – hasta nuestros días – un fuerte vínculo con dicho espacio geográfico. El 31 marzo de 1998, el Consejo de Seguridad adoptó la Resolución 1160, en la cual condenó el uso de una fuerza excesiva por las fuerzas policiales serbias contra civiles y manifestantes pacíficos en Kosovo, así como todos los actos de terrorismo del Ejército de Liberación de Kosovo o de cualquier otro grupo o persona y todo el apoyo externo a las actividades terroristas en Kosovo, incluidas la financiación, la provisión de armas y el adiestramiento. Por lo que instó a la República Federal de Yugoslavia, como a los albanos – kosovares, tomar inmediatamente las medidas necesarias para alcanzar una solución política al problema de Kosovo a través del diálogo; imponiendo un embargo de armas obligatorio a ambas partes y que en el supuesto de que no se logren progresos dirigidos hacia la solución pacífica de la situación en Kosovo se consideraría la adopción de medidas adicionales; ello, de acuerdo con el marco del Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas. Como nos señala Carlos Amézaga, «en los meses siguientes, la situación se fue deteriorando: se intensificaron las luchas, y las fuerzas de seguridad y el ejército serbio hicieron uso de la fuerza de manera indiscriminada causando numerosas víctimas civiles. El flujo de miles de refugiados hacia países vecinos se incrementó. El 23 de setiembre de 1998, el Consejo de Seguridad adoptó la Resolución 1199, en la cual determinó que el deterioro de la situación en Kosovo constituía: “una amenaza a la paz y seguridad en la 10 región ” y demandaba “que todas las partes, grupos e individuos cesen inmediatamente las hostilidades y mantengan el cese del fuego en Kosovo” y “que la República Federal de Yugoslavia debía (…) cesar toda acción por parte de las fuerzas de seguridad que afecte a la población civil y ordenar la retirada de las unidades de seguridad utilizadas para la represión contra la población civil”». Dentro de las Naciones Unidas el “Asunto Kosovo” ya tenía la categoría de amenaza a la paz y seguridad; no obstante ello, la postura de Rusia no resultaría concordante si el Consejo de Seguridad pretendía emitir la resolución para instaurar una operación de paz. En el mes de enero de 1999 fuerzas serbias asesinaron a cuarenta y cinco personas en Racak, por lo que la OTAN formuló nuevas amenazas de ataques aéreos. Ante ello, la República Federal de Yugoslavia mediante una nota al Presidente del Consejo de Seguridad le expresó que la decisión de la OTAN representaba una abierta y clara amenaza de agresión contra un Estado miembro de las Naciones Unidas soberano e independiente. A pesar de ello, el Consejo de Seguridad no tomó ninguna medida contra la OTAN o sus miembros. El 24 de marzo de 1999 las fuerzas militares de la OTAN iniciaron sus ataques aéreos contra la República Federal de Yugoslavia, teniendo como objeto ponerle termino a la violencia ejercida contra los miembros de la etnia albanesa que habitaban en Kosovo; claro está que dicho procedimiento no fue autorizado expresamente por el Consejo de Seguridad. Fue recién el 11 de junio de 1999 que los bombardeos de la OTAN contra la República Federal de Yugoslavia cesan ante la aprobación del plan de paz formulado por el G8 por parte de los serbios. Como se ha podido constatar, podríamos afirmar que los dos casos calzarían en los requisitos de Wheeler, es decir, que nos encontraríamos ante dos intervenciones humanitarias; intervenciones que tuvieron como motor el aspecto humanitario – el cual es uno de los emblemas de las Naciones Unidas –; y a pesar de ello, dichas acciones carecerían de un elemento: legalidad. 11 Miembros de las Naciones Unidas manifestaron su rechazo a la acción de la OTAN, y los miembros de esta última manifestaron su posición al respecto; entre las cuales tenemos la del ministro de Relaciones Exteriores de Alemania: “NATO Secretary General Javier Solana relied on a cluster of reasons to justify the October 1998 threat of force, but did not seek justification in terms of the current state of international law. These reasons included: the refusal of Yugoslavia to fulfil the requirements of Resolutions 1160 and 1199, both based on Chapter VII; the imminent risk of a humanitarian catastrophe, as described by the UN Secretary-General in his report of 3 October; the impossibility of obtaining, in short order, a Security Council Resolution mandating the use of force; the fact that Resolution 1199 described the deterioration in the situation in Kosovo as a threat to peace and security in the region.”4 Siguiendo esta perspectiva, la acción de la OTAN no sólo estaría “justificada”, sino que habría sido una reacción ante la afirmación del Consejo de Seguridad respecto a que la situación en Kosovo constituía una amenaza a la paz y seguridad; siendo considerada también como “consistente con el sentido y la lógica de las resoluciones del Consejo” de acuerdo con Alemania. Por otro lado, nos encontramos ante una postura que considera las intervenciones humanitarias unilaterales contrarias al derecho internacional, al ir en contra de lo dispuesto en el artículo 2.4 de la Carta de las Naciones Unidas que impone como restricción a los estados parte que se deben abstener de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado o en cualquier otra forma incompatible con los Propósitos de las Naciones Unidas, así como por no seguir el procedimiento Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas; por lo que dicha conducta tendría un carácter ilegal. 4 http://www.nato-pa.int/archivedpub/comrep/1999/as244cc-e.asp 12 En el discurso inaugural de la 54° Sesión de la Asamblea General, en setiembre de 1999, Kofi Annan – en su calidad de Secretario General de las Naciones Unidas – se refirió a la penosa disyuntiva que encara la comunidad internacional cuando las normas de la Carta de las Naciones Unidas relativas al uso de la fuerza de forma lícita, colisionan con problemas como la situación Kosovo; y es que por un lado, la intervención militar sin la autorización del Consejo de Seguridad puede mermar el marco legal en relación al uso de la fuerza y minar la autoridad del Consejo dando cabida a precedentes potencialmente peligrosos. Pero, por otro lado, la incapacidad del Consejo de Seguridad para intervenir y tener acciones frente a las atrocidades que se comenten contra la humanidad, traiciona los principios de los derechos humanos incluidos en la Carta y deteriora el respeto hacia las Naciones Unidas como institución. De lo expuesto, tenemos que si bien como regla general no están permitidas las intervenciones humanitarias unilaterales de acuerdo con el artículo 2.4, el mismo también afirma que no se permiten a los estados miembros que en sus relaciones internacionales sean incompatibles con los Propósitos de las Naciones Unidas; por lo que salta la interrogante respecto a ¿qué hacer ante la negativa de uno de los estados miembros del Consejo de Seguridad cuando tiene una conducta incompatible a los propósitos de las Naciones Unidas cuando debería aprobar una misión de paz y en lugar de aprobarla obstaculiza la toma de decisión y el debido procedimiento a seguir de conformidad con el derecho internacional? Ya sea la provisión de asistencia humanitaria, operaciones de mantenimiento de la paz, y el uso de la fuerza para prevenir o detener grandes y extendidas violaciones de los derechos humanos lo que debería ser el centro de la toma de decisión, lamentablemente no siempre el aspecto humanitario ha sido el principal motor de estas acciones o de los impedimentos, siendo lo más probable la existencia de intereses políticos, económicos y/o estratégicos los que influyan en las tomas de decisiones o que impidan el arribo de la misma. ¿Y LA COMUNIDAD INTERNACIONAL? Si bien uno de los preceptos recogidos en la Carta de las Naciones Unidas es que en el supuesto de controversias internacionales, los estados miembros deben optar por los 13 medios pacíficos de tal manera que no se pongan en peligro ni la paz y NI la seguridad internacional, así como la justicia; en el supuesto que no resulte viable una solución sin la presencia de hostilidades el mencionado instrumento formula una serie de mecanismos a implementar. Esta primigenia concepción ha ido evolucionando, debido a que los conflictos armados no internacionales son los que han ido ganando cabida a los de carácter internacional; por lo que podríamos entender a “las controversias internacionales” no sólo como un concepto referido al conflicto que se pueda presentar entre dos o más estados, sino a los atentados o factibles violaciones a unos de los pilares de la constitución de las Naciones Unidas: la humanidad y los derechos fundamentales. En este sentido, los conflictos armados no internacionales van a generar controversias internacionales en la medida que se vulnere alguno de los pilares mencionados. Ante estas situaciones, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas cuenta con la facultad de establecer una operación de mantenimiento de la paz con el objeto de salvaguardar la paz y la seguridad, pudiendo disponer el uso de la fuerza armada en servicio del interés común. Pero, ¿qué sucede cuando el Consejo se tarda en tomar la decisión mientras continúan los enfrentamientos y por ende va en ascenso la inestabilidad social? Una de las respuestas reflejo sería que la comunidad internacional a través de las Naciones Unidas recién intervendría con posterioridad – tal vez – al momento álgido de crisis que enfrentaron los civiles y por tanto no se pudo evitar el incremento de pérdidas humanas entre otras violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario. ¿Y si el Consejo de Seguridad no logra determinar si el despliegue de una operación de mantenimiento de la paz es la opción más apropiada? El caso ya se ha presentado, a pesar del rechazo de la Comunidad Internacional respecto a lo ocurrido – tanto antes como después de la intervención de la OTAN en Kosovo – la posición de Rusia fue clara, ya vía con la que contaba la Comunidad Internacional se vio obstruida por uno de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad a pesar de que las condiciones eran favorables, la vía legal era inviable. 14 ¿Qué hacer en estas circunstancias? Como ya lo hemos desarrollado la medida adoptada por la OTAN resultó contraria a la Carta de las Naciones Unidas por no contar con la aprobación del Consejo de Seguridad, a pesar de que la fuerza armada puede ser empleada para el servicio del interés común, que tiene un rol crucial en la toma de decisión. Evidentemente ante estas circunstancias es necesario que el Consejo de Seguridad sea más efectivo. Como se conoce, cuando una controversia conduce a las hostilidades, la preocupación principal del Consejo es ponerle fin a éstas lo antes posible; con el objeto de prevenir la ampliación de las hostilidades, el Consejo puede establecer directrices de cesación del fuego, pudiendo desplegar observadores militares o una fuerza de mantenimiento de la paz en una zona de conflicto. Para ello, los cinco miembros permanentes — China, Francia, la Federación de Rusia, el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y los Estados Unidos de América — deben dar un voto afirmativo para el establecimiento de la operación de mantenimiento de paz, a pesar de que existen otros diez miembros no permanentes que también lo integran. Esta es la regla de «el gran poder de la unanimidad», a menudo referida como el poder del «veto». Existen críticos a este poder de veto que apoyan las intervenciones humanitarias bajo principios morales. Nicholas Wheeler plantea la siguiente cuestión: ¿Es la autoridad de las Naciones Unidas el sine que non de la “voluntad colectiva” o hay otros posibles ámbitos de legitimación que se encuentren enraizados en la esfera pública global? ¿Será ya tiempo de revisar la legitimidad del poder de veto y de establecer algunas restricciones a su utilización en caso de emergencias humanitarias? CONCLUSIONES. La relevancia de las Naciones Unidas como organismo regulador en cuanto al uso de la fuerza, pero sobre todo como ente abanderado en la defensa y protección de la población civil en los conflictos armados, no sólo a través de una fuerza militar armada como reacción inmediata a intentar lograr el alto a la violencia que implican las hostilidades, sino a través de mecanismos que la comunidad 15 internacional canaliza mediante las Naciones Unidas para las bases de un estado democrático y viable a largo plazo. Tenemos que si bien como regla general no están permitidas las intervenciones humanitarias, de acuerdo con el artículo 2.4, el mismo también afirma que no se permite a los estados miembros, que sus relaciones internacionales sean incompatibles con los Propósitos de las Naciones Unidas. Por tanto, cuando uno de los estados miembros del Consejo de Seguridad debería aprobar una misión de paz y en lugar de aprobarla, obstaculiza la toma de decisión y el debido procedimiento a seguir de conformidad con el derecho internacional; tendría una conducta incompatible a los propósitos de las Naciones Unidas. La trágica disyuntiva que encara la comunidad internacional cuando las normas de la Carta de las Naciones Unidas relativas al uso de la fuerza de forma lícita colisionan ciertas trabas que son colocadas por miembros de la comunidad internacional; y es que por un lado, la intervención militar sin la autorización del Consejo de Seguridad puede mermar el marco legal en relación al uso de la fuerza y minar la autoridad del Consejo, dando lugar a precedentes potencialmente peligrosos. Y, de otro lado, la incapacidad del Consejo de Seguridad para intervenir y tener acciones frente a las atrocidades que se comenten contra la humanidad, traiciona los principios de los derechos humanos incluidos en la Carta y deteriora el respeto hacia las Naciones Unidas como institución. Es evidente que existe una falencia en este punto y que debe ser implementado un mecanismo para evitar este vacío que dio cabida a la intervención de la OTAN en el caso Operación Fuerza Aliada en Kosovo. Por tanto, considero que una solución plausible sería que en el supuesto de que el Consejo resuelva que las hostilidades que se presentan en una parte del globo resultan ser una amenaza a la paz y seguridad pero no establece la misión de paz ante el veto de uno de los cinco, los demás miembros deben tener un mayor peso en la decisión, y es que recordemos que suelen ser los miembros “invitados” los que envían a sus fuerzas armadas a la zona de conflicto. 16