España: ¿un Estado laico? ENTREVISTA A ANDRÉS OLLERO Catedrático de Filosofía del Derecho «Me preocupa que los católicos callen mientras los demás imponen sus ideas». «Conozco la Iglesia lo suficiente como para saber que sería absurdo apostar por el nombre del que será nuevo Papa» Andrés Cárdenas\Ideal Digital - Granada Domingo, 17 de abril de 2005 Andrés Ollero Tassara es uno de los tres ponentes que participarán el próximo miércoles en la mesa redonda organizada por el Aula de Cultura de IDEAL con el título 'España: ¿un Estado laico?'. Andrés Ollero es catedrático de Filosofía del Derecho, ex diputado por Granada por el PP y miembro del Opus Dei. Recientemente ha editado un libro con el mismo nombre que la mesa redonda, la cual se celebrará en el salón de conferencias de la ONCE (Plaza del Carmen). En la misma participarán también el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, Augusto Méndez de Lugo, y el catedrático de Derecho Constitucional Gregorio Cámara. -Señor Ollero, ¿es España un estado laico? -Si laico se entiende en sentido laicista, como absoluta separación entre lo público y lo religioso, nuestra Constitución lo excluye expresamente. Lo que ocurre es que, así como en viejos tiempos estuvimos en 'postconcilio', ahora parece que estamos en 'postconstitución': algunos pretenden que la Constitución diga lo que ellos intentaron sin éxito que dijera. -Por un lado la Constitución establece la aconfesionalidad del Estado pero la presión de la Iglesia en lo social, lo político y sobre todo en la educación, es intensa. -El Estado español viene siendo inequívocamente aconfesional; no es que la Iglesia presione sino que los ciudadanos ejercen libremente sus derechos. No es la Iglesia sino los ciudadanos los que solicitan abrumadoramente que se enseñe la religión católica en los centros públicos. La Constitución obliga a los poderes públicos a tenerlo en cuenta; negarse a ello sería imponer una confesionalidad laicista. -¿Cuál sería su solución para evitar esta especie de dilema? -Llevar a cabo la laicidad positiva que suscribe la Constitución: tener en cuenta las creencias de los ciudadanos. Lo laico se opone a lo clerical, a depender ovejunamente de lo que diga el de arriba; el laicismo no es sino clericalismo civil. No me extraña pues que hayan inventado el bautismo por lo civil, rezuma coherencia. -Usted ha dicho en varias ocasiones que no es igual laicidad que laicismo. -En efecto, Estado laico es el que respeta al laico y 'laos', ya en griego, era el ciudadano de a pie. En la modernidad se impuso que el ciudadano de a pie había de adherirse a la religión de su príncipe ('cuius regio eius religio'); ahora algunos deciden que el príncipe no tenga religión y en consecuencia los ciudadanos la practiquen en las catacacumbas (o sea, 'cuius regio eius non-religio', con perdón). Retos -¿Cómo debe de comportarse la Iglesia ante los reiterados intentos de muchos colectivos de convertir a España en un Estado totalmente aconfesional? -Lo que pretenden es que el Estado sea laicista. En la Iglesia los curas deben decir misa y recordar los principios de la religión; los laicos debemos espabilar para que no nos discriminen algunos paradójicos amantes de una libertad en concreto: la suya de ellos. -El matrimonio entre homosexuales, un proceso de divorcio simple, la investigación con células madre, la eutanasia, el rechazo de asignaturas religiosas fundamentales y, sobre todo, acabar con la financiación desigual de la Iglesia católica en España. Son muchos frentes los que tiene que atajar la Iglesia. -Porque la Iglesia se compromete con la defensa de la verdad del hombre. No se limita a decir que determinada conducta es inmoral y que quien la practique se pase por el confesionario. Le preocupa que determinadas medidas obstaculicen una convivencia realmente humana. A la vez recuerda que la caridad se ha de vivir con todos, no sólo con los despistados sino incluso con los enemigos, si alguien se empeñara en serlo. -¿Deben tener los poderes públicos en cuenta la creencias religiosas de la sociedad española? -El artículo 16.3 de la Constitución lo dice expresamente. -El que haya habido de miles de españoles que hayan viajado a Roma para asistir al funeral del Papa, ¿debe hacer reflexionar al Gobierno sobre la religión que se practica en España? -Es un detalle elocuente pero relativamente secundario. El Gobierno debe respetar la Constitución, sea cual sea el número de peregrinos. No debe imponer a los ciudadanos cómo han de satisfacer sus necesidades. La ministra de turno ha tenido que archivar sus minipisos al comprobar que los ciudadanos no quieren vivir en casas de muñecas. No sé por qué con las necesidades espirituales habría que actuar de otro modo. -En países con larga tradición democrática y laica, las posturas de un número importante de congregaciones católicas han tomado militancia activa en defensa de sus convicciones. ¿Es este el paso que tienen que dar los católicos españoles? -Termino mi libro 'España: ¿un Estado laico?', que acaba de editar Civitas, aludiendo a un 'laicismo autoasumido'. No me preocupa tanto que un Gobierno pueda tener la tentación de arrinconar a los católicos; me preocupa más que éstos, preocupados de no imponer sus convicciones, se callen mientras los demás imponen las suyas. La democracia consiste en que cada cual haga sus propias propuestas. Para hacer las ajenas ya habrá otros. El Papa -¿Qué ha significado para usted la figura de Juan Pablo II. -Ha sido un regalo de Dios para la humanidad. Personalmente, nunca olvidaré las cinco oportunidades en que tuve ocasión de saludarle personalmente en Roma y que en una de ellas me hiciera la señal de la cruz sobre la frente, como le solicité. Rebosaba afecto. Le dedicaré otro libro, que recoge trabajos sobre su aportación a la tolerancia y los derechos humanos, ahora en imprenta: 'Derecho a la verdad'. -¿Cómo debe ser el nuevo Papa? -Como Dios quiera. Será el Vicario de Cristo no el de los cardenales o, menos aún, el mío. -Usted es buen conocedor de la Iglesia, ¿se atrevería a apostar por el nombre de un nuevo Papa? -Conozco la Iglesia lo suficiente como para saber que sería absurdo apostar. Por cortesía del autor y del editor publicamos uno de los capítulos del libro citado. Editor: Autor:: Andrés Ollero Título: España: ¿un Estado laico? Capítulo 13: ¿UN LAICISMO AUTOASUMIDO? Después de los hechos analizados y de las reflexiones recogidas, preguntar si España es o no un Estado laico no da derecho a recibir una fácil respuesta. Dependerá en primer lugar de qué se entienda por tal. Si laico se entendiera en clave laicista, como drástica separación entre los poderes públicos y cualquier expresión, institucional o meramente social, del fenómeno religioso, el Estado español no lo sería en absoluto. Ello no deja de constituir una buena noticia; no parece en efecto serlo mala que en un Estado cualquiera la Constitución sea tomada en serio. Propugnar el laicismo es sin duda legítimo; tan legítimo, por lo menos, como proponerse cambiar la Constitución. Lo que no lo sería tanto es imponer, de uno u otro modo, tal propósito sin molestarse en conseguir que dicho cambio llegara a producirse. Si laico se entiende más bien con arreglo al paradójico concepto de "laicidad positiva" que el Tribunal Constitucional ha manejado en alguna ocasión, el Estado español lo es sin duda desde una perspectiva institucional, dado que por tal se entiende la mera aconfesionalidad. En la medida en que se confundiera (por remedar a Rawls) la neutralidad de propósito que la aconfesionalidad exige con una imposible neutralidad de efectos o influencias, lloverían las denuncias de confesionalidad sociológica; lo cual no dejará también de ser buena noticia. Sería un claro síntoma de que se está llevando a cabo el principio de cooperación que el texto constitucional hace derivar de un concepto auténticamente positivo de laicidad. Si laico, por último, se entiende efectivamente en esta dimensión indisimuladamente positiva de la laicidad, que implica que "los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española" -no para intentar arrinconarlas en la privada intimidad, sino para mantener "las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones"- lograr que el Estado español sea realmente laico exigirá profundizar en el debate arriba reflejado. De lo contrario, acabarían dándonos por laico lo laicista o, en el mejor de los casos, lo meramente aconfesional. La cooperación generará obviamente desiguales efectos para una u otra confesión, pero sería absurdo poner por ello el grito en el cielo como si estuviéramos volviendo encubiertamente a la confesionalidad. También el apoyo de los poderes públicos a los partidos y sindicatos resultará sin duda entre ellos desigual; en la medida en que los primeros logren más o menos respaldo electoral o a los segundos quepa o no considerarlos "más representativos". Derivar de ahí que estamos volviendo al Movimiento Nacional o resucitando los sindicatos verticales invitaría a pensar que para alguien sólo hay imparcialidad cuando es él mismo el que sale ganando. ¿Existe hoy un designio político para intentar imponer en España un modelo laicista ignorando la Constitución? La pregunta, que va mucho más allá de un suspicaz juicio de intenciones, exige como respuesta un inevitable -discutible, sin duda, y difícilmente imparcial- análisis político. No me parecería honrado ahorrarme el mío. En algún momento de mis diecisiete años de actividad parlamentaria aproveché una conversación relajada con un buen amigo socialista para preguntarle por qué abundaban en algunos de los líderes de opinión de su partido -por entonces en el Gobierno- las críticas ácidas a la Iglesia Católica o a algunas de sus más activas instituciones. La respuesta fue tan sincera como ilustrativa. Algo así como: somos un partido que al cabo de cien años ha abjurado del marxismo, que le había servido hasta hace poco de obligada identidad. Hemos sufrido la caída del muro, que se ha llevado por delante el llamado socialismo real. Para poder sentirnos con cierta convicción representantes de los obreros tenemos que vestirnos de tales, porque obviamente no lo somos en el sentido que históricamente llevó a acuñar tal calificativo. Por lo demás, en todas nuestras Agrupaciones existe aún un viejo militante, de los que vivió los años de la república, que es para todos como el tótem de la tribu; para ayudarle a sentirse en su partido de siempre, sólo podemos ya ofrecerle como signo de identidad algún que otro exabrupto anticlerical... El diagnóstico, aun viniendo de un honrado intelectual militante y por entonces diputado socialista, dista de ser apodíctico. Lo que sí queda fuera de discusión es que una decena de años después de formularse se producía un hecho, al menos por infrecuente, histórico: un partido de centro-derecha lograba limpiamente en las urnas la victoria por mayoría absoluta. El alcance de este resultado desbordaba con mucho la mera rutina de la alternancia democrática. Durante catorce años la dialéctica derechas-izquierdas había servido en España de sólido fundamento para excluir como deseable una alternativa política de tal signo. Las pensiones, como expresión arquetípica de un consolidado Estado de bienestar, correrían con ella grave peligro; no sólo se gobernaría sin los trabajadores sino contra los trabajadores. La inédita mayoría absoluta daba ahora fe de que también este muro había acabado cayendo, tras cuatro años en los que se había creado más empleo que nunca y se habían mantenido progresivas políticas sociales. Había quedado demostrado que en España los trabajadores no eran propiedad política de nadie. Ante este nuevo panorama caben dos opciones. La más lógica sería aprestarse a la abierta polémica inseparable de toda democracia madura: convencer al ciudadano de que se solucionarán sus problemas mejor que si gobernara el adversario político; renunciando a demonizarlo, para poderlo excluir 'a priori' como posible alternativa. La apuesta parece bastante elemental, pero no lo es tanto en un país donde se sigue votando en buena medida contra alguien y, en consecuencia, las elecciones no las gana la oposición sino que las pierde el que está en el poder, siempre que con sus errores ponga en ello muy particular empeño. A nadie puede pues extrañar que desde una angosta y artificial mayoría se dediquen, al cabo de un año, los mejores esfuerzos a demonizar retroactivamente a esa mayoría absoluta que es ya patrimonio de los historiadores. ¿Puede alguien haber pensado, como nuevo dilema capaz de excluir al contrario, en articular la polémica política en torno a un eje laico-carca? Cuando unos universitarios lo preguntaron no hace mucho a un curtido diputado socialista, cargado de experiencia de gobierno, su respuesta fue doble. Sería muy arriesgado apuntarse a eso en un país que en un noventa por ciento (las cuentas son suyas..) es católico; pero el simple hecho de que a vosotros os lo parezca demuestra ya que se está cometiendo un grave error político. Este novedoso dilema entre creyentes y laicos ha funcionado sin duda en Italia, aunque siempre haya marcando más la vida cultural que la política; pero nunca cabe descartar que una importación de ese tipo funcione. La de la fórmula francesa 'nacional-catolicismo' no ha dejado de dar en España un nada despreciable juego, sobre todo para acomplejar a los propios católicos. Lo de tachar al adversario de carca no es que constituya precisamente una fórmula futurista; basta con acercarse al diccionario, que nos remitirá por el túnel de la historia hasta 'carcunda': "del gallegoportugués, designación de los absolutistas en las luchas políticas portuguesas de principios del siglo XIX. Adjetivo despectivo: carlista, y por extensión, persona de actitudes retrógradas". Se ve que determinado progresismo tiende a jugar con ventaja; al fin y al cabo, tampoco lo de las derechas y la guerra civil dejaba de oler a rancio. Nunca falta quien vislumbre el progreso por el retrovisor. En cualquier caso, no creo que en España la laicidad pueda estar en peligro porque una minoría laicista pueda hacerse con el control del poder político o de determinados medios de comunicación. A la hora de la verdad, la realidad sociológica se acaba imponiendo hasta empujarlos al esperpento. En Sevilla, por ejemplo, el Alcalde socialista impone personalmente una medalla de la ciudad a la Virgen del Rosario de Monte-Sión (pronúnciese 'Montensión', como hacemos los sevillanos) recién coronada canónicamente; aprovecha para largar una homilía laicista en la que se declara racional hasta el escepticismo, pero muy respetuoso con las emociones de los demás. Apenas una semana después, oteando emociones, hace formar en plena mañana de domingo a la policía municipal en traje de gala para que le escolte en procesión cívica a la catedral; asiste allí a una Misa de Pontifical celebrada por el señor Cardenal, ubicándose en lugar destacado para facilitarle que pueda darle la paz con arreglo a las rúbricas, finalizada la plegaria eucarística. Se celebraban los cincuenta años de la coronación canónica de la Virgen de la Amargura; por la tarde, cuando el 'paso' se detiene en la puerta del Ayuntamiento saludando a la ciudad, el Alcalde considera ya suficientemente santificada la fiesta y opta por quitarse de en medio; tiene sin embargo la racional precaución de dejar abierto de par en par el balcón principal, para que desde él puedan llover masivamente pétalos de flores sobre la imagen. Laicismo en versión andaluza... Sí es cierto que cada vez que los obispos católicos cumplen con su deber de orientar a sus fieles, en materias no sólo de fe sino también de costumbres, alguien desde el Gobierno les acusa de injerencia política animándoles a guarecerse en la sacristía hasta que escampe. No deja de constituir una imaginativa versión del principio de cooperación. Tampoco falta alguna ministra que reprocha a los obispos que defiendan sus valoraciones morales apoyándolas en contrastados datos científicos, como el porcentaje de fallos que pueda llevar consigo el uso del preservativo; por lo visto, tales datos pierden validez científica cuando quien hace uso de ellos ha recibido el sacramento del orden. Casi siempre, demostrando por lo demás gran finura intelectual, tales reparos se ven acompañados por alusiones al no resuelto sistema de financiación; no se sabe si para dar a entender que los Gobiernos lo vienen manteniendo en suspenso con la desatinada esperanza de comprar silencios, lo que no tendría otro efecto que dejar en evidencia al frustrado comprador. No es menos cierto que los obispos católicos tienden a moverse con excesiva desenvoltura en una delicadísima frontera argumental: la que linda entre la libre evaluación moral de iniciativas gubernamentales y su directa descalificación política. No es lo mismo afirmar que la propuesta de un matrimonio entre homosexuales es un atentado a la moral natural, de la que la Iglesia Católica argumentalmente se hace intérprete, que poner en duda que el Gobierno tenga competencia (obviamente política) para proponerla, o el Parlamento para debatirla y aprobarla. La reflexión sobre la frontera entre moral y política es sin duda delicada; pero sobre una posible identificación entre Conferencia Episcopal y Tribunal Constitucional en un Estado laico (entiéndase tal calificativo como se entienda) no hay nada que debatir. Serán los fieles laicos, a través de las vías políticas de rigor, quienes deban exigir que cada poder público cumpla la función que la Constitución le otorga. De lo contrario, puede acabar malinterpretándose -incluso interesadamente- que es el propio sistema democrático constitucional, y no la calidad moral de desafortunadas medidas de quien de modo transeúnte ejerce sus poderes, lo que se pretende cuestionar. En todo caso, pretender culpar a un pérfido laicismo socialista de según qué cosas es sin duda una demasía. El problema, cuando existe, tiene con frecuencia muy diverso origen. Vuelvo a un ejemplo. El Consejo General del Poder Judicial se halla situado en el centro de la polémica política, porque una mayoría de jueces conservadores funciona sin fisuras a la hora de decidir los nombramientos de cargos judiciales y de adjudicar, a su gusto, a los progresistas la cuota que consideran oportuna. Lo mismo que hicieron éstos cuando se les brindó ocasión. El Gobierno se considera obligado a cambiar sobre la marcha por ley las reglas del juego para imponer así sus criterios. Esa mayoría conservadora, sin embargo, no ha funcionado siempre sin fisuras; en una memorable ocasión parte de ella pactó sin previo aviso con sus eternos rivales: a la hora de elegir a un juez para que formara parte de la Comisión Nacional de Reproducción Asistida. Se trataba así de evitar una catástrofe: que el elegido fuera -como estaba inicialmente previsto- un juez de prestigio indiscutido, pero nada menos que católico y padre de familia numerosa; cabría pues esperar que actuara de acuerdo con sus convicciones, previsiblemente nada proclives a permisivismos bioéticos. Todo parece indicar que a los vocales conversos debió impresionarles mucho argumentaciones tan razonadas como la de un miembro de la citada Comisión que había considerado, en un artículo de prensa, "preocupante", que se buscaran para ese cargo no "simplemente personas competentes en la materia" (secundario aspecto que no parecía discutir) "sino católicos más o menos aguerridos", cuando "la función fundamental de la bioética debería ser la de luchar contra el prejuicio, que en esta materia tiene casi siempre un origen religioso". Por si no quedaba clara la enjundia de su neutra actitud, apostillaba: "es como si la jerarquía de la Iglesia católica (quizás la única institución que, en nuestro Estado de Derecho, está organizada sobre la base de la discriminación sexual) se le hubiese pedido que asesorase sobre un programa de acción afirmativa en favor de la mujer". Abrumados por tal alegato en favor de la neutralidad, estimaron que en tales circunstancias su candidato inicial no sería sin duda el más adecuado para tal órgano en una sociedad pluralista. Se supone, por lo visto, que el resto de los miembros de la citada Comisión o no tienen convicciones, o se guardan muy mucho de actuar con arreglo a ellas. Craso error, como el ya citado comisionado se encarga generosa y repetidamente de ilustrar. Interrogado sobre uno de los más polémicos problemas planteados, sentenció del modo más neutro que pudo: "no creo que hubiera ningún problema ético en la creación de embriones para la investigación". No se trata pues de que él, en coherencia con sus convicciones, se declare a favor de tal práctica, o proponga a tales problemas determinada solución; su convicción es tan berroqueña que le permite darlos sin más por inexistentes. Sí se confiesa poseedor del secreto del problema que induce a que parezcan existir problemas: "el problema en España es la Iglesia católica, que no es razonable frente a esta cuestión. Quizás necesitemos que haya más católicos valientes y con coraje". Cuando uno se instala en la neutralidad, y se autoproclama árbitro de lo razonable, resulta fácil mantener a raya a los que pretenden imponer sus convicciones, logrando así imponer las propias sin ni siquiera argumentarlas. Sólo tendrá patente de razonable quien le dé la razón1. La citada Comisión acabaría así, en aras de tan original pluralismo de pensamiento único, en un remedo de las Cortes franquistas; como en ellas, nuestro irenista comisionado podrá amonestar a algún perturbador discrepante (escudriñando previamente, contra el artículo 14 y el 16.2 CE, en sus convicciones religiosas): "por favor, señoría, no me divida la Comisión". Los vocales conversos acabaron garantizando de este modo un curioso pluralismo con inevitable vocación de unanimidad. Mientras los que piensan una cosa la convierten en neutral, los que defiendan la contraria habrán de optar por callarse educadamente, para evitar la crispación; con la que producen los nombramientos dentro de la propia carrera, donde no se concede a nadie patente de neutralidad, parece ser suficiente. Pienso, pues, que sean cuales sean las simpatías que el laicismo pueda despertar en cada cual, resultaría injusto achacarle triunfos que le son ajenos. Todo invita a pensar que los aludidos vocales del Consejo no son laicistas, o al menos no se saben tales. La obvia discriminación sufrida por el católico de turno puede más bien deberse, paradójicamente, al déficit de laicidad que es fácil todavía observar dentro de la propia Iglesia Católica. Sólo quien profesa la fe del carbonero y, ante problemas que su propia confesión considera de ética natural, se confiesa incapaz de aportar argumento racional alguno -descartada la invocación a un sobrenatural argumento de autoridadpuede considerarse obligado a inhibirse, para que no le acusen de imponer sus convicciones los que le acabarán imponiendo las propias. Sigue predominando por otra parte entre los ciudadanos católicos, ante cualquier propuesta política que contravenga sus convicciones, la exigencia no pocas veces airada de que los obispos defiendan de inmediato con claridad ante la opinión pública la postura católica; como si los obispos no fueran tanto sus pastores sino sus representantes políticos. Ignoran con ello que la polémica política es tarea prioritaria de los fieles laicos y no de su jerarquía eclesiástica. Con motivo de coloquios suscitados por el proyecto de ley destinado a inventar el matrimonio homosexual, he llegado a oír más de una vez que la mayoría de los ciudadanos lo comparten. Nada más ajeno a la realidad. Lo que sí parece cierto es que casi todos los que suscriben tal opinión, católicos incluidos, se muestran convencidos de que en cuestiones de ese tipo remitirse a lo que la mayoría pueda pensar implicaría una rechazable imposición de convicciones; es obligado pues que la minoría imponga la suya. Hay que reconocer que, para practicar con ejemplar fidelidad este laicismo autoasumido no hace falta ser miembro de ningún Consejo. Se acepta torpemente que los que rechazan la milenaria configuración de la institución matrimonial son asépticamente neutrales y se ahorra uno el debate. Puede considerarse sintomático, a la hora de evaluar el predominio de este laicismo autoasumido en los comportamientos individuales de la ciudadanía española, el hecho sin duda llamativo de que, a diferencia de lo ocurrido en Alemania, Francia2 o 1 No es extraño el estupor ante lo positivo de los resultados de tan peculiar ética discursiva: aunque existieran "hondas diferencias", "no impiden que se pueda llegar a acuerdos prácticos con sorprendente facilidad". Sobre todo, una vez convertido el consecuencialismo en dogma de fe: la postura de la Iglesia sería "irrazonable" por sus "consecuencias inaceptables": "negar a los enfermos de Alzheimer, Parkinson o diabetes el derecho a obtener (a la esperanza fundada de obtener) una curación de sus enfermedades". Para evitar toda confusión, aclara que "lo que aquí se está calificando como irrazonable no es asumir una actitud religiosa, sino la doctrina de la Iglesia católica" -M.ATIENZA Investigación con embriones: la ética de lo razonable "El País" 6.III.2003. 2 Un análisis del planteamiento francés desde la perspectiva liberal en P.RIVAS PALÁ Laicismo y sociedad liberal. Nota sobre la prohibición del 'foulard islamique' en las escuelas francesas "Revista del Poder Judicial" 2004 (73), págs. 217-232. M.SALGUERO detecta una "reafirmación del laicismo militante", que considera a Italia, la presencia de símbolos religiosos en las aulas de centros públicos docentes se haya convertido en cuestión sobre la que no existe regulación específica, ni haya llegado a las más altas instancias judiciales3. Esto me llevó a recordar que algún alarmista me mostró en cierta ocasión su inquietud ante la posibilidad de que entre nosotros pudiera surgir también ese problema. Hube de tranquilizarlo al respecto; difícilmente podría suceder entre nosotros, dado que a estas alturas no creo que queden muchos de esos símbolos. A diferencia de lo ocurrido en esos países, han ido siendo suprimidos por la vía de hecho sin resistencia ni polémica alguna. Sin duda, los colectivos más sensibilizados al respecto se relacionarán en mayor medida con centros educativos confesionales; pero la posible desaparición de tales signos de los centros públicos sin resistencia relevante marca también una curiosa asimetría con entornos culturales teóricamente más laicistas que el español. La laicidad positiva, que -como hemos visto- consiste en que los poderes públicos tengan en cuenta las creencias de la sociedad española, está sometida a una inevitable condición: que los propios creyentes no se autoconvenzan 'a priori' de que las suyas, por misteriosas razones que no compete al Estado descifrar, no deben ser tenidas en cuenta. La Constitución reconoce a todos los españoles el derecho a disfrutar de un Estado laico. Esperar que lo sea tanto como para encargarse de proporcionar a la Iglesia Católica los laicos de los que a veces parece carecer quizá sea pedir demasiado. INDICE DEL LIBRO PREFACIO ............................................................................................................. (6) 1. ESTADO LAICO Y RAICES CRISTIANAS.................................................................. (9) Un concepto enigmático ..............................................................................(11) Adiós a la cuestión religiosa..........................................................................(13) 2. EL DISEÑO CONSTITUCIONAL .............................................................................(15) Los límites de la libertad religiosa ................................................................ .(16) Todos tenemos convicciones ...................................................................... .(21) El azaroso alcance constitucional de la objeción de conciencia................................... .(24) Contra separación cooperación, con la Iglesia Católica al fondo ......................................................................................... .(28) 3. LOS PODERES PÚBLICOS ANTE LA LIBERTAD RELIGIOSA.......................................(34) Libertad religiosa de segunda generación ..................................................... .(35) Estado neutral, neutro o neutralizador ..........................................................(39) 4. LAICIDAD Y LAICISMO .......................................................................................(47) A la búsqueda de una laicidad positiva ..........................................................(48) Laicidad versus clericalismo ....................................................................... .(51) 'Cuius regio eius non-religio' ........................................................................(56) 5. EL FANTASMA DE LA CONFESIONALIDAD SOCIOLÓGICA .......................................(67) Protección en paralelo de lo ideológico y lo religioso ..........................................................................................(67) Multiculturalismo con excepción religiosa ...................................................... (72) Radicalismo individualista como trasfondo .....................................................(76) Erradicar la laicidad ....................................................................................(81) la escuela como "templo del laicismo", al apuntar "el exceso de identidad simbólica que se hace revertir en el velo islámico" -El laicismo y la neutralidad como instancias de legitimación. A propósito de la prohibición del velo islámico en Francia en Multiculturalidad y laicidad. Apropósito del Informe Stasi (Iñaki Lasagabaster dir.) Pamplona, Gobierno Vasco - Lete argitaletxea, 2004, págs. 69, 72 y 74. 3 En opinión de Mª.C.LLAMAZARES CALZADILLA -La presencia de símbolos religiosos en las aulas de centros públicos docentes en La libertad religiosa y de conciencia ante la justicia constitucional (cit. nt. 12), pág. 559. También B.ALÁEZ CORRAL reconoce, al referirse a su posible exhibición por padres o alumnos, que no conoce precedentes judiciales en nuestro país -Símbolos religiosos y derechos fundamentales en la relación escolar (cit. nt. 217), nt.112 de la pág. 121. 6. LA APORÍA DE LA IGUALDAD RELIGIOSA ........................................................... .(85) Pluralismo o pluralidad planificada ................................................................(86) Ateos confesos ...........................................................................................(92) Imposible neutralidad de efectos ..................................................................(99) 7. DELIMITACIÓN TEÓRICA Y CONTRASTE PRÁCTICO .............................................(105) Surtido de libertades .................................................................................(105) Laicidad y religión en el ámbito laboral.........................................................(109) 8. EL PRINCIPIO DE COOPERACIÓN ......................................................................(116) Una libertad religiosa real y efectiva ...........................................................(117) Con los principios hemos topado ................................................................(119) Confesiones y sectas ................................................................................(123) 9. COOPERACIÓN PROPORCIONADA .....................................................................(129) Religión y Fuerzas Armadas .......................................................................(130) Asignación tributaria .................................................................................(137) De corporación de derecho público a confesión ............................................(143) 10. ACUERDOS CON OTRAS CONFESIONES EN ARAS DE LA IGUALDAD ....................(146) Efectos civiles de los ritos matrimoniales .....................................................(148) Muestrario de quejas con los Acuerdos al fondo ...........................................(156) 11. RELIGIÓN EN LA ESCUELA .............................................................................(162) Libertad de enseñanza e ideario docente .....................................................(163) Educación y formación religiosa y moral ......................................................(169) La inacabable polémica de las clases de religión ...........................................(176) 12. PONDERADA DELIMITACIÓN DEL ALCANCE DEL DERECHO ................................(187) Vida y transfusiones de sangre ..................................................................(190) Callados en Misa ......................................................................................(193) Centros con ideario y empresas de tendencia ..............................................(194) Objeción y libertad de conciencia ...............................................................(199) 13. ¿UN LAICISMO AUTOASUMIDO? .....................................................................(203) JURISPRUDENCIA DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL ..............................................(216) REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ...........................................................................(219) © ASOCIACIÓN ARVO 1980-2005 Contacto: mailto:webmaster@arvo.net Director de Revistas: Javier Martínez Cortés Editor-Coordinador: Antonio Orozco Delclós