CULTURA EL PAÍS, martes 2 de mayo de 2006 41 El Ermitage despliega en Valencia la pasión rusa por el arte español Ludmila Kagané, conservadora del museo, explica el origen de una colección de referencia FERRAN BONO, Valencia La emperatriz Catalina II fue embajadora de la ilustración en Rusia y responsable de la apertura de uno de los museos más importantes del mundo, el Ermitage de San La emperatriz de Rusia Catalina II confirmó todos los privilegios de los nobles y convirtió en siervos a centenares de miles de campesinos libres con el fin de afianzar su poder, pero fue al mismo tiempo la gran embajadora de la ilustración en su país y responsable de abrirlo al arte que en sus tiempos se hacía en Occidente. Corría el siglo XIX cuando se adquirió la mayor parte de las obras de Ribera, Murillo o Velázquez que se muestran en la colección permanente del Ermitage. Alrededor de 200 piezas forman estos fondos de pintura española. Ahora, una selección de 24 de estos cuadros, todos ellos de pintores valencianos (Juan de Juanes, Ribera, Ribalta...), se exhiben hasta el 16 de julio en el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (Muvim). Con motivo de esta exposición, que incluye obras maestras de Ribera, Ludmila Kagané, la gran especialista de pintura española del Ermitage, explica cómo la formación de esta notable colección está vinculada a los avatares de la historia de España y de Rusia. “Catalina II fue la impulsora. Ella compró, por ejemplo, un cuadro del taller de Ribera que adornaba la galería del príncipe Potemkin”, explica. Petersburgo. El primer edificio, un anexo al Palacio de Invierno, se erigió en 1764. Y pronto albergó una excelente colección de pintura española antigua. El Ermitage fue “la primera pinacoteca fuera de España” que inauguró una sala dedicada exclusivamente a artistas españoles, subraya la conservadora jefa de pintura antigua y especialista en pintura española del museo ruso, Ludmila Kagané. Dos de los cuadros de Juan de Juanes propiedad del Ermitage que se exponen en el Muvim. / JESÚS CISCAR Ahora todo está abierto para nosotros. Antes no teníamos relaciones diplomáticas con España, por ejemplo. Por eso era todo más complicado”. En cualquier caso, el Ermitage siempre “fue un museo abierto a todos”, apunta. Con unos fondos de tres millones de obras de arte de todo tipo, el museo de San Petersburgo es “como el Louvre o el Metropolitan, en el sentido de que dentro de él hay diferentes museos”. “Tenemos parte del arte primitivo oriental antiguo y moderno, el arte de Grecia, de Roma, de Rusia. Es un museo tan grande que es un museo del arte en general, de la historia de culturas. No sólo del arte occidental, que es sólo una parte de él”, agrega en un correcto castellano. Un interés compartido “El zar Alejandro I, cuando visitaba Amsterdam, solía ir a la galería de William Coeswelt. Este banquero había vivido en Madrid durante la guerra napoleónica y había atesorado una excelente colección de pintura española e italiana. Alejandro I apreció la colección y compró en 1814 los 84 cuadros de pintura española. Los zares siempre compraron pintura española. Luego, cuando Manuel Godoy, el valido de Carlos IV, vendió su colección [en el exilio, en 1831], también muchas de las obras pasaron a formar parte del Ermitage. Además, la hija de Hortensia Beauharnais vendió sus obras a Nicolás I, entre las que se hallaban piezas de artistas españoles. Un cónsul ruso en Cádiz también compraba obras especialmente para el Ermitage. Mientras que el embajador español en San Petersburgo trajo consigo cuadros españoles que fueron adquiridos por el museo. Más tarde, se incorporaron cuadros comprados en París. Después de la revolución, ya entraron en el Ermitage obras de Zurbarán, de Picasso y de otros, procedentes de colecciones privadas”. Así se creó la notable colección española del Ermitage. “Tenemos unos fondos muy importantes de pintura española del siglo XIX y XX, pero yo soy conservadora solamente de Dimensiones gigantescas Ludmila Kagané, conservadora del museo del Ermitage. / JESÚS CISCAR pintura antigua. Ahora he encontrado, por ejemplo, muy interesantes las obras de Mariano Maella, los retratos que pintó de los Borbones, de Carlos III, que fueron hechos por orden de Catalina II. Habían sido mencionados por la literatura y estaban en los depósitos del Ermitage”, apunta la conservadora, que se muestra prudente cuando se le pregunta por perio- dos y obras que no sean estrictamente de su especialidad. Prudencia que exhibe también a la hora de analizar los cambios experimentados en su trabajo tras el fin de la Unión Soviética, pero que no le impide pronunciarse abiertamente: “No se puede comparar la situación, porque antes no teníamos posibilidad de viajar para ver, para discutir, para estudiar. Un museo de dimensiones gigantescas que busca también financiación prestando y organizando exposiciones por el mundo. “Hay mucho trabajo que hacer; hay que restaurar muchas obras, preparar informes...”, explica la estudiosa. Ludmila Kagané suspira, esboza media sonrisa y, finalmente, responde a la pregunta de si en Rusia hay nostalgia del pasado soviético: “Depende de la situación de cada persona. En general, me parece que la gente no quiere regresar a los tiempos pasados. Sólo algunos pocos”. Y cómo viven los intelectuales, ¿mejor o peor? “Para los intelectuales es muy difícil vivir siempre, antes y ahora”, contesta, completando su sonrisa. El artista cubano X Alfonso defiende la fuerza del ‘rap’ D. A. MANRIQUE, Madrid Para algunos, X Alfonso encarna el futuro de la música cubana, un antiguo rockero que enhebra elementos tradicionales con rap, electrónica y funk. Alfonso, que vivió varios años en Barcelona, vuelve a España estos días para recoger el premio Artista Latino Revelación, que la Academia de la Música entrega este viernes. X Alfonso (La Habana, 1972) muestra una risueña actitud vital, que sólo cambia cuando llegamos a Habana blues, la película de Benito Zambrano. Cree no representar un hipotético “modelo siglo XXI” de músico cubano, aunque reconoce compartir actitudes con Habana Abierta, Descemer Bueno y otras figuras cosmopolitas: “Somos hijos de la Revolución y, aunque salgamos de la isla, siempre volvemos. Es nuestro sitio y agradecemos los recursos que allí nos ofrecen: yo trabajé meses con docenas de músicos y bailarines para Delirium, un espectáculo que se representó dos noches”. Sus posturas quedan reflejadas en los textos de su disco Civilización (Nuevos Medios). “Me gusta del rap la densidad de sus mensajes, la capacidad para comunicar. Soy genéticamente rockero [su padre fundó el histórico grupo Síntesis] pero, tras escuchar a Tupac Shakur, tuve que cambiar”. Lo que no significa renunciar a la herencia: “En Civilización, inserto congas o un pregón callejero que me enseñó mi abuela. Muy antiguo: lo cantaba el pìñero, que también vendía frutas de Castilla o de Valencia”. Sus experimentos causaron polémica: “Con X Moré, apliqué técnicas del hip-hop a discos de Beny Moré. Lo presenté en una emisora cubana y la primera llamada fue alguien que me echó candela, parecía que había cometido traición a la patria. Expliqué que había respetado las grabaciones originales del Beny y que sólo sumé ideas contemporáneas; los siguientes oyentes fueron más comprensivos”. Para su asombro, X Moré fue candidato a varios premios Grammy. ‘Habana blues’ La sonrisa se le congela con el tema de Habana blues. La historia del protagonista se parece mucho a la suya propia (y la de tantos otros músicos del boom de los noventa). “Estuve en el casting, pero Benito Zambrano prefirió profesionales. Eso sí, yo escribí la mayor parte de las canciones que suenan en la película y me ocupé de materializarlas para que los actores fingieran que cantaban”. Ante su estupor, se propició la formación de una Habana Blues Band que hace exitosas giras con ese repertorio, pero sin su presencia: “Hay mucho descaro, parece un nuevo Milli Vanilli”. Eso sí, paladea la comicidad de la escena de los últimos Goya: “Ganamos como mejor música y subimos no sé cuántos a recogerlo. Y si te fijas, se ve que todos queremos hacernos con la estatuilla”.