Título: “ESTADO Y POBLACIÓN EXCEDENTE A LOS FINES DEL CAPITAL. LA ECONOMÍA SOCIAL COMO POLÍTICA SOCIAL Y COMO ESTRATEGIA DE SUPERVIVENCIA” Eje temático: “Economía social y solidaria” Palabras claves: Economía social. Población excedente a los fines del capital. Política social. Estrategias de supervivencia. Organizaciones de la sociedad civil. Autora: Analé Barrera* (*) Tesista de Lic. en Trabajo Social. Universidad Nacional de la Provincia de Buenos Aires, Tandil. Dirección: Vicente López 654, dpto: 11. Cel.: 249 4497287 E-mail: anibarrera@gmail.com 1 Estado y población excedente a los fines del capital. La economía social como política social y como estrategia de supervivencia El presente trabajo se propone esbozar una reflexión sobre la economía social en tanto estrategia de supervivencia de los sectores más empobrecidos de la sociedad y como componente de la política social a partir del 2003. A partir de este objetivo, se empezará por hacer referencia a las discusiones que surgen en relación a la conceptualización del sujeto que participa de experiencias de economía social ante la situación de pobreza y desempleo o subempleo y al que, por presentar tales condiciones, se dirige de determinadas maneras la política social. Luego, se profundizará en las discusiones acerca de la economía social, planteando los principales ejes de debate. En este punto, se ahondará en las visiones vinculadas a distintos proyectos de sociedad y sus tensiones. Finalmente, se analizarán las políticas sociales que promueven el desarrollo de experiencias de economía social y se abordará el rol que asumen las organizaciones de la sociedad civil con anclaje territorial como mediación entre Estado y población pobre, procurando plantear interrogantes y disparadores para la reflexión. Discusiones en torno a la conceptualización del sector más empobrecido y explotado de la clase trabajadora La instalación del neoliberalismo como régimen y proyecto de sociedad en nuestro país planteó un escenario de concentración de la riqueza y radicalización de la desigualdad, generando condiciones para cada vez mayores grados de mercantilización de la vida social. En este contexto, tiene lugar un proceso de repulsión de la población, que adquiere sus rasgos más evidentes en la década del ’90. Rosati (2008) afirma que a partir de este momento, “… la estructura social argentina presenta como uno de sus rasgos específicos la persistente presencia de fracciones de población que, expropiadas de sus condiciones materiales de existencia, no logran obtener sus medios de vida, dado que no logran vender su fuerza de trabajo en el mercado (o lo logran pero de manera deficiente). La existencia de elevados niveles de desocupación, subocupación y pobreza consolidados que ya no parecen deberse exclusivamente a la coyuntura del ciclo económico, ha puesto de manifiesto la necesidad de lograr una adecuada conceptualización de estas masas de población y de los procesos que se encuentran en su génesis.” (Rosati, 2008: 23). 2 La necesidad de conceptualizar estas masas de población signadas por la precariedad, vulnerabilidad y marginalidad se expresa en los debates que surgen al respecto en el marco de las Ciencias Sociales, vinculados a la posición de este sujeto en la sociedad, sus formas de trabajo y organización colectiva. Salvia (2007) analiza la literatura sobre el tema, identificando dos grandes posturas a partir de interrogantes: “¿Cuánto de las expresiones económicas y sociales que se generan en situaciones de pobreza tienen como origen un déficit en las facultades de integración social que presentan algunos sectores de la población, en términos de poder hacer frente a las demandas productivas y culturales que genera la globalización? O, en su defecto, ¿en qué medida tales expresiones devienen de las propias debilidades que presenta el capitalismo argentino, y no son más que la consecuencia del tipo de comportamiento puesto en juego por una ‘población excedente’ a dicho régimen, pero que al mismo tiempo no reviste para el mismo ningún riesgo? (Salvia, 2007: 2). Aparecen entonces aquí dos tesis que podrían simplificarse de la siguiente manera: Las manifestaciones de marginalidad y exclusión son producto de las dificultades e incapacidades de individuos y sectores de la población para su integración en la sociedad. Las manifestaciones de marginalidad y exclusión son producto de la de la propia forma de organización de la estructura económico-social. En el primer caso, podría incluirse la noción de marginalidad enmarcada en la teoría de la modernización: son los atributos “tradicionales” de los propios sujetos los que explican su marginalidad y representan obstáculos para su “progreso” en la sociedad. En este punto, podrían considerarse también las teorizaciones vinculadas a la idea de “capital social”, con presencia en las políticas sociales actuales. Según las mismas, la solución a las problemáticas de la pobreza y exclusión debería buscarse en las capacidades de los individuos y la auto-organización comunitaria. De esta manera, se la explicación a los problemas mencionados se encontraría en las propias capacidades y atributos de los sujetos. En el segundo tipo de explicación, se encuentran con claridad las posturas ligadas al “Proyecto de Marginalidad” que tiene como principal exponente a José Nun, quien explica a partir de las formas que asume el capitalismo (dependiente) en América Latina, el surgimiento de una “masa marginal” en la superpoblación relativa que, a 3 diferencia del ejército industrial de reserva, sería “a-funcional” o “dis-funcional” (Nun, 1969: 1 a 28). Los calificativos de “integrada/marginal” y de “funcional/dis-funcional” de determinada capa de la población son definidos en relación a los vínculos que la misma establezca con el mercado de trabajo. Nun (1969) entiende que, si bien el componente monopólico es hegemónico, éste se combina y superpone con otros que influyen en las características que asume el mercado de trabajo, señalando que “…los desocupados pueden ser, a la vez, un ejército industrial de reserva para el sector competitivo y una masa marginal para el sector monopolístico.” (Nun, 1969: 6) De esta manera, el autor explica el surgimiento de una “masa marginal” a partir del estudio de la estructura socio-económica de América Latina. Por otro lado, el enfoque de Robert Castel también podría incluirse en el grupo de elaboraciones teóricas que explican la marginalidad y exclusión a partir de la estructura económico-social, manteniendo importantes diferencias con el planteo anterior. Dicho autor ubica a la “exclusión social” como uno de los efectos del “derrumbe de la condición salarial”, ocasionado por la crisis de los años ’70. Según Castel (2004), los “excluidos”: “poblarán la zona más periférica caracterizada por un vínculo perdido con el trabajo y por el aislamiento social. Pero el punto esencial para destacar es que hoy es imposible trazar fronteras claras entre estas ‘zonas’. Los sujetos integrados devienen vulnerables particularmente por la precarización de las relaciones de trabajo y los vulnerables caen todos los días en lo que llamamos ‘la exclusión’. Pero hay que ver en eso un efecto de los procesos que atraviesan el conjunto de la sociedad y se originan en el centro y no en la periferia de la vida social. (Castel, 2004: 24) Identificando así distintas “zonas” entre la integración plena y la exclusión social, reconoce –en el extremo-, la existencia en la sociedad de los “inútiles para el mundo”, quienes “ocupan una posición de ‘supernumerarios’, flotan en una especie de tierra de nadie social, no integrados y sin duda inintegrables, por lo menos en el sentido en que Durkheim habla de la integración como pertenencia a una sociedad formada por un todo de elementos interdependientes.” (Castel, 1997: 415). En este marco, la noción de “desafiliación” –como contracara de la integraciónadquiere centralidad en la explicación. Ésta, “no necesariamente equivale a una ausencia completa de vínculos, sino también a la ausencia de inscripción del sujeto en estructuras dadoras de sentido. Se postulan nuevas sociabilidades flotantes que ya no se inscriben en apuestas colectivas, vagabundeos inmóviles” (Castel, 1997: 421) 4 De esta manera, el autor esboza una adscripción al enfoque de cohesión social de matriz durkheimiana. Si bien explica el proceso de exclusión desde una mirada de la estructura social, pareciera estar concibiendo la integración no en relación a una posición determinada en la estructura social y económica, -tal como en los planteos de Nun- sino en referencia a cuestiones que aparecen más bien difusas: identidad, pertenencia, vínculos, valores. Junto a los debates que hacen a la conceptualización de un sector de la población creciente, se presentan los interrogantes acerca de sus estrategias de supervivencia y formas de organización.1 Salvia se refiere a estas cuestiones, colocando la mirada en los sujetos sociales y el sentido de sus acciones en la estructura social y económica propia de la Argentina contemporánea. “…lo que cabe preguntarse es si los sujetos afectados –en particular, de esa masa todavía casi indiferenciada de trabajadores informales, desocupados, subocupados, indigentes, pobres y excluidosintervienen en alguna medida en la configuración de una trayectoria de transformación social macro. Esto es preguntarse si las estrategias de supervivencia individuales se cristalizan, conducen, potencian o expresan ‘nuevas’ formas sociales, que son “resistencia” a la ausencia de lo ‘viejo’; pero que son también de hecho transformaciones en las dinámicas políticas de nuestra sociedad.” (Salvia, 2007:5). Los interrogantes planteados por el autor son tomados tanto por la academia como por las organizaciones sociales, especialmente a partir de la crisis social, política y económica que encuentra como punto álgido los hechos de diciembre de 2001. Éstos se enmarcan en el debate general acerca de la vigencia de la categoría de “clase trabajadora” y de la centralidad de la matriz sindical de organización. En este contexto, autores como Svampa (2010) plantean la pérdida de centralidad de la condición salarial en las “clases populares” como resultado de las transformaciones señaladas en la Argentina, de la mano del surgimiento de nuevos actores sociales con nuevas formas de organización. Identifican así una modificación de las relaciones de clase y ruptura de lazos de solidaridad que estarían configurando un nuevo tejido social. El mismo tendría como característica principal su territorialidad y el surgimiento “formas de acción colectiva no convencional”. En este 1 Esto es señalado por Hintze (2004), quien señala que en el contexto de América Latina en los años ’60, al calor de las movilizaciones sociales y en el marco del debate teórico entre las corrientes de la teoría de la modernización y de la dependencia, subyacía la pregunta acerca del cambio social. Con la crisis, en las décadas siguientes, de la preocupación por la transformación social se pasaría a la pregunta sobre la capacidad de reproducción del capitalismo en sociedades con grandes masas de población marginal. (Hintze, 2004) De esta manera, se instala el interrogante acerca de la supervivencia: ¿cómo sobreviven estos sectores de la población? 5 marco, se observa “la emergencia de las clases populares plebeyas, asociadas, a partir de los noventa, con la territorialización de la política y el mundo comunitario de los pobres urbanos, de los ‘excluidos’”. (Svampa y otros, 2010: 11). En esta línea, Merklen (2010) asocia el proceso de “desafiliación”, en un escenario de altos niveles de pobreza y desocupación o subocupación, a una “inscripción territorial” en la que se refugiarían los llamados “sectores populares” (Merklen, 2010: 63). La cuestión de la “territorialidad” es así presentada por estos autores como un dato determinante para analizar las formas de organización de las “clases populares” en la actualidad, al mismo tiempo que se vuelve un elemento importante en la planificación e implementación de las políticas sociales. Ante estos análisis que, en el contexto de fines del siglo XX y principios del siglo XXI, ponderan a la “novedad” como un dato de la realidad, es necesario preguntarse qué cambió y qué permaneció a partir de la crisis del 2001, especialmente en lo que respecta a la “clase trabajadora”. En base a autores como Borón (2008)2, se entiende que esta categoría continúa teniendo vigencia, al tiempo que se da cuenta de las profundas transformaciones sufridas y la heterogeneidad resultante en el “mundo del trabajo”. En este sentido, el autor mencionado afirma: “La proliferación de actores sociales no decreta la abolición de las leyes de movimiento de la sociedad de clases: sólo significa que la escena social y política se ha complejizado” (Borón, 2008:126). En esta línea, se considera que los sectores de la población a los que ciertos autores se refieren como “excluidos”, “clases plebeyas” o el ambiguo “sectores populares” ante el notable crecimiento de población pobre, desocupada o empleada en condiciones precarizadas; deben considerarse como la fracción de la clase trabajadora que Marx identificara como “superpoblación relativa” o “población excedente a los fines del capital”. 3 En este contexto, se presenta el problema de si dicho sector de la población continúa manteniendo un efecto funcional en el proceso de acumulación capitalista -en tanto “trasfondo sobre el cual se mueve la ley de la oferta y la demanda de trabajo” (Marx, 2004: 795)- o si, como plantea Nun, es posible identificar una “masa marginal” dis-funcional o a-funcional. En cualquier caso, “es preciso tener en cuenta que cuando hoy hablamos de proletariado nos enfrentamos a dos situaciones distintas. Por un lado, al encogimiento de las filas del proletariado industrial clásico; por el otro, a la extraordinaria ampliación y creciente heterogeneidad que 2 Ver también: y Antunes (2005) e Iñigo Carrera (2009). Ver: Capítulo XXIII “La ley general de la acumulación capitalista” en Marx, Karl (2004), El capital, Buenos Aires, Siglo XXI. 3 6 caracterizan a esta clase como producto de las transformaciones experimentadas por el modo de producción capitalista. En el primer sentido, hay menos proletarios ‘clásicos’ que antes (…); pero en otro sentido podría decirse que jamás ha habido en la historia del capitalismo tantos proletarios como hoy, si bien de un nuevo tipo.” (Borón, 2008: 126).4 En este marco general, en el que se presentan distintas conceptualizaciones visiones sobre el sector de la clase trabajadora ligado a la población excedente a los fines del capital y sus formas de organización, especialmente a partir de la crisis del 2001 en el caso de Argentina; se presenta un debate amplio acerca de la economía social en tanto componente de estrategias de supervivencia y prácticas políticas de este sector. En este debate participan diversos actores: organismos financieros internacionales, gobiernos nacionales, intelectuales de las Ciencias Sociales, fuerzas políticas populares, organizaciones de la sociedad civil, etc. Ante la heterogeneidad tanto de visiones como de experiencias reales que contendría el término de “economía social”, se presentan ciertos interrogantes: ¿Qué perspectivas generales de “economía social” se presentan?, ¿cómo se integran a proyectos de sociedad?, ¿qué tensiones se vislumbran? ¿De qué maneras se incorpora la economía social en la política social en nuestro país?, ¿con qué objetivos? ¿Cómo las organizaciones sociales implementan los programas de economía social diseñados por el Estado? ¿Cómo se incorpora a la economía social en el repertorio de prácticas políticas de los sectores más empobrecidos de la sociedad?, ¿de qué formas se vincula con las estrategias de supervivencia que emprenden? “Economía social” como término en disputa. Las perspectivas de integración y transformación social. 4 Entendiendo que la clase trabajadora no ha desaparecido sino que, muy por el contrario, se ha extendido y fragmentado, se presenta la noción de “pobretariado” que hace alusión al sector más empobrecido de la clase trabajadora, ese sector al que Nun (1969) se refiriera como “masa marginal”. Frente a los impactos de la referida ofensiva contra la clase trabajadora que significaron la implementación de políticas neoliberales y, junto con esto, ante las características particulares de los países de América Latina; es interesante el debate que se presenta sobre cuál es el sujeto revolucionario. Para profundizar en el tema, ver: Collusi, M. (2010), Neoliberalismo y “pobretariado”: ¿hacia un nuevo sujeto revolucionario? En Política y Sociedad n° 47. Escuela de Ciencia Política, Universidad de San Carlos de Guatemala. 7 La economía social ha cobrado inusitada relevancia en América Latina desde los comienzos del nuevo siglo. Esto se explica en parte a partir de la resistencia de aquellos sectores sociales que, ante la embestida del neoliberalismo, quedaron despojados de sus derechos sociales. La creatividad popular posibilitó el surgimiento de variados emprendimientos asociativos orientados a satisfacer múltiples necesidades económicas, sociales y culturales. En estas experiencias confluyen las tradicionales expresiones de la economía social, como el cooperativismo y el mutualismo, con las tradiciones comunitarias desarrolladas desde épocas pre-colombinas por los pueblos originarios de América. En un contexto marcado por una espiral ascendente de lucha social, “(…) se originó un proceso de apropiación y de resignificación de las prácticas cooperativas y autogestionarias por parte de diversas organizaciones sociales (…) [que] encontraron en las prácticas cooperativas un camino para resolver diversos problemas vinculados a la situación de desempleo que atravesaban sus miembros.” (Ciolli y Roffinelli, 2009: 122). Al mismo tiempo, en el caso de Argentina, se implementan políticas orientadas al desarrollo de experiencias de economía social desde una perspectiva de integración al sistema capitalista, de promoción del “capital social” y contención del conflicto social; dirigiéndose especialmente al sector de la población más empobrecido, subocupado o desocupado. Otros países de la región, en cambio, han asumido una visión que incorpora a la economía social como pilar de la economía nacional. Los gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia han reconocido el campo de la economía social, institucionalizando espacios de poder ganados por organizaciones populares en sus constituciones nacionales5. Se evidencia así que el contenido y significado de la economía social es tan contradictorio como disputado. No será el objetivo del presente trabajo discutir el término “economía social”, entendiendo que la utilidad del mismo tiene un carácter más descriptivo que analítico o 5 Ver: Art. 118 de la Constitución Venezolana en http://www.gobiernoenlinea.ve/docMgr/sharedfiles/ConstitucionRBV1999.pdf. Art. 281 de la Constitución Ecuatoriana en http://asambleaconstituyente.gov.ec/documentos/constitucion_de_bolsillo.pdf y Decreto presidencial del Pte. Rafael Correa Delgado N°1061. Febrero, 2012. Art.306 de la Constitución Boliviana en http://www.vicepresidencia.gob.bo/Portals/0/documentos/DOC.FINAL_CONSTITUCION_POLITICA DEL_ESTADO.pdf 8 explicativo en tanto es utilizado genéricamente desde distintas perspectivas (Salvia, 2007: 16). Hintze (2010), se pregunta cuáles son los elementos comunes que caracterizan a la economía social y, basándose en Coraggio, distingue dos niveles de acuerdo a los que se habría llegado hasta el momento: “a. Respecto de las formas microeconómicas, las organizaciones de trabajadores que se asocian se caracterizan por: la producción para el mercado no orientada por la ganancia, sino por la generación de autoempleo e ingresos monetarios; compras conjuntas que mejoran el poder de negociación en el mercado; socialización de riesgos; autoprovisión de crédito; producción conjunta de medios de vida para su propia reproducción (materiales, como alimentos o vivienda, pero también culturales, como celebraciones) o para su comunidad, del tipo de infraestructura productiva, hábitat, servicios públicos. A ello puede agregarse la generación de sus propios mercados y monedas. b. A nivel sistémico: no separación del trabajo y la propiedad y gestión de los medios de producción y el producto; libre asociación, autogestión y trabajo cooperativo; organización de los factores de la producción con predominio del factor trabajo, siendo los lazos interpersonales parte de las relaciones sociales de producción; el valor de cambio, si bien no desaparece en tanto parte de una economía de mercado, tiende a estar subordinado al valor de uso; concepto de eficiencia no reductible al de productividad.” (Coraggio, 2007d:18; citado por Hintze, 2012:38) Partiendo de estos acuerdos y sin quitarle importancia a la discusión más conceptual6, en esta oportunidad se intentarán plantear diferentes voces y actores que aparecen promoviendo el desarrollo de la “economía social”, procurando vislumbrar las tensiones existentes y los proyectos de sociedad en los que ésta adquiere sentido. De esta manera, se tomarán a continuación las reflexiones de distintos autores que analizando desde las políticas de Estado, las teorizaciones sobre el tema hasta la multiplicidad de experiencias concretas; identifican distintas visiones y posicionamientos. 6 Coraggio plantea en distintos trabajos una rica discusión y reflexión sobre la noción de “economía social”; proponiendo un enfoque teórico “sistémico” (Salvia, Consideraciones) que incluye la distinción y utilización de determinados conceptos: “…hemos propuesto que el concepto de Economía del Trabajo tiene el mayor potencial para organizar el pensamiento teórico para organizar las investigaciones y el diseño de estrategias ante las teorías de la Economía del Capital y de la Economía Pública. También hemos adoptado el término de Economía Solidaria para definir lo que consideramos es la corriente ideológica más significativa para impulsar la economía social en América Latina. Y finalmente, para tener un concepto-paraguas referido a las organizaciones usualmente entendidas como organizaciones “económicas” voluntarias que buscan a la vez un resultado económico en sentido amplio (no sólo pecuniario) y un producto en relaciones sociales, hemos adoptado el concepto de Economía Social.” (Coraggio, 2002: 6) 9 Hintze (2010) se refiere a las diferentes visiones en las que se basan las políticas públicas que promueven el desarrollo de experiencias de economía social en América Latina. “De manera simplificada –y reconociendo los riesgos de las clasificaciones polares– estas intervenciones en algunos casos no van más allá de acciones de promoción del autoempleo como medio para la autosustentación, básicamente a través de microemprendimientos. Constituyen una forma más de apoyo a sectores vulnerables excluidos del mercado de trabajo (formal o informal), en el marco de las políticas sociales asistenciales, generalmente con escasos recursos presupuestarios y de gestión. Son criticadas en tanto expresión de lo que suele llamarse políticas pobres para pobres. En el otro extremo se encuentran enfoques que además de entender a la economía social y solidaria como un conjunto de políticas socioeconómicas (y en ese sentido se las incluye dentro de las políticas públicas en general, y no específicamente dentro de las sociales) plantean la posibilidad de conformarla en una estrategia que dispute espacios con el capitalismo, o que se convierta, a largo plazo, en un alternativa superadora de éste” (Hintze, 2010: 18) Por su lado, Salvia (2007), identificará distintas posiciones a partir del efecto que se espera tengan las experiencias de economía social: defensivo/solidario o popular/alternativo. “Algunos especialistas tienden a calificar tales prácticas de reproducción como una respuesta social de tipo defensivo, a la vez que ‘solidaria’, frente al aumento experimentado por el desempleo y la pobreza, o, incluso, como una expresión activa del ‘capital social de los pobres’. Con base en este diagnóstico, han surgido no pocos programas de gobierno de tipo asistencial o de promoción del desarrollo orientado a apoyar estas iniciativas. Por otra parte, en otros ámbitos, sobre todo de tipo académico o político, se tiende a designar a estos emergentes bajo el título de ‘organizaciones populares’, ‘organizaciones de la sociedad civil’ o ‘economías populares’, asignándoles un papel destacado en la construcción de una nueva matriz de organización política, o, incluso, como un ‘modelo alternativo’ de desarrollo económico y social” (Salvia, 2007: 12) En sintonía con las distinciones planteadas por los autores mencionados, Ciolli y Rodríguez (2011), distinguen dos posiciones: autogestión y emprendedorismo. “Por un lado, organizaciones sociales y populares asumen la lucha por la transformación de las condiciones socio-económicas que reproducen la exclusión, planteando la autogestión como una perspectiva superadora de las relaciones sociales capitalistas. Por otro, aquellas instituciones orientadas estructuralmente a garantizar la continuidad de la acumulación capitalista – como el Estado y los organismos financieros internacionales –, promueven la capacidad emprendedora de los sectores considerados vulnerables, financiando microemprendimientos. El emprendedorismo, incentiva a los sujetos a asumir la responsabilidad individual por salir de la situación de vulnerabilidad, sin cuestionar el statu quo.” (Ciolli y Rodríguez, 2011: 28) 10 A grandes rasgos, pueden distinguirse entonces dos posiciones. En primer lugar, una perspectiva de integración a la sociedad capitalista que considera que es posible “integrar” en la sociedad a los sectores “vulnerables” y “excluidos” a partir de promoción de ciertos valores y comportamientos. Se plantea a los emprendimientos de economía social como espacios de contención y alternativa de reproducción. En segundo lugar, se identifica a una perspectiva crítica del capitalismo, presentándose el problema de la potencialidad de la economía social para la transformación o superación del capitalismo. En este caso, afinando el análisis de la bibliografía sobre el tema, se reconocen una visión “optimista”, que resalta las potencialidades transformadoras en las experiencias de economía social y una posición más bien “pesimista”, que destaca el sentido adaptativo/defensivo que éstas tienen, limitándose al plano de la supervivencia. Hintze (2010) plantea explícitamente una posición que se incluiría en el primer grupo, diferenciándose de posiciones más “pesimistas”: “La discusión sobre el sentido de la economía social y solidaria abarca un amplio espectro, que va desde considerar que las organizaciones socieconómicas que generan trabajo (incluyendo las asociativas autogestionadas) no tienen posibilidad de evitar la subsunción al capital –al cual terminan siendo funcionales por disminuir la presión social sobre el mercado de trabajo y/o el estado-, hasta otras perspectivas (dentro de las cuales se inscribe este trabajo) que ponen el acento en su potencialidad emancipatoria y contrahegemónica.” (Hintze, 2010: 31) A este grupo pertenecería también Coraggio, quien plantea a la economía social como respuesta necesaria en el marco de un sistema que se muestra cada vez más incapaz para integrar a grandes sectores de la población. “La economía social y solidaria es una respuesta programática a la afirmación del Foro Social Mundial de que otro mundo y otra economía son posibles. Ha venido desarrollándose a partir del reconocimiento de las prácticas de trabajo mercantil autogestionado y del trabajo de reproducción de las unidades domésticas y comunidades mediante la producción de valores de uso (en el límite: prácticas de sobrevivencia) y de admitir que la inclusión por vía del empleo en el sector capitalista ya no es una opción factible para las mayorías. Plantea que toda economía es una construcción social y política (no hay economías ‘naturales’) y que la que vamos a tener no puede dejarse librada al juego de fuerzas asimétricas imperante.” (Coraggio, 2009: 8) Salvia discute con estas visiones, refiriéndose a las experiencias de economía social como “economías de la pobreza” que lejos estarían de constituirse como agentes 11 de transformación –más allá de las intenciones en juego-, sin lograr la conformación de un proyecto político alternativo. “…los nuevos actores y sectores ubicados en llamada economía social y los movimientos de autogestión asociados a estas variadas formas de organización económica, deben ser leídos como ‘economías de la pobreza’, es decir, como economías de la subsistencia, siendo su principal matriz de identidad no la autonomía ni la libertad sino la necesidad de sobrevivir, quedando para ellos obligados a demandar y negociar ante el Estado y ante el mercado capitalista estructurado un espacio marginal de sobrevivencia –cada vez menos conflictivo- para la reproducción del sistema económico y del sistema político. Muy lejos todo esto de un proceso que abra la puerta a un nuevo actor político o económico que transforme el modelo político o económico dominante.” (Salvia, 2005: 3). A partir del esbozo de las distintas posiciones, es posible entender a la economía social como concepto y práctica en disputa. En este marco, se entiende que es necesario reconocer las contradicciones en el seno de las experiencias que hacen que puedan ser al mismo tiempo experiencias de reproducción y adaptación o de transformación social. “sostenemos que la lucha capital-trabajo se actualiza y adquiere nuevas formas que hay que visualizar para, a su vez, actualizar y radicalizar esa lucha. (…) El capital, a pesar de dominar las formas de producción social en toda su complejidad, deja una brecha abierta que surge de la capacidad de los hombres de crear alternativas a la explotación. La aceptación de la forma cooperativa en el marco de la economía capitalista no implica que el contenido de la misma esté predeterminado, sino que depende de la voluntad de los hombres y mujeres que construyen la cooperativa.” (Ciolli y otros, 2005: 38). Resulta fundamental reconocer las experiencias en su contexto; dando cuenta de los múltiples condicionamientos y también de las potencialidades. En este sentido, evitando caer en sentencias absolutas, debe procurarse aprehender las tensiones que subyacen en el desarrollo cotidiano de las experiencias de economía social entre visiones, proyectos de sociedad y prácticas de actores involucrados. La relación entre las organizaciones de la sociedad civil con anclaje territorial y el Estado en experiencias de economía social. La economía social se presenta como núcleo de la política social de la mano de una determinada perspectiva de la sociedad, vinculándose con la ideas de “trabajo” y “capital humano y social” como principales mecanismos de “integración social”. En 12 este sentido, las experiencias de economía social -en general implementadas por organizaciones de la sociedad civil-, tienen como objetivos generar alternativas de “autoempleo” y desarrollar de determinadas capacidades. Esta perspectiva se integra a un discurso que se postula como crítico del neoliberalismo, lo cual se explica en la necesidad del gobierno asumido en el 2003 de Néstor Kirchner de dar respuestas político-institucionales a la crisis de 2001. En este marco, el Ministerio de Desarrollo Social despliega dos planes centrales: el Plan Familias por la Inclusión Social y el Plan de Desarrollo Local y Economía Social “Manos a la Obra” 7: “…la aplicación de las políticas sociales en esta última etapa, [que] fueron transformándose desde el modelo de exclusión y ajuste característico del período neoliberal hasta nuestro presente, donde estamos, todos juntos, reconstruyendo el tejido social a través de la generación de empleo y del fortalecimiento de la familia” (MDS, 2010:12) De esta manera, se entiende que la apelación a la economía social desde el gobierno argentino se enmarca en una reformulación de las políticas sociales en el marco de una estrategia de recomposición de hegemonía del bloque dominante post – crisis del 2001. La economía social se incorpora así como componente de políticas sociales que tendrían por objetivo la “inclusión” de sectores “vulnerables” y “excluidos”. En el discurso oficial aparece fuertemente la noción de “inclusión”, estableciendo como objetivo la “reconstrucción del lazo social” que se habría roto como consecuencia de la implementación de las políticas neoliberales. La economía social, en este sentido, aparecería reforzando valores ligados a la “solidaridad”, la “cultura del trabajo”, etc. Estas cuestiones se expresan en la formulación del Plan Manos a la Obra: “(…) Artículo 2º- (…) se plantean tres objetivos generales: 1. Contribuir a la mejora del ingreso de la población en situación de vulnerabilidad social en todo el país. 2. Promover la economía social mediante el apoyo técnico y financiero a emprendimientos productivos de inclusión social generados en el marco de procesos de desarrollo local. 7 El Plan Familias por la Inclusión Social viene a remplazar gradualmente, junto con el Seguro de Capacitación y Empleo, al Plan Jefes y Jefas de Hogar, implementado durante el gobierno provisional de Duhalde. El primero, será implementado por el Ministerio de Desarrollo Social y dirigido al sector de la población más “vulnerable” que tendría la condición de ser “inempleable”. El segundo, será gestionado por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, dirigiéndose a los “empleables”. En este sentido, Fernández y Tripiana (2009), observan la existencia de dos núcleos principales en las respuestas político-institucionales; vinculadas a la cuestión alimentaria por un lado, y a la generación de niveles mínimos de ingresos que intentan abordar la cuestión de la desocupación, por el otro; dirigidas a la población “inempleable” y “empleable” respectivamente. 13 3. Fortalecer a organizaciones públicas y privadas, así como espacios asociativos y redes, a fin de mejorar los procesos de desarrollo local e incrementar el capital social, mejorar su efectividad y generar mayores capacidades y opciones a las personas, promoviendo la descentralización de los diversos actores sociales de cada localidad.” (Res. Nº 1.375/04. MDS) La noción de “inclusión social” postulada parece ligarse al paradigma sustentado por Castel, en tanto el hincapié estaría puesto en la “reconstrucción del lazo social” o, en otras palabras, la “re-afiliación”. Es en este sentido que, a partir de pequeños emprendimientos productivos en el marco de la economía social, se propone fomentar valores y comportamientos que se sintetizan en la idea de “capital social”, convocando a la participación de las organizaciones de la sociedad civil. En este marco, adquiere sentido la fuerte vinculación establecida entre el llamado a la economía social de la política social kirchnerista con el discurso de la “cultura del trabajo”: “La cultura del trabajo sólo se adquiere con el trabajo (…). La Economía social entonces genera sociedad - como expresa la OIT – en la medida que establece relaciones entre identidades, historias colectivas, diversas competencias y ámbitos que enlazan las actividades productivas con la reproducción social”8 De esta manera, se tiende a concebir la “recuperación de la cultura del trabajo” como solución al desempleo y puerta hacia la “inclusión social”, lo que implica una explicación que resalta una dimensión psico-social de los problemas sociales. Ciolli y Rodríguez (2011), caracterizan la constitución de la economía social como eje de la política social a partir del 2003, en línea con el sentido propio del “emprendedorismo” en oposición a la “autogestión”: “Ya como respuesta a la crisis y camino de retorno al statu quo bajo el horizonte neodesarrollista, las políticas emprendedoristas se reconfiguraron como una de las herramientas que tensionan el desarrollo autogestionario y su potencial disruptivo (…). Este hilo es parte de una trama general, la de las políticas sociales post-convertibilidad, que contribuyen a institucionalizar y legalizar las desigualdades y la precariedad.” (Ciolli y Rodríguez, 2011: 37). Las autoras identifican así como uno de los efectos de las políticas sociales actuales la institucionalización de la precariedad. Esto se debe a que, a través de la promoción de la economía social, se fomenta la generación de empleo en negro y 8 Ministerio de Desarrollo Social de la Nación (2007), Plan de Desarrollo Local y Economía Social Manos a la Obra. En: www.desarrollosocial.gov.ar. 14 condiciones precarizadas de trabajo; tendiendo a responsabilizar a los sujetos por su situación de pobreza y “vulnerabilidad”. En esta línea, Salvia reconoce como “efectos sistémicos” de las experiencias de economía social: “…una creciente aceptación, legitimación e institucionalización del derecho a contar con un trabajo precario y no registrado, de mantenerse en la pobreza y a ser pobre de otros derechos, a vivir en la marginalidad económica y política, a competir por beneficios o compensaciones especiales, a obtener tales beneficios en tanto se sigan las reglas de la negociación legal y el confinamiento inofensivo.” (Salvia, 2007: 17) De esta manera, se vislumbra la existencia de importantes condicionamientos en la potencia transformadora y en la constitución de emprendimientos de economía social en el marco de la política social a partir del 2003 como alternativas para garantizar las condiciones de existencia de la población excedente a los fines del capital y, más aún, como alternativa política. Ahora bien, se considera necesario comprender la realidad y movimiento de las experiencias de economía social, aprehendiendo la complejidad de las situaciones en las que éstas se desarrollan. En este sentido, se reflexionará en esta oportunidad sobre un actor que aparece en escena: las organizaciones de la sociedad civil. Éstas son convocadas a intervenir en el tratamiento de las manifestaciones de la cuestión social en el marco del proceso general de reconfiguración de las relaciones entre Estado y Sociedad Civil a partir de la crisis de acumulación capitalista que se expresa con fuerza como des-responsabilización del Estado en su “función social” en la década del ’90. Las políticas sociales actuales, presentando ciertas rupturas a partir de la reivindicación de la intervención social del Estado, se encuentran igualmente convocando a organizaciones de la sociedad civil como entes ejecutores de programas sociales a partir de la idea de “gestión asociada”. De esta manera, se identifica la incorporación de “un principio de subsidiariedad territorializada (traspaso de responsabilidades del Estado hacia las comunidades) que apela al desarrollo del ‘capital social’ de los pobres a partir de procesos de responsabilización individual”. (Fernández Soto, 2009: 16). Las organizaciones de la sociedad civil con anclaje territorial se constituyen así, como agentes necesarios en la implementación de las políticas sociales. Puede hablarse entonces de una relación triangular entre el Estado –como distribuidor de recursos de asistencia- los pobres y las organizaciones de la sociedad civil territoriales. Barattini 15 (2010) se refiere a este tema, destacando el rol de mediación entre el Estado y la población “vulnerable” ejercido por las organizaciones territoriales, debido a su participación en la distribución de recursos públicos. “…hay que dar cuenta que las mismas [las organizaciones territoriales] desarrollan un rol activo en el establecimiento de ese vínculo; el mediador no es neutral y muchas veces es un actor más objeto de asistencia y a la vez asistente. Se podría pensar que esa mediación es la clave para ver la relación entre ellas y el Estado en el nivel que corresponda, y en ese sentido, la conexión entre lo local y lo nacional, entre las dimensiones micro y macro sociales”. (Barattini, 2010: 32) La intervención de las organizaciones no es lineal: las prerrogativas de la formulación de la política social no pueden aplicarse de forma absoluta en las realidades concretas. En este sentido, es necesario preguntarse: ¿de qué maneras se implementan las políticas sociales?, ¿cómo intervienen las organizaciones?, ¿qué sentidos asumen sus mediaciones? Desde una perspectiva de totalidad, es posible visualizar el crecimiento –en tanto “ley de población del capitalismo” -, con rasgos evidentes en la década del ’90, de la población excedente a los fines del capital. Ahora, por más que este sujeto se vuelva “sobrante” o, en términos de Nun, “disfuncional”, el mismo (sobre) vive, piensa, actúa, se organiza. En este sentido Ciolli y Rodríguez (2011) plantean a los emprendimientos de economía social como campo de disputa en el contexto de principios del siglo XXI en Argentina. “La expansión de los movimientos de trabajadores desocupados y en particular las experiencias productivas autogestionarias en diversos sectores (bienes y servicios, hábitat, cultura, medios de comunicación, educación, etc.) fueron – y son – el campo de batalla de esta disputa, donde las organizaciones son afectadas por las políticas públicas, pero también las transforman al calor de la dinámica de la lucha de clases. Desde esa comprensión de la acción estatal, la reorientación de la política social referida al campo de la economía social se constituyó como una respuesta particular, históricamente situada, de la lucha de clases, emparentando los vectores emprendedorismo y autogestión para interpelar e intervenir sobre el desarrollo de las organizaciones populares y el escenario de rearticulación del mundo del trabajo planteado durante la crisis.” (Ciolli y Rodríguez, 2011: 37). Esta perspectiva contribuye a aprehender la complejidad del escenario y contradicciones en el seno de la economía social. Si bien la población en cuestión se acerca a las organizaciones y trabaja en forma precarizada en proyectos de economía 16 social en el marco del despliegue de estrategias de supervivencia, no sólo se pone en juego la primordial necesidad material; también se plantean necesidades subjetivas ligadas a la participación de un espacio que permita salir del hogar, sentirse “útil”, encontrarse con otros, ser parte de un grupo, etc. En este sentido, aun sin resolver el problema de la pobreza, estas experiencias son componentes de las estrategias de supervivencia de la población excedente a los fines del capital y en su desenvolvimiento cotidiano pueden promover la consolidación de determinadas relaciones entre trabajo y subjetivad: puede entenderse la obtención de recursos del Estado como ayuda/favor o como un derecho conquistado, puede consolidarse un sentido de adaptación o de disputa y lucha, etc. Aquí es necesario reconocer a las organizaciones sociales que intervienen en los barrios como un actor de peso que se encuentran en una posición que permite tender a fortalecer, en definitiva, un sentido adaptativo/individualista o reivindicativo/colectivo. Son convocadas por la política social como entes ejecutores, pero la acción de ejecución puede darse de distintas maneras, es decir: la mediación que ejercen no es neutral. Partiendo de entender a la sociedad civil como campo de disputa en la que se expresa la tensión entre distintas concepciones y proyectos de sociedad, vale preguntarse: ¿de qué maneras inciden en el diseño e implementación de las políticas sociales?, ¿qué sentidos se generan?, ¿qué riesgos y oportunidades se presentan? Abordar el análisis de las experiencias concretas de economía social en su complejidad implica reconocer los sentidos en tensión esquemáticamente planteados como adaptativo/individualista o reivindicativo/colectivo y, al mismo tiempo, dar cuenta de condicionamientos y potencialidades, de orden objetivo y subjetivo. De esta manera, considerando que –como dijera Marx (1998) “Los hombres moldean su propia historia, pero no lo hacen libremente, influidos por condiciones que ellos han elegido, sino bajo las circunstancias con que se tropiezan inexorablemente, que están ahí, transmitidas por el pasado”, será posible entender las experiencias en movimiento sin caer en posiciones fatalistas o voluntaristas y, a partir de su reconocimiento, forzar e intervenir sobre las contradicciones que plantean la realidad y el devenir de la historia. 17 Bibliografía Antunes, Ricardo (2005), Los sentidos del trabajo. Ensayo sobre la afirmación y la negación del trabajo. Buenos Aires, Herramienta -Taller de Estudios Laborales. Barattini, Mariana (2010), “Politicidad, matriz territorial y organizaciones sociales: estudios de caso”, en Kessler, G., Svampa, M., Gonzáles Bombal, I., Reconfiguraciones del mundo popular. El Conurbano Bonaerense en la postconvertibilidad, Buenos Aires, Prometeo-UNGS. 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