CONVERSION FOTOQUIMICA DE LA LUZ SOLAR La luz solar como activadora de las reacciones químicas Para que las sustancias químicas reaccionen entre sí es necesario que sus moléculas sean activadas mediante una cierta energía de activación, que varía entre ciertos límites. Las reacciones que requieren menos energía de activación son rápidas, y aquellas otras que requieren más energía de activación son lentas. En las reacciones químicas ordinarias, la energía de activación se produce como consecuencia de los violentos choques ocurridos entre sus moléculas. Cuando aumenta la temperatura, la reacción química se acelera porque crece el número de choques entre las moléculas. Algunas reacciones químicas que no se producen con suficiente rapidez se pueden acelerar por la acción de la luz (fotoquímica), que puede proporcionar la suficiente energía de activación. La luz, como cualquier otra radiación, está compuesta por unas unidades, llamadas fotones, cada una de las cuales contiene una cantidad definida de energía, llamada cuanto de energía. El cuanto de un determinado fotón es inversamente proporcional a su longitud de onda (1). Para que ocurra una reacción química ordinaria es necesario que la molécula adquiera la suficiente energía de activación para provocar que un electrón se desplace de su posición normal dentro de la molécula. El fotón puede ser absorbido por la molécula solamente en el caso de que la energía de activación sea aproximadamente igual a la energía del fotón. En el caso de la radiación solar, únicamente pueden producir reacciones de este tipo la luz visible y la radiación ultravioleta. Cada molécula puede ser activada únicamente por un solo fotón de luz visible o (1) La energía de un fotón = 1 cuanto = E = hu, siendo h = constante de Planck y u = frecuencia del fotón. Por otra parte, cuando la onda, de una longitud de onda Á, se desplaza a una velocidad v, la frecuencia, que es el número de ondas que pasan por un punto determinado durante la unidad de tiempo, viene dada por la expresión u=v/X, siendo v =-velocidad de la luz y Á=longitud de onda del fotón. Por consiguiente, quedaría la expresión E = hy/X. 68 radiación ultravioleta. Una vez producida esa activación pueden ocurrir los siguientes efectos: — La molécula activada transmite su energía a otras moléculas, debido a las colisiones producidas con estas moléculas. De este modo se incrementa la energía cinética de las moléculas y se produce un aumento de la temperatura del cuerpo, sin provocar ningún cambio químico. Este efecto es el más común producido por la luz solar. — La molécula activada rompe un enlace químico y se descompone en átomos o grupos de átomos. — La molécula activada transmite su energía a la molécula de otro compuesto químico, y esta segunda molécula experimenta un cambio químico. Para que ocurra esta transmisión de energía se requiere que ambas moléculas estén juntas durante un cierto tiempo. — La molécula activada despide luz con una longitud de onda distinta de la luz absorbida. — La activación provoca la salida de un electrón de la molécula, produciéndose una ionización. Limitaciones de la conversión fotoquímica En los motores térmicos la energía de la radiación solar se convierte con facilidad en trabajo mecánico; pero debido a las limitaciones que impone la termodinámica, la temperatura de funcionamiento debe ser alta y, en consecuencia, los colectores son costosos y las pérdidas de calor resultan cuantiosas. En la conversión fotovoltaica la energía de la luz solar se convierte directamente en energía eléctrica mediante ciertos semiconductores sólidos; pero el sistema requiere un material sofisticado y costoso. En principio, la utilización de la energía de la radiación solar como activadora de ciertas reacciones químicas puede ofrecer algunas ventajas con respecto a los dos sistemas de conversión citados anteriormente: se salvan las limitaciones que impone la termodinámica, se requieren unos equipos simples y poco costosos y existe la posibilidad de poder almacenar, a bajo coste, los productos obtenidos, para ser consumidos más tarde. Sin embargo, el sistema de conversión fotoquímica ofrece serias limitaciones. La mayoría de estas reacciones son activadas únicamente por la luz visible y la radiación ultravioleta, con lo cual, en principio, se puede utilizar menos de la mitad de la radiación solar incidente; en muchas ocasiones sólo una pequeña parte de la radiación solar puede activar las reacciones químicas. Por otra parte, el rendimiento varía mucho de unas reacciones a otras, debido a que las fases que siguen a la fotoactivación son complicadas. Resulta difícil encontrar una reacción fotoquímica conveniente, puesto que ha de cumplir una serie de condiciones: — Las sustancias que reaccionan (o un compuesto fotosensible añadido) deben ser capaces de absorber la luz de un amplio margen del espectro visible, con el fin de captar la mayor energía posible. — Es imprescindible que los productos de la reacción se puedan almacenar indefinidamente, para poderlos utilizar con posterioridad. — La energía almacenada en los productos de la reacción debe ser suficientemente grande, con el fin de poderla recuperar económicamente. La recuperación en forma de energía eléctrica es preferible a la recuperación en forma de calor. — Es preferible que las sustancias reaccionantes sean abundantes y baratas, aunque esto no sería imprescindible, puesto que se regeneran cuando se recupera la energía almacenada y, por tanto, pueden utilizarse de nuevo. Supongamos que mediante la radiación solar fuera posible la descomposición o diálisis del agua en sus dos componentes: H 2 O + radiación — H 2 + 72 02 La energía de la radiación solar absorbida en este proceso se podría recuperar, al menos parcialmente, mediante la combustión del hidrógeno. Este proceso, si se diera en la naturaleza con suficiente intensidad, tendría una enorme importancia en el aprovechamiento de la energía solar, puesto que se parte de una materia prima (el agua), casi gratuita. Sin embargo, no ocurre así (2). Se sabe que solamente un 3 por 100 de los fotones de radiación solar que inciden sobre el agua del mar tienen energía suficiente para verificar la descomposición del agua. Por otro lado, ni siquiera se puede aprovechar ese escaso porcentaje, puesto que el agua es casi transparente a la luz de esa longitud de onda, con lo cual la absorción de fotones con suficiente energía es sumamente escasa. (2) En la diálisis del agua producida por la aplicación de un campo eléctrico (electrolisis) se comprueba que para romper una molécula de agua se requiere una energía de 3 electronvoltios (eV). Esta energía sólo la puede proporcionar un fotón con una longitud de onda inferior a 0,4 micras. Un fotón de mayor longitud de onda no tiene energía suficiente para romper la molécula de agua; por otro lado, esta molécula de agua no tiene prácticamente ninguna posibilidad de acumular la energía de más fotones, puesto que pierde la energía del primer fotón antes de recibir el impacto del segundo. 69 Se llega a la misma conclusión, un tanto decepcionante, cuando se utilizan otras reacciones: en unas ocasiones, los productos de la reacción son inestables y se combinan inmediatamente; otras veces esos productos absorben radiación y se descomponen en otros compuestos menos útiles. La investigación sobre este tema continúa experimentando en numerosos compuestos químicos, con la esperanza de conseguir mejores resultados. Se investiga también la posibilidad de facilitar la diálisis del agua mediante fotosensibilizadores que, de alguna forma, almacenen la energía de los fotones; sin embargo, hasta hoy día no se ha conseguido un rendimiento aprovechable. La fotosíntesis Mediante la fotosíntesis, las plantas verdes y algunos microorganismos construyen moléculas orgánicas complejas a partir del agua y del dióxido de carbono, utilizando en este proceso la energía de la luz de la radiación solar. La reacción global de la fotosíntesis viene representada por la ecuación: n CO 2 + n H 2 0 + LUZ — n(CH 2 0) + nO2 En esta reacción, activada por la luz, se combinan el bióxido de carbono y el agua para formar hidratos de carbono y liberar oxígeno. El hidrato de carbono más simple es la glucosa, C6F1 1206, que sirve para elaborar otras moléculas más complejas presentes en las plantas: otros hidratos de carbono, grasas y proteínas. La energía requerida para formar estas moléculas complejas proviene de la oxidación de una parte de los primeros hidratos de carbono formados, que se transforman de nuevo en dióxido de carbono y agua. Se ha comprobado que el oxígeno liberado en el proceso de la fotosíntesis procede exclusivamente del agua. Esto exige el rompimiento o diálisis de las moléculas de agua por la acción de la luz (fotolisis). Ahora bien, los fotones de la luz, por separado, no tienen la energía suficiente para realizar este fenómeno; se necesita un sensibilizador que pueda absorber fotones y almacenar su energía hasta que se haya acumulado la suficiente para verificar el proceso. Este sensibilizador es la clorofila. Rendimiento de la fotosíntesis La clorofila absorbe la luz de todo el espectro visible, aunque con distinto grado de intensidad. La zona más efectiva corresponde al color rojo, pero aun así el rendimiento en esta zona no llega, ni con mucho, al 50 por 100. Teniendo en cuenta, además, que la radiación visible representa menos del 50 por 100 de la radiación solar total, se calcula que el rendimiento máximo teórico de la utilización de la energía solar por las plantas es de un 11 por 100. En experimentos muy controlados se han conseguido rendimientos muy próximos al citado anteriormente; pero en las plantas que crecen libremente los rendimientos son mucho más bajos, no sobrepasando en muchas ocasiones el 1 por 100. Las diferencias entre el rendimiento teórico y los conseguidos en la práctica habitual de cultivo son debidos a numerosos factores, que inciden en mayor o menor grado. De estos factores se destacan los siguientes: — El nivel de iluminación. La fotosíntesis aumenta cuando aumenta la iluminación, aunque ambos incrementos no son proporcionales, pues la eficiencia de la transformación de la energía luminosa en energía química es mayor cuando hay poca luz. En algunas plantas ocurre que a partir de un cierto nivel el proceso fotosintético no aumenta, aunque aumente la intensidad de la luz. Se produce una saturación de luz, debido a que los fotones llegan a las moléculas de clorofila a un ritmo superior al que esas moléculas de clorofila van almacenando la energía de los fotones. Por otra parte, la magnitud de la sombra que unas hojas producen sobre otras depende de la disposición de las mismas, o sea, de la especie o variedad cultivada. — La disponibilidad de bióxido de carbono. En el aire existe suficiente cantidad de bióxido de carbono para cubrir las necesidades normales de las plantas; pero hay situaciones 70 en que el aporte de este gas es insuficiente, como pudiera ser el caso de un cultivo con una gran masa vegetativa y con el aire muy encalmado. En el momento de máximo crecimiento, la demanda diaria de bióxido de carbono puede ser de 40 litros por metro cuadrado de superficie. Dada la concentración de bióxido de carbono en la atmósfera (0,03 por 100), ello equivale a que la planta necesita todo el bióxido de carbono contenido en el aire situado encima de las plantas hasta una altura de unos 130 metros. — La temperatura del aire. En términos generales la fotosíntesis se inicia a partir de un umbral mínimo de temperatura y se incrementa a medida que ésta aumenta, hasta llegar a un óptimo de eficiencia que varía de unas plantas a otras; a partir de entonces la actividad fotosintética decrece hasta llegar a un límite superior, por encima del cual no se produce la función. — La humedad. Los estomas de las hojas y de las partes verdes de las plantas sirven para la entrada del bióxido de carbono y para la salida del vapor de agua por transpiración. Cuando la pérdida de agua es tan intensa que no puede ser compensada por la aportación de agua de las raíces, la planta se defiende limitando la abertura de los estomas. Esto ocurre cuando escasea el agua en el suelo y cuando hay una excesiva sequedad en el ambiente acompañada de altas temperaturas. Pero el cierre de los estomas limita la entrada de bióxido de carbono y, por tanto, el crecimiento de la planta. APROVECHAMIENTO DE LA ENERGIA POR LAS PLANTAS Las grandes diferencias entre el rendimiento teórico de la fotosíntesis y los rendimientos conseguidos en la práctica han incitado a los técnicos a investigar el mejor aprovechamiento de la energía solar por las plantas. La energía almacenada en la materia orgánica sintetizada por las plantas se puede recuperar mediante la combustión u otro proceso de desintegración. Plantas superiores Al quemar un kilogramo de la materia seca de las plantas se recuperan unas 5.000 kilocalorías. En las regiones tropicales húmedas donde las plantas crecen durante todo el año, se pueden conseguir, en los casos más favorables, unos 10 kilogramos de materia seca por metro cuadrado de superficie de cultivo, que al quemar suministrarían 50.000 kilocalorías. Suponiendo que en estas regiones el sol proporciona anualmente 1.700.000 kilocalorías por metro cuadrado, la combustión de la materia orgánica formada nos permite recuperar un 3 por 100, aproximadamente, de la energía solar incidente sobre el terreno de cultivo. Mediante un cultivo intensivo de plantas específicamente seleccionadas para producir una. gran cantidad de materia orgánica, se podría conseguir una producción anual de 20 kilogramos de materia seca por metro cuadrado, que transformada en calor mediante la 71 combustión representaría un aprovechamiento del 6 por 100 de la energía solar. Al transformar ese calor en energía mecánica y después en energía eléctrica, el rendimiento se reduce a la tercera parte, aun en el supuesto de utilizar en estos procesos la técnica más avanzada. Por consiguiente, sólo se podría aprovechar en forma de trabajo un 2 por 100 de la energía solar puesta en juego. Plantas inferiores En algunos países se hacen experiencias de cultivos controlados de algas, con el fin de conseguir una gran masa de materia orgánica. El cultivo se realiza en estanques apropiados en donde se suministran los nutrientes. El bióxido de carbono se suministra mediante aire enriquecido con dicho gas, que se hace burbujear en el líquido de cultivo. El bióxido de carbono se suele obtener como subproducto de la industria, quemando algún combustible barato o calentando piedra caliza. Las algas experimentan un cierto grado de saturación de luz; pero en estos organismos, a diferencia de lo que ocurre en las plantas superiores, este efecto se puede contrarrestar alternando los períodos de exposición de alta intensidad luminosa con otros de baja intensidad. Esto se logra agitando las algas del cultivo, para que todas ellas pasen intermitentemente desde zonas iluminadas, junto a la superficie, hacia zonas profundas, más oscuras. En algunos casos el suministro de nutrientes se hace mediante el aporte de aguas fecales. En estas aguas proliferan bacterias que rompen los complejos compuestos orgánicos contenidos en este medio y los transforman en otros compuestos más simples (tales como nitratos, fosfatos, bióxido de carbono y otros nutrientes) que las algas necesitan para su crecimiento. Por otra parte, estas bacterias, que son aerobias, utilizan el oxígeno desprendido en la fotosíntesis que realizan las algas. De este modo se realiza una interdependencia entre ambos microorganismos —algas y bacterias— de la que ambos salen beneficiados, a la vez que se eliminan unos residuos tan desagradables y peligrosos como son las aguas fecales. En los cultivos controlados de algas se ha logrado una producción anual de 10 a 20 kilos de materia seca por metro cuadrado de superficie, análoga a la conseguida con plantas superiores. Cuando el cultivo se realiza en condiciones óptimas se obtienen rendimientos más altos, pero también se incrementan los costes de producción. El precio resultante quizá sea demasiado elevado para utilizar el 72 producto como combustible, pero no lo será al ser utilizado como fuente de alimentos o de productos químicos. Con respecto al cultivo de plantas superiores, el cultivo de algas ofrece la ventaja de que puede realizarse en latitudes templadas, incluso frías, mientras que aquél se puede realizar únicamente, de forma económica, en regiones tropicales húmedas. Sin embargo, el cultivo de algas tiene el inconveniente de que éstas contienen un porcentaje de agua muy elevado y el secado requiere un gasto suplementario de energía. Se puede prescindir del secado mediante un proceso de fermentación con bacterias anaerobias. Las algas contenidas en los cultivos, junto con los residuos provenientes de las aguas residuales, se introducen en unas cámaras cerradas, en donde la materia orgánica se descompone produciendo un agua enriquecida en sales minerales (que se utiliza como fertilizante) y una mezcla de gases combustibles (en donde el metano representa más del 50 por 100), que se pueden licuar para hacer su manejo más fácil. José Luis Fuentes Yagüe Ingeniero Agrónomo. S.E.A. Madrid