ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LA LEY Nro. 26.485 DE PROTECCION INTEGRAL PARA PREVENIR, SANCIONAR Y ERRADICAR LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES Haydee Birgin En marzo de este año, la Cámara de Diputados convirtió en ley el texto que había sido aprobado por el Senado pocos meses antes, bajo el nombre de Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres. Escapa los alcances de esta breve nota dar cuenta de todos los aspectos que aborda la ley 26.485. En este espacio, nos proponemos solamente comentar algunas cuestiones que por su relevancia podrían dificultar el cumplimiento de los objetivos fijados por la propia ley (art- 2). Argentina es un país que carece de estadísticas confiables y más aún en el tema de violencia. No existe una encuesta nacional como en México o Chile sobre el número, grado y tipo de violencia que permiten diseñar policías públicas acordes a la realidad. Tampoco se ha ahondado en investigaciones empíricas sobre el grado de eficacia de las leyes existentes, tanto a nivel nacional como en las distintas jurisdicciones provinciales. La recuperación de las instituciones democráticas en 1983 posibilitó la apertura de nuevos espacios para las inquietudes de las mujeres en el ámbito del Estado y generó una conciencia crítica en la sociedad sobre el funcionamiento de las instituciones sociales y la asimetría entre las normas jurídicas y su efectiva vigencia. Así, adquirió mayor visibilidad el fenómeno de la violencia y esto contribuyó a transformar la conciencia social en el sentido de que la vida y la integridad física de las mujeres en el seno de la familia y en otros ámbitos de la vida cotidiana merecen también amparo. El tema comenzó a formar parte de la Agenda Política y luego de un proceso de debate con actores involucrado en el tema (jueces/zas, operadores del derecho, profesionales de la salud, representante del jefe de policía, organismos públicos especializados, organizaciones de mujeres) se sanciono la ley aun vigente en el ámbito nacional (Ley 24.417) que, en rigor, no es una ley integral contra la violencia sino la regulación de una medida cautelar que los jueces de familia pueden aplicar para los casos de violencia en el ámbito de las relaciones interpersonales. No esta en duda la posibilidad de mejorar el texto legal vigente. Sin embargo, no debe olvidarse que la violencia no se resuelve solo con modificaciones normativas, sino garantizando las condiciones necesarias para convertir un texto legal en un instrumento eficaz, capaz de dar respuestas eficientes. En palabras de Ralf Dahrendorf, “el imperio de la ley es la clave para dar a los derechos básicos los dientes que necesitan para morder”; sin embargo, el mismo autor sostiene que el imperio de la ley no significa solamente tener textos legales como punto de referencia, sino que designa la sustancia efectiva de esos textos.1 Una primera lectura de la ley 26.485 nos hace pensar que, específicamente con respecto a la violencia en el ámbito de las relaciones familiares, es poco lo que se Abogada, Presidenta de ELA – Equipo Latinoamericano de Justicia y Genero (www.ela.org.ar) Publicado en El Dial, 2009 1 Ralf Dahrendorf, Reflexiones sobre la revolución en Europa. Barcelona, Emecé, 1990, p. 103. ha avanzada con relación a la ley anterior y más allá de la amplitud de su objeto (art.2) y los derechos protegidos (art.3) No olvidemos que el art. 75 Inc. 22 de la Constitución Nacional al incorporar los principales Tratados de Derechos Humanos al plexo constitucional hizo que todas y cada una de sus normas sean de ampliación directa y obligatoria. En ese sentido, esta ley reitera los derechos y garantías ya consagrados por la Constitución Nacional. Como advierte Carol Smart, en las últimas décadas, se ha desarrollado una “creciente conciencia acerca de cuán pobre es la victoria, cuán escasos los logros de las mujeres surgidos del empeño de que se reformen las leyes. Además, aquellas feministas contemporáneas que se han involucrado en campañas tendientes a reformar la ley, cuyos primeros frutos parecían ser „exitosos‟ se sienten ahora más y más „decepcionadas‟ mientras contemplan cómo los efectos benéficos de esta reforma se ven erosionados.2 El interrogante que subyace la sanción de esta ley es ¿era necesaria una reforma legislativa para responder los déficits de la ley vigente? ¿En que medida esta ley cumple tales objetivos? En otros términos ¿Que hace la diferencia? En la Argentina, el principal problema no es consagrar derechos, sino protegerlos para impedir que –a pesar de las declaraciones solemnes– sean continuamente violados. El lenguaje de los derechos –que ha dado particular fuerza a las reivindicaciones de los movimientos sociales– se convierte en engañoso si oscurece u oculta la diferencia entre el derecho reivindicado, el reconocido y el protegido. No basta con cambiar la ley, porque el discurso jurídico opera, con fuerza singular, más allá de la pura normatividad. La sanción de la ley 26.485 parece indicar un nuevo triunfo del “fetichismo de la ley”. Esto es, suponer que mágicamente por el solo hecho de haber sancionado una nueva ley, los mecanismos para hacerla efectiva entran a operar. Una ley tan ambiciosa como esta hubiera merecido un mayor debate social, previo a su sanción; un dialogo que involucrara a los muchos y variados sectores que han trabajado y trabajan seriamente en el ámbito de la violencia familiar (nos referimos a jueces, juezas, funcionarios/as y operadores/as del derecho, integrantes de la academia, organizaciones sociales). ¿Que investigaciones empíricas avalan la necesidad de la reforma? ¿Con que datos se cuenta sobre el tipo y carácter de la violencia? ¿Con que recursos –del área de salud, jurídicos- se cuenta para las mujeres que denuncian hechos de violencia? Estas son cuestiones que se desconocen: son vacíos que habrá que cubrir, con una ley ya aprobada. Ahora bien, si aceptamos que le ley es solo una herramienta en el contexto de una política publica para prevenir y erradicar la violencia ¿que es lo central? Se requiere de una estrategia comunicacional que contribuya a modificar las relaciones jerárquicas entre varones y mujeres, políticas publicas y acciones afirmativas que coloquen a las mujeres como ciudadanas y en tal carácter reciban apoyos, subsidios etc. En otros términos, una clara voluntad política de tomar todas las medidas necesarias para prevenir la violencia, creando espacios de atención, garantizando el acceso a la justicia mediante el patrocinio jurídico gratuito, políticas sociales de apoyo a las mujeres que atraviesan un proceso judicial. Reconociendo la importancia fundamental de las políticas publicas, que son el reverso de la ley, la ley 26.485 dedica el Titulo III a enumerar los que deben ser sus preceptos rectores. La ley es necesaria, pero no suficiente. Sin ley las políticas sociales pierden fuerza, son dispersas y ningún funcionario tiene la potestad de un Juez de poner un límite a 2 Carol Smart, Law, Crime and Sexuality. Essays in Feminism. Nueva Deli. Sage Publications, 1994, p. 146. Londres, Thousand Oaks, la violencia excluyendo al agresor de la vivienda o reintegrando a la mujer a su hogar. Ley y política son términos imbricados, uno cobra sentido en el otro. Pero para que las leyes sean operativas, las políticas públicas deben ser adecuadamente diseñadas y aplicadas por un organismo que tenga suficiente autonomía, jerarquía y presupuesto como para poder ejercer ese rol fundamental. . Para esa función, la ley designa al Consejo Nacional de la Mujer, institución que lamentablemente y más allá del empeño de las funcionarias que allí se desempeñan, ha ido perdiendo jerárquica dentro del organigrama del estado y lo peor, disponibilidad de presupuesto. La ley 26.485 tuvo, sin duda, la intención de compatibilizar distintos proyectos que habían sido presentados ante el Senado. Este esfuerzo trajo como resultado algunas inconsistencias internas ya que la generalidad de las disposiciones iniciales parece poco relacionada con la parte específica de procedimiento. En consecuencia, un procedimiento que puede -en algunas circunstancias- resultar adecuado para algunas formas de violencia, claramente no se aplica a otras. La consulta a jueces/zas y operadores del derecho, durante el proceso de sanción de la norma hubiera mejorado las disposiciones procesales que, tal como están redactadas no resultan practicables respecto de la generalidad de casos que la norma pretende abarcar. ¿Cuál es el sentido de la amplia definición de violencia? La especificidad de los hechos, susceptibles de ser presentados ante jueces y juezas en forma verosímil y cuyos procedimientos se ajusten a los principios de legalidad y debido proceso, son elementos fundamentales para asegurar la efectividad de la norma. Si toda conducta es pasible de ser caracterizada como violencia, llegamos a un resultado contrario al esperado: nada es violencia. La ley 26.485 distingue entre diversas modalidades de violencia, algunas ya contempladas en normas vigentes. En primer lugar, tanto la violencia física como la psicológica se encontraban comprendidas en la ley 24.417 y con el amplio criterio de entender por violencia la que se genera no solo en el ámbito familiar sino en las relaciones interpersonales independientemente del lugar en que se lleven a cabo (hogar, la calle, trabajo etc.). La violencia sexual, por su parte, se encuentra tipificada en el Código Penal. La violencia económica y patrimonial se encuentra ya regulada en el Código Civil y algunas formas particulares de violencia como el fraude a la sociedad conyugal están tipificadas en el Código Penal. Con respecto a este punto, no resulta claro como se podría, en el marco de un procedimiento que requiere extrema celeridad para ser eficaz, lograr un pronunciamiento que involucre una evaluación de los bienes de la pareja o la limitación o control que el varón (por caso) ejerce sobre sus ingresos. Aun en la 24.417 y no estando explicita la violencia patrimonial, la mayoría de los Tribunales aceptan que la denunciante de un caso de violencia retire del hogar conyugal sus efectos personales y de trabajo, o se ordene su restitución, pero siempre como medida cautelar, es decir, urgente. Finalmente, no se pretende en estas notas poner en tela de juicio la existencia de la violencia simbólica pero no se comprende como podría evaluarse judicialmente, en particular en el marco del procedimiento que se prevé en la ley. Hay muchas formas de violencia simbólica que se vinculan con las relaciones jerárquicas y de explotación en el trabajo productivo, por ejemplo, que afectan desproporcionada a las mujeres (por caso, la mayor precariedad laboral que sufren las mujeres y que las excluye de las prestaciones de seguridad social). ¿Cómo podrían modificarse estas formas de violencia simbólica a través de un procedimiento judicial que requerimos sea expedito? Es importante avanzar sobre estas discusiones y establecer mecanismos precisos y eficaces que permitan la implementación de esta ley, ya que el riesgo es que la violencia simbólica tenga un lugar “puramente simbólico” en la ley. Finalmente, la efectividad de la ley requiere de la efectividad de la garantía del acceso a la justicia; un derecho constitucional y por ende una obligación del Estado. La ley efectivamente garantiza en sus artículos la gratuidad y el patrocinio jurídico. Sin embargo, preocupa la poca oferta de patrocinio jurídico en la Ciudad de Buenos Aires, y los escasos recursos con que se cuenta en las provincias para promover una denuncia por violencia. Un relevamiento de estos recursos disponibles, de las demanda potenciales y de los déficits de cobertura de las necesidades jurídicas hoy insatisfechas, parecen requisitos previos indispensables para garantizar que la obligatoriedad del acceso a la justicia sea efectiva. Un tema que resulta preocupante es el art. 24 inc.e) de la ley que establece que la denuncia penal será obligatoria para toda persona que se desempeñe laboralmente en servicios asistenciales, sociales, educativos y de salud, en el ámbito público o privado, que con motivo o en ocasión de sus tareas tomaren conocimiento de que una mujer padece violencia siempre que los hechos pudieren constituir un delito. Esta es, en nuestra opinión, una exigencia riesgosa: podría darse el caso de una mujer que en un contexto terapéutico narre una situación de violencia, y de acuerdo con la norma el profesional debe denunciar. Lo lógico es que la mujer abandone el tratamiento, resultando en la revictimización, una vez más. Podría llegarse al absurdo de que las personas que padecen violencia no recurran en busca de ayuda si saben que la consecuencia puede ser la denuncia penal. Este es un tema que seria bueno estudiar con mayor detenimiento, confiando mas en los profesionales que estan a cargo. En resumen, la pregunta inicial sigue sin respuesta: ¿era necesaria esta ley? Seguimos pensando que lo importante es una política pública de prevención y erradicación de la violencia, y la ley será una herramienta de esa política. Los temas no se resuelven con declaraciones solemnes ni llenas de buenas intenciones, se requiere de instrumentos capaces de producir cambios y para eso los recursos humanos y económicos son fundamentales.