bajo el puente de mis decepciones

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BAJO EL PUENTE DE MIS DECEPCIONES
BAJO
EL PUENTE DE MIS
DECEPCIONES
JESÚS CRISTIAN
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BAJO EL PUENTE DE MIS DECEPCIONES
Recuerdo esas palabras tan hirientes, a pesar del tiempo aún reverberan en mi interior. A veces
no logro comprender como alguien que te dio la vida puede profesarte palabras tan cortantes. “eres
un fracasado” “para que te habré parido” “nunca serás nadie” entre otras no meno degradantes.
Debería de haberlo superado ya, pero ¡no puedo maldita sea! Cada vez que pienso en esos
momentos, es imposible que mis ojos no se llenen de lágrimas. Quisiera dormir y despertar y ver que
toda esta vida era solo un patético sueño; inútil es, es la realidad, es la verdad y no cambiará.
Iba camino a casa después de andar por varias cuadras buscando un empleo, no me atrevía a
regresas con la tan triste noticia de que no había encontrado nada. Ya podía imaginarme sus
reproches y sus maldiciones. El día estaba nublado y una leve brisa fresca fastidiaba, me senté en
una banca de la plaza. La misma banca que tantas de veces me recibió cuando no tenía un lugar
dónde ir. El otoño estaba cerca, las últimas hojas verdes sucumbían ante el inevitable amarillo, rojo y
naranja de la estación; el paisaje era hermoso, pero yo solo pensaba en lo rápido que pasan los
meses, los años y el tiempo. La niñez había quedado atrás, ojalá nunca se hubiese acabado, creo
que la infancia fueron los momentos más agradables, excepto por aquel accidente que cambió mi
vida para siempre. Fue muy triste ver como tu cuerpo pasó a ser algo bello a una especie de
monstruo, tenía el treinta por ciento de mi cuerpo con cicatrices, y una lesión en mi pierna que
perdió parte de su movilidad, trataba de ocultar esa renguera inútilmente. A veces dolía en los climas
fríos. Yo solo intentaba disimular porque no quería que me tuvieran por lisiado. El clima comenzó a
empeorar y las ráfagas resoplaban con más fuerza, tenía frio y mi piel se crispaba, no me quedaba
más remedio que dirigirme a casa aunque no tuviera muchas ganas.
Caminaba por la vereda con mis manos en los bolsillos y el periódico bajo el brazo, veía a las
personas pasar cerca de mí, yo para ellos parecía invisible. Prendí un cigarrillo con mucha dificultad
pues el viento me lo impedía, esperaba el colectivo que me llevaría a casa. Me apoyé contra la pared
esperando mientras echaba humo por mi boca, en esto observaba a un hombre andrajoso que
cargaba cartones en un carro construido por el mismo, no era muy estético pero le había puesto
empeño; estaba con una mujer no muy bien vestida y despeinada, a pesar de su pobreza se los veía
muy felices. Aunque yo visto ropas mejor que ambos, lamentablemente para mí ellos eran más rico
que yo, meditaba en mi interior. Tomé el colectivo, saludé al conductor y me senté en unos de los
últimos asientos. Llegué a casa y mi perro “Boby” salió a mi encuentro como era su costumbre,
siempre me dejaba las huellas de sus patas marcadas en mi ropa.
– ¡Ey amigo como estás! –Le dije acariciándole la cabeza.
Es el único que me recibe de buena manera.
- Bueno ya quítate, me ensucias con tus patas – concluí e ingresé a la casa.
Abrí la puerta como quién entra a hurtadillas, quería pasar desapercibido; pero en vano, ella tenía
oídos de elefantes. Podía oír un alfiler caer a mil metros, y mis pasos sonaban como los golpes de
un martillo en el tétrico silencio de la casa. No tenía ganas de escuchas la sarda de sus degradantes
palabras o través. Antes de llegar a mi habitación ella grito desde algún lugar de la casa.
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- ¡Gabriel! Espero que me traigas buenas noticias, no puedes pasarte la vida de holgazán. Entiendo
que estas estudiando, y me parece perfecto; pero yo no puedo mantenerte con mi jubilación. ¿Qué
pensaría tu padre si estuviera vivo?...seguramente se avergonzaría de vos.
- ¡No hables de mi padre! –Respondí ya cansado de su maltrato cotidiano- él no es como tú. ¡Y no,
no conseguí nada!
– Ya sabía que solo vas a perder el tiempo por ahí, eres un fracaso –repelió ella con su rostro de
odio- Porque no aprendes de tus hermanas, ellas si son unas buenas hijas, tú siempre fuiste la
oveja negra de la familia.
Solo callé y me encerré en mí cuarto, era mi segundo refugio, pasaba casi todo el tiempo aquí
lejos de sus gritos cuando no estaba en horario del colegio. Solía mirarme al espejo y aborrecía mi
cara en el reflejo, incluso podía ver en mis ojos el dolor que había en mi alma.
Me gustaba leer Alan Poe, sus cuentos eran funestos y narraban las miserias de las personas. Me
siento muy identificado con él, creo que el sentía la misma apatía por la vida.
La pierna me dolía, eran como puntazos dados de golpes; me saqué el calzado y me apliqué unos
masajes para ver si cesaba el dolor. Pero más dolor me causaba su aspecto, gracias a Dios podía
ocultarla bajo el pantalón. Igual nada de este dolor se compara con las heridas que te provocan en el
alma. Esperaba el anochecer para irme al colegio, no es que me la tire de erudito; pero cualquier
lugar era mejor que estar en casa y lejos de ella. Me abrigué, agarré la mochila con mis útiles y partí
rumbo al colegio que no distaba más que un par de cuadras de casa. Mi madre estaba sentada en el
sillón viendo sus aburridas telenovelas, estaba de espaldas a mí; aun así me despidió con algunas
de sus acostumbradas palabras.
–Espero que en la escuela te enseñen a hacer alguien en la vida –Dijo ella volteando su cabeza- ¡y
cierra bien la puerta!
Cerré dando un portazo, me despedí de “Boby” y luego junté la reja del jardín para que no se
saliera. No había nadie en las calles, el frío repentino había obligado a todo a refugiarse en sus
hogares al calor de la hoguera. La brisa helada cortaba mis mejillas y me apresuraba a llegar para
calentarme en la estufa del colegio. No estaba repleta de gente como de costumbre, pocos alumnos,
era lógico el clima no acompañaba a la noche. Algunos de mis compañeros ya se encontraban
reunidos alrededor de la estufa, entre ellos Mauricio uno de mis mejores amigos.
– ¡Hola amigos! –Dije y los saludé chocando los puños como solíamos hacer por costumbre.
– ¿Cómo estás Gabriel? –Contestó Mauricio con su natural cara cómica-¿Estudiaste para inglés?
Hoy hay evaluación de lo último que vimos, que son los tiempos del verbo “to by”.
– ¡Maldición! – Exclamé golpeándome la frente con la mano- sabía que algo me olvidaba. ¡No! y
para colmo tenemos clase en la primera hora, no tengo tiempo para repasar.
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- No te preocupes –Dijo Mauricio, puedes hacer trampa, copiar todo en un papel pequeño. Tal vez
puedas zafar, peor es que entregues la hoja en blanco.
El profesor de inglés era un tipo duro y sin mucha compasión en temas que consisten con su
materia, peor si te encontraba haciendo trampa en su clase; seguramente tendrías un hermoso cero
sin chances de recuperar la nota.
- Pero a este hombre no se le pasa una, es un zorro – Contesté preocupado pues sabía que era un
tipo estricto- no tengo opción, lo haré, lo copiaré en una hoja aparte y la colocaré debajo del pupitre;
espero tener suerte.
Sonó el timbre para dar comienzo con la clase, cada quién entró a su correspondiente salón. En
las pruebas de inglés el profesor tenía como legado, sentarnos en pupitres individualmente para
evitar que nos copiáramos. Así fue que me tocó al final, esto sería fantástico tendría más chances
para copiar el examen.
El examen comenzó y yo saqué ni hoja, y puse la otra hoja debajo del pupitre. Todo parecía ir
bien, el tiempo pasó y ya casi a punto de concluir; el muy desgraciado se dio cuenta.
- ¿Qué es esto? –Preguntó el profesor ofuscado y con razón- ¿estás haciendo trampa en mi clase?
Muy mal por ti Gabriel, ¿sabes lo que esto significa? ¡Un cero!
Todos estaban observándome, algunos esbozando una disimulada risa burlesca. Pero otros como
mi amigo Mauricio, con pena. También estaba Marcela una de mis compañeras, ella siempre se
mantenía neutral a todo. Si ella supiera cuanto me gusta, pero entendía muy bien que jamás se
fijaría en alguien como yo. Cada vez que me acercaba a ella me sentía tan poca cosa, era algo
inalcanzable y solo me resignaba a verla desde lejos. Muchas veces me daban ganas de encararla y
decirle todo lo que siento, pero sabía cuál sería su respuesta, un rotundo no. No era de lo más
atractivo y mis defectos bajaban aún más mi autoestima. Si tan solo ella supiera lo mucho que
cambiaría mi vida, era como un sueño. Sé que cada uno tiene lo que se merece, y a leguas se
notaba que ella se merecía alguien mejor que yo. La única forma que se fijara en mí, sería por
lastima; ¿y quién puede ser feliz dando pena? Ella era tan bella, sus cabellos rubios y ondulados,
sus brillantes ojos marrones, sus labios y esa encantadora sonrisa; ni hablar de su escultural cuerpo.
No sé si sea perfecta, pero se acercaba a ella. En cambio yo, no me podía pararme a su costado
porque desentonaba estrepitosamente; no voy a dar detalles en que los diferenciábamos, solo
bastaba con mirarme y sacar sus propias conclusiones. La vida suele ser injusta con algunos, te
refriega por la cara los deseos que nunca podrás tener, solo por ser diferente. Todo el mundo
aborrece a la gente defectuoso, lo he podido comprobar por experiencia y aunque suene cruel, es la
pura realidad. Por esa misma razón no me atrevería a decirle lo que siento, sería estúpido, para qué
golpearse en vano. Aunque ella notaba mis miradas deseosas de tener su compañía, me devolvía
una de sus bonitas sonrisas, sé que lo hacía por compasión.
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A la salida nos juntábamos algunos a fumar y tomar algo antes de partir cada quién a sus hogares.
Todos los días a la misma hora el novio de Marcela la esperaba, era un tipo de gran parecer y buena
posición; competir con él sería fracasar. Cuanto envidiaba a ese tipo, cuánto deseaba estar en su
lugar y robarle su vida. Él no parecía darle mucha importancia a eso, ni siquiera se daba cuenta de
lo afortunado que era. De vez en cuando la maltrataba en frente nuestro, y ella aun así le soportaba
todo.
Regresar a casa era todo un fastidio, no tenía ni la más mínima ganas de cruzar el portal. Mi
madre estaba durmiendo, se acuesta temprano por suerte así no tengo que toparme con su mal
genio. Como todos los días siempre a la misma e inescrutable cita con el vacío de mi habitación, la
soledad era mi verdugo, no había forma de librarme de ella, fuera donde fuera estaba presente;
inclusive estando atestado de gente a mi alrededor. Hablar con mi almohada era algo cotidiano, este
objeto es testigo de todas mis penurias y mis angustias más profundas, si tuviera vida ya la hubiese
saturado con mis lamentaciones. Pero así es la soledad, te convierte en un loco y en una de las
personas más pobres del mundo. Le imploraría a Dios, de hecho lo hice en un millar de ocasiones;
jamás me respondió, él solo existe para la gente perfecta, no hay lugar para nosotros en el paraíso,
si es que hay un lugar como ese; dónde se dice que no hay dolor. Esa parte fue la que más me
impresionó, donde no hay dolor, ¿habrá un lugar así? Suena como a fantasía. Y si hay un Dios, en
mi vida es alguien desconocido, no sé si hay vida en el más allá, yo solo quiero saber si hay vida en
el más acá. Debes en cuando toco mi violín, su son me estimula, tarde mucho en comprenderlo. Sus
notas son de las más complicadas, pero con práctica todo sale; su sonido es triste y melancólico.
Son pocos los que saben que toco este sensible instrumento, no quiero que lo sepan por temor a la
crítica. Mi padre cuando estaba en vida, y supo que quería iniciar a practicar el violín, recibí solo
regaños. ¿Por qué quieres tocar ese estúpido instrumente? Nunca llegaras a nada con la música, no
tienes talento para eso –Fueron sus palabras con respecto a mis comienzo como músico, aunque
jamás me oyó tocar una nota. Por ese motivo toco para mi deleite y para nadie más; y cuando mi
madre no se encuentra cerca, me desagrada que me golpee la puerta de forma violenta con un ¡Deja
de hacer ruido con ese estúpido violín!
Son las dos y treinta de la madrugada y yo sin pegar un ojo, pienso demasiado como tener una
vida maravillosa, solo es soñar despierto. Si tuviera paz en mi interior podría conciliar el sueño, y
despertar al día siguiente más relajado y, sin mucha presión para tratar de agradarles a las
personas. Para eso tendría que negarme como soy, y construir una falsa fachada; para aparentar ser
normal. Pura hipocresía, es lo que ha sido mi vida, soy diferente y por eso hay cosas que no son
para mí, como el amor de Marcela. Si pudiera ser Dios por solo un minuto, cuanto cambiaría mi vida,
desearía morir y volver a nacer en otra vida, en otra persona. Tal vez ese sea mi resentimiento para
con el todopoderoso, Dios es amor dice, y ¿dónde está ese amor? ¿En mi madre? ¿En las personas
que me rechazan por ser diferente? ¿Quién podrá suplir ese vacío en mi interior? Qué asco me dan
las religiones, solo te dice lo que quieres oír y nada más. Las religiones son las principales causas de
odio en el mundo, y una de las estupideces más grande es creer que tu creencia es la correcta y
verdadera. Después de tanto dar vueltas en la cama al fin mis ojos se cierran, lamentablemente
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vuelvo a despertar y veo la misma vida, oscura y vacía. Lo más patético es saber que tienes que
enfrentarte a las mismas cosas nuevamente, tus litigios internos; una voz me dice tienes que seguir,
nunca pierdas la esperanza; y otra voz dice ya no lo intentes, fracasaras, todo el mundo te lo dice,
eres diferente, eres un monstruo. Siempre me aferro a las últimas oraciones, porque me expresan la
realidad. Realidad que corroboro con solo mirarme al espejo. No puedo pasar ni dos segundo sin
poder voltear mi rostro ante mi reflejo, hasta siento ganas de escupir mi cara en el espejo. La misma
monotonía al levantarme, cepillarme los dientes, vestirme, desayunar y soportar a mi madre. No sé
para qué me arreglo, si por más que me esfuerce no puedo verme bello, soy feo con ropa y peinado,
y soy igual de feo desnudo y despeinado.
Hoy me desperté temprano, mi madre aún dormía, así es que no tuve que cruzármela. Salí a dar
un paseo por el vecindario, el barrio lucia como detenido en el tiempo. La misma gente, los mismos
movimientos, las señoras con sus típicos carritos con rueditas haciendo las compras para el
almuerzo, los proveedores de todos los días. En la encrucijada de la calle me encontré con Laura,
una compañera de curso, yo tenía como virtud ser amable y gentil, porque pensaba que siendo así le
caería menos desagradable a las personas.
- ¡Hola Laura! –Me expresé sonriente, ella me miró y respondió como por obligación.
- ¡Hola Gabriel!
- ¿Cómo estás? ¿Qué haces por aquí? –volví a decir acercándome para entablar una conversación,
ella solo se alejó avergonzada y mirando a todos lados temiendo que alguien la viera junto a mí,
luego dijo:
- Muy bien, haciendo... nada. Discúlpame pero tengo prisa, nos vemos esta noche en el cole.
Se fue caminando a toda marcha y aliviada de que nadie la vio junto a mí. Me quedé parado en
medio de la calle, sin saber qué hacer. Pasaba por el puente del río y escuchabas la corriente del
agua golpear contra la estructura de la base, cuantas veces me paré al costado de la varanda y
amagué con arrojarme; pero era demasiado cobarde como para tomar tal decisión. No le temía a la
muerte, sino a lo que hubiese más allá de la muerte. Mi madre solía hablarme de un infierno,
infinidades de veces me amenazaba con que me iría a ese lugar si era desobediente. Creo que me
infundió tal temor al señor de las tinieblas, que llegué hacer tan sumiso como un gatito. Nunca vi al
diablo, pero veía a mi madre y era como si él estuviera dentro de ella. Hay recuerdo que está tan
latente en mí, como el día de ayer. Fue cuando niño, traje a casa un cachorrito que encontré en la
calle, cómo resistirme a esa tierna mirada animal que imploraba un poco de amor, y no había quién
lo consolara. Sé muy bien lo es la carencia afectiva, tener necesidad de un brazo y no haya quién
tenga la amabilidad de confortarte. Nunca pensé que esa sentimiento llamada amor, fuera tan
importante en la vida de una persona. Bueno volviendo al cachorro, lo traje y quería darle un hogar
amor y todo lo que yo no podía recibir. Estaba muy contento de haber hecho una buena obra, y de
haber rescatado a un pequeño ser de la intemperie y de la calle. Lo traje a escondidas de mis
padres, pues sabía que no le agradaban los animales; así fue que lo metí al garaje y le hice una
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cama con una caja de zapato y algo de ropa vieja. Pero un día mi madre lo descubrió y lo echó de
inmediato a escobazos, con tanta sanea que uno de esos golpes le dio en la cabeza, el pequeño
cachorro terminó tendido en el suelo sin moverse. Verlo morir de esa forma y sin poder hacer nada
por evitarlo, fue tan traumático para mí, que no volví a osar traer otro animal a casa hasta años
después que trajeron a “Boby”. Volviendo a la realidad, estaba viendo el agua remolinearse bajo el
puente, y en mi mente pasaban cientos de preguntas; es tan fácil terminar con esta angustia, solo un
salto y todo se habrá acabado. ¿Pero si todo no se termina en la muerte? ¿Sí hay un infierno de
verdad? No me atrevía a correr el riesgo, ni tampoco me animaba a averiguarlo. Seguí mi camino
una vez más como siempre lo había hecho, no tenía las agallas para arrojarme al caudal del río. El
cielo se había despejado y un sol rebosante de brillo señalaba un día agradable, el calor se hizo
presente nuevamente; a esta altura de la estación el clima suele ser muy inestable, es incierto
pronosticar si hará frío o calor. Cuando menos lo esperas, el invierno ya llegó para quedarse hasta la
próxima estación. Lo ideal es llevar un abrigo extra colgando en tus hombros. Es terrible paro un
hombre caminar sin un lugar donde ir, sin destino claro donde apuntar, soy como un barco sin timón,
voy donde los vientos me lleven. Rara vez tengo algo para hacer, solo soy un estorbo que consume
oxígeno porque es gratis, no sé porque nací. Una de las miserias más grandes del mundo es vivir
sin una razón, sin un propósito, ese soy yo.
Debería de esforzarme un poco más y aceptarme tal como soy, hay gente peor físicamente y,
más pobre que yo, tal vez, lo mío sea simplemente psicológico. Quién sabe, si hubiese tenido
buenas personas a mi lado que me alentaran, estoy seguro que hoy mi presente sería distinto.
Lamentablemente nací rodeado de seres huecas de alma y frías de sentimientos, nunca recibieron
afectos y por eso no saben cómo expresarlo. Yo no quería ser igual, quería ser diferente a ellos y
tendría que comenzar dando para recibir, al menos eso es lo que dicen las santas escrituras. En
verdad no estaba tan solo como creía, tenía a mis hermanas mayores. La mayor de ellas se llama
Aldana, era el orgullo de mis padres. Se había recibido de técnica bioquímica con honores, se casó
con su primer y único novio, según lo que dice ella, un abogado de la alta sociedad. Estaba muy bien
económicamente y a nivel social era toda una dama. Decidí pasar por su casa, quedaba a pocas
cuadras de la mía. Mi hermana era muy amable y me hizo pasar de inmediato, saludé a mis
sobrinos, unos pequeños e inquietos niño, como todo a esa edad. Me invitó a almorzar, pues era ya
el mediodía. Nos sentamos en una mesa de plataforma ovala que ella poseía en su comedor,
adornado con un mantel blanco con terminaciones de puntillas; le ayudé a colocar la vajilla y nos
acomodamos en las sillas, a los costados, dejando la cabecera libre ya que su marido no se
encontraba, y ella tenía como costumbre ese lugar exclusivo para el jefe de la casa, según su
religión. Estábamos frente a frente y los chicos uno a cada lado nuestro.
- ¿Cómo está nuestra madre? He querido pasar a visitarla y el tiempo no me lo permite, entre el
trabajo, los niños y los quehaceres del hogar, apenas tengo un descanso –Preguntó Aldana
terminando de acomodar los cubiertos, luego le pasé los platos para que sirviese- sé que después
de la muerte de nuestro padre, ella quedó muy resentida y dolida; espero sepas tenerle la paciencia
que se merece.
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- Ella está bien; algo histérica como suele ser a menudo desde que papá partió. Ha sabido
sobrellevar la angustia de buena manera, en realidad que yo recuerde sigue con su particular genio
de siempre. –Respondí escondiéndole la verdad, no quería que mi hermana me criticara y pensara
que era un mal hijo por hablar incorrectamente de ella; a decir verdad, estaba insoportable y parecía
descargar todo su rencor conmigo. Pero demás estaba decirle las cosas como son, mi hermana me
tomaría por mentiroso. Mi madre tenía una gran virtud y era la de ser una hipócrita, y fingir ser la
victima delante de mis hermanas. No me quedó otra forma de responderle que la ironía- No te
preocupes que soy muy paciente con ella, demasiado paciente…
- ¿Por qué lo dice de esa manera? –Dijo ella levantando el entrecejo demostrando admiración.
- No, por nada –dije y cambié el tema abruptamente- ¿los chicos cómo se comportan? Parece que
son todo unos pillos.
- Nada bien, a veces me sacan de mis cabales –agregó y echamos a reír.
Por la tarde regresaba a casa, ya era la hora de ir al colegio y ni por casualidad pensaba
quedarme en casa junto a mi madre. Solo tomé mis útiles y salí tan rápido como entré, ni siquiera
noté si estaba o no en casa, tampoco me importaba. Asistir al colegio me daba la posibilidad de
hacer sociales, no con todos, algunos eran demasiados pretenciosos como para tener a un amigo
defectuoso. Me encanta como simulan su apatía hacía mí, no quieren parecer desalmados y crueles
si me desprecian delante de los demás. Como en todas las clases, estaba mi amor platónico
Marcela, si supieran como se sufre por dentro querer a alguien y no poder demostrárselo. Estaba
mordiendo una birome con sus labios y con su otra mano se hacía bucles en el cabello, esas
actitudes tan naturales de ella son las que me cautivaban, más que sus encantos. Inevitable dejar de
mirarla, cada minuto mis ojos volteaban hacia ella.
-¡Ey qué te pasa! –Habló Mauricio que estaba a mi lado en el mismo pupitre- Has estado callado
desde que ingresamos a clases.
- Perdón, es que no me he sentido bien de ánimos. El fallecimiento de mi padre nos afectó a todos
en la familia –le dije, pero en realidad estaba un poco deprimido y empezaba a odiar mi vida.
Mauricio trató de animarme diciendo que todo pasará y que hay que seguir adelante, lo típico que te
dicen en situaciones como estas. Luego me habló sobre la nueva compañera de clase llamada
Ester, por mi parte no lo había notado, estaba tan centrado en Marcela que todo a mi alrededor
parecía no importar. Mi amigo alegaba de lo extraña que era, no decía una solo palabra, al principio
todos creían que podría ser muda; pero cuando el profesor le preguntó por su nombre ella respondió.
Otras de las raras cualidades que poseía era que no se juntaba con nadie, ya sea hombre o mujer;
en los recreos la mirábamos y tenía por costumbre cotidiana, quedarse parada bajo el manzano que
ornaba el patio de la escuela, sin hacer absolutamente nada. Después de unos días todos nos
acostumbramos a su peculiar manera ser, pero a mí me llenaba de intriga. Personalmente a diario
pasaba por muchas facetas anímicas, muchas de las cuales ocultaba bastante bien ante las
personas. Quizás ella también sufra con algunos conflictos internos y, no sepa cómo manejar esos
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sentimientos. Desde ese momento busqué la forma de acercarme a ella, pero era tan seria que me
intimidaba y cuando estaba decidido a saludarla, me clavaba su mirada fija como diciendo, no te me
acerques, no invadas mi espacio. Aun así, estaba decidido a tratar con ella y saber por qué de su
actitud tan hostil, en cierta manera, sentía una gran afinidad con Ester. A ella tampoco parecía
molestarle mis defectos, me di cuenta porque no me miraba como el resto, y eso me resultaba fuera
de lo común. Fueron tantos amagues por acercarme sin concretar, que un día menos esperados algo
inusual pasó; estaba jugando al “football” con mis compañero en el recreo y la pelota terminó en sus
pies. Ninguno osó ir a buscarla hasta donde estaba Ester bajo el manzano, y como fui yo quien la
aventó sin querer, obligadamente tuve que ir. La saludé y le pedí que lanzara la pelota, ella me
correspondió de buena manera, entonces supe que no era tan ermitaña como parecía. Dejé pasar
ese día, y al día siguiente me propuse acercarme y congeniar con ella, creo que ya sabía de
antemano de mis intenciones; esperaba que yo le hablara. Entablamos una improvisada charla,
como para romper el hielo. Lo que más me agradaba de ella, como dije antes, no parecía importarles
mis defectos. Me contó de su vida, y ahí entendí porque teníamos cierta afinidad. Resulta que su
padre la había abandonado junto a su madre, esto sucedió cuando era solo una niña. Esa actitud de
su progenitor la había marcado. En otra cosa que coincidíamos, era que su madre estaba tan
resentida y llena de aborrecimiento como la mía. Sin duda alguna, su madre había descargado toda
su bronca hacia ella. Por mi parte no me atreví a contarle mi vida; no me sentía lo suficientemente
seguro como para sacar a luz todas mis heridas. Me agradaba pasar el tiempo con ella, y la cosa
era recíproca, ya no solo nos veíamos en la escuela también fuera. No podía creer que una mujer
aceptara ser mi amiga, sin importarle mi aspecto físico y mis torpes movimientos. Todos mis
conocidos se sorprendían al verme acompañado de alguien del sexo femenino. Ester no poseía una
gran belleza, no era de las mujeres más atractivas de la escuela, pero lentamente empezó a
atraparme hasta que sin previo aviso, ya no pude dejar de pensar en ella. Me sentía estúpido y raro,
¿querer a alguien? una sensación desconocida para mí y era placentero a la vez.
Una noche de invierno y de cielo estrellado, quedamos en vernos en la plaza cerca del colegio.
Eran pasadas las once PM y por el frío nadie salía de sus casas. A esta hora de la noche era mejor
quedarse en casa al calor de la hoguera, pero yo prefería estar junto a Ester, por eso no dudé en
asistir a nuestro encuentro. Crucé la calle desierta hasta la plaza, algunas farolas estaban
quemadas y había poca iluminación. Busqué a Ester con mi mirada, vi su silueta a la distancia
sentada en una banca, casualmente la misma banca que yo pasaba sentado perdiendo el tiempo sin
un lugar dónde ir. En cuanto me vio sonrió y se puso de pie, la saludé con un beso en la mejilla.
Luego nos sentamos en la misma banca una en cada lado y de frente, ella tenía la piel de su rostro
rosada por el frio, había estado desde mucho antes esperándome.
- Me alegro que hayas podido venir –Dijo ella con sus manos metidas entre sus piernas para
calentarlas- no soportaba un segundo más en casa, a veces quisiera irme lejos y no volver. Mi madre
es tan insoportable que en ciertas ocasiones me dan ganas de asesinarla.
- Te aseguro que te entiendo –Correspondí- yo he sentido esa horrible sensación. Pero hay que
seguir adelante, mi madre es intratable y dice palabras que lastiman, he llegado a aborrecerla por
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momentos y tuve deseos también de matarla; pero no sé si llegaría hasta ese punto, de perder mis
cávales y cometer un acto de violencia extrema.
- No digo que valla a asesinar a mi madre, es una forma de decir –Respondió ella sonriendo- es que
en determinados momentos siento impotencia por la desgraciada vida que me tocó vivir. Te voy a
confesar un secreto, en muchas oportunidades al pasar por el puente del río y parado a la orillas, he
observado las fuerte corriente de las aguas con intenciones de arrojarme.
- ¡De verdad! ¡No puede ser!…-Exclamé, y a punto de confesarle que yo también había pensado en
el suicidio en el mismo lugar, callé- No tienes por qué morir, ¿quién te asegura que halles la paz en
la muerte? ¿Cuánta gente inservible anda por el mundo que debería estar muerta, y sin embargo
parecen inmortales? y las buenas personas como tú que anhelan vivir y no pueden, terminan
escogiendo la muerte como única salida de sus angustia.
- Tienes razón –Dijo ella muy seriamente- entonces deberíamos terminar nosotros mismo con la
gente inservible…
No sé porque, pero me quedé en silencio después de oír su frase, no estaba seguro si lo dijo
irónicamente o afirmando lo que se debería de hacer. Luego de un breve espacio de silencio ella se
echó a reír al ver mi seriedad; fingí una sonrisa para confortarla aunque no le hallaba la gracia.
- No seas iluso – habló ella al ver mi cara- ¡solo bromeo! Ahora cuéntame de ti… ¿qué causó esas
lesiones en tu cuerpo?
En realidad nadie me había hecho esa pregunta, tal vez porque no le interesaban o porque no
querían que me molestara. Pero tampoco estaba decidido a escarbar mi patético pasado, ni mucho
menos a ventilarlo a los cuatro vientos, aunque fuera a Ester. Simplemente le respondí:
- No quiero hablar del tema, ni de mi pasado. Por favor…
Ella me miró fijo a los ojos como sintiendo compasión y respondió:
- Está bien, si no quieres contarme no es necesario que lo hagas, solo te preguntaba para conocerte
un poco más y saber qué palabras decir y cuáles no. Yo en momentos de tanta soledad y vacío, me
he considerado un repugnante monstruo; y tú no eres un monstruo, lo digo por lo que sientes y no
por tus condiciones físicas.
Dicen que nadie puede opinar de algo que no le ha tocado experimentar, y es una frase tan
certera; Ester parecía conocerme bastante bien, cada palabras que pronunciaba era como si hablara
de mí, era algo increíble ¿podemos tener tanto en común?...pacientemente logró atravesar los muros
invisibles de mi hostilidad. Había llegado el momento de desvestir mi interior, y lo mejor de todo era
que ya no tenía temor de revelarle mis secretos más íntimos por miedo a hacer lastimado. Decidí en
ese preciso momento que si realmente pensaba acceder a algún tipo de relación, tendría que
comenzar a ser honesto con ella, ya que ella lo había sido conmigo desde un principio,
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aparentemente. Después de unas fracciones de segundos de meditar con mi yo interno y debatir con
mi cobardía, decidí que desde ahora en más me dirigiría hacia ella con modestia y sin escusas.
- Ok, te contaré…
- ¡No!, no tienes porque contarme si no lo deseas; no quiero presionarte –Repelió ella de inmediatoaparte no es de mi incumbencia.
- Te considero mi amiga y los amigos se cuentan todo –hablé decidido a contarle mi secretos más
íntimos- tú has sido sincera conmigo desde el comienzo, sería justo que yo también lo sea…Bueno
es larga la historia, no sé por dónde comenzar; jamás hablé de esto con nadie, ni siquiera con
Mauricio mi único y mejor amigo. Cuando era un niño de tan solo seis años, solía tener pesadillas un
poco oscuras, esos sueños hicieron de mí una infancia muy infeliz. Siempre despertaba a mitad de la
madrugada entre gritos desesperados de auxilios.
- Y dime, ¿de qué trataban esos sueños? – Interrumpió Ester.
- Entes o cosas parecidas que me asfixiaban estrangulándome, gracias a Dios solo se trataban de
sueños, pero eran tan reales que al despertar tenía las marcas en el cuello; yo las ocultaba para no
tener que dar explicaciones de algo que seguramente nadie creería. Como es mi madre lo primero
que pensaría es que estaba volviéndome en un desquiciado, por eso opté por mantenerlas en
secreto. Hasta hoy en día en ocasiones me siguen sucediendo, solo que a esta altura de mi vida las
he adoptado como propias.
- Y ¿por qué crees que esos entes, como tú dices, te persiguen? – Interrumpió ella nuevamente.
- No he podido saberlo aún, solo sé que quieren… matarme.
- Ja ja – Rió Ester a carcajadas tapándose la boca- no inventes, y ¿qué tienen que ver tus lesiones
en la cara y cuerpo? ¿Me vas a decir que un fantasma te las hizo?
- No precisamente – Respondí y supe que no fue buena idea contarle esto, debí imaginar que las
personas son muy reacias a lo que no comprenden, por lo que fingí que estaba en lo cierto- sí, creo
que no soy bueno narrando historias de terror, como ves, soy aficionado a los cuentos de Alan Poe.
- ¡Ah sí! Yo también he leído algunos, el cuervo, el corazón delator entre otros. Casi me la creo,
bueno si no quieres contar sobre tus lesiones no lo hagas, no me enfadaré, quédate tranquilo. Me
gustaría saber ¿por qué estás tan resentido con tu madre y ella contigo? Si me lo quieres contar
hazlo y si no, te entiendo… yo también tengo secretos sobre mi madre que me las llevaré a la tumba.
- Es que nunca logramos tener una buena relación, como la relación que ella tiene con mis
hermanas. Veía como entre ellos se demostraban tanto cariño, y conmigo eran distintos. Ella
siempre me consideraba la piel de judas, el revoltoso, y decía que estaba endemoniado, por eso me
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obligaba a leer la biblia todos los santos día; la he leído tantas veces que recuerdo algunos pasajes
de memorias.
- ¿Te hago otra pregunta? – Habló Ester- ¿Tú crees que ella tenía razón en que estabas…poseído?
Esa pregunta fue como una saeta al alma, fue tan certera que no supe que responder. Vacilé un
rato y necesitaba decir algo o la respuesta sería muy obvia para ella, era una pregunta que ni
siquiera yo tenía la respuesta, contesté lo primero que se me ocurrió:
- He leído la biblia tantas veces que si lo que dice las escrituras fuera verdad, hoy sería un santo y mi
vida un paraíso. No creo en la religión y tampoco en supersticiones, ¿por qué debería de creer en
demonios y posesiones? La realidad es que no nací perfecto como los demás, y la gente rechaza
todo lo que es diferente. Para mi madre decir que estaba poseído era una forma camuflada de
rechazarme por ser anormal, es doloroso para mí, pero es la verdad.
- Bueno parece que estamos abriendo heridas innecesarias, perdón no debí preguntarte sobre temas
tan profundos. Mejor cambiemos de tema, solo quiero que sepas que para mí tú no eres diferente;
eres mi amigo, tienes un corazón muy generoso y me agradan las personas de buen corazón,
porque sé que nunca me dañaras, y me aceptaras como soy.
- ¿Y quién soy yo para discriminar?, soy el menos indicado para juzgar, todo el mundo es mejor que
yo. ¿Quieres que te diga la verdad?... eres la mujer más cercana con la que he estado sin que me
desprecie o me evada para no hablarme.
- Esas personas son unos idiotas, si se hubiesen tomado el tiempo para conocerte un poco más,
sabrían que eres una ser especial – Contestó ella sonriendo y se acercó hasta juntar nuestras
rodillas, me tomó mis manos heladas, para luego mirarme a los ojos; y dijo- ¿tú que ves en mí?...
Cuando aferró mis manos, sentí una sensación agradable y tan extraña. Nadie había tomados mis
manos con tanto aprecio, las quise retirar a pena me tocó, no sé si por falta de costumbre o porque
se sentía bien, me olvidé del frío, y mi cuerpo temblaba como una hoja sacudida por el viento, pero
no era por el frío. Yo que me caracterizaba por no temerle a nadie ni a nada, ella con una simple
sonrisa me intimidó hasta el punto que no me salían las palabras. Me tomé mí tiempo y dije:
- No tengo experiencia con mujeres y no sé qué se hace en casos como estos, solo te puedo decir
que me ciento nervioso al estar cerca de ti, y soy más torpe que de costumbre.
- Eso se llama amor – dijo ella con la sonrisa más encantadora que haya visto, luego se inclinó hacia
mí sin dejar de mirarme. Yo como un cobarde me hice hacia atrás sin saber qué hacer. -No tengas
miedo, no te voy a morder, si no quieres…
Luego juntó sus labios con los míos. Mi corazón latía tan rápido que hasta podía sentir sus latidos
hacer ecos en mi pecho.
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Esa misma noche fría y solitaria nos pusimos de novio, una oleada de felicidad golpeó mi rostro y
la oscuridad que había en mi interior se volvió primavera, esas sensaciones raras que solo el amor te
puede mostrar. No podía creer que encontrara a alguien que me quisiera tal como soy, alguien que
pensara en mí. Volvía a casa luego de acompañar a Ester hasta su casa, eran las tres de la mañana
y mi madre dormía plácidamente en su habitación. Solo fui a la heladera y cogí algo para comer
antes de ir a la cama. No podía dormir, giraba entre mis sabanas sin poder conciliar el sueño
pensando en Ester, no me importaba, era maravilloso sentirme así.
En tanto Ester ingresaba a su casa, su madre la esperaba desvelada y con un vaso de vino en su
mano. Ella era una mujer con muchos conflictos internos, su marido la había abandonado cuando
gestaba tres meses de embarazo y tuvo que arreglárselas para criar a Ester. Trabajó de lo que pudo,
aun vendiendo su cuerpo por unos pesos, esa clase de vida la había convertido en una mujer
amargada y pocas veces sonreía. Ella alegaba que no tenía motivos para sonreír ya que la vida
había sido muy dura con ella. Culpaba a Dios, a la vida y lo peor de todo a su propia hija, decía que
por su culpa había perdido a su marido y varias oportunidades en la vida de ser feliz. Cosa que no
dejaba de reprocharle a su hija cada vez que estaba alcoholizada y fuera de sí. En cuanto Ester
atravesó el portal ella muy furiosa la increpó diciendo:
- ¡Dónde has estado!... ¡Mira la hora que es! Ya eres una mujer como para que aún te esté
cuidando…
- ¡Déjame en paz! –Le contestó Ester cansada de sus reproches- yo no te pido que me cuides, como
tú dices ya soy una mujer grande y sé cuidarme sola.
- Tú no sabes nada de la vida, aún eres tan inocente. ¿Quieres terminar como yo?... embarazada y
sola, es fácil acostarse con alguien, lo difícil vendrá después cuando te usen y te abandonen.
- Mira mamá no he hecho nada malo, ¿por qué no confía en mí? ¡Y por Dios que no terminaré como
tú! – Respondió Ester con más calma- mejor me voy a dormir.
Ester se quitó el abrigo camino a su habitación cerrando la puerta tras de sí, ante la mirada de su
madre; luego en un impulso de ira arrojó el vaso contra la pared haciéndose pedazos.
Ahora los días eran hermosos para mí, verme al espejo sin dejar de maldecirme ya era parte del
pasado. Lo único que me faltaba era que mi madre dejara de fastidiarme y conseguir un trabajo para
que todo fuera perfecto. Desde la habitación se oían sus gritos e insultos descargando todo su mal
humor con los objetos de la casa. Sería algo cómico para alguien que los oye por primera vez, pero
para mí que los soportaba cotidianamente, me saturaban la mente hasta el cansancio. Mejor era
pasar de largo desde la habitación hasta la calle sin desayunar, con tal de no ligar algunos de sus
gritos. Seguiría con mi rutina diaria, salir en busca de ese empleo que tal vez apacigüe la ira de mi
madre, es más, a mí me vendría muy bien estar el mayor tiempo posible fuera de casa y lejos de mi
medre. A veces me preguntaba ¿por qué no pude tener una vida normal? ¿Por qué no pude tener
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una buena relación con ella, como una madre con su hijo? Hasta que me dije, porque yo no soy
normal, esa debe ser la razón.
Fueron tantas las veces que insistí en encontrar un empleo, que al final tanto esfuerzo dieron sus
frutos, había logrado una entrevista en una empresa local. Recuerdo que fui ciento de veces a esta
empresa, creo que les gané por cansancio, a buena hora. Me llamaron para una primera entrevista y
acudí de inmediato. Estar enfrente de la fábrica y verla desde afuera, e imaginarme trabajando en
ella, era un sueño. Esperaba impaciente mi turno para ser entrevistado sentado en el pasillo, estaba
nervioso y pensaba de antemano que responder. Tenía entendido por consejos de amigos, que el
entrevistador hace un análisis visual como en qué postura tomas asiento, las posiciones de las
manos y los gestos faciales para ver si mientes o dices la verdad; y algunas otras cosas que las
tenía en cuenta. Traté de ser lo más natural posible y no dar demasiados indicios con las posturas de
mis manos, solo me senté y me relajé. El tipo era muy bueno en su trabajo hacía preguntas certeras
y con convicción, donde solo una era la respuesta correcta. Pero después de responder a una lista
de preguntas y de ojear mi currículo, vaciló por unos minutos y dijo:
- Señor Gabriel Peralta, parece que todo está bien con su currículo y creo que usted es una persona
responsable. Es lo que la empresa está necesitando, ya tiene un pie adentro; solo falta la aprobación
médica para ver si está apto para el tipo de trabajo que realiza la empresa.
- ¡Genial! –Exclamé emocionado- muchas gracias…
- Valla ahora a esta dirección en donde le realizarán los estudios médicos.
Estaba feliz porque aunque faltaba el último escalón para la cima, ya estaba prácticamente adentro
de la empresa. Pero mientras iba rumbo a la clínica, me puse a meditar en mi situación, tenía una
seria lesión en mi pierna izquierda y cicatrices en algunas partes de mi cuerpo. Me empecé a
preocupar y a dudar de mí, entonces preferí no contarle a nadie lo de la entrevista hasta estar
completamente dentro de la empresa. Me hicieron los análisis correspondientes y me dijeron que los
resultados los iban a enviar a la empresa y ellos después de verlos, me llamarían para confirmaba si
entraba o no.
Era el mediodía y el hambre empezó a invadirme, no tenía un peso ni para comprar unos
caramelos. No me quedaba otro remedio que volver a casa y ver que había para saciar mi hambre.
Saludé a mi perro “Boby” y él lo hizo a su manera, posando sus sucias patas sobre mi ropa. Giré la
perilla de la puerta de un jalón y entré, mi madre estaba viendo la televisión como siempre, pues no
tiene otra cosa para hacer. En cuanto sintió la puerta abrir, refunfuño.
- ¡De dónde vienes holgazán! Seguramente vienes a ver que hay para comer, ¿cuándo va hacer el
día que entres por esa puerta con una buena noticia? y digas ¡conseguí empleo! o ¡me caso! y te
vayas para siempre de esta casa… pero sé que eres un fracasado y lamentablemente eso no
pasará, dependerás de mí por el resto de tu vida. ¿Quién te va a querer? Que mujer tan estúpida se
casaría contigo.
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- Gracias, siempre recibiéndome como corresponde…pero ¿sabes qué? Ta voy a demostrar que te
equivocas. Antes de depender de ti prefiero mendigar.
- Sí, ya quisiera verte. Pero es lo único que te falta, terminar como un mendigo, da gracias a Dios
que tu padre, en paz descanse, no tenga que verte sino se avergonzaría.
- ¡Me cansé de tus sandeces! Ya no te tolero… ¡Deja a papá en paz!
En ocasiones me daban ganas de mandarla a la mierda, pero en el fondo era mi madre y más que
mal, me mantenía aunque fuera un estorbo para ella. A pesar de las diferencias ella cumplía con su
rol de madre, a su manera, pero lo cumplía; yo tendría que cumplir con mi rol de hijo y respetarla
mientras esté bajo su techo. Cocinaba todo los días y aunque rara vez almorzábamos en la misma
mesa, ella dejaba algo de lo que preparaba en la heladera para que yo lo comiese. Así fue que me
dirigí a la cocina e hice lo de siempre, sacar los restos de comida de la heladera y sentarme a comer.
Luego me fui a lo Ester, tenía tantas ganas de verla. Habían pasado solo horas desde que nos
vimos, y ya la extrañaba como si no nos viéramos desde hace una semana. Estaba tan impaciente
por llegar y golpear su puerta, y ver su rostro con esa sonrisa radiante. Toqué el timbre de su puerta
y luego de un rato, salió su madre. Después de mi madre nunca había visto una mujer tan
demacrada, estaba en bata, despeinada y con unas ojeras que resaltaban sus ojos enrojecidos. Se
paró enfrente con un cigarrillo en la boca y habló desganada.
- ¿Quién demonios eres?...
- ¡Qué tal! – Respondí con una sonrisa tratando de caer simpático- busco a Ester. ¿Usted debe ser
su mamá…?
- Veo que ella te ha estado hablando de mí –Contestó seriamente- no le creas nada, esa mujer es
una zorra mentirosa.
- ¡No!, ella no me contó nada, yo soy solo un compañero del colegio y venía para hablar sobre un
trabajo grupal que tenemos que hacer.
- Ok –Dijo y volteó hacia adentro de la sala y grito- ¡Ester te buscan!
Ester salió al instante y sin saludarme cerró la puerta, me aferró la mano y salimos hasta la calle.
Luego de alejarnos lo suficiente se detuvo diciendo:
- ¡Gabriel!, ¿qué haces aquí…?
- Nada, solo quería verte… perdón si fui inoportuno.
- ¡No vengas a casa sin avisarme primero! Quiero que te quede claro…
- Pero ¿por qué? ¿Qué tiene de malo?...
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- No me gusta que lo hagas, nada más; porque no quiero que mi madre me fastidie diciéndome que
soy una cualquiera.
- Está bien disculpa…
- Ya está, ya pasó. Vámonos de aquí –dijo ella y la sonrisa le volvió a su rostro.
Esa tarde fuimos de paseo por la plaza, y por primea vez en mi vida, de la mano de alguien.
Pasear por las calle con ella era algo maravilloso, todo alrededor tomaba otro color. Mirar su rostro y
verla sonreír me causaba felicidad. Nos sentamos en la misma banca dónde nos citamos por vez
primera, la misma banca que anteriormente había sido testigo de infinitos días de soledad y tristeza
para mí. Pero había algo que revoloteaba en mi mente desde que fui a su casa, verdaderamente su
madre era tal como Ester me la describió, tan hostil como la mía. Todo nos asimilaba, hasta nuestras
vidas; pero ¿por qué enojarse tanto por mi improvisada visita?, solo deseaba estar con ella. Supongo
que cada uno tiene sus propios problemas y su propia forma de enfrentarlos, igual no me debería de
importarme, mientras ella esté bien conmigo.
Pasamos una tarde espectacular, el radiante sol otoñal y el buen clima ayudaron a ser de esté día
inolvidable. Al anochecer era la hora de asistir a clases y quedamos en juntarnos a la entrada del
colegio. Esperaba por Ester en el atrio de la escuela, mi amigo Mauricio me vio parado sin nada que
hacer y sin saber que esperaba a alguien.
- ¡Hola Gabriel! ¿Qué haces aquí afuera?
- Nada…nada solo qué no tengo muchas ganas de entrar –Dije fingiendo. En ese momento Ester
venía entrando y siguió su camino. Pasó por mi costado como si no me conociera, ni siquiera levantó
la vista para mirarme. Enseguida pensé que solo lo hizo porque estaba junto a Mauricio, así es que
no me preocupé mucho y respondí a mi amigo:
- Está bien amigo entremos.
- Parece que tu amiguita ya no le importas tanto, pasó y ni siquiera te saludó. ¿Creí que habían
hecho una bonita amistad?
- A veces las cosas no son lo que parecen…mejor entremos.
Una vez en clases, Ester se sentó en un banco apartado y no en el mismo que compartíamos.
Había aceptado que no me saludase en presencia de mi amigo, pero que no se haya sentado
conmigo, era extraño. La observaba de reojo y ella seguí con su misma postura, la de ignorarme. En
un determinado momento fue tal mi distracción por tratar de llamar su atención, que el profesor me
regañó. Llegó la hora del recreo y Ester se colocó en el mismo lugar que lo había hecho desde que
la conozco, bajó el viejo manzano del patio a las penumbras de sus sombras. Esperaba con ansias
que sonara el timbre para ir tras de ellas y hablar.
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- ¿Ester no te parece que estas exagerando con ignorarme? –Le pregunté- entiendo que no quieres
que sepan lo nuestro, pero antes éramos solo amigos y no estábamos tan distanciados dentro de la
escuela.
- Te pido perdón –respondió ella sin mirarme a la cara- me gustaría que lo nuestro lo mantengamos
en secreto. Hagamos de cuenta que estamos como al principio, como si nunca nos hubiéramos
conocido.
- Pero ¿por qué? –Dije buscando una explicación- yo no quiero estar tanto tiempo lejos de ti.
- Y ¿por qué no? –Repelió ella de inmediato y esta vez mirándome- debería de dejar tu orgullo
varonil y respetar mi decisión. En este momento quisiera que las cosas sean así, no quiero tener
problema con mi madre, es solo eso ¿ok?
Ester se apartó de mí y no me volvió a hablar durante el tiempo que permanecimos en clases.
Quisiera poder comprender a las mujeres, mi falta de experiencia con las “femes” me hacía ver como
un hombre insensible.
Pasó la noche y en casa las cosas seguían igual con mi madre, hasta llegué a pensar que la
muerte de mi padre la había hecho perder la razón. Era impensable aceptar que la mujer que me
trajo al mundo, hiciera mi vida tan complicada. Su resentimiento le hacía perder toda emoción de
afecto maternal. Yo amaba a mi padre aunque era un tipo de carácter insostenible y de sentimientos
fríos, pero tenía otra forma de demostrarnos afecto. Por ejemplo el ser muy responsable en su
trabajo, y cumplir con el sustento de la casa, nunca nos hizo faltar alimentos ni vestimentas. Quizás
todos hubiesen deseado que en lugar de mi padre haya muerto yo, hasta lo he meditado una y otra
vez. En cuantas ocasiones le imploré al altísimo que me llevara de esta vida, para mí hubiese sido
un favor misericordioso de su parte. El destino quiso que el curso de la historia familiar fuera de esta
manera, yo no era el que manejaba el vehículo y tampoco pedí tener estas monstruosas cicatrices.
El maldito puente del río siempre fue el lugar del litigio entre seguir o dejar esta vida, aunque
deseaba más la segunda opción. Si hubiese tenido las agallas para poder arrojarme, no tendría que
soportar este martirio, debí de haber estado en lugar de mi padre. Es como si Dios se endureciera
con aquellas personas que desprecian su vida, él no acepta que tengas en poco su creación. Pero
yo no despreciaba su creación, solo aborrezco mi vida. Y ahora la aborrezco más que nunca, esa
oscura opresión que me hostiga día y noche llamada soledad, ya no la soporto. Ester había sido la
luz que disipaba esas tinieblas; mas como el sol en medio de nubarrones, sus rayos se fueron
apocando hasta prevalecer lo gris. Dice una ley espiritual que un abismo atrae a otro abismo, la
oscuridad solo atrae a más oscuridad, empiezo a creer en su realidad. Quisiera saber ¿cómo se
hace para atraer claridad cuando se nace en una profunda oscuridad? No creo que haya personas
tan desgraciadas como para no pararse nuevamente después de una dura caída, si creía que
existían personas cobardes de volver a intentar. Me consideraba un gran cobarde, me intimidaba
ante mi reflejo en el espejo al ver mis cicatrices, me asustaba que había en el más allá, por eso
nunca pude terminar con mi vida. Siempre me sentí un sumiso cachorro ante los golpes de una vara,
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y esas varas que me golpearon hasta quebrantarme el poco orgullo, fueron las palabras de esas
personas que creías que nunca te dañarían. Ni las cicatrices de mi cuerpo físico me dolieron tanto,
como los dardos punzantes escupidos de las bocas de tus seres más íntimos. Hay palabras tan
dolorosas que aun reverberan en mi a pesar del tiempo, recordarlas es volver abrir la herida; y es
difícil mantenerse sin que se te escape una lágrima. ¡Maldita sea! cómo desearía no tener
sentimientos, ser un hombre sin alma y tan duro y frío como el iceberg que hundió al Titanic.
Al día siguiente un llamado de la empresa donde estaba a punto de ingresar, el personal de
recursos humanos se comunicó a casa para darme los resultados médicos.
- ¡Hola! ¿Con el señor Gabriel Peralta?...
- Sí, el mismo habla…
- Mire soy Mariela Ceballos de recursos humanos de la empresa Lionel S.A. Usted había comenzado
con los controles pertinentes para su ingreso, lo único que le faltaba era el resultado médico para ver
si está apto para trabajar en la misma…Bueno, ya tenemos los estudios y lamentamos tener que
informarle que no fue aprobado, usted tiene lesiones debido a un accidente en varias partes de su
cuerpo. El trabajo que la empresa realiza en su mayoría es pesado, y por ese motivo hemos decidido
no reclutarlo a nuestro personal; lo sentimos muchos son las normas con que nos regimos, y muchas
gracias…adiós.
Solo colgué el teléfono y me fui por ahí, me habían rechazado de varias empresas debido a mis
lesiones, pero tenía esperanza de pasar esta vez, conseguir este trabajo era muy importante para
mí, le demostraría a mi madre que no soy un perdedor como ella cree.
Había pasado dos días sin intercambiar palabras con Ester, llegué a la conclusión de que todo con
ella se había terminado y que se había alejado sutilmente de mí para no herirme. Me sentía frustrado
y no soportaba estar entre gente, quería salir e irme lejos donde nadie pudiera verme. Que fea
sensación, había sumado una nueva cicatriz a mi corazón. Me volví introvertido, no porque me haya
convertido en un anti- social, sino porque no tenía ánimos de hablar con nadie. Pero sé cómo es el
proceso por experiencia, dejar que el tiempo cure todo aunque el tiempo no cura nada; solo te
enseña como convivir con las heridas.
La fuerte brisa arrebataba las pocas hojas de las arboledas, con mis manos en los bolsillos y una
bufanda enrollada en mi cuello, trataba de apaciguar el gélido clima nocturno. Llevaba los útiles
debajo el brazo, una carpeta y algunos libros, mis pasos eran lentos y apesadumbrados. Intentaba
retrasarme, no tenía ganas de llegar a casa pero lamentablemente no había otro lugar a dónde ir.
Por suerte no se encontraba nadie en las calles, solo las farolas colgantes que se mecían con el
viento, realmente era un escenario funesto para mí. Esperaba no encontrar a mi madre, con el ánimo
por el suelo no sé cuál sería mi reacción ante su maltrato verbal. Por fortuna hoy se fue a la cama
temprano, el frío la inhibe por eso ella como yo odiamos su clima helado. Eran la una de la
madrugada, temprano para alguien que sufre de insomnio como yo; siempre paso la noche
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pensando cómo sería mi vida si fuese alguien normal, o qué sería de mi vida si fuese feliz. Pura
fantasías para mí, la realidad supera la ficción, una realidad que quisiera olvidar, si fuese posible. A
veces pienso que la palabra felicidad es solo un engaño del todopoderoso, para animar a los
hombres a no perder la fe.
En una ocasión a la salida del colegio y resignado a seguir con mi frustrada vida, caminaba con mi
mirada baja, cuando siento una voz que pronuncia mi nombre.
- ¡Gabriel!, ¡Gabriel!
Al instante voltee y era Ester, denotaba una seriedad extrema en su rostro a lo cual deduje que
venía a terminar con nuestra relación definitivamente. Solo la observé sin expresar palabras
esperando la dolorosa noticia.
- Gabriel necesito hablar contigo –Dijo exhalando un sofocado aliento, pues había caminado de prisa
para alcanzarme- quería pedirte perdón por mi indiferente actitud en estos días, sé que has estado
mal por mi culpa y es…qué he estado mucho tiempo sola y temía intentar una nueva relación.
- Sí, te entiendo…yo nunca he estado con alguien y quizás mi falta de experiencia me hace un poco
incomprensible. Tal vez deberías buscarte alguien mejor que yo.
- No busco alguien con experiencia, solo necesitaba hablar con alguien que me entienda y escuche
mis problemas sin que me considere una loca. Por lo general todos se asustan de mi extraña forma
de ser, pero tú te acercaste a mí sin prejuicios y, escuchaste atentamente mis aburridas y dramáticas
charlas.
- No me parecieron tan dramáticas –Respondí con toda naturalidad.
- ¿Ves? A eso es a lo que me refiero sobre ti. Quiero que sigamos juntos, y esta vez será distinto
porque ambos sabemos lo que queremos.
- ¿Me estás diciendo que aceptas ser mi novia? – Pregunté emocionado.
- Sí –Respondió ella sonriente- pero no sé, aún no tengo tu respuesta; quizás tu no quieras
aceptar…
- No lo sé…lo tengo que pensar si me conviene una mujer tan loca –Dije siendo capcioso- ¡por
supuesto que quiero!
Es increíble como tu mundo puede cambiar de la oscuridad a la claridad en un abrir y cerrar de
ojos, por vez primera empezaba a sentir ese extraño sentimiento llamado amor; y lo más grandiosos
es que sabe maravilloso.
Pasó el tiempo tan fugaz, después de un año nos graduamos y comenzaría una nueva vida para
todos. Una mezcla de emociones entre alegría y tristezas nos inundaba el alma, las despedidas de
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aquellos amigos y compañeros con quienes compartiste tantas cosas a lo largo de los años de
estudios; y que quizás jamás vuelvas a ver, era motivo para derramar alguna pequeña lágrima. Por
suerte para mí, Mauricio y Ester vivíamos en el mismo barrio, por lo cual presentía que nuestra
amista duraría, y ojalá sea para siempre. Al menos al conseguir un logró como este título, creí que
sería una razón de orgullo para mi madre; pero al parecer nada de lo que yo haga será suficiente
para ella. Ni siquiera asistió a la graduación, lo esperaba de parte de mis hermanas y en realidad no
me importaba, pero no de mi madre. En fin, nada de lo que yo pueda hacer satisfacerá el corazón de
ella, siempre seré un bastardo sin derecho a honra.
Mi relación con Ester iba viento en popa, todo marchaba como para transformarse en la mujer de
mi vida. Mi deseo era formar una familia, habíamos estado saliendo por más de seis meses y era
hora de formalizar nuestro amor enfrente de nuestras familias. Sé que presentársela a mi madre
sería lo mismos que no hacerlo, sin duda alguna me presagiaría maldiciones como siempre lo ha
hecho. Pero bueno, el protocolo a seguir decía que las cosas para hacerla formal era de esta forma.
Seguramente lo mismo pasaría de parte de la familia de Ester, pero nada importaba. Nuestro sentir
era mutuo y nuestro amor lo sostendríamos a pesar de los vientos y torbellinos que se levanten. Y
más para mí, quizás sea mi única oportunidad para ser realmente feliz, y no la desaprovecharía por
nada en el mundo.
Ahora que me había recibido de lo que quería, ya no tendría que andar buscando trabajos donde me
rechacen por ser un incapacitado.
La primavera es una de las estaciones más hermosas dicen, y la verdad que nadie podía negarlo;
Ni siquiera yo, un tipo pesimista y de rasgos triste. Muchos me preguntaba si me sentía bien, pues mi
rostro era uno de los más triste y rara vez esbozaba una sonrisa. Creo que mi patética vida había
influenciado lo suficiente en mí, como para dar a pensar que no sentía deseos de vivir. Y en nada se
equivocaban, pero por surte eso cambió cuando Ester llegó a mi vida. Ahora sí podía apreciar esta
estación florida, aromática y llena de colores sin desentonar con mi tácito y pálido faz. El clima
templado de esta época pone a las persona románticas, y toda cosa que uno hace por su amor es
motivo de suspiros. La noche cálida y estrellada inspiraba hasta el hombre más tosco, el canto de los
anuros y la sinfonía de los grillos hacían de este momento algo mágico. Fue entonces que esa noche
le expresé todo mi amor a Ester, le dije todo lo que la amaba y cuanto había cambiado mi vida. Ella
como toda mujer sentimentalista no dejo de emocionarse, el amor era reciproco y mutuo. Después
de hablar y expresar cada uno su relato, nos miramos a los ojos, luego vinieron los besos para
terminar desnudos entre los arbustos del parque. Nunca habíamos hecho algo tan osado, pero fue
maravilloso y desde ese momento decidí que quería pasar el resto de mi vida con Ester.
Un mes después nos comprometimos, como ningunas de nuestra familia aprobaba nuestra
relación, para mí discriminándonos por ser diferentes, consideraban que dos personas desgraciadas
no podían amarse. Nadie quería tener como pariente engendros, eso lo decían por los posibles hijos
que podríamos concebir, igual jamás escuchábamos sus pobres comentarios. Decidimos hacer una
cena en cada casa, porque sabíamos que ninguno asistiría. Empezamos por casa, obviamente solo
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estaba mi madre, mis hermanas dejaron de hablar conmigo desde el día que supieron que tenía una
relación y conocieron a Ester. Hay gente que está tan acostumbrada a verte mal, que cuando te ve
feliz es algo inaceptable.
Una mesa cuatro sillas, un simple mantel blanco y bajilla común, era todo el banquete. Mi madre
preparó una carne al horno, no sé si lo hizo por compromiso o porque yo se lo imploré, le dije que
era lo único que le pediría en la vida y que para mí era muy importante, sabía de nuestras diferencias
y que se lo iba a gradecer todo la vida. Estaba todo preparado y la mesa servida, cada uno se sentó
en su sitio, mi madre en la cabecera. Un silencio atroz reinaba en el lugar, ninguno se atrevía a
hablar. Ester me miraba y yo le devolvía las miradas, esperando que alguien diera gracias por los
alimentos. Sabía que nadie lo haría, comencé yo carraspeando la garganta para llamar la atención.
- Señor gracias por estos alimentos, y gracias por permitirnos estar aquí reunidos para celebrar
nuestro compromiso –Dije y concluí la oración con un a amén.
- ¡Amén! –dijeron a unísono mi madre y Ester como era nuestra costumbres. Y antes de que el
silencio reinase o través, volví a hablar.
- Madre gracias por aceptar nuestra invitación, y queríamos decirte que mi relación con Ester es
muy genuina y vamos a casarnos. Sé que muchos están en desacuerdo con nuestra decisión, pero
es lo que nosotros decidimos.
Mi madre siguió en silencio y ni siquiera levantó la vista para mírame, luego Ester agregó diciendo:
- Mire, si quiere puede comentar lo que sea, lo que le desagrada y por qué. Igual no nos ofende y
trataremos de dialogarlo, para eso nos reunimos en esta cena. Yo entiendo sus diferencias con
Gabriel y no me voy a inmiscuir en temas que no me competen, pero su hijo tiene derecho a ser feliz.
Él es una buena persona, y a pesar de su condición se esfuerza para tener una vida normal; y de
hecho lo ha logrado con mucho esfuerzo.
Cuando Ester terminó de hablar, mi madre con su mirada hacia abajo parecía meditar y luego alzó
su rostro hacia nosotros. Yo la conocía lo suficiente como para saber que no es una mujer endeble,
había pasado por tantas contrariedades en su vida que su corazón estaba tan duro, y era difícil de
llegar a quebrantarlo. Nunca se guardó de decir lo que sentía, aunque esas palabras destrozaran a
su receptor. Esperaba como algo premeditado que dijese algunas de sus sandeces, estaba
preparado para esta circunstancia. Pero su reacción fue todo lo contrario, hasta mí me sorprendió.
- Sé que Gabriel ha tenido una vida dura, soy su madre y me doy cuenta de todo. Si fui rígida con él
es porque sabía que la gente lo tendría en poco; quería que estuviera preparado para cuando le
tocase vivir esa realidad. Fui exigente porque quería que se superase día a día sin darle importancia
a sus defectos. No quería que la gente le tuviese lástima, sino que le tuviesen respeto…me alegro
que hayas superado todos tus miedos, ahora eres un hombre como cualquier otro, incluso puedes
ser mejor.
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- Gracias madre –Es todo lo que pude decir, pues no sentía otra cosa para expresar, las palabras
sensible se habían borrado de mi vocabulario; porque rara vez recibía algún afecto, a excepción de
Ester. Hasta creí que mi madre fingía un relajo, había aprendido a desconfiar de ella. De todas
maneras lo que decía tenia lógica, todo lo que yo hacía era para demostrarle a mi madre que no era
ningún inútil- En verdad madre…Gracias por confiar en mí.
Ester después de oír nuestro dialogo, me miró esbozando una sonrisa de complacencia. La cena
prosiguió sin mucha charla, habíamos hablado lo justo y necesario; igual éramos de pocas palabras
en cuestiones de expresar emociones de afecto.
Gracias a Dios todo salió bien con mi madre, al menos no me hizo pasar vergüenza, por un
momento se me vino a la mente que sacaría mis penurias. Estaba feliz, una sensación que nunca
antes había experimentado, era agradable y no quería que se terminara.
Luego de la cena acompañé a Ester hasta su casa, donde la despedí con un apasionado beso
bajo el alero del portal. Una noche clara de luna llena y apenas fresca, su madre corrió las cortinas
de la ventana y se asomó para ver a través del cristal. Ester supo que debía de entrar para no tener
que darle explicaciones, seguramente debe de haber estado bebiendo y no estaría muy lucida.
- Bueno tengo que entrar –Dijo Ester mirando de reojos a su madre en la ventana- Mañana tenemos
que cenar con mi madre. Ojalá que todo salga bien como ahora, y sino que se valla al demonio.
- Sí, yo estoy contigo pase lo que pase. Como dijo mi madre me entrenó para soportar cualquier
agravio. Y sabes que te amo…y eso es más que suficiente para mí.
- Te juro que ya no la soporto. Espero que con tu nueva profesión consigas un empleo y nos
casemos, quiero irme de esta casa.
- Ya falta poco, solo es cuestión de tiempo…ya verás que pronto todo será una hermosa realidad,
estaremos en nuestra propia casa y seremos felices para siempre.
- Lo sé –Dijo ella y tomó la perilla de la puerta para entra- hasta mañana amor.
- Hasta mañana mi amor…
Que noche tan tranquila, eran las dos de la madrugada y el barrio estaba pobre de moradores. No
había vehículos, ni gente merodeando; el frío nocturno obligaba a permanecer a todos en sus
hogares al abrigo de sus dulces camas. Cruzaba el puente que atraviesa el río para llegar a casa,
me arrimé una vez más hasta el barandal de protección y miré sus aguas turbulentas golpeando
contra la base del puente. Cuantas veces había estado en este mismo lugar a punto de arrogarme al
vacío, sin un motivo para seguir y nunca tuve el valor para hacerlo. Hoy lo miro desde otra
perspectiva y me pregunto, ¿cuánto cosas me hubiese perdido de haberlo hecho? Es increíble
cuando tu cabeza está llena de brumas, tu mundo está lleno de brumas. Dicen que lo que no te mata
te hace más fuerte, pero también te hace más sabio. Creo que mi madre me entrenó muy bien, sus
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palabras duras y sus maltratos me hicieron fuerte, tan fuerte que mi corazón se había endurecido. Lo
que ayer me lastimaba, hoy me alienta; y lo que ayer me asustaba, hoy me causa risa. ¡Me rio de ti
puente! ¡Me rio de ti muerte! juego con el vértigo y hago equilibrio en el borde, mientras rio a
carcajadas y grito como un loco. Mis gritos hacen ecos en la acallada ciudad, pero de repente algo
me hace volver en sí; un vago recuerdo de mi difunto padre. Esos recuerdos me apesadumbran.
Cómo desearía que él estuviera aquí para verme, y restregarle en la cara y decirle: que no soy el
fracasado que él pensaba. Bueno de todas maneras, ¡qué en paz descanse!
Llegó el día tan ansiado, solo faltaba subir el último peldaño, pedirle la mano a la madre de Ester.
No sé por qué, pero estaba un poco nervioso, esa mujer no era muy cuerda que digamos. Temía a
su excentricidad repentina, solía alterarse al instante al menor disgusto de su parte; y no estaba
seguro de cómo reaccionaría. Nunca aceptó nuestra relación alegando que yo no era un buen
partido para Ester, no sé si lo decía porque es una resentida o porque no era muy grato a sus ojos,
creo que pocas personas saben juzgarme por mi ser interior, a mi parecer, me consideraba una
buena persona; es más, amaba a Ester ¡Qué eso no debería ser suficiente! Esta sociedad
materialista y narcisista, solo ven el aspecto y los intereses que posees. Pero siento mucho
decepcionarlos, yo no poseo nada de esas cosas, asco me da la sociedad moderna; o tal vez, algo
de razón tengan, no se puede vivir solo de amor. Es por eso que necesito encontrar un empleo
urgente, con mi nuevo y reciente título tengo una mayor posibilidad de conseguirlo sin que me
discriminen, como los patéticos empleadores anteriores. Eran las nueve de la noche y empezaba a
prepararme para cenar con Ester y su madre Susana, quería verme bien. Me puse una camisa que
pertenecieron a mi difunto padre, bueno no solo su camisa, también su pantalón de vestir y sus
zapatos. Me daba algunos vistazos en el espejo, estaba espléndido, ¡quién te ha visto y quién te ve
Gabriel! Me retoqué el cabello peinando el jopo. Una vez listo partí a lo de mi futura esposa. Antes de
salir vi donde estaría mi madre, aunque no nos llevábamos bien me preocupaba por ella. Supuse
que a estas horas estaría sentada en el sofá viendo algunas aburridas telenovelas. Efectivamente
estaba en el mismo lugar de siempre, tan inmiscuida en la serie que parecía fantasear creyéndose la
protagonista. Ni siquiera se percató que estaba detrás de ella.
- Madre me voy a lo Ester –dije fuerte irrumpiendo en su fantasía- voy a cenar con su madre, llegaré
tarde.
Ella giró su cabeza con su rostro serio como siempre y contestó:
- ¿Y de cuando me avisa que te vas? Pues vete de una vez, y cierra bien la puerta.
-Veo que todo sigue igual –respondí sin sorprenderme- ¡adiós!...
Atravesé la puerta luego de cerrarla y saludé a mi lanuda mascota, que siempre estaba de buen
humor llueva o salga el sol. Siempre me recibía sacando su lengua babosa, moviendo su cola y
apoyándome sus sucias patas. Aunque en está ocasión no me agrado demasiado su eufórica
demostración de cariño, y que posara sus patas sobre mi pantalón. La noche estaba tan agradable
como ayer, la misma brisa fresca obligándome a colocarme la chaqueta; todo el camino estaba lleno
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de hojarascas que crujían ante mis apresurados pasos. En el portal de la casa de Ester me arreglé
un poco la vestimenta, y luego toqué el timbre, la puerta se abrió casi de inmediato; eso demostraba
la ansiedad de ella por mi presencia. Cuando la vi no pude disimular mi fascinación, estaba hermosa
con un vestido ceñido y corto mostrando sus esbeltas piernas sobre unos zapatos de tacos altos. Me
recibió con una bella sonrisa y, luego me hizo pasar hasta una mesa ornada de la mejor forma. Su
madre Susana ya estaba sentada moviendo los dedos de su mano contra la mesa, como tocando las
teclas de un piano; demostrando su impaciencia o desgano por la reunión. En cuanto me vio parado
junto a su hija se acomodó en su silla y dijo con voz cortante:
-Bueno ya era hora, empecemos con la cena que no tengo toda la noche.
-No prestes atención a sus palabras –dijo Ester en voz baja y meneando la cabeza- de todas formas
se opondrá; pero es bueno hacer las cosas formalmente. No quiero darle motivos para que me
reproche en el futuro… ¡Ven pasa y ponte a la mesa!
Una vez en la mesa y la comida servida, me propuse ir al grano directamente y no hacer toda una
ceremonia. Igual no me importaba si la señora Susana me diera el sí o que se oponga a nuestro
compromiso, me casaré con Ester irreversiblemente. Alcé mi vista hacia la señora para hablarle, ella
comía con ansias ignorando nuestra presencia, ni que fuera su última comida, ojala de atragante.
Pero todo lo que hacía era para imponer su desagrado, y sabía de antemano que por más que
reniegue nuestra decisión ya estaba tomada; por eso no le importaba ser cortés. Sin más vueltas y
siendo directo dije:
-Señora Susana quiero decirle que hoy me comprometo con su hija y pronto nos casaremos.
Ella me prestó atención masticando la comida que le quedaba en la boca, luego tomó la copa y
bebió un profundo trago de vino tinto. Hizo unos buches en la boca, tragó el líquido exhalando un
aliento por el alcohol para luego decir:
-¿Y para qué quieres mi opinión? Si sabes mi respuesta es ¡No!, pero igual se casarán; así es que,
hagan lo que quieran.
-Gracias señora Susana por su aprobación –dije en tono irónico.
Cumplimos con ambas familias por así decir, o con las cabezas de ellas. La señora Susana se
bebió todo el vino, y quedó durmiéndose en la silla con su cabeza hacia atrás emitiendo un leve
ronquido. Eso significaba que la velada se había terminado, le ayudé a Ester a levantar la meza
(levantar los platos, los cubiertos, las copas y limpiar todo) no era mucho, pero desde ahora en más
tendríamos que hacer todo juntos. Después de asear todo, era hora de irme a casa, Ester me
acompañó hasta la puerta para despedirme.
-¿Quieres que te ayude con tu madre? –dije al ver a la señora desmayada totalmente ebria.
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-No te preocupes, puedo sola –respondió ella sonriendo- ya estoy acostumbrada a las lamentables
escenas de mi madre.
Eran las cuatro y treinta y ocho cuando llegué a casa, mi madre dormía como siempre a estas
horas. La casa estaba sucumbida en silencio, solo se oía las manecillas del reloj correr, y afuera la
brisa otoñal susurrar entre las ramas desnudas de los álamos. Subí la escalera sin presionar muchos
los pies, trataba de hacer el menor ruido posible; despertar a mi madre a estas horas sería
catastrófico para mí, y no estaba como para ligar sus histéricos gritos. Quería que esta noche fuera
perfecta, me sentía muy feliz y era una sensación interiormente placentera. Al menos para mí, que
antes pensaba que la felicidad era una utopía, una mera fantasía, tal vez un mito, en fin. Pero hay
algo que tengo que reconocer ¡cómo cuesta alcanzar la felicidad! He tenido que sortear tantos
obstáculos durante el camino, el peor de los estorbos siempre fueron personas. Lamentablemente
las personas de tu propia casa, las que crees que deberían de amarte son las que te hacen las
heridas más profundas y dolorosas. Creo que esta noche dormiré plácidamente, estoy en paz
conmigo, ya no hay conflictos internos ni voces en mi mente que me degraden. Amo y soy amado y
eso es gratificante, el amor es algo tan fundamental en la vida de cualquier ser humano, una persona
sin amor es como una planta sin agua, te vas secando hasta marchitarte y morir; no físicamente,
pero si espiritualmente. Hay mucha gente que camina tan vivaz por fuera e interiormente están sin
vida, como zombis moviéndose solo por inercia o costumbre, yo solía ser uno de ellos.
La claridad del amanecer golpeó mi ventana y llegó el momento de empezar a ser responsable,
ahora comprometido para el matrimonio necesitaba encontrar una fuente de ingresos económicos; y
la forma más accesible era consiguiendo un empleo. Salí muy de temprano, ¡increíble me levanté de
la cama antes que mi madre! El buen clima parecía estar a mi favor, un sol radiante en este otoño
fresco y colorido. Esperaba que esta vez los “Recursos humanos” de las empresas no me juzguen
por mi aspecto sino por mi título de técnico. Comenzaría por ver los avisos de algunos matutinos. En
el trayecto me encontré con Mauricio, mi único y mejor amigo, desde la graduación que no tenía
noticias de él. Con lo de mi compromiso con Ester y la urgencia de un trabajo, me había alejado de
mis compañeros. Fue una casualidad muy agradable para mí toparme con Mauricio, lo echaba de
menos. Nos abrazamos y como teníamos mucho que contarnos, decidimos hacerlo en una cómoda
mesita de un café.
-¿Cómo que te comprometiste? Y ¿no pensabas decírmelo? ¡Soy tu mejor amigo! –hablaba
Mauricio.
-Si lo sé, te pido disculpas. Es que no fue todo como piensas, no fue fácil comprometerme con Ester;
su madre no estaba muy de acuerdo y te aseguro que no es una mujer de fácil tratar. Es tan
excéntrica como mi madre, bueno tú ya conoces a mi madre. Fue algo familiar… ¡bah! Ningún
familiar fue, solo fue una cena con nuestras respectivas madres, nada más.
-Bueno me alegro por vos, que las cosas te hayan cambiado, te vez feliz. Y espero que me invites a
tu casamiento.
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-Gracias amigo, no solo te voy a invitar sino que quiero que seas mi padrino de bodas.
-¡Por supuesto amigo, será un placer! –Respondió Mauricio emocionado- ¿Y para cuándo tienes
fecha en el civil?
-No tenemos fecha, primero tengo que conseguir un empleo y la situación esta dura, más para gente
como yo con muy pocas oportunidades.
-No digas eso amigo. Ahora eres un técnico y te catalogan por tu capacidad de estudio…mira,
porque no vienes a la empresa donde trabajo. El gerente es mi padre, gracias a él logré ingresar;
hablaré para ver que se puede hacer. No te aseguro nada pero al menos lo intentaré.
-¡De verdad harías eso por mí! –exclamé.
-¡Por supuesto! Eres mi amigo y me gustaría mucho poder darte una mano.
No creo en las casualidades, solo creo en las oportunidades y esta no pensaba desaprovecharla.
Siempre es bueno tener amigos, los grandes amigos aparecen cuando más los necesitas. Mauricio
era ese amigo, desde un primer momento que nos conocimos por allá en los años de la escuela
secundaria; pude notar su generosidad y su humildad. Fue el único que no se espantó de mi aspecto
ni se mofó de mis desgracias, todo un ejemplo de persona. Como desearía que todo el mundo fuera
como él…solo espero que nunca me decepcione.
Mi vida al parecer comenzaba a dar un giro brusco positivamente, al fin el todopoderoso se
apiadó de este desdichado ser ¡A buena hora! Una semana después ya estaba trabajando en la
fábrica gracias a la intervención de Mauricio. Había hablado con su padre para que este a su vez
hablara con el personal administrativo. Mi amigo le explicó mi patética situación y se compadeció de
mí. Estaba muy agradecido con ellos, sobre todo con Mauricio. Pera más feliz estaba Ester cuando
le comuniqué la buena noticia, las cosas iban bien y eso era maravilloso.
Pasaron tres meses y pusimos junto con Ester fecha para nuestro enlace matrimonial, lo
habíamos programado para el cinco de diciembre del mismo año, unos días antes de las fiestas de
navidad y año nuevo. No sería una gran fiesta, algo pequeño e íntimo solo para familiares y algunos
conocidos. Aunque no me importaba la fiesta ni los invitados, lo único que me importaba es que mi
sueño más anhelado se iba a cumplir, Ester sería mi mujer.
Un día plomizo y lluvioso, de esos típicos de invierno en esta ciudad, al salir del trabajo me junté
con mi amigo Mauricio y demás compañeros laborales para tomar algo en un bar cercano. La fuerte
brisa helada instaba para refugiarse en el cálido ambiente de la taberna, bebimos cervezas y
celebramos de todo un poco, inclusive mi futuro matrimonio. Entre risas y bromas el tiempo se nos
fue volando, a tal punto que olvidé que debía ir a casa de Ester. Cuando me percaté de la hora eran
casi las once de la noche, sin perder prisa me despedí de mis compañeros y tomé la calle hacia su
casa. La brisa helada te carcomía los huesos y una fina llovizna caía lentamente, aunque no mojaba
mucho era de por si molesta. Había bebido demasiado y el camino se me movía, más bien era yo el
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que tambaleaba por el alcohol. De todas maneras logré llegar a casa de Ester, tengo que confesar
que me costó embocar mi dedo índice en el interruptor del timbre; y cuando al fin hice que el timbre
sonara, me olvidé que debía sacarlo. El largo sonar del timbre retumbó dentro de la casa, en apenas
unos minutos Ester abrió la puerta ofuscada. Grande fue su sorpresa al verme desalineado y sin
mucho equilibrio sobre mis pies, pues no podía mantener una postura estable. A la que ella no tardó
en lanzarme una fuerte increpación.
-¡Cómo te atreves a venir en ese estado tan patético! Hubiese preferido que no vinieses, no me
importa donde estuviste. Seguramente con tus amiguitos, al menos podrías haberme avisado así no
te esperaba como una estúpida.
-Tienes razón –dije viéndola tan alterada y contradecirla sería peor- solo me junté con Mauricio y
algunos compañeros para celebrar por nuestro casamiento.
-Está bien te felicito, pero estas ebrio y no voy a estar contigo en ese estado –Respondió ella seria y
cruzándose de brazos- vete a casa, mañana hablaremos.
-Perdóname –Es todo lo que pude decir.
-Ya vete, ve con cuidado –Concluyó Ester y se quedó de pie en el portal hasta que me alejé lo
suficiente.
Me sentí muy estúpido, me faltó astucia y es algo que carecía lamentablemente. Desde que la
conocí no la había visto tan enojada, aunque a mi parecer ella exageraba y el asunto no era tan
grave. Pero mi poca experiencia con mujeres me decía que esto me iba a traer consecuencias. Las
mujeres suelen ser muy susceptibles, más cuando tienen una imagen nítida de ti y luego las
decepcionas.
En casa a duras penas abrí la puerta de entrada, luego a tientas ingresé tratando de no hacer
ruidos para que mi madre no me viera en este estado. Tendría motivos suficientes para darme uno
de sus fastidiosos sermones. Pero mi estado no me permitía una movilidad acertada en mis pasos, lo
cual acabé por llevarme todos los muebles por delante. Mis planes de pasar desapercibido ante mi
madre se truncaron, ella poseía oídos de elefantes, podía escuchar una aguja caer y como no iba a
percatarse del estruendo que provoqué por mi torpeza. La luz se encendió y lo primero que vi fue a
mi madre, vestida con su camisón de la era medieval; ya podía leer en sus ojos las palabras aun no
pronunciadas.
-Me imaginaba que serías tú ¿qué ahora se te dio por beber? Al menos aprende como se debe
beber para que nadie lo note.
-Sí, tienes razón –Pronuncié balbuceando- mejor me voy a dormir, mañana acomodare los muebles
en su lugar.
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Me acosté con las ropas puestas, no tenía ganas ni siquiera de quitármelas. Solo quería dormir lo
antes posible, había sido un día desastroso y quería olvidarlo. Mañana sería otro día y esperaba que
a Ester se le haya pasado el enojo, es lo único que me importaba. Con respecto a mi madre, ahora
tendría otra excusa para recriminarme mis malas y fracasadas actitudes. Tampoco creo haber sido
tan malo ¡maldita sea! Solo trató de tener una vida normal, ¿es mucho pedir? Tal vez si fuera normal
a nadie le molestaría lo que hago, nunca entenderé a esta sociedad.
Sonó el despertador taladrándome la cabeza. Siendo las siete treinta el sueño se me hizo corto y
tenía que partir al trabajo, sentía tanta pesadez en mi cuerpo que me costaba despegarme de la
cama. Desearía quedarme enrollado entre las sabanas hasta tarde, pero ahora tenía
responsabilidades; la próxima vez, lo pensaría dos veces antes de quedarme después del trabajo
bebiendo con mis compañeros. El día de ayer fue para el olvido, y hoy comenzaba un nuevo día.
Esperaba comenzar la mañana con más optimismo, y esperanzado de que a Ester se le haya
quitado el enojo.
A la salida del trabajo tenía una cita obligada con Ester, ni bien se hizo la hora tomé rumbo a su
casa. Solo esperaba que su madre por lo menos en este día estuviera en sus cabales o sobria, mis
ánimos no estaba como para sus espectáculos. Al llegar Ester estaba muy tranquila, aunque callada,
eso me dio a entender que me había perdonado y me sentí aliviado. Entré a su casa como siempre y
nos sentamos en el sillón del living, ella se puso a mi lado; yo solo la miraba expectante esperando
alguna palabra.
-Me alegro que hayas venido –Dijo ella.
-¡Claro que vine! –Repliqué de inmediato- ¿Cómo no iba a venir?
-Quería hablar sobre lo de anoche…
-¡Espera! Ya te supliqué que me perdones –Interrumpí.
-¡Bueno déjame hablar! –Contestó ella alterándose- Tal vez a ti te resulte algo insignificante o te
cause gracia, pero para mí fue una sorpresa inesperada de tu parte. ¡Ya sé! Tienes derecho a beber,
todo el mundo lo hace, ¿Por qué te lo voy a prohibir? El problema es que no quiero una persona así,
el alcoholismo ha sido una calamidad en mi familia, lo viví con mi padre y ahora lo estoy viviendo con
mi madre, ¿ahora entiendes porque es tan grave para mí?
En ese momento me sentí acorralado por sus acertadas palabras, y lo peor de todo que
poniéndome en su lugar ella tenía razón. Pensé en cuestión de segundos en alguna expresión
coherente que me ayudara a zafar de la situación sin que se presentara como una excusa, pero no
hallé nada que decir. Me tomé mi tiempo moviendo mis labios, como amagando a decir algo, no
pude, y solo guardé silencio ante su atenta mirada leyendo todas mis expresiones faciales. Tenía
que hablar y ser cauteloso, por lo que dije lo siguiente:
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-Tienes mucha razón, es la primera vez que bebo de esa forma. Prometo que no lo volveré a
hacerlo, y siento haber mostrado esa imagen, no tenía idea lo de tu familia. Creí que tu madre bebía
solo por placer.
-Está bien –Dijo ella y arqueó sus labios mostrando una leve sonrisa- no puedo juzgar a todo el
mundo por que beban, lo de mi familia es un caso especial que no se lo deseo a nadie. Confiaré en ti
y espero no te lo tomes tan seriamente, es que hay cosas que aún debo subsanar en mi interior. En
otras palabras, temó terminar como mi madre.
-Ahora más que nunca te prometo que no se repetirá. No me habías contado esa historia de tu
familia. Solo necesito que confíes en mí y me cuentes todo, como yo lo he hecho contigo para que
no tengamos que volver a ofendernos con laguna actitud desagradable.
-En definitiva no me sentía preparada para contarte esa parte tétrica de mi vida, hay cosa que
requieren tiempo –concluyó Ester.
A mí me pareció bien sus respuestas, esta vez, trataría de ser más comprensivo. Mi vida había
pasado por circunstancias similares a la suya, mas mi padre no fue un mal tutor, fue un ejemplo a
seguir; con excepción de que era bastante autoritario y exigente conmigo, a tal punto que me
fastidiaba sus penosos sermones; según él eso era ser constructivo, pero en realidad me herían sus
palabras. No imaginaba que gracias a sus sermones constructivos, secretamente le fui guardando un
rencor que iba en aumento, hasta llegué a aborrecerlo. Y peor aún para mí, llegué hasta desear que
se fuera de este mundo y de mi vida, en verdad mis íntimos presagios se hicieron realidad aquél día
a la madrugada. Ese trágico accidente automovilístico acabó por cumplir mis deseos, dejando en mi
interior un profundo cargo de conciencia, que me hostiga día y noche. Esas pesadillas reverberan en
mis sueños hasta hoy, más seguidas de las horrorosas secuelas que me dejó ese accidente, fueron
el motivo de mis frustrados intentos de suicidios. Como infinidades de veces me auto-recriminaba
que debí ser yo el muerto y no él, cosa que mi madre no tardó en echármelo en cara sin ningún tipo
de escrúpulos. Cuantas veces quise ponerme en su lugar y tratar de darle la razón, lamentablemente
no pude hallar esa respuesta; al principio pensaba que solo lo decía sucumbida en su dolor, que es
algo natural de cualquier ser, sin embargo nunca dejó de reprochármelo hasta ahora. Trato y trato,
en lo más recóndito de mi corazón comprenderla, la soledad y el dolor es un coctel perfecto para
transformar una vital persona en un ogro sin deseos de vivir. En parte la entiendo, he sentido esa vil
opresión cubriéndome con su oscuridad, no sé si será una patología, un estado emocional o, yendo
un poco más allá, tu espíritu muriendo lentamente. Agradezco a Dios y a la vida de haber puesto a
Ester en mi camino justo a tiempo, sino hubiese terminado feneciendo, si no era por el suicidio lo
sería por inanición. Ella fue la luz que brilló en mi oscuridad, fue como el sol que nace en el
crepúsculo hasta alzarse al punto del mediodía y abarcarlo todo con su resplandor. Espero yo ser lo
mismo para ella, y si no lo soy me esforzaré para selo. Las cosas habían quedado claras entre
ambos, eso era muy bueno, que ella empezara a confiar un su seguro servidor. No debería de jugar
con mi suerte, es lo que meditaba para mis adentros, nada vale la pena más que Ester; perderla
sería volver a los viejos rudimentos, a la oscuridad.
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En casa estaba con un ánimo más alto de lo acostumbrado, haber arreglado mi situación con
Ester me hizo sentirme mejor, debo confesar que me asusté mucho al estar en discusión con ella. La
habitación lucía otra imagen, como pintado por un pincel mágico, lo tétrico pasó a ser colorido. Pero
como en toda fábula, nuca se logra la felicidad sin antes luchar con un malhechor que te hace la vida
complicada, en este caso mi madre era ese opositor malvado. Ya podía oír sus gritos maldiciéndome
desde la habitación, seguramente se debe de haber aburrido de sus telenovelas y encuentra más
diversión en fastidiarme. En fin, no estaba para oír sus venenosas oratorias, puse música de rock, mi
favorita, y cerré la puerta. Por más que se esforzaba en refunfuñar no notaba lo que decía,
seguramente la debe haber puesto más irritada. Me lamentaba tener que ser tan despiadado con mi
propia madre, pero llevaba años escuchando esa sonata y para mí no es nada agradable, estaba
cansado de sus despectivos versos hacia mi persona. En vez de confrontarla prefería ignorarla, sé
que esto no dará resultado y hallará la forma de decirme todo lo que tiene para decirme, si no es
ahora será más tarde. Estas escenas las he vivido tantas veces que sé lo que me dirá de ante
manos, seguramente me reprochará por lo borracho que llegué la noche anterior.
Salí casi a hurtadillas de mi propia casa, eran las diez de la noche y el cielo estaba nublado. El
viento congelaba mis manos y era inevitable exhalar un vapor espeso de la boca. Solo quería estar
lejos de casa por un rato, a decir verdad, lejos de mi madre. Necesitaba pensar un poco y ver como
dirigiría mi vida de ahora en adelante. Me dirigí al mismo lugar donde solía ir en mis tiempos de
angustia, el viejo puente de hierro del río. Aunque estaba el firmamento gris y el clima frío curtía mi
cara, el panorama presentaba un grato paisaje, las luces de la ciudad se reflejaban en las nubes
plomizas. El guarda- raid del puente estaba húmedo por la tenue llovizna, casi tirando a hacer copos.
Cruce al otro lado del guarda raid y me senté debajo del puente dónde estaban las bases que
sostenían el mismo. Miré hacia abajo, el río estaba impetuoso y más lleno de lo habitual, esto
siempre sucede en las ocasiones que llueve. Pero las veces que lo he visto colmados hasta los
topes, ha sido en las fuertes tormentas de verano, daba la sensación de que se rebalsaría anegando
todo a su alrededor; o que arrasaría con la estructura del puente, afortunadamente es lo
suficientemente fuerte a pesar de la antigüedad de su construcción. Cuantas temporadas estuve en
este mismo lugar, hice de este sitio mi refugio y aunque ya no soy un niño, sigue siendo mi amparo
donde descargo mis penas. El sonido del agua es un relajante natural del más efectivo, al menos
para mí. En este pequeño hueco bajo el puente fue donde se formaban los mejor litigios en mi
interior, esos conflictos sí que hacían estragos dentro de mí, batallaba entre seguir o dejarme vencer,
gracias a Dios y a mi cobardía decidí seguir. Ahora que lo pienso desde otro punto de vista que el de
ayer, seguir fue mi mejor opción. Pero hay algo que nunca he podido arrancar de mí, esas imágenes
vienen una y otra vez, revolotean mi mente cada día, el accidente que sufrí con mi padre. Recuerdos
que son tan traumáticos, ver a mi padre morir entre los hierros retorcidos fue devastador. No sé si
algún día pueda superarlo, por el momento solo puedo camuflarlos con las acontecimientos buenos
que me están sucediendo. Volviendo a la actualidad, mi sentía feliz después de tantos años; conocer
a Ester fue como un talismán de la buena suerte. Todo cambió en mi vida desde su aparición, desde
el primer momento que la conocí nunca imaginé que llegaría a tener algo con ella, y más aún, que
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llegaríamos a casarnos. ¡Qué loco! Es lo que puedo exclamar, la vida te da sorpresas, sorpresas te
da la vida, como decía una vieja canción.
El cielo al fin se decidió y los copos de nieves comenzaron a caer, tan pequeños que no llegaban
a acumular blancura en el suelo. El frio se hizo sentir traspasando todo mi ropaje, mi cuerpo tiritaba,
era hora de regresar; el lugar había cumplido su propósito, ser mi terapia para hallar la paz. Solo se
oían algunos vehículos pasar por encima esporádicamente, provocando temblores en la estructura.
Siendo las once de la noche y con la obligación de madrugar para ir al trabajo, partí rumbo a casa.
Para estas horas y con este frío mi madre ya debe de estar en su cama.
Todos los día son buenos cuando tu espíritu tiene paz y estas en armonía con todo a tu
alrededor, las semanas pasaron rápidas, con ellas los meses y también el crudo invierno mendocino.
Apenas faltaban meses para mi casamiento, y lo mejor que todo iba saliendo de maravilla. Hoy el
trabajo estuvo muy pesado, muchos problemas por solucionar, nada que no se pueda controlas, pero
si estaba un poco agobiado. Debía ir a casa de Ester, y esta vez aunque los compañeros insistieron
en ir al bar, decidí no ir. En casa de Ester me encontré con la sorpresa de que ella no se encontraba,
lo cual me pareció extraño porque siempre me avisa cuando sale. Fue su misma madre quien me lo
dijo, y agregó que no tenía idea de dónde podía estar, que hubiese jurado que estaba conmigo. Me
preocupé en gran manera y maquinaba mil cosas en mi cabeza, pero después de unos minutos
reaccioné y me dije:
-¡Cálmate Gabriel! No hay nada de qué preocuparte, te vas a casar con ella dentro de poco. No te
habrá avisado porque no lo creyó necesario… ¡relájate! Ya mañana la veras y te darás cuenta que
no pasa absolutamente nada.
Me fui a casa tratando de no seguir maquinando las cosas más estúpidas, en realidad no era nada
fácil, me moriría si ella decidiera engañarme. Pero creo que estaba delirando producto de mis celos.
Una vez en casa me fui directamente a dormir para que se me fuera esos pensamientos, me costaba
no pensar. Daba vueltas de un lado a otro de la cama sin poder cerrar mis ojos, hasta que después
de unas horas al fin me dormí. Por la mañana al despertar seguía pensando en ella y proseguí con
esos pensamientos en el trabajo. Esperaba ansioso que se hiciera la hora de salida para ir a su
casa, obviamente iría fingiendo visitarla. Eran las tres y cincuenta y nueve y yo ya estaba de pie en el
reloj, para marcar mi tarjeta y retirarme. A las cuatro y un minuto ya estaba camino a su casa, toqué
el timbre y de inmediato ella abrió la puerta, como si me estuviera esperando.
-¡Hola amor! –Pronunció ni bien me vio- sabía que vendrías.
-Hola amor- le dije y me invitó a pasar a su living- vine porque ayer no te vi.
-Sí, mi madre me lo dijo –contestó mirándome fijo a los ojos, esperando alguna gesto sospechoso
que delatara algún enojo en mí- te pido perdón por no avisarte, es que no tuve tiempo…fue todo muy
rápido.
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-Está bien no tienes por qué darme tantas explicaciones –dije disimulando mi frustración- Y ¿se
puede saber a dónde fuiste?...
-Me reuní con algunas amigas –dijo después de unos segundo- espero no te enfades conmigo, solo
fue por esta vez.
-No te preocupes –Contesté pero por dentro ardía, luego me di cuenta que no era tan grave. Yo
había estado con mis amigos en un bar y no solo que no le avisé, sino que también llegué totalmente
borracho. Sería injusto y machista si le hiciere una escena por esto. Así es que me calme y pasé la
tarde con ella, nos abrazamos y nos mimamos como siempre, todo volvió a la normalidad.
Después de retirarme de su casa y caminar solo por la calle, me sentía un completo estúpido por
toda la película que había creado anteriormente sobre la situación. Sin embargo algo me llamó
mucho la atención, su madre no se apareció ni hizo uno de sus ridículos espectáculos. Bueno parece
que de una vez, la vieja me aceptó y se resignó a verme por el resto de su vida. Una semana
después en una de mis acostumbradas visitas de novio, y como ya me consideraban parte de su
familia, entré a su casa sin tocar a la puerta pues ya tenía la confianza para hacerlo. Cerré la puerta
lentamente tras de mí sin hacer ruido, y oía desde el living que discutían en la cocina, madre e hija;
aminoré mis pasos antes de aparecerme y me puse a escuchar. Lo que decían era lo siguiente: yo
sabía que pronto te aburrirías, y que haría lo mismo que has hecho antes, hablaba su madre
recriminándola. Ella le contestó: ¡y a ti que te importa! ¿A caso yo te hecho en cara tus errores
pasados? Es mi vida y yo hago lo que me plazca. Su madre le contestó: ¿y qué piensas hacer ahora
con él? ¿Le vas a destrozar el alma como has hecho con los anteriores? Ester después de tomarse
un tiempo dijo: voy a hacer lo que tengo que hacer, seguir con lo que planeamos…me casaré con él
de todas formas. No podía imaginarme de que estaban hablando y me sentía muy ruin escuchando
detrás de la pared, por lo cual decidí fingir espontaneidad. En ese momento voltearon de inmediato y
ambas guardaron silencio, luego acomodaban los utensilios y bajilla expresando una disimulada
sonrisa.
-¡Gabriel! ¡Qué sorpresa! No te oímos entrar…-Dijo Ester y dejó algunas cosas dentro de la tina de la
mesada. Por mi parte hice lo mismo, como si no me hubiese percatado de nada. Desde entonces
comprendí que ellas guardaban secretos y me los ocultaban, me moría por saber porque discutían;
pero no tenía una excusa como para preguntarles. Me había llevado muchas decepciones en mi
corta vida; pero esta me dolió, porque confiaba mucho en Ester. Supongo que uno va conociendo a
las personas a través del tiempo y no debería de sorprenderme. Hacía tiempo que con mi madre no
teníamos alguna confrontación, lo que me parecía demasiado inusual, hasta que todo volvió a la
normalidad hoy.
Al regresar del trabajo venía fastidiado por algunas situaciones en la empresa, pensar en Ester
me distraía de mis responsabilidades laborales y había cometidos algunos errores. Fue que con ese
ánimo tan bajo y sin deseos de recibir ningún tipo de reproches, mi madre comenzó con sus
sermones, mi reacción fue de inmediato. Ni bien me vio ingresar inició su discurso:
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-¡Cómo puede ser que seas tan desordenado! –Pronunció con voz quejosa- dejas todo tirado por ahí,
la ropa sucia esparcida sobre el suelo, los trastos con restos de comida sobre la mesa y ni siquiera
tiendes la cama. Yo no voy andar tras de ti recogiendo tus desordenes, soy tu madre no tu sirvienta.
A lo cual yo respondí sin ganas de ser criticado aunque dentro de mí sabía que tenía razón:
-¿No te das cuenta que no tengo tiempo? Trabajo todo el santo día…ya me parecía raro que no
salieras con tus fastidiosos sermones. Hoy no he tenido un buen día, así es que, te voy a pedir que
no me molestes, estoy cansado y quiero estar tranquilo.
-¿Cansado de qué? –Me dijo- ¿crees que eres el único que trabaja en el mundo? ¿Y así te piensas
casar con esa mujer? A penas llevas unos meses trabajando y ya estás cansado ¿Qué crees que
significa mantener una familia? Con ese pensamiento no durará mucho tu matrimonio.
-Eso a ti no te importa –le respondí porque no tuve otra cosa que decirle, había sido muy certera con
sus palabras y entendía que hablaba bajo su experiencia.
-Claro que me importa por algo soy tu madre, no quiero que termines…
-¿Cómo un fracasado? –Dije y me entristecí. Y ella que no era ninguna lela lo notó de inmediato.
-Solo quiero que te avispes, he notado que andas desanimados últimamente y sé porque es. Esa
mujer a mí nunca me cayó muy bien, piensa bien lo que vas hacer.
Siempre supe que mi madre era una mujer con mucho olfato para las cosas, y aunque no nos
llevamos bien esta vez tenía razón. Pero era demasiado orgulloso para darle la razón, y por otro lado
no quería pasarme la vida oyendo su: ¡Yo te lo advertí! Por lo cual simplemente respondí:
-No soy ningún estúpido como piensas, y no te metas en mi vida. Y si todo esto lo dijiste por el
desorden, desde ahora te prometo que seré más responsable y no dejaré cosas tiradas por ahí.
Ahora estoy cansado y me recostaré un rato.
Ella solo me miró fijo a la cara prestándome atención, porque sabía que hablaba en mi orgullo. De
hecho me conocía muy bien y era difícil fingir delante de ella. Pasé por su lado y subí a mi
habitación, mientras ella meneaba la cabeza de un lado a otro, sin embargo lo que me dijo me dejó
reflexionando. En realidad tenía miedo, miedo de fracasar y aunque ella tuviera razón seguiría
adelante ojala me equivoque, no quería parecer un sumiso aunque lo fuera.
Tipo seis de la tarde y después de la charla con mi madre fui a casa de Ester. No era mi día de
visita, pero esta conversación me dejó en dudas y necesitaba hablar con alguien. Caí a su casa sin
previo aviso, esta vez no pasé directamente no quería oír otra conversación sospechosa. Toqué el
timbre y después de unos minutos apareció Susana, su madre, por su forma de mirarme deduje que
le había sorprendido me inesperada presencia. Tenía en su mano izquierda un vaso de vino, era
difícil imaginármela sin un vaso en su mano y sin cigarro en la otra. No omitió palabras, creo que
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esperaba a ver lo que yo podía decir, al parecer no quería decir algo inapropiado. Fue una situación
muy cómica, porque ninguno de los dos decía nada, yo miraba el piso y luego la miraba a ella, por su
parte ella hacía lo mismo. Fue entonces que dije:
-¡Hola Susana! Sé que no iba a venir hoy, pero necesitaba hablar con Ester ¿Sé encuentra?...
-No, creí que estaba contigo –Respondió ella- no sé cuándo salió ni la hora, por eso supuse que
estaría contigo.
Fingí despreocupación tratando de actuar naturalmente y contesté:
-¡Ay qué pena! ¿No sabe dónde podría estar?
-Si lo supiera te lo hubiese dicho –Dijo e inclinó su cara para no tirarme el humo de su cigarrillo a la
mía, mientras me observaba de reojos.
-Bueno le veré mañana –Hablé sin saber qué hacer, ella me despidió y luego volví por donde llegué.
Me fui más preocupado que antes, no quería pensar lo peor, ni sacar conclusiones antes de
tiempo. Pero por lo menos esperaba que Ester de ocultarme algo, tenga el valor de decírmelo. No
quería regresar a casa demasiado pronto, no quería que mi madre me viera y empiece con sus
especulaciones. Por esa razón decidí ir a casa de mi amigo Mauricio, hacía tiempo que lo había
dejado de lado desde que estaba con Ester. Muy mal mi comportamiento siendo que fue el único que
nunca se alejó de mí, fue mi compañero en el colegio y fue el que me consiguió un lugar en la
empresa. Pero sé que él entenderá porque es una excelente persona, y además aún seguimos
siendo amigos. Su casa no estaba muy distante de la mía, solo había que pasar el puente del rió,
vivía en la misma zona donde estaba la residencia de Ester. Solo me quedaba de pasada, su casa
era de las más ostentosas del barrio, con bonitos jardines. Para dirigirse a la puerta había que
recorrer una angosta de vereda, hecha de piedras cortadas a medidas y encajadas perfectamente.
Toqué a la puerta y me atendió su padre, o sea mi jefe en el trabajo, se sorprendió al verme.
-¡Gabriel! –Exclamó sonriente- ¿a quién buscas, a mí o a Mauricio?
-A Mauricio –Contesté luego de saludarle.
-No se encuentra, ¿pero si quieres pasar y esperarlo?... no sé cuánto pueda tardar. Y a decir verdad
tampoco sé en donde puede estar, salió temprano.
-No, está bien. Mejor vendré otro día –Concluí y me fui a dar una vuelta por cualquier lado, no quería
llegar a casa tan temprano.
Parece que hoy no es mi día de suerte, nada me ha salido bien. Regresé a la vieja plaza dónde
antes solía pasar el tiempo viendo la gente pasar y pensaba, pesaba sobre mi vida. Sentarme en la
misma banca me trajo desagradables recuerdos del pasado, y no quería volver a esos tiempos tan
sombríos. El hecho de imaginarme en esos momentos tan tristes me afligía hasta lo más profundo de
mi alma. Y para colmo de males, la noche estaba fría. Hacían unos cinco grados y la brisa me
penetraba la ropa, tenía ganas de irme a casa pero no quería chocar nuevamente con mi madre. Era
el único loco sentado en una banca de la plaza en esta noche gélida, me tiritaban las piernas, aun
así resistía.
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Mientras tanto Ester regresaba a su casa, luego de pasar la puerta su madre la esperaba.
-Hoy vino Gabriel.
-Sí, ¿qué quería? –Preguntó ella en tanto se quitaba la chaqueta y los guantes.
-¿Por qué haces esa pregunta tan estúpida?...sabes que viene a verte. Deja de jugar con él, yo no
sé qué haces. Pero conociéndote, estoy seguro que nada bueno.
-Te equivocas, no estoy haciendo nada malo aunque te sorprendas –dijo Ester muy tranquila- Ya
mañana hablaré con él.
-¿Entonces que haces por las tardes? El diablo sabe más por viejo que por sus mañas, asique no
me mientas que no soy ninguna boba.
Ester solo la miró sin decir nada y luego fue a su habitación.
En la plaza el frío ya me hostigaba, por lo cual decidí que era momento de regresar a mi cálido
hogar. Al entrar mi madre estaba sentada viendo la televisión como siempre, no tiene otra cosa que
hacer, solo me vio pasar. Al siguiente día, al salir del trabajo iba con los mismos ánimos de ayer, ni
siquiera saludé a mis compañeros, no porque sea un mal educado sino por despistado. Pero grande
fue mi sorpresa al salir, Ester estaba esperándome en la entrada. Ni bien la vi mi rostro demudó de
inmediato, dibujando una sonrisa y un brillo en mis ojos que me delataron, ella era todo para mí. Ella
sonrió también y me saludó con un tierno beso.
-¡Hola! –Dijo muy agradable- perdón por venir hasta tu trabajo, mi madre me contó que fuiste a
verme ayer.
-Sí –Respondí un poco torpe- no me molestas que vengas a buscarme, al contrario.
-Debes de haberte preocupado por mí e imaginado cientos de cosas, no estoy jugándote sucio; si es
lo que piensas.
-No –Interrumpí- jamás pensaría eso de ti…en verdad si lo he pensado todo el tiempo.
-Sabes que te conozco –Correspondió ella- solo he estado juntándome con algunas de mis
compañeras del colegio. Pronto nos casaremos y necesitaba algunos concejos, ya que no puedo
contar con mi madre. Eso es todo el misterio.
-Y ¿por qué no me lo habías dicho? –Pregunté por decir algo, era estúpido pero no al extremo. Igual
no quería profundizar y desilusionarme; ella se casaría conmigo de todas formas.
-Porque no quería que pienses que soy una tonta –volvió a decir arqueando sus labios para hacer
más creíbles sus palabras.
-Está bien, no pasa nada –contesté para ponerle fin a la conversación- ¿vamos a casa o a la tuya?...
Al final fuimos a mi casa, al principio temí que mi madre pudiera hacerme pasar vergüenza
delante de Ester, sabía que no le agradaba; pero fingió bastante bien y la trató con amabilidad. Creo
que se dio cuenta que por más razón que tuviera con respecto a ella, no iba a desistir en mi relación.
Fue así que hablaron normalmente de todo, y también Ester le confirmó su decisión de casarse
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conmigo. Eso me hizo muy feliz, las cosas encaminaban para bien. Aunque conocía a mi madre y no
era de fiar, entendía que solo actuaba y nada más. Igual no me interesaba lo que pudiera pensar, sin
embargo me agradaba que respetara mi decisión, aún si me estaba equivocando.
Los meses pasaron y llegó el tan ansiado día, estaba sumamente nervios y el estómago se me
revolvía. Me estaba colocando la corbata enfrente del espejo, me había comprado un traje de color
azul, me pareció que era el adecuado para un casamiento. Mi amigo Mauricio llegó en ese momento,
vestía un traje color negro, una camisa blanca y corbata roja. Él siempre tuvo muy buen gusto, creo
que tenía más experiencia que yo en cómo vestir en este tipo de ceremonias. Mi madre también
estaba muy elegante con su vestido de satén rosa, y mis hermanas no asistieron, como era
predecible. Aún no había visto a Ester y estaba muy ansioso por verla con su vestido de novia, como
era costumbre no podía verla hasta el altar. Partimos rumbo a la iglesia en el automóvil de Mauricio,
estaba muy nervioso, ni siquiera podía hablar. Desde lejos divisé el pináculo de la iglesia
acercándonos. Los invitados, que no eran muchos, ya estaba ubicados en los asientos
esperándonos. Bajé y antes de ingresar vi a un hombre longevo y vestido con ropas baratas, miraba
hacia el interior de la iglesia, pensé que se trataría de un mendigo y lo ignoré. Luego me dirigí al
altar junto a mi madre y detrás mi amigo, el cura estaba con su biblia. Unos minutos más tarde, la
marcha nupcial comenzó a sonar y Ester ingresó con su vestido blanco caminando por la alfombra
roja, estaba realmente hermosa, venía del brazo de un tío acercándose lentamente hasta mí, antes
las miradas de todos los presentes. Estaba tan emocionado que hacía un gran esfuerzo por contener
mis lágrimas. Una vez en el altar la tomé de la mano esperando para comenzar con el protocolo
ceremonial. Ambos dimos el sí y luego nos dirigimos a la fiesta que duró hasta el amanecer.
Empezamos a convivir en una casa que alquilábamos en la zona, todo era maravilloso y nos
llevábamos muy bien. Nos pusimos a desenvolver los regalos y a acomodar cada cosa en su lugar.
Quién iba a decirlo, el raro Gabriel ahora era un tipo felizmente casado. Tiempo atrás jamás lo
hubiese imaginado, supuestamente yo estaba destinado a una eterna soledad.
Los días pasaron y volvía al trabajo; Ester se adaptaba a su nuevo rol de ama de casa. Todo pasó
tan rápido, pasaron los meses y las cosas empezaron a complicarse. Comenzamos a tener algunos
rose con Ester, creía que era algo natural en cualquier vida conyugal. Yo en verdad la amaba, pero a
veces dudaba si ella sentía lo mismo, le molestaba todo y casi no me hablaba. Lo que ayer fue algo
maravilloso ahora se iba desmoronando a pedazos, lo soportaba porque quería seguir con la
relación, no me imaginaba una vida sin ella. Pero todo cambió un día al llegar del trabajo, me
encontré con la desagradable sorpresa, que ella había salido y ni siquiera sabía dónde. La esperé
sentado en el living, sentía ira y a la vez miedo de que todo se terminara. La esperé
impacientemente durante horas, y casi al anochecer entró como si hubiese ido de compras. Mi
reacción fue de inmediato, y aunque sentía ira me contuve:
-¿Qué crees que haces? –Le dije esperando una respuesta, porque creo que me la debía. Ella solo
me miró sin compungimiento diciendo:
-Fui a dar una vuelta, no creas porque estás casado conmigo me vas a tener encerrada en estas
cuatro paredes. Necesitaba salir, me asfixiaba aquí dentro y salí a dar una vuelta, nada más ¿cuál es
el problema?...
-¡Ah! Qué bien –Respondí- yo también me aburro en el trabajo y no por eso me voy de parranda.
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-¡Qué parranda! –Dijo ella alterándose- te dije que solo salí a dar una vuelta, no vas a hacer todo un
escándalo por eso. Aparte ¿Cuándo me sacas a pasear? Desde que nos casamos que no salimos
de esta casa. Parecemos un par de ansíanos dentro de un asilo.
Ella siempre fue muy astuta y tenía la capacidad de llevar la discusión siempre a su favor, era
verdad, jamás desde que nos casamos la había invitado algún sitio. Tenía razón y no había forma de
contradecirla, por lo cual callé mi boca y no dije más nada. Aunque no era tan ingenuo como para
tragarme semejante verso.
-Está bien –Respondí- has lo que quiera, pero si me ocultas algo solo te pido que tengas el valor de
decírmelo. Es mejor así que descubrirte, sería muy doloroso para mí y creo que no me merezco algo
así.
-¡Qué estupidez estás diciendo! –Reaccionó ella de inmediato y su cara se transformó- ¿qué piensas
que soy? ¿Crees que tengo cosas que ocultar? ¿Eso piensas de mí? Eres un imbécil, tal vez debería
de tranquilizarte un poco y dejar de hacer el ridículo con tus patéticas escenitas de celos. Ahora
déjame en paz sino…
-¿Sino qué? –dije y ella no contestó, luego pasó por mi lado y fue a la habitación.
Sin duda alguna ella no era la misma mujer que conocí antes del matrimonio, y empezaba a creer
que mi madre con su fino y experimentado olfato tenía razón. Pero también existía la posibilidad que
me estaba tomando las cosas muy a pecho, y podría estar equivocado. Igual después de unos días
las cosas siguieron normalmente y ya casi no peleábamos, cada uno siguió con sus
responsabilidades.
En cambió en el trabajo las cosas no marchaban muy bien para mí, empezaba a sentir la presión
laboral y aunque daba lo mejor de mí, a Mauricio no le bastaba. Mauricio era mi mejor amigo pero en
la empresa era mi encargado, y sí que sabía marcar la diferencia entre la amistad y lo laboral. A
veces pensaba que se le iba la mano conmigo con sus exigencias, en algunas ocasiones absurdas,
para él nunca hacia nada bien hecho. Eso me desmoralizaba por momento, no quería pensar que lo
hacía solo para hostigarme. Fui creando un resentimiento por su forma de dirigirse a mí, empezó a
molestarme su tan sola presencia. Era mi amigo y lo apreciaba, pero en ciertas ocasiones lo odiaba y
deseaba pegarle un merecido bofetón. Cuando le pregunté de porqué de su comportamiento déspota
conmigo, respondió que estaba malinterpretando la situación, que esta era una empresa de prestigio
y se requería de gente especializada. También agregó que su trabajo era hacer que las cosas se
hicieran a la perfección. Y además dijo que no por ser mi amigo yo iba a tener privilegios, acá todos
somos un equipo y son exigidos de la misma forma por el bien de la empresa. Su discurso me
pareció muy acertado y coherente, y no pude responderle, sin embargo él empezaba a fastidiarme y
ya no le traté como un amigo.
Ese mismo día al regresar a casa me volví a encontrar con la sorpresa de que Ester había vuelto a
salir de incognito. Está vez lo tomé con más calma, no tenía sentido seguir amargándose por una
mujer tan particular. Solo me senté a comer algo y a ver algo de televisión sin preocuparme, desde
ahora la ignoraría. Después de varias horas llegó, como siempre despreocupada de lo que yo
pudiera pensar. Al ingresar y verme, su cara demudó como esperando algunos de mis sermones de
marido machista, según ella. Para su sorpresa la miré de reojos y seguí viendo la televisión.
-¡Hola! –Dijo- ¿me estabas esperando?
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-No, -respondí y seguí pasivamente sentado en el sillón. Ella frunció el entrecejo demostrando
extrañez y pasó por delante rumbo a su habitación, antes de alejarse de mí se detuvo y volteó
diciendo:
-¿Te pasa algo?...
-¿Por qué preguntas? Acaso te molesta verme bien –Contesté- si quieres salir hazlo, no me voy a
enfadar por que salgas a dar un paseo.
Ella se cruzó de brazos y amagó con decir algo y se contuvo, meditaba en su interior, podía verlo
en la expresión de su rostro. Luego se dio la vuelta moviendo la cabeza y expresó: ¡qué tonto!
Tal vez sea una de mis posturas más estúpida que haya adoptado, sinceramente en mi interior
sabía que mentía, pero mi terco corazón no quería admitirlo. La amaba y no quería perderla, ahora
que sé lo que me hace feliz, no podía asimilar una vida lejos de ella. Así fue que mi falta de carácter
para decir lo que debería, nos fue alejándonos cada vez más. Prácticamente cada quién hacía lo que
le placía, ella siguió con sus misteriosas salidas y yo seguí siendo el mismo tonto. Hasta que las
cosas empezaban a tomar cualquier rumbo menos el que debería ser, la de un matrimonio normal.
Fue cuando una noche ella ni siquiera vino a dormir, entonces no tuve más remedio que aceptar que
la situación, ya no daba para más. Y en un acto de ira, porque me sentía humillado por su desleal
actitud, le pedí que me dijera la verdad. Al llegar del trabajo ella estaba sentada leyendo un libro,
cosa que nunca hacía, no me pareció mal; pero si me llamó mucho la atención.
-¿Desde cuando lees? –Le dije como para comenzar una conversación, pues ella ya casi ni me
dirigía la palabra, si lo hacía era para criticarme o decirme lo inútil que era.
-Desde ahora ¿Por qué?...no todos somos tal inculto como vos –Contestó con su vulgar manera de
expresarse, algo que adoptó últimamente y en especial para dirigirse hacía a mí.
-Bueno, no me interesa saber tu nivel cultural –Le volvía decir, pero esta vez con más seriedad- solo
quiero que me digas ¿qué va a pasar con nosotros? No soy un bobo, como tú dices. Sé que nos
hemos distanciados lo suficiente, ya nada es como antes.
-¿Y tú qué piensas hacer? –Me preguntó dejándome la responsabilidad, yo le respondí:
-Me gustaría que volviéramos a ser la pareja de antes, como al principio cuando éramos novios.
-¿Qué? –Dijo y se echó a reír sarcásticamente- ¿ahora la culpable soy yo? Si las cosas se enfriaron
entre nosotros es porque tú eres un aburrido. Si esto lo estás diciendo porque no vine a dormir
anoche, creo que te estás equivocando. Me quedé en lo de mi madre, no tenía ganas de dormir en
una casa tan vacía. ¿No has notado lo tétrica que es está casa? Me la paso todo el día encerrada y
sola, a veces necesito aire.
-¿Pero por qué no me lo cuentas? –Contesté calmándome, no sé porque tiene esa virtud de
convencerme, o ella era muy astuta o yo era demasiado inocente- perdón no me había dado cuenta
de eso.
-¿Sabes porque no te das cuenta de nada?...porque eres demasiado “bueno” y estoy siendo
cautelosa porque no quiero ofenderte.
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-Tienes razón –Hablé de inmediato, de alguna forma se las ingenió para hacerme sentir culpablevolvamos a empezar…
-¿Empezar qué?
-Ha amarnos de nuevo –Expresé y ella solo me miró y esbozó una sonrisa, no comprendí si fue
porque le causó gracia o le resultó ridícula. Colocó el libro sobre sus faldas tomándose su tiempo y
luego dijo:
-No lo sé, déjamelo pensar. No es tan fácil como tú lo dices, volver a reconstruir una relación
requiere de tiempo.
Me quedé observándola sin decir nada, ella agarró su libro y se marchó rumbo a su habitación. El
mayor tiempo de su día la pasaba allí o sentada en el living. No porque sea una holgazana, la casa
no era muy grande; era algo modesta, por lo consiguiente la aseaba en minutos. Admito que mis
propuestas eran algo ridículas, o completamente ridículas. Pero quería hacer todo lo posible por
recuperar nuestra relación, al menos que podamos entendernos mejor. En otras palabras no quería
perderla, porque no sabría cómo seguir sin ella; pensarlo me aterrorizaba, la soledad ya ha echo
estragos conmigo anteriormente.
La situación al parecer iba bien, temía decirle algo que pudiera alterarla, no quería que desistiera
de mi propuesta. Me había convertido en su monigote con tal de no terminar en una discusión. A ella
no le importaba mi sumisión, o creo que ni siquiera lo notaba. Todo este acontecimiento duro solo
una semana, y cuando esperaba que la relación mejorase, ella volvió con sus salidas. Comprendí
que había tomado una decisión, y un pánico invadió mi alma, no quería escuchar de sus labios esas
palabras que me horrorizaban. Pero no podía seguir con esta angustia que no me dejaba en paz, la
increpé para que me dijera lo que tenía que decirme de una vez.
-¿No era que te ibas a tomar un tiempo para pensar? Pero veo que has vuelto a salir a mis espaldas,
puedo imaginarme cual será tu respuesta y quiero oírlo de tu propia voz.
-Mira Gabriel –dijo ella dejando la cartera sobre la mesa y quitándose la chaqueta- siento no
habértelo dicho antes…
En ese preciso momento mi corazón comenzó a acelerarse y mis ojos se agrandaron, me iba a
decir lo que tanto temía.
-…Yo soy así, es mi forma de ser y no lo puedo evitar, si vos pretendía una mujer que se la pase
todo el día encerrada entre estas paredes, y dedicada a los quehaceres de la casa las veinticuatro
horas, te equivocas conmigo; por eso te pido perdón si no soy lo que esperabas.
Debo confesar que sentí alivio y mi cuerpo entumecido por los nervios se relajó, por un instante
creí que iba a terminar conmigo. Una vez más me volvió a convencer y yo como un tonto le volví a
creer, no lo puedo evitar es mi forma de ser, como dice ella.
Fui a visitar a mi madre, sé que nunca logramos congeniar lamentablemente, y creo que eso
tampoco sucederá hay ni mañana. No por eso dejaba de ser mi madre, y hace meses que la había
olvidado, no porque se me haya pasado por alto, sino debido a mis problemas conyugales. Volver a
la casa donde creciste después de haberte alejado, era motivo de añoranza y nostalgias. Esos
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detalles que percibes a la distancia, cosa que antes ni siquiera notabas. Entrar por el portal, jugar
con mi perro “Boby”, observar las flores del jardín, los rosales que mi padre solía podar y cuidar, hoy
ya nadie les da ese cuidado, pero aun así se esfuerzan por hermosear. Pequeños detalles que se
llevan arraigados en el corazón y nunca se olvidan. Tomamos mate (infusión típica Argentina) con mi
madre en el living, nunca lo habíamos hecho, siempre hay una primera vez y fue hoy.
-Creí que te habías olvidado de tu madre –Dijo ella y me cebó un mate.
-No he tenido tiempo, he estado ocupado con mi nueva vida matrimonial. Tú ya sabes cómo es eso.
-Y ¿cómo te llevas con Ester? –Volvió a decir, sabía que me haría esa pregunta y obviamente no le
diría la verdad, aunque ansiaba algunos concejos.
-Muy bien –Contesté- ¿y tú cómo te sientes? Ahora ya tienes toda la casa para ti sola. ¿Mis
hermanas te visitan?
-La casa se ha tornado un poco grande para mí –Respondió con resignación- pero sabía que esto
algún día pasaría, es la ley de la vida. Los hijos crecen y se marchan, aunque desearía que tu padre
hubiese podido llegar hasta este momento.
-Lo sé, también me hubiese gustado que él presenciara mi casamiento. Pero ya eso no se puede
cambiar.
Era extraño para mi conversar con mi madre cosas tan profundas, aunque mi madre siempre fue
de un carácter duro, hoy su coraza se desbarató. Empezaba a sentir la soledad que la invadía, y eso
hacía que sus sentimientos reprimidos afloraran. Me dolió que mis hermanas, el orgullo de su
devoción, se hayan olvidado de ella. Me despedí de mi madre, ya eran casi las nueve de la noche y
estaba muy frío.
Retornaba a casa por el camino habitual y después de cruzar el puente, vi a Ester que cruzaba la
calle. Aminoré la marcha y comencé a seguirle sin que ella lo notara, está era mi oportunidad para
saber cuál era el motivo de sus misteriosas salidas. Iba muy de prisa, parece que iba con retraso.
Era lógico su engaño y su tracción, en el fondo lo sabía pero no quería admitirlo. Solo quería saber
quién era ese vil ser que me quitó lo único que tenía, mi corazón se hizo trisas y una profunda
decepción me invadió de repente. Se dirigió a la plaza, la misma en donde nos vimos por primera
vez, y donde nos dimos el primer beso. Pareciera como si alguien me estuviera mostrara la realidad,
fue cuando el velo de mis ojos se cayó para ver la verdad que no quería. Me quedé en la penumbra
de un árbol a poca distancia, detrás de su tronco espiaba todo. Alguien la esperaba, no podía
distinguir quien era, solo veía una silueta oscura. Pero por sus contornos, no quedaba duda que era
un hombre, lo que siempre temí ahora estaba en frente de mis narices. Ella lo abrazó y se dieron un
profundo beso, esa imagen me desbarato y una herida rasgó mi alma. Fue tan fuerte el impacto que
provocó en mí, que sentía que iba a desfallecer en ese mismo momento. Sentía tanto dolor dentro
que me temblaba el cuerpo, de repente la luz se hizo oscuridad. Y los sueños que tenía con ella se
hicieron pedazos, quería huir lejos, lejos de todo esta pesadilla.
Caminé toda la noche sin un lugar dónde ir, hasta que me dirigí a mi antiguo refugio bajo el puente
y me quedé allí sentado con mi mirada hacia el río, mientras unas lágrimas amargas corrían por mis
mejillas. Un fuerte deseo me envolvió y quise arrojarme al agua helada y terminar con esta angustia.
Pero pensé en mi madre, en lo sola que estaba y lo triste que quedó después de la muerte de mi
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padre, y no quería causarle un dolor más a su desdichada vida. No me quedaba otra opción que
afrontar los hechos y aceptar que todo se había terminado entre Ester y yo, y de la forma más
dolorosa. Así fue que la enfrentaría.
Por la mañana llegué a la casa dónde convivíamos y me lavé la cara, pues mi rostro estaba muy
demacrado. Trataba de ser fuerte pero era difícil, algo sangraba dentro de mí, veía mi rostro en el
espejo y sentía lástima por mí. En verdad tenía mi alma muy maltrecha y eso se reflejaba en mis
ojos. Eran la ochos de la mañana y Ester aún no había regresado, solo imaginar con quien podría
estar me destrozaba. Me tomé mi tiempo para recuperarme y cuando ya descargué toda la ira, me
sentí más fuerte para enfrentarla. Después de un rato escuché las llaves abrir el cerrojo de la puerta,
seguido de un rechinar y los tacos se sus zapatos al caminar. Salí desde el baño y al verme fue
como si hubiese visto un fantasma, casi le da un ataque del susto. Creo que desde que la conozco
jamás la había visto tan nerviosa. Supo de inmediato que mi presencia a esa hora y en ese lugar
significaba que su mentira había llegado a su fin. Ella trató de fingir como siempre lo había hecho,
pero ya no tenía sentido y solo atinó a decir:
-¿Por qué no fuiste al trabajo?...
-De dónde bienes –Le dije con seriedad y se notó en mi tono de voz, mi pregunta era muy directa.
Ella agachó la cabeza hacia un costado. No sé si sentía vergüenza o compungimiento- ¿Por qué?
¿Por qué no me lo dijiste?
-Perdón –dijo sin atreverse a mirarme a la cara- las cosas se dieron así, no sabía cómo decírtelo sin
lastimarte.
-¡Perdón me pides! Y ¿de que me sirve tu perdón ahora? ¿Sabes el dolor que yo siento? Y más aún
que me acabo de enterar que solo estabas conmigo por lástima.
-Gabriel lo siento mucho –respondió ella tartamudeando- al principio te juro que estaba contigo
porque sentía algo. Después conocí a alguien, nunca creí que con esta persona pasara algo entre
nosotros, pero sin darnos cuenta pasó. Y cuando pasó creí que solo sería algo pasajero, no fue
así…lo que te quiero decir es que me enamoré de otra persona…
-¡Ya basta! No quiero oír nada más –dije dolido por lo que decía, un odio entró en mí y hasta pensé
en golpearla. Sin embargo me contuve porqué ella se asustó por mi reacción- yo solo quería hacerte
feliz, y di todo lo que estaba a mi alcance. Pero entiendo que hay cosas que no puedo cambiar, que
son imposibles.
-No te menosprecies –habló ella sintiendo pena, pues sabía que lo decía por mis cicatrices- eres una
persona muy dulce…pero cuando no hay amor, por más que te esfuerces nunca será suficiente.
-Creo que ya no tengo nada que hacer aquí –dije- fuiste muy clara.
-No –respondió ella- la que se tiene que ir soy yo.
Ester agarró algunas de sus pertenencias, la metió en un bolso y se fue, escuchar ese portazo tras
de sí; fue como oír cerrarse las puertas de mi prisión. Un vacío y un silencio envolvieron la casa. Se
llevó mi luz, una parte de mi alma y hasta mis ganas de vivir, supe que ya nunca más volvería. Me
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quedé desolado y encima afuera la maldita lluvia de julio comenzó a caer. Dicen que lo que no te
mata te hace más fuerte, de que te sirve ser más fuerte cuando ya no hay razón de seguir.
Pasaron tres días y ni siquiera asomé mi cara a través del cristal de la ventana, fueron los tres
días más oscuros. Ni siquiera había tenido ánimos para ir al trabajo, el teléfono no dejaba de sonar,
sabía que era Mauricio para saber los motivos de mi ausencia. Igual no quería atender, había
renunciado aunque aún no se los había comunicado. Me quedaba un mes de alquiler, permanecería
aquí hasta que se cumpliera el plazo y luego regresaría a casa de mi madre. No quería volver a mi
antigua casa, no sé con qué cara miraría a mi madre, igual no tenía opción. El sol volvió a salir, y
también era mi turno de salir de este claustro. Iba a comunicarle a la empresa mi renuncia,
principalmente a mi amigo Mauricio.
Ante de llegar vi a Ester parada en la entrada de la fábrica, lo primero que se me cruzó por la
cabeza es que había venido para hablar conmigo. Me apresuré porque creí que quizás haya venido
arrepentida para arreglar las cosas. En cuanto me vio, se puso muy nerviosa y amagó con irse, no sé
pero me dio la impresión que quería que la tierra de la tragase.
-¿Ester? –Dije pues estaba intrigado- ¿qué haces aquí?
-Nada –Dijo ella sin saber que hacer- ¿tú que haces aquí? Creí que había renunciado.
-¿Renunciado? –Pregunté sorprendido- ¿Y tú como lo sabes?
Ella tartamudeo y era como que las palabras no le salían o no sabía bien que responder, y antes
de expresar cualquier cosa, calló.
-¿Cómo sabes que no he estado viniendo a trabajar? –insistí indagando y ella movía la cabeza sin
que las palabras le saliesen, y en ese preciso momentos sus ojos cambiaron de rumbo hacia la
fábrica. Fue cuando miré en dirección a donde apuntaban sus ojos y vi a mi amigo Mauricio que
caminaba hacia nosotros. Él apenas se percató que estaba allí, se detuvo, pero siguió avanzando.
La ficha me cayó y todo se aclaró en mi mente, volví mis ojos hacia Ester, su mirada la había
delatado. Mi reacción fue instantánea, un fuego ardió en mi cuerpo y la ira se apoderó de mí. Ni bien
Mauricio llegó, trató de adularme simulando preocupación por mi ausencia, lo recibí con un golpe en
el centro de la cara. Fue tan certero el golpe que lo derribe por el suelo, antes los gritos de Ester que
me sujetaba para evitar patearlo. Creo que hasta él se sorprendió de mi violenta reacción, lo pude
ver en su rostro, no era para menos. Él había sido más que un amigo, era mi hermano y que me
haya traicionado de esta forma tan vil; me dolió más que haberme enterado que Ester me engañaba.
Me fui porque ya estaba totalmente fuera de mí, y me di cuenta que no tenía sentido mi actitud. Una
multitud se comenzó a reunir mirándome como si fuera un loco desquiciado.
Está traición fue un puñal muy agudo que rasgó mi alma de adentro hacia fuera, era una profunda
herida que no cesaba de sangrar. Nunca me lo hubiese imaginado, que mi mejor y único amigo me
haya hecho esto. Pagué caro mi inocencia, tan fuerte fue el golpe que difícilmente pueda
recuperarme. Me refugié en la oscuridad de mi casa, solo quería quitarme este dolor, pero no había
forma de calmar esta agonía. Sentado en el suelo observaba la tenue luz que ingresaba por la
ventana, mientras algunas lágrimas escapaban de mis ojos, en una mezcla de tristeza y odio.
Pasaron las horas, pasaron los días y seguir encerrado entre estas cuatros paredes era tan
insoportable, decidí salir y terminar con esta pena que me carcomía por dentro. Era una oscura
noche invernal, tal fría y gris como mi corazón. Pero el dolor que sentía mitigaba el frio y cualquier
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herida física resultaba insignificante. Crucé las calles y sus encrucijadas, el barrió estaba tan
solitario, ni un alma rondaba, es como si todo el mundo hubiese desaparecido. Me paré sobre el
puente y subí la baranda, luego de ver el río por debajo que pasaba velozmente expeliendo un vapor
por sus aguas heladas. Cerré mis ojos y respiré profundamente, no sentí temor ni escrúpulos por lo
que estaba decidido hacer, me dejé caer. La caída duró solo segundos, hasta tocar la superficie y
hundirme en sus revoltosas aguas. Inmediatamente la corriente me arrastró, me anegó ante mis
inútiles esfuerzos. Ya era tarde para arrepentirse, estaba varios metros bajo el agua, muchas cosas
pasaban por mi mente, recuerdos de mi infancia, de mi padre y de mi madre. A punto de resignarme
una fuerte corriente me impulsó hacía arriba, y me arrojó a la orilla. Respiré desesperadamente y salí
de la gélida agua, mi cuerpo estaba entumecido y tiritaba como una hoja. Si no me mató el agua la
hipotermia lo haría, pensé que moriría congelado, igual no me importaba. Hasta que ya no pude
moverme más, y un sueño me invadió y me dejé vencer cerrando mis ojos. No supe más nada, ni
como aparecí en una cama abrigada y caliente.
Después me enteré por parte de mi rescatador, un viejo solitario que vivía a la ribera del río, que
unos de sus perros me olfateado y una vez que me encontró, comenzó a gruñir y ladrar. Esto llamó
la atención del viejo acostado en su lecho, salió escopeta en mano y fue cuando me halló tendido en
la orilla con mis pies en el agua. Me palpó y me tomó el pulso, aún respiraba, me arrastró hasta su
casa y me colocó cerca de la estufa a leña. Cuatro horas más tarde desperté en una cama cubierto
de frazadas. Hasta la muerte me despreció como una cosa inservible, creí que el dolor se había
ahogado en el agua, pero cuando desperté aún seguía aquí. Vi al viejo sentado en una mesa
bebiendo algo, parecía una botella de vino, no tenía ánimos de hablar así es que me volvía dormir. Al
volver a abrir mis ojos, ya era la tarde, lo supe por el sol que resplandecía en la altura. Miré hacía
todas las direcciones y no había nadie, el viejo no se veía por ningún lado. Me levanté, estaba
completamente desnudo, por lo cual me cubrí con una de las brazadas y me asomé hasta la
ventana. Vi el río a pocos metros de la casa y sobre una roca estaba el viejo tirando la tanza de su
caña hacia las aguas. Quería huir, pero no encontré mi ropa, no me quedó otra opción que sentarme
a esperar que el viejo regresara. No pasó más de un rato y la puerta crujió por falta de aceite, era el
viejo con su caña de pescar en una mano, y en la otra traía cuatro peces ensartados en una gancho.
-¿Cómo estas muchacho? –Dijo con voz suave- tuviste suerte anoche, de no haberte encontrado a
tiempo, hoy estarías en el frío estante de una more.
-Me hubiese dejado tirado donde me encontró –Respondí de malas ganas.
-¿Qué cosas estás diciendo? –Volvió a decir el viejo- alguien tan joven no debería de pensar así. Sé
que no apareciste por aquí por azar. Seré viejo pero aún me doy cuenta de las cosa, sé que
intentaste terminar con tu vida. Por esa razón no llamé a la policía.
-Me hubiese dado lo mismo –Respondí sin prestarle mucha atención- ¿dónde está mi ropa?...
-Disculpa me tomé el atrevimiento de quitártela –Contestó el viejo con una mirada tranquila- estabas
congelado y la ropa mojada. La colgué afuera para que se seque con el sol, si quieres puedo
prestarte algo para que te pongas.
Esa mirada me hizo recordar a mi abuelo, y aunque estaba destrozado por dentro; pensé en la
buena actitud del hombre y de lo amable que era conmigo. Su comportamiento fue muy humano, y él
hizo lo que le pareció correcto como buen samaritano. Él no tenía la culpa de mis desgracias, no
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tenía por qué soportar mi reacia actuación. Así pues decidí ser cortés con él, ya que me había
salvado la vida aunque no estaba feliz con eso.
-Disculpe –dije cambiando mi actitud- gracias por lo hizo por mí, y sí, si aceptaré algo para ponerme.
Mi nombre es Gabriel ¿Y él suyo?
-Mi nombre es Santiago –respondió y fue a un costado donde había un mueble de dos puertas y
sacó algunas prendas para darme- sé cómo te llamas, conozco a tu familia. Nací aquí y he
permanecido durante ochenta años. Cuando todo esto era campo y viñedos, y los barrios aún no
existían.
-¡Sí, es verdad! –Exclamé sorprendido- mi padres también nacieron aquí y me contaron lo mismo
que tú me cuentas… ¿Conociste a mi padre?
-por supuesto, conozco a la mayoría de las personas de esta zona. Y tu padre era un buen hombre,
nos conocimos desde niño. Lamento mucho su muerte, y tú te salvaste de milagro; deberías de dar
gracias a la vida por haberte dado otra oportunidad.
-Debería –hablé agachando mi cabeza- es que no me ha ido muy bien, he tenido algunos problemas.
-No soy quién para juzgar, ¿pero que cosa puede ser mejor que la vida? Mientras te mantengas en
pie, tienes la posibilidad de cambiar las cosas y de lograr todo lo que te propongas. Solo tienes esta
vida, no hay una segunda oportunidad. Los cobardes toman el camino más sencillo, muerto solo eres
un recuerdo de algunos pocos, luego ya nadie se acordará que exististe.
-Entiendo lo que me quiere decir –respondí pues nunca nadie me había hablados con palabras tan
certeras y verdaderas- venía ya de hace tiempo resentido con esta vida, por la muerte de mi padre y
por las secuelas que dejaron en mi cuerpo ese accidente. Cuando conocí a Ester… ¿la conoce a
Ester?
-Sí, la hija de Susana –respondió Santiago moviendo la cabeza.
-Esa misma – dije sin prestarle atención a sus ademanes- cuando la conocí ella cambió mi vida, fue
como el sol en mi oscuridad. Creí que mi vida cambiaría para siempre, me casé con ella y
luego…ella me traicionó con mi mejor amigo, fue un golpe muy duro para mí.
-Te entiendo –interrumpió él- también sé que has intentado arrojarte al río varias veces, te he
observado en muchas ocasiones bajo el puente. Pero mujeres hay muchas, debería de darte la
oportunidad de conocer algunas mucho mejores que esa. ¿Quieres comer algo?
De pronto su cara me pareció familiar, y haciendo memoria me acordé de él. Era el viejo que
había estado en la puerta de la iglesia para mi casamiento.
-Yo te recuerdo –Dije- tú estabas en la entrada de la iglesia para mi casamiento.
-Sí –Contestó él- solo miraba por casualidad.
Santiago faenó los peces que había pescado y los frió en una sartén, luego almorzamos sentados
en una vieja mesa. Nunca había comido pescado frito, pero debo admitir que estaban exquisitos;
más allá del hambre que tenía, su sabor era excelente, combinados con una ensalada de lechugas y
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tomates. Hablamos de todo un poco, los viejos siempre están llenos de historias, algunas hasta
insólitas. Me contó de los comienzo de los barrios de hoy, y que fue parte de la construcción del
añejo puente que cruza el río. Ese puente había sido la principal vía de comunicación en su tiempo.
Debo admitir que era agradable escucharlo, y al parecer Santiago no era de recibir muchas visitas,
pues hablaba con desdén y sin parar. Creo que se sentía a gusto con mi compañía, la soledad no es
nada buena para nadie, si lo sabré yo.
Tantos años que llevo viviendo en esta zona y jamás me enteré que a orillas del río, es el hábitat
de gente muy agradable. Santiago me invitó a quedarme en su casa, yo por mi parte no dudé,
necesitaba estar en un lugar tranquilo como este; igual en la urbe ya no me quedaba nada. Por
suerte mi madre no sabía nada de mis circunstancias, por lo cual eso evitaría que se preocupe, a mis
hermanas nunca les importe, a Ester y a Mauricio les hacía un favor con mi desaparición. El hombre
aunque no lo aparentaba hablaba con mucha filosofía, y no una filosofía que se aprende en las
universidades, sino la que se aprende con la experiencia de la vida. Me aconsejó sobre varios temas
de la vida misma, como que uno de sus peores errores había sido haber confiado demasiado en las
personas. En eso coincidí con él, a veces las peores desilusiones provienen de las personas que
crees que nunca te dañarán. Me contó que había tenido una familia, un hogar normal como
cualquier hombre. Dos hijos, una varón y una mujer; el varón de nombre Pedro había fallecido en la
guerra contra los ingleses en las islas del atlántico sur. La mujer, que no quiso decir su nombre, no
sé por qué razón, tampoco quise preguntarle. Pero era obvio que aún vivía y que no deseaba hablar
de ella. Me di cuenta que su hija vivía en el barrio, y seguramente se había olvidado de él. Hay hijos
muy ingratos, y me alegraba de no ser así, aun teniendo motivos para despreciar a mi familia.
-Si la vida te da mil razones para darte por vencido, dale mil motivos para darle pelea- es lo que
Santiago decía siempre. Que las personas te odiarán tanto por tus desgracias como por tus triunfos.
Me enseñó a pescar, como armar una buena carnada con lombrices; pero alegaba que las bolitas
de masas de harina funcionaban mejor. La verdad que la casa estaba muy aislada de la zona
urbana, en ocasiones era acogedor estar lejos del murmullo de la muchedumbre y de los rugidos de
los vehículos; pero en momentos la melancolía me sobrevenía tan repentina que deseaba regresar al
bullicio. Escuchar el viento y el agua del río en ocasiones se hacía monótono, creo que no nací para
estar solo. Pasaron los días y cuando me sentí lo suficientemente fuerte, supe que ya era momento
de regresar y afrontar lo que me quedaba por delante. Fue un día a la tarde cuando me despedí del
viejo, pude ver algunas lágrimas escapar de sus ojos, yo sentí lo mismo. Era irónico que en tan poco
tiempo haya encontrado más afecto en un desconocido, que en mi propia familia. Prometí volver a
visitarle, de hecho estaba en deuda con él. Santiago me acompañó hasta la ruta principal que va
camino a la zona urbana donde vivo, y luego de despedirnos se perdió entre la vegetación, mientras
yo me alejaba por la calle.
Volví a mi antigua casa, el primero en recibirme fue mi perro “Boby” tan alegre como siempre. Abrí
la puerta tímidamente asomando la cabeza lentamente, sus viejas bisagras ya me habían delatado.
Cuando entré mi madre ya estaba parada enfrente de mí, algo en su mirar me decía que ya no era
necesario fingir, de alguna forma sabía mi situación.
-¿Dónde has estado? –me preguntó de buena manera, eso confirmó mis acertadas suposiciones.
Aun así, traté de disimular.
-En mi casa ¿dónde podría estar?...
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-Me enteré de la pelea que tuviste con tu amigo Mauricio en la puerta de la fábrica, te han estado
llamando para que arregles la situación con la empresa –contestó ella. Debí de haber imaginado que
me llamarían a casa, renunciar de palabra no existe en las leyes laborales.
-Mauricio ya no es mi amigo –dije sin poder evitar que mi rostro mostrara desilusión- ¿me supongo
que ya debes de saber los motivos porque llegamos a agredirnos de esa forma?
-No, pero puedo suponerlo…
-Bueno ahora vas a fastidiarme con tus sermones; sí, tenías razón…me equivoqué –interrumpí
resignado- ella me engañaba con él, te debes de sentir feliz ahora.
-Soy tu madre no una bruja, solo te preguntaba porque estaba preocupada por ti, temí que
cometieras alguna locura.
-Por suerte no fue así, solo necesitaba estar a solas y me fui por ahí. Pero ya estoy mejor, ahora si
no te importa necesito un baño y mudarme de ropa, estoy algo sucio.
Me sentía avergonzado y fracasado, al menos mi madre supo comprenderme, algo que no
conocía en ella, tal vez me apresuré en juzgarla. Sé que es irritable e insoportable en ocasiones y,
en momentos me saca de mis cabales pero era mi madre, y todo lo que me quedaba en esta vida.
Nuestra falta de comunicación con mayor frecuencia, nos había hecho sacar conclusiones
aceleradas de ambos; sin pensarlo habíamos hallado la solución a nuestras diferencias. A veces es
necesario pasar por ciertas situaciones o adversidades en la vida, para comprender mejor al
prójimo. Es extraño, pero el dolor funciona como un gran crisol donde separas las impurezas del
alma. Te conviertes más sabio, más fuerte y empiezas a ver la vida con mayor perspicacia. Era
momento de empezar de nuevo.
Habían pasado tres meses y conseguí un nuevo empleo, no era de lo que siempre desee, pero
era un trabajo al fin. Manejaba una de las máquinas de una embotelladora de soda, no requería de
mucho esfuerzo, solo estar atento a la cinta por donde corren los envases vacíos hasta la llenadora.
Al menos estaba solo en mi puesto y no tendría que lidiar con nadie, pero debo confesar que es
aburrido estar escuchando el ruido de las máquinas todo el tiempo. Entraba muy de temprano, a las
cuatro de la madrugada para ser exacto y mi salida era al mediodía. Me gustaba porque me quedaba
la tarde libre, igual no tenía nada que hacer por las tardes. La primavera había llegado y todos los
árboles se tornaron verde, y los jardines de coloridas flores. Para mí la mejor estación del año, odio
el invierno y su gélido soplido.
Llegué a casa después del trabajo como todo los días a la misma hora, mientras almorzábamos
con mi madre, dialogamos más que antes; y en una de esas conversaciones le mencioné del viejo
del que vivía en la ribera del río. En cuanto le conté de lo bien que me trató y de lo mucho que me
enseñó, enseguida volteó su rostro hacia mí mirándome con atención. Se sorprendió aún más
cuando le pronuncié su nombre, de pronto y sin poder contenerse dijo:
-¿Por qué no me habías contado antes?...
-Porque no creí que te interesara…-respondí con intriga- ¿Cuál es el problema? ¿Lo conoces? Ni
bien te hablé de él tu cara demudó…es como si te entristecieras.
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-Todos lo conocen en la zona –contestó ella y agachó la cabeza, como quién se avergüenza- es solo
un viejo loco.
-Yo lo vi bastante cuerdo, para nada demostraba estar loco –dije muy seguro, pues era muy
consciente de que no lo era- sus conversaciones eran de mucha filosofía, me enseñó muchas cosas
sobre la vida.
-Es un hombre mayor, es lógico que tiene una larga experiencia de vida –volvió a decir insistiendo en
degradarlo-…ahora yo te pregunto ¿cómo hiciste para llegar hasta su casa?
La miré a medias y luego baje la vista, no supe que responderle y no pensaba contarle la verdad.
Creo que no es correcto contarle a tu madre que intentaste suicidarte, es un secreto que
permanecerá conmigo hasta mi muerte. Simplemente respondí de la siguiente manera y esta vez,
mirándola de frente y con mucha convicción.
-Casualidad del destino…
Me acordé de la promesa que le había hecho al viejo, de ir a visitarlo, casi me había olvidado. No
comprendía la actitud de mi madre, bueno no debería de sorprenderme, su carácter es bastante
bipolar. Pero fastidiarse por un pobre viejo que tiene la inocencia de un niño, si supiera que gracias a
él yo estoy acá contándola. Decidí llevarles un par de obsequios, como alimentos y algunas bebidas.
Bajé por la ruta hasta la ribera del río, a pocos metros asomaba el degradado techo de su humilde
casa de madera. Estaba ansioso de verle, y esperaba que él también. Al llegar uno de sus perros me
salió a recibirme, aún se acordaba de mí. Golpeé la puerta de chapa y nadie salió, después de un
rato empujé la puerta y esta se abrió. La casa estaba desordenada y sucia, me llamó la atención
semejante dejadez de su parte, pues él no era así. Lo busqué por toda la ribera incluyendo los
alrededores sin tener suerte. Regresé a la vivienda y lo esperé durante horas por si regresaba,
estuve hasta el anochecer y nunca apareció; eso me preocupó y supe que algo le había sucedido.
No sabía qué hacer, el lugar es bastante despoblado y no habían otra casa cerca, o alguien a quién
preguntarle sobre Santiago. Tomé la decisión de preguntar en la comisaría, tal vez ellos podrían
brindarme alguna información. En cuanto pregunté por él, me dijeron si era algún familiar o conocido,
a lo cual respondí:
-Soy un amigo de él, fui a visitarlo y no lo encontré por ningún lado. Temó que le pueda haber
sucedido alguna desgracia.
-Bueno, vamos a hacer franco con usted –dijo el oficial con carácter serio- el hombre que usted
menciona fue encontrado por un transeúnte que estaba de pesca, lo encontró tirado en el suelo.
Aparentemente llevaba varios días de fallecido, y por lo que diagnosticaron los peritos fue por causa
natural. Lo siento mucho…
Me quedé en silencio, no sabía cómo reaccionar, fue como un golpe bajo e inesperado. Me
entristecí y lamentaba de no haber ido a visitarlo mucho antes. Ambos oficiales que veían mi cara y
siendo presurosos en terminar conmigo, para seguir con su trabajo dijeron:
-Todos lo conocían como el loco del río, no se le conocían familiares o personas que frecuentaron su
vivienda, por esa razón su muerte pasó inadvertida- concluyo el oficial.
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-Ok gracias –dije y me retiré lentamente. En vano era buscar su cuerpo, estas personas son
consideradas N.N. y seguramente sus restos deben ser cenizas en algún basurero.
Un Día estaba en casa leyendo un libro de ciencia ficción, mis literatura favorita, cuando fui
interrumpido por mi madre golpeando la puerta de la habitación. Me dijo que alguien me buscaba y
me estaba esperando en la puerta de entrada. Me quedé muy pensante, pues no tenía nadie que se
interesara por mí, ni mucho menos alguien que tuviera el interés de visitarme. Por la expresión del
rostro de mi madre, intuí que me ocultaba de quien se trataba y deseaba que lo averiguara por mí
mismo. Bajé las escaleras hasta el living y luego hasta fui a la puerta, se trataba de Mauricio. Supuse
que solo venía a informarme algo relacionado con la empresa donde trabajaba, o a increparme por el
fuerte golpe que le había propinado. Debo admitir que no me agrado verlo, y aún sentía deseos de
volverle a dar otro golpe por su atrevimiento de venir a casa. Como tampoco tenía deseos de dirigirle
la palabra, solo me quedé en silencio esperando lo que venía a decirme. Él en cuando me vio
también se quedó en silencio, creo que esperaba a ver cuál sería mi ración. Luego me habló algo
tímido, buscando la palabra correcta para estos casos.
-Sé que tienes todo el derecho a estar enfadado conmigo, y te entiendo muy bien. ¡Me he portado de
una forma tal vil contigo! –Dijo y se notaba compungido- no entiendo en que estaba pensando…
-Mira Mauricio, todo lo que digas está de más –Respondí meneando mi cabeza- si bienes a sentir
pena de lo tonto que he sido, te puedes marchar… ¡qué me vas a decir! ¿Qué lo que hicieron tú y
Ester fue un error? ¿Y por eso yo tengo que aceptarlo? ¿Crees qué me quedaré a ver como son
felices?... Me parece que no es tan simple, tú eras mi amigo.
-Lo sé, y por eso he venido hasta tu casa para pedirte disculpas. Mi relación con Ester se terminó,
me di cuenta que no valía la pena seguir con un amor a base de una traición. No espero que me
perdones, solo me sentí con la obligación de disculparme, creo que era lo justo –Terminó de hablar
Mauricio y luego se marchó por el jardín hasta la calle.
Conozco a Mauricio y sé que estaba siendo sincero conmigo, no me considero una persona
orgullosa, pero ojalá las cosas fueran así de simple, creo que habría menos odio en el mundo, y yo
no seré la excepción ni el primero en ser más bueno que Jesús. Tengo principios muy claros, un
verdadero amigo jamás traiciona.
Mi vida había vuelto al comienzo, sucumbido en una enorme soledad, pero esta vez, era mucho
más fuerte que antes. Era optimista y me sentía con el temperamento necesario como para
levantarme del sucio suelo por donde mil veces me había arrastrado. Ya no solo intentaba sentirme
normal, sino que me consideraba una persona común, con los mismos derechos y los mismos
sueños que cualquier ser que pisa este mundo. Supe ver el lado positivo de cada sucedo de mi vida,
al principio eran incomprensibles; pero después tenían sentido y una razón, por algo pasan las
cosas. Había superado la muerte de mi padre y había solucionados las diferencias con mi madre,
eso era más que bueno para mí, creo que nadie puede dar lo que nunca recibió, y mis padre no
podían ofrecerme algo que ellos nunca recibieron. Vivir es toda una hazaña y desde el mismo día en
que naces vas aprendiendo, a caminar, a hablar, a juzgar y a amar hasta el día que te mueras.
Sorpresas te da la vida, la vida te sorpresa era mi lema. Noticias viene a ti todo el tiempo, a veces
buenas otras malas, es parte de la vida social. Pero la vida no solo en ocasiones te escupe la cara,
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sino que te patea aun cuando no terminas de reponerte del golpe anterior, parece decirte: ¡el suelo
es tu lugar y arrastrarte tu destino!
Estando en el trabajo tuve un extraño presentimiento, una oscuridad repentina se apoderó de mí,
sabía que algo estaba a punto de suceder, no podía imaginarme que era. Estaba intranquilo y
necesitaba salir, entonces le pedí a mi supervisor que me dejara retirarme alegando que estaba
descompuesto. Como tenía una asistencia perfecta y una conducta intachable, no tuvo objeción en
dejarme ir. Llegué a casa a toda prisa, estaba nervioso y me costó embocar la llave en la cerradura
de la puerta. Hasta que la abrí, y al ingresar vi lo que tanto presentía, mi madre estaba tendida en el
suelo boca arriba y con sus ojos cerrados. Verla en ese estado me impactó de tal forma que quedé
paralizado y, un rubor blanquecino cubrió mi piel. Una persona normal hubiese hecho de sus ojos un
río de lágrimas, y de su alma un quebranto; pero me había convertido en alguien demasiado duro y
frio. No por eso dejaba de sentir compungimiento, entendía muy bien que a mi madre ya no la
volvería a ver nunca más. En otro momento hubiese sentido alivio y paz por su muerte. Recuerdo
cada palabra punzante que me hirieron y me marcaron, también sé que se arrepintió.
Una vez en el velorio, mis hermanas lloraban con mucho dolor y algunos de los presentes
también. Muchos se sorprendían porque no había derramado ni una solo lágrima en todo el cortejo
fúnebre, ni haber pronunciado palabras de lamentaciones. Pero ellos no sabían que en mi interior
estaba profundamente apenado, solo que los rudimentos y los avatares de la vida me habían
transformado en un ser duro y frívolo por fuera.
Pasaron los tres días de lutos y mis hermanas no tardaron en reprocharme mi falta de
sensibilidad, aun siento sus sandeces hacer ecos en mi mente.
-¿Cómo puedes ser tan insensible? Después de lo que nuestra madre hizo por ti –Parloteaba mi
hermana mayor- ¿qué hubiese sido de ti si no fuera por ella? Viviría en la calle escondiéndote en los
suburbios como un despreciado…pero ahora entiendo porque todos te rechazaban, eres un…
-¿Un monstruo? –Dije.
-Pero no por tus defectos –Agregó mi otra hermana- sino porque por tu culpa nuestro padre murió, y
ahora también eres el responsable de la muerte de nuestra madre…ojalá desaparezcas y no nos
veas nunca más.
Nunca la casa lució tan desolada y vacía, demasiado silencio me enloquecía, pero esta vez, la
soledad no era solo una sensación, sino que estaba solo de verdad. No tenía a nadie, ni siquiera
alguien con quien entablar una breve conversación de consuelo. Veía el sol pasar por mi ventana
una y otra vez cada día, tantas lunas en mis noches fueron testigo de lo solo que estaba.
El encierro me atormente, y la oscuridad me deprime por eso salí a caminar en medio de esta
noche empañada de silencio y desesperación. Fui al puente del río una vez más, a mi eterno refugio.
Oteé la caudalosa agua tronar entre los pilares del puente; y miré las luces de la barriada por última
vez. Mi tiempo había llegado, ya nada me ataba a este mundo, no tenía nada que perder y lo mejor
de todo, es que ya no sentía miedo. Me arrimé a la orilla del puente y a punto de arrojarme, me
acordé de Santiago. Desistí de lo que tenía planeado hacer y tomé la ruta hasta llegar a la zona
despoblada, bajé a la ribera del río hasta la vieja casa de maderas. Sus perros aún permanecían en
el lugar, y todo lucía como la última vez que estuve aquí; creo que había encontrado mi lugar
perfecto. El lugar que se merecía alguien como yo, aislado de todos. Aquí nadie me fastidiaría, ni se
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trataría de anormal. Creo que toda región necesita un loco, y era el momento de tomar mi lugar. Hay
personas que nacer para ser alguien grande, otros para hacer proezas, otros para ser importantes,
otros para ser solo seres normales comunes y corrientes; y otros solo para ser un gusano de Dios.
Me gustaba mucho estar rodeado de la naturaleza, el ruido del río y viento entre los pinos, el brillo
del sol, me hacían libre como un ave. No necesitaba nada más.
Un día estaba tirado como un holgazán al lado de los perros en el suelo, el calor era agobiante.
Meditaba sobre muchas cosas, pero trataba de saber quién era esa hija que Santiago hablaba, y de
que se limitó a develar su identidad. Debe de haber sido una hija tan ingrata, y me preguntaba ¿por
qué terminó tan solo? En tanto meditaba sobre esto, uno de los perros salió como advirtiendo algo,
luego lo siguió el otro. Me levanté para ver que era, y cuando levanté la vista en dirección donde
fueron los caninos, vi a Ester de pie. De inmediato corrí hasta ella; ella bajó por el sendero y a mitad
de camino nos encontramos.
-¡Ester! –Exclamé sorprendido- ¿cómo me encontraste?...
-
JESÚS CRISTIAN
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