Compañeros en el camiiu Iconos bíblicos para un itinerario de oración \ e Colección «EL POZO DE SIQUEM» Dolores Aleixandre, RSCJ 71 COMPAÑEROS EN EL CAMINO Iconos bíblicos para un itinerario de oración Editorial SAL TERRAE Santander índice Compañeros en el camino Si yo fuera a usar este libro 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. © 1995 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-1 39600 Maliaño (Cantabria) Fax: (942) 36 92 01 Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 84-293-1171-8 Dep. Legal: BI: 2426-95 Fotocomposición: Didot, S.A. - Bilbao Impresión y encuademación: Grafo, S.A. - Bilbao 11. 12. 13. 14. 15. 16. Abrir espacios a la oración Prepararse y disponerse Despertar el deseo Echar raíces, poner cimientos Recibir un nombre nuevo Tomar una decisión nacida del agradecimiento Tocar el Verbo de la vida Hacerse un niño. Hacerse como «ese» niño Aprender la sabiduría de Nazaret Contemplar a Jesús para conocerlo internamente Caminar junto a Jesús para hacer lo que él hizo Adherirse lúcidamente a la vida verdadera Entrar en la lógica de la desmesura Permanecer junto al que llegó hasta el final en el amor Dejarse encontrar por el Viviente Consentir en que el amor envuelva nuestra vida índice de «iconos bíblicos» —5— 7 9 13 34 43 53 66 84 97 108 119 128 141 156 173 185 203 215 229 Compañeros en el camino Este libro ha tenido distintas «fuentes de inspiración»: J.A. García nos propuso durante unos Ejercicios en Celorio, hace unos años, que hiciéramos las contemplaciones de la cuarta semana mirando algunos «iconos bíblicos», y me pareció una idea preciosa. Luego vi una película de Woody Alien, «La rosa púrpura de El Cairo», en la que una atónita Mia Farrow veía desde su butaca del cine cómo su actor preferido se salía de la pantalla y la invitaba a entrar en la película. Pensé que eso era lo que yo había vivido con los «iconos» evangélicos y que es lo que ocurre siempre con la Biblia: todo cambia cuando, en vez de leerla como espectadores, comenzamos a dialogar con sus personajes, a entrar en el guión y en la banda sonora de sus experiencias, a sentirnos como ellos actores y protagonistas, a darnos cuenta de que todos esos hombres y mujeres de las narraciones bíblicas vienen a nuestro encuentro para acompañarnos en nuestro itinerario creyente. A partir de ahí, me atrajo la idea de «investir» de lenguaje bíblico y narrativo el proceso ignaciano y de invitar a hacer las meditaciones y contemplaciones a partir de iconos bíblicos, especialmente del Nuevo Testamento. Lo he ido haciendo yo misma y proponiéndolo en los Ejercicios que he dado en los últimos años a distintos grupos. El último de ellos ha sido el de las Hermanitas de Jesús de Palestina, reunidas en un monasterio de Benedictinas de — 7 — rito oriental en las afueras de Belén. Pasar ocho días en un lugar con tantos iconos me ha hecho entender la contestación que dio el P. Kolvenbach a un novicio jesuita que le preguntó: — — — — Si yo fuera a usar este libro... Padre, ¿usted cómo reza? Rezo con iconos. ¿Y qué hace?, ¿los mira? No. Me miran ellos a mí. En el Monasterio del Emmanuel he entendido un poco mejor lo que es dejarse mirar silenciosamente por el Icono del Padre que es Jesús, y ha crecido en mí el agradecimiento deslumhrado por tenerle a él como Camino y como Compañero. Estas páginas nacen de mi deseo de compartir esa experiencia, que no es sólo mía, sino también de aquellos/as que han ido viviéndola conmigo. Monasterio del Emmanuel Belén, Julio 1995 1. Trataría de enterarme de «lo que quiere ser» y «lo que no quiere ser»: — quiere ser un instrumento, un apoyo, una ayuda para personas que desean hacer una experiencia de oración, a solas o en grupo: cristianos de a pie (incluyo a religiosas/os, que también lo somos...), comunidades o grupos que, por distintas razones, van a emprender unos días de oración («unos Ejercicios...»), más o menos largos, sin un «experto/a» que les acompañe; — su inspiración es «ignaciana», es decir, que toma de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio (EE) el proceso y algunos textos significativos; pero, más que al lenguaje ignaciano, recurre al lenguaje bíblico y presenta cómo vivieron hombres y mujeres de la Escritura las experiencias básicas del proceso creyente, que, en el fondo, no difieren mucho de las que propone san Ignacio. Esos iconos bíblicos serán los «compañeros de camino» de este itinerario de oración; — no pretende hacer un comentario exegético de los textos ni reemplazar unos Ejercicios ignacianos acompañados. Pero, como a menudo no se tiene esta última posibilidad, los materiales de este libro pueden ayudar a hacer unos días de oración «repitiendo», desde una perspectiva más directamente bíblica, temas que pueden resultar familiares a los que han hecho Ejercicios ignacianos. Son también utilizables por los que no los han hecho; — 8 — —9— — intenta hacer presente en la oración el mundo y sus problemas, para que la oración, como recomendaba Mons. Angelelli, «tenga un oído puesto en el Evangelio y el otro en la gente». 2. No lo leería todo seguido, porque no está pensado para servir de lectura continuada. Por eso, huiría de la tentación consumista que hace devorar con avidez materiales, sin llegar a saborearlos ni aprovecharlos. Dice San Ignacio: «al que toma ejercicios en la primera semana, aprovecha que no sepa cosa alguna de lo que ha de hacer en la segunda semana; mas que ansí trabaje en la primera, para alcanzar la cosa que busca, como si en la segunda ninguna buena esperase hallar» (EE 11). 3. Le echaría una primera ojeada para hacerme idea del método y, si fuera a hacer un retiro de ocho días con él, la víspera de cada día seleccionaría, de entre los capítulos siguientes, el tema en el que me siento movida a entrar al día siguiente. El Espíritu Santo sabe conducir muy bien, y esta elección seguramente no será difícil. 4. Comenzaría a prepararme con bastante tiempo. De cómo se vaya ensanchando el deseo («todo modo de preparar y disponer el ánima», diría san Ignacio: EE 1) va a depender fundamentalmente la marcha de la oración en los días que sigan. Lo nuestro no es «gobernar el proceso», sino abrirnos a él; y todo lo que hagamos en esa dirección nunca será bastante. Por eso hay tres capítulos («ABRIR ESPACIOS A LA ORACIÓN», «PREPARARSE Y DISPONERSE» y «DESPERTAR EL DESEO») que se supone son previos al momento de los Ejer- cicios y que tratan de ayudar a esta preparación. 5. No me importaría quedarme en uno solo de los puntos de porque lo único que pretenden es eso: acompañar hasta el umbral de la puerta. Cuando se ha cruzado éste, deja de ser necesario apoyarse en aquéllos, porque lo que ocurre «del otro lado» es cosa del «EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN», — 10 Señor, y ya no hace falta nada más. «No el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente» (EE 2). 6. Los materiales de «OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA» están pensados para algún rato de lectura meditativa fuera de los tiempos de oración; pero, si me sintiera atraída a orar con alguno de ellos, lo usaría también como ayuda para atravesar el umbral de la oración. 7. Aunque estuviera sola, no me saltaría el «CELEBRAR LO VIVIDO», sino que lo adaptaría para un rato de oración personal al recapitular el día. 8. Si quisiera usar el libro para algún día de retiro, buscaría en el índice el tema, según mi situación personal, según el tiempo litúrgico, etc., y seleccionaría la víspera alguno de los puntos de oración para que me sirviera de puerta de entrada. El resto «lo irá pidiendo» el transcurrir del retiro. 9. Si fuéramos un grupo los que vamos a hacer juntos un retiro largo, propondría que nos pusiéramos de acuerdo en quién iba a tomar la responsabilidad de animar cada uno de los días, y esa persona se encargaría, el día que le correspondiera, de la ambientación, el horario, la manera de utilizar los materiales, la celebración, etc. También puede ser siempre el mismo el que se responsabilice de todo el retiro; pero la otra manera daría una gran riqueza y conseguiría que cada uno hiciera la experiencia de toda la capacidad creativa y de comunicación espiritual que seguramente posee sin saberlo. 10. Me llevaría siempre la Biblia: los textos más breves están copiados, pero hay otras referencias en las que su uso se hace necesario. Al final se puede consultar un índice de iconos bíblicos. — 11 1 Abrir espacios a la oración Antes de comenzar un retiro en el que vamos a dedicar tiempos largos a orar, puede ayudarnos el que en los días anteriores reflexionemos con más detenimiento sobre esa actividad esencial a nuestra vida cristiana que llamamos oración. Los textos propuestos intentan comunicar de diferente manera algunos de sus aspectos esenciales. 1. CUANDO VAYAS A ORAR... a) Parte de la realidad El punto de arranque de la oración tendría que ser siempre la realidad, el humus de lo cotidiano, con su opacidad y sus conflictos, con sus amenazas y contradicciones, con su brecha abierta también a una dimensión invisible pero presentida. La oración no puede ser fruto de un rechazo ante la complejidad de lo real, ni una huida hacia un mundo ideal o esotérico, a salvo de la alteridad que cuestiona y condiciona. Porque la realidad vivida, re-conocida y concienciada, nunca será impedimento ni obstáculo para la oración, sino más bien la escala que Jacob vio en su sueño y que, bien clavada en la tierra, permitía la comunicación con el mundo de lo divino (Gn 28,12). — 13 — Sabemos que la realidad tiende a ocultarse a sí misma y que nos ronda siempre la tentación de relativizarla y de esquivar sus aspectos más problemáticos. Dice Jon Sobrino: «No se puede plantear la espiritualidad en un círculo puramente espiritual en el que se da un rodeo eficaz sobre la realidad humana. La ubicación en el mundo no es algo secundario y accidental: en ello nos va la capacidad de conocer y actuar correctamente». Es por lo tanto ahí, en el contacto con los aspectos más conflictivos y oscuros de la existencia, en lo que favorece o amenaza la vida humana, donde nos jugamos la primera condición de posibilidad de orar. Orar no es huir de nuestros propios problemas ni desentendernos del mundo, sino «arrimarnos» a Dios llevando todo eso, sin negar toda su carga de multiplicidad y de discordancia. , «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo..., porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,29-30). Es cierto que la oración puede sosegarnos y tranquilizarnos; pero donde realmente podemos discernir su autenticidad es en la capacidad que nos va dando para, en expresión ya clásica, cargar con la realidad, hacernos cargo y encargarnos de ella. b) Ensancha tu deseo Un segundo elemento fundamental es el deseo, la insatisfacción, porque la oración nace de nuestra pobreza y se dispara como una flecha desde la tensión de ese arco. Lo que la ahoga, en cambio, es el engaño de una saciedad aparentemente satisfecha o la suficiencia que nos impide reconocer nuestra indigencia y nuestros límites: «Dices: 'Soy rico, me he enriquecido, nada me falta'. Y no te das cuenta de que eres un des— 14 — graciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo...» (Ap 3,17). Tenemos la tendencia a culpar de nuestra «indolencia oracional» a los ritmos acelerados de vida en las grandes ciudades, al acoso de los medios de comunicación, a la obsesión consumista y viajera de nuestra cultura... Todo eso —pensamos— nos hace difícil encontrar tiempos y espacios sosegados para orar y puebla nuestro silencio de imágenes distractivas. Aunque eso sea verdad, lo que más hondamente nos incapacita para la oración es aquello que apaga y debilita nuestro deseo: — el racionalismo, que prescinde del lado oscuro y latente de la realidad y pretende explicarla y dominarla en su totalidad; — el psicologismo como explicación última de todo, que sospecha de los deseos como escapatorias evasivas, les niega sistemáticamente un origen trascendente y nos instala en un nivel de positivismo hermético; — el narcisismo, que ciega la brecha de la alteridad y nos encierra en una cámara poblada de espejos desde la que la invocación se hace imposible; — el hábito del confort, convertido en necesidad absoluta, que nos invita a instalarnos en lo ya conseguido; — el activismo compulsivo, que nos hace creer que no necesitamos de nadie y que podemos solucionarlo todo con nuestro esfuerzo, con tal de que lleguemos a proponérnoslo; — la confusión de la tolerancia con el amor, que enfatiza los aspectos más segurizantes de la existencia, idealiza una tranquila mediocridad y niega al amor su inclinación hacia la desmesura, la exageración y la ausencia de cálculo. El deseo, en cambio, nos arrastra fuera de la estrechez de nuestros límites, hace de nuestro «yo» una estructura abierta y opera el milagro de convertirnos en criaturas referidas a Otro. — 15 — «Amar, como orar—dice J.M. Fernández-Martos—, es alojar a un extraño en las propias entrañas. Es dejar que el proyecto, los deseos, la vida de otro... inunden nuestro proyecto, nuestros deseos, nuestra vida; y esto, que es una división, paradójicamente nos integra. En la masa oscura de nuestros deseos, la presencia de Otro que es mayor que nosotros mismos nos va llevando, de deseo en deseo, hacia una mayor transparencia de nosotros mismos. »Recorrer el camino de la oración es muy duro; por eso hay tan pocos que lo hacen. Es recorrer el camino de los propios deseos; y casi no nos atrevemos a desear, sólo a calmar necesidades; y para ellas los objetos bastan. Pero Dios es Alguien. »Tratar con Él es quemar las naves de la saciedad satisfecha. Es poner en pie el inmenso continente de nuestros deseos siempre avivados. Dios es siempre mayor». c) Insiste y permanece El tercer elemento a subrayar es el de la lucha, como la de Jacob con el ángel a orillas del Yabbok. Porque existe en ella un componente de decisión, de esfuerzo y de empeño, de paciencia y de trabajo, de eso que la tradición bíblica llama «clamor» o «gemidos» (Rm 8,27) y que alcanza siempre las entrañas de Dios (Ex 3,7). La oración cristiana está necesariamente «interferida» por las situaciones humanas de conflicto y de sufrimiento intolerable, por el grito de todos los quebrados por el mal, de todos los empobrecidos y abandonados de la tierra. El orante va aprendiendo, como Moisés, a mantenerse ante Dios «en la brecha» (Sal 106,23), cargando con todo eso y sabiendo que de lo que se trata no es de despertar la atención o el interés de Dios por los que sufren, sino de dejarse contagiar por su solicitud hacia ellos y escuchar de él la pregunta que remueve nuestra indiferente frialdad: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). — 16 — Insistir, permanecer, clamar, esperar. Son verbos edificados sobre la roca de una convicción que tiene mucho de paradoja: que a lo más gratuito hay también que disponerse y prepararse, y que a aquello que nos es regalado sin el concurso de nuestros méritos lo atrae también la violencia de nuestra apasionada espera. Aprender a orar es gracia, pero es también un proceso que va a requerir esfuerzo, disciplina, trabajo por unificar las energías dispersas, aceptación de que las actitudes esenciales para la oración no nacen en ese momento y se abandonan después, sino que toman cuerpo en la red de las relaciones humanas. Estamos también preparándonos a la oración cuando nos esforzamos por mantenernos fieles y fraternos, cuando estamos dispuestos a conceder a los otros tiempo y ocasión de cambio. Porque no tenemos dos vidas ni dos estructuras internas; y el que lucha por permanecer en el amor a los hermanos aprende a encajar también los aspectos desérticos de la oración. Y al que se esfuerza por mantenerse en espera vigilante, como aquellos siervos que esperaban la llegada de su señor (Le 12,35), le será más fácil conjugar después esos cuatro verbos con los que Pablo caracteriza el verdadero amor: «disculpar», «confiar», «esperar», «soportar» (1 Cor 13,7). Si vamos cultivando pacientemente una atención descentrada de nuestro yo y dirigida hacia los demás, si va creciendo nuestra capacidad de apertura, escucha y respeto ante el misterio de los otros, iremos siendo más capaces de acoger a Dios, de dejarle entrar en nuestra vida sin condiciones y sin miedos, de permanecer ante Él también cuando nos parece que está ausente. «Dios ha hecho que la oración tenga un gusto tal que acudimos a ella como a una danza y permanecemos en ella como en un combate», decía Nicolás de Flue. Aprender a orar es permanecer en ese combate; es aguantar como un centinela, en la intemperie de la noche, a que llegue la aurora; 17 — es adentrarse sin miedo en la nube que oculta, a la vez que revela, una presencia que nunca puede ser dominada; es mantenerse en medio del lago aunque el viento sea contrario, hasta que, de madrugada, alguien deje ver su rostro y oír su palabra. Se nos pide que no dejemos de remar esforzadamente mientras aguardamos, con tensa vigilancia, a que sea el viento del Espíritu quien despliegue al fin nuestras velas con el «¡Abba, Padre!» que susurra en nosotros. d) Pide la afinidad con Jesús Un cuarto aspecto podría ser calificado como el «elemento afinidad». La oración tiene lugar en ese nivel de disponibilidad y de escucha que nos hace «sintonizar» con el talante de Jesús, con su obediencia filial y su disposición radical a amar y a dar la vida. Y para eso cuentan poco la acumulación de saberes y las doctrinas sutiles e improductivas. Cuentan poco el pensamiento discursivo y la reflexión, el análisis y la excesiva intelectualización. Teresa de Jesús nos lo ha dejado magistralmente dicho: «Algunos he topado que les parece está todo el negocio en el pensamiento, y si éste pueden tener mucho en Dios, aunque sea haciéndose gran fuerza, luego les parece que son espirituales. [...] Querría dar a entender que el alma no es el pensamiento, ni la voluntad es mandada por él, que tendría harta mala ventura; por donde el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho» (Fund., 5,2-3). «No os pido ahora que penséis en El, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más que le miréis» (Cam. Perf., 26,3). sino quien intenta practicar la justicia, amar con ternura y caminar humildemente con él (Mi 6,8). Al final de la vida, no se nos va a preguntar por nuestros saberes, ni siquiera por nuestra oración; se nos va a preguntar por el amor, que es lo que nos hace afínes con el Hijo. Y la mejor manera de conseguirlo es instalarnos en la humilde pobreza de la primera bienaventuranza y en una confiada esperanza. Porque ni nuestra debilidad ni nuestra impotencia para amar de verdad son obstáculo para que el Espíritu vaya trabajando esa afinidad en nosotros. e) Entra en lo escondido Una quinta característica sería la de la interioridad y el secreto, que pertenecen a la insistencia más genuina de Jesús en su enseñanza sobre la oración: «Cuando quieras rezar, métete en tu cuarto, echa la llave y rézale a tu Padre que está en lo escondido. Y tu Padre, que ve lo escondido, te recompensará» (Mt 6,6). El evangelio de Lucas nos desvela lo que ocurría «en lo escondido» de la madre de Jesús: «María guardaba todas estas cosas meditándolas [symballousa] en su corazón» (Le 2,19). El participio griego expresa la acción de reunir (sym-) lo «lanzado» (hallo). Es la misma raíz de la palabra símbolo, y sugiere una actividad cordial de ida y venida de dentro afuera y de fuera adentro, una confrontación entre la interioridad y el acontecimiento, una labor callada de reunir lo disperso, de tejer juntas la Palabra y la vida. «Los conceptos crean ídolos de Dios. Sólo el sobrecogimiento presiente algo», había dicho Gregorio de Nisa. Entra en contacto con Dios no quien cree saber mucho sobre él, La oración es, antes que nada, encuentro interpersonal, diálogo de secreta amistad con quien sabemos nos ama. Israel vivió la experiencia de un Dios que quería hacer alianza con él, y Jesús nos ha invitado a ser no sólo siervos, sino amigos. — 18 — — 19 — Somos nosotros los que no nos atrevemos a creer hasta dónde llega el deseo de Dios de introducirnos en su intimidad. Y eso que, cuando entramos en lo más hondo de nosotros mismos, nos damos cuenta de que la nuestra es una interioridad habitada, y que tenemos franqueado el camino para participar de la relación del Hijo con el Padre, en el Espíritu. Por eso estamos invitados a redescubrir los caminos que conducen a nuestro corazón, sin que nos paralice la sospecha de intimismo. La oración necesita «verificación», pero no «justificación», porque todo lo que tiene que ver con el amor pertenece al orden de la gratuidad. Ha sido Jesús mismo quien nos ha remitido a ese lugar secreto de nuestro ser para encontrarnos allí con el Padre, y sólo en él podemos renacer a la fraternidad solidaria, que es, en último término, la «vocación» de la oración. En medio de la dispersión de una civilización de lo efímero, los creyentes nos sentimos llamados a cuidar lo esencial; a inclinarnos por lo que es verdaderamente fecundo, más allá de las apariencias de lo espectacular; a elegir la cordialidad en medio de una cultura racionalizada; a preferir la sabiduría a la multiplicidad de conocimientos; a cuidar el corazón, porque en él, como nos recuerda el proverbio, «están las fuentes de la vida» (Pr 4,23). f) Déjate alcanzar Finalmente, un sexto elemento consistiría en algo que podríamos calificar como actitud de consentimiento a la novedad que surge de la relación con Jesús; una aceptación de que, cuando su amor da alcance a alguien, nunca le deja como estaba, sino que transforma su vida, le «afecta» en el mundo de sus opciones, criterios y preferencias, le traslada a ese «orden otro» que es el Reino, y al que sólo se accede cuando se hace la experiencia de la gracia. ceremos sus frutos si nuestra vida se va haciendo cada vez más «manejable» para el Espíritu, si nos dejamos «bautizar» y sumergir con una familiaridad creciente en ese universo de nuevas significaciones, valores y «comportamientos contraculturales» que es el Evangelio de Jesús. El que ora tiene que estar abierto a una cierta en-ajenación. porque el amor desplaza nuestro centro de gravedad y nos introduce en una tierra desconocida, en la que nuestros mapas, planos y previsiones resultan ya inservibles. Decíamos más arriba que vamos a orar con todo lo que somos, con ese equipaje de imágenes, sentimientos, preocupaciones, criterios y relaciones que constituyen nuestra vida y nuestra historia; con todas nuestras heridas, esperanzas y miedos. Pero tenemos que ser conscientes también de que, al atravesar el umbral de la oración, todo eso queda «en estado de riesgo» porque, como Moisés, nos acercamos a la zarza ardiente de una presencia que puede abrasarnos con su fuego (Ex 3,1-4). Y lo que parece que Dios vaya buscando de nosotros, por encima de todo, es que ese riesgo no nos provoque miedo ni encogimiento, sino esa audacia tranquila con la que se fían los niños. Una audacia en la que, misteriosamente, no se pierde el «temor de Dios», la adoración y el deslumbramiento sobrecogido de quien presiente que le está rozando un amor que le sobrepasa. El que está dispuesto a dejarse alcanzar por ese amor llega a saber experiencialmente («expertus potest credere», canta un antiguo himno de la Iglesia) hasta dónde es posible llegar en la despreocupación por el propio destino cuando se le reconoce en buenas manos. Eso quiere decir que la oración tiene consecuencias y que las preguntas sobre su autenticidad tenemos que hacérnoslas más allá del ámbito de la pura interioridad. Recono- La oración tiene algo de éxodo y de éx-tasis; y cuando nos ponemos en ese camino y nos atrevemos a abandonar ante Dios toda nuestra existencia y a salir al encuentro de los otros, nuestro modo de contactar con la realidad se reorienta y se apoya sobre nuevos quicios. Nuestra identidad «alcanzada» queda también alterada y «re-fundada» en Otro — 20 — — 21 — que nos hace posible mirar, oír, sentir y tocar la realidad desde una sensibilidad nueva, desde eso que llamamos «mirada contemplativa» y que no es más que ver la vida con los ojos de Dios. También a Jesús se le contagia del Padre esa manera de mirar el mundo; y se llena de júbilo porque no son los sabios y entendidos, sino los pequeños, quienes poseen el privilegio de conocerle (cf. Le 10,21s). Y el Dios de la transfiguración se le revelará de una manera definitiva cuando se refugie en Getsemaní con la angustia atroz del miedo a la muerte, cuando hunda en la oración su deseo acuciante de escapar de ella. Jesús se aferra a la confianza de que en el seno oscuro de aquella tierra se esconde la capacidad de hacer florecer de nuevo en él su obediencia incondicional de Hijo. Al salir de la oración, todo había cambiado para él de nombre y de sentido: el deseo de huir se había transformado en el de permanecer fiel; ahora, el morir era dar la vida, y ya le era posible beber hasta el final un cáliz que venía de la mano del Padre. La oración es la puerta estrecha que tenemos que atravesar si estamos dispuestos a este cambio de perspectiva, que desborda nuestras posibilidades y nuestros hábitos de aferramiento a lo conocido y a lo acostumbrado. Nos cuesta dejar atrás lo que creíamos poseer tranquilamente de una manera definitiva; y, si tememos inconfesadamente la oración, es porque presentimos que puede des-colocarnos y des-concertarnos fuera de la parcela cerrada y apacible de las ideas que nos dan seguridad. «El Señor es mi Pastor, nada me falta. Me conduce hacia fuentes tranquilas...» (Sal 23,1). rección de su pasión por el mundo: «Ve y di a mis hermanos...» (Jn 20,17). A lo largo de esta reflexión hemos ido señalado seis elementos básicos a tener en cuenta a la hora de ponernos a orar. Y seis es un número que, en las claves bíblicas, significa algo abierto, no terminado, un proceso dinámico que nos estira hacia adelante en una triple dirección: — la receptividad activa, que cambia nuestra «forma convexa» por esa otra «forma cóncava» que es la única capaz de acoger, recibir y ser fecundados; — la com-pasión, que nos hace contactar con la realidad desde la mirada y las entrañas de Dios; — el servicio, porque, si la oración nos ha adentrado en la relación con Aquel que «se despojó de su categoría de Dios, haciéndose como uno de tantos y tomando la condición de siervo» (Flp 3,7), sólo poniéndonos, junto a él, a los pies de nuestros hermanos más débiles podemos llegar a «tener parte con él» (Jn 13,8). Por eso la oración no es algo distinto del amor: ir haciéndonos receptivos, compasivos y serviciales es nuestra humilde manera de amar cuando nos decidimos a responder a otro Amor mayor que nos reclama consentimiento y acogida; cuando nuestro corazón quiere latir al ritmo de su compasión; cuando buscamos, aunque sea pobremente, la identificación con los caminos de servicio que él mismo recorrió. 2. EXPONERNOS A DIOS Una carmelita escocesa expresa así su experiencia de oración: Así expresaba su «experiencia alternativa» de seguridad un orante que supo lo que significaba dejarse conducir por un Dios del que, si algo sabemos, es que puede cuidarnos mejor de lo que nosotros mismos podríamos hacerlo. Y que va a conducirnos y a enviarnos, irremisiblemente, en la di- «La simplicidad de la oración, su claridad, su falta de complicación, es lo último que conocemos o deseamos conocer. No es difícil teorizar acerca de ella; pero ni el escribir, ni el leer, ni el hablar, ni el pensar sobre ella, ni los deseos de orar, ni el envolvernos en esas vaporosas sublimidades que nos hacen sentirnos tan conocedores de lo espiritual, nada de eso es oración. Nada, salvo el orar realmente. ¿Qué hago — 22 — — 23 — con todo eso, sino erigir barreras tras las cuales puedo mantener mi propia estima y esconderme así de Dios? »'Señor, enséñanos a orar'. Jesús no parece contemplar nunca la necesidad de darnos una respuesta teórica, de llevarnos al interior de la cuestión de qué es rezar o de cuáles deberían ser nuestras disposiciones; inmediatamente, da una respuesta práctica: 'Cuando ores, di: Padre...' Y a sus discípulos les mostró lo que el Hijo entiende por orar. »Quizá el mayor reto de esa demostración es su extremada sencillez, su autenticidad, realismo y objetividad. Orar, para Jesús, era la manera más inmediata y pura de entregarse a la voluntad de su Padre; y en esto no caben subjetividades ni sentimientos. Jesús amó y se entregó al Padre, tanto en los momentos en que su interior se rebelaba (Getsemaní) como cuando 'su alma exultaba de gozo en el Espíritu'. Por eso, lo que enseña sobre la oración es que ésta es, ante todo, una respuesta a Dios, y que únicamente difiere de las otras respuestas en la intensidad que exige. Es una respuesta a Dios y no una iniciativa nuestra; es algo que le atañe a él y no a nosotros. »E1 acto de la oración consiste en ponerse indefenso delante de Dios. ¿Qué hará él? Tomar posesión de nosotros. Y que acontezca esto es la única finalidad de la vida. »Sabemos que le pertenecemos; sabemos también, si somos sinceros, que, casi a nuestro pesar, tendemos a mantener con fuerza nuestra propia autonomía. En efecto, estamos prontos para seguir a Dios de palabra (a hablar de oración, no a orar), porque utilizar la palabra 'Dios' como estandarte nos deja la conciencia tranquila. Sin embargo, el pertenecer a Dios es realmente otra cosa. Pertenecer a Dios significa no guardar nada para nosotros, estar siempre ligados a la voluntad de Otro. »Nos cuesta aceptar nuestra condición pecadora, y tratamos sistemáticamente de arrojar esta verdad fuera de nuestra conciencia. Pero el rezar nos pone así, desvalidos, ante el Señor y nos hace saborear lo amargo de nuestra realidad. — 24 — Nuestro Dios es un fuego, y nuestra miseria cruje cuando él nos apresa; él es todo luz, y nuestra oscuridad se encoge bajo su resplandor. Y es este resplandor desnudo de Dios lo que hace que la oración pueda ser algo tan duro. «Normalmente, a medida que crecemos, vamos ganando en habilidad para hacer frente a la vida. En muchos campos vamos adquiriendo técnicas que nos ayudan a seguir adelante cuando nuestro interés y nuestra atención decaen, y es señal de madurez el tener siempre alguna reserva de la que echar mano. Pero esto no se da en la oración, que es la única actividad humana que depende única y exclusivamente de su intrínseca verdad. Estamos ante Dios, expuestos a todo lo que él es, y él no puede defraudarnos ni ser engañado por nosotros. »No es que nos propongamos engañarle ni a él ni a los demás; pero con los otros podemos disimular nuestra condición humana de opacidad. No logramos abrirnos enteramente ni darnos a conocer absolutamente a ellos, ni ellos a nosotros: simplemente, no somos capaces. Y, además, tampoco tenemos que serlo, ni existe ninguna situación humana que reclame de nosotros esta presencia íntegra, ni siquiera aunque estuviera en nuestra mano el poder ofrecerla. La oración, en cambio, sí exige esta presencia total. »La oración es oración si nosotros queremos que lo sea. Preguntémonos: ¿Qué es lo que quiero realmente cuando rezo?; ¿busco ser poseído por Dios? En tal caso, hacemos oración. En lo único en que Jesús insistió, lo que repitió y subrayó una y otra vez, fue: 'Todo lo que pidáis al Padre, él os lo dará'. Su insistencia en la fe y en la perseverancia son otra forma de decir lo mismo: tenéis que querer realmente, tenéis que dejaros poseer enteramente por ese deseo. No se trata de pequeños deseos pasajeros, sino de aquello que realmente deseamos 'con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas'...: esto es lo que él se compromete a concedernos. Jesús no se refirió sólo —ni tampoco, probablemente, en primer lugar— a la oración de petición, sino a la oración. — 25 »Cuando te pones a orar, ¿qué es lo que pretendes? Cuando lo que únicamente quieres es que Dios se apodere de ti, es cuando estás orando. En esto consiste la oración: no existen más secretos, atajos ni métodos. La oración prueba nuestra sinceridad: es el único lugar en el mundo donde no hay sitio para esconderse, y en esto reside su gozo y su tormento. Hayamos gustado o no la dicha que encierra, es estremecedor vivir enfrentados a tal simplicidad. no depende más que de Dios, que está siempre deseoso de darse a nosotros, y de nuestra propia decisión y voluntad. E incluso esta misma voluntad es también de Dios, 'que realiza en nosotros el desear y el actuar'. Por eso no hay mucho más que decir de la oración, sino que es 'lo más sencillo que existe'. »Uno querría decirse a sí mismo que la razón por la que no sabe orar es porque nunca fue seducido por Dios, porque nunca leyó algún buen libro sobre oración, ni se cruzó en su camino un santo gurú que le iniciase... De ahí el ardiente interés por los libros y artículos sobre oración, que oculta la carencia de deseo auténtico; de ahí el entusiasmo por los retiros y los directores espirituales, que tantas veces sirven de excusa. La verdad es que no quiero orar desnudamente, no tengo la intención de hacerlo; pero no me lo confieso así, porque, si lo hiciera, me sentiría culpable. »— El primero es que la oración necesita su propio tiempo. Es una parte de nuestra vida normal, su centro, su corazón, pero no puede compaginarse con otras actividades y a su mismo nivel: lo mismo que no podemos compaginarlas con el sueño. La oración reclama la totalidad de nuestro ser para sumergirlo en el Fuego que consume y, así, poder marchar durante el resto del día con el corazón ardiente. Si disponemos de momentos breves durante el día, podemos acudir confiadamente al Padre; pero tenemos que cuidar otros tiempos más largos que, normalmente, habrá que robar a otras actividades: TV, libros, conversaciones... »¿Se acuerdan del joven rico? Lo que dice es perfecto: 'Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer...?' Jesús intenta sacudirle en su interior: ¿Por qué dices 'bueno' cuando no sabes lo que dices? Él insiste. Entonces Jesús le da aquello que el joven creía que de verdad estaba buscando: le dice lo que 'tenía que hacer'. Y el joven se marchó triste, porque Jesús le había hecho abandonar la región de los ideales y las emociones y le había puesto frente a la voluntad del Padre: 'Vende..., entrega..., sigúeme...'; y no era esto lo que él deseaba. »Estarás dispuesto a sacrificar algo o mucho de eso si realmente tienes hambre y sed de Dios, de que él te posea. Ahí está el secreto de 'encontrar tiempo': siempre lo encontramos para lo que de verdad queremos. Lo que importa es 'estar allí'; la calidad ya es cosa de Dios. Que yo esté cansado o de mal humor es lo mismo, porque yo siempre soy el mismo para él, para que me aprese. Puede ser que no lo sienta, pero no es eso lo que importa. «¿Piensan que este hombre se marchó consciente de su falsedad interior y de que estaba completamente desprevenido para mirar a Dios directamente?... Más bien parece que se quedó pesaroso porque la voluntad del Maestro no le convino, y entonces se atrincheró tras la excusa de la 'incapacidad', convenciéndose de que ésta era insuperable. »Si deseas permanecer abandonado ante Dios, entonces ya lo estás: no se necesita absolutamente nada más. Por lo último por lo que se podría uno desanimar es por la oración: — 26 »No obstante, voy a añadir dos comentarios prácticos: »— El segundo punto práctico es: 'qué hacer durante la oración'. ¡Cómo desearíamos obtener una respuesta que, en el fondo, fuera una manera de asegurarnos frente a Dios...! La única respuesta es, de nuevo, de una sencillez apabullante: ponte ante Dios totalmente desnudo, indefenso, y tú mismo sabrás qué es lo que tienes que hacer. Los métodos tienen su valor, naturalmente, pero sólo como algo para emplear 'si quiero'; lo cual significa, en este contexto, 'si él lo quiere para mí'. Es posible que me sienta atraído a meditar, a cantar o a estar ante él en actitud de contrición o de alabanza. A — 27 — menudo, probablemente, no querré hacer otra cosa que estar allí, permanecer en su presencia. Pero el que yo sea o no consciente de ella no tiene importancia. Sé que el está allí, más allá de mis sentimientos, como lo sabía Jesús en medio del sentimiento de abandono en la cruz. ¡Qué alabanza más pura de amor al Padre el sentirse abandonado y seguir diciéndole: 'Padre, en tus manos...'! »Nunca insistiremos bastante en que la oración es algo que incumbe a Dios, deseoso de venir y habitar entre nosotros. ¿Confiamos en él o no? Por supuesto, yo puedo engañarme, no escoger el estar allí para él y, por lo tanto, no dejarme transformar en Jesús. En cierta medida, siempre me protejo a mí mismo contra el impacto de un amor que causa dolor, pero un dolor creador que nos conduce a Jesús para ser curados. Le decimos: 'Si quieres, puedes sanarme'. Y él nos pregunta a su vez: 'Yo sí quiero, pero ¿lo quieres tú?' Ese deseo es siempre el nudo de la cuestión. »¿Existe algún modo de reconocer si es o no verdadero nuestro deseo de que Jesús nos entregue a su Padre? A la pregunta '¿Cuándo podemos saber con certeza cuáles son nuestros deseos dominantes?', sólo se puede dar esta respuesta: 'Cuando estemos dominados por ellos'. Si el amor de Dios se va apoderando de ti tan profundamente que va transformándote en Jesús, entonces lo has deseado con pasión dominante. Pero, si eso no te ha ocurrido, sólo puede deberse a que, secretamente, en lo más profundo de ti, no has querido que te ocurriera. »Es inevitable que existan en nosotros deseos ocultos que escapan a nuestro control, pero que no escapan al de Dios. El don de los sacramentos tiene como fin abrir nuestros recovecos a la gracia y cambiar nuestros actuales deseos, esos que nos revelan nuestras acciones, a veces de manera deprimente. Pero esos deseos, que son reales en nosotros, pueden coexistir con los verdaderos; y lo que tenemos que hacer es presentar a Dios unos y otros, sumergiendo nuestra pobreza en la vigorosa oración objetiva de la Eucaristía y de los demás sacramentos. En ellos, Jesús se entrega totalmente — 28 — al Padre y nos toma consigo en esa entrega, y de ese modo podremos casi ver lo que el Espíritu que actúa en nosotros está tratando de realizar en lo más íntimo de cada uno. «Dejémosle actuar, dejémosle ser 'Dios-con-nosotros'. 'Cualquiera que sea nuestro pasado o nuestro temor al futuro, aquí y ahora, oh Espíritu Santo, pronuncia dentro de mí el Sí total de Jesús al Padre'» (W.M. BECKETT, CD). 3. «CARTA DEL DIABLO A SU SOBRINO»1 «Lo mejor, en cuanto sea posible, es alejar totalmente al paciente de la intención de rezar en serio, convenciéndole de que aspire a algo enteramente espontáneo, interior, informal y no codificado. Esto supondrá para el principiante un gran esfuerzo, destinado a suscitar en sí mismo un estado de ánimo vagamente devoto, en el que no podrá producirse una verdadera concentración de la voluntad y de la inteligencia. Uno de sus poetas, Coleridge, escribió que él no rezaba 'moviendo los labios y arrodillado', sino que, simplemente, 'se ponía en situación de amar' y se entregaba 'a un sentimiento implorante'. Esa es exactamente la clase de oraciones que nos conviene; y, como tiene un cierto parecido con la oración de silencio que practican los que están muy adelantados en el servicio del Enemigo, podemos engañar durante bastante tiempo a pacientes listos y perezosos. Por lo menos se les puede convencer de que la posición corporal es irrelevante para rezar, ya que olvidan continuamente que son animales y que lo que hagan sus cuerpos influye en sus almas. Es curioso que los mortales nos pinten siempre dándoles ideas cuando, en realidad, nuestro trabajo más eficaz consiste en evitar que a ellos se les ocurran cosas. 1. C.S. LF.WIS, Cartas del diablo a su sobrino (Madrid 1988), en las que un diablo «experto» da consejos a otro más joven sobre cómo poder tentar a un cristiano convertido (el «paciente») que se ha pasado al bando del «Enemigo» (Jesús). — 29 — »Si esto falla, debes recurrir a una forma más sutil de desviar sus intenciones. Mientras estén pendientes del Enemigo, estamos vencidos; pero hay formas de evitar que se ocupen de El. La más sencilla consiste en desviar su mirada de El hacia ellos mismos. Haz que se dediquen a contemplar sus propias mentes y que traten de suscitar en ellas, por obra de su propia voluntad, sentimientos o sensaciones. Cuando se propongan solicitar caridad del enemigo, haz que, en lugar de eso, empiecen a tratar de suscitar sentimientos caritativos hacia ellos mismos. Si se proponen pedir valor, déjales que traten de sentirse valerosos... Enséñales a medir el valor de cada oración por su eficacia para provocar el sentimiento deseado y no dejes que lleguen a sospechar hasta qué punto esa clase de éxitos o fracasos depende de que estén sanos o enfermos, frescos o cansados, en ese momento. »Pero, claro está, el Enemigo no permanecerá ocioso entretanto: siempre que alguien reza, existe el peligro de que Él actúe inmediatamente, pues se muestra cínicamente indiferente hacia la dignidad de Su posición y la nuestra, en tanto que espíritus puros, y permite que los animales humanos, orando, lleguen a conocerse a sí mismos. Pero, aun cuando El venza tu primera tentativa de desviación, todavía contamos con un arma más sutil. Los humanos no parten de una percepción directa del Enemigo como la que nosotros, desdichadamente, no podemos evitar. [...] Debes hacer que el paciente dirija sus oraciones a algún objeto, a algo que él ha creado, no a la Persona que le ha creado a él; porque, si alguna vez dirige su oración conscientemente 'no a lo que yo creo que Eres, sino a lo que Tú sabes que Eres', nuestra situación será, por el momento, desesperada. »Te será de ayuda para evitar esta situación, esta verdadera desnudez del alma en la oración, el hecho de que los humanos no la desean tanto como suponen: ¡se pueden encontrar con más de lo que pedían! »Tu cariñoso tío». 4. SEIS CONSEJOS DE «SABIDURÍA ORANTE» Con el mismo estilo con que, en los libros sapienciales, los padres o maestros dan consejos al que quiere aprender sabiduría, podemos formular estas recomendaciones que nacen de la experiencia de muchos hombres y mujeres expertos en oración2: «Hijo mío, atiende mis palabras, presta oído a mis consejos; conserva mis preceptos, y vivirás, mi instrucción como la niña de tus ojos; átatelos a los dedos, escríbelos en la tablilla de tu corazón. Al caminar no serán torpes tus pasos, al correr no tropezarás; agárrate a la instrucción, no la sueltes, consérvala, porque te va la vida. Por encima de todo, cuida tu corazón porque en él están las fuentes de la vida» (Pr 7,1-3; 4,23). — Hijo mío, recuerda que la oración es un encuentro con Dios para adorarle y dejarte trabajar por él. La iniciativa y la llamada son suyas, y es él quien desea tu presencia infinitamente más que tú la suya. »Una vez descartados todos sus pensamientos e imágenes o, si los conserva, conservados reconociendo plenamente su naturaleza subjetiva, cuando el hombre se confía a la Presencia real, externa e invisible que está allí y que no puede conocer como ella le conoce a él..., bueno, entonces puede suceder cualquier cosa. «Lo tuyo» es, en primer lugar, tomar la decisión de orar para responder a esa llamada y crear el clima que precede a — 30 — — 31 — 2. Algunos de los «consejos» están tomados de A. SÉVE, Lafaim et le rendez-vous (Paris 1989). una cita. Después, intenta permanecer silencioso en su presencia, con toda tu fe y tu amor despiertos, para adherirte a lo que él quiere hacer en ti. Y el deseo del Padre es hacer de ti, por medio del Espíritu de Jesús que te habita, alguien cada vez más parecido a su Hijo. irán haciendo de ti alguien más atento, abierto, confiado y fraterno, es decir, más parecido a Jesús. A partir de este m o m e n t o , cada capítulo tendrá la siguiente estructura: — Al comenzar, trata de hacer una «ruptura en vertical» para situarte en tu centro más profundo y, desde ahí, abrirte a la presencia de Dios y hacerte disponible para él. Este primer momento de la oración, en el que tratas de movilizar toda tu atención, pide de ti esfuerzo, obstinación, paciencia e intensidad. Es tu humilde manera de colaborar a la acción de Dios en ti: porque lo que importa en la oración no es lo que tú haces, sino lo que consientes que haga él. A) PÓRTICO DE ENTRADA: — Es importante que en ese primer momento tomes conciencia de lo que realmente deseas (pedir, agradecer, bendecir, quejarte, amar...) y lo expreses en alguna frase breve que puedas repetir internamente una y otra vez. Será como un «ancla» que te ayude a volver al centro de tu corazón cuando lleguen otros pensamientos o distracciones. C) O T R O S C A M I N O S DE BÚSQUEDA: — Recuerda que nunca llegas solo a la oración: estás ahí en nombre de muchos hermanos, de su deseo y de su clamor. Siéntete unido a ellos y sostenido por ellos, y encontrarás fuerza en momentos de cansancio. ambientación, sensibilización al tema. B) EN EL UMBRAL DE LA O R A C I Ó N : sugerencias concretas (señaladas con un asterisco [*]), generalmente a partir de iconos bíblicos, para preparar los momentos de oración. Ya hemos dicho que sólo pretenden acompañar hasta el umbral de una oración más silenciosa y receptiva. una selección de textos de distintas procedencias que pueden servir para seguir profundizando en el tema del día. D) CELEBRAR LO V I V I D O : i n d i c a c i o n e s prácticas ( t e x t o s , s í m b o l o s , a m b i e n t a ción...) para un rato de oración compartida al final del día. — No acabes la oración bruscamente, porque no se terminan así los encuentros personales; dirígete al Padre, a Jesús o a María, con la confianza de los hijos o «como un amigo habla con su amigo», y luego detente unos momentos a ver cómo te ha ido: lo que te ha sido ayuda o dificultad, qué «movimientos» de atracción o de rechazo (de «consolación o desolación») has experimentado a lo largo de ella. Este pequeño examen final hará crecer en ti la «sabiduría oracional» y te ayudará a adquirir la costumbre del discernimiento. — Lo mismo que no puedes improvisar la oración y necesitas «entrenar» tu atención y tu deseo a lo largo del día, tampoco la termines cuando acaba el tiempo que dedicas a ella: tu disponibilidad y la acción transformadora del Espíritu — 32 — — 33 — 2 Prepararse y disponerse ansiedad, tensión, búsqueda de eficacia inmediata, superficialidad, individualismo... Cargamos también con el peso de nuestro personaje: el importante, el susceptible, el nihilista, el escéptico, el desalentado... Por eso necesitamos, también en este primer momento, una «sabiduría de los comienzos»: — Llegamos a Ejercicios casi siempre bastante cansados y, a la vez, con la conciencia de que no hemos venido principalmente a descansar. ¿No estamos necesitando escuchar lo de Jesús a los discípulos: «Venid aparte a un lugar solitario y descansad un rato» (Me 6,31)? A) PÓRTICO DE ENTRADA «El Señor dijo a Moisés: 'Prepárate para mañana, sube al amanecer al monte Sinaí y espérame allí...'» (Ex 34,2). Si empezamos unos Ejercicios, es porque también ha llegado a nosotros la urgencia de ese imperativo y la invitación secreta a esa cita, y la mejor imagen para el primer día sería la de estar en las estribaciones del monte, deseando el encuentro, pero quizá inconscientes de que necesitamos prepararlo. Sabemos que ese encuentro con el Señor va a ser siempre un regalo gratuito que no dependerá de nuestro esfuerzo; pero también es cierto que la cita puede frustrarse si no acertamos con el camino de subida. Solemos llegar desde la prisa y el ruido, atareados y extravertidos; y, aunque intentamos frenar y hacer silencio, nos cuesta entrar en la oración y nos sentimos con la corporalidad y la interioridad desbaratadas, como un «puzzle» en desorden y con la sensación de estar, no ante un monte, sino al pie de una hermética pirámide cuya puerta de acceso ignoramos dónde se encuentra. Y es normal que así sea: hemos respirado todo el año en un ambiente contaminado y llevamos dentro sus efectos: — 34 — * Y se podría traducir en dormir un poco más al comienzo, porque posiblemente los mejores Laudes del primer día consistirán en comenzarlo algo más descansados y despiertos. — Entrar en Ejercicios supone hacer una experiencia de «período largo», es decir, no mensurable según nuestros cómputos temporales, tan precisos y acelerados. En el ámbito de la fe no sirve el cronómetro, y el «kairómetro» no existe: es una experiencia más parecida al florecer que a cualquier otro modo de crecimiento. * Puede ayudar leer la parábola de la semilla que crece por sí sola (Me 4,26-29), o la del sembrador (Me 4,1-20). O dar un paseo tranquilo, con una atención relajada a la naturaleza o al ritmo de las propias pisadas, y detenerse a mirar largamente un árbol o una planta, tratando de entrar en su misteriosa manera de crecer. * Puede ayudar también leer algo de poesía, que es el lenguaje más parecido al religioso y desbloquea nuestro racionalismo y la rigidez de nuestras ideologías. * Puede ayudar también dedicar un tiempo sencillamente a tomar conciencia de la respiración, ir remansándola y serenándola, y repetir a su ritmo alguna invocación breve: «Abba...», «Jesús...», «Maraña tha...», «Veni Sánete — 35 — Spiritus...» O escuchar un disco o cassette de gregoriano, de música clásica o de canciones de Taizé... — Entrar en Ejercicios tiene algo del aprendizaje de una lengua extranjera. Entramos en un ámbito en el que funciona otro sistema de comunicación, y hay que ponerse a escuchar el silencio, a descifrar el código secreto en que vienen cifradas las palabras de la Escritura, a familiarizarse con ese modo de hablar del Espíritu, que tiene más de confidencia que de imperativo. No es posible hablar de la fe desde un «lenguaje plano» y positivo; necesitamos poner en marcha nuestro sentido simbólico para poder expresar la nueva realidad en la que entramos. San Ignacio habla de «aplicar los sentidos»; pero solemos tenerlos atrofiados por falta de ejercicio y exceso de intelectualismo y voluntarismo. Y, sin embargo, ir descubriendo al Dios que viene a nuestro encuentro tiene mucho más que ver con aquello del Cantar: «Tu nombre es un perfume que se derrama...» (Cant 1,3). * Puede ayudar un paseo, buscando en la naturaleza algún símbolo que exprese nuestra situación en este momento, o una imagen bíblica que tenga resonancia para nosotros: el barro de Jer 18; los huesos secos de Ez 37; la tierra sedienta del Salmo 63... En la comunicación espiritual, suele ser mucho mas fácil hablar desde los símbolos que desde las ideas. * Puede ayudar también dedicar un rato a escribir o a verbalizar nuestro año en forma de narración. Releer así nuestra vida nos ayuda a ver a Dios c o m o actor principal en ella. Todo esto parece demasiado simple, y afortunadamente lo es. Pero quizá nos suene como la invitación ingenua de Eliseo a Naamán, el leproso sirio: «Ve y lávate siete veces en el Jordán» (2 Re 5,10). Sin embargo, él lo hizo, y «su carne se volvió limpia como la de un niño pequeño». — 36 — Puede parecer un juego, y, efectivamente, también lo es. Porque el Dios que nos espera en lo alto del monte juega a esconderse y a revelarse desde la nube, y sólo los que consienten en hacerse sencillos lo encontrarán allá arriba. Sólo a los que entran en su juego les será concedido poder susurrar su Nombre. B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN 1. El primer icono que estás invitado a contemplar es Moisés en su relación con el Señor: «El Señor ordenó a Moisés: 'Lábrate dos losas de piedra como las primeras: yo escribiré en ellas los mandamientos que había en las primeras, las que tú rompiste. Prepárate para mañana, sube al amanecer al monte Sinaí y espérame allí, en la cima del monte. Que nadie suba contigo, ni siquiera las ovejas y vacas pastarán en la ladera del monte. Moisés labró dos losas de piedra como las primeras, madrugó y subió al amanecer al monte Sinaí, según la orden del Señor, llevando en la mano dos losas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor» (Ex 34,1-5). En un primer acercamiento al texto, observa: — de quién parte la iniciativa del encuentro; — qué imperativos aparecen; — qué verbos expresan la respuesta de Moisés. El texto tiene una estructura dialogal, en la que el Señor habla, y la manera de responder de Moisés consiste en hacer silenciosamente lo que ha escuchado. Al final del texto, es el Señor quien tiene una presencia silenciosa («se quedó con él allí»), y Moisés «pronuncia el nombre del Señor». * En un segundo m o m e n t o , trata de captar las resonancias simbólicas de algunas expresiones: — 37 — — lábrate dos losas..., yo escribiré en ellas...; — prepárate; — sube; — espérame, y escúchalas c o m o dirigidas a t i . * En un tercer m o m e n t o , identifícate con Moisés y, como él, espera «en la cumbre del monte» al Señor que baja a tu encuentro «en la nube». El siempre estará más allá del alcance de tu mirada, nunca se dejará dominar ni poseer, y por eso la «nube» que envuelve su misterio reclama tu espera vigilante, tu escucha y la totalidad de tu presencia. 2. Escucha las palabras que, según la narración del Éxodo, escuchó Moisés en su encuentro con Dios: «Vosotros habéis visto lo que hice a los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he atraído a mí; ahora pues, si queréis obedecerme y guardar mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos...» (Ex 19,4-5). —\<lo que hice a los egipcios» es un recuerdo de la acción de Dios a favor de su pueblo y en contra de todo lo que amenaza su vida; — la palabra hebrea segullah, «propiedad personal», expresa algo que es objeto de una particular vinculación afectiva por parte del que lo posee (una joya de familia, por ejemplo), más allá de su valor. * Mira tu vida como llevada por Dios «sobre alas de águila» y atraída hacia él. Haz memoria de los acontecimientos en los que reconoces esa conducción y esa atracción. Ábrete al asombro de que quiera hacer de ti su propiedad personal... — 38 — C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA Dos textos para aprender otros ritmos Acoger una vida cerrada «En el camino, tierra pisada, encontré una semilla rara, acerada cascara brillante, cerrada sobre sí misma, hermética defensa, seguro el gesto, certera la palabra, todas sus costuras bien selladas. Para saber quién era y hacer vida su secreto estéril, abandoné la curiosidad del niño que revienta su juguete, o la del sabio bisturí que disecciona y aprende de la muerte, o la pregunta experta calculada como un lazo que atrapa el paso confiado. La enterré en el mejor rincón de mi jardín sin alambradas, la dejé abrazada por el misterio de la tierra, del cariño del sol alegre, y del respeto de la noche. Y brotó su identidad más escondida. Verdes hojas primero, temblorosas, asomándose al borde de la tierra recién resquebrajada. Pero al fin se afianzó de vida esperanzada. Al verla toda ella, renacida al pleno sol, con su melena de hojas a todos los vientos desplegada, — 39 — supimos al fin quién era todo su secreto vivo, suyo y libre» (B. GONZÁLEZ BUELTA). »Me senté en una roca para asimilar con total tranquilidad este pensamiento de año nuevo. ¡Ah, si la mariposilla revoloteara constantemente ante mi vista para señalarme el camino...!» (N. KAZANZAKIS). Yo tenía prisa... «Me vestí y salí hacia la orilla del mar. Caminaba ligero y contento, como si me hubiera librado de algún peligro o de algún pecado. El deseo indiscreto, que me asaltara por la mañana, de averiguar lo por venir antes de que se realizara, se me presentó de pronto como un sacrilegio. »Recordé la mañana en que hallé en la corteza de un árbol un capullo, en el momento en que el gusano rompía los hilos envolventes para convertirse en mariposa. Esperé largo rato, pero tardaba demasiado, y yo tenía prisa. Fastidiado, me incliné y quise ayudarlo calentándolo con el aliento. Lo hice impaciente, y el milagro comenzó a cumplirse ante mis ojos, con un ritmo más precipitado que el normal. »La envoltura se abrió, el gusano salió arrastrándose, y no he de olvidar jamás el horror que sentí al verlo: las alas estaban todavía encogidas, dobladas; con todas las fuerzas de su cuerpecillo, el pobre gusano trataba de extenderlas. Inclinado hacia él, yo le ayudaba con el calor de mi aliento. D) CELEBRAR LO VIVIDO Poner en el centro de la sala una flauta de caña (o algún otro instrumento que evoque la idea de algo inerte, pero del que se pueda hacer brotar música) y escuchar tranquilamente durante un rato música de flauta o de cítara. Después, un lector lee este texto: «No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que él nos amó primero» (cf. Jn 15,16). «Lo más importante no es: »Ese cadáver pequeñito, creo que es el mayor peso que gravita sobre mi conciencia. Pues, lo comprendo perfectamente hoy, es pecado mortal el forzar las leyes de la naturaleza. No debemos precipitarnos ni impacientarnos, sino seguir con entera confianza el ritmo eterno. que yo te busque, sino que tú me buscas en todos los caminos (Gn 3,9); que yo te llame por tu Nombre, sino que tú tienes el mío tatuado en la palma de tus manos (Is 49,16); que yo te grite cuando no tengo ni palabra, sino que tú gimes en mí con tu grito (Rom 8, 26); que yo tenga proyectos para ti, sino que tú me invitas a caminar contigo hacia el futuro (Me 1,17); que yo te comprenda, sino que tú me comprendes a mí en mi último secreto (1 Cor 13,12); que yo hable de ti con sabiduría, sino que tú vives en mí y te expresas a tu manera (2 Cor 4,10); que yo te guarde en mi caja de seguridad, sino que yo soy una esponja en el fondo de tu océano (EE 335); que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas, sino que tú me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas (Jn 13,1); — 40 — — 41 — »En vano. Una paciente maduración era necesaria en aquel caso, el despliegue de las alas debía producirse lentamente al calor del sol; ahora era tarde. Mi aliento había forzado al gusanillo a que se presentara fuera del capullo, todo arrugadito, antes de término. Se agitó desesperadamente, y unos segundos después estaba muerto en la palma de mi mano. que yo trate de animarme, de planificar, sino que tu fuego arde dentro de mis huesos (Jer 20,9). Porque, ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte... si tú no me buscas, me llamas y me amas primero? El silencio agradecido es mi última palabra y mi mejor manera de encontrarte» (B. GONZÁLEZ BUELTA). 3 Despertar el deseo A) PÓRTICO DE ENTRADA En uno de los cuentos hassídicos recogidos por M. Buber y que tiene como título «El juego del escondite», se narra un episodio de la vida de Rabbi Baruch en el que uno de sus nietos, Jechiel, jugaba al escondite con otro amigo. Después de esperar mucho tiempo en su escondite, salió de él y, al no encontrar a su compañero, se dio cuenta de que éste no le había buscado desde el comienzo del juego. Fue llorando a contárselo a su abuelo, y éste sintió que las lágrimas corrían también por sus mejillas, al pensar: «Así dice el Santo, bendito sea: Yo me escondo, y nadie me busca...» Hacer una experiencia de varios días seguidos de oración, supone un primer trabajo de entrar en contacto con el mundo de los deseos que ponen en marcha nuestra búsqueda. Nos hace capaces, como a Abraham y Sara, de abandonar la propia tierra y salir en busca de otra que sólo se nos concede como promesa. Nos invita a abandonar la cautiva saciedad de Egipto o la resignada instalación en Babilonia y a emprender un éxodo más allá de lo conocido. Cuando nos ponemos a hacer oración, nos situamos en esa trayectoria y, en la medida en que vamos adentrándonos en ella, asistimos con asombro a la conversión del sentido de nuestro deseo. Porque descubrimos que es el deseo de — 43 — __42__ «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo» (1 Jn 4,10). «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros...» (Jn 15,16), podemos decir: «En esto consiste el deseo: no en que nosotros deseemos a Dios, sino en que él nos desea primero...» * Dedica un t i e m p o a abrirte a esta certeza, que puede parecerte demasiado sobrecogedora como para ser cierta: es Dios quien te busca y te desea; «Dios es una extraña fuente que sale al encuentro del sediento...» 5. Vuelve a las tres mujeres en búsqueda: — la mujer que buscaba la moneda en la parábola es Dios mismo, que nos busca afanosamente: somos valiosos para El, y Él no está dispuesto a perdernos. — la samaritana no contaba con que la esperaba alguien en el broca^del pozo para entrar en diálogo con ella, sediento más de su relación que del agua, deseoso de ofrecerle otra agua diferente para calmar su sed... — la iniciativa del encuentro con María Magdalena es de Jesús, que se acerca, le hace una pregunta, la llama por su nombre... * Ábrete al asombro de ser objeto del deseo de Dios. Recuerda j u n t o a él «la historia de su búsqueda» de t i , de tantas maneras misteriosas y escondidas que sólo tú conoces. Puedes terminar repitiendo con el salmo 139: «¿Adonde me alejaré de tu aliento?, ¿adonde huiré de tu presencia? Si escalo el cielo, allí estás t ú ; si me acuesto en el abismo, ahí estás. Si me traslado al ruedo de la aurora — 46 — o me instalo en el confín del mar, allí se apoya en mí tu izquierda y me agarra tu derecha...» * María es para Lucas una buscadora de Jesús: en el relato del niño perdido en el t e m p l o (Le 2,41-50), el evangelista utiliza tres veces el verbo buscar, con María como sujeto: «sus padres se pusieron a buscarlo»; «al no encontrarlo, volvieron en su busca a Jerusalén»; «su madre le dijo: 'Mira que tu padre y yo te buscábamos...'» * Habla con ella de tu búsqueda de Jesús y de tu deseo de él. Pídele que te ayude a encontrarle c o m o lo encontró ella... C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA 1. Sobre el deseo y la oración «La oración, desde un punto de vista antropológico, es un ejercicio que nos permite profundizar en nuestra vida y rebasar la dimensión intelectual que predomina en nuestro comportamiento y nos hace desconocer las dinámicas de nuestros deseos. El saber discursivo no permite explicar la totalidad de nuestra personalidad; es incapaz de captar el impulso de nuestros deseos, que nos abren a lo desconocido, que fluyen de nuestra subjetividad y nos revelan hasta qué punto somos pura inquietud, hambre insaciable de plenitud y de felicidad, que sólo de forma parcial y puntual vamos experimentando en nuestras relaciones y que, paradójicamente, agudizan la fuerza de nuestros deseos. »La oración tiene que desplazarse progresivamente de la necesidad al deseo. Hay que dejar a Dios ser Dios en su alteridad, en su trascendencia, sin objetivarlo en función de nuestras carencias y necesidades. En la oración expresamos — 47 — nuestras indigencias y hacemos patentes nuestros deseos: pedimos lo que necesitamos. Pero no nos encontraremos con Dios, en función de la satisfacción de esas necesidades, si no aceptamos la no-respuesta a esos deseos y asumimos nuestra soledad y el silencio de Dios ante la indigencia, de la que tomamos conciencia y que expresamos ante él. sucede es llamado por Pablo 'gemidos'. El gemido es una expresión de flaqueza de nuestra existencia creatural. Sólo en términos de gemidos sin palabras podemos acercarnos a Dios, e incluso estos suspiros son su obra en nosotros» »En la oración, la necesidad se convierte en deseo cuando acepta la renuncia y se convierte en gratuita y no interesada. Buscamos a Dios, pero no porque pueda satisfacer nuestra petición, como el niño respecto de su padre, sino porque es Dios, porque lo amamos tras revelarnos Él su amor, porque es Él y lo dejamos ser en su alteridad [...]. «El clamor del pueblo es la expresión más común de la oración de los israelitas. La oración no es una simple reflexión sapiencial ni, mucho menos, un entusiasmo irracional, sino un clamor personal y colectivo, angustioso y confiado, que sube al cielo y es escuchado siempre por el Señor. No basta con orar al ritmo de nuestra respiración personal, sino que es preciso que nuestra oración exprese el ritmo de toda la humanidad que suspira y gime de dolor. No basta con tomar conciencia de nuestro cuerpo, sino que es necesario sentirnos en un mismo cuerpo con toda la humanidad» (V. CODINA). »E1 más genuino y definitivo programa de vida es abrirse a Dios, acoger su empuje, dejarse trabajar por la fuerza salvadora de su gracia. No 'conquistarlo', sino dejarse conquistar por él; no 'convencerlo', sino dejarse convencer; no 'rogarle', sino dejarnos rogar. ¿No va por ahí la misteriosa y fascinante sugerencia de aquella frase del Apocalipsis: 'Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos' (Ap 3,20)?» (A. TORRES QUEIRUGA). «El deseo es toda la riqueza de la vida contemplativa; en él nos acercamos a Dios, pregustamos su posesión y dejamos atrás todo cuanto no sea Él. El deseo es más que nuestras realizaciones, pequeñas y mezquinas muchas veces; es la luz que ilumina lo gris y lo oscuro de la cotidianeidad e incluso del pecado. Y este deseo se traduce en todas las actividades de la vida contemplativa, está presente en todo y le confiere un secreto y misterioso resplandor que hace de ella una aventura apasionante y una luz que brilla en la noche del exilio» (P. TILLICH). «Hay un estado de descanso en Dios, de total suspensión de toda actividad del espíritu, en el que no se pueden concebir planes, ni tomar decisiones, ni aun llevar nada a cabo, sino que, haciendo del porvenir asunto de la voluntad divina, se abandona uno enteramente a su destino. »He experimentado este estado hace poco, como consecuencia de una experiencia que, sobrepasando todas mis fuerzas, consumió totalmente mis energías espirituales y me sustrajo a toda posibilidad de acción. No es la detención de la actividad, consecuente a la falta de impulso vital. El descanso en Dios es algo completamente nuevo e irreductible. Antes era el silencio de la muerte; ahora es un sentimiento de íntima seguridad, de liberación de todo lo que la acción entraña de doloroso, de obligación y de responsabilidad. «La esencia de la oración es la acción de Dios, que trabaja en nosotros y eleva todo nuestro ser hacia Él. El modo como »Cuando me abandono a este sentimiento, me invade una vida nueva que, poco a poco, comienza a colmarme y, sin ninguna presión por parte de mi voluntad, a impulsarme hacia nuevas realizaciones. Este aflujo vital me parece ascender de una Actividad y de una Fuerza que no me pertenecen, pero que llegan a hacerse activas en mí. La única — 48 — — 49 — (C. KAUFFMANN, CD). suposición previa necesaria para un tal renacimiento espiritual parece ser esta capacidad pasiva de recepción que está en el fondo de la estructura de la persona» (E. STEIN). «El hombre no se libra de hundirse en su propio vacío más que en el momento en que, descubriendo su propia limitación existencial, que se le revela en su necesidad, accede al reconocimiento del ser que le falta, del Otro. El deseo sólo nace en la mediación de la necesidad que muere a sí misma. El lugar en el que se realiza esta conversión, que hay que estar siempre recomenzando, es el amor. [...] Cuando, en vez de orar por necesidad, 'convertimos nuestra oración en deseo, el orar se convierte entonces en una actividad sin objeto, en un encuentro'. [...] A las personas que oran de verdad, lo mismo que a las que trabajan de verdad, se las reconoce porque saben perder su tiempo. Y es que para ellas no hay tiempo perdido. El tiempo, el espacio, el saber, no son vividos como objetos a adquirir y que sacian su necesidad, sino como la manifestación, marcada por la herida del deseo, de su presencia al mundo y a Dios» (D. VASSE). «El sentimiento de insatisfacción forma parte de la oración: es la prueba de un deseo no colmado que sólo puede crecer con el amor. La oración, lejos de apaciguar esta sed, la hace crecer cada vez más» (R. VOILLAUME). 2. Atrevernos a creer lo increíble «Oyeron luego el rumor de los pasos de YHWH Dios, que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa de la tarde, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de YHWH Dios por entre los árboles del jardín, YHWH Dios llamó al hombre y le dijo: '¿Dónde estás?' Éste contestó: 'Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí'» (Gn 3,8-11). dirección de la flecha de eso que llamamos «la búsqueda de Dios» hacia otro lado, porque cuando estamos dando vueltas sobre dónde estará Dios, por qué se oculta y cómo podemos encontrarlo, la pregunta tiene un efecto «boomerang» y nos plantea otra cosa: dónde estamos nosotros, por qué nos escondemos, por qué tenemos miedo a dejarnos alcanzar por su presencia, por qué nos cuesta abrirle la puerta para que cene con nosotros... Es verdad que tenemos que hacer cosas por él, y desearlo y buscarlo, pero reconociendo, sobre todo, que lo nuestro es mucho más responder a su deseo, permanecer a la espera, salir de nuestros escondrijos, dejarnos encontrar. La «gracia» del Evangelio está en vivir la vida cristiana como algo en lo que tenemos que poner toda nuestra iniciativa, nuestro esfuerzo y nuestra dedicación y, a la vez, como un don que se regala gratis a servidores inútiles, que es lo que en definitiva somos. Creer no es poseer un perchero del que colgar Jos dogmas, sino abrirse al asombro de que Dios nos busque, que tenga planes e iniciativas y palabras que dirigirnos. Y si está a nuestra puerta llamando, es porque quiere cenar con nosotros; por eso, lo primero que tenemos que hacer es consentir en creer «lo increíble»: que su deseo de comunión y de intimidad precede siempre al nuestro; que es a Él a quien le resulta un regalo nuestra presencia; que es Él quien tiene planes e iniciativas y palabras que dirigirnos, y que lo mejor que podemos hacer es abrir la puerta y acogerlo. Y con él entrará también en nuestro corazón ese «mundo sin hogar» que está esperando a la intemperie. D) CELEBRAR LO VIVIDO Esta llamada de YHWH en el Génesis (como la de Jesús llamando a la puerta en Ap 3,20) nos empuja a cambiar la Ambientación: monedas en un plato. Después de un rato, en el que puede escucharse una música tranquila, cada uno se levanta y coge una de las monedas. Con ellas en las manos, se escucha esta lectura: — 50 — — 51 — «Así dice el Señor, tu creador, Jacob, tu plasmador, Israel: No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo; si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá sobre ti. Porque yo soy el Señor tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. He puesto por expiación tuya a Egipto, a Kus y Seba en tu lugar, porque eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo. Pondré la humanidad en tu lugar, y los pueblos en pago de tu vida. No tengas miedo, que yo estoy contigo. No receles, que yo soy tu Dios y te tengo asido por la diestra. Soy yo quien te digo: No temas, oruga de Jacob, gusanito de Israel, que yo te ayudo, oráculo del Señor, y tu redentor es el Santo de Israel» (Is 43,1-5; 41,13-14). Después de un tiempo de silencio, repetir alguna de estas frases o compartir la oración de cada uno. 4 Echar raíces, poner cimientos A) PÓRTICO DE ENTRADA Todos nosotros podemos evocar momentos de nuestra vida en que nos hemos sentido «en nuestro sitio», en que hemos respirado la paz profunda de estar acertando con lo mejor de nosotros mismos, de estar coincidiendo con el sueño de Dios sobre nuestra vida, con aquello que en nosotros es lo más auténtico, lo más germinal y original, lo que nos constituye como seres únicos e irrepetibles. Y también tenemos la experiencia de conocer a personas de las que podemos afirmar que son felices, que es otra manera de decir que están asentadas, bien enraizadas y fundamentadas, apoyadas vitalmente sobre una roca sólida, que han acertado con la orientación de su vida, que están en paz consigo mismas e irradian reconciliación, armonía, sentido... Y esta situación recdibe en la Biblia el nombre de «bendición» (shalom), que es mucho más que lo que nosotros llamamos «paz». Un hombre y una mujer del evangelio de Lucas —el samaritano de la parábola (Le 10,25-37) y María de Betania (Le 10,38-42)— aparecen como iconos de indiferencia, es decir, como ejemplos de esa situación vital que, en el lenguaje ignaciano (EE 23), expresa la polarización en una pasión única que hace desear y elegir solamente aquello que coincide 52 — — 53 — con «los gustos de Dios» y acertar con su voluntad. Jesús toma partido por ellos y los propone como modelo: «María ha elegido la mejor parte»... «Ve y haz tú lo mismo»... Su actitud contrasta con los otros personajes que les acompañan en la narración: en el primer caso, el escriba escéptico, que pregunta: «¿Qué tengo que hacer?», pero sin implicar su vida, y el sacerdote y el levita, tan preocupados por acudir al culto que no les queda tiempo ni atención para el hombre herido de la cuneta; en el segundo caso, Marta, tan agitada y solícita... Todos ellos, distraídos y dispersos en sus propios proyectos, planes, ocupaciones o reflexiones, representan aquello en lo que buscamos eficacia, realización, ocupación para nuestra hiperactividad... «Tener todo muy claro», jerarquizar, precisar, «hacer cosas», estar ocupados..., nos hace sentirnos importantes y nos da prestigio ante nosotros mismos. Los presentimos llenos de «deseos parásitos» (llegar al templo, ser puros, preparar una buena comida...) que no les permiten vivir centrados en lo esencial, que en aquel momento consistía, respectivamente, en atender al hombre de la cuneta y en escuchar a Jesús. B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN 1. Lee Le 10,29-42 tratando de identificarte con cada uno de los personajes: el samaritano y su hacer simple, descentrado de sí mismo, todo él atención solícita y eficaz en el servicio al desconocido que encuentra en su camino; Marta, agitada y dispersa; María, silenciosa y silenciada, centrada en lo único necesario... * Déjate mirar por Jesús en cada una de esas situaciones. calificativo; por el otro, el grupo de los malvados, pecadores, cínicos... Subraya las veces que aparecen el justo y los malvados. Del primero se dice, en primer lugar, lo que no hace: «no sigue...», «no entra...», «no se sienta...», no parece interesarle lo que se dice o se hace en esas reuniones... Luego, como si se quisiera descubrir el por qué de esa actitud tan solitaria, tan distinta de lo que es habitual, se nos revela su secreto: es un hombre que tiene puesta su alegría en otro sitio, que está constantemente vinculado al Señor y a su voluntad. Dos comparaciones nos hacen visualizar el destino de uno y de otros: la imagen del árbol firme, frondoso, lleno de verdor, cargado de frutos, con raíces bien regadas..., contrasta con la levedad de la paja, que es juguete del viento. Al final, el Señor toma partido por el justo y por su manera de vivir, por su «camino». El camino de los malvados no necesita ser condenado por Dios: él mismo acaba mal, va a parar a un precipicio, sencillamente porque no tenía punto de destino. * Imagínate a ti mismo como un árbol: siente tus raíces, tus ramas y hojas, el circular de la savia... ¿Qué clase de árbol eres?; ¿con qué características: frondoso, medio seco, alto, débil...?; ¿dónde estás plantado?; ¿tienes agua cerca?... Escribe una oración, como si ese árbol que eres tú, joven o viejo, bien regado o necesitado de agua, en invierno o en primavera, hablara con Dios. Relee el salmo dejando que crezca en ti el deseo de tener tus raíces cerca del agua y de ser feliz a la manera de ese creyente que susurra la Palabra de su Dios día y noche... 2. Lee el Salmo 1 fijándote en sus personajes: pertenecen a dos grupos diferentes, delimitados con mucha claridad. Por un lado, el hombre justo, que sólo es nombrado con ese 3. Leemos en Mt 7,24-27 unas palabras de Jesús que expresan de otra manera la experiencia de estar bien fundamentado, — 54 — — 55 — en este caso con la imagen de una casa bien cimentada sobre una roca: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica es como aquel hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero ésta no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca». toda clase de sabiduría y prudencia, dándome a conocer tu secreto designio, establecido de antemano por decisión tuya, que se había de realizar en Cristo al cumplirse el t i e m p o : que el universo, lo celeste y lo terrestre, 4. El cap. 1 de la Carta a los Efesios viene a decir en lenguaje discursivo lo que el Sal 1 nos ha dicho en imágenes plásticas. También ahí se nos comunica el secreto de la felicidad: coincidir con el proyecto que para nosotros tiene Dios, que nos llama a ser «un himno a su gloriosa generosidad» (Ef 1,6). alcanzaran su unidad en Cristo. Por medio de él, y tal como lo habías establecido, Padre, tú que ejecutas todo según tu libre decisión, me has predestinado a ser heredero, de modo que, esperando en Cristo, sea alabanza de tu gloria. Por él, al escuchar el mensaje de la verdad, la buena noticia de mi salvación, he creído en él y he sido sellado con el Espíritu Santo p r o m e t i d o , que es prenda de mi herencia, del rescate de su posesión, para alabanza de tu gloria» (cf. Ef 1,3-14). * Convierte el texto, poniéndolo en primera persona, en un diálogo agradecido con el Padre: * Vuelve a rezarlo en forma de súplica, ahora en plural y sintiéndote parte del pueblo de Dios: * Haz memoria de momentos de tu vida en los que el Señor ha sido la roca que ha hecho posible tu estabilidad y tu capacidad para aguantar vendavales y tormentas. Agradéceselo... «Bendito seas, Dios y Padre de mi Señor Jesucristo, que por medio de Cristo me has bendecido con toda clase de bendiciones espirituales del cielo. Por él, antes de la creación del m u n d o , me has elegido para que por el amor sea santo e irreprochable en tu presencia. Por Jesucristo, según el designio de tu voluntad, me has predestinado a ser tu hijo adoptivo, de modo que redunde en alabanza de la gloriosa gracia que me has otorgado por medio de tu Hijo amado. Por él, por medio de su sangre, estoy seguro de obtener el rescate, el perdón de mis pecados. Según la riqueza de tu gracia, has derrochado en mí — 56 — «Bendito seas, Padre, sigue eligiéndonos para q u e , por el amor, seamos santos e inmaculados en tu presencia...» 5. María, en el Magníficat (Le 1,46-55), nos revela su «talante interior» de alegría y alabanza: «Engrandece mi alma al Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador...» Es una actitud que nace de la experiencia de ser mirada por un Dios que se inclina hacia ella, envolviéndola en su ternura e inundándola de gracia. Y María, que se sabe mirada así, se alegra hasta las raíces más hondas de su ser; y de esa alegría nace, como de un manantial, el agua viva de su alabanza: «Engrandece mi alma al Señor...» — 57 — * Ponte junto a ella y abre tu conciencia a ese amor que se inclina hacia ti y hacia el mundo; déjate querer y mirar; sueíta los remos y deja que se hinchen las velas de tu barca; abandónate confiadamente al viento y a la corriente que te llevan... C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA 1. Principio y fundamento El primer ejercicio que Ignacio de Loyola, en su libro, propone meditar al que anda buscando hallar la voluntad de Dios, es el siguiente: «El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar dellas quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas quanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (EE 23). 2. Dos iconos de acierto — Apertura de sentidos: atención despierta de su mirada, de sus oídos, de su «olfato», para darse cuenta de que, en el borde del camino, alguien necesitaba ayuda, o de que Jesús llegaba necesitando escucha más que cualquier otra cosa. — Flexibilidad, disponibilidad para renunciar a los propios proyectos (llegar a Jerusalén, agasajar al huésped...); ser capaz de renunciar a ellos y des-centrarse, desplazarse, para poner al herido o al huésped en el centro. — Ascética del presente: el sacerdote, el levita y Marta están pendientes de un «después» (llegar al Templo, preparar una buena comida...), mientras que tanto el samaritano como María están enteros en el «ahora» de los personajes que entran en sus vidas de manera imprevista y que reclaman atención en el presente, no más tarde. — Capacidad de conducta alternativa: según la ley vigente, tocar un cadáver suponía incurrir en impureza ritual; y el herido de la cuneta podía estar muerto. Por eso los que «dan un rodeo» están comportándose correctamente, dentro de la estricta legalidad. Por otra parte, un precepto rabínico impedía a las mujeres hacerse discípulas de un maestro («sentarse a los pies...» equivale a convertirse en discípulo, como dice Pablo de sí mismo en relación a Gamaliel). Pero tanto el samaritano como María optan por una actitud «contracultural»: se atreven a romper con la «corriente dominante» y adoptan posturas alternativas que, sin embargo, son las que se revelan como acertadas. Estas serían algunas actitudes que podemos descubrir en ellos a través de las narraciones del Evangelio: — Capacidad de gratuidad: nada podía hacer prever al samaritano que iba a sacar algún provecho de portarse así con el herido, que, al parecer, le acarreó más pérdidas que ganancias; ni siquiera hay por parte de éste una palabra de agradecimiento que pueda compensarle. En cuanto a María, tuvo que renunciar a ofrecer a Jesús algo tan concreto y tangible como era una buena comida. — 58 — — 59 — Se pueden volver a contemplar los iconos del samaritano y de María de Betania tratando de descubrir cuál es el secreto de su «acierto» frente al «fracaso» de los otros personajes, y qué precio tuvieron que pagar para conseguirlo. Los dos han entrado en otro plano: el de la gratuidad, fuera de todo cálculo y de toda medida. Y han acertado, porque ésa es la esfera de Jesús. se saben «en lo suyo», cómplices entusiasmados de un proyecto que se les comunica; no esclavos que «miran las manos de su señor» (Sal 123,2), sino hijos que levantan sus ojos hacia el rostro de su Padre. 3. En torno a la voluntad de Dios b) El hijo que dijo «no» a su padre y luego le obedeció (Mt 21,28-31) Vamos a acercarnos a otros iconos que nos ayuden a entender mejor qué es y qué no es «hacer la voluntad de Dios»: a) El hijo mayor de la parábola del padre misericordioso (Le 15,1 -32) Hay algo en él que le hace parecido al joven rico que no quiso seguir a Jesús: los dos aparecen como iconos de desacierto, a pesar de ser presentados como correctos cumplidores de mandamientos, prescripciones y reglas. Y es que les faltaba lo esencial para Dios: a uno, la alegría de estar trabajando, no «para» su padre, sino «con él» y en su propia casa; al otro, la confiada audacia de salir de lo estrictamente mandado para adentrarse en lo que ya no podía ser objeto de cumplimiento, sino de seguimiento apasionado. El hijo mayor de la parábola se relaciona con su padre como con alguien autoritario que le exige su sometimiento; se ve a sí mismo como un ejecutivo resignado o un funcionario modélico que cumple sumisamente el programa que se le ha asignado: «Tantos años llevo sirviéndote, sin desobedecer una orden tuya, y nunca me has dado...» (Le 15,29). Existe, por tanto, una manera de «cumplir» la voluntad de Dios que no nace del amor, sino de la tensión de ser irreprochables y meticulosos, deseosos de «dar la talla», de saber con precisión qué es lo que hay que hacer y lo que no, para «estar en orden» ante Él. Pertenece a un grupo muy numeroso de iconos de resistencia cuya trayectoria podría definirse como «paso del NO al AMÉN». Son personajes que intentan escabullirse de la llamada de Dios, que se resisten a ella, que inventan pretextos, pronuncian invectivas, se quejan, se rebelan, se lamentan amargamente y llegan a desearse la muerte. Sin las narraciones sobre Moisés (Ex 4,10), Jeremías (Jer 1,6; 20,14-18), Jonás (Jon 1,3; 4,8-9), Job (passim...), Elias (1 Re 19,4) o Pedro (Mt 16,22; 27,69-74), nos faltaría algo tan importante como el recuerdo de otros creyentes que recorrieron trabajosamente antes que nosotros el camino que conduce de la resistencia a la aceptación gozosa, y gracias a los cuales no nos desanimamos en nuestros torpes intentos de llegar también nosotros a recorrerlo. El hijo que contestó de mala manera a la orden de ir a trabajar en la viña fue el que acabó yendo y realizando lo que su padre quería, cosa que no llegó a hacer su hermano, a pesar de su «sí» apresurado e inconsistente. Por eso nunca agradeceremos bastante que los evangelios nos hayan conservado el rechazo de Jesús a la muerte, su lucha y su sudor en Getsemaní y su súplica tan desvalida: El padre trata de hacerle cambiar de registro: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo...» «Si es posible, pase de mí este cáliz...»; «el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 21,28-31). Lo que Dios busca de nosotros, por tanto, no es que seamos cumplidores estrictos de sus órdenes, sino hijos que Pasar de ahí al «hágase tu voluntad...» fue la experiencia más honda que aprendió el Hijo en su encarnación. — 60 — — 61 — Ahí aprendemos que nuestro «sí» a Dios no siempre es inmediato, sino que nuestra primera reacción puede (y suele) ser «no» y «pero». Y lo que necesitamos es que la experiencia de otros hermanos en la fe nos ayude a convertir nuestras resistencias en el «amén» que nos hace semejantes al Hijo: un proceso que puede durar toda una vida. c) Los pastores de Belén (Le 2,8-20) Fueron los primeros en saber la buena noticia de que Dios había entregado a su Hijo al mundo y que éste se encontraba muy cerca de ellos, tan a su alcance como un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. Aquella noche, en un descampado de Belén, nos fue revelado en qué consiste «la voluntad de Dios»: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres que él ama...» Es una buena manera de traducir la palabra griega eudokia («parecer bien»-), que tiene detrás un término hebreo rason (o hps) que en el AT designa el sentimiento subjetivo de complacencia, aspiración, deseo, amor, alegría..., la misma raíz que se usa para decir que alguien está enamorado (cf. Gn 34,19). En el Nuevo Testamento, la «voluntad» del Padre (es decir, su amor, su complacencia, su felicidad) descansa en Jesús (Mt 3,17; 17,5; Me 1,11; Le 3,32; 2 Pe 1,17), y Pablo nos dice de muchas maneras cuál es su único proyecto (su voluntad, su sueño, su deseo...): «Hacernos vivir juntamente con Cristo» (Ef 2,5); «en comunidad de vida con él» (1 Cor 1,9); «conformes con su imagen» (Rm 8 29)... No se trata de una norma prefijada a la que ajustarse, ni de un programa que cumplimentar: lo que existe es el deseo de un Dios «a favor nuestro» (Rm 8,31) que quiere que sus hijos vivan; un Dios que arriesga su voluntad en la impaciencia de esa espera y en la expectación de un deseo que no sabe de imposiciones ni de amenazas, sino de atracción, seducción y contagio. «La voluntad de Dios —podría haber dicho Jesús— se parece a un tesoro escondido en un campo, que, al encontrarlo un hombre, por la alegría, fue y lo vendió todo para comprar aquel campo». No por voluntarismo ni por convicción ni por sacrificio, sino «por la alegría», por el mismo gozo secreto de saberse en posesión de algo sumamente valioso que hacía decir a Jesús: Y ese componente de «complacencia» que expresa la palabra eudokía hace posible traducir así el himno de los ángeles: «Estad en paz (tranquilidad, armonía, plenitud de gozo...), porque 'le parecéis bien' a Dios, porque 'le caéis en gracia', porque os ama gratuitamente y tiene puesta en vosotros su complacencia...». Ése es el verdadero sentido de esa expresión que durante mucho tiempo se tradujo como «paz a los hombres de buena voluntad» y que parece dar a entender que esa paz está destinada sólo a la gente buena y deja fuera a los que no lo son, reforzando nuestra tendencia a pensar que Dios nos quiere si somos buenos previamente: ¡justamente lo contrario de lo que el texto dice al anunciar el amor incondicional que es propio del Padre! «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis: hacer la voluntad de mi Padre» (Jn 4,34). Un alimento, es decir, algo que produce fruición, vitalidad, crecimiento y plenitud. Y alegría. Por eso las palabras de Jesús que expresan los momentos más densos de su vida y que coinciden con su obediencia más incondicional van precedidas siempre de una invocación confiada al Padre, revelando, no el acatamiento de un siervo que se somete, sino la comunión, la afinidad, la adhesión profunda de un hijo que se fía. — 62 — — 63 — Hay un verbo muy frecuente en el lenguaje deuteronómico, dabaq (estar adherido, pegarse, aferrarse, unirse, arrimarse), que expresa la actitud que Yahvé espera de su pueblo: «Elige la vida, y vivirás tú y tu descendencia amando al Señor tu Dios, escuchando su voluntad y adhiriéndote a él, pues él es tu vida» (Dt 30,19; cf. Dt4,4; 13,5). «Mi alma está pegada a ti» dice el autor del Salmo 63; y, en el libro de Rut, el mismo verbo designa la decisión inquebrantable de ésta de acompañar a Noemí, pase lo que pase, y correr su misma suerte (Rut 1,14). Jeremías también recurre a él: «Como un cinturón se adhiere a la cintura de un hombre, así había yo hecho que se adhiriera a mí toda la casa de Israel, para que fuera mi pueblo, mi renombre, mi honor y mi gloria...» (Jer 13,11). Hay un fuerte componente afectivo en cada uno de esos ejemplos, un efecto de irresistible atracción, que empuja al que se adhiere a no soltarse ni separarse de aquello en lo que le va la vida. Es así como se enraiza un árbol junto a corrientes de agua (Sal 1,3 ), y el sarmiento a la vid para participar de su savia (Jn 15,4-7). Como si supieran que sólo pueden ser lo que son si se adhieren, se enraizan y permanecen en aquello que les da nombre y posibilidad de existencia. Nadie se lo dicta desde fuera; es su propio deseo de ser y de vivir lo que les está empujando desde dentro, lo que les hace adherirse ciegamente a aquello que les da consistencia y sentido. Pero para eso hay que confiar mucho, hay que atreverse a ir más allá de las resistencias y los miedos y desear «hacer la voluntad de Dios» con la misma impaciencia con que el salmista pedía: «¡Que me alcance tu ternura, y viviré!» (Sal 119,77). Y es que, a lo mejor, la voluntad de Dios (su complacencia, su aspiración, su amor, su alegría...), su deseo más hondo sobre nosotros, es que nos fiemos perdidamente de que, en esa voluntad suya que nos alcanza, todo es gracia. D) CELEBRAR LO VIVIDO «El hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios...», dice S.Ignacio. «Nos ha destinado a ser alabanza de su gloria», dice la carta a los Efesios. «El Hijo del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir...» (Me 10,45). Una manera de celebrarlo consiste en poner en el centro de la sala o capilla donde se haga esta oración un incensario encendido, un recipiente con agua y una toalla: cada persona del grupo toma unos granos de incienso y, a lo largo del rato de oración, mientras escuchan la lectura de Ef 1, se van acercando a echarlo en el incensario. Al final, se pasam lentamente la toalla unos a otros, como símbolo de la aceptación de ese servicio. Acabar con un canto de alabanza. También se puede poner una rama de yedra y leer, haciendo pausas, el capítulo 30 del Deuteronomio. Podemos saberlo también nosotros si nos decidimos a entrar en el juego de perder/ganar en que Jesús se ha arriesgado antes que nosotros: «no mi nombre, sino el tuyo»; «no mi gloria, sino la tuya...»; «no mi voluntad, sino la tuya...»; «no mi vida, sino la de ellos»... — 64 — — 65 — 5 Recibir un nombre nuevo de reconstrucción, de sanación, de recreación, llega a experimentar la urgencia de un agradecimiento desbordado que le impulsa a hacer de su vida «un cántico nuevo». El saber la propia existencia reconciliada se convierte en un dinamismo imparable de reconciliación, de inclusión, de comprensión de los fallos de los otros, y va generando ese talante de «disculparlo todo, creerlo todo, esperarlo todo, soportarlo todo» con que la Primera Carta a los Corintios define el amor (1 Cor 13,7). A) PÓRTICO DE ENTRADA En el libro del Apocalipsis leemos: «Al vencedor le daré maná escondido y le daré también una piedrecita blanca y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe» (Ap 2,17). El que se abre al reconocimiento de su propio pecado y se deja asombrar por el amor del Dios que le perdona, encuentra que en la piedrecita que recibe está escrito, como parte irrenunciable y gozosa de su nombre, el de «pecador perdonado». El que sólo se queda con la primera parte cae en un abismo de culpabilidades, de remordimientos insanos, de vueltas inútiles a su propia imagen. El que pretende llegar a la segunda parte sin pasar por el reconocimiento humilde del propio pecado, se queda muy lejos de su verdad. Pero el que hace la experiencia de ambas cosas se encuentra inmerso en un universo nuevo, en el que su propio nombre y el de Dios resuenan de diferente manera. Sólo el que está dispuesto a acoger el perdón de Dios llega a saber algo de él; sólo el que se deja envolver en una ternura inmerecida y permite que Dios haga en él una tarea — 66 — Vale la pena aventurarse en un camino que desemboca en semejante meta, aunque en él amenacen peligros y a veces se ronden precipicios que llevan el nombre de «falsas culpabilidades», «narcisismos heridos», «vueltas inútiles en torno a la propia imagen»; etc. Una buena brújula para el camino sería tener claro el contexto en que la Biblia sitúa la palabra «pecado», y que no es otro que el relacional. Fuera de la referencia a un Dios personal, a la conciencia de haber defraudado su amor, de no haber respondido a su llamada, de haber rehusado su oferta de una vida a salvo, no hay experiencia sanante de pecado. Un viejo texto del AT (2 Sam 11-12) lo expresa narrativamente mejor que los tratados de teología moral: David se encapricha de Betsabé, la mujer de Urías, mientras éste está en la guerra; la lleva a su palacio y se acuesta con ella. Cuando, poco después, ella le hace saber que espera un hijo, la reacción de David es propia de una culpabilidad narcisista: ha quebrantado una ley, y su propia imagen está en peligro. Por eso manda llamar a Urías e intenta por todos los medios, y echando mano de malas artes, que éste regrese a su casa y esté con su mujer, para que el hijo parezca suyo. Como no lo consigue, ordena que pongan a Urías en un lugar de máximo peligro, y allí muere. La fama de David ha quedado a salvo, y el rey se casa con Betsabé. Cuando el profeta Natán se presenta en el palacio y le cuenta una historia de atropello de los derechos de un pobre — 67 — acaecida en su reino, David reacciona con cólera, proyectando una culpabilidad ética: «¡Ese hombre merece la muerte!», sentencia. La respuesta de Natán es: «¡Tú eres ese hombre!»; y comienza a recordarle la historia de su con YHWH. ES Dios mismo quien toma la palabra a través de su profeta: «Yo te ungí rey de Israel..., yo te libré..., yo te di.... y, en cambio, tú...» David ha sido introducido en el ámbito de la relación personal, y sólo ahí aparece la palabra pecado: «¡He pecado contra el Señor!» Una forma de acceder al conocimiento de lo que es el pecado según la Escritura sería acercarnos, en primer lugar, a algunos textos bíblicos en los que Dios pregunta, llama, manifiesta su amor, invita y no recibe respuesta. Y, en un segundo momento, abrirnos a la experiencia de ser perdonados y rehechos por su misericordia, «que excede todo conocimiento ...» (Ef 3,19). B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN 1. Dos preguntas sin responder «¿Dónde estás?», pregunta Dios a Adán cuando, según la narración de Gn 3,8-11, viene a su encuentro con la brisa de la tarde. «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí...», responde Adán. «¿Dónde está tu hermano?», pregunta Dios a Caín después de que éste ha matado a Abel. «No lo sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). El narrador bíblico nos pone ante lo que podríamos llamar «la decepción de Dios», el fracaso de sus expectativas de relación personal con el 'adam (ser humano) que ha creado «a su imagen y semejanza» y, por tanto, capaz de comunicación, de diálogo, de amor. La respuesta del 'adam es la — 68 — huida, el miedo, el rechazo del encuentro, la ausencia de la cita. Tampoco va a recibir respuesta, según la narración de Caín y Abel, a su otro «proyecto» sobre el ser humano: una actitud de cuidado, atención fraterna, defensa mutua... Caín se desentiende, rechaza «hacerse hermano», se niega a la solidaridad que pide el comportamiento fraternal, y de ahí nace el impulso que le llevará a darle muerte. * Sitúate ante esas dos respuestas, que son también las tuyas y las de tantos de nosotros. Trata de «conocer internamente» los sentimientos del corazón de Dios ante ellas. Léelas en clave colectiva: un mundo que se cierra a la relación con Dios y a la responsabilidad de unos con otros; los hombres y mujeres de lo que llamamos «Norte», y que decimos: «¿Acaso somos nosotros los guardianes del Sur?»... Déjate alcanzar por el fracaso del sueño de Dios sobre su humanidad... 2. Dos quejas de amor no correspondido En el canto de la viña de Is 5,1-8 y en el pleito de Dios con su pueblo, de Mi 6,1-8, los dos profetas recurren al mismo recurso de Natán en su diálogo con David: recordar a Israel todo lo que el Señor ha hecho por él y comparar la respuesta que aquél esperaba con la que ha recibido. * Lee los dos textos despacio, demorándote ante cada una de las acciones de Dios, imaginando el espacio de tiempo que requiere cada una: preparar un terreno, buscar una buena cepa, plantarla, esperar años hasta que crezca, cuidar su entorno, defenderla de las alimañas, asistir al nacimiento de los primeros racimos... En el texto de Miqueas, recorre la historia de salvación que se narra brevemente, ampliándola con el Salmo 106, que es una relectura penitencial de esa misma historia. — 69 — * Escucha como dirigidas a ti y a toda la Iglesia las nuevas preguntas de Dios: «¿Qué mas podía haber hecho por mi viña que no haya hecho...?» «¿Por qué, si esperaba..., he encontrado...?» «Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he ofendido? Respóndeme...» * Relee tu vida en la clave simbólica de una viña que no está dando el fruto que Dios espera de ella; siéntete dentro de un pueblo con una historia de gracia y al que, a pesar de su falta de respuesta, Dios sigue reclamando que «practique la justicia, que ame con ternura y que camine humildemente con él...» (Mi 6,8). mirra fluida mis dedos, en el pestillo de la cerradura. Abrí a mi amado, pero mi amado se había ido de largo. El alma se me salió a su huida...» (Cant 5,2-6) El evangelio de Mateo nos pone en contacto con dos invitaciones frustradas de Jesús dirigidas a Jerusalén y a los discípulos: «¡Jerusalén, Jerusalén...! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como una gallina recoge a su pollos bajo las alas, y tú no has querido...!» (Mt 23,37). «Dijo a sus discípulos: 'Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo'. [...] Viene donde sus discípulos y los encuentra dormidos, y dice a Pedro: '¿No habéis podido velar una hora conmigo...?'» (Mt 27,36-40). Deja que brote en tu interior un agradecimiento desbordado por la posibilidad, aún abierta para t i , de dar fruto y de caminar junto a tu Dios todos los días de tu vida. 3. Tres invitaciones rechazadas Leemos en el Cantar de los Cantares: «Yo dormía, pero mi corazón velaba. ¡La voz de mi amado que llama: 'Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, mi perfecta, que mi cabeza está cubierta de rocío, y mi cabello del relente de la noche'! 'Me he quitado mi túnica, ¿cómo ponérmela de nuevo? He lavado mis pies, ¿cómo volver a mancharlos?' Mi amado metió la mano por la hendidura, y por él se estremecieron mis entrañas. Me levanté para abrir a mi amado, y mis manos destilaron mirra, — 70 — Son textos que pueden hacernos caer en la cuenta de la promesa de encuentro que encierra cada invitación y «lo que nos perdemos» cuando no la acogemos. Y también de la trivialidad de los pretextos que ponemos para no hacerlo... * Deja que te conmueva por dentro el pecado entendido como no respuesta, c o m o rechazo de una invitación: no abrir la puerta, no escuchar una llamada, defraudar una expectativa, dormirse, no vigilar, no permanecer j u n t o al que se ama en momentos difíciles... Pide «conocimiento interno del amor al que defraudo». 4. Dos mujeres rehechas a) La primera es Gómer, la esposa infiel de Oseas, símbolo de la infidelidad de Israel a la alianza con su Dios. En el cap. 2,4-25 encontramos una superposición de planos: al parecer, es Oseas quien habla desde la experiencia de su — 71 — apasionamiento y de sus celos, desde la violencia de un amor que parece incapaz de renunciar a la mujer, despidiéndola y renunciando a ella; por debajo de sus palabras, es Dios mismo quien revela a su pueblo el amor celoso que siente por él. A lo largo del texto se van sucediendo reproches y amenazas, introducidas por la partícula hebrea laken («por eso...», «por tanto...»: 2,8.11); pero el «orden lógico», que pide que a un reproche siga una amenaza, queda interrumpido, sorprendentemente, por un tercer laken que no va seguido ya de la correspondiente amenaza, sino de una decisión insólita: «Por eso, mira, voy a seducirla, llevándomela al desierto y habiéndole al corazón» (Os 2,16). No ha habido por parte de Gómer/Israel ningún signo de conversión: es el esposo/Dios el que ha cambiado y el que elige el desierto como lugar de reencuentro. Allí, los baales con los que ella se prostituía están lejos, e Israel revivirá la etapa ideal de la fidelidad de su noviazgo. Se renueva la alianza y recomienza una nueva historia de amor, en la que el esposo ha tenido la iniciativa y la esposa lo recibe todo, hasta la nueva dote del matrimonio: «Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo a precio de justicia y de derecho, de amor y de compasión; te desposaré conmigo a precio de fidelidad, y tú conocerás a YHWH» (OS 2,21-22). Se ha dado un salto a otro nivel: Dios ofrece un futuro de reconciliación total, de auténtica regeneración, de recomienzo absoluto. * Identifícate con Córner, relee tu propia vida desde esa clave. Agradece la oferta de tu Dios de «haberte traído al desierto para hablarte al corazón». Celebra la posibilidad abierta de entrar con él en una nueva alianza. — 72 — b) La otra mujer rehecha es la que padecía un flujo de sangre. La narración sobre la curación de esta mujer (Le 8,40-56 y par.) está enmarcada dentro del relato de la resurrección de la hija de Jairo. Lee Le 8,40-56 y fíjate en cómo prepara la escena: — La mujer padece un flujo de sangre permanente, y «su caso» lo trata así el Levítico: «Cuando una mujer tenga flujo de sangre durante muchos días fuera del tiempo de sus reglas, o cuando sus reglas se prolonguen, quedará impura mientras dure el flujo de su impureza, como en los días del flujo menstrual. Todo lecho en que se acueste mientras dura su flujo quedará impuro, como en la impureza de las reglas. Quien los toque quedará impuro y lavará sus vestidos, se bañará en agua y quedará impuro hasta la tarde» (Lev 15,25-27). — Frente a Jairo, que tiene nombre propio, que es varón, que ostenta un cargo importante y que hace su petición públicamente, esta mujer anónima se acerca por detrás y no se atreve a decir nada. Está sola y arruinada, y detrás de ella no se adivinan parientes ni amigos. Su pérdida de sangre la encamina hacia la no-vida y la sitúa en el mundo de la impureza según el código socio-cultural de Israel. La exclusión temporal acarreada por la regla se ha convertido para ella en relegación perpetua. Representa, pues, el extremo de la impureza y el peligro de contaminación. — La alusión a «la orla del manto» de Jesús revela que éste era un judío piadoso, revestido de su manto de oración: «YHWH dijo a Moisés: 'Habla a los hijos de Israel y diles que ellos y sus descendientes se hagan flecos en los bordes de sus vestidos y pongan en el fleco de sus vestidos un hilo de púrpura violeta. Tendréis, pues, flecos para que, cuando los veáis, os acordéis de todos los preceptos de YHWH'» (Num 15,38-39). — 73 — La intención del evangelista es poner el acento en el abismo que separa a Jesús, el judío, de la mujer: si la toca, quedará impuro. — El texto insinúa que «la curación se ha hecho sola»: un fenómeno físico se impone sobre las palabras y la voluntad, la mujer se siente curada, y Jesús, a su vez, siente que una fuerza se ha escapado de él. La mujer, entonces, se denuncia a sí misma, quizá por miedo a que caiga sobre ella la misma fuerza que la ha sanado. Quizá se siente culpable de haberle hecho impuro o de haberle arrebatado su fuerza. Sólo queda hacer pública su vergüenza y la contaminación de Jesús. — «Hija»: Jesús se convierte en valedor de la mujer, como Jairo lo es de su hija, y la declara incluida en la familia del Padre, lejos de cualquier exclusión. La mujer, por su fe, ha sintonizado con el universo del Reino, ha entrado en él. Por otra parte, el «tu fe te ha salvado» desplaza la responsabilidad de la curación a la fe de la mujer. El perfecto griego expresa una idea mucho más fuerte que la que puede expresar la traducción: «Tú has entrado en el ámbito definitivo de la salvación». La mujer queda situada en el ámbito del shalotn, es decir, de la salvación, la bendición, la integridad, la plenitud de la vida. * Una vez que te has adentrado en el texto, deja atrás estos «saberes» y siéntete identificado con esa mujer. Piensa «por dónde se te está escapando la vida», qué es lo que te está impidiendo la p l e n i t u d , la fecundidad y la paz a que estás llamado. Acércate a Jesús y deja que su perdón te cure y te rehaga. Agradece y celebra el ser introducido en el ámbito del shalom. Siéntete parte de un m u n d o con tantas formas de enfermedad y esterilidad, y ponió en contacto con la fuerza sanante de Jesús. — 74 — 5. Una recuperación gozosa «...va tras la perdida hasta encontrarla y, al encontrarla, se la echa sobre los hombros contento, se va a casa, llama a amigos y vecinos y les dice: 'Alegraos conmigo, porque encontré a la oveja perdida'» (Le 15,5-6). * Recorre pausadamente y dando gracias cada uno de los pasos del pastor para encontrarte; pon nombre a cada momento de su búsqueda hasta dar contigo. Siéntete orgulloso de esos gestos, de esos pasos, de esa terquedad en buscar «hasta encontrar», porque son para ti la prenda y la seguridad de hasta qué punto eres importante para Dios, hasta qué punto «le faltabas» cuando te ha tenido perdido. Déjate envolver en su alegría que desborda la tuya, aunque no consigas entenderla ni abarcarla. Se trata de «algo de Dios», no t u y o ; el protagonista y «poseedor de la alegría» es él, y lo tuyo es «dejarte convocar» para participar de esa alegría, consentir en ella y agradecerla. 6. Una intercesora infalible María, en Cana (Jn 2,3), se da cuenta de la carencia de los novios y acude a su hijo para que él se haga cargo de la situación: «No tienen vino...» Imagina a María contándole a Jesús lo que te falta a ti: ¿qué crees que le dice que te falta?; ¿cuáles son sus «argumentos de intercesión»? Imagina también que habla con Jesús de la situación del mundo, de lo que nos falta de amor efectivo, de compasión, de justicia... * Acércate a ella y habíale de todas esa carencias; pídele, junto con los millones de hombres y mujeres del mundo que rezan el Ave María: «Ruega por nosotros, pecadores...» — 75 — C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA 1. Tres parábolas para un hombre nuevo Hablamos con frecuencia de la importancia de que oración y vida vayan a la par, de que exista entre ellas continuidad y coherencia; y quizá sea ésta nuestra actual manera de expresar lo que la tradición monástica evoca bajo el término «contemplación». El paso entre ella y la oración sería el que existe entre el tiempo intenso que dedicamos a abrirnos silenciosamente a la Palabra y dejarnos trabajar por ella y el resto de nuestra vida. Una vida en la que el Espíritu «tiene el encargo» de ir transformándola y conformándola con la de Jesús, y nosotros la tarea de colaborar con esa acción para llegar a sentir la realidad con el corazón de Dios. Según eso, podríamos decir que es contemplativa aquella persona para quien se va haciendo cada vez más connatural la continuidad entre su vida y el Evangelio; que va traduciendo en sencilla cotidianeidad lo que lee, medita, ora, escucha y aprende; que permite que cada uno de sus gestos, palabras, pensamientos o acciones sean eco de la Palabra escuchada, huella del paso del Señor por su existencia. ¿Cuál sería, entonces, la huella con que las parábolas de la moneda y la oveja perdidas y del hijo pródigo (Le 15) pueden marcar la vida del cristiano que las ha leído, reflexionado y orado? — En primer lugar, crean en nosotros un sano crecimiento en autoestima, esa palabra casi mágica hoy y a la que se nos invita desde tantos ámbitos, a veces por caminos complicadísimos. El que nos ofrecen las parábolas de Jesús es simple: «eres pertenencia de Dios, eres valioso para él; y él no soporta perderte, sino que inventa mil estrategias para buscarte; no descansa hasta que te encuentra, y el encontrarte le produce una alegría que no puedes ni imaginar...» A quien se decide a creerlo, el corazón se le va esponjando, y la confianza va dilatándolo y ensanchándolo. — 76 — Esta conciencia de pertenencia, esta aceptación asombrada de ser tan querido, tiene el poder de arrastrar, como un vendaval, nuestras viejas culpabilidades y complejos, nuestros tontos encogimientos y falsas humildades. — Otra consecuencia sería la de hacernos más conscientes del cambio de nivel de relación cuando, como en las parábolas, se ha dado una pérdida y un reencuentro. En el caso de la oveja y la moneda, no puede existir esa conciencia; pero en el caso del hijo que volvió a casa podríamos imaginar lo que sería para éste «la mañana siguiente a la fiesta»: su manera tan diferente de estar junto a su padre, su actitud de disponibilidad total, su deseo de corresponder a la acogida incondicional de su padre y a su derroche de amor... El encuentro de lo perdido no restablece una situación como la del comienzo, sino que crea una situación diferente, que para el que encuentra es de pura alegría, y a los «encontrados», que somos nosotros, tendría que provocarnos una transformación dictada por la gratitud. — Un último aspecto, que afecta a nuestra vida relacional con los demás, sería la negativa a dar por perdido irremisiblemente a nadie, la obstinada terquedad, aprendida «en la escuela de Dios», en discurrir estrategias de búsqueda de hermanos perdidos, en imaginar reconstrucción de relaciones, en planear posibilidades de reconciliación. Algo de esto (mucho más que esto...) crea la experiencia del perdón cuando nos acercamos a ella o, mejor dicho, cuando es Dios mismo quien nos persigue y alcanza con su perdón. 2. Examen de conciencia «Yo entiendo muy bien, dice Dios, que cada cual haga su examen de conciencia; es una buena costumbre, pero conviene no abusar de ella. Porque ¿a qué es a lo que llamáis vuestro 'examen de conciencia'? — 77 — Si es al hecho de pensar en todas las tonterías que habéis hecho durante el día con espíritu de arrepentimiento, entonces está muy bien: acepto vuestra penitencia; sois gente honrada, buenos muchachos. Pero, si lo que pretendéis es rememorar toda la noche todas las ingratitudes cometidas durante el día, si lo que queréis es rumiar por la noche vuestros amargos pecados del día, si lo que queréis es llevar un registro perfecto de vuestros pecados, de todas esas tonterías y estupideces..., entonces, no. Dejad que sea yo quien lleve el Libro del Juicio, que seguramente ganaréis más con ello. Si lo que queréis es contar, calcular, valorar como un notario o como un usurero, o como un recaudador de impuestos, dejadme entonces hacer mi oficio y no os empeñéis en hacer vosotros lo que no tenéis que hacer. Por lo visto, vuestros pecados son tan preciosos que es preciso catalogarlos y clasificarlos y grabarlos y contarlos y calcularlos y compulsarlos y compilarlos y remirarlos y repasarlos y valorarlos e imputároslos eternamente y conmemorarlos con no sé qué especie de piedad. Como nosotros en el cielo atamos los haces eternos y los sacos de oraciones y de méritos y los sacos de virtudes y de gracias en nuestros imperecederos graneros, así vosotros ahora, pobres imitadores, sólo que al contrario y al revés, os pasáis la noche reuniendo y atando los miserables haces de vuestros pecados de cada día. Aunque fuera sólo para quemarlos, ya sería demasiado No merecen la pena ni de eso. — 78 — Pensáis demasiado en vuestros pecados. Haríais mejor en pensar en ellos para no cometerlos cuando es tiempo todavía, hijos míos, cuando aún no los habéis cometido. Pero ¡no andéis atando esos haces vanos por la noche! ¿Desde cuándo un labrador ata haces de cizaña y de grama? ¡Los haces son de trigo, hijos míos! Cuando el peregrino o el huésped o el viajero han estado caminando mucho tiempo por los barros de los caminos, se limpian cuidadosamente los pies antes de pasar el umbral de la iglesia, porque es preciso que el barro del camino no manche las losas del templo; pero, una vez que ha hecho eso, una vez que se ha limpiado los pies antes de entrar, no está pensando constantemente en sus pies, no vuelve a mirar si sus pies ya están bien limpios, no tiene ya corazón, ni ojos, ni voz, sino para el altar donde está el cuerpo de Jesús. Entrad en mi noche como en mi casa; y si, a pesar de todo, tenéis que presentarme alguna cosa, que sea, por de pronto, una acción de gracias por todos los servicios que os presto, por los innumerables dones de que os colmo cada día, de los que os he colmado hoy mismo. Luego, que vuestro examen de conciencia sea un lavado de una vez y no un volver sobre huellas y manchas. La jornada de ayer ya está hecha, hijos míos; pensad en la de mañana, en vuestra salvación, que está en las veinticuatro horas de la jornada de mañana. Para pensar en el ayer ya es demasiado tarde; pero no lo es para pensar en mañana. — 79 — Pero Yo os conozco, sois siempre iguales: Estáis dispuestos a ofrecerme grandes sacrificios, a condición de que vosotros los elijáis. Preferís ofrecerme grandes sacrificios, a condición de que no sean los que yo os pido. Sois así, os conozco. Haríais todo por mí, excepto ese pequeño abandono que es todo para mí. Por favor, sed como el hombre que está en un barco sobre un río y que no rema constantemente, sino que a veces se deja llevar por la corriente» (Ch. PÉGUY). 3. «Eres aceptado» «Ser tocado por la gracia no significa simplemente hacer progresos de orden moral en nuestro combate contra determinados defectos particulares o en nuestras relaciones con los demás y con la sociedad. El progreso moral puede ser un fruto de la gracia, pero no es la gracia misma; puede incluso cerrarnos a la gracia. »Y, ciertamente, la gracia no viene cuando tratamos de apropiárnosla, ni tampoco mientras, en nuestra autosuficiencia, pensemos que no tenemos necesidad de ella. La gracia nos toca cuando nos hallamos angustiados y no tenemos reposo. Nos alcanza cuando caminamos por el valle sombrío de una vida vacía y desprovista de sentido. Nos invade cuando sentimos que nuestra alienación es más profunda, porque hemos arruinado otra vida... Nos toca cuando la insatisfacción de nosotros mismos, nuestra indiferencia, nuestra debilidad, nuestra hostilidad, nuestra falta de rectitud y nuestro comportamiento se nos han hecho insoportables. Nos afecta cuando, año tras año, nuestro deseo de una vida perfecta no se ve satisfecho, cuando nuestras inveteradas tensiones siguen esclavizándonos como han venido haciéndolo durante decenios, cuando la desesperación destruye toda alegría y todo gozo. — 80 — »A veces, en uno de esos momentos, una ráfaga de luz atraviesa nuestras tinieblas, y es como si una voz nos liberase: 'Tú eres aceptado. Tú eres aceptado por alguien más grande que tú y cuyo nombre no conoces. No preguntes ahora cuál es ese nombre; tal vez lo descubras más tarde. No trates ahora de hacer nada; tal vez lo hagas mucho más adelante. Acepta simplemente el hecho de que eres aceptado'. »Cuando esto nos ocurre, experimentamos lo que es la gracia. Después de semejante experiencia, tal vez no seamos mejores ni creamos más que antes. Pero todo ha quedado transformado. En ese momento, la gracia triunfa sobre el pecado, y la reconciliación supera el abismo de la alienación. Y nada se exige para esta experiencia: ningún presupuesto religioso, moral o intelectual; no se pide más que la aceptación» (P. TILLICH). 4. Un consejo de san Juan de Avila «Corred de aquí en adelante vuestra carrera con ligereza, como quien ha echado de sí una carga pesada que se lo impedía. Fiaos de él, pues tantas razones tenéis para ello, y lo que escarbáis en vuestras miserias, escarbadlo en su misericordia, y sacaréis más provecho que de lo primero». D) CELEBRAR LO VIVIDO Cinco posibles celebraciones: 1. Poner en el centro de la sala un recipiente con barro de modelar o con «plastilina». Cada uno toma un trozo y lo tiene entre sus manos mientras se escuchan los siguientes textos, separados entre sí por una pequeña pausa: «Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte del Señor: 'Levántate y baja a la alfarería, que allí mismo te haré oír mis palabras'. Bajé a la alfarería, y he aquí que el alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. El cacharro que es— 81 — taba haciendo se estropeó como barro en manos del alfarero, y éste volvió a empezar, transformándolo en otro cacharro diferente, como mejor le pareció al alfarero. Entonces me fue dirigida la palabra del Señor en estos términos: '¿No puedo yo hacer con vosotros, casa de Israel, lo mismo que este alfarero? Mirad que, como barro en manos del alfarero, así sois vosotros en mi mano, casa de Israel'» (Jer 18„1-7). «El mismo Dios que dijo: 'Que brille la luz en medio de las tinieblas', ha hecho brillar la luz en nuestros corazones para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no nuestra» (2 Cor 4,6-7). Al final, cada uno expresa lo que le han sugerido los textos. 2. Celebración a partir del icono de la mujer encorvada (Le 13,10-17) a) Lector: «Un sábado enseñaba Jesús en una sinagoga. Había allí una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma a causa de un espíritu y andaba encorvada, sin poder enderezarse del todo...» Se van nombrando situaciones personales y acontecimientos del mundo que hacen vivir «encorvados». b) Lector: Después de un tiempo de silencio, intervenciones dando gracias por la experiencia de haber sido «enderezados» por Jesús. Oración por las personas o grupos que siguen hoy realizando esa misma tarea liberadora. c) Lector: «La mujer, en el acto, se enderezó y glorificaba a Dios». Canto de alabanza o lectura de alguno de estos salmos, repitiendo el estribillo: Sal 111; 116; 123; 126; 138... 3. Sentados en círculo, se escucha el texto de la mujer adúltera (Jn 8,1-11). Después de un tiempo de silencio, de pie, cada uno toma entre las suyas las manos del que tiene a su lado, y le dice: «Tampoco yo te condeno. Vete en paz» (o hace en sus manos abiertas el signo de la cruz). 4. Poner en un plato un racimo de uvas que estén aún verdes o ya pasadas y, al lado, otro con un racimo de uvas buenas. Leer la canción de la viña de Is 5,1-4 y, después de un rato de silencio, la alegoría de la viña de Jn 15,1-11. Al final, hacer una oración de agradecimiento por la posibilidad de dar fruto gracias a Jesús, y terminar comiendo festivamente las uvas (¡las buenas!). 5. Poner en el centro un mapa del mundo, y encima algunas ramas secas. Alternar la lectura de Bar 2,15 - 3,8 (elegir algunos pasajes de antemano) con la exposición que cada cual quiera evocar de situaciones de pecado del mundo. Después de un tiempo de silencio, y mientras otro lector lee Os 14,2-9, se hacen gestos de reconciliación y de perdón, se mencionan los esfuerzos por la paz que se realizan en el mundo, y se van poniendo sobre el mapa ramas verdes o flores previamente preparadas en un rincón de la sala. «Al verla, Jesús la llamó y le dijo: 'Mujer, quedas libre de tu enfermedad'. Y le aplicó las manos». — 82 — — 83 — 6 Tomar una decisión nacida del agradecimiento «El llamamiento del rey temporal ayuda a contemplar la vida del Rey eternal La oración preparatoria sea la sólita. El primer preámbulo es composición viendo el lugar; será aquí ver con la vista imaginativa sinagogas, villas y castillos por donde Christo nuestro Señor predicaba. El segundo, demandar la gracia que quiero; será aquí pedir gracia a nuestro Señor, para que no sea sordo a su llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su sanctíssima voluntad. A) PÓRTICO DE ENTRADA El perdón recibido hace de nosotros hombres y mujeres nuevos, recreados y rehechos para que «no vivamos ya para nosotros, sino para Aquel que nos amó» (Plegaria Eucarística IV). La experiencia de la misericordia nos convierte en cauces agradecidos de esa misericordia, y es importante canalizar toda esa gratitud que ha desencadenado la experiencia de ser pecadores perdonados. «Olvidando lo que dejo atrás, me lanzo hacia delante, por ver si consigo alcanzar a aquel por quien he sido alcanzado», dice Pablo en la carta a los Filipenses (3,7-14); y es el agradecimiento lo que puede crear en nosotros esa actitud, parecida a la de los atletas que están ya en la pista, tocando apenas el suelo con las puntas de sus dedos, con todo el cuerpo en tensión para lanzarse a la carrera en cuanto den la señal. El primer puncto es poner delante de mí un rey humano, elegido de mano de Dios nuestro Señor, a quien hacen reverencia y obedescen todos los príncipes y todos hombres christianos. El segundo, mirar cómo este rey habla a todos los suyos, diciendo: Mi voluntad es de conquistar toda la tierra de infieles; por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc.; asimismo ha de trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etcétera; porque así después tenga parte conmigo en la victoria, como la ha tenido en los trabajos. El tercero, considerar qué deben responder los buenos subditos a rey tan liberal y tan humano: y, por consiguiente, si alguno no acceptase la petición de tal rey, quánto sería digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por perverso caballero. La segunda parte deste exercicio consiste en aplicar el sobredicho exemplo del rey temporal a Christo nuestro Señor, conforme a los tres punctos dichos. En el libro de los Ejercicios, san Ignacio propone esta parábola: Y quánto al primer puncto, si tal vocación consideramos del rey temporal a sus subditos, quánto es cosa más digna de consideración ver a Christo nuestro Señor, rey eterno, y delante del todo el universo mundo, al qual y cada uno en particular llama y dice: Mi voluntad es de conquistar todo el — 84 — — 85 — mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria. El segundo: considerar que todos los que tuvieren juicio y razón offrescerán todas sus personas al trabajo. El tercero: los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y señor universal, no solamente offrescerán sus personas al trabajo, mas, aun haciendo contra su propria sensualidad y contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo: Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa y de todos los sanetos y sanctas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como spiritual, queriéndome vuestra sanctísima majestad elegir y rescibir en tal vida y estado. Primera nota. Este exercicio se hará dos veces al día, es a saber, a la mañana en levantándose, y a una hora antes de comer o de cenar. Segunda nota. Para la segunda semana y así para adelante, mucho aprovecha el leer algunos ratos en los libros De Imitatione Christi o de los Evangelios y de vidas de sanctos» (EE 91-100). Podemos profundizar un poco más en este texto a partir de su vocabulario: • Conquistar todo el mundo: — Posibles equivalentes para hoy: «humanizar», «reconciliar», «liberar», «llevar el Evangelio»... — 86 — — La mirada al mundo es una constante profética: «¿Qué ves Amos...?; ¿Qué ves, Jeremías?»... El encuentro con Jesús hace de nosotros no tanto «místicos embelesados» cuanto «cooperadores entusiasmados», porque él es inseparable del Reino. • Siguiéndome: — Otras maneras de expresarlo: «caminar con él», «escuchar su Palabra», «ser dóciles a su Espíritu», «tener parte con él», «ser puestos con él»... • Trabajar, trabajos, pena, vigilar, enemigos...: — Es un recuerdo realista del precio del seguimiento y del hacerse próximos a los que sufren. La vida de Pablo es una parábola viva de ello: en el momento de su conversión, el Señor dice a Ananías: «Éste me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel; y yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi causa» (Hch 9,15-16). Según avanza en su ministerio, Pablo va sabiendo por experiencia lo que son «trabajos» por la causa de Jesús: «Estamos atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos el morir de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De modo que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida» (2 Cor 4,8-12). • Conmigo: — 87 — — Ahí está el secreto y la fuerza para todo lo anterior. Ya desde el AT, los creyentes bíblicos sabían que sin estar seguro de ese conmigo nadie puede arriesgarse: «Dijo Moisés a YHWH: 'Si realmente he hallado gracia a tus ojos, hazme saber tu camino, para que yo te conozca y halle gracia a tus ojos; y mira que esta gente es tu pueblo'. Respondió él: 'Yo mismo iré contigo y te daré descanso...'» (Ex 33,13-14). «No tengas miedo, que contigo estoy yo para librarte» (Jer 1,8). «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo» (Sal 23,3). «Subió al monte y escogió a los que quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, con poder de expulsar demonios» (Me 3,13-15). «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). • Tener parte: — Es la llamada a entrar «en el juego de Jesús», en la afinidad con él: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo» (Jn 13,8). «Habéis sido llamados a la comunión de vida (koinonía) con su Hijo Jesús» (1 Cor 1,9). • Contento: — Éste es el tipo de contento que se promete: «El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo» (Mt 13,44). La alegría del «conmigo» (Jesús como tesoro encontrado) es la condición de posibilidad de «venderlo todo» (estar dispuesto a pasar «trabajos»). B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN 1. La parábola del rey es también una lección de «geometría espiritual»: propone un triángulo que tiene en cada uno de sus ángulos estas tres palabras: conmigo-trabajos-contento, que comunican el secreto de una vida de seguimiento. Y pone en guardia ante la tentación de intentar mantenerla sobre sólo dos de ellos: — conmigo-contento: tentación de no querer pagar el precio del seguimiento; — conmigo-trabajos: tentación de un seguimiento voluntarista, con el acento puesto en el hacer; — trabajos-contento: tentación de buscar la satisfacción de ser eficaz y de enorgullecerse del propio esfuerzo. * Dedica un t i e m p o de oración a «repasar» esta geometría delante de Jesús. Mira con él tu «triángulo», date cuenta de cuál es su ángulo más débil, pídele que te ayude a reforzarlo... 2. En los capítulos 20 y 21 del libro de los Hechos encontramos el testimonio de alguien que no fue sordo al llamamiento de Jesús, «mas presto y diligente para hacer su sanctíssima voluntad» (EE 91). Se trata de Pablo, que, como Jesús, sube a Jerusalén, donde será arrestado y juzgado: «Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso. Cuando llegaron donde él, les dijo: 'Vosotros sabéis cómo me comporté siempre con vosotros desde el primer día en que entré en Asia, sirviendo al Señor con hu— 89 — mildad y lágrimas y con las pruebas que me vinieron por las asechanzas de los judíos; cómo no me acobardé cuando en algo podía seros útil; os predicaba y enseñaba en público y por las casas, dando testimonio, tanto a judíos como a griegos, para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús. Mirad que ahora yo, encadenado en el espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá; solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones. Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios'. [...] Nos detuvimos en Cesárea bastantes días; bajó entre tanto de Judea un profeta llamado Ágabo, se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo, se ató sus pies y sus manos y dijo: 'Esto dice el Espíritu Santo: así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y lo entregarán en manos de los gentiles'. Al oír esto nosotros y los del lugar, le rogamos que no subiera a Jerusalén. Entonces Pablo contestó: '¿Por qué lloráis y me destrozáis el corazón? Porque, por el nombre del Señor Jesús, yo estoy dispuesto, no sólo a ser atado, sino también a dar la vida en Jerusalén'. Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir y dijimos: 'Hágase la voluntad del Señor'» (Hch 20,17-24; 21,10-14). Según la antropología bíblica, las funciones esenciales del ser humano (el pensamiento, la palabra y la acción) se designan por sus órganos: corazón, boca y manos. — El corazón, con su correlato exterior, que son los ojos, expresa la intención profunda, la personalidad consciente, inteligente y libre del ser humano en su intimidad, su lugar oculto, su profundidad y su libertad. Todo ese mundo se expresa a través de la mirada. — La boca se abre para hablar, además de ser el órgano con el que se come y se besa. Comunica todo el decir de la persona. Su órgano correspondiente son los oídos, sede de la comprensión y la receptividad. — Las manos son el órgano de la realización concreta, el signo de la acción humana. Los pies, que son su correlao, expresan la forma de comportarse de alguien, el camino que sigue. * Puedes ir recorriendo toda tu corporalidad — t u corazón/ojos, boca/oídos, manos/pies—y poniéndote con todas tus posibilidades, cualidades y características personales, delante de Jesús, ofreciendo t o d o cuanto eres y tienes para el servicio del Reino. 4. Acércate a María para escuchar de sus labios lo que dijo a los sirvientes en las bodas de Cana (Jn 2,1-12): «Haced lo que él os diga». * Habíale de tu deseo de seguir a Jesús y de responder a su llamada. Pídele que abra tus oídos para escuchar lo que él te dice... y hacerlo. C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA * Puedes repetir internamente algunas de las afirmaciones de Pablo, tratando de hacerlas tuyas. 1. «El alma era lo mismo que una ranita verde» 3. Al final de la parábola del rey temporal, san Ignacio supone que los que quieren seguir a Jesús «offrescerán todas sus personas al trabajo...» (EE 96). «El alma era lo mismo que una ranita verde, largas horas sentada al borde de un rumoroso Mississippi. Desea el agua, y duda. La desea — 90 — — 91 — porque es el elemento para que fue creada, pero teme el bramador empuje del caudal, y, allá en lo oscuro, aún ignorar querría aquel inmenso hervor que la puede apartar (ya sin retorno, hacia el azar sin nombre) de la ribera dulce, de su costumbre antigua. Y duda y duda y duda la pobre rana verde. Y hacia el atardecer, he aquí que, de pronto, un estruendo creciente retumba derrumbándose, y enfurecida salta el agua sobre sus lindes, y sube y salta como si todo el valle fuera un hontanar hirviente y crece y salta en rompientes enormes, donde se desmoronan torres nevadas contra el huracán, o ascienden, dilatándose como gigantes flores que se abrieran al viento, efímeros arcángeles de espuma. Y sube, y salta, espuma, aire, bramido, mientras a entrambos lados rueda o huye, oruga sigilosa o tigre elástico (fiera, en fin, con la comba del avance) la lámina de plomo que el ancho valle oprime. Oh, si llevó las casas, si desraigó los troncos, si casi horadó montes, nadie pregunta por las ranas verdes... ¡Ay, Dios, cómo me has arrastrado, cómo me has desarraigado, cómo me llevas en tu invencible frenesí, cómo me arrebataste hacia tu amor! Yo dudaba. No, no dudo: dame tu incógnita aventura, tu inundación, tu océano, tu final, la tromba indefinida de tu mente, dame tu nombre, en ti» (D. ALONSO). — 92 — 2. Eso que llamamos «vocación»... — ...no es cosa de unos pocos, sino de todos. Es tan personal y diferente para cada uno, que sólo él puede responder a esa llamada, tan única e intransferible como el propio código genético o la huella dactilar. — Nadie se llama a sí mismo: la iniciativa viene de Otro y, como en el cuadro de Caravaggio de la vocación de Mateo, siempre nos asombra y nos hace reaccionar pensando que no es posible que vaya dirigida a nosotros, que no la merecemos, que no somos capaces de responder a ella... — No tiene que ver con los propios méritos ni cualidades; no tiene presupuestos. No necesitamos ser «eminencias», sino estar dispuestos a dejar que Alguien saque partido de nuestra mediocridad. — Al principio estamos convencidos de que la respuesta se juega en una intersección misteriosa entre nuestra generosidad y la decisión arriesgada de fiarnos del proyecto que Otro tiene sobre nosotros. Hay algo de verdad en ello; pero, según va pasando la vida, vamos diciendo cada vez con más convencimiento: «todo lo ha hecho él...». — Nuestras resistencias y pretextos no son impedimento: los iconos de vocación en la Biblia nos hacen ver que se resuelven por vía de «lógica alternativa»: Abraham y Sara y su vejez (Gn 18,12-14); Moisés y su tartamudez (Ex 4,1012); Gedeón y su debilidad (Jue 6,15-16); Jeremías y su inmadurez (Jer 1,5-8) María y su virginidad (Le 1,34-37); Pedro y su condición de pecador (Le 5,8-10); Mateo y su instalación (Mt,9,9); Saulo y su fobia anti-cristiana (Hch 9,19)... Ninguno de ellos recibió una «explicación convincente», aparte del «conmigo» y de la promesa de que va a ser el Señor mismo quien lo haga: — «Te daré descendencia», promete Dios a Abraham. — «¿Quién soy yo para ir a faraón?», había preguntado Moisés; y el Señor contesta: «Yo estaré contigo», que es — 93 — como decir: «Yo te digo quién eres: eres alguien que me tiene a su lado»... — Gedeón es enviado a vencer a los madianitas con los 300 que le quedan de los 22.000 hombres que tenía al principio (cf. Jue 7). — Jeremías ve una rama de almendro y entiende que, lo mismo que él no es responsable de hacerla florecer, tampoco será él, sino Dios, quien se encargará de llevar a término su palabra. — A María va a envolverla la fuerza del Señor, y será el Espíritu quien haga fecunda su virginidad. — A Pedro, es Jesús quien le hace pescador de hombres. — A Saulo, es Dios quien lo convierte en un vaso de elección... — Es siempre para una misión: no es un privilegio, sino una responsabilidad que tiene siempre como «armónicos» fundamentales la gloria de Dios, la referencia a los otros y al hacer Reino. Y no es sólo una vocación, sino una convocación: somos llamados con otros (cf. Me 3,13-19). — No se puede vivir más que por vía de seducción, no de razonamiento, ni de propia decisión, ni de voluntarismo. — No se pueden poner condiciones, pero lo que se encuentra desborda lo que se deja: «Os aseguro que todo el que deje... por mi causa, recibirá cien veces más y heredará vida eterna» (Mt 19,29). — Ittay de Gat, que siguió a David en su huida: «Salió el rey a pie con todo el pueblo y se detuvieron en la última casa; estaban con él todos sus veteranos. Seiscientos hombres que le habían seguido desde Gat marchaban delante del rey. Y dijo el rey a Ittay el guitita: '¿Por qué has de venir tú también conmigo? Vuélvete y quédate con el rey, porque eres un extranjero, desterrado también de tu país. Llegaste ayer, ¿y voy a obligarte hoy a andar errando con nosotros, cuando voy a la ventura? Vuélvete y haz que tus hermanos se vuelvan contigo, y que el Señor tenga contigo amor y fidelidad'. Ittay respondió al rey: '¡Por vida del Señor y por tu vida, rey mi señor, que donde el rey mi señor esté, para muerte o para vida, allí estará tu siervo!'. Entonces David dijo a Ittay: 'Anda y pasa'» (2 Sm 15,17-22). • Después de leer estos textos y dejar un tiempo de silencio, se van leyendo en alto palabras breves del Evangelio que expresen el «precio» del seguimiento: «Quien quiera ganar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí la encontrar á » ^ 16,25). «Entrad por la puerta estrecha» (Mt 7,13). D) CELEBRAR LO VIVIDO • Presentar dos iconos de seguimiento del AT: — Rut, que decide seguir a Noemí, su suegra, cuando vuelve a Belén: «Donde tú vayas, yo iré; donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios» (Rut 1,16). — 94 — «No andéis preocupados por vuestra vida» (Mt 6,25). «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odien» (Le 6,27). «Si alguno quiere venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga» (Le 9,23). — 95 — «Las zorras tienen guaridas, y los pájaros del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Le 9,58). 7 Tocar el Verbo de la Vida Después de cada una de estas frases se puede repetir alguna de los pasajes de Rut o de Ittay de Gat. Puede expresarse de manera simbólica: cada uno recorta antes el perfil de su pie en un papel, y se van poniendo todos en forma de huellas en un camino a lo largo de la celebración. A) PÓRTICO DE ENTRADA «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida —pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto, y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó—, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo» (1 Jn 1,1-4). Después de haber renovado nuestra decisión de seguimiento, el camino a seguir consiste en conocer internamente a Aquel — 96 — — 97 — a quien seguimos e ir adentrándonos en la contemplación de su vida, empezando por su encarnación. El comienzo de la Primera Carta de Juan nos indica cómo hacerlo: se trata de ver, oír y tocar, y lo que buscamos es entrar en esa comunión de vida que el Padre nos ofrece en Jesús y en la que se esconde todo el gozo de nuestra existencia. La contemplación que propone san Ignacio en los Ejercicios es un camino excelente para acercarnos al misterio de la humanidad de Dios: «La primera contemplación es de la ENCARNACIÓN, y contiene en sí la oración preparatoria, tres preámbulos y tres puntos y un coloquio. La sólita oración preparatoria. El primer preámbulo es traer la historia de la cosa que tengo de contemplar; que es aquí cómo las tres personas divinas miraban toda la planicia o redondez de todo el mundo llena de hombres, y cómo, viendo que todos descendían al infierno, se determina en la su eternidad que la segunda persona se haga hombre, para salvar el género humano; y así, venida la plenitud de los tiempos, enviando al ángel San Gabriel a Nuestra Señora. El segundo, composición viendo el lugar; aquí será ver la grande capacidad y redondez del mundo, en la qual están tantas y tan diversas gentes; asimismo, después, particularmente la casa y aposentos de Nuestra Señora, en la ciudad de Nazaret, en la provincia de Galilea. El primer puncto es ver las personas, las unas y las otras; y primero las de la haz de la tierra, en tanta diversidad, así en trajes como en gestos, unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos y otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo, etc.; segundo, ver y considerar las tres personas divinas como en el su solio real o throno de la su divina majestad, cómo miran toda la haz y redondez de la tierra y todas las gentes en tanta ceguedad, y cómo mueren y descienden al infierno; tercero, ver a Nuestra Señora y al ángel que la saluda; y refletir para sacar provecho de la tal vista. El segundo: oír lo que hablan las personas sobre la haz de la tierra, es a saber, cómo hablan unos con otros, cómo juran y blasfemian, etc.; asimismo lo que dicen las personas divinas, es a saber: 'Hagamos redempción del género humano', etc.; y después lo que hablan el ángel y Nuestra Señora; y refletir después, para sacar provecho de sus palabras. El tercero: después mirar lo que hacen las personas sobre la haz de la tierra, así como herir, matar, ir al infierno, etc.; asimismo lo que hacen las personas divinas, es a saber, obrando la sanctísima incarnación, etc.; y asimismo lo que hacen el ángel y Nuestra Señora, es a saber, el ángel haciendo su officio de legado, y Nuestra Señora humiliándose y haciendo gracias a la divina majestad; y después reflectir, para sacar algún provecho de cada cosa destas. El tercero, demandar lo que quiero; será aquí demandar conoscimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga. Nota. Conviene aquí notar que esta misma oración preparatoria sin mudarla, como está dicha en el principio, y los mismos tres preámbulos se han de hacer en esta semana y en las otras siguientes, mudando la forma según la subiecta materia. En fin, hase de hacer un coloquio, pensando lo que debo hablar a las tres Personas divinas, o al Verbo eterno encarnado, o a la Madre y Señora nuestra, pidiendo según que en sí sintiere, para más seguir e imitar al Señor nuestro, ansí nuevamente encarnado, deciendo un Pater noster» (EE 101-109). — 98 — — 99 — Para profundizar en esta contemplación: — Leerla subrayando los verbos mirar, escuchar, decir, hacer, para caer en la cuenta de que el contacto con la realidad se hace a través de los sentidos. Para la Biblia, la diferencia entre los ídolos de muerte y el Dios vivo está en que ellos «tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen manos y no actúan, tienen pies y no se mueven...» (Sal 135,15), mientras que YHWH es aquel que dice a Moisés: «'He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado el clamor que le arrancan sus capataces, pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para hacerle subir de esta tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel. [...] Por tanto, ve, yo te envío al Faraón para que saques a mi pueblo de Egipto'. Dijo Moisés a Dios: '¿Quién soy yo para ir al Faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?' Respondió: 'Yo estaré contigo'...» (Ex 3,7-12). Como dice Adolfo Chércoles, nos lo jugamos todo, no en la mente ni en las intenciones, ni siquiera en los deseos, sino, sobre todo, en la mirada, en la escucha, en el corazón, en los pies, en las manos: «¿Cuándo te vimos...? Lo que hicisteis con uno de mis hermanos pequeños...» (Mt 25,39-40). Es en nuestro contacto con la realidad donde verificamos la autenticidad de nuestros deseos, propósitos y decisiones, y por eso necesitamos nacer de nuevo y evangelizar nuestros sentidos. — tus ojos c o m o lugar de admiración, ternura, disculpa, comprensión, compasión..., no como lugar de negatividad, dureza, posesividad, superficialidad, indiferencia, prejuicios...; — tus oídos c o m o lugar de receptividad, atención, sensibilidad, acogida, escucha..., no c o m o cerrazón, sordera, distracción...; — tu boca como lugar de canción, de aliento, de ánimo, de p e r d ó n , de ternura..., no como reproche, murmuración, queja, insulto, crítica, dureza...; — tus manos como caricia, cercanía, aproximación, respeto, sanación, ayuda, ofrecimiento..., no como posesión, codicia, pasividad, dureza, causa de heridas...; — tus pies como acercamiento, capacidad de detenerte junto a los que te necesitan, proximidad, búsqueda..., no como distancia, rodeos, parálisis...; — tu corazón como compasión, ternura, magnanimidad, amor solidario, vulnerabilidad..., no como indiferencia, dureza, egoísmo... Haz esta misma petición a Jesús y a María, q u e , mejor que nadie, puso toda su persona, disponible y acogedora, para que la Palabra se hiciera carne en ella. 2. * Haz otro rato de oración insistiendo en la petición de aprender a mirar, escuchar, decir y actuar como Jesús y desde los mismos espacios que fueron los suyos: 1. * Vuelve a ponerte con t o d o lo que eres delante del Padre y pídele que toda tu corporalidad, como la de Jesús, se ponga al servicio del «hacer redención»: — desde el corazón del Padre/Madre: la com-pasión, la misericordia, las entrañas de ternura y de comprensión...; — desde el corazón del mundo, no separado de la gente, sino cercano a ella, sintiendo que «sus gozos y sufrimientos, sus angustias y esperanzas...» son los t u yos; como levadura en la masa, no como élite separada y que se cree distinta; — desde los lugares de abajo, desde el punto de vista que se tiene en esa otra perspectiva, allí d o n d e Jesús t o m ó — 100 — — 101 — B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN la condición de esclavo. Para san Ignacio son los lugares desde los que mira y escucha el «esclavito indigno» y en los que puede haber «acatamiento, reverencia y servicio». Desde ahí, ofrece tu vida entera al Padre, como Jesús, al servicio de la tarea de hacer redención. C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA 1. Una manera de mirar «Acabo de embellecer a una mujer. Hace meses, incluso años, que no lo hacía. Con una mirada atenta, disfrutaba antes despertando belleza en rostros que incluso parecían feos. ¿Por qué he dejado, o casi, de llamar con mis ojos a la luz que, desde lo profundo de los seres, puede transfigurarles? Sin duda, porque me he dejado ahogar por preocupaciones y miedos que me han abrumado. tras la barra para maniobrar la cafetera. Cuando se volvió hacia la sala buscando una taza, con la punta de los dedos se retiró el pelo. Yo la miraba. Ella no sabía que se estaba haciendo hermosa. Trajo el café. Era una joven, una mujer joven, sencillamente, con la fatiga diaria como visible herencia grabada en su rostro. Dejó la taza. Al darme las gracias, después de recoger las monedas, me miró. »Yo estaba esperando discretamente. Procuraba —¿es posible del todo?— mirar sin poseer. Fue en aquel instante cuando estuvo muy hermosa. Detrás de la barra, durante unos minutos, conservó aquel brillo modesto. Después me di cuenta de que decrecía un poco. Cuando salí, dijo: 'Hasta la vista, señor', sin particular atención. Ella no sabía nada. »Salí contento. Tenía ganas de decir a los transeúntes de rostro cerrado: 'Deteneos un instante, ¿queréis que os embellezca?' »¿Cómo he podido olvidar que antes disfrutaba haciendo que los rostros cantaran? Siento que se trata de mi vida más honda, la que corre peligro de endurecerse y de morir, la que sólo existe dándose. ¿Será posible dar hermosura, como el alfarero o el escultor, con una mirada sobre la arcilla de la humanidad?» (G. BESSIÉRE). »Casi había olvidado ese don precario de zahori de la belleza, cuando entré en un café de la calle Saint-Dominique. En la barra, unos cuantos clientes ruidosos. La camarera, del otro lado, doblada sobre la pila, estaba fregando vasos. Rostro sin expresión. Cuando se enderezó, vi sus rasgos desprovistos de finura, los ojos hundidos, los cabellos descuidados. Me senté en una mesa y empecé a sacar unos papeles para trabajar. Dejó el mostrador secándose las manos y vino hacia mí. Fue entonces cuando sentí ganas de embellecerla. Como lo hacía antes. »Me esforcé inmediatamente por desentenderme de todo, por ser sólo respeto y atención delicada, por hacer como si en el mundo sólo estuviese ella, y la miré. Sin insistencia; simplemente. También ella me miraba, enredando distraídamente con el trapo. — ¿Qué desea, señor? — Un café, por favor. »Había empezado ya el milagro. Indescriptible. Y su cara comenzaba a cambiar, se le animaban los ojos. Se dirigió «Recuerdo las palabras de Pablo: 'Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo'; y le pido al Señor que me ofrezca su corazón... Le veo cómo me quita mi corazón de piedra y pone en su lugar su corazón de carne... »Tengo la extraña sensación de regresar a mi mundo con el corazón de alguien distinto de mí: «Percibo en mí un vehemente deseo de orar. Corro hacia mi lugar habitual de oración y siento cómo mi nuevo corazón hace cosas desacostumbradas... »Paseo por una calle muy concurrida. Por todas partes están las multitudes de siempre y, para mi sorpresa, hoy las — 102 — — 103 — 2. El riesgo miro de un modo extrañamente diferente... Su visión despierta en mí pensamientos y sensaciones totalmente distintos de los que estoy acostumbrado a tener. »Me voy hacia mi casa, y por el camino miro a los árboles y a las aves, a las nubes, a los animales y a toda la naturaleza con un modo diferente de mirar... »En casa, en el trabajo, miro a la gente que me desagrada y descubro que reacciono de distinta manera. Lo mismo ocurre con las personas que anteriormente me resultaban indiferentes. Y, para mi sorpresa, me doy cuenta de que soy diferente incluso con las personas a las que amo... »Observo que con este mi nuevo corazón soy fuerte en ciertas situaciones que anteriormente trataba de eludir. Hay ocasiones en las que mi corazón se deshace en ternura, y otras en las que se consume de indignación... »Mi nuevo corazón me hace independiente: sigo estando apegado a muchas cosas, pero mi adhesión a ellas va desapareciendo, me siento libre para desprenderme de ellas... »Y lo compruebo con deleite, pasando de un apego a otro. »Luego me asusto al comprobar que esto me lleva a situaciones que me ocasionan problemas. Me encuentro metido en asuntos que ponen fin a mi deseo de comodidad, digo cosas que provocan la enemistad... 2. El Verbo se hizo carne «En Jesús, el Verbo se hizo carne, palabra corporal vestida de tiempo y espacio, grito y temblor, gesto y ternura, accesible al ojo, a la caricia y al oído, originalidad inagotable, surgiendo en medio de la vida cotidiana, fidelidad crucificada, espesor humano resucitando desde el sepulcro del sanedrín y del imperio por la fuerza del Espíritu. Todo nuestro cuerpo espera esta Palabra, desde el primer segundo de existencia, para irse haciendo, en el encuentro con ella, carne liberada, cosmos redimido, transparente destello del dolor cotidiano, esperanza que brilla en medio de los límites de la condición humana, pedazo de historia transportada al infinito en la reconciliación, sin fin y sin distancias, de la vida resucitada. »Por último, vuelvo a la presencia del Señor para devolverle su corazón. Ha sido emocionante estar provisto del corazón del propio Cristo, pero sé que aún no estoy listo para ello. Todavía necesito proteger mi propio yo... El Verbo encarnado está todo él orientado hacia nosotros, esfuerzo infinito de Dios que se expresa en la cercanía corporal de una vida caminante por los más estrechos callejones torcidos, de la misma manera que se adentra por su Espíritu hasta la más íntima puerta estrecha de mí mismo. »Pero, aunque vuelvo a tener de nuevo mi pobre corazón, sé que voy a ser una persona diferente, porque, aun cuando sólo haya sido un momento, he experimentado lo que significa tener ese corazón, tener en mí los mismos sentimientos que tuvo nuestro Señor Jesucristo» (T. DE MELLO). Y todos nosotros, llenos de nombres y de fechas, de aromas y de golpes en las costuras de la carne, nos vamos haciendo infinitos en su abrazo» (B. GONZÁLEZ BUELTA). — 104 — 105 — D) CELEBRAR LO VIVIDO Poner en la sala un icono o imagen de María y, al lado, una sillita baja vacía. Leer el evangelio de la anunciación, pero narrado por ella: «Al sexto mes, me fue enviado por el Señor el ángel Gabriel, estando yo desposada con un hombre de la casa de David llamado José. Mi nombre es María. Y, entrando donde yo estaba, me dijo: '¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!' Yo me turbé al oír estas palabras y discurría qué podía significar aquel saludo. El ángel me dijo: 'No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos de los siglos, y su reino no tendrá fin'. «Lo que oí y lo que vi con mis ojos, lo que contemplé y toqué con mis manos de la Palabra de vida —porque la Vida se manifestó, y yo la he visto y doy testimonio y te anuncio la vida eterna que estaba con el Padre y que se me manifestó—, lo que he visto y he oído te lo anuncio, para que también tú estés en comunión conmigo y estemos todos en comunión con el Padre y con Jesús, su hijo...» (cf. 1 Jn 1,1-4). Al final, hacer una oración pidiendo a María que nos ayude a «nacer de nuevo», que cure nuestros ojos, oídos, boca, manos, corazón... y los vaya haciendo semejantes a los de Jesús que ella tejió en su seno. Yo respondí al ángel: '¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?' El ángel me respondió: 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con sus sombra; por eso, el que va a nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu parienta, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella a la que llamaban estéril, porque nada es imposible para Dios'. Entonces yo dije: 'Aquí está la esclava del Señor: que se haga en mí según tu palabra'. Y el ángel, dejándome, se fue» (cf. Le 1,26-38). Dejar un rato de silencio y leer después, también como pronunciado por ella, el comienzo de la Primera Carta de Juan: — 106 — — 107 — 8 Hacerse como un niño. Hacerse como «ese» niño A) PÓRTICO DE ENTRADA Los dos primeros capítulos del evangelio de san Lucas son como un preludio sinfónico a la nueva sabiduría del Evangelio. Están formados por una serie de escenas en las que el evangelista propone, provocativamente, una serie de oposiciones: — un descampado a las afueras de Belén, donde unos pastores cuidan sus rebaños a la intemperie. Se nombra a personas «importantes»: — Herodes, rey de Judea; — César Augusto, emperador romano, con poder de ordenar un censo mundial; — Cirino, gobernador de Siria; — doctores y maestros, conocedores de la Ley; y también a personas aparentemente insignificantes: — Zacarías e Isabel, ancianos y estériles y, por lo tanto, sin futuro; — una muchacha de Nazaret llamada María, que, junto con José, su esposo, no encuentra sitio en la posada; — unos pastores, profesión tenida como sospechosa y propia de gente despreciable y poco escrupulosa en el cumplimiento de la Ley; — Ana, una anciana viuda, situación que en Israel representaba la escala social más desvalida. Hay lugares «de arriba»: — Jerusalén y Roma; — el templo donde tiene su visión Zacarías, adonde suben a presentar al niño y donde éste «se pierde» a los doce años; — una posada en la que algunos tuvieron sitio; — el ámbito de lo sacral y cultual y el de los doctores y maestros de la Ley. Hay lugares «de abajo»: — Nazaret, una aldea minúscula, de la que hay que precisar que estaba en Galilea (Le 1,26), porque, si no, casi nadie sabría dónde estaba; — Belén, «menor entre las ciudades de Judá», como la denominó el profeta Miqueas (Mi 5,1); — un establo, al que van a parar José y María, y un pesebre, en el que acuestan al niño; Lucas juega también con otras oposiciones: — la vejez de muchos personajes (Zacarías, Isabel, Simeón y Ana) frente a la juventud de María y la niñez de Juan y Jesús; — la oscuridad de la noche en que nace Jesús y la luz que ilumina a los pastores; — el ámbito de lo terreno: gente corriente obligada a desplazarse para acatar la orden del emperador, desprovista de privilegios y de medios, forzada a que el parto de María tenga lugar en un establo, obediente a las normas de purificación de la Ley judía; conversaciones y comentarios de vecinos...; y, frente a él, — el ámbito del cielo: un ángel que se aparece a Zacarías y le anuncia el fin de su esterilidad; otro ángel, Gabriel, que trae un mensaje a María; otro «ángel del Señor» que anuncia a los pastores la buena noticia del nacimiento de un salvador; un ejército celestial que alaba a Dios e inunda la noche con su himno; la gloria — 108 — — 109 — de Dios que envuelve con su resplandor a los pastores...; — el mundo de los hambrientos y humildes que aparecen en el cántico de María (Le 1,46-55) frente a los poderosos, ricos, soberbios; — el verbo bajar («bajó con ellos a Nazaret...»: Le 2,51) frente al crecer («el niño crecía en sabiduría, en estatura y en gracia...»: Le 2,52). Podríamos decir que los relatos de la infancia que ofrece Lucas son un preludio de lo que va a ser todo su evangelio, y en ellos aparece ya la «revolución de los adverbios» a que vamos a asistir en toda la vida y palabras de Jesús. B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN 1. Contempla el icono de los pastores de Belén, que en medio de la noche recibieron la noticia de «una gran alegría para todo el pueblo»: «Hoy os ha nacido el Salvador...» * Acércate a Belén a escuchar ese «evangelio» que se te anuncia también a t i , esa gran noticia que cada ser humano puede repetir con asombro: «Me ha nacido un Salvador». «Todo esto por mí», recuerda san Ignacio: atrévete a pensar que tú has provocado la encarnación. 2. Ellos escucharon también el himno de los ángeles: «Gloria a Dios..., paz a los hombres». Lucas escribe su evangelio mucho tiempo después de la resurrección de Jesús; y es como si, mirando lo que fueron su vida y su muerte, el evangelista quisiera hacernos ver que, desde su nacimiento, todo su ser estuvo «polarizado» por la gloria del Padre y por el deseo de conseguir para nosotros eso que la Biblia denomina «paz» y que supone la plenitud total del ser humano, el éxito definitivo de su existencia. * Acércate a Belén a escuchar, para que esa «música» que fue «la banda sonora» de Jesús vaya haciéndose también la banda sonora de tu vida; y para que tu interés, tu — 110- atención, tu deseo, tu decir y tu hacer vayan coincidiendo cada vez más con los de Jesús en su pasión por el Padre y por el Reino. * Acércate a Belén a dejarte querer, a aceptar que estén dirigidas también a ti las palabras que oyeron los pastores: «Paz a los hombres a quienes ama el Señor»... Siéntete envuelto en esa complacencia de Dios; experimenta la alegría de «caerle bien», de ser objeto de su amor gratuito, de no necesitar «hacer méritos» para conseguir ese amor, porque lo propio de la gracia es ser absolutamente inmerecida y desbordar cualquier expectativa por nuestra parte. Consiente en ese amor torrencial y envolvente de Dios que se nos regala en Jesús, y deja que brote en ti una urgencia agradecida de responder a ese amor. * Acércate a Belén a recibir esa gran alegría que es para todo el pueblo: imagina tu vida como comunicación y contagio de ese gozo destinado a llegar a todos. Siente sobre ti la fuerza del Espíritu que te envía «a dar la buena noticia a los pobres...» (Is 61,1). 3. «Cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían: 'Vayamos, pues, hasta Belén, y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado'. Y fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre». El anuncio del ángel ha movilizado en ellos todo su deseo y su búsqueda, y han ido «a toda prisa», obedeciendo a una palabra que les señalaba como lugar de encuentro el que nunca habrían imaginado. * Acércate a Belén a mirar y a asombrarte, a transformar la imagen que tienes de Dios: «Dios es este niño». «La comunicación de Dios se ha hecho debilidad humana y ha plantado su tienda entre nosotros» (Jn 1,14). * Acércate a Belén a tocar la debilidad de Dios, a experimentar c ó m o , en medio de la hostilidad de un m u n d o — 111 — que se cierra a recibirlo, él hace presente su ternura, su accesibilidad total, en el cuerpo de un niño que se pone en nuestras manos. Hazte consciente de que cada vez que tocas tu propia debilidad o la de tus hermanos estás aprendiendo a tocar la debilidad de Dios. * Pídele a María que te enseñe a guardar en tu corazón esa palabra que te señala los lugares de abajo como aquellos en los que vas a encontrar a su hijo... C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA 1. Si Lucas nos contara... «Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Le 9,58). Era uno de los dichos de Jesús que circulaban por la comunidad cuando los que habían vivido con él contaban cómo en su vida itinerante dormían a veces a la intemperie y carecían de un techo fijo donde cobijarse cada noche. «No es extraño», decían, «tampoco lo tuvo en su nacimiento, y su madre cuenta que tuvo que acostarlo en un pesebre de las afueras de Belén cuando vinieron a empadronarse por el edicto del César». Vinieron a mi memoria las palabras de Isaías: «Conoce el buey a su dueño, y la muía el pesebre de su amo; pero Israel no me conoce, mi pueblo no comprende» (Is 1,3), y aquellas otras de Miqueas: «Y tú, Belén, pueblo de Judá, aunque eres la más pequeña de las ciudades de Judá, de ti nacerá el caudillo que regirá las tribus de Israel» (Mi 5,2). — 112 — Tomé la decisión de visitar el pueblo que había sido también cuna de David. ¡Qué nombre tan apropiado: «Betlehem», «casa del pan»...!, pensaba yo mientras atravesaba los mismos sembrados en los que debió de espigar Rut, la moabita. En las pequeñas colinas de los alrededores pastaban rebaños de ovejas y cabras, y me acerqué a hablar con los pastores. Era gente ruda, acostumbrada al silencio, poco amiga de conversaciones y recelosa de los forasteros, como si temieran miradas de reproche a sus vidas, tan alejadas de la pureza ritual y de las prescripciones de la Ley. Así era mucha de la gente que rodeaba a Jesús, según me habían contado sus discípulos: «Tenía una extraña preferencia por la gente más perdida, como si todas las separaciones y exclusiones se derritieran ante el calor de su acogida». Me enseñaron las grutas escondidas en las laderas de las colinas; y, después de que encerraran los rebaños, acepté el pan y el cuenco de leche que me ofrecieron y me tendí entre ellos al raso. Era una noche sin luna, y las estrellas casi podían tocarse con la mano. «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; a los que caminaban en sombras una luz les brilló... Porque nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado» (Is 9,1-5). De pronto, la profecía de Isaías revelaba su sentido y su cumplimiento: aquella noche, el resplandor de la gloria de Dios había vencido a las tinieblas y había inundado de claridad la noche del mundo. Era un anticipo de la victoria del Resucitado, al que ahora celebramos vivo entre nosotros, brillando con la estrella de la mañana. «Voy a hacer pasar delante de ti todo lo mejor que tengo», había prometido Dios a Moisés en el Sinaí (Ex 33,19). — 113 — Aquella noche de Belén, en alguna de aquellas grutas, lo mejor de nuestro Dios —su misericordia entrañable, la ternura de su amor, la fuerza de su fidelidad— se manifestó por primera vez entre nosotros. El Dios que se había revelado en la tormenta del monte, envuelto en la nube, mostraba ahora su rostro y hacía descansar su gloria en la fragilidad de un niño. En medio de la oscuridad de la noche, sentí enHo hondo de mi corazón, como si fuera el susurro de un ángel, la certeza de estar envuelto en la paz que Dios concede gratuitamente a todos los hombres y mujeres, a los que él quiere tanto. 2. Con un niño de la mano En el Evangelio encontramos a veces recomendaciones de Jesús que parecen contradictorias: se nos exhorta a ser «prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mt 10,16); a ser limpios de corazón (Mt 5,8) y sagaces como el administrador que se aseguró el futuro (Le 16,1-8); a hacernos «como niños» (Mt 18,2) y, a la vez, actuar con la fuerza de adultos: «Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios...» (cf. Mt 9,8). Son actitudes que sólo cuando se intentan vivir a la vez descubren todo su potencial de sabiduría. También en Is 7,4 encontramos una llamada parecida: se la hace el profeta al rey Acaz, atemorizado ante la amenaza de los enemigos que sitian Jerusalén: «¡Vigila y conserva la tranquilidad!». Y eso significa, por un lado, estar despierto, alerta, activo, con los ojos abiertos... y, a la vez, tranquilo, confiado, sosegado, abandonado, seguro... Evidentemente, la segunda actitud era mucho más difícil para el rey, dadas las circunstancias; por eso, el Señor pide a Isaías que realice una acción simbólica y vaya al encuentro del rey con su hijo de la mano. Era ése el icono de confianza — 114 — en Dios que Acaz necesitaba para salir de su miedo: un niño indefenso y débil, agarrado de la mano de su padre y avanzando en medio de una ciudad febrilmente ocupada en preparativos de defensa. Lo que el Señor va a recordar después a Acaz es lo mismo que ha visto en la imagen del profeta con el niño de la mano: «Si no os afirmáis en mí, no seréis firmes» (7,9b); y utiliza la raíz 'MN, que significa «ser sólido, ser firme, sostener, llevar», y en otra conjugación: «apoyarse, ser sostenido, fiarse, creer...» (es la misma raíz de «amén»). Por eso la frase podría traducirse así: «Si no os atrevéis a fiaros, nunca experimentaréis que sois sostenidos». La imagen del profeta con un niño de la mano nos remite a la señal que se da a los pastores: «Encontraréis a un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre» (Le 2,12), y que nos llama a: — aprender de los niños: su tranquilo abandono, su incapacidad para disimular su fragilidad, su confianza en la mano del que los lleva; — reconocer al «niño» que todos llevamos dentro: nuestras posibilidades de crecimiento y de cambio y las de los demás; dar tiempo y espacio para que todo eso pueda crecer; no asombrarnos de nuestra debilidad ni de la de los otros; ser capaces de manifestar sentimientos y de demostrar ternura... — acoger al Dios que viene a nosotros «con un Niño de la mano»: no se acerca con poder, sino con debilidad; no se impone, sino que llama a nuestra puerta; no nos habla desde el Sinaí, sino desde un pesebre, y ahí nos invita a encontrarlo. Pero ese y no otro es «el Dios del AMÉN», el Dios en quien podemos apoyarnos para experimentar que somos sostenidos. — 115 — 3. Un lenguaje común Existe una preciosa coincidencia entre el lenguaje de los evangelios de la infancia de Jesús, el de los iconos de la Natividad y el de san Ignacio en la contemplación del nacimiento (EE 116): hablan a la vez del niño, del crucificado y del resucitado como del único misterio de Jesús, que se nos va revelando con diferentes acentos y en distintos momentos: — cuando en el evangelio de Lucas se pone de relieve que «no hubo lugar para ellos en la posada» (Le 2,7), se está evocando el rechazo del mundo judío que llevará a Jesús a la muerte (Juan lo expresará diciendo que «los suyos no lo recibieron»: Jn 1,11); — la narración de Mateo sobre los magos de Oriente está basada en diferentes textos del Antiguo Testamento, pero entendidos en la clave del misterio pascual: la estrella, además de citar Num 24,17 («avanza la estrella de Jacob, un cetro surge de Israel...»), era un símbolo de Cristo Resucitado en la liturgia más antigua; la mirra que Mateo añade al oro y al incienso de que habla Is 60,6 es una alusión clara a la muerte de Jesús y a la unción de su cuerpo (Me 16,1; Le 24,1); — verbos que aparecen en los relatos del nacimiento vuelven a estar referidos a Jesús en la pasión: «Se levantó José, tomó al niño y a su madre...» (Mt 2,14); «José lo tomó, lo envolvió en una sábana de lino limpia...»; «Entonces Pilato tomó a Jesús...» (Jn 19,1); — en los relatos sobre la sepultura de Jesús y sobre algunas de las apariciones a las mujeres, hay un contexto de nacimiento: aparecen una «María» y un «José» (cf. Mt 27,5761); unos lienzos evocan los pañales de Belén (Mt 27,59); las mujeres, después de su encuentro con el ángel, van aprisa, como María en la Visitación (cf. Mt 28,8)...; vendas, según la costumbre de enterramiento judío (cf. Jn 11,44; 20,3-7). El oscuro agujero de la tierra en el que se deposita a Jesús representa su descenso a los infiernos ya resucitado. — San Ignacio invita a «mirar y considerar lo que hacen [las personas], así como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nascido en summa pobreza y, a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo eso por mí; después, reflitiendo, sacar algún provecho spiritual» (EE 116). D) CELEBRAR LO VIVIDO Ambientar la sala con algún símbolo que pueda evocar el «icono de los buscadores de Oriente»: una estrella, un montón de paja en el suelo, una imagen del Niño, incienso, una caja abierta... Leer el evangelio de la adoración de los magos (Mt 2,112). Algunas expresiones de este texto pueden estar escritas en letras grandes en las paredes de la sala: — «¿Dónde está el rey de los judíos?» — «Hemos visto su estrella». — «Venimos a adorarle». — «Al ver la estrella se llenaron de alegría». — «Vieron al niño con María, su madre». — «Postrándose, le adoraron». — «Abrieron sus tesoros». — «Le ofrecieron dones...» — en los iconos de la Natividad, el niño descansa, no en un pesebre, sino en un sarcófago, y está envuelto en Dejar un rato de silencio para que cada cual pueda identificarse con esos personajes, que son el símbolo de tantos hombres y mujeres que, en cualquier parte del mundo, se preguntan, buscan y caminan incansables; y también de la fidelidad de tantos creyentes a lo que Dios les indica; de la contemplación, la adoración y la entrega generosa de todo cuanto se es y se tiene... — 116 — — 117 — Compartir después la expresión que más haya impresionado a cada uno, y terminar con un cántico, con el texto convertido en oración o con el himno de Epifanía: 9 Aprender la sabiduría de Nazaret «Reyes que venís por ella, no busquéis la estrella ya porque donde el sol está no tienen luz las estrellas...» A) PÓRTICO DE ENTRADA Todo el evangelio está presente «en estado de germen» en Nazaret. «La vida de Jesús— dice P. Sánchez Ramos— es como una sinfonía en dos tiempos: un tiempo largo, que es Nazaret, y otro breve, que es la etapa itinerante. Pero la 'melodía dominante» se encuentra en los dos tiempos, aunque el 'colorido musical' sea distinto; porque lo que Jesús anuncia en su vida itinerante es la experiencia acumulada en los años silenciosos y testimoniales de su vida oculta». Nazaret es el «ambiente ecológico» en que crece Jesús, y a ese lugar teológico volvemos siempre los cristianos como a la casa materna a la que uno va a reponerse y convalecer, a desidentificarse de las formas de poder, riqueza y suficiencia, a reencontrar el gusto por lo sencillo, a recobrar la interioridad y los valores del Evangelio, a renacer en «la matriz de las bienaventuranzas»... En Nazaret podemos «recuperar» a María, porque allí la encontramos sin pedestal ni hornacina, sino calzada con sandalias, recorriendo cada día el camino hacia la fuente, guardando en su corazón el rostro, las palabras, los gestos de su hijo. Nazaret es el lugar de la nueva sabiduría; esa sabiduría en la que, según Lucas, iba creciendo Jesús, además de crecer en estatura y en gracia (Le 2,52). — 118 — — 119 — B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN 1. Nicodemo puede ser el icono evangélico que te introduzca en la oración de hoy. Jesús le había dicho: «'En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios'. Nicodemo contestó: '¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer de nuevo?'...» (Jn 3,3- 4). Nicodemo expresa todos los escepticismos y reticencias de nuestro «hombre viejo» que no cree posible vivir de adulto esas actitudes que el Evangelio llama «hacerse como niños»: confiar, abandonarse, ser sencillo, tener capacidad de asombro, saberse querido y cuidado por Alguien mayor, seguridad de estar en buenas manos... * Acércate a Nazaret a reencontrar esa manera madura de ser niño. Pide a María, sobre la que descansa el Espíritu, que te ayude en ese nuevo nacimiento, en esa nueva manera de mirar, pensar, juzgar, sentir, actuar... que es la de su hijo, al que ella vio allí crecer y llenarse de gracia. 2. Es en la infancia donde se aprende el lenguaje, y en ella aprendió Jesús a manejar «según Dios» los adverbios que resumen gran parte de las paradojas del Evangelio: los que creen estar lejos (publícanos, pecadores, gente ignorante...) son los que para Jesús están cerca; los que a los ojos de todos estaban fuera (de la ley, de la Alianza, del Reino...) para él están dentro; los que parecían ser menos (los pobres, los niños, los débiles...) para él son los más, los mayores, los importantes; los que se creían arriba (fariseos, saduceos, escribas, sacerdotes...) resultan estar mucho más abajo que los que ocupaban los últimos lugares de la escala social y religiosa... dentro, cerca, arriba, más..., porque los que tienen preferencia en el corazón de Dios son los hambrientos y humildes, que a los ojos del mundo son los de fuera, lejos, abajo, menos... * Acércate a Nazaret a aprender j u n t o a Jesús ese lenguaje que encierra toda la novedad del Reino. Pídele a María que «te ponga con Jesús», que te enseñe a mirar y calificar así la realidad. Recorre tus lugares de relación, mira desde esta perspectiva de «revolución de adverbios» a las personas con las que convives o trabajas. Pide des-aprender tu viejo lenguaje «mundano» y ser recibido en la novedad del lenguaje evangélico. 3. «María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Le 1,66; 2,19). Ya hemos visto cómo esta expresión hay que entenderla como un trabajo que María realiza en el «laboratorio» de su corazón para unificar lo que conoce por la Palabra y la realidad que va aconteciendo ante sus ojos y que aparentemente no coincide con lo que el ángel le había anunciado: «será grande»; «Dios le dará el trono de David su padre...»; «reinará sobre la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin»... (Le 1,32-33). Tanto las circunstancias del nacimiento de su hijo como la manera de transcurrir la infancia y la juventud de éste en la oscuridad de Nazaret parecían contradecir las promesas mesiánicas, y María necesita hacer ese trabajo creyente de unificación, de mirada más allá de las apariencias, de conciliación de lo que escuchaba con lo que veía, de la Palabra con la vida cotidiana... Su madre había comenzado en el Magníficat a mirar y hablar así: los soberbios, poderosos y ricos no son los de * Acércate a Nazaret para aprender a ser creyente así. Siéntate j u n t o a María y habla con ella de las dificultades de tu fe, de tus oscuridades y tus dudas. Pídele que haga tu corazón parecido al suyo, que te contagie su capacidad — 120 — — 121 — de ir y venir de la realidad a la Palabra, y de la Palabra a la realidad, para que tu vida se vaya unificando. Cuéntale lo que ya vas aprendiendo de la gente sencilla y del Evangelio... C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA su familia; visité a Rubén, un comerciante de maderas que había conocido a José, y charlé con algunos otros: era gente hosca, marcada por muchos años de resistencia. Cené dátiles y nueces con vino de Galilea en casa de unos parientes de María que me brindaron hospitalidad, y la sobremesa, a la luz de un candil de aceite, se prolongó hasta bien entrada la noche. Me llevaron a la casa donde ella había vivido y a la otra, muy cercana, adonde se trasladó a vivir al casarse con José y donde transcurrieron la infancia y la juventud de Jesús. 1. Si Lucas nos hablara de Nazaret... «Cuando Jesús era niño y jugaba haciendo pajaritos de barro, soplaba sobre ellos, y volaban... Y María su madre, de pequeña, comía de manos de los ángeles, y su rostro resplandecía como el sol»... Por las comunidades habían empezado a circular historias como ésta, llenas de milagros y sucesos portentosos que me dejaban perplejo y lleno de preguntas. No era eso lo que yo había escuchado, más con el corazón que con los oídos, en las narraciones, tan sobrias, de María, y por eso me decidí a visitar Nazaret: necesitaba conocer con mis propios ojos los lugares de los comienzos, y que fueran ellos mismos los que me hablasen. El día en que emprendí el viaje a Galilea, sentía una extraña impaciencia, mezclada con un profundo respeto. Presentía que, como Moisés, me estaba aproximando a una zarza ardiente donde me esperaba la revelación del misterio de nuestro Dios. Era consciente de que los galileos no tenían buena fama: los romanos recelaban de su talante levantisco e indómito y eran sospechosos para los judíos, porque se mezclaban demasiado con los paganos. Pero había sido precisamente allí donde había empezado todo. Atravesé Samaría y, cuando llegué a Nazaret, me decepcionó su insignificancia: un puñado de casas medio excavadas en la falda de una colina rodeada de montes que, desde el Líbano, descienden hasta la llanura de Esdrelón. Me acerqué a beber en la única fuente del pueblo y contemplé cómo algunas mujeres se inclinaban para llenar sus cántaros en el grueso caño de la fuente. Hablé con ellas, entré en el taller de Dimas, el curtidor, que se había bautizado con toda Leo en los periódicos noticias de apariciones, imágenes que lloran lágrimas de sangre, gente que habla de curaciones milagrosas o de visiones y mensajes celestiales... Suelo ser muy escéptica ante todo ello, pero a veces encuentro demasiado austera mi fe, y el silencio de Dios me pesa como si fuera una ausencia. — 122 — — 123 — Al día siguiente, emprendí de nuevo el camino hacia Jerusalén; pero, antes de abandonar Nazaret, me detuve de nuevo junto a la fuente. Amanecía un día como cualquier otro: un pastor me saludó con su áspero acento galileo; una mujer se afanaba cavando su huerto; el pueblo despertaba a su vida cotidiana, sin portentos ni milagros... Y aquella visión fue la zarza ardiente, que me reveló algo del Dios que volvía a sorprenderme, que cuestionaba mi manera de mirar y de juzgar, que me invitaba a entrar en el misterio de su elección: volcar su gracia sobre una muchacha desconocida; hacer descansar sobre ella, como sobre el Arca de la Alianza, la gloria de su Espíritu; elegir la sombra de una aldea perdida como lugar silencioso de crecimiento y maduración del que había venido a ser la luz del mundo. Ésa era la acción portentosa de Dios, su verdadero milagro, y sólo cabía responder como María lo había hecho: diciendo «Aquí estoy», «hágase», «mi alma proclama la grandeza del Señor». 2. Volver a Nazaret ¿Por qué calla y parece esconderse? ¿Por qué no se revela con mayor claridad? ¿Por qué permite que la vida diaria sea tan oscura y que sea tan difícil rastrear en ella los signos de su presencia? ¿Por qué es tan lento el crecimiento humano y tan pesadas las leyes de la maduración? Sólo volver a Nazaret sosiega mis preguntas y me proporciona un lugar de descanso para mis inquietudes. Acudo allí para curar mis fiebres de eficacia, para acallar mis tentaciones de dominar el tiempo, para soportar la monotonía del trabajo diario y la impresión de que en el mundo no avanza lo bueno ni la realidad da noticia del Dios vivo. «En Gabaón, YHWH se apareció a Salomón en sueños por la noche y le dijo: 'Pídeme lo que quieras que te dé'. Salomón dijo: 'Concede a tu siervo un corazón que escuche para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal...' Le dijo Dios: 'Porque has pedido esto, porque, en vez de pedir larga vida, riquezas o la muerte de tus enemigos, has pedido discernimiento para saber juzgar, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente como no lo hubo antes de ti ni lo habrá después'» (1 Re 3,5-12). Releo el final del capítulo segundo de Lucas: «Bajó con ellos a Nazaret y les estaba sujeto. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y el niño crecía en edad, en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres». Son palabras que me recuerdan que el crecimiento del Reino está escondido; que el silencio y la pobreza son tesoros ocultos; que las cosas de Dios se conocen desde el corazón; que su Hijo se acostumbró a ser hombre en la oscuridad de lo cotidiano, desde el trabajo anónimo en una aldea perdida. Y entonces ya no necesito lo maravilloso, porque caigo en la cuenta de que vivo sumergida en ello, y dejo de reclamar milagros ante ese Milagro que nuestra historia alberga en sus entrañas: Dios tiene el nombre de Emmanuel; Dios se llama Jesús y ha querido plantar su tienda en medio de nosotros. 3. Rondando la sabiduría El interés por la sabiduría recorre toda la Escritura y es uno de los temas de reflexión al que se vuelve una y otra vez, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: Es el don que el Señor concede a Salomón: — 124 — La Sabiduría es como una novia a la que se ronda y se busca: «La quise y la rondé desde muchacho y la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura. Por eso decidí unir nuestras vidas, seguro de que sería mi consejera en la dicha, mi alivio en la pesadumbre y en la tristeza...» (Sab 8,2.9). «Dichoso aquel que piensa en la Sabiduría y pretende la Prudencia, el que presta atención a sus caminos y se fija en sus sendas; sale tras ella a espiarla y acecha junto a su portal, mira por sus ventanas y escucha a su puerta, acampa junto a su casa y clava sus estacas junto a su pared, pone su tienda junto a ella y se acomoda como buen vecino, pone nido en su ramaje y mora entre su fronda, se protege del bochorno a su sombra y habita en su morada» (Eclo 14,20-27). — 125 — En Job 28 asistimos a un desvelamiento progresivo de dónde encontrarla: después de la descripción de los vv 1-11, surge la pregunta: «Pero la Sabiduría, ¿de dónde viene?, ¿cuál es la sede de la prudencia?» (v. 12), y se va recorriendo una serie de lugares donde no se la encuentra. «Sólo Dios sabe su camino, sólo él conoce su yacimiento» (v. 23), es la conclusión final (cf. también, Pr 1,13-26 y 8,22-36). Lucas pone en boca de Jesús esta afirmación: «aquí está uno que es mayor que Salomón» (Le 11,32). Se trata de una nueva sabiduría, de la que Pablo vuelve a hablar: «Los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para los llamados, lo mismo judíos que gentiles, fuerza de Dios y Sabiduría de Dios» (1 Cor 1,22-24). Los capítulos 1-2 de la Primera Carta a los Corintios ofrecen una larga reflexión sobre esa sabiduría de Dios, «alternativa» a los saberes humanos, que nos es concedida en Jesús. Desde el sillón: Desde la sillita: RIQUEZA: POBREZA: Abundancia de cosas preciosas, de Necesidad, estrechez, carencia de cualidades o atributos excelentes. lo necesario para el sustento de la vida. Falta, escasez. PODERÍO: SERVIR: Facultad de hacer o impedir una Estar al servicio de otro. Estar sucosa. Hacienda, bienes y riqueza. jeto a otro por cualquier motivo, Poder, dominio, señorío, imperio. aunque sea voluntariamente, haciendo lo que él quiere o dispone. TRIUNFO: HUMILDAD: Victoria, acción de triunfar. Éxito Virtud cristiana que consiste en el feliz en un empeño dificultoso. conocimiento de nuestra bajeza y miseria y en obrar conforme a él. PRESUMIR: SENCILLEZ: Vanagloriarse, tener alto concepto Cualidad de carecer de ostentación. de sí mismo. PALABRA: PALABRA DE D I O S : Sonido o conjunto de sonidos arti- El Evangelio, la Escritura, lo que culados que expresan una idea. Ha Dios dice y encontramos en la Biformado muchas expresiones: pa- blia. labras al aire, palabra de honor, palabra de rey, palabra ociosa... Después de volver los lectores a su sitio y guardar un rato de silencio, cada uno va diciendo frases del evangelio o peticiones en la línea de lo que la celebración le ha sugerido. Al final se leen las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12). D) CELEBRAR LO VIVIDO En el centro de la sala se pone un sillón y, junto a él, una sillita de enea1. Dos lectores, desde el sillón y la sillita, van leyendo estas definiciones de diccionario: 1. Cf. M. CUERVO y J. DIÉGUEZ, Nuevos símbolos para orar (Madrid 1988). — 126 — — 127 — 10 Contemplar a Jesús para conocerlo internamente A) PÓRTICO DE ENTRADA Hay dos escenas en los evangelios que son como el preludio y el marco de lo que va a ser toda la vida pública de Jesús: el bautismo y las tentaciones. Podemos leerlas oyendo la misma «banda sonora», la misma melodía que escuchábamos en la etapa oculta de su vida. Y lo que se nos invita a descubrir en ellas es el manantial de donde brotan las actitudes, los gestos, las palabras que van a acompañar su vida itinerante. humana. Y precisamente ahí ve «los cielos abiertos», es decir, toma conciencia de que entre él y su Padre fluye una comunicación ininterrumpida y única, y se sabe invadido y conducido por el Espíritu de ese Dios, al que puede llamar familiar e íntimamente: «¡Abbá!» Los textos sobre las tentaciones (Mt 4,1-11; Me 1,1213; Le 4,1-13) son una consecuencia de esto. «Ahí está el secreto de la fuerza que emanaba de él», parecen decirnos los evangelistas: «por eso le encontráis aquí, como lo veréis en el resto de su vida, tan aferrado, tan adherido afectivamente a lo que va descubriendo como el querer de su Padre, que es la vida de todos nosotros. Él no ha venido a preocuparse de su propio pan, sino de que comamos todos. No ha venido a que le lleven en volandas los ángeles, a acaparar fama y 'hacerse un nombre' (cf. Gn 11,4), sino a dar a conocer el nombre del Padre y a llevarnos a nosotros sobre sus hombros, como lleva un pastor a la oveja que ha perdido. No a poseer, dominar y ser el centro, sino a servir y dar la vida». B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN Los narradores del bautismo (Mt 3,13-17; Me 1,9-11; Le 3,21-22) intentan que sintamos cómo Jesús, envuelto en la ternura de su Padre, oye una afirmación emocionada como la que cualquier padre o madre de la tierra harían de un hijo suyo: «Hijo mío, ¡cuánto te quiero! Tengo volcado en ti todo mi amor y mi alegría. Te llevo en la niña de mis ojos y en mi corazón. Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío...» La oración de este día (o de estos días) podría ser una prolongación de la que se proponía en el cap. 7: «Tocar el Verbo de la Vida» y tratar de entrar en relación orante con Jesús a través de algunos de sus encuentros con hombres, mujeres, enfermos, gente perdida.. .Son iconos que no retienen nuestra mirada, sino que nos invitan a dirigirla a los ojos y al corazón, a la boca y a los oídos, a las manos y pies de Aquel que se acercó a ellos y transformó sus vidas. Lo mismo que en Belén fue necesario que los ángeles «señalaran» en dirección al signo de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre, ahora hace falta una voz que resuene por encima de este hombre, puesto, como uno de tantos, en la fila de los pecadores y esperando ser bautizado por Juan. Pero eso «es cosa del Padre»; «lo de Jesús» es hacerse «en todo semejante a nosotros», hundirse en la masa 1. Lee Me 1,29-31: al comienzo de la escena, vemos a una mujer postrada, separada, poseída por la fiebre. Al final, esa misma mujer, ya curada, está integrada en la comunidad y sirviendo a los demás, es decir, en ese lugar al que remite siempre Jesús a los que le siguen, porque ahí «se tiene parte con él» (cf. Jn 13,8). En el centro del texto está la clave de 128 — — 129 — la transformación: « J e s ú s se a c e r c ó y , t o m á n d o l a d e la m a n o , la l e v a n t ó » . * Contempla esa mano tendida de Jesús. Es su primer gesto silencioso en el evangelio de Marcos, y en él se evoca como en esbozo t o d o lo que ha venido a ser para la humanidad caída: una mano tendida que nos agarra para sacarnos de nuestra postración, para librarnos de nuestras fiebres, para conducirnos hacia el servicio de sus hermanos más pequeños. «Había en él una fuerza para sanar...» (Le 5,17). Entra en el ámbito de esa fuerza, déjate levantar por esa mano, agradece la fuerza y la liberación que te llegan a través de ella. Pregúntate por el potencial que hay en las tuyas: ¿cómo fluye?, ¿hacia quiénes?, ¿retienen o entregan?, ¿hunden o levantan?... 2. Lee en Mt 8,1-4 la curación del leproso. Toda la fuerza del texto está en el contraste entre, por una parte, el horror y el deseo de huida que produce la lepra y, por otra, la aproximación de la mano de Jesús hasta tocar a aquel hombre y limpiarlo. * Contempla esas manos de Jesús que no temen entrar en contacto con la suciedad, la p o d r e d u m b r e , la miseria humana...: t o d o aquello a lo que nosotros tenemos horror. Siente que su mano está tendida también hacia ti y que desea transformarte en alguien l i m p i o , sano y libre. Déjate tocar por ella y pídele que te permita caminar a su lado para acercarte con él a tantos hombres y mujeres que son los «leprosos» de hoy y a los que él sigue queriendo tocar, bendecir, curar, devolver la dignidad. discípulo, a un seguidor. Para esa mirada nadie está sentenciado ni calificado definitivamente, sino que tiene el futuro por delante. «Sigúeme», le dice; y «él se levantó y lo siguió». Mateo se ha sentido mirado por primera vez de otra manera: alguien cree en él y lo llama, y por eso se convierte en alguien dinámico que deja atrás su pasado, asume el protagonismo de su propia vida y se pone en marcha detrás del que fue capaz de mirarle así. * Contempla la mirada de Jesús sobre Mateo y siente que tú eres Mateo. Déjate mirar por unos ojos que ven en ti mucho más adentro de lo que ven los demás y de lo que tú ves de ti mismo. No se fija en tus defectos ni en tus incapacidades; no le preocupa lo que ya eres, sino que ve en ti todas las posibilidades escondidas que él mismo ha puesto en ti y que quizá tú desconoces. Fíate más de sus ojos que de los tuyos; cree que su mirada y su llamada pueden hacer de ti un discípulo. Pídele que te enseñe a mirar así a los demás, que te haga como é l , incapaz de sentenciar a nadie, de condenar a nadie, de pensar de nadie que no es capaz de cambiar... 4. En Le 19,1-10 encontramos el icono de Zaqueo. * Lee despacio la escena sintiéndote dentro de ella: también tú acaparas muchas «riquezas injustas»: lo que sabes, puedes, tienes...; también tú quieres saber quién es Jesús; también tú eres «pequeño de estatura» para poder verle, y muchos tipos de «multitudes» te lo están impid i e n d o ; también tú estás tratando de poner algún medio para verle. «Jesús, llegando a aquel sitio, alzó la vista...» 3. Lee Mt 9,9: el sujeto del primer verbo es Jesús: «vio a un hombre llamado Mateo». Ese hombre está pasivo, «sentado en el despacho de impuestos», atrapado por su condición de recaudador, atado a una profesión que le hace despreciable a los ojos de todos. Pero los ojos de Jesús han sabido ver más allá de las apariencias: han visto en el publicano a un Antes de que os dijera a Zaqueo y a t i : «Baja p r o n t o , que quiero hospedarme en tu casa», su mirada os ha hablado de acogida incondicional, de su deseo de encontrarse con él y contigo, de la alegría que le da su presencia y la tuya, de las expectativas de amistad que tiene sobre él y sobre t i . — 130 — — 131 — En su mirada no hay, en ese primer m o m e n t o , ni exigencia, ni corrección, ni siquiera llamada a la conversión; tan sólo hay una oferta de perdón gratuito y una llamada a entrar en otro nivel de relación. «No necesitan médico los sanos, sino los que están enfermos. No he venido a llamar a conversión a los justos, sino a los pecadores» (Le 5,32). Deja que fluyan en ti el agradecimiento, la alegría de ser mirado así, de recibir esa llamada a una mayor intimidad. Sé consciente de que la transformación de Zaqueo, su conversión a la justicia y la generosidad nacieron de ahí. Ponte delante de Jesús con «todos tus bienes» y dile qué quieres hacer con ellos. Escucha c o m o pronunciadas para ti las palabras de Jesús: «Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz» (Le 8,48). «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido...» 5. Entre todas las palabras que pronunciaron los labios de Jesús, vamos a escuchar algunas que giran en torno a dos temas que parecen contradictorios y no lo son: el ánimo y la exigencia. Están tomadas del evangelio de san Lucas (en algún rato de lectura podrías ir buscando las de otro evangelista): * Ponte delante de Jesús, consciente de que necesitas sus palabras de consuelo y de aliento, y trae contigo a la oración a tanta gente abatida, desalentada, desesperanzada, herida... Escucha con el corazón unas palabras que nacen de la misión que el Padre ha confiado a su Hijo y que el Segundo Isaías expresa así: «Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios...» «El Señor me ha dado una lengua de discípulo para que haga saber al cansado una palabra alentadora» (Is 40,1; 50,4). «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino» (Le 12,32). — 132 — «Tus pecados te quedan perdonados» (Le 5,23). «Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido» (Le 15,6). «Hoy ha llegado la salvación a esta casa» (Le 19,8). 6. Recordando de nuevo la expresión de Mons. Angelelli, a Jesús lo encontramos siempre con un oído puesto en el Padre y otro en la gente: «De madrugada, muy oscuro todavía, se levantó. Salió y se fue a un lugar solitario, y allí estuvo orando» (Me 1,35). * Revive internamente la escena, trata de visualizarla en todos sus detalles. Tú también estás ahí en esa madrugada, inmerso en la oscuridad que aún envuelve las casas de Cafarnaún. Tu mirada apenas distingue la sombra de Jesús, que sale silenciosamente de una de esas casas; pero tus oídos atentos escuchan el leve rumor de sus pisadas. Vas detrás de él calladamente hasta el lugar en que va a ponerse a orar. Contempla su actitud, su postura; trata de intuir qué palabras del Padre está escuchando: «Tú eres mi hijo amado, en ti tengo puesta toda mi complacencia...» Escúchalas c o m o dirigidas también a ti ya cada uno de tus hermanos. 7. Hablar de los pies de Jesús es hablar de su camino y de su búsqueda, de su cansancio y de su decisión de llegar hasta el final. Se detuvieron junto al pozo de Siquem para esperar a la mujer samaritana (Jn 4,5), y a la salida de Jericó para aguardar a Bartimeo (Me 10,46); le llevaron al Tabor en un 133 — momento de luminosidad y transfiguración, y a Jerusalén, a pesar del peligro que allí le acechaba. Una mujer los ungió con perfume (Le 7,36-50); dos de ellas, María Magdalena y la otra María, cuando él les salió al encuentro en la mañana de la resurrección, «se asieron a sus pies y lo adoraron» (Mt 28,9). * Acércate también tú a contemplar los pies de Jesús y a bendecirlos, a abrazarlos y a ungirlos. Trae contigo t o d o tu agradecimiento por las veces que han salido en tu busca hasta encontrarte, porque te han esperado en las encrucijadas de tus caminos, porque han marchado delante de ti cuando no sabías por d ó n d e ibas, detrás de ti para defenderte del peligro, j u n t o a ti cuando te creías solo... Da gracias al Padre por este caminante infatigable que nos ha regalado en su Hijo. Habíale de tu deseo de recorrer sus mismos caminos y de no cansarte de estar, como él, lavando los pies de los que están más agotados. 8. El término corazón es una de esas palabras que hacen referencia a la totalidad de la persona, a su centro original e íntimo, allí donde se configuran sus comportamientos. Podemos conocer el corazón de alguien a través de dos de sus emociones básicas: la compasión y la alegría. En Me 6,34 leemos: «Al desembarcar, vio a mucha gente y sintió compasión de ellos, porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles largamente». * Mézclate con aquella gente, siéntete envuelto en la mirada cargada de ternura y de acogida de Jesús. No te hace ningún reproche, no te señala nada negativo, no te exige que hagas esto o lo otro... Tan sólo te m i r a y te acepta tal como eres. Respira h o n d o y déjate invadir por la paz de esa acogida incondicional. Da después un paseo tratando de mirar a la gente como lo haría Jesús. En M t 11,25-27 leemos: — 134 — «En aquel momento, Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: T e bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, eso es lo que te ha parecido bien...'» * Acércate a Jesús, que quiere comunicarte que fuente de su alegría consiste para él en coincidir con Padre en su preferencia por los pequeños. Pídele que dé parte con él en esa «afinidad» que es el secreto de gozo y que puede serlo también del tuyo... la el te su 9. En el Magníficat, después de sentirse mirada por Dios, también María contempla el mundo con los ojos de Dios y descubre, por debajo de las apariencias, cuál es el fondo de la realidad y el sentido de la historia humana. Y es su mirada contemplativa la que le revela hacia dónde se inclinan el corazón y las preferencias de ese Dios que nunca es imparcial. * Acércate a María y pídele que ella, que conoció mejor que nadie a Jesús, te contagie su manera de mirar y de proclamar: «A los hambrientos los colma de bienes..., enaltece a los humildes..., se acuerda de su misericordia...» C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA 1. Se llama Jesús «Dios ha venido a casa, desdiciéndose de su gloria. Ha pedido permiso al vientre de una niña sacudida por un decreto del César y se ha hecho uno de nosotros: un palestino de tantos en su calle sin número, semiartesano de toscos quehaceres, que ve pasar los romanos y los vencejos, — 135 — que muere, después, de mala muerte matada, fuera de la Ciudad Ya sé que hace mucho que lo sabéis, que os lo dicen, que lo sabéis fríamente, porque os lo han dicho con palabras frías... Yo quiero que lo sepáis de golpe, hoy, quizás por primera vez, absortos, desconcertados, libres de todo mito, libres de tantas mezquinas libertades. Quiero que os lo diga el Espíritu ¡como un hachazo en tronco vivo! Quiero que lo sintáis como una oleada de sangre en el corazón de la rutina, en medio de esta carrera de ruedas entrechocadas. Quiero que tropecéis con él como se tropieza con la puerta de Casa, retornados de la guerra bajo la mirada y el beso impaciente del Padre. Quiero que Lo gritéis como un alarido de victoria por la guerra perdida, o como el alumbramiento sangrante de la esperanza en el lecho de vuestro tedio, noche adentro, apagada toda ciencia. Quiero que Lo encontréis, en un total abrazo, Compañero, Amor, Respuesta. con la loca carencia de vuestra vida repudiada como se espera el aliento para salir de la asfixia cuando ya la muerte se enroscaba al cuello como una serpiente de preguntas. Se llama Jesús. Se llama como nos llamaríamos si fuéramos, de verdad, nosotros» (P. CASALDÁLIGA). 2. La oración de Jesús «A medida que leemos el Evangelio, nos encontramos cómo Jesús al caminar, mientras amaba a los hermanos y los servía, 'levantaba los ojos al cielo'. Es un gesto que a nosotros nos parece muy corriente, pero que en el mundo de Jesús es muy extraño. »Llega a él un pobre, un enfermo, un sordomudo, un ciego, un cojo..., y él lo toma en sus manos y, mientras le devuelve la vida, levanta los ojos al cielo. En ese instante, cuando se encuentra con alguien que está destruido, enteramente perdido, que ha muerto, sus manos lo tocan y sus ojos se levantan al cielo. »Y cuando ha reunido a los hermanos en torno a estos pequeños, llenándolos con la palabra del Evangelio y sentándolos a la mesa para darles el pan y curarles las heridas, mientras lo hacía —dice el Evangelio—, levantaba los ojos al cielo. Podréis dudar de que haya venido a casa, si esperáis que os muestre la patente de los prodigios, si queréis que os sancione la desidia de la vida. Pero no podéis negar que se llama Jesús con patente de pobre. Y no podéis negarme que Lo estáis esperando »Y es un gesto extraño, porque los judíos en su tiempo también rezaban mucho y se paraban a rezar en la calle, pero mirando hacia el Templo o con la mirada baja —se supone que para levantar el corazón hacia arriba—; pero el gesto de Jesús consiste en mirar al Padre con las manos extendidas: es la oración en medio de la vida. Es decir, que la oración que aprendo de Jesús no consiste en ponerme a mirar piadosamente a mi corazón, sino que, mientras estoy sosteniendo a mis hermanos entre mis manos, partiéndoles el pan y cu- — 136 — — 137 — rándoles las heridas, en ese mismo momento dirijo mi mirada al Padre. Y no se sabe si abro las manos a los hermanos porque tengo puesta mi mirada en el Padre, o es que miro al Padre porque tengo las manos puestas en los hermanos: es un único acontecimiento. »Pero resulta que, si su existencia era una oración, o su oración era su misma existencia, parecería entonces que no tenía necesidad de salir fuera del camino para ir al desierto; y, sin embargo, el Evangelio nos descubre que Jesús no solamente oraba al caminar, y mientras caminaba y amaba y servía levantando los ojos al cielo, sino que salía fuera del camino a la soledad. Esta palabra, 'soledad', casi tampoco sabemos qué es. Le hemos acompañado, perdidos entre los discípulos, y vamos a mirarle ahora de cerca, en este momento en que sale fuera del camino. »Estamos en Cafarnaúm, son las 9 de la tarde, está cayendo la noche; él no ha descansado nada en todo el día —'no tenía tiempo ni para comer'—. Eran muchos los problemas, la jornada de Cafarnaúm había sido agotadora y, para colmo, al anochecer, todo el pueblo se había enterado de que aquella noche dormía allí; y entonces le llevaron al cojo, a la vieja, al otro... Y entonces el problema ya no era el cansancio —que lo tenía, y grande—, sino la angustia. Ver a sus hermanos con tantos dolores, con tantas heridas, despojados y abatidos como ovejas sin pastor, hacía que sus entrañas se conmovieran con tal intensidad, que necesitaba marcharse a la soledad, necesitaba gritar '¡Abbá!', pero no para él, sino en nombre de todos ellos. »Salir fuera del camino era una necesidad imperiosa, pero no para perderle de vista, sino para tomarle más entero en las entrañas, para recoger todas las lágrimas, todas las esperanzas, todos los dolores, todas las noches, todos los amaneceres de los pobres, y adentrarse después con ellos en el desierto. «Entonces, en aquella casa de Pedro donde durmió aquella noche, a la mañana siguiente, aún de noche, mucho antes — 138 — del amanecer, se levantó, salió y se retiró a un lugar solitario; y allí estaba orando (Me 1,35). Era tal el peso del amor y del dolor que sentía en sus entrañas, que ya no tenía a quién confesárselo; le sobrepasaba, y por eso necesitaba marcharse, pero no para dejar el camino, sino para retomarlo cuando amaneciera otra vez, marchar a otra aldea y continuar. »La soledad no es una campana de cristal para esconderse; la soledad del Maestro está llena de aullidos humanos y diabólicos, de las terribles fuerzas del mal, de todos los dolores humanos, de sus angustias y esperanzas, y también de la sonrisa de los niños, de la bondad de la suegra de Pedro que le había puesto la cena, del niño que había ofrecido su bocadillo de peces asados para la multitud. Todo aquello era el entramado de su soledad, y con aquello se iba él al desierto. El necesita el desierto» (M. LEGIDO). D) CELEBRAR LO VIVIDO Puede hacerse un tiempo de oración compartida sobre el don que supone para cada uno haber encontrado a Jesús, después de haber leído en voz alta estos textos, haciendo una breve pausa de silencio entre uno y otro: «El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo» (Mt 13,44). «Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha confirmado en vosotros hasta el punto de que no os falta ningún don a los que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os confirmará hasta el final para que en el día de nuestro Señor Jesucristo seáis irreprochables. — 139 — Fiel es Dios, el que os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro» (1 Cor 1,3-9). «Dios ha querido darnos a conocer cuál es la espléndida riqueza que significa ese secreto: Cristo para vosotros, esperanza de gloria» (Col 1,27). 11 Caminar junto a Jesús para hacer lo que él hizo «Si el oro que perece se aquilata al fuego, vuestra fe, que es más preciosa, será aquilatada para recibir alabanza, honor y gloria cuando se revele Jesucristo. No lo habéis visto, y lo amáis; sin verlo, creéis en él y os alegráis con gozo indecible y glorioso...» (1 Pe 1,7-8). A) PÓRTICO DE ENTRADA En la meditación de la encarnación escuchábamos las palabras que pronuncian las tres Personas divinas mirando el mundo: «Hagamos redención». Resuena en ellas el eco de las que el libro del Génesis pone en boca de Dios en el primer relato de la creación: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza» (Gen 1,26). Jesús ha venido a hacer entre nosotros una tarea de re-creación que desborda la primera. Él es el «primogénito de toda la creación» (Col 1,16), y «el que está en él es una nueva creación» (2 Cor 5,17). Ese es el sentido que tiene su gesto en la curación del ciego de nacimiento: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me untó los ojos, me lavé... y veo» (Jn 9,15). En la aparición a María Magdalena hay también alusiones al jardín del Génesis: la mujer evoca a la nueva Eva, y Jesús resucitado es el nuevo Adán. Pero estas claves de hacer redención y de hacer nueva creación son como una luz blanca que podemos descomponer en otros colores para comprender un poco mejor su contenido y escuchar, a través del Evangelio, cómo Jesús dice de mu— 140 — — 141 — chas maneras: «hagamos fraternidad», «hagamos liberación», «hagamos esperanza»... «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo» (Jn 5,17); cada uno de nosotros es llamado a tener parte con él en esa tarea: «somos colaboradores (synergoi) de Dios...», afirma Pablo en 1 Cor 3,9. El objetivo de este día es contemplar a Jesús «haciendo redención y creación» desde tres perspectivas diferentes: la fraternidad, la liberación y la esperanza. B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN 1. «Hagamos fraternidad»: a través de ciertos iconos de re-creación podemos descubrir algunos rasgos de la manera concreta de «hacer fraternidad» que tenía Jesús: — Mateo y Zaqueo podrían contarnos cómo se sintieron mirados y envueltos en su aceptación incondicional, que apostaba por ellos y por su capacidad de cambio, más allá de su condición de alejados, instalados en la posesión de sus bienes y aparentemente herméticos a la conversión. — el paralítico que llevaron a su encuentro entre cuatro (Mt 9,1-7) podría contarnos cómo fue recibido por Jesús: «¡Animo, hijo, tus pecados te son perdonados!», como si, al estar delante de Jesús, hubiera sentido que su presencia hacía desaparecer cualquier distancia, cualquier obstáculo, cualquier interferencia en la relación entre ambos, dejando paso a un fluido de afecto, de simpatía, de comunicación, que «derretía» todo lo demás. — Pedro podría contarnos cómo, en su primer encuentro con el Maestro, se supo reconocido por su propio nombre, aceptado en la situación concreta de aquel momento de su vida: «Fijando su mirada en él, le dijo: T ú eres Simón, el hijo de Juan...'», a la vez que recibía la promesa de un nombre nuevo: — 142 — «Tú te llamarás 'Cefas', que quiere decir 'piedra'» (Jn 1,42). Podría contarnos todo el trabajo exigente de Jesús para «tallar» la piedra resistente de sus criterios y de sus proyectos contrarios a los del Reino (Me 8,33); cómo soportó sus equivocaciones y sus miedos, su ambición y sus intervenciones precipitadas (Me 9,5; 10,15-40; 14,28-33); cómo no le retiró su perdón ni su amistad cuando se hundía en el abismo de la desesperación por haberle traicionado (Le 22,61); cómo le dio lo más grande que alguien puede dar a otro: tiempo y espacio (cf. Sab 12,20) para cambiar, para dejarse modelar y transformar, para ser capaz de acoger un nombre nuevo no merecido, sino recibido por pura gratuidad: «Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...» (Mt 16,18). — Natanael (Jn 1,47), el centurión romano (Mt 8,10), la cananea (Mt 15,28), la viuda pobre (Le 21,1-4), María de Betania (Le 10 42)... podrían contarnos su asombro al escuchar las palabras de simpatía admirada y de felicitación que pronunció Jesús a propósito de ellos, dirigiendo la mirada de los discípulos hacia ellos, que nunca pensaron ser significativos: «Aquí está un verdadero israelita en quien no hay engaño». «Os aseguro que no he encontrado una fe tan grande en todo Israel». «Mujer, ¡qué grande es tu fe!» «Esta viuda pobre ha echado más que todos». «María ha escogido la mejor parte»... — el paralítico de la piscina (Jn 5,1-18), el hombre de la mano paralizada (Mt 12,9-14), el hidrópico (Mt 14, 1 -6), la mujer encorvada (Le 13,10-17)... podrían contarnos cómo fue Jesús quien dio el primer paso hacia ellos: no le habían pedido nada, nadie había intercedido por ellos; sen— 143 — cillamente, estaban en algún lugar al que llegó él, y suya fue la iniciativa de hablar con ellos, de tocarlos, de sanarlos. * Acércate a Jesús y pídele que te enseñe a hacer fraternidad como é l : comunicando aceptación y acogida, quitando importancia a los defectos y errores de los otros, dándoles tiempo para cambiar y espacio para ser ellos mismos, siendo capaz de ver y expresar lo bueno que tienen, dando el primer paso en el acercamiento y en el perdón... 2. «Hagamos liberación»: sabemos con agradecimiento que Jesús nos ha liberado de la ley, del pecado y de la muerte. Y esa salvación puede traducirse en nuestra experiencia cotidiana liberándonos de dos enemigos que nos amenazan: el miedo y la ansiedad de poseer. 2.1. El miedo es una experiencia central de la vida humana que nos hace tomar conciencia de ser criaturas frágiles y amenazadas de muchas maneras por la muerte. Puede ser un camino que nos acerque a Dios, al hacernos reconocer su misterio y nuestra necesidad de salvación; pero, si nace de una falta de confianza, debilita nuestra fe y tiene efectos paralizantes. Por eso la expresión «no temas» aparece una y otra vez en labios de Jesús, acompañada de una invitación a la confianza. Podemos pedir a algunos hombres y mujeres del Evangelio que nos cuenten cómo le oyeron decirles: «¡Ánimo! ¡No tengas miedo!», cuando se encontraban en situaciones de extremo peligro o desgracia; y cómo él parecía asombrarse de su temor, como si fuera algo imposible teniéndole a él a su lado: «¿Por qué estáis con tanto miedo?, ¿cómo no tenéis fe»? (Me 4,40); — los discípulos en medio del lago, zarandeados por la tempestad y con las olas anegando la barca (Me 4,35-41); — Pedro en el momento de hundirse en el agua, cuando caminaba hacia él sobre el mar (Mt 14,22-33); — 144 — — la mujer que tenía un flujo de sangre, cuando iba a ser descubierta y todos se iban a enterar de su condición de impureza y su atrevimiento al tocar a Jesús (Mt 9,2022); — Jairo, cuando ya le habían dado la noticia de que su hija había muerto (Me 5,36); — los discípulos, conscientes de sus limitaciones e incapacidades y llamados, sin embargo, a predicar y a expulsar demonios sin llevar «nada para el camino: ni bastón, ni alforjas, ni pan, ni dinero...» (Le 12,3), yendo sólo «calzados con sandalias» (Me 6,9). Jesús intenta ahuyentar sus miedos: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino...» (Le 12,32). * Acércate a Jesús y pon delante de él todos tus miedos, incluidos aquellos que te resulta humillante reconocer. Preséntale también los miedos de tantos hombres y mujeres que viven angustiados y bloqueados por distintas formas de mal: el dolor, la persecución, la depresión, la vida amenazada... Pídele que aumente tu fe y tu confianza y la de ellos. Repite una y otra vez alguna de estas expresiones tomadas de los Salmos: «Tú, Señor, eres mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré? Tú, Señor, eres la defensa de mi vida: ¿quién me hará temblar?» (Sal 27,2). «Tú Señor eres mi guardián, tú eres mi sombra, estás a mi derecha. Tú me guardas de todo mal y salvas mi vida...» (Sal 121,5-6). «Tú estás conmigo, Dios y salvador mío. Estoy seguro y sin miedo — 145 — porque tú eres mi fuerza y mi canción...» (Is 12,2). Pregúntale cómo puede ser tu manera concreta de liberar a otros de sus miedos. Aprende de él a comunicar con tu vida: «No temas», «Ten ánimo»... 2.2.La ansiedad de poseer es, en el fondo, otra forma de miedo de la que necesitamos ser liberados. Poseer, acumular, guardar... son una forma de proteger y ocultar nuestro propio desvalimiento. Pero Jesús pide de nosotros una confianza capaz de renunciar a todas esas precauciones y seguridades y una fe que se arriesgue a dejar el cuidado de nuestra vida en manos del Padre. «No andéis preocupados pensando qué vais a comer para poder vivir, ni con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo. Porque la vida es más importante que el alimento, y el cuerpo más que el vestido...» (Le 12,22). «No andéis ansiosos, que vuestro Padre ya sabe lo que necesitáis...» (Le 12,30). «¿No se venden cinco gorriones por dos reales? Pues bien, ninguno de ellos es olvidado ante Dios. No temáis: vosotros valéis más que todos los gorriones» (Le 12,6). * Acércate a Jesús llevando sobre tus hombros la carga de todas tus posesiones, o de lo que desearías poseer porque piensas que ello te daría seguridad, te afirmaría, te protegería frente a los demás, te haría sentirte superior o importante ante ti mismo o ante ellos... Trata de ir desprendiéndote de t o d o ese cargamento delante de é l : lo que tienes y sabes, tus títulos, tu miedo a carecer de algo, tu deseo de ser reconocido, tu búsqueda de relaciones que te afirmen... — 146 — Imagina cómo te sentirías si te arriesgaras a dejar atrás t o d o eso, pero no por vía de renuncia y sacrificio, sino, como el hombre que encontró el tesoro (Mt 13,44), «a causa de la alegría» de saberte cuidado y protegido por el amor del Padre... «Yo tengo otro alimento que vosotros no conocéis», decía Jesús (Jn 4,32); lo cual, dicho de otra manera, sería: «Yo poseo un tesoro que me da seguridad: fiarme de que mi Padre está conmigo y cuida de mí...» Siéntete también parte del pecado de codicia insaciable del Norte, que está siendo la causa del empobrecimiento del Sur; e imagina un m u n d o en el que el amor solidario fuera más fuerte que la ambición de poseer. Acude a Francisco de Asís, a Juan de la Cruz, a Teresa de Jesús, a «santos de hoy» q u e , como ellos, se atreven a «descalzarse»; acude a tanta gente como hoy vive «descalza» (¡incluso materialmente!), y pide la experiencia gozosa de dejarte liberar por Jesús de t o d o lo que te aprisiona. Si te nace de dentro el símbolo, descálzate tú también y haz que tus pies desnudos expresen tu deseo de libertad para ti mismo y para un m u n d o enfermo por la obsesión de tener... 3. «Hagamos esperanza»: mucho más que cualquier discurso sobre ella, son las imágenes y las comparaciones de Jesús las que nos enseñan a darnos cuenta de que nuestras propias medidas del tiempo, tan limitadas, no son las únicas existentes. Sus parábolas nos ayudan a aprender los caminos de esa espera paciente y tenaz, de esa fidelidad que aguanta y permanece y que llamamos «esperanza». «La tierra da el fruto por sí misma: primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y, cuando el fruto lo admite, enseguida se mete la hoz, porque ha llegado la siega» (Me 4,28-29). — 147 — El dueño del campo sembrado, aunque sólo al cosechar va a poseer definitivamente el trigo, se alegra cuando ve que su campo ya verdea y que las espigas van madurando cargadas de fruto. A ese presentimiento de una cosecha que ya llega, pero que aún no ha sido recogida, podemos llamarle esperanza. Esa es nuestra situación presente: estar invitados al banquete de bodas del Rey. Tenemos ya en las manos la invitación; aún no ha llegado el día, pero ya desde ahora nos preparamos y contamos los días que quedan para la fiesta. A esa impaciencia gozosa con que aguardamos la fiesta definitiva, podemos llamarle esperanza. «La mujer, cuando va a dar a luz, se aflige porque le ha llegado su hora; pero, cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto, por la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo» (Jn 16,21). «Sed como servidores que esperan a que su señor vuelva de la boda...» (Le 12,15). La mujer embarazada no tiene aún al hijo en sus brazos, no puede aún acariciarlo ni besarlo, pero vive ya de la promesa de su llegada. Aquellos servidores y aquellas muchachas de las parábolas supieron soportar, vigilando en medio de la noche, la ausencia y el retraso del amo o del novio hasta que llegaran: sabían que iban a «entrar con él en el banquete de boda» y que «con el delantal puesto» iba a servirles. A esa anticipación de la alegría, que precede a otra forma definitiva de presencia, podemos llamarle esperanza. «Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla y herrumbre que corroen, ni ladrones que socaven y roben. Porque allí donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,20-21). Jesús recurre a una experiencia humana básica: la seguridad que da poseer bienes, la sagacidad y el esfuerzo que somos capaces de emplear para conseguir dinero y aumentarlo. Y no lo condena, sino que nos invita a tener esas mismas actitudes, pero «atesorando» en la moneda que circula en el Reino. A ese espabilamiento ilusionado y tenaz que mantiene nuestro corazón puesto allí donde tenemos ese nuevo tesoro, podemos llamarle esperanza. «El reino de los cielos se parece a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo y envió a sus siervos a llamar a los invitados...» (Mt 22,2). — 148 — «¡Llega el novio! ¡Salid a su encuentro!» (Mt 25,6). Esa lámpara que mantenemos encendida en las manos y en el corazón y que ilumina nuestra espera en medio de la noche es otra manera de nombrar a la esperanza. * Acércate a Jesús con tus desánimos y cansancios, con la espera y el clamor de un m u n d o que «gime con dolores de parto aguardando la gloriosa libertad de los hijos...» (Rom 8,20-21). Pídele que te enseñe a soportar los ritmos del Reino, que no son rápidos, ni visibles, ni tangibles, y no coinciden con tus leyes de la eficiencia. Pon ante él la mecha de tu lámpara que amenaza con apagarse; pídele la paciencia humilde que te recuerda que hay una semilla enterrada en la historia que crece por su propio impulso y que un día germinará de un m o d o que está fuera del alcance de tus cálculos. Ofrece tus manos, con toda su pobreza, para colaborar con él en su tarea de «no quebrar la caña cascada ni apagar el pábilo vacilante» (cf. Is 42,3), sino de enderezar y alentar a los que están abatidos y dejarte sostener también por su capacidad de resistencia. — 149 — Ponte a la escucha, junto con toda la Iglesia, de las palabras del Apocalipsis pronunciadas por el mismo Jesús: «Yo pondré mi morada en medio de vosotros, y vosotros seréis mi pueblo, y yo, Dios-convosotros, seré vuestro Dios. Yo mismo enjugaré las lágrimas de vuestros ojos, y ya no habrá llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado. Mirad que yo hago un mundo nuevo» (cf. Ap 21,3-5). C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA 1. Tres iconos de liberación en el evangelio de Juan La samaritana (Jn 4,1-45); el ciego de nacimiento (Jn 9); Lázaro (Jn 11). En las tres narraciones, la figura de Jesús se recorta luminosamente sobre un fondo sombrío. En torno a él se tejen sutiles redes de tradiciones estériles, de costumbres y dogmas anquilosados: «un judío no puede entrar en relación con una samaritana» (cf. Jn 4,9); «un hombre no debe hablar en público con una mujer» (4,27); «la ceguera es consecuencia del pecado» (9,2); «el que no guarda el sábado no puede venir de parte de Dios» (9,24); «a Dios se le adora en los templos» (4,20)... La incomprensión y la falta de entendimiento de los discípulos (4,27; 9,2; 11,13...) y la murmuración de los judíos («sabemos que ese hombre es pecador»: 9,24; «¿no podía haber hecho que ese hombre no muriera?»: 11,38) son otros hilos invisibles que tratan de sujetarlo, de tender barreras en su paso de gigante que sale a correr su carrera. — 150 — Es inútil: en el brocal de una sed sin fondo, en la negrura de una noche sin esperanza, en el agujero podrido de un sepulcro, tres seres excluidos le están esperando. Su existencia misma es un clamor como el que llegó en otro tiempo a los oídos de YHWH (EX 3,7); y ahora quien lo escucha es este Hijo del hombre que ha venido a buscar lo perdido. La iniciativa del encuentro nace de él: «dame de beber» (4,7); «puso el barro sobre los ojos del ciego» (9,6); «volvamos a Judea» (11,7)...; pero no parece tener prisa: emprende diálogos, entra en relación, se entretiene, juega con el tiempo, los va cercando y envolviendo en la seducción de su palabra, va abriéndoles poco a poco a otras dimensiones desconocidas: un agua viva a cambio de otra que quita la sed (4,10); una visión que permite reconocer al Mesías (9,38); una vida sobre la que la muerte no tiene ya la última palabra (11,26). Su manera de actuar provoca, asombra, escandaliza: ¿cómo se atreve a invalidar los lugares de culto (4,23), a jugar con el barro como Yahvé en la creación (9,6), a arrancarle a la muerte su nombre siniestro y decir que sólo es un sueño (11,11)? El recuerdo de los tiempos mesiánicos asalta las mentes de todos como una torrentera desbordada: «Hizo brotar para ellos agua de la roca..., los condujo a manantiales de agua» (Is 48,21). Israel celebraba la voz de YHWH, que derretía los montes y descuajaba los cedros del Líbano (Sal 29); pero lo que salta ahora por los aires son las fronteras, los prejuicios, los viejos roles, mientras que situaciones y personas quedan al descubierto. Se está haciendo presente la nueva creación, y el agua, la luz y la vida se convierten en criaturas nuevas bajo la fuerza de otra Palabra. Y esta Palabra está referida a Dios, acampada junto al Padre: — 151 — «Si conocieras el don de Dios...» (4,10); «así quiere el Padre que sean los que le adoran» (4,23); «ni pecó él ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios» (9,3); «Padre, yo sé que siempre me escuchas» (1,41); «esta enfermedad es para la gloria de Dios» (11,4)... Pero es una Palabra dirigida también a los hombres, y ahora convoca a los tres personajes y los saca de sus egiptos, de su fatalismo culpable, de la losa de su sepulcro; y ellos experimentan una pascua, son arrastrados por la propia Pascua de Jesús, se convierten en seres nuevos, dejan atrás todo lo que era símbolo de su necesidad y de su muerte: el cántaro, la sinagoga, las vendas... La samaritana, el ciego y Lázaro son ya primicias de la Resurrección, están experimentando su victoria: estaban en la mentira y han alcanzado el conocimiento, han desembocado en la fe; eran tres disidentes, arrinconados en la exclusión, y Jesús los ha integrado en un ámbito nuevo: el de la vinculación a él. Y, a través de todo ello, él se revela como Señor de la vida, como vencedor de todas las negatividades de la existencia, de toda la sed, de todas las noches, de todas las lágrimas. El final del último relato —«desde aquel día decidieron darle muerte» (11,53)— nos alerta para que no olvidemos cuál es el precio de tanta vida. El dador del agua viva es el mismo que se hunde en el sequedal espantoso de la pasión; el que es la luz del mundo conoció el rechazo de las tinieblas; el Viviente se adentró en el reino mismo de la muerte y aprendió allí lo que significa dar la vida por aquellos a los que se ama. — 152 — Su fuerza liberadora sigue pasando hoy junto a nuestros pozos, cunetas y tumbas: ¡dichosos nosotros, si su paso nos arrastra detrás de él hacia la Pascua! 2. En torno al concepto de «redención» «Hablar de la redención es preguntarnos por la vida de Jesús en cuanto fue conflictiva hasta el máximo. Si Jesús hubiera muerto tranquilamente de un infarto a orillas del lago de Tiberiades, quizá no nos preguntaríamos por el valor redentor de su muerte, porque no veríamos en esa muerte la acumulación de toda la conflictividad inherente a cada vida humana y a cada vida justa. Es cierto que el simple hecho de tener que morir encierra ya un cierto grado de conflictividad. Pero ésta se encuentra como totalizada y acumulada en el 'tener que morir', en el sentido en que Juan lo dice de Jesús (Jn 19,7.14-16). »Si la vida de Jesús fue una vida-hacia-la-muerte, nos preguntamos por qué esa vida hacia la muerte es salvadora, como si se tratase de detectar un valor redentor en el dolor o en la conflictividad por sí mismos. Salvadora sólo lo es la Resurrección como constitución del Hombre Nuevo y como sí irreversible de Dios a la Humanidad Nueva. Pero nos preguntamos por qué la vida 'vaciada' y conflictiva de Jesús o su muerte son paso a la Resurrección. »Lo que descubrimos en esa vida-muerte es, simplemente, el acto de la total entrega de sí y de la total identificación con la condición humana: el acto de ser-para-losdemás hecho ya en el 'ser de necesidades', el acto de la Humanidad Nueva brotando desde el seno de la humanidad vieja. »Y porque la vida-muerte de Jesús es tal acto de humanidad nueva, es por lo que, si Dios está de parte de la humanidad nueva, como precisamente se revelaba en la intimidad de Jesús con el Padre, parece que ha de acoger necesariamente esa vida de Hombre nuevo. Y esto es lo que significa la Resurrección. — 153 — »La acción redentora es, pues, el paso de la resurrección a través de la vida de Jesús, solidaria con el hombre y obediente a Dios. Se comparte alguna «instrucción» que se haya recibido en la oración de este día sobre cómo hacer fraternidad, liberación y esperanza. Un lector dice para terminar: »— La muerte de Cristo y toda su vida, en cuanto lleva a aquélla, es un acto de 'utopía humana' o del hombre nuevo que Jesús predicaba. Lo es por ser obediencia y por ser solidaridad. «Podemos ir a proclamar que el Reino de los Cielos está cerca: creemos que en Jesús la fraternidad es posible, podemos confiar en el Padre y contamos con el Espíritu para sostener nuestra esperanza. »— Como acto de hombre nuevo, es ya (gracias al Espíritu: Heb 9,14) un acto de Resucitado: reclama la Resurrección si es que Dios está de parte del hombre nuevo. Nosotros lo hemos recibido gratuitamente: vamos a anunciarlo gratuitamente». »— Esto es lo que, metafóricamente, podemos llamar 'grato a Dios', satisfaciente, objetivamente redentor. Pero esto no elimina para nosotros la necesidad de la lucha por el hombre nuevo. Lo único que hace es darle este sentido: ahora no es lucha por lo absolutamente desconocido, cuya misma posibilidad no se sabe si es real o no. Es una lucha que se hace más bien en el contexto de Rom 8,31ss: 'Si Dios está a favor nuestro, ¿quién contra nosotros?'» (J.I. GONZÁLEZ FAUS). D) CELEBRAR LO VIVIDO Puede hacerse una celebración de envío a «hacer fraternidad, liberación y esperanza», actualizando algunos elementos del texto de la misión de los discípulos (Mt 10,1-42). La sala está ambientada con un par de sandalias en el centro, como símbolo del envío y de la pobreza de medios a que invita Jesús. «Jesús, llamando a sus discípulos, les dio poder para ir creando fraternidad, para liberar del miedo, para despertar esperanza. Los nombres de los apóstoles eran... [se va diciendo el nombre de cada uno de los participantes, y cada uno se pone de pie al oír su nombre y dice 'Aquí estoy']. A éstos los envió Jesús después de darles estas instrucciones...» — 154 — — 155 — 12 Adherirse lúcidamente a la vida verdadera A) PÓRTICO DE ENTRADA «Escucha Israel, los mandamientos de vida; tiende el oído para conocer la prudencia. ¿Por qué, Israel, estás en país de enemigos, has envejecido en un país extraño, te has contaminado con cadáveres, contado entre los que bajan al seol? ¡Es que abandonaste la fuente de la sabiduría! Si hubieses andado por el camino de Dios, vivirías en paz eternamente. Aprende dónde está la inteligencia, para saber al mismo tiempo dónde está la longevidad y la vida, la luz de los ojos y la paz. Pero ¿quién ha encontrado su mansión, quién ha entrado en sus tesoros...? [...] ¿Quién subió al cielo y la tomó? ¿Quién la traerá al precio de oro puro? No hay quien conozca su camino, nadie imagina sus senderos. Pero el que todo lo sabe la conoce, con su inteligencia la escrutó [...] Él encontró los caminos de la sabiduría — 156 — y se la dio a Israel, su siervo, y a Jacob, su amado. Después apareció sobre la tierra y entre los hombres convivió. Ella es el libro de los preceptos de Dios, la Ley que subsiste eternamente. Todos los que la retienen alcanzan la vida, mas los que la abandonan, morirán. Vuelve, Jacob, abrázala, camina hacia el esplendor bajo su luz. No des tu gloria a otro ni tus privilegios a nación extranjera. Felices somos, Israel, pues lo que agrada al Señor se nos ha revelado» (Ba 3,9 - 4,4). Las palabras del Profeta Baruch nos recuerdan el día que dedicamos a «aprender la sabiduría de Nazaret». Ahora volvemos a intentar lo mismo, pero en otro momento del proceso de oración: ahora podemos creer que el conocimiento interno de Jesús que vamos teniendo y nuestros deseos de respuesta son suficientes para una vida de seguimiento. Eso mismo debió de pasarles a los discípulos, y por eso Jesús se encarga de irles educando también en la lucidez; les ayuda a sospechar de posibles equivocaciones a la hora de buscar el camino de la sabiduría; les pide que estén vigilantes para no dejarse engañar por el enemigo; les va descubriendo, cada vez más profundamente, cuáles son los caminos que llevan a la verdadera vida... Es lo mismo que hace san Ignacio cuando propone al ejercitante el ejercicio de «Dos banderas»: Meditación de dos banderas, la una de Christo, summo capitán y señor nuestro; la otra de Lucifer, mortal enemigo de nuestra humana natura. La sólita oración preparatoria. — 157 — El primer preámbulo es la historia: será aquí cómo Christo llama y quiere a todos debajo de su bandera, y Lucifer, al contrario, debajo de la suya. El segundo, composición viendo el lugar; será aquí ver un gran campo de toda aquella región de Jerusalén, adonde el summo capitán general de los buenos es Christo nuestro Señor; otro campo en región de Babilonia, donde el caudillo de los enemigos es Lucifer. El tercero, demandar lo que quiero; y será aquí pedir conoscimiento de los engaños del mal caudillo, y ayuda para dellos me guardar; y conoscimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para le imitar. El primer puncto es imaginar así como si se asentase el caudillo de todos los enemigos en aquel gran campo de Babilonia, como en una grande cáthedra de fuego y humo, en figura horrible y espantosa. El segundo, considerar cómo hace llamamiento de innumerables demonios y cómo los esparce a los unos en tal ciudad y a los otros en otra, y así por todo el mundo, no dejando provincias, lugares, estados ni personas algunas en particular. El tercero, considerar el sermón que les hace y cómo los amonesta para echar redes y cadenas; que primero hayan de tentar de cobdicia de riquezas, como suele, ut in pluribus, para que más fácilmente vengan a vano honor del mundo, y después a crescida soberbia; de manera que el primer escalón sea de riquezas, el segundo de honor, el tercero de soberbia, y destos tres escalones induce a todos los otros vicios. Así por el contrario se ha de imaginar del summo y verdadero capitán, que es Christo nuestro Señor. El primer puncto es considerar cómo Christo nuestro Señor se pone en un gran campo de aquella región de Jerusalén, en lugar humilde, hermoso y gracioso. El segundo, considerar cómo el Señor de todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc., y los envía — 158 — por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por todos estados y condiciones de personas. El tercero, considerar el sermón que Christo nuestro Señor hace a todos sus siervos y amigos, que a tal jornada envía, encomendándoles que a todos quieran ayudar en traerlos, primero a summa pobreza spiritual y, si su divina majestad fuere servida y los quisiere elegir, no menos a la pobreza actual; segundo, a deseo de oprobios y menosprecios, porque destas dos cosas se sigue la humildad; de manera que sean tres escalones: el primero, pobreza contra riqueza; el segundo, oprobio o menosprecio contra el honor mundano; el tercero, humildad contra la soberbia; y destos tres escalones induzgan a todas las otras virtudes. Un coloquio a nuestra Señora porque me alcance gracia de su hijo y Señor, para que yo sea recibido debajo de su bandera, y primero en summa pobreza spiritual y, si su divina majestad fuere servido y me quisiere elegir y rescibir, no menos en la pobreza actual; segundo, en pasar oprobios y injurias, por más en ellas le imitar, sólo que las pueda pasar sin peccado de ninguna persona ni displacer de su divina majestad; y con esto una Ave María. Segundo coloquio. Pedir otro tanto al Hijo, para que me alcance del Padre; y con esto decir Anima Christi. Tercer coloquio. Pedir otro tanto al Padre, para que él me lo conceda, y decir un Pater Noster (EE 136-147). B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN 1. Podemos escuchar de los discípulos sus recuerdos de cómo Jesús hizo con ellos ese trabajo de volverles lúcidos y sagaces, de avisarles de los caminos, al parecer inofensivos, que desvían del Reino. Están tomados de ese «manual para formación de discípulos» que es el evangelio de Marcos: «Las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos que invaden y ahogan la Palabra» (4,18-19). — 159 — «No hay nada fuera del hombre que, entrando en él, pueda hacerle impuro. Porque es de dentro del corazón de donde salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, envidias...»(7,15.21). «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes» (8,15). «¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (8,33). «Quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará» (8,35). «Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y el servidor de todos» (9,33). «¡Qué difícil será que los que tienen riquezas entren en el Reino de los cielos...!» (10,23). «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos, y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor, y quien quiera ser el primero entre vosotros, sea esclavo de todos. Porque tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (10,42-45). «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplios ropajes, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes...» (12,38-40). «Mirad que no os engañe nadie. Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: 'Yo soy', y engañarán a muchos» (13,5-6). — 160 — «Estad atentos y vigilad...Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!» (14,33.37). * Siéntate, mezclado con los discípulos, a los pies de Jesús para escuchar de sus labios todas estas enseñanzas. Siente cómo va desenmascarando la seducción que ejercen sobre ti el d i n e r o , los privilegios, el estar por encima de otros, el aprecio, la buena fama... Quizá tengas la tentación de creer que t o d o eso te permite vivir mejor y te asegura la «vida verdadera». Pero Jesús, que «ha venido a darte vida, y vida en abundancia» (Jn 10,10), sabe que por ahí no vas a encontrarla, y por eso é l , que es tu pastor, te conduce adonde él sabe que hay vida verdadera, «prados de hierba fresca y manantiales de aguas tranquilas» (Sal 23). Y esos lugares se llaman para é l : pobreza, servicio, humildad, despreocupación por la propia fama... Pídele la fe confiada que te haga fiarte más de su conducción que de tus propios caminos. Pon delante de é l , como en otros momentos de oración: — tus ojos, tentados de la avidez de poseer, juzgar, saber..., so capa de buscar la «gloria de Dios»; tus ojos, tan ciegos para descubrir esos caminos del Evangelio que te llevan «hacia los de abajo» y no «hacia los de arriba», a «venir a menos» en vez de a «ir a más»... — tus labios, con los que querrías justificarte, defenderte, hablar de ti m i s m o ; que pueden engañarte al creer que ya vives las preciosas palabras que pronuncias; — tus oídos, atentos para escuchar lo que tú mismo piensas, lo que dicen de t i , lo que coincide con tus gustos, y muchas veces sordos a la confrontación, a la corrección, a la sugerencia de que quizá estés equivocado en algo o estés haciendo sufrir a otros... — tus manos, tentadas de retener cosas, puestos, influencias, n o m b r e , prestigio..., so pretexto de servicio al Reino; — tus pies, con su tendencia a escapar de los lugares de intemperie, dolor o conflicto; tan ágiles para subir y — 161 trepar hacia el éxito y tan perezosos a la hora de acercarse a los que están en las cunetas; — tu corazón, que se deja atrapar y engañar por tantos subterfugios; que trata de endurecerse para no ser vulnerable y no dejar que le hieran; que quizá se va acostumbrando a valorar, juzgar y preferir desde criterios muy distintos de los de Jesús y te va configurando desde dentro según un estilo extraño al Evangelio... Así debía de sentirse Bartimeo (Me 10,46-52): era un mendigo, estaba ciego y, desde el borde del camino, sentía que Jesús, la vida verdadera, pasaba a su lado mientras él, atrapado en sus tinieblas, ni siquiera podía verlo. Ponte a gritar como él, una y otra vez: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». No dejes que nada ni nadie sofoque tu grito. Escucha las palabras que te dicen de su parte: «¡Ánimo, levántate: te llama!» Y, lo mismo que el ciego, da un brinco, arroja lejos el manto que te envuelve y ponte tal como eres delante de Jesús, que te pregunta: «¿Qué quieres que te haga?». «Maestro, ¡haz que vea!». Siente sus manos sobre tus ojos y escucha sus palabras: «Ve, tu fe te ha salvado». Y ponte después a seguirle por el camino. 2. Antes de este otro momento de oración, relee el texto de san Ignacio de las «dos banderas»: no te distraigas con las imágenes, el estilo o el lenguaje; fíjate en la verdad profunda que quiere comunicar y observa sus aspectos pasivos, es decir, las expresiones en las que aparece más subrayada la acción de Jesús que el esfuerzo humano: lo importante no es que tú te «apuntes a su bandera», sino que él te reciba debajo de ella: «pedir ser recibidos...» «la intención de Cristo Nuestro Señor...» «cómo quiere a todos...» «esparciendo...» «a todos quieran ayudar en traerlos...» — 162 — Después de eso, haz un ejercicio de memoria y consciencia: — Date cuenta de todo lo que ya en tu vida (experiencias, historia personal, circunstancias, amistades....) está empujándote y atrayéndote hacia la bandera de Jesús. Descubre cómo estás siendo objeto de una operación de «acoso y derribo», (de «seducción», diría Jeremías 20,7), de una estrategia del Padre para llevarte por el camino de su Hijo. Recuerda esas experiencias de «conciencia desdichada» que san Ignacio llama «desolación» y que te han hecho sentir insatisfacción, vacío y tristeza cuando recorrías caminos en dirección contraria al Evangelio. — Recuerda también experiencias de vida verdadera: cuado te has sentido más feliz, más pleno y auténtico, como si lo que estabas viviendo en ese momento, aunque fuera duro y difícil, te llevara a coincidir con lo más verdadero de ti mismo. No se trata de añorarlo, sino de aprovecharlo para reencontrar tu identidad más profunda. — Evoca circunstancias, personas, situaciones...que te empujan «escaleras abajo»; los empobrecimientos personales (físicos, psicológicos, consecuencias de opciones...); las relaciones que te ayudan a ser más coherente; las ocasiones de pérdida de imagen, prestigio, nombre, fama, suficiencia...; las perplejidades y oscuridades que te impiden ser rotundo, duro, y sentirte «heroico»...; las sujeciones que te ciñen y te llevan adonde no quieres y te hacen más difícil ser soberbio... * Pídele al Padre que te ayude a consentir en t o d o eso, a mirarlo como oportunidad y no como inconveniente, a no poner impedimentos ni resistencias, a dejarte modelar por sus manos, que quieren configurarte a imagen de su Hijo y «ponerte con él»... * Acércate a María, la servidora pobre y humilde del Señor; pídele también a ella que «te ponga con su Hijo», que te reconcilie con esos dinamismos de empobrecimiento; — 163 * Ponte junto a Jesús, que es tu vida verdadera; exprésale tu deseo de acoger todo cuanto colabora a que la tuya esté escondida con él en el Padre (cf. Col 3,3). nos veamos obligados a hacer. Pero lo decisivo y lo importante es la sensibilidad ante el engaño ideológico, supuesto que el proceso por el que éste comienza a producirse es un proceso necesario. C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA »Junto al engaño estructural, actúa como segundo obstáculo el engaño personal, para el que el hombre tiene una capacidad infinitamente mayor de lo que sospecha y de lo que está dispuesto a conceder. La meditación llamada de 'tres binarios' es, en realidad, una meditación sobre el segundo de esos tipos de hombres: aquél en quien la capacidad de autoengaño desata una astucia increíble y no reconocida, que le lleva a poner absolutamente todos los medios menos el único que tiene que poner: quitar el afecto sin perder la cosa; hacer la voluntad de Dios de tal manera que coincida con la propia; etc. 1. Desenmascarar los verdaderos obstáculos al seguimiento «Hay una larga lista de realidades: salud, fuerza, poder, cultura, riqueza, sexualidad..., que en sí no son malas, que a veces son incluso positivamente buenas y que en muchas ocasiones vienen exigidas por las estructuras de la realidad sobre la que trabajamos. Pero, en la medida en que convivimos con ellas, las usamos y nos acostumbramos a ellas, nos crean una dinámica interior favorable al egoísmo, contraria a la dinámica del seguimiento de Jesús y capaz de apartarnos de él. »La realidad humana es así, y Dios no la cambia para nosotros. Tampoco es posible renunciar de raíz a todas esas dimensiones ambiguas de la vida: no es posible, porque pueden ser fecundas, y el amor está obligado a ser eficaz, al menos dentro de algunos límites. Hacer de la propia vida una transparencia de la Misericordia pide un mínimo de visibilidad y de eficacia para esa Misericordia. Y puede ser mejor un amor que acepta mancharse las manos por los hombres que un amor al que su afán de pureza condena a la ineficacia »Lo verdaderamente decisivo es saber cuándo hay que pararse. Pero precisamente eso es lo que está obstaculizado por la misma dinámica en que uno se halla metido. »Sólo los limpios de corazón captan cuándo el justificar todo eso tiene su dosis de validez en medio de la ambigüedad de la vida y cuándo está comenzando a ser ideología. »La contemplación de este personaje no pretende mas que volver lúcido al ejercitante sobre su capacidad para segregar justificaciones y para creérselas, hacerle atento a los continuos bloqueos ocultos y seducciones secretas que actúan e intentarán seguir actuando en él, no contrariando su opción por la Misericordia, sino valiéndose de ella misma. »[...] Lo definitivo y lo único que puede seguir siendo eficaz, a la larga, es la sinceridad brutal y la lucidez sobre uno mismo, mucho más que las mil ascéticas concretas, que duran poco. La seguridad de que, a la larga, vale más una debilidad lúcida que una inocencia engañada, porque la debilidad lúcida nunca podrá sentirse cómoda, mientras que la inocencia engañada, si no deja de ser engañada, acabará por dejar de ser inocencia, aun sin saber cómo ni cuándo» (J.I. GONZÁLEZ FAUS). 2. Desprendimiento y seguimiento: un camino de ida y vuelta »Los Ejercicios intentan mantener la limpieza de corazón a base de hacernos desear lo contrario de lo que quizá «Hay palabras que suenan a viejas, no sólo porque se han repetido mucho a lo largo de la historia, sino también por el contenido cerrado que se les confirió. Una de ellas puede ser — 164 — — 165 — desprendimiento y, más todavía, el término abnegación. La razón de su desgaste está, creo yo, en no haberlas puesto suficientemente en relación con aquello a lo que dinámicamente apuntan. Desprenderme, abnegarme..., ¿por qué, de qué y, sobre todo, para qué? aquello a lo que estamos apegados (cosas, personas, dinero, profesión...) no podremos saber nunca qué es lo que quiere Dios de nosotros, es decir, seguir a Jesús eligiendo (EE 149156). Otra vez el desprendimiento aparece en función del seguimiento. »E1 panorama de su significación estática, cerrada y negativa, cambia radicalmente cuando llego a comprender que el desprendimiento es para el seguimiento; que sin desprenderme de mí, de las cosas, personas, ideas, no hay seguimiento posible de Jesús; que sin abnegación de mí mismo y de mis impulsos de muerte nunca podré liberarme para la causa de Jesús. »c) Finalmente, Ignacio termina la segunda semana con esta categórica afirmación: 'Porque piense cada uno que tanto se aprovechará en todas cosas espirituales [en la fidelidad a Dios, en el seguimiento de Jesús] cuanto saliere de su propio amor, querer e interesse' (EE 189). «Desprendimiento y abnegación son, pues, para el seguimiento, y en él encuentran su sentido dinámico y su verificación, ya que, si no, también ellos permanecen en la ambigüedad. Para ilustrar esta última afirmación, echo mano de tres pinceladas rápidas de los Ejercicios: »a) La meditación de las dos banderas supone que, aun cuando uno haya optado ya por Jesucristo y su Reino (EE 91-98), puede sufrir engaños que, de hecho, le aparten de ese supuesto seguimiento. El proceso sucederá a través del deseo de riqueza (material, pero también espiritual), que desencadena automáticamente la búsqueda de honor y prestigio y que termina en soberbia como forma de preferirse a los demás y querer dominarlos. De ahí se camina a todos los vicios. »Así pues, hay un camino que va del desprendimiento al seguimiento y se verifica en él. Sin esa verificación habría razones para sospechar si detrás de determinados actos ascéticos no se esconden, a veces, procesos inconscientes de autodestrucción. »Toda ascética apunta a la militancia; pero sucede que también lo contrario es verdad en la vida espiritual, es decir, que el seguimiento de Jesús provoca un mayor desprendimiento que pide ser verificado en él. El seguimiento de Jesús es inseparable de la identificación con El. Lleva a la militancia por su causa en nuestro mundo, pero también a incorporar en ella el 'espíritu' de esa causa, la manera como Cristo la peleó. »b) En la meditación de las tres clases de hombres, Ignacio insistirá en que sin un despojamiento 'afectivo' de »En los últimos tiempos, este dato está adquiriendo suma relevancia: 'Me parece —dice Jon Sobrino— que hay tres cosas importantes que destacar. En primer lugar, ha cobrado mayor impostación analizar no sólo la práctica de Jesús, sino también el espíritu de esa práctica, como aparece programáticamente en el Sermón de la Montaña. [...] En segundo lugar, ha ido creciendo la convicción de lo que podríamos llamar la necesidad de explicitar la vida con espíritu en prácticas espirituales. [...] Se trata, por fin, de comprometerse históricamente en la construcción del Reino de Dios, y así acceder a Dios, y de ser hombres de corazón limpio para ver a Dios, y así construir su Reino. Hay una necesidad absoluta de vida histórica para que pueda existir — 166 — — 167 — »Contra ese proceso, no siempre del todo consciente, no existe más terapia que el 'deseo' de seguir a Jesús, de identificarse más y más con Él, de 'ser recibido debajo de su bandera' en pobreza (espiritual y material), en oprobios y en humildad (EE 136-147). Lo primero es para lo segundo; el desprendimiento y la abnegación son para el mayor seguimiento y se verifican en él. la vida espiritual y, por otra parte, una necesidad de vivir la historia con espíritu cristiano, que nos sigue juzgando aun dentro del cauce correcto de la historia. Además, el mismo cauce elegido muestra dificultades estructurales, como la de compaginar eficacia y gratuidad, lucha y magnanimidad, justicia y compasión, equidad y perdón'. »En resumen, que, si es cierto que un desprendimiento (entendiendo por él los dos elementos ascético-místicos de la vida espiritual) que no conduzca al seguimiento histórico de Jesús es sospechoso de proceder de un corazón no puro, también lo es que un seguimiento que no genere en nosotros un mayor desprendimiento, una mayor identificación de 'vaciamiento' con Jesús, puede vehicular sus propios demonios, impulsos de muerte de los que hay que exorcizarlo» (J.A. GARCÍA). 3. Otra «Carta del Diablo a su sobrino» «Mi querido sobrino: evidentemente, estás haciendo espléndidos progresos. Mi único temor es que intentes meter prisa al paciente y se dé cuenta de su verdadera situación. Porque tú y yo, que vemos esa situación tal como es realmente, no debemos olvidar cuan diferente debe de parecerle a él. Nosotros sabemos que hemos introducido en su trayectoria un cambio de dirección que le está alejando ya de su órbita alrededor del Enemigo; pero hay que hacer que él se imagine que todas las decisiones que han producido este cambio de trayectoria son triviales y revocables. No se le debe permitir que sospeche que ahora está, por lentamente que sea, alejándose del sol en una dirección que le conducirá al frío y a las tinieblas del vacío absoluto. sino sólo con un vaga aunque incómoda sensación de que no se ha portado muy bien últimamente. »Esta difusa incomodidad necesita un manejo cuidadoso. Si se hace demasiado fuerte, puede despertarle y echar a perder todo el juego. Por otra parte, si la suprimes completamente —lo que, de pasada, el Enemigo no permitirá—, perdemos un elemento de la situación que puede conseguirse que nos sea favorable. Si se permite que tal sensación subsista, pero no que se haga irresistible y florezca en un verdadero arrepentimiento, tiene una invariable tendencia: aumenta la resistencia del paciente a pensar en el Enemigo. Todos los humanos, en cualquier momento, sienten en cierta medida esa reticencia; pero cuando pensar en Él supone encararse, intensificándola, con una vaga nube de culpabilidad sólo a medias consciente, tal resistencia se multiplica por diez. Odian cualquier cosa que les recuerde al Enemigo, al igual que los hombres en dificultades económicas detestan la simple visión de un talonario. En tal estado, a tu paciente le irá produciendo terror el contacto efectivo con el Enemigo. Su intención será la de 'dejar la fiesta en paz'. »A1 irse estableciendo más completamente esta situación, te irás librando, paulatinamente, del fatigoso trabajo de ofrecer placeres como tentaciones. Al irse separando cada vez más de toda auténtica felicidad, aumentará su incomodidad y su resistencia a enfrentarse a ella; y, como la costumbre va haciendo al mismo tiempo menos agradables y menos fácilmente renunciables (pues es lo que el hábito hace, por suerte, de los placeres) los placeres de la vanidad, de la excitación y de la ligereza, descubrirás que cualquier cosa, o incluso ninguna, es suficiente para atraer su atención errante. »Por este motivo, casi celebro saber que aún conserva externamente los hábitos de cristiano, porque así se le podrá hacer pensar que ha adoptado algunas costumbres nuevas, pero que su estado espiritual es el mismo de antes; y, mientras piense eso, no tendremos que luchar con el arrepentimiento explícito por un pecado definido y plenamente reconocido, »Déjale hacer lo que sea, menos actuar. Ninguna cantidad, por grande que sea, de buenos deseos en su imaginación y en sus afectos nos perjudicará, si logramos mantenerlos fuera de su voluntad. Como dijo uno de los humanos, los hábitos activos se refuerzan por la repetición, pero los pasivos se debilitan. Cuanto más a menudo sienta sin actuar, — 168 — — 169 — menos capaz será de llegar a actuar alguna vez y, a la larga, menos capaz será de sentir. »Los cristianos describen al Enemigo como aquel 'sin quien nada es fuerte'. Y la Nada es muy fuerte: lo suficiente como para privarle a un hombre de sus mejores años, y no cometiendo dulces pecados, sino en una mortecina vacilación de la mente sobre no sabe qué ni por qué, en la satisfacción de curiosidades tan débiles que el hombre sólo es medio consciente de ellas, o en el largo y oscuro laberinto de unos ensueños que ni siquiera tienen lujuria o ambición para darles sabor, pero que, una vez iniciados por una asociación de ideas puramente casual, no pueden evitarse, pues la criatura está demasiado débil o aturdida como para librarse de ellos. »Dirás que son pecadillos y, sin duda, como todos los tentadores jóvenes, estarás deseando poder dar cuenta de maldades espectaculares. Pero, recuérdalo bien, lo único que de verdad importa es en qué medida apartas al hombre del Enemigo. No importa lo leves que puedan ser sus faltas, con tal de que su efecto acumulativo sea empujar al hombre lejos de la Luz y hacia el interior de la Nada. De hecho, el camino más seguro hacia el Infierno es el gradual: la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros bruscos, sin mojones, sin señalizaciones. »Tu cariñoso tío...» no hubiera recordado, rápidamente se habrían olvidado, oscurecidos incluso por cualquier experiencia dolorosa. »Esta revisión diaria es un ejercicio de 'alabanza, reverencia y servicio de Dios'. Después de haber recordado los acontecimientos a los que estás agradecido, da gracias y bendice a Dios por ellos. »2. Recuerda tus sentimientos y estados de ánimo, señalando, si es posible, quién los ocasionó, pero sin emitir juicio alguno. Permanece con Jesús a medida que te vas haciendo consciente de tus sentimientos. No los analices; contémplalos en la presencia de Jesús y deja que él te enseñe cuál es su lugar en ti y dónde no le has dejado estar. Dale gracias por las veces que él ha estado presente en ti y pídele perdón por aquellas otras veces que le has negado la entrada. »Todo el ejercicio no debe durar más de quince minutos. Con su práctica podrás ser cada vez más sensible a la acción y presencia de Dios en tu vida. Te darás cuenta de que te está haciendo más capaz de amar, de ser más pacífico, de tener menos prisa, de ser menos suspicaz, de ser capaz de interesarte por las personas que te ponían nervioso; quizá tengas menos miedo a lo que los demás puedan pensar de ti y seas más libre para ser tú mismo» (G.W. HUGHES). D) CELEBRAR LO VIVIDO (C.S. LEWIS) 4. Un instrumento para la lucidez: el examen «Después de recordar lo que vas a hacer, durante algunos segundos, le pides a Dios que todo tu ser se oriente a alabarle y permanecer en su servicio. Cuatro posibles celebraciones: 1. Poner levadura en un plato, leer el texto de Marcos 8,14-21 sobre la necesidad de abrir los ojos y guardarse de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes. Después de un tiempo de silencio, compartir lo que es para cada uno esa «levadura negativa» que fermenta secretamente nuestra masa en dirección contraria al Evangelio. »1. Deja que tu mente recorra los acontecimientos del día, sin juzgarlos, sin alabarlos, sin rechazarlos. Al hacer esto, generalmente uno se sorprende del número y variedad de buenos momentos del día que, si de una manera deliberada 2. Extender tierra en el centro de la sala, leer la parábola del sembrador (Me 4,13-30) y compartir qué abrojos o zarzas ha descubierto cada uno amenazando ahogar la semilla en su tierra... — 170- — 171 — 3. Poner en el centro de la sala un recipiente lleno de agua y leer entre varios (narrador, ciego, Jesús, fariseos, gente...) en Jn 9,1-30 la curación del ciego de nacimiento. Después de un silencio, cada uno se va levantando y le pide a otro que se acerque con él al agua y le lave los ojos. 13 Entrar en la lógica de la desmesura 4. Atar en cada asiento un cordel fino lo bastante largo como para poder atarse con él la mano. Poner en el suelo un cartel con esta frase de San Juan de la Cruz: «Basta un hilo delgado para tener asido al pájaro», y esta otra de san Ignacio: «El enemigo echa redes y cadenas...» En un tiempo de silencio, preguntarse: ¿Qué está impidiendo en la práctica que mis deseos de seguimiento no se realicen? ¿En qué he descubierto que me engaño? Se expresa en forma de oración de súplica el deseo de ser liberado de esas ataduras y se ayuda a desatar al de al lado. Terminar leyendo juntos esta oración, inspirada en el Salmo 124: «Ven a estar junto a nosotros, Señor, ven a estar a favor nuestro, porque nos sentimos amenazados por el engaño, porque nos sabemos envueltos en mil redes, porque estamos atrapados en nuestras incoherencias. Bendito seas por tu voluntad de hacernos libres, bendito seas porque quieres que escapemos, como un pájaro, del lazo que nos han tendido, de la red que nos impide caminar contigo, de las cadenas que nos amarran a nuestro egoísmo. Rompe nuestras ataduras y condúcenos a la libertad: la libertad que viene de la pobreza, y del servicio, y del amor solidario. No tenemos más auxilio que tu Nombre, Señor, tú que has hecho el cielo y la tierra, tú que nos llamas a construir contigo una nueva tierra de hombres y mujeres libres». — 172 — A) PÓRTICO DE ENTRADA A todos nos han conmovido y llenado de admiración alguna vez los gestos o el comportamiento de algunas personas que han ido más allá de lo razonable, de lo «lógico», de lo humanamente exigible: han arriesgado su vida por otros; han permanecido junto a los que estaban en situaciones de alto riesgo; no se han tenido en cuenta a sí mismos y, sin calcular ni medir, han entregado lo que eran y tenían; y, como consecuencia, han arriesgado su propia vida hasta perderla. Son conductas que a los ojos de muchos resultan insensatas, como lo expresa este poema sufí: «Ellos me dijeron: 'Te has vuelto loco a causa de Aquel a quien amas'. Yo les contesté: 'El sabor de la vida es sólo para los locos'». Los que llamamos «santos» han sido siempre hombres y mujeres que se han dejado llevar por esa lógica que nace del amor, que deja atrás cálculos y medidas y se adentra en el seguimiento. En determinados momentos, también nosotros habremos sentido un impulso que nos empujaba a comportarnos así, a romper límites y a movernos por las razones indeducibles del amor. Y, aunque no estemos establemente ahí, sabemos experiencialmente de qué se trata. — 173 — Los iconos de desmesura de hoy van a acompañarnos a la hora de «rondar» esa actitud, que es como una montaña que admiramos desde la falda y que vamos a contemplar primero desde su «cara norte»: algunos iconos de cálculo que se quedaron «más acá», que no se atrevieron a transgredir límites, que decidieron permanecer en lo razonable, lo sensato, lo «lógico» y, desde ahí, calificaron como una locura lo contrario. Después la miraremos desde su «cara sur»: personajes que se atrevieron a cruzar esa frontera y se han convertido en indicadores de camino. Finalmente, nos acercaremos al icono de Jesús haciendo el total derroche de la Eucaristía. B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN Y se dio la vuelta, lejos de la inseguridad de una vida a la intemperie junto a Jesús. Pero todo aquello que no se decidió a dejar no pudo protegerle de la tristeza... «Jesús dijo a Nicodemo: 'Yo te aseguro: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede ver el Reino de Dios'. Respondió Nicodemo: '¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede entrar otra vez en el seno de su madre y volver a nacer?'...» (Jn 3,3-4). Y el escepticismo amenazó con retenerle del lado del sentido común, de lo inmóvil, de lo viejo, de quienes temen emprender la aventura de renacer dejándose arrastrar por la novedad del Espíritu... 1. «Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: 'Venid, que ya está todo preparado'. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: 'He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego que me disculpes'. Otro dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos; te ruego me disculpes'. Otro dijo: 'Me he casado, y por eso no puedo ir'...» (Le 14,15-20). Y se quedaron en sus pequeñas satisfacciones cotidianas, sin decidirse a aceptar aquel banquete que les habría hecho entrar en la alegría de Dios... «Jesús fijando en el joven sus ojos, le amó y le dijo: 'Una cosa te falta: vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sigúeme'. Pero él, ante estas palabras, se entristeció y se marchó apenado, porque tenía muchos bienes» (Me 10,20-22). — 174 — «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer le está tocando, que es una pecadora» (Le 7,39). «Había allí algunos que se decían entre sí, indignados: '¿A qué viene este derroche de perfume?'...» (Me 14,3-4). «Dijo a sus discípulos: 'El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán, y al tercer día resucitará'. Pero ellos no entendían lo que les decía y tenían miedo de preguntarle» (Me 9,31-32). Y la costumbre de medirlo todo, de calcularlo todo, les impidió entender los gestos de quienes habían decidido llegar más allá en el amor... * Acércate a Jesús desde la actitud de cualquiera de esos personajes, la que reconozcas más cercana a la tuya. Pídele que te ayude a salir de tu mediocridad, que te familiarice con esos adverbios «tan suyos y de su gente» como más o demasiado. — 175 — 2. «Jesús se sentó frente al arca del tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Templo; muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte de un as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: 'Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del tesoro. Porque todos han echado de lo que les sobraba, y ella, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir'» (Me 12,41-44). «Una mujer pecadora, enterada de que estaba en casa del fariseo, acudió con un frasco de perfume de mirra, se colocó detrás, a sus pies, y llorando se puso a bañarle los pies con sus lágrimas y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con la mirra». cada uno de los personajes, pregúntales por sus sentimientos, pídeles que te cuenten cuál fue el camino que les llevó a ser y actuar de ese m o d o ; déjate seducir por su talante vital. * Dirige también tu mirada a tanta gente que hoy sigue viviendo así en tantos lugares del m u n d o , incluso muy cerca de t i . Alégrate de ello, felicítalos desde lo más profundo de tu corazón. Siente orgullo de pertenecer a una humanidad y a una Iglesia en la que muchos hombres y mujeres viven fuera de sí mismos para entregarse a otros y siguen siendo capaces de traspasar límites. * Acércate después a Jesús sintiéndote, como dice la Carta a los Hebreos, «rodeado por tan gran nube de testigos, sacudiendo todo lastre, corriendo con fortaleza la prueba que se te propone, con la mirada fija en el que guía y consuma tu fe» (Heb 12,1-2). «Estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer con un frasco de alabastro de perfume de nardo puro, de mucho precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza» (Me 14,3-9). 3. El gran icono de la desmesura es Jesús, y vamos a contemplarlo «haciendo eucaristía» y siéndolo: creando inclusión y comunidad, alegría, convivialidad y fiesta; saciando hambres, inaugurando una manera nueva de vivir, en la que el modelo no es el acumular, sino el compartir; no el retener, sino el entregar y derrochar... «Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: 'Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres y, si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces más'» (Le 19,8). La Eucaristía no nació en la última cena, sino que Jesús fue gestándola y preparándola a lo largo de toda su vida, a través de sus palabras, gestos, encuentros y actitudes: «Cuando Simón Pedro oyó 'es el Señor', se ciñó la túnica, pues no llevaba otra cosa, y se lanzó al mar...» (Jn 21,7). * Trata de conocer internamente a qué actitud profunda responden esos gestos, de qué manantial secreto de urgencia agradecida, de generosidad, de derroche, de despreocupación por sí mismos, han brotado. Dialoga con — 176 — — Su deseo de dar vida: «He venido a que tengan vida, y vida en abundancia» (Jn 10,10). «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí no tendrá hambre, y el que crea en mí no tendrá nunca sed» (Jn 6,35). — 177 — — Su compasión por el hambre de la gente: «Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: '¿Cómo vamos a comprar pan para que coman éstos?' Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. [...] 'Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto para tantos?' Dijo Jesús: 'Haced sentar a la gente'. Había en el lugar mucha hierba. Se sentaron en número de cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados, y lo mismo todo lo que quisieron de los peces...» (Jn 6,5-11). — Sus gestos de incluir, atraer, reunir, de romper con cualquier forma de exclusión al sentarse a la mesa con la gente más «perdida»: «Estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publícanos y pecadores se encontraban a la mesa con Jesús y sus discípulos» (Me 2,15). «Los escribas murmuraban: 'Éste acoge a los pecadores y come con ellos'...» (Le 15,2). — Su oferta de comunión y de intimidad: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él...» (Jn 6,56). — Su conciencia de estar dando plenitud a la tradición del Dios que da de comer a su pueblo en el desierto: «Os lo aseguro: Moisés no os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo..., no como el que comieron vuestros padres y murieron, sino que el que coma de este pan vivirá eternamente» (Jn 6,56-58). — Su interpretación de tantas dimensiones de la vida del Reino (la voluntad del Padre, su palabra, su llamada, su don, — 178 — sus promesas...; las relaciones humanas, la justicia...) en clave de alimento, banquete, pan, saciedad... «Yo tengo un alimento que vosotros no sabéis: mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado...» (Jn 4,32-34). «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). «El rey envió a sus siervos llamando a los invitados: 'Mirad, mi banquete está ya preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid'...» (Mt 22,4). «¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? [...] ¡Cuánto más vuestro Padre dará cosas buenas a los que se las pidan...!» (Mt 7,9.11). «Dichosos los siervos a los que su señor, al llegar, los encuentre velando; yo os aseguro que se pondrá el delantal, les hará sentarse a la mesa y, yendo de uno en uno, les servirá» (Le 12,37). «Era un hombre rico que celebraba cada día espléndidas fiestas; y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su puerta cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico...» (Le 16,19-20). — La interpretación de su propia vida en clave de servicio y de entrega de la vida (cf. Me 10,45), que culmina en el lavatorio de los pies (Jn 13,1-15). * Entra en Betania, en casa de Marta, María y Lázaro, y mira la escena: María rompe el frasco de perfume de nardo puro y unge los pies de Jesús. Trata de entrar en los sentimientos de Jesús, en su defensa apasionada del gesto de María, como lo había hecho con la mujer que le ungió en casa del fariseo (cf. Le 7,36-50). Quizá es porque ha encontrado en ellos amor exagerado, ruptura, vaciamien- — 179 — t o . . . : la misma «inspiración» que va a llevarle a él a tomar el pan, romperlo y decir: «Ésta es mi vida que se entrega por vosotros...» C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA Deja que tu corazón desborde de agradecimiento y de alegría por el regalo de la Eucaristía, por el proyecto de humanidad reconciliada y fraterna que encierra. Habla con Jesús de tu deseo de entrar en su «proyecto eucarístico», de vivir así «en memoria suya»... «Celebrar unos votos dentro de una Eucaristía es muy propio. Jesús, con la seriedad de sus palabras de ofrecimiento, transformó su cuerpo en cuerpo de sacrificio, de vida y de presencia. Vosotros tatuaréis y transformaréis vuestros cuerpos en una Eucaristía, larga como vuestra vida, por la seriedad de las palabras que vais a pronunciar; ofrecéis 'vuestra existencia como sacrificio vivo, agradable, consagrado a Dios; como culto auténtico que no se amolda a este mundo' (Rom 12, 1-2). * Entra en la «habitación de arriba» de la casa en la que Jesús está reunido con sus discípulos para comer j u n tos la cena de Pascua. Lucas dice que también allí discutían sobre cuál de ellos era el de mayor categoría (Le 22,24-27); y sabemos por el evangelio de Juan que Jesús realiza un gesto silencioso, como los que hacían los Profetas cuando recurrían a acciones simbólicas al ver cómo sus palabras no eran escuchadas. Contempla a Jesús levantándose, quitándose el manto, ciñéndose la toalla, tomando la jarra y la jofaina y poniéndose de rodillas delante de cada uno de los discípulos para lavarles los pies. Es su manera de estar ante «lo sucio» de los otros, ante sus defectos, sus fallos, sus pecados... Todo eso que a nosotros nos lleva a juzgar con severidad, a criticar, a distanciarnos..., a él le impulsa a acercarse, a ponerse de rodillas para lavarlo y devolver al otro la posibilidad de continuar caminando. Escucha su diálogo con Pedro, que se resiste — c o m o t ú , como casi todos nosotros— a entrar en ese «juego del Evangelio» en el que t o d o es al revés: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo...» Graba en tu corazón esta ley del Reino: sólo «tiene parte con Jesús» el que se pone de rodillas a su lado para lavar los pies de los más pequeños. 1. Homilía en una eucaristía de votos «Vuestro acto de hoy es desmesurado y excéntrico: Desmesurado, porque alzaros desde la fragilidad de vuestro instante de votos, cruzando y transformando todos los instantes de vuestra vida, venturosos o afligidos, hasta hincar vuestro dardo en la misma eternidad, es mucha pretensión y osadía. Todo vuestro tiempo queda ya transfigurado por esta 'pequeña colina, alegría de toda vuestra vida' (cf. Salmo 48,3). «Desmesurado lo es también por el tamaño y grandeza del Otro al que os ofrecéis y con el que vinculáis vuestra minusculez. El innombrable, el que hablaba con su amigo Moisés como un amigo habla a otro amigo, pero al que también decía: 'Verás mi espalda, pero mi rostro no» (Ex. 33,23)..., ¡ese es vuestro amigo! Ciertamente se ve que 'esa fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de vosotros, vasijas de barro' (2 Cor 4.7). «Desmesurado por el impacto revolucionario en cada línea de vuestro psiquismo y de vuestra estructuración más íntima. Desmanteláis con este acto único los móviles humanos, y muchas veces legítimos, de gran parte de la humanidad. Pídele al Padre, y luego a María, que «te pongan con su Hijo» precisamente ahí... — el afán de dinero y de extenderos espacialmente, en fincas y posesiones, lo ceñís en la estrechez de la pobreza; — 180 — — 181 — — el afán de fama y de prolongación en el tiempo, a través de la estirpe de los hijos en el amor, lo mutiláis en la celda desconocida de vuestra castidad; — el deseo de libertad, núcleo para muchos de aventuras y conquistas, de empresas y de revoluciones, de protestas autoafirmativas, lo inclináis bajo el yugo de la obediencia. »Y también, como os decía, vuestro acto es excéntrico; excéntrico en el sentido literal de la palabra: por la llamada de Otro, emigráis de 'vuestro propio amor, querer e interesse' (EE 189) rompiendo vuestras pequeñas cuentas y alcabalas para adentraros en la voluntad de un Dios que invita a desiertos desconocidos y a lejanas tierras de promesa. «Excéntrico también porque todos vuestros caudales se exportan hoy al extranjero del servicio a los demás. Los consejos evangélicos os sitúan en la gratuidad del servicio. Ya iréis viendo cómo vuestro tiempo es asaltado por las necesidades y urgencias de los demás. Los consejos evangélicos os van a ir haciendo avanzar cada día en una muerte cada vez más radical, hasta estar unidos totalmente con Cristo y participar también de su propia libertad de estar —como él— al servicio de todos los que os necesiten, 'sin encontrar' —como él— 'tiempo ni para comer' (Me 6,31). »Los votos, atándonos, nos hacen libres; paseando su muerte (2 Cor 4,10), nos hacen vivos y fuentes de vida: ocultándonos, nos hacen transparentarle a él en nuestra carne mortal. »Todavía más excéntrica es vuestra opción porque se va al mismo margen de los hombres. Vuestro texto de Is 61 no os lleva a los ojos bonitos, sino a los ciegos; no a las zonas de luz, sino a los rincones de oscuridad; no a las calles céntricas, sino a las mazmorras de cárceles y tugurios. »Y, por fin, clamorosamente excéntricos sois, y contraculturalmente situados para siempre, en la risa de una virginidad increíble y ridicula; en la pobreza sin bonos ni cuentas; en la obediencia digna de lástima y compasión. ¡Estáis anticuados, pasados de moda! — 182 — »Y, sin embargo, a vosotros, y todavía más a nosotros, más calvos, más canosos o más gordos, nos llena de inmensa alegría esta desmesura y excentricidad. Y ello, porque sabemos cálidamente que vivimos un don que no se debe a que seamos más lúcidos, más heroicos ni de más briosos músculos que nuestros coetáneos, sino que se debe únicamente al hecho de que él nos ha escogido (Jn 15,16), desde su corazón compadecido por los gritos del pueblo, como a Moisés (Ex 3), o por las densas oscuridades del pueblo, del 'quién irá por mí' de Isaías (Is 6,8), o del espectáculo lastimoso de los derrengados, que no aguanta su corazón y que os une a los Doce (Mt 9,36ss). Esa es y será vuestra alegría: vuestra vida desmesurada y excéntrica va a hacer presente en el mundo su enorme bondad para todos los hombres. Lo cual, eso sí, nos obliga a no confundir nuestro activismo incansable con la acción de Dios. Toda vuestra y nuestra fecundidad, como lo dicen las Constituciones [671], es fruto de la hondura y estrechez de nuestra unión con Dios, del contacto con la 'Suma Bondad de Dios, por el mesmo amor que della descenderá y se estenderá a todos los próximos'. »Pedimos a Dios que aumente los quilates de vuestra y nuestra entrega, al modo de nuestra Madre del 'he aquí la esclava del Señor', para que demos al mundo, como ella, el fruto de su Espíritu (Is 42), que no vocea ni clama, sino que es 'alianza del pueblo y luz de las naciones' (Is 42,6)» (J.M. FERNÁNDEZ MARTOS). D) CELEBRAR LO VIVIDO 1. Se ambienta la sala poniendo sobre una mesa baja, cubierta con mantel, un pan grande y una copa de vino. Se puede empezar cantando «Alrededor de tu mesa», «Hemos venido a este lugar...» o algún otro canto de Eucaristía; a continuación, alguien lee la narración de la Cena: «Yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó un pan, dando gracias lo partió y — 183 — dijo: 'Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía'. Lo mismo, después de cenar, tomó la copa y dijo: 'Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre. Haced esto, cada vez que la bebáis, en memoria mía'» (1 Cor 11,23-26). 14 Permanecer junto al que llegó hasta el final en el amor En silencio, se va pasando el pan, y cada uno toma un trozo y lo conserva en su mano. El que anima la celebración invita a tomar conciencia de la posesividad con que nuestras manos tratan de retener lo que poseen, simbolizado en el trozo de pan, y a hacer el gesto de cerrarlas con fuerza, como para guardarlo y protegerlo. Invita después a irlas abriendo muy lentamente, hasta llegar a hacer el gesto de ofrecer, de estar disponible y abierto. Se motiva luego el pronunciar la bendición, y cada uno puede expresar la alabanza y la acción de gracias hacia la que se sienta movido. El gesto de partir, si se hace muy despacio y esperando a que nazca de dentro a fuera, puede ayudar a caer en la cuenta de cómo el pan «se resiste» a dejarse partir, cómo cruje y se rompe la corteza, cómo cuesta que se separe un trozo de otro. Se invita a expresar las rupturas que vive cada uno y a recordar y hacer presentes las de tanta gente «rota»... Finalmente, se comparte el pan con los de cerca, se pasa la copa de vino y se termina con un cántico. Si se quiere hacer más larga, se pueden ir leyendo, con el pan en la mano, algunos textos seleccionados del discurso de la cena (Jn 14-16). 2. Otra celebración posible: ambientar la sala poniendo un jarro volcado en el suelo, y leer después Flp 2,5-11. — 184 — A) PÓRTICO DE ENTRADA La reacción humana ante el gozo es la de retenerlo y prolongarlo: «¡Hagamos tres tiendas...!», era el deseo de Pedro en la transfiguración (Me 9,5). En cambio, ante el sufrimiento, tanto el propio como el de alguien a quien amamos, nuestra tendencia es la de huir, escapar como sea, desentendernos, comportarnos como «enemigos de la cruz de Cristo» (Gal 3,18). Seguramente podríamos encontrarnos reflejados en los iconos de huida: los discípulos resistiéndose a entender que Jesús vaya a sufrir y que suba a Jerusalén (Me 9,32), durmiéndose en Getsemaní como recurso más o menos consciente para desentenderse y evadirse (Me 14,37), o huyendo en el momento del prendimiento (Me 14,50); Pedro tratando de convencer a Jesús de que se aleje de ese camino (Me 8, 31-32) y negándole después (Me 14,66-72). Por eso Jesús habla tantas veces de «permanecer»: «Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas» (Le 22,28). «Permaneced aquí y velad conmigo»(Mt 26,38). «Permaneced en mi amor...» (Jn 15,4.7.9.10). — 185 — Y esa actitud es la que revela que el verdadero discípulo permanece junto al Maestro en el momento de la prueba más dura: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, viendo a su madre, y al lado al discípulo predilecto...» (Jn 19,25-26). «Estaban allí mirando a distancia unas mujeres, entre ellas María Magdalena, María, madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, las cuales, cuando estaba en Galilea, lo habían seguido y servido; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén» (Me 15,40-41). Ante la imagen desfigurada del Siervo sufriente (Is 52,13 - 53,12), la reacción de muchos era la de «espantarse», «despreciarle», «evitarle», «taparse la cara»... Pablo se asombraba de que alguien pudiera quedar «fascinado» por algo diferente del Crucificado: «¡Gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado, después de que ante vuestros ojos fue presentado Cristo crucificado?» (Gal 3,1). En cambio, los iconos de permanencia mantuvieron fija una mirada que les permitía adentrarse en el misterio. Su permanecer era la etapa final de su seguimiento y, como en el relato de Bartimeo, su ver era sinónimo de su creer (cf. Me 14,54). Al acercarnos a la pasión de Jesús, quizá no alcancemos a hacer nada más que esto: quedarnos junto a él («quebranto con Cristo quebrantado...» nos invita a pedir san Ignacio), mirarle, permanecer a su lado pobre y silenciosamente. B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN 1. «Dijeron los impíos: 'Atropellemos al justo que es pobre, [...] pues lo débil, es claro, no sirve para nada. — 186 — Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, declara que conoce a Dios y dice que él es hijo del Señor; se ha vuelto acusador de nuestras convicciones, sólo verlo da grima [...] Vamos a comprobar la autenticidad de sus palabras observando el desenlace de su vida: si el justo ese es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo arrancará de las manos de sus enemigos. Lo someteremos a tormentos despiadados para apreciar su paciencia y comprobar su temple; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien mira por él...'» (Sab 2,10-20). * Ponte junto a Jesús en la cruz para comprobar cómo su muerte verifica la autenticidad de sus palabras: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los que ama» (Jn 15,13). «El buen pastor da su vida por sus ovejas» (Jn 10,11). «El Hijo del hombre ha venido para servir y dar la vida en rescate por todos» (Me 10,45). «Os aseguro que, si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda él solo; pero, si muere, da mucho fruto. Quien tiene apego a su propia existencia, la pierde; quien desprecia la propia existencia en el mundo, la conserva para una vida sin término» (Jn 12,24-25). «Ahora me siento agitado: ¿le pido al Padre que me saque de esta hora? ¡Pero si para esto he — 187 — venido, para esta hora! ¡Padre, manifiesta tu gloria!» (Jn 10,11). «Así pues, nosotros, rodeados de una nube tan densa de testigos, desprendámonos de cualquier carga y del pecado que nos asedia; corramos con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos en el que inició y consumó la fe, en Jesús. El cual, por la dicha que le esperaba, sufrió la cruz, despreció la humillación y se ha sentado a la diestra del trono de Dios» (Heb 12,1-2). «El Padre me ama porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; la doy yo voluntariamente» (Jn 10,17). * Deja que fluyan de ti el agradecimiento, el asombro y ese sentimiento al que nos invita la liturgia del Jueves Santo: «Nosotros debemos gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos alcanzado la salvación y la libertad». 2. * Trasládate mentalmente a algún lugar d o n d e se condense mucho dolor h u m a n o : un hospital, una cárcel, un campo de refugiados... Siéntate en algún rincón y, desde ahí, lee pausadamente la narración de la pasión de Jesús según Marcos (13,32 - 15,47). * Fija tu mirada en Jesús en la cruz: él es, según la expresión de Hebreos, el «guía» o «conductor», es decir, el que va delante de t i , el que te precede en el camino y te conduce en medio de la oscuridad y las dudas de tu fe. Es también el que la perfecciona y la lleva a t é r m i n o ; el que te enseña desde la cruz a ir más allá de todas las negatividades y de todas las noches; el que pone su propia fe como roca bajo tus pies para q u e , apoyándote ahí, te atrevas a confiar incondicionalmente en las manos del Padre y abandones tu vida en ellas. 3. * Ponte junto a Jesús en la cruz y escucha cómo interpretó él mismo ese m o m e n t o : «La mujer, cuando da a luz, está triste porque le ha llegado su hora; pero cuando le nace el niño, ya no se acuerda del aprieto, por el gozo de que haya nacido una nueva criatura en el mundo...»(Jn 16,21). * Pídele que te ayude a ti y a todos a encarar el dolor de una manera nueva; deja que tus preguntas sobre el misterio del mal escuchen ahí una Palabra de vida: existe un sufrimiento que es f e c u n d o ; el dolor puede ser un tránsito hacia la vida y hacia la plenitud total del gozo. Pídele la gracia de saber reconocer también «tu hora» y, como la mujer en el parto, atravesar el umbral del dolor para dejar nacer la Vida. 4. El autor de la Carta a los Hebreos nos exhorta: 188 — Repite una y otra vez con é l : «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu...» 5. «Junto a la cruz de Jesús estaba su madre...» (Jn 19,25). * Ponte junto a María al pie de la cruz y pídele que te enseñe a permanecer como ella j u n t o a su Hijo y j u n t o a todos aquellos que hoy siguen en la cruz. Escucha las palabras de Jesús: «Mujer, ahí tienes a tu h i j o ; AHÍ TIENES A TU MADRE». Deja que ella ejerza esa nueva responsabilidad sobre t i , y piensa qué puede significar en tu vida hacer como el discípulo que «se la llevó a su casa». — 189 — C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA «Sus heridas nos curaron» Relectura del cuarto canto del Siervo de Yahvé En el libro del Segundo Isaías (Is 40-55) aparecen cuatro cantos que hablan de un personaje misterioso, al que llaman «Siervo». Según los tres primeros (Is 42,1-9; 49,1-13; 50, 4-9), es alguien que vive una particular calidad de relación con Dios y con el pueblo. Debe llevar a cabo lo que Dios le confía: proclamar alegremente una buena noticia, «palabra de aliento al abatido»; reunir a los dispersos de Jacob; irradiar una justicia más vivida en su persona que anunciada. Por eso compromete en ello sus palabras, sus actitudes y sus acciones: ésa será su manera de conseguir reagrupar al pueblo del Señor y llegar a ser luz de las naciones. 1. Leer el texto Vamos a hacer una lectura pausada del cuarto canto (Is 52,13 - 53,12) utilizando como criterio de separación de párrafos el de quiénes van tomando sucesivamente la palabra. a) Comienza hablando Dios con una llamada de atención hacia su siervo. Anuncia la exaltación de un personaje desfigurado que va a causar asombro y estupefacción: «Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque, desfigurado, no parecía hombre ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos; ante él, los reyes cerrarán la boca al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito» (52,13-15). b) A continuación toma la palabra un «nosotros» coral que va describiendo primero los aspectos más exteriores del — 190 — Siervo, pasando después a una reflexión más profunda sobre el significado de su sufrimiento: ellos mismos están implicados en el dolor del Siervo. «¿Quién se creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida; no tenía figura ni belleza que atrajera nuestras miradas. Despreciado y evitado de la gente, un nombre hecho a sufrir, acostumbrado al dolor; al verlo se tapaban la cara; despreciado, lo tuvimos por nada; a él, que soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido. Él, en cambio, fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Sobre él descargó el castigo que nos sana, y con sus cicatrices nos hemos curado» (53,1-5) c) A partir del v. 7, y hasta el 10, desaparecerá el «nosotros», y el desconocido que habla ahora no se va a fijar en el beneficio producido, sino en las actitudes del Siervo, en su manera de vivenciar internamente los acontecimientos: «Todos errábamos como ovejas, cada uno por su lado, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, se humillaba, no abría la boca; como cordero llevado al matadero. — 191 — como oveja muda ante el esquilador, no abría la boca. Sin arresto, sin proceso, lo quitaron de en medio; ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento; si entrega su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años, y por su medio triunfará el plan del Señor» (53,6-10) d) En los dos últimos versos, es el Señor quien toma de nuevo la palabra para descifrar el sentido de la existencia de su Siervo: «Por los trabajos soportados verá la luz, se saciará de saber; mi siervo ¡nocente justificará a todos, porque cargó con sus crímenes. Por eso le asignaré una porción entre los grandes, y repartirá botín con los poderosos: porque vació su vida hasta la muerte y fue contado entre los pecadores, cargó con el pecado de todos e intercedió por los pecadores» (53,11-12). 2. Obedecer a la Palabra Una manera de hacerlo es tratar de entrar en su movimiento y dejarnos conducir en las direcciones hacia las que señala: — 192 — — Más abajo del parecer En el texto encontramos una insistencia clara en la dimensión de revelación: aparecen dos planos, dos niveles en la relación con el Siervo, en cuanto a su condición de «hombre de dolores»: uno de ellos es el de la apariencia, que provoca repulsión y rechazo; el de su carencias de belleza y de aspecto humano, que es causa de espanto y distanciamiento. La consecuencia de verle tan hundido por el dolor es juzgarle de un modo severo que no hace sino seguir la doctrina tradicional: es alguien herido por Dios y, por lo tanto, castigado. Se le puede despreciar y evitar. Pero, a lo largo del discurso, se produce el descenso al nivel de la realidad que se ocultaba debajo de las apariencias: eso que soporta son «nuestros sufrimientos»; eso que aguanta son dolores nuestros; ese castigo que ha caído sobre él lo merecíamos nosotros, son nuestros pecados los que pesan sobre él. Se ha producido una revelación, y la repulsión ha dejado paso a la atracción; la desfiguración se ha convertido en transfiguración. Se confiesa algo insólito y heterodoxo y que rompe con la teología imperante: a pesar de su quebrantamiento, Dios estaba de su parte; y eso quiere decir algo tan revolucionario como que la fidelidad y la elección de Dios no se rompen con el sufrimiento, y que la bendición no implica necesariamente una vida feliz. Obedecer a la Palabra será, según esto, aceptar nuestra incapacidad para relacionarnos acertadamente con el sufrimiento, nuestra necesidad absoluta de acoger una desvelación de su misterio. Y sospechar que, sin ella, lo más probable es que nos equivoquemos también al mirar en dirección a los que son sus víctimas. Tenemos muchas formas, más o menos sutiles, de convertirnos en expertos en evasión y desentendimiento, de ocultar el rostro ante ellos, de evitarlos, despreciarlos y justificar teológica (o económica, o socialmente) su situación. — 193 — Por eso, ser amigos del Siervo y de los que hoy lo prolongan exige llegar a ver en ellos las consecuencias de nuestro pecado: de nuestra injusticia, de nuestra inconsciencia, de nuestra cobardía, de nuestro nivel de vida... Necesitamos tener el oído abierto de los discípulos para «creer en un anuncio», para escuchar el «mirad a mi Siervo» y dirigir nuestra mirada en la misma dirección que la suya, que es siempre hacia abajo, hacia las tierras áridas donde la vida humana está permanentemente amenazada. — Más cerca del conocer Una segunda revelación que nos ofrece el cuarto canto del Siervo es la de darnos a conocer la diferencia cualitativa que existe entre el bien y el mal. La persona gramatical oscila constantemente entre el plural y el singular; pasa de un «nosotros», de un colectivo que se reconoce pecador, culpable, merecedor de castigo, marchando «cada cual por su camino», a un «él» solitario, el Siervo, que carga con lo de los otros, soporta sus dolores, entrega su vida, intercede por ellos... Y el resultado final no es que se imponga la desgracia que merecen los numerosos culpables, cubriéndolo todo con la cantidad de su injusticia, sino que todo eso es superado, vencido, «rehabilitado», «justificado» por la calidad del bien de uno solo que es justo. La pregunta se presentía ya en las argumentaciones de Abraham a propósito de Sodoma y Gomorra en Gn 18, 16-33: «¿De verdad vas a aniquilar al justo con el malvado? ¡Lejos de ti hacer semejante cosa...!» que el mal, cualquiera que sea la cantidad de éste. Porque la justicia de Dios consiste precisamente en el perdón que se da a todos en razón de un inocente. Obedecer a la Palabra significaría, entonces, rechazar como peligrosa tentación los pesimismos, desalientos y desánimos que recubren de negatividad nuestra percepción de la realidad. Porque podemos llamar «realismo lúcido» al escepticismo hipercrítico que nos convierte en malos remedos del Qohélet, incapaces de descubrir lo que no sean los fallos y deficiencias de lo que tenemos delante, vaticinadores de fracasos, paralizadores de las iniciativas de otros, con la alabanza ahogada en la garganta por la amargura de la murmuración. Ser compañeros del Siervo implica mirar junto a él y desde él la realidad y reconocer su rostro en tantos rostros desfigurados; su entrega hasta la muerte en tantas vidas entregadas; su capacidad de cargar con lo de otros en tantos hombros que aún resisten. Toda esa justicia y esa inocencia están justificándonos, y nuestra humanidad sigue teniendo a Dios de su parte, porque en su Hijo está viendo la belleza de todos los que se le parecen y que son los que siguen curándonos con sus heridas. — Más allá del hacer Una tercera dirección hacia la que apunta el texto es hacia un deslizamiento del hacer al consentir, de la actividad a la pasividad, de la palabra al silencio. Allí la respuesta era que diez justos bastaban para salvar a la ciudad. Aquí se llega más lejos: un solo hombre basta para salvar a toda la humanidad; el bien pesa siempre más En los otros tres cantos, el Siervo es alguien activo que debe «dictar la ley a las naciones» (42,1); «hacer justicia lealmente, sin desmayar ni quebrarse, hasta implantar en la tierra el derecho» (42,4); tiene que «abrir los ojos de los ciegos, sacar del calabozo al preso, y de la cárcel a los que viven en tinieblas» (42,7); aunque en medio de dificultades, siente que Yahvé le ayuda y que nadie puede condenarle (50,8-9)... — 194 — — 195 — Lo que en el fondo se cuestiona es de qué parte está Dios con su justicia: ¿de la cantidad del mal o de la calidad del bien? Todo ha cambiado en el cuarto canto: aquí el Siervo ya no habla, ni proclama, ni consuela, ni anuncia, ni anima: el encargo que se le había confiado lo realiza «soportando», «aguantando», «cargando con», «traspasado y triturado»... A la palabra del que no quebraba la caña cascada ni apagaba el pábilo vacilante, ha sucedido el silencio total. «Lo que agrada el Señor» se cumple, pero no tanto por él cuanto en él mismo. Ya no actúa; sólo padece las acciones de otros. El «brazo del Señor», que debía operar un nuevo éxodo (40,10), interviene ahora en el destino misterioso del Siervo; la tierra desolada del desierto, que se iba a transformar en hontanar de agua (41,18), es ahora de donde sale él como una raicilla. En el siervo sufriente, la comunidad dispersada se deja reunir, y es ahora realmente cuando cumple el encargo que había recibido y se convierte en «luz de las naciones», porque les consigue la justificación. Obedecer a la Palabra sería aquí, en primer lugar, reconocer que tenemos mucha más facilidad para «actuar en cristiano» que para «padecer en cristiano», y que solemos reaccionar con estupor y rechazo cuando nos llega el momento (siempre prematuro, siempre a destiempo, casi nunca avisando...) de ser despojados, de fracasar, de dejar de ser fuertes, o imprescindibles, o sanos, o significativos... Son paisajes de nuestra trayectoria humana con los que casi nunca contamos, pero que siempre tenemos que atravesar; y la fecundidad del aguante silencioso del Siervo es una invitación a recorrerlos sin perder la esperanza ni el sentido. Ser discípulos del Siervo significa dedicar todas nuestras energías y nuestros recursos a la misma causa a la que él las dedicó, pero contando con que nuestra actividad tiene un «más allá». Y, cuando llegue ese tiempo, saber apoyar en él nuestra oscura certidumbre de que nos queda una palabra que decir también desde el silencio; de que podemos ganar cuando nos parece que estamos perdiéndolo todo; y de — 196 — que, cuando ya no tenemos fuerza para otras tareas, puede comenzar para nosotros el aprendizaje de la humilde fraternidad. — Más adentro en el compadecer Finalmente, un último movimiento del texto orienta nuestra obediencia en dirección al camino que ha conducido al Siervo a la glorificación. Desde el comienzo se anuncia el triunfo de alguien en quien se da algo «inenarrable e inaudito», algo que consigue enmudecer y asombrar a todos. La mirada que, según la lógica humana, se dirige hacia arriba (¿no va a «subir» y a «crecer»?) es obligada a volverse hacia abajo, a ras de suelo, y contemplar la no-belleza, la no-apariencia, la no-figura. Pero la transfiguración no se opera en la apariencia externa, sino en el secreto que se descubre a partir de la actitud interior del Siervo: «vació su vida hasta la muerte» e «intercedió por los pecadores». La primera raíz hebrea empleada, 'RH, significa «desnudar vaciando». En Gn 24,20 es «vaciar un cántaro»: una imagen cercana a la de la sangre derramada. Paredozen («se entregó»), traducirán los LXX; ekenosen («se vació»), dirá Pablo en Flp 2,7. La segunda, PC, tiene el sentido de «encontrarse con alguien», «solicitar», «interceder», pero no tanto en la oración cuanto en un «hacer presión», «intervenir», «interponerse», como Moisés en la brecha en el Sal 106,23. Al final escuchamos, por tanto, lo que era inaudito; sólo al final se proclama lo inenarrable: alguien se ha identificado tanto con sus hermanos que ha vaciado su vida en la muerte por causa de ellos. Alguien se ha compadecido tanto de ellos y con ellos que ha cargado con todos sus pesos. Alguien los ha querido tanto que se ha interpuesto, se ha puesto en su lugar. Y tan poderosa es la fuerza de su solidaridad que, gracias a ella, los culpables quedan libres de su falta; los pecadores, — 197 — perdonados; los dispersos se reúnen; y los que juzgaban por apariencias ahora se acercan al Siervo, lo contemplan, reconocen su inocencia, descubren y confiesan lo que antes estaba oculto a sus ojos. Obedecer a la Palabra es, sobre todo, aceptar que la calidad de lo humano se mide por su capacidad de solidaridad. Que lo que hoy y siempre provoca asombro, arrastra y convence de alguien, no es su decir, ni su hacer, ni su emprender, ni su predicar, sino su disposición a vincular su vida a la de los otros, a hacerse cargo y encargarse y cargar con lo que les agobia y les pesa y les impide ser libres y felices. Hemos visto cómo en los que contemplan al Siervo se da un «descenso de nivel» en cuanto a su comprensión del significado de su prueba. Sólo en ese segundo momento llegan a entender que su disposición interna hacia ellos («se entregó», «intercedió», dice el texto; «solidaridad», traducimos nosotros), que antes no habían sido capaces de descubrir, era el elemento clave que lo explicaba todo. Podríamos decir que ése es el elemento unificador entre las etapas anteriores más «activas» de su misión y la que describe el cuarto canto. En éste, una de las dimensiones de su «aguante» consiste en permanecer fiel en su voluntad de vinculación y de servicio, incluso cuando lo más hondo de su actitud hacía los otros no es reconocido. Ser seguidores del Siervo puede hacernos capaces de soportar tiempos de «inclemencia relaciona!» o apostólica, etapas en las que resulta imposible entrar en comunicación con aquellos a los que estamos queriendo amar y servir, en las que no encontramos caminos para demostrar lo que nos da la seguridad de estar haciendo algo eficaz en su favor. La tentación es entonces el cansancio, la emigración interior, el recurso a la distancia o al endurecimiento, para evitar que nos alcance la herida de la incomprensión, de la indiferencia o del no aprecio. — 198 — Pero junto al Siervo aprendemos precisamente lo contrario: que el amor es fecundo también en sus fases de «latencia», y que es entonces cuando se enraiza y se cimenta y se verifica; que, aunque resulte una locura, hay que seguir intentando vivir abiertos y vulnerables; y que en ese querer, y esperar, y echar raíces en la voluntad de entrega, está el camino escondido por el que podemos llegar a «ver la luz», «saciarnos de conocimiento» y «llevar a término lo que el Señor quiere». Todo esto está fuera del alcance de nuestras fuerzas, pero Alguien lo ha vivido antes que nosotros. Y ahora toda la tarea y la canción de nuestra vida es responder a la gracia de estar llamados a ser amigos, compañeros, discípulos, seguidores del Siervo. D) CELEBRAR LO VIVIDO Poner en el suelo un crucifijo grande, rodeado de noticias de periódico que evoquen la pasión de Jesús continuada en el mundo. Se van leyendo a varias voces estos textos, todos ellos referidos al agua que evoca el texto de san Juan cuando dice que del costado de Jesús, atravesado por la lanza, «salió sangre y agua»: la sangre es la expresión de su amor hasta el extremo, un amor que no se detuvo ante la muerte; el agua representa el Espíritu, principio de vida, que nos transforma dándonos la capacidad de amar y hacernos hijos y hermanos. «El Señor dijo a Moisés: 'Pasa delante del pueblo, acompañado de las autoridades de Israel, empuña el bastón con que golpeaste el Nilo y camina; yo te espero allí, junto a la roca de Horeb. Golpea la roca, y saldrá agua para que beba el pueblo'» (Ex 17,5-6). «Sacaréis agua con gozo del manantial de la salvación» (Is 12,3). — 199 — «Del zaguán del templo manaba agua hacia levante. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar. Me sacó por la puerta septentrional y me llevó por fuera a la puerta que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho. El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia levante. Midió quinientos metros y me hizo atravesar las aguas: ¡agua hasta los tobillos! Midió otros quinientos y me hizo cruzar las aguas: ¡agua hasta las rodillas! Midió otros quinientos y me hizo pasar: ¡agua hasta la cintura! Midió otros quinientos: era un torrente que no pude cruzar, pues habían crecido las aguas y no se hacía pie; era un torrente que no se podía vadear. Me dijo entonces '¿Has visto, hijo de Adán?' A la vuelta, me condujo a la orilla del torrente. Al regresar, vi a la orilla del río una gran arboleda en sus dos márgenes. Me dijo: 'Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hacia la estepa, desembocarán en el mar de las aguas pútridas y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan, allí donde desemboque la corriente, tendrán vida, y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar, y habrá vida dondequiera que llegue la corriente. Se pondrán pescadores a su orilla: desde Engadí hasta Eglain habrá tendederos de redes; su pesca será tan abundante como la del Mediterráneo. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas, ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible, y sus hojas medicinales'» (Ez 47,1-12). — 200 — «Aquel día, sobre la dinastía davídica y los vecinos de Jerusalén, derramaré un espíritu de compunción y de pedir perdón. Al mirarme traspasado por ellos mismos, harán duelo como por un hijo único, llorarán como se llora a un primogénito. Aquel día se alumbrará un manantial contra los pecados e impurezas para la dinastía de David y los vecinos de Jerusalén. Aquel día brotará un manantial en Jerusalén: la mitad fluirá hacia el mar oriental, la otra mitad hacia el mar occidental; lo mismo en verano que en invierno. El Señor será rey de todo el mundo. Aquel día el Señor será único, y su nombre único» (Za 12,9-10; 13,1; 14,8-9). «El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso en pie y exclamó: 'Quien tenga sed, acuda a m i a beber: quien crea en mí. Así dice la Escritura: De sus entrañas manarán ríos de agua viva'. Se refería al Espíritu que habían de recibir los creyentes en él: todavía no se daba el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado» (Jn 7,37-40). «Jesús tomó el vinagre y dijo: 'Está acabado'. Inclinó la cabeza y entregó el espíritu. Era la víspera del sábado, el más solemne de todos; los judíos, para que los cadáveres no quedaran en la cruz el sábado, pidieron a Pilato que les quebrasen las piernas y los descolgasen. Fueron los soldados y quebraron las piernas a los dos crucificados con él. Al llegar a Jesús, viendo — 201 — que estaba muerto, no le quebraron las piernas; pero un soldado le abrió el costado de una lanzada. Al punto, brotó sangre y agua. El que lo vio lo atestigua, y su testimonio es fidedigno; sabe que dice la verdad, para que creáis vosotros. Esto sucedió de modo que se cumpliera la Escritura: 'No le quebraréis ni un hueso'; y otra Escritura dice: 'Mirarán al que traspasaron'» (Jn 19,30-37). 15 Dejarse encontrar por el Viviente Hacer después una adoración silenciosa de la cruz. A) PÓRTICO DE ENTRADA «Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios: hablad al corazón de Jerusalén y gritadle que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble castigo por sus pecados. Súbete a un monte elevado, alegre mensajero de Sión, alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas; di a las ciudades de Judá: '¡Aquí está vuestro Dios!»» (Is 40,1.9). El verbo «consolar» tiene en hebreo un sentido mucho más fuerte que en castellano: expresa, más que animar a alguien abatido, la acción eficaz de conseguir que desaparezcan los motivos de su abatimiento. San Ignacio dice que Jesús Resucitado hace con sus discípulos «el oficio de Consolador», y podemos releer desde esa clave los relatos de apariciones (Mt 28; Me 16; Le 24; — 202 — — 203 — Jn 20-21), en los que encontramos, como en esbozo, lo que es nuestra vida de fe. Cuando el Señor que vive no es el centro, la consecuencia es un «estado de indigencia» que se manifiesta en oscuridad, miedo y encerramiento, dudas y desconfianza, alejamiento de la comunidad y desencanto, búsqueda de un cadáver y lágrimas, dispersión y trabajo estéril... Pero el Resucitado se acerca como Presencia viva que da Vida: se deja ver, sale al paso, habla, interpela, corrige, anima, comunica paz y alegría...: da el Espíritu. Su manera de hacerse presente es personal, personalizante, identificadora: de nombre a nombre, suscitando recuerdos y experiencias comunes, haciendo vislumbrar proyectos de futuro, rehaciendo el yo filial y fraterno... Consigue construir una comunidad de salvación: los discípulos comen y oran juntos, trabajan, se alegran y descansan unidos. Y experimentan que el mal es vencido, que su vida se reorienta, que brota una existencia nueva, una re-creación, en la que son posibles el perdón, la conversión, la reconciliación, el gozo. Experimentan que son llamados y enviados a comunicar vida, a ser testigos, a hacer discípulos, a ser «cómplices» del Espíritu... Viven la certeza existencial de que el Crucificado es el Vencedor de la muerte; de que ha sido constituido Señor; de que la vida humana, aun en «fase precaria», se manifestará cuando el Resucitado enjugue todas las lágrimas1. B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN 1. Recorre algunos momentos más significativos de estos días de oración a la luz de la resurrección de Jesús: él ha buscado su moneda hasta encontrarla; se ha revelado como el Sa- 1. Muchas de estas reflexiones son de G. DE PABLOS. — 204 — maritano verdadero; nos ha descubierto dónde está la verdadera sabiduría y la vida verdadera; nos ha conducido hasta el secreto del triunfo del Siervo; ha puesto toda su corporalidad de Resucitado al servicio de la comunicación. Su vida, vaciada hasta la muerte, es ahora, en las manos del Padre, una nueva creación. * Detente allí d o n d e experimentes consolación y, si te ayuda, reza con Jesús Resucitado el capítulo 51 del Eclesiástico: «Te alabo, mi Dios y mi Salvador, te doy gracias, Dios de mi padre. Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has salvado de la muerte...», etc. 2. Reconoce en la trayectoria de los discípulos tu propia trayectoria de búsqueda de vida verdadera: ellos han experimentado en su propia carne cómo el huir de la cruz para asegurarse, el traicionar para salvarse, el alejarse unos de otros, el cerrar las puertas para protegerse... no les ha dado vida verdadera. Pero ahora, cuando han perdido su imagen de seguidores, cuando han tocado fondo en la insatisfacción que les ha producido aquello en lo que creían que estaba su vida, el Resucitado se pone en medio, y eso les trae alegría, paz, perdón, sentido... Aparentemente, su situación no ha cambiado: — siguen siendo pobres; pero ahora las cosas elementales que están al alcance de su pobreza (pan, vino, pesca...) se convierten en celebración; — siguen referidos al humilde servicio y a cuidar de otros («apacienta mis ovejas...»); pero el Resucitado les ha revelado la fecundidad de esa actitud; — no se les oculta el «precio a pagar» («otro te ceñirá...»); pero Jesús les dice; «Yo estoy con vosotros todos los días...»; — 205 — — sigue «cayendo el día» y llegando la noche; pero ahora la presencia del Viviente les hace estar «en ascuas...» * Déjate encontrar y consolar por Jesús resucitado; ábrete a su presencia y pídele que te siga mostrando «sus manos y su costado» para que no olvides nunca dónde está la vida verdadera... 3. Acércate a algunos de los iconos de encuentro de los relatos de apariciones y fíjate cómo expresan los textos las «consecuencias» de su encuentro con Jesús: * Siéntete, como María Magdalena, enviado a dar a otros la buena noticia de que Jesús vive, y que tú «lo has visto» (Jn 20,18). * Siéntete, como Tomás, invitado a tocar las heridas del Resucitado y a seguir tocándolas en tantos hermanos heridos de hoy (Jn 20,27-29). * Siéntete, como los de Emáus, con el corazón ardiente y la fe recuperada, y vuelve a la comunidad sabiendo que en ella vas a seguir encontrando a Jesús al partir el Pan (Le 24,32-35). * Siéntete, como las mujeres que fueron al sepulcro con perfumes en la mañana de Pascua, capaz de ver más allá de una tumba vacía y de decir: «¡Está vivo!» (Le 24,24). * Siéntete, como Juan en Tiberiades, capaz de reconocerle en la orilla y de saber que «es el Señor» y, como Pedro, de tirarte al agua para ir a su encuentro (Jn 21). 4. * Recorre en un «v¡a lucís» los lugares de la pasión y, lo mismo que las mujeres escucharon del ángel: «Mirad el sitio donde lo pusieron...», escucha lo que te dice Jesús en cada uno de esos lugares: «Aquí dije 'sí' al Padre...»; «Aquí me dejé atarydetener»; «Aquí me coronaron rey...»; «Aquí extendí mis manos para ser crucificado...» Reconoce — 206 — al Crucificado en el Resucitado y agradécele lo que ha hecho por ti. Recorre luego otros lugares donde la Iglesia vive la alegría pascual del servicio, el amor fraterno, las bienaventuranzas y el martirio; donde los pobres comparten fraternalmente lo que tienen; donde la gente sufre, pero resiste y es capaz de esperanza y de fiesta... Reconoce también ahí la presencia del Resucitado, agradece su victoria sobre la muerte y pídele que te aproxime a esos lugares de vida. 5. * Acércate a María, la madre del Resucitado, alégrate con ella, cántale con toda la Iglesia el himno «Regina Coeli»: «Alégrate, Reina del Cielo, ¡Alleluya!, porque el que mereciste llevar en tu seno, ¡Alleluya!, resucitó como dijo, ¡Alleluya!». Pídele que, en los momentos difíciles de tu vida, te recuerde ese «resucitó como dijo», y que te enseñe a fiarte, como ella, de esa Palabra que nunca defrauda. C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA 1. Algo le ha pasado a mi muerte futura «Algo le ha pasado a mi muerte futura con la resurrección de Jesucristo. Antes de que venga, yo puedo adelantarme y ganarle el '¿quién vive?' a la muerte. Puedo decirle: 'No me puedes robar la vida, simplemente porque yo puedo regalarla antes de tu visita...' Jesús me ha enseñado a darla entera, cuerpo y alma. Cuando venga la muerte, se quedará con un cadáver, no conmigo. Mi cuerpo ya es del Señor. Mis miembros vivos son del Resucitado desde mi bautismo. — 207 — Soy uno solo: cuerpo y espíritu, uno solo en la vida verdadera. La muerte no puede arrebatarme: estoy en manos de la Vida, gara siempre en la misma fuente de la Vida. Este que llevan al cementerio ya no soy yo: que se quede la muerte diluyendo bajo tierra lo que es tierra. No puede tocar a mi persona. No puede mi amor ser consumido por los gusanos. Aprendí de Cristo a darlo todo, y todo lo entregado quedará para siempre, ciento por ciento, en el Dios vivo. 'Muerte ¿dónde está tu victoria?' Estoy aprendiendo a mirarte de frente, a reconocerte vencida en la Cruz. Afirmado en mi Señor Resucitado, te miro como mira un niño la jaula de los leones desde los fuertes brazos de su padre. Todo entero incorporado al primer nacido de entre los muertos, comparto desde ahora la vida nueva de mi Señor y Amigo. En su cuerpo y en su sangre lo he puesto todo: mi mundo, mis ojos, mis palabras mis pensamientos; mis luces, mis oscuridades, mis gozos y mis lágrimas; mis acciones, mis sentimientos, mis posibilidades, mis límites, mi carne, mi espíritu y hasta las oscuras profundidades de mi ser. ¿Qué te queda, muerte, sino un poco de polvo? Eres dintel solamente. La Puerta es mi Señor. Quedan de este lado los tiempos, las duraciones, los caminos. Al atravesarte, se rompen los límites y empieza la inagotable novedad. Voy con Cristo, me basta ahora su camino de pobres. Voy transfigurado, nuevo y yo mismo, — 208 — gratuitamente vencedor y vencido. Cristo me arrebató, me tomó para sí: ya no soy tuyo, muerte. Así, humildemente vencida, te has hecho hermana: 'hermana muerte', pequeña, gris, servidora de nuestra Pascua» (E. GUMACIO) 2. Intensamente vivos «Consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rom 6,11). «El término 'espiritualidad' podría traducirse como 'la capacidad de estar vivo'. 'Espiritual' quiere decir 'viviente', 'intensamente vivo'. El hecho de que no estemos muertos no basta para decir que estamos vivos. La vida se mide por el grado de alerta de la conciencia, y el trabajo espiritual consiste en estimular esa vigilancia. »La vida espiritual es, ante todo, relacional; se tratará, entonces, de ser conscientes de una presencia en nosotros que se manifiesta de muchas maneras. Para los cristianos, eso se da en términos humanos en Jesús, Palabra de Dios, que nos invita a una intimidad. La vida espiritual no consiste en prácticas, rezos o doctrinas, sino en una atención alerta a la gente y a los acontecimientos de cada día, que revelan así lo sagrado presente en ellos. El Reino de Dios no es un lugar, sino una experiencia de intensidad, de calidad, de profundidad, de embeleso» (T. RYAN). D) CELEBRAR LO VIVIDO 1. En torno al capítulo 21 de san Juan puede hacerse una «celebración junto al lago». La sala puede estar en penumbra, ambientada con pan y vino sobre una mesa, el cirio pascual encendido, y tantas lamparillas (apagadas) como participantes. — 209 — a) En el mar y de noche: «Después se apareció de nuevo Jesús a los discípulos junto al lago de Tiberiades. Se apareció así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael de Cana de Galilea, los Zebedeos y otros discípulos [se añaden los nombres de los miembros del grupo]. Les dice Simón Pedro: 'Voy a pescar'. Le responden: 'Vamos contigo'. Salieron, pues, y montaron en la barca, pero aquella noche no pescaron nada». Se comparten las situaciones de «noche» y de «trabajo estéril» de las que partió cada uno al llegar a Ejercicios, y también los momentos de oscuridad vividos. Se evocan también situaciones de «noche oscura» del mundo. c) Una comida compartida: «Cuando saltaron a tierra, vieron unas brasas preparadas, y encima pescado y pan. Les dice Jesús: 'Traed algo de lo que habéis pescado ahora'. Salió Pedro arrastrando a tierra la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, no se rasgó la red. Les dice Jesús: 'Venid a almorzar'. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, pues sabían que era el Señor. Llega Jesús, toma pan y se lo reparte, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera aparición de Jesús, ya resucitado, a sus discípulos». Se comparten en ambiente festivo el pan y el vino que había encima de la mesa. d) Señor, ¡tú sabes que te amo! b) En la orilla, una presencia: «Ya de mañana, estaba Jesús en la playa; pero los discípulos no reconocieron que era Jesús. Les dice Jesús: 'Muchachos, ¿tenéis algo de comer?' Contestaron: 'No'. Les dijo: 'Echad la red a la derecha de la barca, y encontraréis'. La echaron, y no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús quería dice a Pedro: '¡Es el Señor!'Al oír Pedro que era el Señor, se ciñó la túnica, pues no llevaba otra cosa, y se tiró al agua». Los que lo deseen pueden compartir los momentos de «abundancia» que han vivido en Ejercicios, cómo y cuándo han reconocido a Jesús a lo largo de estos días y qué respuesta quieren darle. Se evocan también situaciones de luz y de esperanza en el mundo que hace posible el Señor Resucitado. Se van encendiendo las lamparillas en el cirio pascual y se ilumina la sala. — 210 — Un lector lee esta oración, y los demás repiten como estribillo: SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO! Cuando remamos a oscuras en medio de la noche, y nuestras redes están vacías, tú estás presente, aunque nuestros ojos no sepan reconocerte. SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO! De madrugada, cuando la luz vence a las tinieblas, en el primer día de la semana, tú estás en la orilla, y tu palabra ilumina nuestras sombras. SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO! Señor de la Vida en abundancia, Señor de las redes llenas: como Juan, queremos ser capaces de reconocer tu presencia; como Pedro, — 211 — queremos saltar de la barca para ir a tu encuentro. SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO! Nos das a comer un pan y unos peces que has preparado para nosotros, y en esa comida compartida aprendemos a entregar sin reservas lo que gratuitamente hemos recibido de ti. capacitados para reconocerlo. El les preguntó: '¿De qué vais conversando por el camino?'». Salen todos dos en dos a dar un paseo y hablar de lo vivido en estos días, de las dificultades experimentadas para reconocer a Jesús y abrirse a su gracia. Después de unos minutos, se pueden juntar con otros dos y hacer lo mismo. En un momento convenido, se vuelve a la sala. SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO! Tú reclamas de nosotros la confesión de nuestro amor, y nos envías después a sostener, a apoyar, a defender la vida de nuestros hermanos. No tenemos más que un poco de pan y la pobreza de nuestro amor, pero eso es lo que podemos ofrecerte, y con eso estamos dispuestos a seguirte. SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO! Con todos los que creen sin haber visto, con todos cuantos buscan sin desfallecer, con todos los pequeños y humildes de corazón, creemos y proclamamos que en ti la muerte ha sido vencida, que estás vivo y nos precedes en el camino. SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO! 2. Celebración de Emaús a) Reunidos en la sala o capilla, se comienza la lectura de Le 24,13-35 a tres voces: narrador, Jesús, los de Emaús: «Aquel mismo día, iban dos de ellos camino de una aldea llamada Emáus, distante unas dos leguas de Jerusalén. Iban comentando todo lo sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona los alcanzó y se puso a caminar con ellos. Pero ellos tenían los ojos in— 212 — b) Se continúa la lectura: «Jesús les dijo '¡Qué necios y torpes para creer cuanto dijeron los profetas¡ ¿No tenía que padecer eso para entrar en su gloria?' Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él». Después de unos momentos de silencio, cada uno dice alguna palabra del Evangelio que se le haya iluminado en estos días. c) Se concluye la lectura: «Se acercaban a la aldea adonde se dirigían, y él fingió seguir adelante. Pero ellos le insistían: 'Quédate con nosotros, que se hace tarde, y el día va de caída'. Entró con ellos y, mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Se les abrieron los ojos, y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Comentaban: '¿No se abrasaba nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura?' Se levantaron al instante, volvieron a Jerusalén y encontraron a los once con los demás compañeros, que afirmaban: 'Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón'. Ellos, por su parte, contaron lo acaecido por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.» — 213 — Un lector lee la siguiente oración, y todos repiten el estribillo: ¡QUÉDATE CON NOSOTROS! Tú que has hecho camino con nosotros tú que te has acercado a nuestras dudas, a nuestros temores, a nuestros desánimos: 16 Consentir en que el amor envuelva nuestra vida ¡QUÉDATE CON NOSOTROS! Tú que nos has abierto la Escritura y con tu palabra y tu presencia has hecho arder nuestro corazón: ¡QUÉDATE CON NOSOTROS! Tú que has aceptado no abandonarnos al declinar el día, tú que has compartido nuestro techo y has partido para nosotros el pan: A) PÓRTICO DE ENTRADA ¡QUÉDATE CON NOSOTROS! Tú que nos has devuelto el ánimo y has hecho renacer en nosotros el gozo; tú que nos envías a anunciar a los que tienen miedo, que nos precedes en el camino y nos preparas una mesa: ¡QUÉDATE CON NOSOTROS! Tu cuerpo es el pan que nos congrega, tu sangre es el vino de nuestra fiesta: al reunimos en tu Nombre, tu Eucaristía se convierte para nosotros en esperanza de una vida siempre nueva. ¡QUÉDATE CON NOSOTROS! Un personaje muy peculiar del Antiguo Testamento, el patriarca Jacob, exclama en un momento significativo de su vida: «Dios de mi padre Abraham, Dios de mi padre Isaac, Señor que me has mandado volver a mi tierra nativa para colmarme de beneficios: ¡qué pequeño soy yo para toda la misericordia y toda la lealtad con que me has tratado!» (Gn 32,10). Al terminar unos días de oración, seguramente será ése el sentimiento que predomine en nosotros: nos hemos sentido envueltos en la ternura y la fidelidad de un Dios que nos ha devuelto a «nuestra tierra» y nos ha colmado de beneficios; y esa experiencia acentúa en nosotros la conciencia de «desproporción», de pequenez, de desbordamiento ante unos dones que reconocemos no merecer. San Ignacio propone una contemplación que él llama «para alcanzar amor», con la que intenta ayudar al ejercitante a «procesar» adecuadamente la experiencia que ha vivido. — 214 — — 215 — Contemplación para alcanzar amor (EE 230-237). Nota. Primero conviene advertir en dos cosas: La primera es que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras. La segunda: el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro. Oración sólita. Primer preámbulo es composición, que es aquí ver cómo estoy delante de Dios nuestro Señor, de los ángeles, de los sanctos interpelantes por mí. El segundo: pedir lo que quiero; será aquí pedir cognoscimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad. El primer puncto es traer a la memoria los beneficios recibidos de creación, redempción y dones particulares, ponderando con mucho afecto quánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y quánto me ha dado de lo que tiene, y consequenter el mismo Señor desea dárseme en quánto puede, según su ordenación divina. Y con esto reflectir en mí mismo, considerando con mucha razón y justicia lo que yo debo de mi parte ofrecer y dar a la su divina majestad, es a saber, todas mis cosas y a mí mismo con ellas, así como quien ofrece affectándose mucho: Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi posseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta. — 216 — El segundo, mirar cómo Dios habita en las criaturas: en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender; y así en mí dándome ser, animando, sensando, y haciéndome entender; asimismo haciendo templo de mí, seyendo criado a la similitud y imagen de su divina majestad. Otro tanto reflitiendo en mí mismo, por el modo que está dicho en el primer puncto, o por otro que sintiere mejor. De la misma manera se hará sobre cada puncto que se sigue. El tercero, considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis. Así como en los cielos, elementos, plantas, fructos, ganados, etc., dando ser, conservando, vegetando y sensando, etcétera. Después reflectir en mí mismo. El quarto, mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la mi medida potencia de la summa y infinita de arriba, y así justicia, bondad, piedad, misericordia, etc.; así como del sol descienden los rayos, de la fuente las aguas, etc. Después acabar reflictiendo en mí mismo según está dicho. Acabar con un coloquio y un Pater Noster. B) E N EL UMBRAL DE LA ORACIÓN Vamos a profundizar en esta contemplación, que podría llamarse también «Contemplación para consentir en que el amor envuelva nuestra vida»: 1. Observa en el texto la insistencia en la «acción agraciante» de Dios y cómo la llamada a responder nace, no de la propia iniciativa o esfuerzo, sino como fruto del agradecimiento. — dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede; — cognoscimiento interno de tanto bien recibido; — memoria de los beneficios recibidos; — quánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y quánto me ha dado de lo que tiene, y consequenter el — 217 — mismo Señor desea dárseme en quanto puede, según su ordenación divina; — dándome ser, animando, sensando y haciéndome entender; — considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra; — mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba... * Siéntete envuelto en un amor torrencial al que no puedes responder, de entrada, más que con el agradecimiento. Repite las palabras de Jacob: «¡Qué pequeño soy yo para toda la misericordia y toda la lealtad con que m e has tratado!» 3. Vuelve al final de la oración: «dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta», y detente en estas dos últimas palabras —«me basta»—, como expresión de un desbordamiento que también expresa el ritual judío de Pascua con el estribillo hebreo «dayenu» («¡habríamos tenido bastante!»): «Si nos hubieras sacado de Egipto sin darnos tu Ley en el Sinaí... habríamos tenido bastante». El creyente va expresando su admiración agradecida por los regalos que Dios le ha hecho: sabe gustar lo recibido en un momento dado, con lo que ya le bastaría, y se siente desbordado porque Dios sigue dándole todavía más, de forma siempre creciente. Recorre tú ahora los momentos de gracia que has vivido estos días y, ante cada uno de ellos, repite una y otra vez: «Habría tenido bastante...» C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA 2. Date cuenta de cómo afecta ese amor a tu manera de vivenciar el tiempo: — el pasado se convierte en «memoria de los beneficios recibidos», en asombro agradecido : «quánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y quánto me ha dado de lo que tiene...»; — el presente se hace ocasión de reconocimiento y comunicación con el Dios que «habita» la creación y la historia, que «trabaja y labora por mí». Y como oportunidad de responderle entregándole todo lo que eres y tienes: «Tomad, Señor, y recibid...»; — el futuro se transforma en atención abierta y confiada porque «el mismo Señor desea dárseme en quanto puede, según su ordenación divina». Y ya sabemos qué desmesura tiene esa «ordenación divina»... * Ábrete a esa posibilidad que se te regala de integrar tu pasado, tu presente y tu futuro en una historia de amor con tu Dios. Deja que brote desde lo más profundo de ti la oración: «Tomad, Señor y recibid...» — 218 — 1. «Dadme vuestro amor y gracia...» La Carta a los Colosenses nos pone ante los ojos cómo sería nuestra vida cristiana vivida en el ámbito de la «gracia»1. Y, además de ese término (charis en griego), echa mano de dos verbos de su misma raíz: eucharistein (dar gracias) y charizein (agraciar, perdonar): En primer lugar, la palabra gracia expresa la nueva situación en que se encuentra el cristiano a partir de la irrupción del amor de Dios que se ha hecho presente en la vida, muerte y resurrección de Jesús. De esa experiencia nace la conciencia de ser agraciado, de haber accedido gratuitamente a una nueva situación que desborda cualquier mérito o expectativa. Todas estas expresiones de dicha Carta a los Colosenses evocan esa situación de «agraciamiento»: «Gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre» (1,2); 1. Cf. L. MONLOUBOU, La priére selon Saint Paul (Paris 1985). — 219 — «La esperanza que os está reservada en el cielo...» (1,5); «El amor que os inspira el Espíritu» (1,8); «El Padre os ha hecho capaces de compartir la suerte de los consagrados en el reino de la luz» (1,12); «Os arrancó del poder de las tinieblas y os trasladó al reino de su Hijo querido, por el cual obtenemos el rescate, el perdón de los pecados» (1,13-14); «En él decidió Dios que residiera la plenitud y que, pdr medio de él, todo fuera reconciliado consigo...» (1,19-20); «Vosotros, en un tiempo, estabais lejos...; ahora os han reconciliado y os han presentado ante él: santos, intachables, irreprochables» (1,21-22); «Dios quiso dar a conocer la espléndida riqueza que significa ese secreto para los paganos: Cristo para vosotros, esperanza de gloria» (1,27); «En Cristo se encierran todos los tesoros del saber y el conocimiento» (2,3); «En él reside corporalmente la plenitud de la divinidad, y de él recibís vuestra plenitud. Por él habéis sido circuncidados [...], sepultados con él por el bautismo, resucitados con él [...]. Estabais muertos, pero os ha dado vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados» (2,9,13); «Con Cristo habéis muerto a los elementos del mundo...» (2,20); «Habéis resucitado con Cristo, [...] habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces vosotros apareceréis gloriosos junto a él» (3,1-4); «La gracia esté con vosotros» (4,18). — 220 — De esta experiencia nace, en un segundo momento, la urgencia de ser agradecidos (eucharistein): «Siempre que rezamos por vosotros, damos gracias...» (1,3); «Ya que habéis recibido a Cristo Jesús como Señor, proceded unidos a él, arraigados y cimentados en él, confirmados en la fe que os enseñaron, derrochando agradecimiento» (2,6-7); «Sed agradecidos» (3,15); «Con corazón agradecido, cantad a Dios...» (3,16); «Todo lo que hagáis, hacedlo invocando al Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (3,17); «Perseverad en la oración, velando en ella y dando gracias» (4,3). Finalmente, ese agradecimiento provoca una actitud «agraciante» (charizein) ante los demás, es decir, de misericordia y disposición al perdón: «Como elegidos de Dios, consagrados y amados, revestios de compasión entrañable, amabilidad, modestia, paciencia; soportaos mutuamente, perdonaos si alguno tiene queja contra otro; como el Señor os ha perdonado, así también haced vosotros» (3,12-14). Toda la vida cristiana aparece así caracterizada, invadida y «vertebrada» en torno a la gracia. 2. «...ésta me basta» La experiencia que evoca el «me basta» de la oración de san Ignacio revela un estado de reconciliación profunda en los niveles más básicos de la persona, de un tipo de satisfacciónsaciedad que es compatible con el auténtico deseo. — 221 — Es un sentimiento que nace en esa zona de nuestro ser donde se generan también la ambición y la ansiedad, la necesidad compulsiva de poseer, acumular y dominar, el germen maléfico de la autoafirmación y de la prepotencia que ahoga la fraternidad. A nivel estructural, sabemos que un pequeño número de países dilapidan (dilapidamos...) los recursos de todos: no existe situación alguna de injusticia que no esconda en su trama una ambición y una codicia que nada parece saciar. A nivel personal se manifiesta en intervenir, hacer, merecer, cumplir..., en nuestra secreta convicción de que la oración, la vida espiritual y la salvación, en definitiva, son cosa nuestra, algo que depende de nuestra iniciativa, de nuestro esfuerzo, de nuestra dedicación. Sin la experiencia de «tener bastante», nos dejaremos llevar de nuestro yo compulsivo, febril y activista, que refuerza nuestra imagen de personas eficaces e importantes. Y actuaremos con la autosuficiencia de quien se apoya en sí mismo y se cierra la puerta a una gracia que siempre nos es concedida más allá de nuestros merecimientos. En cambio, este sentimiento hondo de «llenumbre agradecida», esa vivencia de «tener suficiente», nos libera de la ansiedad y del centramiento en nuestros propios deseos y nos permite dirigirlos hacia el Señor y su Reino. Vamos a contemplar tres iconos de satisfacción propuestos por tres salmos que nos adentran en esta experiencia profunda del «me basta»: a) El niño saciado y satisfecho del salmo 130 (131) es el símbolo de quien, al parecer, ha encontrado una perfecta integración del mundo de sus deseos; aunque, a juzgar por los primeros versos, podríamos pensar que su paz le viene de que los ha ido reduciendo y disminuyendo hasta hacerlos inoperantes: «Señor, mi corazón no es ambicioso n¡ mis ojos altaneros; — 222 — no persigo grandezas ni maravillas que me superan. Juro que acallo y aquieto mi deseo; como un niño en brazos de su madre, como un niño sostengo mi deseo. ¡Espere Israel en el Señor ahora y por siempre!» La solución que propone ¿consistirá simplemente en «acallarlos y aquietarlos»? Los tres últimos versos nos hacen ver que no es así: ese creyente que es Israel se define a sí mismo como un niño que acaba de mamar y que descansa satisfecho sobre el hombro de su madre (la preposición hebrea empleada, «sobre», nos sugiere un precioso dato que cualquier madre conoce: cuando un niño ha terminado de mamar, no se le tiene «en brazos», sino apoyado sobre el hombro para que expulse el aire...). Si su deseo ha desaparecido, es porque el alimento que ha recibido le ha saciado de tal manera que ha acallado su necesidad. La exclamación final, «¡Espere Israel en el Señor ahora y por siempre!», tiene tal fuerza de convicción rotunda que aleja cualquier tentación de hacer del Salmo una lectura espiritualista. Dicen los psicólogos que la madurez de un adulto está en relación estrecha con la experiencia de «confianza básica» que haya tenido en su niñez, es decir, con la vivencia de sentirse acogido y querido incondicionalmente por alguien. El creyente del Salmo expresa esta experiencia a través de la imagen de ese niño que ha quedado saciado por el alimento que le ha dado su madre y que ya no quiere nada más. Cuando los discípulos dicen a Jesús: «Maestro, come», él contesta: «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis...» (Jn 4,32), — 223 — revelándonos así el secreto de un corazón apasionado por el Padre y el Reino y desinteresado («indiferente», diría san Ignacio) de sus propios asuntos. b) Un creyente que ha hecho la experiencia de ser guiado por el Señor afirma en el Salmo 23: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas...» Al haberse sentido conducido y acompañado por la mano firme y protectora del pastor, proclama con tranquila audacia su ausencia de ambiciones. Tiene todo lo que necesita: seguridad, alimento, aguas tranquilas, defensa, escolta, techo bajo el que habitar... Difícilmente anidarán en su corazón la ansiedad o la suficiencia, la envidia o la agresividad que amenazan la vida filial y fraterna. c) Otro israelita orante nos comunica su experiencia en el salmo 126: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. En vano os levantáis temprano y retrasáis el descanso los que coméis el pan de fatigas; ¡si se lo da a sus amigos mientras duermen!» Posiblemente está escrito por alguien no muy joven y que quizá en su juventud creyó que su esfuerzo y su entusiasmo iban a hacer de él un perfecto cumplidor de la Ley, pero que, en su edad adulta, reconoce que todo lo bueno que hay en su vida es obra del Señor, cuyo amor fiel lo envuelve con la misma gratuidad con que le da el aire que respira mientras duerme. — 224 — Por eso, sólo conectamos con la experiencia de este creyente cuando estamos ya un poco de vuelta de nuestros sueños de omnipotencia y eficacia, cuando sospechamos bastante de nuestras propias fuerzas y cuando ya no tratamos de comernos el mundo, porque ha sido éste quien nos ha dado ya bastantes bocados a nosotros. Es un momento privilegiado para la vida espiritual, porque nos sitúa ante una encrucijada: podemos tirar por el camino del desánimo y del escepticismo, lamentando secretamente la frustración de los propios proyectos de perfección y ocultándola bajo toda clase de disfraces pseudoespirituales. Si echamos a andar por ese camino, probablemente acabaremos en la cuneta de una resignada melancolía o de una amargura encubierta. Pero la Palabra nos señala otro camino, que es el que adopta el salmo 126 y que expresa, de otra manera, el «dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta» de san Ignacio: el de quien ha recuperado una «segunda ingenuidad», ha dejado de preocuparse por sus propios resultados y se ha abierto a la contemplación asombrada de lo que Dios es capaz de hacer si uno le deja; el de quien ha llegado a la constatación sapiencial de que de lo que se trata en el seguimiento no es de hacer grandes cosas, sino de consentir en «ser puesto» con el Hijo. Al terminar nuestro retiro, podemos repetir, desde un nivel más hondo, estas frases: «Guardo lisa y silenciosa mi alma, como un niño en brazos de su madre...» «Señor, nada me falta, mi copa rebosa...» «Tú me colmas de tus dones mientras duermo...» «Tu gracia me basta...» Lo que nace de ahí no es una pasividad inerte, sino la acción sosegada y el dinamismo fecundo que siguen a la conciencia de agradecimiento. Y a aquél que ha hecho esa experiencia comienza a serle posible «amar y servir en todo». — 225 — D) CELEBRAR LO VIVIDO Poner en un plato de barro o en un pañuelo sobre el suelo piedrecitas blancas, tantas como personas hay en el grupo. Se leen estos textos acerca del «nombre nuevo»: «¡Levántate, brilla, que llega tu luz, la gloria del Señor amanece sobre t i ! Vendrá a ti el orgullo del Líbano, con el ciprés y el abeto y el pino, para adornar el lugar de mi santuario y ennoblecer mi estrado. Los hijos de tus opresores vendrán a ti encorvados, y los que te despreciaban se postrarán a tus pies; te llamarán Ciudad del Señor, Sión del Santo de Israel» (Is 60,1.13-14). «Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia y su salvación llamee como antorcha. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, impuesto por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la mano de tu Dios. Ya no te llamarán 'Abandonada', ni a tu tierra 'la Devastada'; a ti te llamarán 'Mi Preferida', y a tu tierra 'La Desposada', porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido. Como un joven se casa con una muchacha, así te desposa el que te construyó; — 226 — la alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo» (Is 61,1-5). «Esto dice el Señor: Yo mismo traeré restablecimiento y curación y les revelaré un desbordamiento de paz y fidelidad. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén habitarán tranquilos, y la llamarán así: 'Señor-nuestra-justicia'» (Jer 33,6.16). «Jerusalén, despójate del vestido de luto y aflicción y vístete para siempre las galas de la gloria que Dios te da; envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte en la cabeza la diadema de la gloria del Eterno; porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Dios te dará un nombre para siempre: 'Paz en la Justicia' 'Gloria en la Piedad'» (Bar 5,1-5) «Al ángel de la Iglesia de Pérgamo escríbele: [...] Al vencedor le daré del maná escondido, le daré una piedrecita blanca y, grabado en ella, un nombre nuevo que sólo conoce el que lo recibe. [...] Quien tenga oídos, escuche lo que dice el Espíritu a las iglesias» (Ap 2,12.17.29). Cada uno va tomando una piedrecita y compartiendo el «nombre nuevo» que ha recibido a lo largo de los Ejercicios. Se puede terminar con el salmo 136: — 227 — «Dad gracias al Señor porque es bueno porque es eterno su amor...», índice de «iconos bíblicos»1 e ir añadiendo motivos de agradecimiento. Al final, se termina con esta oración: «Te damos gracias, Padre, porque nos has mostrado el rostro de tu Hijo Jesús y quieres recrearnos a su imagen. Haznos vivir arraigados y cimentados en él, confirmados en la fe que nos enseñaron, derrochando agradecimiento (Col 2,6;3,17). Tú que has querido dárnoslo como Camino y como compañero fiel a nuestro lado, graba su nombre como un sello sobre nuestro corazón, como un sello sobre nuestro brazo (Cant 8,6), y haz de nosotros iconos vivos de su amor para que hagamos presente su misericordia y su fidelidad mientras caminamos con nuestros hermanos. Concédenos tu amor y tu gracia, que ésta nos basta». ANTIGUO TESTAMENTO Adán y Eva: Gn 3,8-11: 3c, 5b. Abraham y Sara: Gn 18,12-14: 6c. Caín: Gn 4,9: 1, 5b. David: 2 Sam 1-12: 5a. Elias: 1 Re 19,4: 4c. Gedeón: Jue 6-7: 6c. Gómer: Os 2,4-25: 5b. Isaías: Is 7,1-9: 8c. Ittay de Gat: 2 Sam 15,17-22: 6d. Jacob: Gn 28,12: 1; 32,10: 16ab. Jeremías: Jer 1,6-8: 4c, 6ac; 13,11: 4c; 20,14-18: 4c. Jonás: Jo 1,3-4: 4c; 4,8-9: 4c. Moisés: Ex 3,1-4: Ib; 3,7-12: 7a; 4,10: 4c, 6a; 4,10-12: 6c; 19,4-5: 3b; 33,13-14: 6a; 33,19: 8c; 34,1-5: 2a; Sal 103,26: 1. Naamán el sirio: 2 Re 5,10: 3a. Rut: Rut 1,14-16: 4c, 6d. Salomón: Sab 8-9: 9c. 1. Junto a cada cita aparecen el número del capítulo y la letra del apartado (a, b. c. d) correspondientes. — 228 — — 229 — NUEVO TESTAMENTO Bartimeo: Me 10,46-52: 10b, 12b, 14a. Ciego de nacimiento: Jn 9: llac, 12d. Centurión: Mt 8,10: l l b . Discípulos: Mt 10,1-42: 11c; Me 4,35-41: llb; 4,40: llb; 6,9: llb; 9,5.32:14a; 14,37.50:14a; Le 3,2: llb; 12,3: llb; 12,32: l l b ; 22,24-27: 13b. Dos de Emáus: Le 24,13-35: 15b. Hidrópico: Mt 14,1-6: l l b . Hombre de la mano paralizada: Mt 12,9-14: l l b . Jairo: Me 5,36: l l b . José: Mt 2,14: 8c. Joven rico: Me 10,20-22: 4c, 13b. Juan: Jn 21: 15b. Lázaro: Jn 11: 11c. Leproso: Mt 8,8-14: 10b. Magos de oriente: Mt 2,1-12: 8cd. María de Nazaret: Le 1,26-38: 7c; 1,34-37: 6c; 1,46-55: 4b; 2,19: 9a; 2,41-50: 3b, 6b, 8a, 10b; Jn 2,1-12: 5b; 1 Jn 1,1-4: 7d. María Magadalena: Jn 20,11-18: 3a, 10b, l i a , 15b. María de Betania: Le 10,38-42: 4ac, l l b . Marta: Le 10,38-42: 4ac. Mateo: Mt 9,1-17: 6c, 10b, llb; Me 2,15: 13b. Mujer adúltera: Jn 8,1-11: 5d. Mujer cananea: Mt 15,28: l l b . Mujer encorvada: Le 13,10-17: 5d, l l b . Mujer pecadora que ungió a Jesús: Le 7,36-50: 10b, 13b. Mujer que le ungió en Betania: Me 14,3-4: 13b. Mujer que tenía un flujo de sangre: Mt 9,20-22: llb; Le 8,40-56: 5b. Mujer samaritana: Jn 4,1-41: 3a, 10b, 11c. Mujeres al pie de la cruz: Jn 19,25-26: 14ab. Mujeres que fueron al sepulcro: Le 24,24: 15b; Mt 28, 1-10; 8c. Mujeres que miraban de lejos: Me 15,40-41: 14a. Natanael: Jn 1,44-51: l l b . — 230 — Nicodemo: Jn 3,1-21: 9b, 13b. Pablo: Hch 9,1-9: 6c; 9,15-16: 6a; 20-21: 6b; Flp 3,7-14: 6a. Paralítico: Mt 9,1-7: l l b . Paralítico de la piscina: Jn 5,1-18: l l b . Pastores de Belén: Le 2,8-20: 4c. Pedro: Mt 14,22-23: llb; 16,18: llb; 16,22: 4c; 27,69-74: 4c; Me 8,31-32: 14a; 8,33: llb; 9,5: llb; 10,15-40: llb; 14,28-33: llb; 14,66-72: 14a; Le 5,8-10: 6c; 22,61: llb; Jn 1,42: l l b ; 21,7: 13b. 15b. Suegra de Pedro: Me 1,29-31: 10b. Tomás: Jn 20,27-29: 15b. Viuda pobre: Le 21,1-4: llb; Me 12,41-44: 13b. Zaqueo: Le 19,1-10: 10b, l l b , 13b. ICONOS DE PARÁBOLAS: Administrador sagaz: Le 16,1-8: 8c. Convidados al banquete: Mt 14,15-20: 13b; 22,1-14: l l b . Diez muchachas: Mt 25,1-13: l l b . Hijo mayor (parábola del padre misericordioso): Le 15, 1-32: 4c. Hijo que dijo «no» (parábola de los dos hijos): Mt 21, 28-31: 4c. Hombre rico y Lázaro: Le 16,19-31: 13b. Mujer que perdió un dracma: Le 15,8-10: 3a. Samaritano: Le 10,25-37: 4ac. Siervos que esperaron a su señor: Le 12,35: l l b , 13b. 231 —