MEXIKO, v1, n7, 1 de julio de 2009

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MEXIKO, v1, n7, 1 de julio de 2009
kosmosmexiko.blogspot.com
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Representación maya del mundo, con una capa superior de trece cielos,
la Tierra y nueve capas inferiores, sostenido por una gran Ceiba
y enmarcado por un lagarto cubierto de símbolos estelares
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Pláticas Populares sobre Astronomía, Astrofísica y Cosmología
en 2009, Año Internacional de la Astronomía.
david bahena, PhD
Todas las civilizaciones se han preguntado: ¿cómo es el mundo, cuál es su forma, que tamaño tiene, cómo
empezó y cuándo? ¿El mundo es finito o infinito, terminará alguna vez? Para explicárselo, se desarrollaron
cosmogonías. Primero, se consideró que el mundo había sido obra de los dioses; luego, se concluyó que fue obra
de la naturaleza. Después, bajo la influencia religiosa medieval la Tierra volvió a ser plana.
1- Cosmogonía antigua
1.1 Antecedentes
De la antigüedad remota se dispone de pocas
fuentes de información, muchas de ellas destruidas
por diversas causas, pero la idea cosmogónica
común era que el mundo fue creado como una obra
incomprensible de los dioses.
Descubierto en 1999, el disco celeste de
Nebra, del siglo XVII a.C., perteneciente a la
cultura babilónica, podría ser la representación más
antigua que se conoce del cielo [22].
Según Rahlf Hansen [14], astrónomo del
Planetario de Hamburgo, con el disco de Nebra se
podía, en una época en la que no existían aún
calendarios, determinar en cualquier punto del
planeta si era primavera u otoño. Se ha interpretado
que, en la época de bronce, los humanos se
imaginaban el planeta como un disco plano rodeado
por el cielo en forma de cúpula. Esta idea fue, sin
embargo, definida por primera vez de forma escrita
1000 años después por el astrónomo, matemático y
filósofo griego Tales de Mileto (aprox. 460/39 –
546/45 a.C.).
Para Martín Cano [8], los puntos agrupados
como los motivos geométricos serían reflejo de
estrellas agrupadas en constelaciones en
determinada situación estelar.
Sin embargo, no hay consenso. César
González [13], perteneciente al Departamento de
Física Teórica de la Universidad Autónoma de
Madrid, considera que el disco "más bien puede ser
una representación mítica del cosmos".
No obstante, el disco muestra figuras
claramente relacionadas con el Sol, la Luna e,
incluso, estrellas “puntuales”. La figuración es
sintética, sencilla y con alto grado de abstracción
pero, al mismo tiempo, simbólica. El cúmulo de
siete estrellas bien podría representar a Las
Pléyades, visibles a simple vista, desde una barca y
en una noche oscura.
Disco de Nebra, s. VXII a.C.
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1.2 Cosmogonía maya
La civilización maya se extendió desde 2000 a.C.
hasta 1500 d.C., con su período clásico de mayor
esplendor entre los años 250 y 950 d.C. Los mayas
desarrollaron calendarios muy precisos, inventaron
el cero al que dieron valor y utilizaron un sistema
numérico vigesimal. De acuerdo a la Cuenta Larga,
la presente Era o Quinto Sol se habría iniciado en el
año 3113 a.C. y concluirá en 2012.
La escritura jeroglífica les permitió a los
mayas calcular el paso del tiempo que registraron en
monumentos, pieles de animales y códices, de los
cuales, sobrevive el «Códice de Desde» dedicado a
la astronomía. Posteriormente a la conquista
española se escribieron varios manuscritos, entre
otros, el «Popol Vuh», que es una narración
mitológica sobre el origen del mundo basada en la
tradición oral. El libro cuenta cómo los dioses
formaron la tierra a partir del caos primigenio y
crearon la luz y la vida, y luego, la creación del ser
humano a partir del maíz.
Los mayas destacaron en las matemáticas,
la astronomía y la arquitectura. Los monumentos
seguían la orientación de la Tierra, a la que creían
era cuadrada y el Sol giraba alrededor de ella. El día
del solsticio, el Sol salía de una de las esquinas y se
metía por la opuesta. Luego, cada día, el Sol se
recorría y, al siguiente solsticio, salía y se metía por
las otras esquinas.
En su visión cosmogónica, el mundo había
sido creado por el dios Hunab Kú (análogo a Itzám
Ná) a partir de aguas primordiales en completo
reposo [19]. Antes del actual mundo habían existido
otros que terminaron en diluvios. El universo maya
estaba compuesto por trece cielos, que se
superponían como si fuesen capas, siendo la Tierra
la inferior de ellas. Los cielos eran gobernados por
sendos dioses. Bajo la Tierra había otras nueve
capas, que también eran regidos por dioses. La
última de las capas inferiores era el inframundo
presidido por el dios de la muerte.
La descripción maya de la Tierra como la
capa inferior de los trece cielos superiores, tenía
cuatro bordes que representaban los puntos
cardinales y tenían colores distintos. El blanco era el
color del norte, el amarillo el del sur, el rojo el del
este y, finalmente, el negro el del oeste. El verde era
reservado para el centro. En cada uno de los bordes
se encontraba un jaguar, criatura mítica en la cultura
maya. Los jaguares eran del color de su punto
cardinal, sostenían el cielo superior a la Tierra y
eran llamados Bacabs.
Los mayas creían que la Luna y el Sol
atravesaban la Tierra cuando desaparecían en el
horizonte cada día. El origen del Sol y de la Luna
parte de la transformación de dos dioses que
surgieron de la oscuridad de la noche, ya que, al
principio no había ni Sol ni Luna, ni seres humanos.
Respecto a la formación de la Tierra y de la
vida en ella, el origen presenta varias fases. Los
dioses hicieron cuatro intentos hasta alcanzar la
perfección que deseaban con la creación del
hombre. Según la mitología maya, al principio no
había tierra, solo existían el mar y el cielo; tampoco
había plantas, animales u hombres; solamente había
silencio.
Los dioses dialogaron entre ellos y
decidieron crear la tierra, separando el mar y
abriendo la claridad en el cielo. Después, los dioses
decidieron crear a los animales, pero se dieron
cuenta de que eran incapaces de hablar y tener
conocimiento, por lo que quisieron realizar un
nuevo intento.
Crearon entonces al hombre a partir del
barro, pero éste era débil, no tenía fuerza y se
deshacía. Los dioses destrozaron su creación y
decidieron intentarlo nuevamente, utilizando como
materia prima la madera. Sin embargo, a pesar de
ser más fuerte, la madera tampoco dio el resultado
deseado porque las criaturas que surgieron no tenían
espíritu ni habla. Los dioses volvieron a dialogar
entre ellos y decidieron destruir nuevamente su
obra, enviando un gran diluvio desde el cielo y
transformando a esos seres en monos. Finalmente,
acordaron crear al hombre a partir del maíz y
tuvieron éxito [19].
Esta cosmogonía atribuye a la colaboración
entre los dioses toda la creación y la convierte en el
fundamento para cualquier elemento de su
existencia.
1.3 Cosmogonía babilónica
Los babilonios representaron en tabletas a la Luna,
el Sol, a Venus y a Sirio, desarrollaron un
calendario y utilizaron la aritmética para investigar
las configuraciones de los cuerpos celestes.
De la antigua Mesopotamia, ubicada entre
los tíos Tigris y Eufrates, se conserva el poema
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babilónico «Enuma Elis» (literalmente “Desde lo
alto”) una de las más grandes creaciones literarias
de la cultura mesopotámica. El poema escrito en
1500 a.C. relata en seis pequeñas tablillas de barro
el origen del mundo a partir de un caos primordial.
El poema se inicia con la existencia de la
pareja divina primordial, Apsu y Tiamat, de la que
nacerán otras parejas divinas; los dioses del agua
salada y del agua dulce mezclaron sus respectivas
aguas, en un tiempo en el que el mundo como tal no
existía. Luego, se describen las luchas entre los
dioses jóvenes con otra Tiamat y el nacimiento de
Marduk que más tarde será llevado al trono como
rey de todos los dioses.
Marduk luchará contra Tiamat, a quien
matará y vencerá, se apoderará de las Tablas del
destino, símbolo del poder celestial y creará el
mundo. Ea, el padre de Marduk, será quien cree al
hombre siguiendo las instrucciones de Marduk. El
primer hombre será creado a través de una mezcla
de arcilla y sangre divina (la del dios Kingú,
condenado a muerte). El objetivo fundamental de la
creación del hombre es la de servir a los dioses a
través de su trabajo y ofendas rituales [20].
Esto es, el poema describe una lucha entre
el orden y el caos, éste último representado por
Tiamat a la que vence Marduk. Este, dueño de todo
lo formado, se dispuso a organizar el cosmos. En
primer lugar, asignó las moradas de los dioses en el
cielo, reservándose para sí el planeta Júpiter, el más
majestuoso de todos ellos. Creó al Sol, responsable
de la duración del día (y de la noche), y a la Luna, y
organizó con detalle las fases de ésta, lo que le
permitió establecer el calendario mesopotámico,
dividiendo el año en doce “lunas” o meses
mesopotámicos, cada uno de éstos bajo los
auspicios de una constelación.
Con los despojos de Tiamat, Marduk
construyó la Tierra: los detalles de la cara dieron
lugar al relieve, mientras que los pechos sirvieron
para modelar las altas montañas; las lágrimas que
brotaban de sus ojos alimentaron el Tigris y el
Eúfrates, y así sucesivamente. Es decir, Marduk (el
viento) separó las aguas (el cuerpo de Tiamat) para
formar el mundo, la tierra firme surge como
sedimento de las aguas primordiales.
Por último, y tras construir su morada en el
centro del mundo, Babilonia (hoy Bagdad), encargó
a Ea la creación de seres que se encargaran de
proporcionarles el alimento. Y la sangre de un dios,
Quingu, sirvió para dar forma a la arcilla con la que
fueron moldeados los primeros humanos [21].
1.4 Cosmogonía egipcia
La mitología egipcia giraba principalmente en torno
a la creación, la procreación y la resurrección. Los
egipcios pensaban que la sustancia de la vida
provenía de una entidad de agua, Nu, a la que
identificaban con el océano o con el río Nilo. Para
explicar su posición en el mundo, creían en dioses
que dominaban la Tierra, el Sol, los cielos, la Luna,
las estrellas y el Nilo dador de vida.
En la mitología egipcia de la creación,
Atum, el dios del Sol, engendró a Shu y Tefnut,
dioses del aire y la humedad, y éstos engendraron a
Nut y Geb, el cielo y la Tierra. Según diversas
representaciones, en un principio, el cielo y la
Tierra estaban unidos pero Shu, dios de la luz y del
aire, con los brazos levantados separó a Nut, diosa
del cielo, de Geb el dios de la Tierra quien aparece
reclinado debajo. Deidades menores le ayudan. Un
halcón, a la izquierda, es Horus el dios del Bajo
Egipto identificado con el faraón reinante [28].
Los antiguos egipcios consideraban que el
mundo tenía forma de caja rectangular, con un eje
mayor orientado de norte a sur, mientras que el
menor quedaba en dirección este-oeste. Pensaban
que la Tierra era el fondo plano de la caja, y que en
ella alternaban las tierras y los mares. Egipto se
encontraba en el centro de ese plano, mientras que
en la capa superior del mismo estaba el cielo,
formado por una superficie metálica plana sostenida
por cuatro grandes montañas localizadas en los
extremos de la caja.
Sus sentidos les indicaron la forma del cielo
como una superficie convexa donde había un gran
número de agujeros de los que colgaban las estrellas
suspendidas por cables. Los astros eran fuegos
alimentados por emanaciones que subían desde la
Tierra, y no eran visibles durante el día porque
solamente se encendían durante la noche. Las cuatro
montañas que sostenían al cielo se unían entre sí en
su parte más baja, formando una red rocosa que
rodeaba al mundo [11].
Durante el día, el Sol recorría el cielo de
oriente a poniente y, durante la noche, rodeaba la
Tierra por el norte en un barco que navegaba por el
río Ur-Nes, uno de cuyos brazos era el río Nilo,
escondiendo su luz de los humanos.
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La creación en la mitología egipcia. El cielo y la Tierra son separados por el viento
Itzam Cab Ain, representación terrestre maya, en el Códice de Dresde
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1.5 El Génesis hebreo
«El Génesis» (creación, origen, principio) es el
primer libro del «Pentateuco» y, también, el primer
libro de la Biblia hebrea conocido como “Antiguo
Testamento”, y se refiere a la genealogía de toda la
humanidad desde el comienzo de los tiempos. El
Libro narra la historia del origen, la creación y el
nacimiento del mundo, de la mano de Dios. Según
el «Génesis», el hombre fue creado a imagen y
semejanza de Dios. El libro se atribuye a Moisés y
se remontaría al siglo XV a.C.
Los primeros once capítulos se refieren al
origen y creación del mundo, el hombre y la vida en
general. Estos capítulos se consideran como escritos
simbólicos y existen diversas interpretaciones. El
capítulo uno presenta la semana de la creación, que
culmina con la institución del día de reposo [12].
Según el texto bíblico, el “espíritu” (viento)
de Dios se movía sobre la faz de las aguas en el
primer día de la creación. En el segundo día, Dios
puso el firmamento entre las aguas superiores e
inferiores. En el tercer día, Dios separó la tierra
firme de las aguas que quedaron abajo.
Según la Biblia de Martín Lutero, en la
visión judeo-cristiana, Dios crea a la Tierra y sus
habitantes, los primeros hombres son Adán y Eva
[28]. Alrededor de la Tierra hay pájaros, nubes, el
Sol, la Luna y las estrellas, encima están “las aguas
del firmamento”.
En la interpretación mitológica del
«Génesis» 1 y 2 “la Tierra era caos y confusión y
oscuridad por encima del abismo, y un viento de
Dios aleteaba por encima de las aguas”. Pero, según
la fe cristiana, “Dios es el Creador de todo lo visible
y lo invisible. Antes de la creación, sólo existía
Dios, como “entidad indefinida”, que no creó al
cosmos a partir de un caos preexistente, co-eterno
con él, sino de la nada. La creación del mundo no
fue un suceso instantáneo, sino un proceso continuo
de evolución cósmica, en el que gradualmente se
fue poniendo de manifiesto un orden cada vez
mayor y más bello. Pero ese orden estaba presente
desde el principio en la Inteligencia creadora de
Dios, que gradualmente desplegó su plan creador en
el tiempo” [18].
En el «Génesis/Bereshit» (I, 1-5), se cuenta
que las tinieblas cubrían la superficie del abismo y
dijo Dios: “Hágase la luz y la luz fue hecha. Y vio
que la luz era buena, y dividió la luz de las tinieblas.
A la luz llamó día y a las tinieblas, noche. Y así, de
la tarde aquella y de la mañana siguiente resultó el
primer día”.
Según esta cosmogonía hebrea adoptada por
el cristianismo por carecer de una propia, es la luz el
signo inicial de la manifestación y por tal, ha de ser
admitido como un elemento de la Creación. Lo que
primeramente hizo Dios fue crear la luz; después
vino todo lo demás [30].
1.6 Cosmogonía hindú
Para los hindúes existen diversas versiones de la
creación del mundo. En una antigua versión, según
Hawking, el universo hindú representa a la Tierra
apoyada por seis elefantes, mientras que las
regiones infernales son llevadas por una tortuga que
descansa sobre una serpiente.
Según los «Veda» (saber o conocimiento),
el mundo surgió de un caos primordial indefinible.
La concepción de la evolución es cíclica, de manera
que, el universo se crea, evoluciona y destruye, y así
sucesivamente [15].
Según el «Rig Veda», lo que existía al
principio era el no-ser, del cual surgió el ser.
Prajapati fue el creador del cielo y de la Tierra,
separó la luz de las tinieblas y creó al primer
hombre. En otro mito, es Brahma el que forma al
mundo. Para los antiguos hindúes el universo era
una superposición de tres mundos: el cielo, el aire y
la Tierra, que era plana y circular. El cielo tenía
siete niveles y el séptimo era la morada de Brahma;
debajo de la Tierra había otros siete niveles.
La concepción budista tántrica del “Ser
puro” tiene forma de “huevo del mundo”. El huevo
al ser fertilizado se diferencia en una “fuerza vital”
femenina, colocada en el centro, y una energía
activadora masculina, representada por líneas
divisorias. De estas fuerzas emerge la vida
conciente.
En la “Danza de la Creación”, el dios hindú
Shiva baila en su manifestación como señor de la
danza. La aureola de fuego de este bronce del siglo
X representa el ritmo del universo y emana de un
pedestal de loto, símbolo de la iluminación. Shiva
danza sobre la forma postrada del símbolo de la
ignorancia humana. La mano derecha posterior lleva
un pequeño tambor que simboliza la creación. La
mano izquierda posterior lleva el fuego de la
destrucción. La mano izquierda anterior está en la
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posición de “tronco de elefante”. La mano derecha
anterior se sostiene en el gesto “no te asustes” [28].
El brahamanismo ofrece dos cosmogonías:
la del «Rig Veda» y la que sirve de introducción al
«Manava-dharma Saska» o Código del Manú.
Según Manú, el mundo no existía sino en el fondo
del pensamiento divino de una manera
imperceptible e inefable, como envuelto en las
sombras y sumergido en el sueño; entonces, la
potencia, que existe por sí misma, creó las cosas
visibles con cinco elementos, realizó su propia idea
y disipó las tinieblas:
Más tarde, en el siglo IV a.C., en los libros
del Siddarta se afirma que la Tierra es esférica, no
está sostenida en el espacio y el Sol y los planetas
giran alrededor de la misma.
1.7 Cosmogonía china
La concepción del universo en la China antigua se
expone según la teoría del Kai t’ien registrada en el
«Chou pei suan ching», tratado escrito alrededor del
siglo IV a.C. La teoría Kai t’ien sostenía que el
cielo y la Tierra eran planos y se encontraban
separados por una distancia de 80,000 li (un li
equivalente a medio kilómetro), además que el Sol
tenia un diámetro de 1,250 li y se movía
circularmente en el plano del cielo.
La astronomía en china se debatió entre las
concepciones Taoístas (Lao Tsu en el siglo VI a.C.)
y Confucionistas (Confucio, 552 - 479 a.C.). Desde
2300 años a.C. y siguientes, los chinos desarrollaron
un calendario solar, observaron a Las Pléyades y los
eclipses. En 1200 a.C. registraron las manchas
solares y, en 532 a.C., la aparición de una supernova
en la constelación del Aguila.
Por el año 207 a.C. había dos concepciones
del mundo: la de Hun Thien, de “Universo
esférico”, sustentada por los confucionistas y la
Hsuan Yeh, de “Universo sin forma”, infinito y
vacío, de corte Taoísta. Para los taoístas, el Tao era
el camino de la naturaleza, del hombre y de todo
proceso cósmico [9].
En 184 a.C. los chinos volvieron a registrar
una supernova ahora en la constelación del
Centauro y, en 393, otra en el Escorpión. En 1006
reportaron la explosión de la supernova en la
constelación del Lobo y, en 1054, la que daría lugar
a la nebulosa del Cangrejo.
En el siglo II d.C, se empezó a utilizar la
esfera armilar como un modelo mecánico de la
Tierra y el cielo, y la concepción del universo
basada en la teoría del Hun t’ien (cielo envolvente),
la cual, sostenía que el cielo era como un huevo de
gallina, tan redondo como una bala de ballesta;y, la
Tierra era como la yema del huevo que se encuentra
sola en el centro (el cielo era grande y la Tierra
pequeña)” [24].
En otra versión, la cosmología china
describe el universo entero desde el punto de vista
del yin y del yang, términos que pueden ser
entendidos como lo receptivo y lo creativo, o como
los principios femenino y masculino de la
existencia. Nada escapa a esta relación.
El símbolo del Tai Chi, el «Gran
Fundamento», o del Tao, muestra al yin y al yang
como generadores de constante movimiento y
cambio. El yin lleva en su interior yang potencial, y
el yang, a su vez, yin potencial. Cuando yin y yang
se mueven y alcanzan el estado “antiguo” o “puro”,
los potenciales yin y yang se realizan: el yin deviene
yang y el yang deviene yin. “El cambio” es el
proceso en el que cielo y tierra y todo cuanto hay
entre ambos son creados y re-creados. Cuando sale
el Sol, la luna desaparece, cuando llega la
primavera, el invierno se va. Yin y yang son los
principios del cambio y los símbolos de la creación.
En palabras de Confucio: “Como un manantial, el
universo entero fluye incesantemente día y noche”.
La existencia significa un cambio armonioso sobre
la base del Tao. Si la armonía entre el yin y el yang
se perdiera, el universo dejaría de fluir y nada
podría existir [10].
El yin yang se remonta, según la tradición
china, a los primeros astrónomos, o a los teóricos de
la adivinación (Tsie Han Chu). De estos símbolos se
hace mención en un calendario cuya historia se
adentra en el siglo II a.C.
El yin y yang es un concepto fundamentado
en la dualidad de todo lo existente en el universo
según la filosofía oriental, en la que surge. Describe
las dos fuerzas fundamentales aparentemente
opuestas y complementarias, que se encuentran en
todas las cosas.
La teoría del yin yang plantea que todos los
objetos o fenómenos en el universo consisten en dos
aspectos opuestos entre sí pero indisolubles,
interdependientes, se complementan y son de
obligada correspondencia. Estos dos aspectos se
nombran el yin y el yang. Esta relación de conflicto
e interdependencia entre ambos constituye una ley
universal del mundo material.
Esta teoría es una ley y un principio de
todos los fenómenos del mundo material, es la
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primera razón de la aparición y desaparición de
todas las cosas.
Para poder simbolizar las propiedades
básicas o la naturaleza del yin yang los antiguos
chinos concluyeron que las propiedades básicas del
yin son similares al agua: frialdad, oscuridad,
tendencia hacia abajo. Las propiedades básicas del
yang son similares a las del fuego: caliente,
brillante, tendencia al ascenso. Todo lo que tenga
características ó tendencias similares al agua es yin
y todo lo que tenga características similares al fuego
es yang.
Pero el yin y el yang no son una fuerza, ni
una energía ni una manifestación, ni son
particularidades, sino cualidades comunes a todos
los fenómenos del universo. Son dos abstracciones,
dos cualidades esenciales que no son posible
identificarlas en nada concreto y específico sin
hacerles perder su condición fundamental y su
carácter universal: Son dos principios o
fundamentos opuestos pero íntimamente
dependientes [29].
En el siglo XII d.C. el filósofo Chu Hsi
(1131 – 1200) describe su concepción del Universo:
un caos primordial de materia en movimiento, con
nueve esferas de vientos, en donde la materia
pesada se concentra hacia el centro y la materia
liviana en los bordes [9].
Según esta escuela neoconfusionista el yin y
al yang estaban mezclados antes de que se formara
el mundo pero luego fueron separados por la
rotación del universo. El yang formó al cielo y el
yin a la Tierra. Los elementos intermedios, como
los planetas y seres vivos, serían proporciones
variables de yin y yang [15].
La Creación de Adán, de Miguel Angel Bounarroti. La Creación
y el nacimiento del mundo de la mano de Dios
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2- Cosmogonía griega
2.1 La Escuela de Atenas
Con el desarrollo de la civilización griega se inicia
la comprensión del mundo como resultado de
procesos naturales. Los griegos utilizaron modelos
geométricos para estudiar a los planetas y
representar sus posiciones.
En la antigua cosmología griega el “Caos”
era la primera cosa que existió y la matriz de la cual
surgió todo. Según la «Teogonía» (Origen de los
dioses) de Hesíodo, y los mitos olímpicos, el Caos o
Khaos es el estado primitivo, el “vasto y oscuro”
vacío, del que surgió la primera deidad, Gea. En el
mito pelasgo de la creación, Eurínome (la ‘diosa de
todo’) surgió de este Caos y creó el Cosmos a partir
de él. Para los órficos era llamado el “vientre de la
oscuridad”, del que surgió el huevo cósmico que
contenía el Universo, a veces mezclado con la
“negra noche alada”.
a) La Tierra plana
En el siglo VI a.C., Tales de Mileto (625 – 547 a.C.)
consideraba que había una unidad material en la
naturaleza identificada con el agua. De esa unidad
primordial, en la que todo estaba mezclado,
surgieron pares de opuestos: caliente y frío, húmedo
y seco, etc., cuyas interacciones produjeron a los
cuerpos celestes, a al Tierra y a los seres vivos. A la
Tierra se le concebía como un disco plano flotando
en el centro de la esfera celeste.
Para Tales las estrellas estaban constituidas
por fuego, la Luna estaba iluminada por el Sol y era
invisible durante la conjunción porque estaba
escondida por los rayos solares. Creía que la Tierra,
el centro del universo, era plana y descansaba sobre
el agua. Predijo el eclipse solar del 28 de mayo del
año 584 a.C. Se presume, que hizo esa predicción
mediante observaciones empíricas y con ayuda de
tablas babilónicas, ya que su representación de la
forma de la Tierra, no le habría permitido hacerlo
por la vía teórica.
b) La sustancia infinita y eterna
Anaximandro (610 – 545 a.C.) sostenía que las
estrellas constituían porciones de aire comprimido y
que el Sol tenía la forma de una rueda de carro,
veintiocho veces el tamaño de la Tierra. El borde de
esta rueda solar contenía fuego, el que escapaba a
través de un orificio. Cuando éste se obstruía, se
producía un eclipse. La Luna era un círculo
diecinueve veces el tamaño de la Tierra, y también
tenía la forma de una rueda de carro.
El universo de Anaximandro contenía una
sustancia infinita y eterna. Los planetas y los
mundos se formaban al separarse de esta sustancia;
luego perecían y ésta los volvía a absorber. Nuestro
propio mundo debía su origen a que un movimiento
de remolino hizo que los materiales pesados se
hundieran hacia el centro, formando el disco
aplanado que es la Tierra, mientras que masas de
fuego rodeadas de aire fueron lanzadas hacia el
perímetro, dando vida así al Sol y las estrellas. A
pesar de que mundos individuales iban y venían, el
cosmos como un todo era eterno, sin comienzo ni
fin, era infinito en el tiempo y en el espacio.
c) El atomismo
Muchas de las ideas de Anaximandro se hallan en la
teoría atomista de Demócrito (460 – 370 a. C.). En
la cosmología de este último, toda la materia estaba
compuesta de cuerpos microscópicos indestructibles
denominados átomos (de la palabra griega átomo,
que significa indivisible). Los átomos tenían
distintas propiedades, algunos eran duros y otros
blandos, otros eran suaves o ásperos, y estas
diferencias explicaban la variedad de sustancias
esparcidas en el universo.
La teoría griega del atomismo dio una
explicación para todo, desde la naturaleza del viento
hasta por qué los peces tienes escamas, por qué la
luz puede atravesar un cuerno y la lluvia no. Aun
cuando las substancias podían cambiar alterando sus
átomos, los átomos en sí no podían crearse ni
destruirse, eran eternos. Los átomos de Demócrito
correspondían a la sustancia infinita de
Anaximandro.
En el siglo IV a.C. la perspectiva atomista
del mundo tenía dos grandes fortalezas, las que
Lucrecio claramente expuso y alabó en su poema
clásico «Rerum Natura» (De la naturaleza de las
cosas) cerca del 60 a. C. En primer lugar, como
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“nada puede crearse de la nada”, y “no puede
destruirse para convertirse en nada”, resulta
imposible que las cosas ocurran sin una causa física.
Por lo tanto, los seres humanos no debieran temer la
intromisión caprichosa de los dioses. En segundo
lugar, tampoco la gente debiera temer un castigo
eterno tras su muerte, pues el alma, que al igual que
todo lo demás está compuesta de átomos y se disipa
como el viento. Ya no habrá una identidad a quien
atormentar.
Al aplicar la teoría atomista al cosmos en
general se obtiene un universo sin proyecto ni
propósito alguno. Los átomos se desplazan libre y
ciegamente a través del espacio. Cuando por
casualidad, las sendas aleatorias de un gran número
de átomos se entrecruzan, se crea un planeta o una
estrella. Un mundo que se forme de esta manera
vivirá durante un tiempo hasta que llegue el
momento en que se desintegre y devuelva los
átomos a sus vagabundeos.
Todos los objetos, incluyendo la gente y los
planetas, son simplemente islas de orden,
temporales y accidentales, en un cosmos
desordenado. Con nuestro propio planeta ocurre lo
mismo, y no ocupa ningún lugar de privilegio en el
universo. Al igual que el cosmos de Anaximandro,
el universo atomístico no posee límite de espacio ni
de tiempo. Es imposible crear o destruir un universo
compuesto de átomos indestructibles.
d) La armonía del mundo
Las primeras ideas sobre los movimientos de la
Tierra, vale decir la rotación en torno a su eje y su
revolución en torno al Sol, se atribuyen a Pitágoras
(580 –520 a.C.), lo mismo que las ideas sobre la
esfericidad de la Tierra, la Luna y el Sol, y sobre los
movimientos de Mercurio y Venus en torno al Sol.
A través de varias observaciones previas, los
griegos pensaban en la redondez de la Tierra. Para
los pitagóricos, debía ser esférica porque es el
cuerpo geométrico más perfecto.
Los pitagóricos fueron los primeros en
reconocer que el progreso del conocimiento logra,
al indagar detrás del caos aparente de los
fenómenos, el orden de leyes constantes. De la
visión que ellos desarrollaron sobre el cosmos,
enseñaron la realización de proporciones armónicas,
cuya medida y forma es el número. Las diferencias
cualitativas de las cosas pueden ser reducidas a
diferencias cuantitativas, descubrimiento de
fundamental importancia y el mayor mérito de los
pitagóricos, puesto que, es la base de las
descripciones que la física puede dar de los
fenómenos.
Los pitagóricos demostraron su validez con
un ejemplo práctico, el descubrimiento de que
cuerdas igualmente tensas y de igual materia, en un
instrumento musical, dan la nota fundamental, la
cuarta, la quinta y la octava, si sus longitudes se
relacionan como 1, 3/2, 4/3, 2. Es decir,
establecieron la relación entre valores aritméticos e
intervalos armónicos de la música, o sea, entre
números abstractos y fenómenos naturales.
Generalizando las ideas percibieron a los números
como la base de todas las cosas [25].
En función de su pensamiento basado en la
aritmética los pitagóricos no vacilaron en transferir
al cielo lo que encontraron. Consideraron a los siete
planetas, esto es, los cinco planetas visibles, más el
Sol y la Luna, como las cuerdas de oro del
heptacordo celeste. En la hipótesis que elaboraron,
los intervalos relativos de los astros correspondían a
los de los sonidos en la octava. Los pitagóricos
concluyeron que en sus revoluciones los astros
producían una serie de sonidos que constituían una
octava. Esta hipótesis es la génesis de la armonía de
las esferas, la más conocida de las doctrinas
pitagóricas. Pitágoras, consideraba al orden celeste
como si fuese una escala musical cuyos sonidos él
percibía
Los pitagóricos, imbuidos por esa
convicción de que la esfera es el más perfecto de los
sólidos, predijeron la esfericidad de la Tierra y en
general de todos los astros, descartando la idea de
una Tierra plana. Adoptada por Platón y Aristóteles,
la hipótesis de la esfericidad de nuestro planeta
triunfó desde el siglo IV a.C.
Como la esfera es el más perfecto entre los
cuerpos sólidos, los pitagóricos enseñaron que el
círculo es la más perfecta entre las figuras. Por ello,
la Escuela de Crotona atribuía órbitas circulares a
los planetas [25].
Los pitagóricos pensaron al mundo natural
como un Cosmos, lo que implicaba un orden
racional con simetría, belleza y armonía.
e) El cosmos platónico
Con un enfoque matemático de la naturaleza, Platón
(427 – 348 a. C.) estaba de acuerdo en que el mundo
es un macrocosmos que se corresponde con un
microcosmos, correspondiente a los órganos de los
cuerpos vivos.
2009 kosmos 1 (7) 11
Algunos consideran que la astronomía de
Platón, su cosmos dotado de alma, es más bien
poética que científica. Sin embargo, su mérito está
en haber formulado con claridad el primordial
anhelo de la astronomía antigua: asimilar las
apariencias observables del firmamento, siempre
irregulares y complicadas, a movimientos ideales,
inobservables, pero simples y regulares. Siguiendo
las mismas inquietudes que los pitagóricos, Platón
estaba convencido de que las figuras y los números,
inmateriales e inmutables, están más cercanos a la
perfección de las ideas que las cosas del mundo
empírico.
Platón postulaba que todos los movimientos
celestes debían realizarse en círculos, de manera
que, el cielo y sus astros giraban alrededor de la
Tierra. Filolao, discípulo de Pitágoras, propuso que
el día y la noche eran resultado de la rotación de la
Tierra alrededor de un centro cósmico llamado
“corazón de universo”. Con ello, le asignaba a la
Tierra un cierto movimiento. Heráclides de Ponto
propuso que la Tierra gira alrededor de su eje en un
día, si bien, el Sol giraba alrededor de la Tierra en
un año.
Platón describió su visión de la creación
cósmica en el «Timeo» (54 – 55 a.C.). Este es un
“Diálogo” poético donde expone su cosmogonía.
Platón describe con abundancia de detalles cuáles
son las formas fundamentales inteligibles que
imponiéndose a una materia primitivamente
informe, han presidido la concepción y realización
del orden cósmico, en la génesis de todo cuanto nos
rodea en la naturaleza, bajo la acción de Demiurgo,
dios geómetra soberano, que dispuso los cuatro
elementos (aire, agua, tierra y fuego) en la forma y
número que exige la necesaria y bella armonía
matemática. Sobre los cuatro elementos, fueron
puestos los seres vivos: dioses, pájaros y animales.
Según Platón, cuatro de los poliedros
regulares –tetraedro, octaedro, icosaedro y cubo–
que son las formas geométricas más bellas, son,
respectivamente, los átomos de los elementos –
fuego, aire, agua y tierra–. Pero los elementos
primigenios originales constituyentes del mundo
material no son propiamente estos poliedros, sino
sus componentes geométricos, formados por dos
clases de triángulos rectángulos –los triángulos más
bellos–; uno es medio cuadrado, es decir, isósceles,
que compone el cuadrado cara del cubo y otro es
medio triángulo equilátero, y por tanto, escaleno,
que compone las caras triangulares equiláteras de
los otros tres poliedros.
La cosmogonía expuesta por Platón en el
«Timeo» representa el universo en forma de esfera,
que capta en sí cuantas figuras hay.
f) El universo aristotélico
Los griegos, como los hindúes y los chinos, tenían
cinco elementos cosmológicos, cuatro de los cuales
-fuego, aire, agua y tierra- constituían este mundo, y
el quinto, el éter (o quintaesencia), los cielos. Para
Aristóteles había un contraste entre las regiones
terrestres y celestes. Estos no tenían vida, estaban
hechos de la quintaesencia y permanecían
uniformes girando en movimientos circulares.
La cosmología de Aristóteles (384 – 322
a.C.) se describe principalmente en el «De Caelo»
(De los Cielos).
En ese libro presenta su imagen del mundo
con la tierra esférica en el centro rodeada por
esferas concéntricas que giran en torno a un polo
que atraviesa el universo. Dentro de este esquema
general, se distingue entre el movimiento rectilíneo
y el circular y entre los cuerpos terrenos y celestes.
Arguye que, puesto que los elementos son cuerpos
simples y naturales, es decir, contienen un principio
de movimiento dentro de sí, su movimiento natural
es también simple. Ahora bien, hay que observar
que los únicos movimientos simples son rectos
(hacia arriba o hacia abajo) y circulares. De estos
dos tipos de movimiento, el recto pertenece a los
cuatro elementos. Pero, dado que todo movimiento
simple es de un cuerpo simple, debe haber uno de
estos cuya naturaleza sea moverse en círculo [2].
Aristóteles procede a demostrar la prioridad del
movimiento circular sobre el rectilíneo, y la
superioridad de los cuerpos que poseen un
movimiento circular. Después de concluir que tiene
que haber un cuerpo simple con un movimiento
circular que es eterno por naturaleza, llega a
postular la existencia del éter [3].
Con respecto a la unicidad del mundo afirma
que, dado que todo elemento se mueve naturalmente
en una cierta dirección y hacia una determinada
meta fija, si se mueve en una dirección sólo cuando
se le obliga a ello puede decirse que su movimiento
natural es en dirección opuesta a aquélla. Si hay
varios mundos, todos ellos tienen que estar
compuestos de los mismos elementos; por tanto, los
elementos de todos ellos por igual deben tener los
mismos movimientos naturales. Esto significa que
“toda la tierra tiene que moverse naturalmente hacia
el mismo centro y todo el fuego hacia la misma
2009 kosmos 1 (7) 12
circunferencia. Pero esto es imposible si hay varios
mundos, cada uno con su propio centro y
circunferencia. Sólo puede haber un centro y una
circunferencia o, con otras palabras, sólo puede,
haber un mundo” [4]. Añade otras formas de
razonamiento sacadas de la doctrina de la forma y la
materia y del concepto del lugar natural de las cosas
a fin de completar los argumentos antes citados
sobre la unicidad del mundo.
En cuanto a la indestructibilidad del mundo,
afirma que la opinión de que el mundo sea generado
y destruido alternativamente no significa sino el
hecho de que los elementos se combinan en una
determinada forma o en otra. Pero en realidad no
hay nada en ello que pueda llamarse generación y
destrucción, sino sólo cambio de forma o
disposición [7]. Considera, por tanto, un mundo
eterno siempre cambiante pero sin principio. Este
cambio está naturalmente limitado a la parte
corruptible del cosmos.
El movimiento de los cielos exteriores es
perpetuo y lo abarca todo, es perfecto y eterno.
Puesto que está rodeada por las esferas que tienen
un movimiento eterno, la Tierra ya no tiene
necesidad de cualquier otro soporte. De este modo,
Aristóteles desecha el mito de Atlas y la teoría de
que las almas mueven los cielos tal como nuestras
almas mueven nuestros cuerpos. Los cielos son
esféricos y se mueven de derecha a izquierda -punto
que sostenían también los pitagóricos- y tienen
direcciones ascendentes y descendentes que están
invertidas para nosotros que vivimos en el
hemisferio inferior. Es la esfericidad del cielo,
debida a que es un cuerpo primario, la que impone
una forma esférica a todas las esferas subsiguientes,
entre las que está la Tierra.
Acerca de las estrellas, Aristóteles afirma que
están hechas de éter y emiten calor y luz por
ignición del aire que está debajo de ellas, debido a
la fricción causada por su movimiento [5]. El
movimiento de las estrellas no es autoproducido,
sino que resulta del hecho de estar situadas en
puntos fijos de los cielos que giran. La velocidad
con la que cada estrella se mueve en su propio
círculo es proporcional a su distancia de la esfera
más exterior. Aristóteles rechaza totalmente la
teoría pitagórica de la armonía de las esferas y
cualquier relación entre el movimiento de las
estrellas y la música.
Después de refutar las diversas teorías de la
Tierra que le habían precedido, Aristóteles describe
a ésta como una esfera en reposo cuyo centro
corresponde al centro del universo. De hecho, tiene
que haber una Tierra, pues ésta es aquello que
permanece en reposo en el centro [6]. Esta
necesidad implica la existencia de su contrario, el
fuego y, en consecuencia, los dos elementos
intermedios, el aire y el agua. Esto a su vez implica
el devenir y el cambio que son característicos de la
Tierra.
En resumen, la cosmología de Aristóteles
considera el elemento pesado Tierra situado en el
centro del universo rodeado por una serie de esferas
concéntricas, cada una de ellas con una proporción
mayor de elementos ligeros, hasta que se alcanza el
reino de los cielos, donde sólo está presente el éter
eterno e inmutable. Todo el sistema se mueve en
tomo a un eje que es el “axis mundi”. El
movimiento, desandado a través de causas
intermedias, vuelve a la Causa Primera que es el
Motor Inmóvil, la “Causa Prima” del universo. La
cualidad simbólica de este esquema puede verse
cuando se contempla en su totalidad, y no es de
extrañar que sirviera como modelo cosmológico de
la «Divina Comedia», en la que cada esfera
corresponde a un grado del ser y a un estado interior
del adepto que lleva a cabo el viaje espiritual [2].
Sin embargo, el movimiento observado de
los planetas en la bóveda celeste no podía explicarse
suponiendo que era circular. Aristóteles, entonces,
adoptó la propuesta de Eudoxio. Este modelo para
explicar el movimiento de los planetas, consistía de
un conjunto de esferas, cuyo centro común era la
Tierra, y que giraban unas sobre otras alrededor de
ejes que se encontraban a diversos ángulos [15].
2009 kosmos 1 (7) 13
La Escuela de Atenas, de Rafael Sanzio
La Biblioteca de Alejandría, en Carl Sagan (1993)
2009 kosmos 1 (7) 14
2.2. La Escuela de Alejandría
a) Las esferas concéntricas de Eudoxio
Eudoxio de Cnido (400 – 347 a. C.), de acuerdo al
postulado de su maestro Aristóteles, se propuso la
tarea de representar los fenómenos celestes por un
modelo geométrico que solamente pusiera en juego
movimientos circulares y uniformes. En su primera
obra llamada «Fenómenos» describió la salida y
ocultación de los astros. Fue el primer astrónomo
que estableció que la duración del año era mayor en
6 horas a los 365 días.
En su segundo libro, «Las Velocidades»,
situó la Tierra en el centro del universo, centro de
todas las revoluciones celestes, e hizo moverse a las
estrellas, el Sol, la Luna y los planetas por esferas
con movimiento concéntrico a la Tierra. Para las
estrellas fijas le bastaba una esfera que giraba, en 24
horas, alrededor de un eje con orientación norte-sur.
Pero los movimientos mucho más complicados e
irregulares de los planetas exigían para cada uno de
ellos un grupo autónomo de esferas. Eudoxio
encontró que, elegidas convenientemente las
inclinaciones de los ejes, las velocidades y el
sentido de rotación, un sistema de veintisiete esferas
bastaba para representar los movimientos de los
astros tal como aparecen vistos desde la Tierra y
proyectados sobre la bóveda celeste.
Eudoxio también trazó un mapa del cielo
desde un observatorio construido por él mismo a
orillas del Nilo, elaboró diversos calendarios y el
registro de los cambios estaciónales, estudios
meteorológicos y crecientes del Nilo [25].
b) El modelo heliocéntrico de Aristarco
Aristarco de Samos (310 – 230 a.C.) enseñó que la
Tierra está en órbita alrededor del Sol. De acuerdo
con Arquímedes (287 – 212 a.C.). “La hipótesis era
que las estrellas fijas y el Sol son estacionarios, que
la Tierra se mueve en órbita circular alrededor del
Sol, el cual está a la mitad de su órbita”.
Aristarco puso en duda todo el modelo
geocéntrico griego y postuló que la Tierra gira en 24
horas y se traslada en torno al Sol en un año.
Pensador de la época de Aristóteles, profundizando
la hipótesis de Heráclito del Ponto, que había
admitido que Marte y Venus giran en torno del Sol,
y creía que éste juntamente con los otros planetas
gira en torno a la Tierra, tuvo el valor de propugnar
la hipótesis según la cual todos los planetas, incluso
la Tierra, describían círculos en torno al Sol. Su
lúcida visión, que invirtió las apariencias, movió la
Tierra e hizo retroceder las estrellas hacia un
infinito inconcebible.
Los griegos fueron los primeros en tratar de
medir con métodos prácticos las dimensiones del
mundo. Aristarco midió la distancia entre la Tierra y
el Sol. Para ello, midió la posición de la Luna en el
momento en que la fase lunar se encontraba a la
mitad. Mediante geometría encontró la relación
entre los radios de la órbita lunar y terrestre. Sin
embargo, el método era impreciso.
Aristarco parece haber basado su modelo en
la determinación que hizo de las distancias al Sol y
la Luna, propuso un método conceptualmente
impecable, pero su difícil aplicación lo llevó a
subestimar el tamaño del Sol, creyéndolo sólo siete
veces más grande que la Tierra. Pero siendo siete
veces mayor le pareció natural que fuese el Sol el
centro del universo y no un astro subordinado a la
Tierra. En su trabajo, también dibujó las órbitas
planetarias en el orden que ahora las conocemos.
Pero la proposición de Aristarco, extraña a las ideas
de la época y con menos soportes matemáticos que
los sistemas geocéntricos, no fue tomada en cuenta
por sus contemporáneos o sus sucesores [25].
Apolonio de Pérgamo, en el siglo II a.C.,
había planteado que los planetas se mueven
uniformemente alrededor de la Tierra en un círculo.
Sin embargo, la Tierra no estaba en el centro de tal
círculo sino a un lado. Consecuentemente, un
planeta moviéndose en estos círculos excéntricos
variaba su distancia a la Tierra y, por tanto, su
aparente velocidad cruzaba el cielo. Luego propuso
que el movimiento era en complicados epiciclos.
c) La redondez de la Tierra
Los primeros modelos cosmológicos griegos del
siglo VI a.C. suponían una Tierra plana. Sin
embargo, en los siguientes dos siglos los griegos
aprendieron y aceptaron que la Tierra era redonda.
Aristóteles, en el siglo IV a.C., da varios
argumentos por los cuales la Tierra debe ser
redonda. En primer lugar porque cuando un barco se
aleja de un puerto primero desaparece el casco y por
último las velas. La altura del polo celeste aumenta
al viajar al norte. Desplazándose hacia el sur
aparecen estrellas que están siempre ocultas en
2009 kosmos 1 (7) 15
Grecia. Por último, menciona que la sombra de la
Tierra que podemos ver en los eclipses de Luna, es
siempre un arco de círculo y sólo una esfera
arrojaría una sombra con esas características
Eratóstenes de Cyrene, actual Libia, (276 –
194 a. C.), astrónomo y geógrafo de la escuela de
Alejandría, fue contemporáneo de Aristóteles y
Apolonio, y estuvo a cargo de la Biblioteca del
Museo de Alejandría. Eratóstenes sabía que el Sol
estaba muy lejos de la Tierra, por lo tanto los rayos
solares que llegan a la Tierra son todos
prácticamente paralelos. También conocía que en
Siena, cerca de la moderna Assuán (en el extremo
sur del río Nilo), en el solsticio de verano, al
mediodía, los rayos solares llegan al fondo de un
pozo. En ese mismo día el Sol no pasa por el cenit
de Alejandría sino a 7.2º de él. Entonces, razonó
correctamente que eso se debía a la curvatura de la
Tierra y que la vertical de Alejandría formaba en el
centro de la Tierra un ángulo semejante con la
vertical de Siena. Midiendo la distancia entre
Alejandría y Siena obtuvo una medida para el
perímetro y el radio terrestres [25].
d) Hiparco y el movimiento del Sol
Hiparco de Nicea (190 – 120 a.C.) es considerado
como el más grande astrónomo de la antigüedad y
uno de los mejores observadores del cielo que la
historia conoce. Descubrió la precesión de los
equinoccios, es decir, del desplazamiento de los
puntos equinocciales –puntos comunes a la eclíptica
y al ecuador celeste– a lo largo de la eclíptica. Para
esto desarrolló un procedimiento ideado por
Aristarco procediendo a medir la distancia y tamaño
de la Luna.
Hiparco también determinó la posición y el
brillo relativo de casi mil estrellas, creando el
primer catálogo estelar. Su escala de los brillos
aparentes, que distingue seis magnitudes, está en la
base de la actual clasificación fotométrica de las
estrellas.
Inventó la trigonometría esférica que
aumentó la potencia del cálculo, introdujo la
división del círculo en 360 grados y dotó a la
astronomía de nuevos instrumentos. Conocedor de
la distancia y de los movimientos de la Luna y en
posesión de una teoría mejor que la de sus
predecesores acerca de la órbita solar, Hiparco pudo
satisfacer la principal exigencia práctica de la
astronomía antigua: la predicción de eclipses,
problema para el cual los griegos, antes de él, no
tenían mejor método a su disposición que el “Saros”
de los babilonios.
Sólo ha sobrevivido uno de sus trabajos,
llamado «Comentarios sobre Aratus y Eudoxus».
Fue escrito en tres libros: en el primero nombra y
describe las constelaciones, en el segundo y tercero
publica sus cálculos sobre la salida y entrada de las
constelaciones, al final del tercer libro da una lista
de las cerca de mil estrellas brillantes mencionadas
anteriormente. En ninguno de los tres libros hace
comentarios sobre matemáticas astronómicas, lo
que implica que no utilizó un solo sistema de
coordenadas sino varios [25].
Con posterioridad fue reconstruido el
modelo de Hiparco sobre el movimiento del Sol y el
de la Luna. En este modelo, la Luna se mueve en un
epiciclo cuyo centro se mueve alrededor de la Tierra
en un círculo diferente. Los parámetros de Hiparco
fueron calculados a partir de los registros de
eclipses y de las relaciones encontradas en las tablas
astronómicas babilónicas. En el primer modelo, el
Sol orbitaba a la Tierra en un círculo, moviéndose
del centro del círculo con velocidad angular
uniforme en 364.25 días. El Sol perecía moverse
cruzando el cielo con una velocidad que variaba
pero no era uniforme. La Tierra no podía ser
localizada en el centro del círculo sino que debía ser
“excéntrica”. Con ello, se podían reproducir las
estaciones del año.
e) El modelo geocéntrico de Ptolomeo
Ptolomeo (85 – 185 d.C.) reportó sus observaciones
en el «Almagesto», una obra magistral que
proporciona modelos geométricos y tablas
relacionadas sobre los movimientos del Sol, la Luna
y los planetas conocidos en ese tiempo. También
contiene un catálogo de cientos de estrellas
ordenadas en cuarenta y ocho constelaciones.
Tres siglos separaron a Hiparco de
Ptolomeo. En el «Almagesto» [1], Ptolomeo
demostró que todos los parámetros importantes de
su modelo podían ser comparados con las
observaciones, aunque había dificultades en el caso
de la Luna. También ordenó a los cuerpos celestes
en la siguiente forma: Luna, Mercurio, Venus, Sol,
Marte, Júpiter, Saturno y las estrellas fijas, éstas
últimas ocupando la esfera más externa. La Tierra
fue colocada en el centro y los demás cuerpos
giraban alrededor de ésta.
Heredero de la concepción del universo de
Platón y Aristóteles, su método de trabajo difirió
2009 kosmos 1 (7) 16
notablemente de éstos, pues mientras los primeros
dan una cosmovisión del universo, Ptolomeo es un
empirista. Su trabajo consistió en estudiar la gran
cantidad de datos existentes sobre el movimiento de
los planetas con el fin de construir un modelo
geométrico que explicase dichas posiciones en el
pasado y fuese capaz de predecir sus posiciones
futuras [26].
Se ha estimado que la ciencia griega tenía
dos posibilidades en su intento de explicar la
naturaleza: la explicación realista, que consistiría en
expresar de forma rigurosa y racional lo que
realmente se ocurre en la naturaleza; y la
explicación positivista, que radicaría en expresar de
forma racional lo aparente, sin preocuparse de la
relación entre lo que se ve y lo que en realidad es.
Ptolomeo afirma explícitamente que su sistema no
pretende descubrir la realidad, siendo sólo un
método de cálculo. Es lógico que adoptara un
esquema positivista, pues su teoría geocéntrica se
opone flagrantemente a la física aristotélica: por
ejemplo, las órbitas de su sistema son excéntricas,
en contraposición a las circulares y perfectas de
Platón y Aristóteles.
Ptolomeo catalogó muchas estrellas,
asignándoles un brillo y magnitud, y estableció
normas para predecir los eclipses.
Su aportación fundamental fue su modelo
del universo: creía que la Tierra estaba inmóvil y
ocupaba el centro del universo, y que el Sol, la
Luna, los planetas y las estrellas, giraban a su
alrededor. A pesar de ello, mediante la técnica del
epiciclo-deferente, cuya invención se atribuye a
Apolonio, trató de resolver con bastante éxito los
dos grandes problemas del movimiento planetario:
1.- La retrogradación de los planetas y su
aumento de brillo mientras retrogradan.
2.- La distinta duración de las revoluciones
siderales.
Sus teorías astronómicas influyeron en el
pensamiento astrónomo y matemático científico
hasta el siglo XVI.
Aunque Ptolomeo debe su fama a la
exposición de su sistema geocéntrico, su saber fue
mucho más allá, pues, recopiló los conocimientos
científicos de su época, a los que añadió sus
observaciones y las de Hiparco de Nicea, y formó
13 volúmenes que resumen quinientos años de
astronomía griega y que dominaron el pensamiento
astronómico de occidente durante los catorce siglos
siguientes. Esta obra llegó a Europa en una versión
traducida al árabe, y es conocida con el nombre de
«Almagesto» (Ptolomeo la había denominado
Sintaxis Matemática).
El tema central del «Almagesto» es la
explicación del sistema ptolomaico [26].
Según dicho sistema, la Tierra se encuentra
situada en el centro del universo y el Sol, la Luna y
los planetas giran en torno a ella arrastrados por una
gran esfera llamada "primum movile", mientras que
la Tierra es esférica y estacionaria. Las estrellas
están situadas en posiciones fijas sobre la superficie
de dicha esfera. El Sol, la Luna y los planetas están
dotados además de movimientos propios adicionales
que se suman al del “primun movile”. Ptolomeo
afirmaba que los planetas describen órbitas
circulares llamadas epiciclos alrededor de puntos
centrales que, a su vez, orbitan de forma excéntrica
alrededor de la Tierra. Por tanto la totalidad de los
cuerpos celestes describen órbitas perfectamente
circulares, aunque las trayectorias aparentes se
justifican por las excentricidades. Además, en esta
obra ofreció las medidas del Sol y la Luna y un
catálogo de 1028 estrellas.
La teoría ptolomaica es insostenible porque
parte de la adopción de supuestos falsos, sin
embargo, es coherente consigo misma desde el
punto de vista matemático. A pesar de todo, su obra
astronómica tuvo gran influencia en la Edad Media,
comparándose con la de Aristóteles en filosofía.
El hecho de que su equivocada teoría haya
permanecido tanto tiempo no dependíó de él sino de
las comunidades principalmente religiosas que se
encontraron muy cómodas con la teoría geocéntrica
y la compatibilidad con sus creencias [27].
El «Almagesto» describe con todo detalle la
cosmología grecorromana: la Tierra en el centro del
universo, esférica y de tamaño despreciable,
rodeada por ocho esferas concéntricas. Las siete
primeras corresponden a los planetas conocidos
entonces (la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte,
Júpiter y Saturno) y la octava a las estrellas fijas.
Más allá podría haber otras esferas transparentes e
invisibles, sin astros, terminado en el “primum
mobile” cuyo movimiento arrastraría el de todas las
demás. Para explicar los movimientos anómalos de
los tres planetas exteriores (Marte, Júpiter y
Saturno), que a veces se adelantan y a veces se
atrasan respecto a las estrellas fijas, Ptolomeo
recurrió a la teoría de los epiciclos de Apolonio de
Pérgamo, que supone que cada uno de estos astros
realiza un movimiento circular alrededor de su
propia esfera, que se superpone al de ésta alrededor
de la Tierra.
2009 kosmos 1 (7) 17
El «Almagesto» consta de 13 volúmenes
[1], a saber: 1. El primer libro que expone el sistema
geocéntrico; 2. El segundo libro discute la
periodicidad de los equinoccios y la longitud del
año; 3. El tercer libro discute los solsticios y
equinoccios; 4. En el cuarto libro se exponen
estudios de la Luna definiendo el mes sinódico; 5.
En el quinto libro se trata sobre la corrección de
paralaje de las posiciones del Sol y la Luna; 6. En el
sexto libro se expone una medida del diámetro
Modelo de Aristóteles
Matemática y Pitágoras
aparente del Sol y la Luna mostrando un método de
predicción de eclipses; 7-8. En los séptimo y octavo
libros, se muestran como las posiciones relativas
entre las estrellas son fijas. El octavo libro
constituye un catálogo de las estrellas australes
conocidas por él; 9-13. Finalmente en los últimos
cinco libros se muestra el método de Ptolomeo para
calcular las posiciones y trayectorias de los planetas
exponiendo en detalle el sistema de epiciclos.
Modelo de Ptolomeo
Platón y Aristóteles
2009 kosmos 1 (7) 18
3- Cosmogonía islámica y cristiana
3.1 Cosmogonía islámica
La cosmogonía islámica recurre constantemente a la
idea de esfera: los siete cielos se representan como
siete tiendas superpuestas. La noción de esfera y de
movimiento orbicular domina siempre y expresa la
perfección.
Mahoma (570 – 672 d.C.), es el “último”
profeta cuya vida está descrita en el «Corán», libro
sagrado de los musulmanes. Posteriormente, en
Bagdad fue traducido al árabe el «Almagesto» de
Ptolomeo al cual le hicieron algunos cambios. El
primero, fue el calendario lunar para ajustarlo a los
tiempos del pre-islam; el segundo, concerniente a
los tiempos de oración.
Los astrónomos islámicos descubrieron las
identidades trigonométricas básicas que
simplificaron los cálculos de las esferas celestes.
De acuerdo al «Corán» “nadie sino Dios
puede conocer el futuro”. Los modelos planetarios
de Ptolomeo fueron apoyados por observaciones y,
a tal propósito, se construyeron instrumentos y
observatorios astronómicos. Abd al-Rahman al-Sufi
(903 – 986) actualizó el catálogo de estrellas del
«Almagesto».
Se considera que, con la posible excepción
de lbn Rushd (Averroes, 1126 – 1198) nadie, en el
marco de la civilización islámica, merece más la
comparación con Aristóteles que lbn Sînâ (980 –
1037 d.C.) conocido como Avicena.
.
Seyyed Hosein Nasr [16] ha estudiado cuál
sería el lugar de la cosmología de Avicena, y de la
cosmología en general, dentro de la perspectiva de
la tradición islámica. Avicena hizo grandes
contribuciones a muchas ramas del conocimiento
islámico a pesar de haber usado la cosmología
aristotélica así como ideas platónicas y
neoplatónicas. El efecto de las condiciones
impuestas a su pensamiento por la tradición
islámica puede verse claramente en muchos puntos
en que difirió de sus predecesores griegos, como las
diferencias entre su metafísica y la de Aristóteles.
El «Corán» contiene en un lenguaje velado el
germen de la cosmología islámica. Pero, al igual
que el arte musulmán hizo uso de influencias persas
y bizantinas al tiempo que permanecía
completamente islámico, también la cosmología
islámica, aunque fiel al ideal coránico, hizo uso del
pensamiento griego como medio de expresión.
Se utilizaron tanto el sistema geocéntrico de
Aristóteles y Ptolomeo como, ocasionalmente, el
sistema heliocéntrico, similar al de los pitagóricos,
cada uno de los cuales proporcionaba a su modo el
marco del viaje del hombre hacia Alá [23]. Pero
cuando la cosmología se utilizaba como instrumento
del pensamiento islámico, por lo general se
separaba de la razón discursiva y se presentaba en
su sentido simbólico, como un icono para la
contemplación [16].
Las imperfecciones del modelo ptolemaico
con el punto de vista físico del cosmos de Al-Sufi,
expresadas en su «Hipótesis Planetaria», plantearon
dudas e inconsistencias, especialmente con relación
al movimiento de los planetas que aumentaba y
disminuía cuando debiera ser uniforme.
Averroes aceptó que las predicciones
ptolemaicas debían de ajustarse a los movimientos
observados pero solamente esferas concéntricas
podrían componer al universo.
3.2 Cosmogonía medieval latina
La Edad Media es un período que va de la caída del
imperio romano (siglo II) a la de Constantinopla
(1453), dominado por el cristianismo. Como en el
Islam, la religión cristiana demandaba respuestas
que requerían el estudio del cielo. La Tierra volvió a
ser plana y el mundo solo podía estudiarse a través
de la «Biblia», eran los ángeles los que movían a los
planetas.
Con la fundación de las universidades, la de
Paris se convirtió en el centro intelectual del
cristianismo. Con base en la analogía aristotélica
entre el macrocosmos y el microcosmos, los
médicos utilizaron a la astrología como una guía
para el tratamiento de pacientes. Gerardo de
Cremona (1114 – 1187) tradujo muchas obras del
Islam y de los griegos. Tomas de Aquino (1225 –
1274) propagó una cosmología basada en
Aristóteles. Entonces, su doctrina se volvió dogma
de fe y posición oficial de la iglesia cristiana.
El cosmos de la cristiandad está
representado por la «Crónica de Nuremberg» [17],
publicada en 1493. En el centro se describe la
2009 kosmos 1 (7) 19
región de los cuatro elementos rodeada por las siete
esferas planetarias, después está la esfera del
firmamento. En el exterior de las esferas está en
trono de Dios con nueve órdenes de ángeles.
Entonces, fue creada una novena esfera para
Dios. La filosofía de Aristóteles requería que todos
los movimientos tuvieran una causa. La fuente
última fue Dios, quien actuaba directamente en el
movimiento de la más externa de las esferas. Para
las otras, tenía asignada una inteligencia espiritual,
inmaterial o ángel, que movía cada esfera con
movimiento circular uniforme. Así, para ajustarse a
las «Escrituras», Dios había impreso un ímpetu a
cada esfera en el momento de la creación.
Durante este período no existieron
observatorios astronómicos. Sin embargo, como los
islámicos, los filósofos naturales empezaron a poner
en duda al sistema de Ptolomeo. Hacia el siglo XIV
se construyeron relojes mecánicos (públicos) de alta
complejidad, los más sofisticados fueron
astronómicos y eran una réplica del universo
medieval e incluían las fases y eclipses de la Luna,
desplegaban las 24 horas, y el tiempo de salida y
puesta del Sol.
La invención de la imprenta, a mediados del
siglo XV, transformó la situación al hacer posible la
edición de libros. En 1474 fue impreso un libro de
Johannes Müller de Königsberg (Regiomontano,
1423 – 1461). El «Almagesto» de Ptolomeo fue
impreso en 1496.
Pronto vendrían nuevas ideas que
cambiaron la visión del mundo
Referencias
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[2] Aristóteles 2009, en De Caelo, en The Works of Aristotle, dir. por W.D. Ross, vol. II, lib. I, 2.
[3] Ibid., lib. I, 3.
[4] Ibid., lib. I, 8.
[5] Ibid., lib. II, 7.
[6] Ibid., lib. II, 14.
[7] Ibid., lib. III, 1-3.
[8] Cano M. 2009, enhttp://es.geocities.com/martincanot/escudo.html
[9] China 2009, en www.tayabeixo.org/historia/his_china.htm
[10] China 2009, en www.nematollahi.org/revistasufi/leertex.php?articulo=52
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[12] Génesis 2009, en http://es.wikipedia.org/wiki/Bereshit
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[16] Hosein Nasr 2009, Vida y pensamiento en el Islam, ed. Herder, cap. VII, pp. 119-135. en
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Astronomia/Astronomia-en-la-China-antigua-hasta-la-dinastia-Han/
[25] Pitágoras 2009, en www.astrocosmo.cl/b_p-tiempo/b_p-tiempo-04.02.htm
[26] Ptolomeo 2009, en http://es.wikipedia.org/wiki/Claudio_Ptolomeo
[27] Ptolomeo 2009, en www.astromia.com/biografias/tolomeo.htm
[28] Sagan C. 1993, Cosmos, Planeta.
[29] Salado C. 2009, en www.saurayi.com/articulos/yin_yang.htm
[30] Vázquez C. 2009, en http://carlosvazquez.iruya.com/index.php?/archives/109Elementos-de-la-Creacion-Parte-Tercera.html
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