L A S—A G A DE L O S M A R L E S E S d e - GUILLERMO MARLÉS CORTAL i CALLE BURDEOS 12-14 2229 08029 BARCELONA TELEFONO 93.439.53.36 Dedicado a toda iba familia. LARGO Y PESADO PREFACIO Y miradas de los seres queridos que nos consuelan en los dias del gran miedo. jóse M* . Gironella De su libro "Gritos del Mar" Estas páginas que siguen, si acaso son leídas algún día, han de tomars por lo que son, páginas mal escritas, sin ortodoxia, ni sintaxis, con abun dantes faltas, tanto de composición como ortográficas y por las cuales pid disculpas, pues no soy escritor, tal como el que canta bajo la ducha no es cantante, pero tiene afición si mas no. Solo que un día, pana distraerme, se me ocurrió enborronar cuartillas al recordar algo y dejando la fantasía aparcada. Otro día cualquiera ante la tentación de una libreta inocente e inmaculada me acudieron a la memoria cosas pasadas y de mi olvidada niñez. Al cabo de meses lo pasé'en limpio bajo un título cualquiera; después otra cosa y así fue naciendo esa parida deslavazada hasta pretender convertirse en memoria de unos tiempos infantiles. Eso sí, todo lo contado sucedió tal como está escrito pizca ma's o meno. al menos es como yo lo recuerdo: y es curioso, a uno le parece que no te acuerdas de nada y como las cerezas, un recuerdo trae a otro y este a otro También me he preguntado, no crea'is, lo siempre dicho, que cuando se envejí ce y como signo precursor de una chochez precoz se empieza por recordar pasadas batallitas. Pero como sea, no me he inventado nada, si acaso pueden fallar las fechas, en vez del año treinta y cuatro puede ser que sucediera en el treint; y cinco, mes más o menos. Sé, de cierto, que el Ignacio dirá, o pensará a. leer eso del mes mas o menos; papa eso suena muy mal, es una redundancia: que le voy a hacer, ya he dicho que no soy escritor, que si lo fuera quizá no se me hubiera pasado por la mente ¿ñ intentar de escribir sin saber hacerlo. Otra parrafada sin ilación entre saber hacer algo y no hacerlo. Lo que si afirmo es qué si no he estado seguro del cuando sucedió algúi recuerdo y podría al consignarlo ser un error de bulto, me he abstenido de hacerlo. mo. Como ejemplo sirva ese que a buen seguro sólo gustará al Guiller- A Barcelona vino por aquél entonces una soprano famosísima llamada Tot dal Monte y a su llegada fue interviuada en la Radio y le rogaron a que car 3 tara algo, asi lo hizo y cantó el aria de la locura de Lucia de Lammermoor de Donizzetti; pues bien, esta aria y la tal soprano siempre la he recorda do de una manera muy viva y sin embargo no la he sabido situar si no es po el recuerdo del aparato de radio en el comedor. que teníamos en casa y por su situación La tal soprano vino a Barcelona por los años treinta y tre o treinta y cuatro y volvió por los cuarenta y cuarenta y uno: en aquellos primeros años no teníamos sino apasatos de galena que se montaban mis pa- dres y hermanos mayores; aparato de radio lo tuvimos casi a media guerra civil montado por un manitas aficionado amigo de mi padre, y lo pusimos encima de una mesilla para poder escuchar en tono bajo los partes del enemigo en la v-oz del General Queipo del LLano. Solo al termino de la contien da lo instaló mi padre en un alto estante en el comedor para que nosotros, pequeños, no alcanzáramos a manipularlo; así, recuerdo la soprano cantando y su voz divina saliendo por el aparato bastante alzado y tenía que ser en su segunda o tercera venida a Barcelona por los años 40 0 41: ese recuerdo no lo he podido incluir pues en ninguno de los capítulos de esas memorias qne'f por su fecha rebasa la edad impuesta a esos recuerdos de infancia. Y vayaYnos por mis recuerdos familiares» Mi abuela materna, de quién guardo un acendrado, grato y afectuoso recuerdo: era una anciana afable, cariñ sa a mas no poder con nosotros, sus nietos; era la viuda Cortal que poseyó un colmado en la calle Blay esquina Rosal, el cual colmado no conocí: he puesto anciana sin saber la edad que tendría cuando murió en casa, la recuerdo en su generosidad para comprarnos jugetes, en darnos calderilla baj mano pero sabiéndolo nuestra madre y en su lecho de muerte dándonos un bes de d<sgpj3ili&a y fue llorada por todos, especialmente por mí: querida yaya Catalina viuda Cortal, tan recordada fue por todos cuantos la conocieron, que mi madre y yo íbamos a la Casa Mauri, sita en la Calle San pablo y sol mentar su nombre nos vendían o daban, no recuerdo, tres o cuatro tabletas de chocolate, de las cuales, siendo de doscientos gramos cada una, nos comíamos casi dos por el camino de vuelta, mi madre era tan golosa como yo müfsmo lo he sido siempre y aquellos eran tiempos de geerra y de escasez y e chocolate no abundaba ., De mi abuelo materno no recuerdo sino su apelli Cortal, descansen en paz los dos, Cacalina Livesey Mackintoch, viuda Corta De mi abuelo paterno solo recuerdo su nombre, Jaime Marlés, pues tambi había fallecido al nacer yó y tener el sáfáciente entendimiento para conocer a mi abuela paterna Margarita Segú, viuda Marlés y a su hija, mi tía Josef También recuerdo a mi tío Antón, el cual tenía una tienda de alquiler de carretones en la calle Blay y nos subía a uno de ellos dándonos una vue ta por la manzana, siempre llevaba una gorra de plato, muy a la usanza de la época y en mangas de camisa y un chaleco de pana, asi como los pantalón también de pana. Una cosa curiosa del tío Antón y quizá algo macabra: a los años de""su muerte, en el mismo nicho se celebró un entierro de no recuerdo quién, el nicho era de los de abajo tocando al suelo, cuando lo sacaron para hacer sitio al nuevo ínquilíno, abrieron su ataúd como se acostumbraba para romperlo y meter los pedazos encima del nuevo y apareció ent ro del todo pero solo una fina urdimbre como de hilos enteetejidos que mar tenían su apariencia corporal ;Á que hicieron los sepul tureros?J levantarlo un palmo del suelo y dejarlo caer, desapareció del todo, no quedó mas que un tenue polvillo, era lo único que quedó de él. Así acabaremos todos si t cielo no lo remedia, que no lo remediará. Punto. Otro de nuestros parientes eran el tío Estebet y su mujer cuyo nombre no me acude a la memoria, tenían un estanco en la esqáina Blay con Salva, era un hombre afectuoso asi como su mujer, dicharachero, pero no en el sei tido estricto y gramatical, sino que era hablador , ocurrente, chispeante tanto que en los entierros casi hacía reir al muerto, fumaba, .como buen estanquero, de aquellos inalvidables paquetes que mostraban en su envoltura un canario con un pitillo en el pico. Y a su hija, ¿Lola?, mi padrina, de lo cual no me enteré sino cuando contaba yó los catorze años, recuerdo qu< dije al enterarme -¿Esa es mi padrina? ¡si no me ha dado nunca ni un sim • pie caramelo! de mi cada , o casi cada Domingo hacíamos el recorrido de casa abuela al tío Antón y de allí al estanco del tío Estebet en dónde aparte del tabaco, se exhibían los consabidos pirulís de la época, un caramelo alargado con un palito insertado para cogerlo mientras se chupaba, también chiclets, alguna que otra golosina y cordones de "pegadolsa"; pues nunca, nunca, esa padrina ignorada tuvo la ocurrencia de darnos alguno de los dulces que se mostraban tentadores: Pasados los años, muchos, trabajó en Witentur, casa de seguros sita en la Plaza Calvo Sotelo, hoy Maciá, y se le ocurrió venir a visitarnos en la calle Burdeos* como tenemos por costumbre les servimos pastas y café con leche, pero aun ahora no me explico a qué" fu< debida su visita si nunca se había interesado por nosotros. Había otro her- mano, An^eltÁ-.®, estudiaba por aquél tiempo abogacía, era de aquellas persona que parece que hablan con una dulzura forzada, de superioridad, era amable e inteligente. Pasado el tiempo, mucho, entró a formar parte del cuadro es- cénico de Radio Barcelona y también escribía algún guión. Cuando yó entre a-trabajar en dicha Emisora, él aún estaba y sí, nos saludamos, pero su tra to era forzado, él era un guionista, actor y por ser ma's, abogado, y se le notaba; reconozco que poseía una bien timbrada voz, pero untuosa. Esa familia de quién solo guardo un grato recuerdo del tio Estebet y su esposa, se apellidaban A(&ni)í;2. y nuestro parentesco de primos sería por la esposa de la cual no recuerdo el nombre y por parte de mi madre, ©tsr-a Liwey&ay- supongo. Otros parientes eran los de la Barceloneta, él Qr^úon'o R¡h0lt , ella Cáfóíito¿ Livesey, con dos hijos de nuestra misma edad, los visitábamos bastante y ellos a nosotros, cuando la guerra se fueron todos a vivir en unos sótanos de la Estación de Francia habilitados como refugios permanentes por la intensidad y frecuencia de los bombardeos. Alli debajo, con endebles se paraciones de unas familias a otras, habían trasladado parte del mobiliario necesario y no volvieron a su casa hasta terminada le guerra. Años después se tras ladaron a la calle CenoUj; de B<il.l~Mvn /", por debajo de la Plaza del C<£|)/rj|: de cuyo traslado me enteré muchísimos años después y por ¿1 motivo de que m padrino Guillermo Livesey hubiera venido a Barcelona para procurar vernos a todos por última vez. 6 Otra parienta era la Enriqueta, hermana de la Catalina. Esa Enriqueta había te- nido con su esposo una tienda de sombreros y gorras en Sans; al quedarse viuda se fue a vivir a Villafranca del Panades y a pesar de vivir tan lejos era la que mas nos visitaba, y siempre nos traía dos o tres de las famosas cocas de Villafranca; eso tanto en Gracia como en el horno y era la única que no venía por el interés de pedirnos pan como las otras parientas hicieron una y otra vez. La tía Enriqueta era muy aficionada a la zarzuela, tanto como mi madre y yo; en aquél tiempo al menos dos teatros, que yo recuerde, el Apolo y el Victoria, en el paralelo, se turnaban para presentar zarzuelas con los mejo res cantantes., de la época. Mercedes Capsir, Maria Teresa Planas, Jaime Mi- ret, Marcos Redondo, Ricardo Mayral, Pablo Civit, Pablo Hertoch y otros dos de los cuales no recuerdo bien el quién de los dos representaba La Tabernera del Puerto con una voz potentísima y capaz de en la celebre romanza de tenor emitir un do de pecho escalofriante por lo sostenido, pero alargándole con un agudo final escalando las notas del pentagrama que hacía poner la piel de gallina haciendo levantar al público entusiasmado. Estos dos teno- res uno era el Eduardo Brito y el otro Rosich, cual de los dos emitía tai agudo no me acuerdo. Sólo una vez he vuelto a escuchar este do sostenido y terminado con un agudo sabiendo hasta casi parecer que la garganta del ca tante podía romperse y fue el tenor canario Alfredo Kraus interpretando esa romanza de La Tabernera del Puerto, pero después, c/e ¿/, no lo he. vuelto a fQptír; un do de pecho meritorio pero normal es cuanto se suele hacer o canta] De estas tardes zarzueleras guardaba mi madre un cajón lleno de libreto con la letra y argumentos, por aquél entonces se acostumbraba a entregar lo dichos libretos de la zarzuela repeesentada junto con la entrada. Yo me la aprendía de memoria y las cantaba, por cierto con bastante voz; pero mi afi ción verdadera no iba por ese camino sino por los barcos y llegar a ser mar no, pero en casa lo tomaban como una tontería pasajera y tanto me lo quitaron de la cabeza y con tal fuerza, que esa, la cabeza, desde entonces me • quedó huera . 7 De esa pléyade de parientes faltan los R»i/$ y mi padrino. El Rlgrf padre había casado con una hermana de mi padre y mi tía Josefa, la oual no llegé a oonocerla pues murió joven dejándole a su marido dos chicos, Así los Rt'us eran tres, los hijos algo mayores que yo y solo recuerdo que uno de ellos se llamaba, o se llama, si no ha muerto, Joje, Venían mucho a visita a mi abuela Margarita y a la tía Josefa, se sentaban todos formando coro en el dormitorio de mi abuela y ante el balcón y a. mí siempre me causaba el efecto de que se estaban confesando unos a otros ; pues los tres Rj O.iS habla ban como susurando, cual si les supiese mal el levantar la voz y cuando venían los tres, parecían tres jesuítas retirados desvelando secretos a media voz o lamentándose de habar colgado los hábitos: como mi tía Josefa habia sido monja y los colgó para dedicarse a cuidar a mi abuela, el símil de un conciliábulo entre antiguos tonsurados se me representaba siempre al verlos tan enfrascados y sin percibir nota de cuanto decían. Y falta el último recuerdo que son varios, el de mi padrino, Guillermo Livesey Hackintoch, era ingles, casado con inglesa, sin hijos, al menos no los conocí ni tuve noticia de ello. Nunca renunció a su nacionalidad y su aspecto era de típico ingles, alto, con una inicial gordura, de rostro encendido o rubicundo, francote y jovial: siempre me acuerdo de sus manotazos a mis rollizos muslos regocijándose de que su apadrinado estuviera tan sano te como él mismo; comentando, " es buen descendiente de ingles y escocesa" y a palmotearme mis sufridas carnes que mostraba por mis pantalones cortos. Cuando salía de su casa mis "cuixas" ardían'y aparecían como coloreadas de rojo, pero como contrapartida mis ojos relucían ilusionados por la gran y azucarada "mona" con sus figuras de chocolate y algún huevo de azúcar y chocolate y las plumas teñidas de colorines. Si ni era Pascua y por lo tan- to no había mona, mis bolsillos llenos de caramelos y algún dinero para la hu cha, del cual se hacía cargo mi3padre guardándolo para; ese fin ; era una padrino generoso y no le dolían prendas. En eso de la mono de Pascua competí, mos mi hermano Juan y yó en comparar cual de las dos, la suya o la mía, era 8 mayor, mas vistosa, mas adornada y contenía mayor cantidad de figuras, Huevos, plumas de colores y nos pasábamos horas contemplándolas posadas encima el aparador de casa. Su padrino era nuestro hermano mayor Jaime, el cual se esmeraba en emular la generosidad de mi padrino y las dos monas lucían a cual mejor. Mi padrino vivía en la Via Layetana por debajo de Urquinaona, en un pri cipal y abajo tenía una tienda de Cambio y Bolsa, pues era agente oficial d la Lonja de Valores. Pero antes había sido direct-Qr o subdirector de la of ciña principal de un banco en el que también trabajaba mi hermano Jaime, y en el cual, posteriormente en el año 4 7 o 48, entré a trabajar yó. Lo que sigue le sé de un modo impreciso por comentarios en voz baja entre mis padres y mi hermano, y aunque no captaba sú verdadero significado me fue quedando en la memoria, un día oía una cosa, otro día otra, mi corta edad no les permitía hacerme partícipe de lo sucedido. El caso creo que fue 4© un cierto sujeto que enredó su buen nombre y prestigio en cierta operación fra dulenta, siendo mi padrino totalmente ajeno e ignorante de sus trapícheos; corrió la voz y salió perjudicado, pero pudo probar su inocencia y no quedó desprestigiado: pero el tal sujeto aun tutto una desfachatez intolerable y mi padrino ni corto ni perezoso sacó un revolver del cajón y le pegó dos ti r ° S ; el individuo no murió, solo salió herido. Mi padrino, apoyado por to- dos y probada la mala acción del tal sujeto, ni lo detuvieron ni afrontó juicio alguno, pues el Banco respondió de él, eso sí, aquello lo forzó a presentar su dimisión.. Cuando la Guerra Civil española se marchó a Inglatera y no volví a saber de él hasta hace bastantes años en que me dejó recado de que si quería verlo estaría en casa de mis primos en la calle Condes de Bell-MunC . Por supuesto acudí y me abrazó emocionado varias veces, casi me ahoga entre sus brazos y me besó, sí, besos casi con lagrimas. Se conservaba bien, tanto él como su mujer, anónima y discreta como siempre fue: recuerdo como nos sentamos y yó, en broma, me cubrí los muslos previniendo sus no olvidados 9 manotazos cariñosos, él lo entendió y rió de buena gana. Después de las acó. tumbradas preguntas de si estaba casado, cuantos -hijos, etc... me contó que venian de Oran, en donde poseía una fabrica de papel y por los acónteciffiien tos aciagos ocurridos allí la había perdido, que como último deseo viajó a Barcelona para despedirse de cuantos parientes hubiera, entre ellos yó; ala bó mi aspecto y acabó recordando tristemente el desgraciado suceso del Ba co y dijo, que sin arrepentirse pues aquél sujeto se lo merecía, lamentaba el haberlo hecho y mas que nada por mí. Lo tranquiliza diciéndole que po mi corta edad de entonces ni me enteré, en todo caso lo admiraba por haberse defendido, para mí siempre habíalo considerado como un acto de valor de mi padrino y que., no padeciera pues estaba olvidado y siempre lo recordaba con admiración. Se volvió a emocionar y levantó la mano sobre mi muslo bromean do, pero me volvió a besar y abrazar. •'Sstas páginas, quizás, destinadas a vosotros y vosotras, hijos e hijas nietos y nietas, digo, quizás, ni llegeís a leerlas ni a ese punto y aparte Sé que direís, vaya tostón de parientes, los cuales ni nos interesan ni conocíamos. Pero es que siempre he creído que los muertos, y casi tocios It mentados lo estarán, si de cuando en cuando se les recuerda están menos mué tos, reviven en el recuerdo que se mantiene vivo. También me queda la dude de si éstas páginas no ocuparían mejor sitio al final de las que siguen. Pero así las he puesto, principiando y aq$ií están, bien o mal puestas. Pero, seguid leyendo, si queréis. QJtDO de los recuerdos que guardo son los de los pantalones y calzoncillos que por aqaallos tiempos nos obligaban a usar a los pequeños, y no os riáis al leerlo, pues parece de cuento sin serlo; ries dos prendas estaban abiertas por debajo y asi al agacharte enseñabas lo de atrás y lo de adelar te, así lo usaban todos los crios hasta los cinco o seis años: a esa edad, las madres hablando de sus hijos, no solían decir; tiene tantps años; sino ya le he cerrado la culera. A mi hermano Juan y a mí, recuerdo que los di- chos pantalones y calzoncillos nos lo compraban en una tienda de la Plaza 10 del Reloj o del Ayuntamiento de Gracia: cuando a mi hermano se los compró mi madre normales, el dueño, mirándome, preguntó si a mí no me cerraba aún la culera, mi madre dijo no, pues es muy marrano y aun se lo hace encima per pereaa, el jugar le absorve tanto que ni se acuerda de ir al lavabo, hasta q aprenda,culera abierta. Cuanta vergüenza no llegé a pasar por tal motivo, p ro lo cierto es que mi madre tenía razón , me daba tanta rabia tener que dejar el juego y tanto me enfrascaba en el que se me olvidaba la necesidad o ir. la aguantaba hasta que no tenía remedio y el ir con el cuarto trasero al air cuandc me agachaba o mostrar la pirila al sentarme me dio la suficiente vergüenza para enmendarme-- y no volverme tan distraído: también influyó el que mi padre, cuando eso ocurría, me refregara por los morros las dos prendas ma chadas, por lo demás, aunque jugaba con chicos y chicas de la misma edad, la costumbre hacía que nadie se extrañara demasiado, ni las chicas, por llevar tales partes al aire. Costumbres de la época. En aquellos tiempos, tiempos de marranería, cualquier transeúnte, se paraba tranquilamente en cualquier hueco entce doá edificios desigualados, que abundaban bastante* haciendo sus aguas menores sin el menor rubor de nadie;; las mujeres, teniendo un árbol a mano, se apoyaban en su tronco y agua abajo que hay que regar. En mm calle había dos de esos desniveles de fachadas, y queriendo solucionar la propensión tenida de usarlos como urinarios, se rrellenaban con tierra y piedras, hasta una altura de metro y medio, y luego se alisaban con cemento .porland, con una base de un cuarto de circuaferer Cia que disminuía conforme tomaba altura hasta terminar en un punto que unía ambas paredes; pero así y todo, siempre mostraba unas sospechosas humedades que olían a las aguas menores que no dejaban de depositar cuanto personal p¿ saba por allí y tuviera necesidad de hacérselo. Nosotros, crios nada escru- pulosos, aquellos mojones nos servían para jugar al "caball fort''a pesar de los olorosos aflubios que soltaban. Otro de los recuerdos que se me vienen a la memoria es la de la enorme fuente de agua potable que existía en la cercana Plaza de San Juan, hoy de U / A (o a//' lértc^jUdé) la Virreina; dicha fuente era mucho mayor, que la .tan célebre de Canaletas, tenía tantos o ma's caños y un entramado metálico en su base de una gran circunferencia con una trampilla para poder descender a un círculo subterráneo, y allí, en sus profundidades, que seguramente servirían para alojar todas la ramificaciones y pasos o cierres de agua para tan compleja fuente, es en de de al acercarse las fiestas de San Juan San Pedro y San Jaime, todos los chi quillos del vecindaria encerraban la leña para montar las consabidas hoguera verbeneras; Allí abajo cabían innumerables montones de muebles y trastos vi jos que expresamente se guardaban para quemarlos en tales f estitiidades. No- sotros, los de la Calle Torrente de Vidalet, no entrábamos en aquella prever bial, o providencial, almacenamiento de leña para festejar con hogueras a le Santos Juan Pedro y Jaime, y los teníamos que guardar en cierto campo cercano tirando todos los muebles viejos por encima de una alta tapia dificil de escalar sino era uno mayor de estatura: tal era el motivo que no notáramos que nuestra guardada leña disminuía y en cambio la de la Plaza San Juan iba en un sospechoso aumento. Cierta noche, juntándonos varios de nuestra calle nos llegamos a la dichosa fuente, violentamos la trampilla y sacamos cuanta leña nos pareció que reconocíamos como de nuestra pertenencia. Claro que hasta la noche de la quema hubimos de montar guardia para que no volviera a mermar lo con tanto esfuerzo conseguido. Aquel año la hoguera de San Juan e incluso la de Sam Pedro fue la mas grande del barrio, la encendimos mas tarde para que ya quemada la de la Páaza San Juan pudieran todos los vecinos de allí venir a contemplar con ojos envidiosos la nuestra. Habíamos puesto en su centro y dentro de una caja ce rrada de fuerte madera, un montón de "piulas" petardos, truenos y alganas be galas compradas con aportaciones de todos los vecinos. Al ver los de la Páa za San Juan, hoy Virreina, nuestro montón de leña en forma piramidal y coronado todo por un muñeco con sombrero calado, ya se les cayó la baba, cuando la encendimos y las llamaradas se elevaban al cielo con peligro de los cable eléctricos y los remates de las fachadas ya no les quedaba saliva para babea 12 pero aquello llegó a su apogeo cuando el fuego consumió la caja encerrada bajo su amontonamiento y los petardos bengalas truenos y piulas empezaron a petardear en un estruendo incesante como colofón retumbante de una noche iluminada por una inmensa pira de fuego de majestuoso y estallante llamear. Ni los envidiosos vecinos de aquellos otros pagos pudieron vencer las-entusiastas ganas de aplaudir aquél apoteósico fin de fiesta. Declararon'con seriedad que tomaban nota y otro año afrecerían aun mas espectáculo, cabe, que el nuestro. Lo cumplieron, no el otro año, sino en el mismo en,la ver- bena de San Jaime: se esmeraron en superarnos y corrieron la voz en convida a todo el que quisiera ir. Creo que quemaron incluso algún mueble nuevo pa ra que la hoguera subiera hasta el cielo y no desmerecer de la nuestra; per cuando el fuego consumió sus entrañas como monstruo devorador de si mismo, saltó tal cúmulo de explosiones y fuegos de artificio que a los que nos cay la baba fue a nosotros y hubimos de reconocer que se habían superado con cr ees, felicitándolos de corazón. Aquello abrió una sincera solidaridad entr la Plaza de San Juan, hoy Virreyna, y la calle Torrente del Vidalet. Del otro año no puedo dar testimonio de nadr. pues nos cogió viviendo en el Paralelo', junto, casa por casa, a la de mi abuela Margarita y rni tía Josefa, Pepeta como la llamábamos. A propósito de mi abuela, releyendo todo lo escrito mas adelanta, explico casi solo de ella lo de su mania de canturrear algo sobre las "Samarretas"y su precio, de lo cual pádiera derivarse que penséis que estaba algo floja de la cabeza y es una falsa impresión de la _que me siento culpable por no saber describir en su totalidad cuando es cribo sobre ella. Mi abuela Margarita era normal del todo, mujer de su ca- sa, ordenada, trabajadora, formalísima y hablaba de todo y con todos;.lo qu< pasaba y hay que compranderlo, que en su tiempo, principio de siglo, no exi, tía aun nada de nada, ni Radio, ni distracciones, ni música para recordar, ni luz eléctrica ni gas, solo velas o carburo para iluminar las noches y carbón para guisar, entonces la vida era monótona a mas no poder entte la clase trabajadora o media, no había cine, sólo teatro, pero accesible a la 13 clase alta de la sociedad. Entonces, una feria, un mercado unos encantes c cualquier vendedor ambulante pregonando su mercancía con mas o menos gracia se grabava en la memoria y no era extraño que su cantinela asomara de cuand en cuando a los labios y se erigiera en monótona costumbre a falta de otra cosa que recordar. Así, dada esa explicación4 necesaria, sigo. Un último recuerdo que casi se me olvida y eso que lo he tenido present durante toda mi vida. Mis padres tenían en su habitación un armario de los llamados de luna de cuando ee casaron, de aquellos de un solo cuerpo, enorme, con dos columnas como si sustentaran el remate de arriba y una sola pue ta con un espejo ocupando todo su frente, por eso se llamaban de luna, por el espejo. Dentro guardaba una muñeca de porcelana, articulada y vestida con primorosos encajes, no se que se hizo de ella, iioy valdría una fortuna. También un violín que no se a quién pertenecería, sino era a mi hermano may> de cuando fue pequeño y quizá lo estudiara: si hubiera sido un violón me hubiera pertenecido a mí, pues durante toda mi vida lo he tocado. Y un peque- ño féretro blanco de dos escasos palmos de largada, dentro su colchoncito y una diminuta almohada de puntilla como de jugete y un vestidito, también blanco, doblado, y un diminuto gorrito orlado asimismo con una primorosa pui tilla y una cinta azul para ajustarlo. Por aquél entonces, con mis cuatro años, al verlo e intentar jugar con el, a mi madre se le humedecían ios ojo* y me daba dos sonoros besos, pero no dejaba que lo tocara. Cierto día, lac- rando, me desveló el misterio del pequeño ataúd y del vestidito; aquél vestj do había sido mi mortaja y la cajita me albergó durante casi un día, había dado cabida a mi cuerpecito de recién nacido, de un día de vida y muerto cor una total apariencia, tanta, que ya me llevaban y sólo al mover el pequeño ataúd para alzarlo me moví y lloré, librándome de ser enterrado vivo: me lo explicó llorando a moco tendido y que sólo tenía un día de faáber nacido cuar do sin saber como y porque me quedé muerto y permenecí todo un día tendido en la diminuta cajita, pero al moverla, quizá por el sacudimiento, volví en mí y lo guardaba porque le daba no se qué el tararlo. 14 Pero después de esa explicación, quizás un par de meses o anas, el pequeño féretro desapareció y yo casi me olvidé de todo ello, mi edad no me permitió comprender del todo el significado de aquello. De mayor, quince o diez y seis años, un día rae acordé y cuando tuve ocasión pregunté si lo había soñado, si sucedió o era imaginacióm mía, pero esta vez estaba presente mi padre. Me confirmaron ambos que aquello sucedió de verdad, entonces, co- mo vi que el recuerdo les afectaba pues sus ojos así lo reflejaban, me pronv: tí a mi mismo no volver a mentarlo nunca mas: pero una líltirna pregunta me salió casi sin querer, qué había sido de aquél pequeño ataúd blanco y la pr: morosa mortaja que encerraba. Se miraron y mi padre, sin quererlo, dirigió la vista al ja'rdín; lo hicimos desaparecer, dijeron; el verlo nos recordaba demasiado un angustioso día de dolor, aunque después, al verte revivir, todo se convirtió en alegría. Así que ya lo sabéis, queridos descendientes míos, soy un Nesferatu, el muerto viviente ¡Huuuhuuu... que míe...!. Aunque no creáis, mas que nada, me he preguntado muchísimas veces si al estar muerto por un día estuve en el Limbo y de allí no regresé Otra de las cosas que llenan mi recuerdo de niñez es de una vez, a mis nueve o diez años, en qué junto a mi madre y mi hermano fuimos al Hospital Clínico para asistir al entierro de una amiga de mi madre, descendimos al depósito de cadáveres para verla o velarla antes del entierro; por aquél entonces, a los niños, no se les privaba de ver a los muertos; decían que era una experiencia mas de la vida a la cual tenían que acostumbrarse. Entramos en el depósito de cadáveres y aun hoy me asombra lo que vi y que aquello lo presentaran de tal macabra manera. Imaginaos una amplía salí redonda, una circunferencia, con unos altos nichos o hendiduras en la pared uno al lado de otro y a una altura de un metro del suelo rodeando toda la sala, en cuyo interior estaban metidos los fallecidos dentro de sus ataúdes de pie y apoyados contra la pared de fondo de cada nicho o hoyo. Así, cuan- 15 do penetramos allí, en medio de tal redondel, nos vimos rodeados por todos los lados de muertos dentro de los abiertos féretros, al menos sumaban una docena y parecían mirarnos a nosotros con sus apagadas miradas a través de los medio cerrados párpados, eran ellos, los muertos, puestos de pié y rodeándonos desde su altura de un metro por encima de nosotros, quienes nos examinaban a los tres y no nosotros a ellos. Dimos una rápida mirada, estremecidos, sino asustados, hasta dar con la conocida de mi madre, cuya figura, alzada por encima nuestro y amortajada toda ella de negro de pies a cabeza, cuya cabeza, CDn él tocado de la consa bida mantilla de encaje negro, nos dominaba desde su altura: con un casi pa vor, salimos .a esperar su entierro. Pero no creáis- que eso cambió tanto a través de los años y aunque no sean recuerdos de mi niñez, permitidme consignaros aquí, de cuando hice la mili, por los años cuarenta y tantos; solíamos salir de marcha, pero en rea lidad acampábamos para hacer tiempo y regresar, detras del Hospital de San pablo, en aquellos años campos no urbanizados: dos o tres soldados tan cu^i sos como yo mismo penetrábamos por encima de dicho Hospital al depósito de cadáveres. • Allí, en una especie de apartamentos de un metro de lado cerrados sólo por mediaá puertas con bisagras basculantes, g^cían sobre losas marmóreas los cadáveres del día esperando su enterramiento, o quizá la auto sia; Allí veíamos someramente tapados por un escaso metro de sabana deshil. chada de viscosilla, al hombre que sobre su barriga tenía depositadas sus piernas amputadas; la mujer vieja a la cual le faltaba un brazo, pero no le faltaba, pies lo tenía puesto encima del pecho; o la joven parturienta que abrazaba en frió gesto final al bebe nacido muerto en un gesto de amparo, 1( dos muertos; o también al chico atropellado por algún vehículo y que mostraba su destrozada figura yacente. En el Clínico, ggisX-ié'ndo a un entierro del cual no viene al caso allá por los años sesenta, en una sala de unos treinta metros cuadrados, no menos de media docena de muertos dentro de sus ataúdes y alzados a medio metro del 16 suelo por una angarillas, mostraban de una manera tan cruda la realidad de su muerte al ser contemplados desde arriba, que daba pena permanecer en el frío ambiente tan desposeido de cualquier miramiento hacia sus amortajados cuerpos, pero es más, por una puerta de batientes hojas, se podía ver sobre losas a otros fallecidos que desnudos y sólo tapados en sus partes pudiente esperaban turno para ser pasados a esa otra primera estancia. No hace más de veirt/V a2os y en el mismo Clínico, hubimos de saltar por encima de féretros abiertos depositados de cualquier forma en el suelo por falta de sitio en el depósito; imaginaros el desagradable efecto que produ cía el ver a cinco o seis muertos vistos desde la altura nuestra y tenerlos que sortear con abiertas zancadas para no pisarlos. Así os podría explicai casos y casos, pues he sido un asiduo visitante de tales macabros sitios, pero para muestra basta un botón y son varios, "prou". LA RULETA DE LA FORTUNA 17 Tendría a lo sumo siete u ocho años, vivía en Gracia, la ex villa de Gracia, como entonces se decía, en la calle Torrente Vidalet entre las calles del Congost y de la Encarnación y casi por frente a dónde terminaba la calle Asturias, a una manzana de distancia de la entonces conocida plaza de San Juan y hoy llamada de la Virreyna, al menos es lo que hoy recuer do- En dicha páaza de San Juan solían celebrarse muchos festejos por aque entonces, éso en lo que a M Í memoria atañe, pues al estar ubicada allí la Iglesia Parroquial de San Juan de Gracia, cada domingo y por toda la mañana una ingente multitud allí se congregaba, quizá por la entrada y salida de las diferentes misas celebradas y araí-,quizá debido a mi corta edad y aún mas corta experiencia, los domingos y fiestas de guardar y en dicha plaza y por la mucha concurrencia, siempre me sabía a fiesta. Al menos Sardanas con sus correspondientes coblas sí se celebraban si no cada domin go al menos con cierta frecuencia; qué, al >(-i" recordada; .orla con festivos recuerdos mi lejana memoria. A mas, era verano y estando de vacaciones que más querí Esos días festivos, hubieran o no audiciones de Sardanas, por el mucho público que allí se reunía, sea por demorar con saludos a conocidos la hora del regreso a casa, por tomar el sol, por charlar, por esperar la hora de entrada a la iglesia para la próxima misa de festivo, o simplemente, para dejar que los muchos crios endomingados se solazaran corriendo desalados tras sus amigos jugando a los innúmeros juegos que por aquél entonces toda la infancia o inventaba o ponía de moda sin propalarlo ni proponérselo. Y como pájaros de buen agüero y de atrayente tentación, al menos para los pequeños que a ellos se arrimaban deseando todo cuando a su vista se mostraba, acudían los vendedores de globos, de caramelos, de manzanas acarameladas, de chucherías en abigarrada muestra de a cual más vistosa y deseada, como podían ser trompetas, lengüetas para simular las atiipladas voces de polichinelas o marionetas, chicles, abanicos de papel coloreado, pájaros de cartón con un silbido acoplado simulando sus trinos, espanta- suegras, pequeños cochecitos de hojalata , con cuerda o sin ella, coilas res y pulseras de vidrios de colores, niutiequitas con vistosos trajes regit nales, peleles que al tirar de un cordón movían brazos y piernas, silbato: flautas, banderines, tambores de variado tamaño, y caramelos montados en un palo, pirulís como eran conocidos y bolsas de cacauetes, de dulces, en fin, todo cuanto puede atraer la atención y el deseo de los pequeños, los cuales, embobados, miraban y pedían, ora esto , después aquello, también lo otro y lo de más allá. Y como no, ruletas de la fortuna montadas ei cima de un cilindro de un metro de altura, mas o menos, y cuyo interioj formaba el almacén ambulante para ir reponiendo cuanto género se fuera agí tandü de lo variado que la ruleta ofrecía; Y lo que a la vista ofrecía erí de lo mas estimulante para despertar deseos en las mentes infantiles, bo^ sas rellenas de caramelos u otras golosinas, pirulis, manzanas recubierta: de caramelo rojo y con un palo para cogerlas y aguantarlas mientras se saboreaban, pistolas marca "Dalia" de pistones, espanta suegras, muñequitas. pitos, flautas, paquetes de pistones detonadores para las pistolas, payasos dotados de un tambor que golpeaban al tirar de un hilo, paquetee., de cigarrillos de chocolate, bombones, otros paquetes de cigarrillos de verdad, rubio y negro, puros, unos normales u otros super enormes y también caramelos sueltos que eran el premio de consolación que más solía salir. todo eso repartido en el redondel de la ruleta y puesto entremedio de los clavos, generalmente pintados de azul o rojo, según hubiera premio o no, y por entre ésos clavos recorría la flecha de la ruleta al girar hasta detenerse en el clavo con premio, mayor o menor, o sin el. Siempre acudían a la plaza, hubiera sardanas u no, varios hombres portadores de las dichas ruletas, de diferentes tamaños y premios, mayores o menores y la tirada según lo , atractivo de los premios, solía valer der. cinco á diez Cfcntimos, pero los premios que ofrecían valían al menos, algunos , va rias pesetas, lo claro del juego era que no solía salir sino algún carame lo que otro y muchas veces nada, segtrro que los clavos estarían mas ladea- 1.9 dos hacia adentro o fuera para oponer mas o menos resistencia y hacer que la flecha parara donde más conviniera al eendedor, pero eso entonces no lo veías y ni lo pensabas; se quedaba uno parado como un pasmarote contera" piando el girar de la ruleta y ver que alguien, siempre desconocido, se ib ganando los premios gordos, y algún vecino, conocido, amigo o simplemente afortunado de pgseer los cinco o diez céntimos para poder tirar y probar suerte, se llevaba el caramelo de consolación o nada, y no se porque casi te alegrabas, pues uno ponía su corazón en tal o cual premio y sabía que s tiraba se lo llevaría, y al no llevárselo otro parecíale que le estaba reservado, peco en aquél tiempo eran tan raras las ocasiones de poseer cinco o diez céntimos y mós a mi edad de entonces que aguantabas la tentación .heroicamente y tenícís la moneda agarrada con el puño cerrado dentro el bol sillo del pantalón para sentirla y que no se escapara. Pero conforme avanzaba la mañana y se acercaba la hora de marchar y tú, parado allí como un tonto y contemplando la ansiada pistola detonadora mar ca "Dalia" que era el suman de los sueños de todo chiquillo de la época, y que sabías de sobra que al menos costaba los noventa y cinco céntimos, pues las habías visto en los almacenes de entonces de"todo a noventa y cin co" y que nunca conseguirías poder comprar: o que te la compraran, padecías cuando alguien tiraba y la flecha pasaba como para detenerse a dónde lucía tan niquelada y brillante, tan deseada, y tan fácil de conseguir, tenías los cinco céntimos, pues a que esperar y sufrir, y sé otro se la llevaba y no la reponían, y aunque la repusieran en el mismo sitio, salir dos veces en una mañana, no, no entras §n el cálculo de probabilidades, que inte recomiente te habías forgado. Tenias que marchar, en casa te esperarían pa ra comer, la campana de la iglesia sonaba dando la hora, la gente empezaba a retirarse, te decidías, o no, un minuto mas, o dos minutos y jugarías, pero te quedarías sin moneda y sin nada, valor, adelante.., y como si fuera otro quién lo hacía, sacabas el puño del bolsillo y alargabas la mano al hombre de la ruleta y con dolor soltabas la moneda, el hombre la recogía 26 y casi soplaba antes de soltarla en el cajón de la recaudación, debía de quemar de tanto apretarla dentro del bolsillo. Ya estaba hecho, no cabíc retroceder, la suerte estaba echada, con la mano temblando cogías la plunu y con toda tu fuerza le dabas para que corriera como desbocada sobre todos los premios y saltara de clavo en clavo hasta que el coce la parara: pasat encima la pistola, raud'a, una vez, dos, otra y otra vez, una vuelta más, eJ impulso era imparable, otra vuelta y la rebasaba, llegaría a dar una vuelt mas, no llegaría, si, llegaba,pero no paraba, un ciauo, otro clavo y otro mas, y ai siguiente, sin premio, ,£g paraba, decepción, pero no, un pequeño soplo, que le quedaba hizo vacilar la pluma entre el siguiente clavo, y lo rebasó, aili yacía un enorme puro de vuelca abajo, de veinte centímetros de largo y de un grosor enorme, era uno de ios premios gordos, pero él, o sea yo, sufrí una decepción, que iba a hacer con un puro tan grande¡ en cambio, la pistola, iiabía volado y mis cinco céntimos Cambija. El hombre vio reflejada en mi cara la decepción y viendo mi edad y ei enorme puro, me comprendió, estaba en su momento de buena acción y sin levantarlo siquiera me mostró otro premio para cambiármelo, una bolsa enorme de patatas fritas u otra más pequeña de caramelos, o una muñeca, para mi hermana, dijo, y me dejaba . escojer entre varias chucherías . Mi esperanza renació, le mostré la pistola de mis sueños y el rió, no, eso no, vale mas que todo lo que te he mostrado - y decídete - dijo - estás impidiendo que otros juegen, ¿No es verdad Señor? - preguntaba tras de mí. Pero la curiosidad para ver mi decisión mantenía sujetos a una buena parte del público detras de mi persona. Como vi que no conseguiría la pistola, seña- lé al puro y el hombre se puso blanco, eso me dio a entender que el premio merecía la pena, pero no me lo quería cambiar por la pistola y decidí fastidiarlo y volví a señalar al enorme puro, para justificarme dije - para mi padre - de tras mió sonaron murmullos de aprobación y me envalentoné envuélvamelo bien, que no se estropee - así lo hizo y me retiré como un triunfador, con la gente abriéndome calle y yó con el alargado paquete mostrándolo orgulloso; seguro que fui la envidia de muchos, pero hubiera 21 preferido cien veces la pistola niquelada marca "Dalia". Una esquina mas allá estaba mi casa, y durante tan coreo trayecto se me pasaron por la cabeza mil y una ideas, entregarle el purazo a mi padre y que se lo fumara, guardarlo para cuando fuera su aniversario o alguna fiesta señalada,, explicarle lo sucedido y pedirle que a cambio del puro rru comprara la pistola, vender el puro entre mis amigos e intentar reunir lo suficiente^ subastarlo; cambiarlo en el colmado, o, ultramarinos, como se llamaban entonces, por algún jugete que me gustara, pero, y si se lo conta; ban después a mi madre, no quedaba otra alternativa, ocultarlo y fumarmeio yo el día que estuviera a solas, éste último pensamiento, quiza por rozar lo prohibido, me sedujo; fumarme!o ,., si. sería lo mejor, yo lo había ganado y lo justo es que yo me lo fumara. LO oculté con cuidado entre el suéter y la cainita y entré tu casa coi;¡u un triunfador no reconocido. Justo para cambiarme pues la comida estaoa en la mesa, oculté en el armario el puro, me cambié deprisa y mero en ocupar -mi sitio en la mesa. fui el pri- Por suerte, aquél día por ser festivo no había sopa, pero en la cena si la habría. Mi padre siempre, exigía sopa. Paso una semana, dos, y casi tres antes que se me presentara la ocasioi tan esperada de fumarme el puro. festivo entre semana - Como entremedio hubo ó os domingos y otro _;.-,en la plaza San Juan y ante la parroquia se ce- lebra-ron sardanas y allí..acudí con mis padres y hermanos a misa de once, la más concurrida, y luego a la consabida estancia en la plaza y frente a la iglesia para ver y dejarse ver y estrechar amistades al par que se escuchaba a la cobla y quién mas quien menos bailaba alguna sardana. a mi hermano, algo mayor que yó, dos aiios, me dedicaba a Yo junto colarme por éntre- los corros de sardanistas y por aquí me cuelo y por aquí me salgo, como en raedio de un tío vivo, persiguiéndose uno al otro como por entonces se estilaba entre crios y con gran indignación de los bailadores, que al pasar bajo ellos procuraban soltarles alguna patada que otra y eso era una diversión añadida para no dejar de corretear bajólas manos alzadas y unidas ; al salir de estampida de un coro de danzantes topé de manos a boca con el 22 feriante de la ruleta en ' .-i cual me había tocado aquél purazü aún no £u'''ado, y de cuyo vocarrón acostumbrado a imponer»* sobre las estridencias musicales de clarinetes y cornetines snrdánísticos salió la impertinente pregunta, vocead¿í a todo trapo de - cono te ha sentado fumarte el purazc tan grande que te tocó y te llevaste contra mis indicaciones de querer cambiar te lo, di perillán o se lo contaré a tu padre. Aquello.me dejó helado,, por fortuna mis padres no estaban cerca y • ¡ermano. ocupado en esquivar una patada danzante de turno no lo escuchó. mi mal intencionada del molestado Pero aquello me óe aquel m al perdedor de valiosos puros. me advirtió para alejar Bn lo sucesivo, antes de corr como loco de aquí allá ya procuraría ver por donde anciava aquél ¡nal .. . su jeto. y curiosamente, lo sentido, me convenció que aquél purazo sería de lo mejor y mas caro y por eso se dolía el tío de la ruleta. sear el fumárroelo y que se presentara Aquel día, pasadas dos semanas y media Empezó, a de- pronto la ocasión para hacerlo. me quedé al fin solo, mis- her- manos mayores al trabajo, asi como jai.- padre, -mi iiermano algo mayor que jo en casa de un amigo estudiando y haciendo deberes, y .mi/ madre repi t iénáoaie1 al .portarse bien, que iba a quedar solo, que procuraría venir lo mas ; pronto posible, que merendara, que cerrara bien, ••• - no abriera a nadie, . no hiciera malezas, • no dejara entrar a la gata y no abriera la ga- lería; en fin, pasó revista como solo las madres son capaces de hacer a t< dos los males posibles por suceder y quizá no sucedidos ni en mil años. Al fin la llave en la cerradura, cerrando, no se fiaba que cerrara bier: y por si acaso se aseguraba, aún llaraó para preguntarme si estaba seguro de querer quedarle solo y si mejor no la acompañaba, sus pasos volvieron por tres veces atrás y al fin de una angustiosa espera se alejaron definitivamente. El silencio empezó a cernirse sobre mi acunándome, cuino cosa no sentida y esperada por mucho tiempo. Procedí* a esparcir encima la mesa un par de cartipacios y lápices, libros y papel de notas, el sacapuntas y afilé un par de lápices solo para derramar las espirales de madera y mirar de ensuciar un poco, no queda- 23 ra tocio tan pulido que pareciera que no había estada haciendo lo que se esperaba que naciera. Vuelta a mirar a la puerta y por la ventana que daba a la calle por si veía algo sospechoso. Había llegado el momento de consumar mi deseo. De quemar, fumarme el purazo, extasiarme por vez primera en algo que la suerte había puesto en mi camino; penáé, que suerte. Cogí senvolví el purazo de donde lo había escondido, busqá cerillas, lo de- y sentándome en el mejor sillón del comedor procedí- a desenfun- darlo del transparente envoltorio que la fábrica de vuelta abajo, así lo leí , les ponía para preservar su aroma y mantenerlo fresco. antes de pire derle fuego..es tuvg contemplándolo un rato con el anticipado placer que de el esperaba, aun tuve mis dudas de que' hacer, daba lástima el pe¿. ríe fue'¿<-'. pero me decidí . borré del pensamiento los últimos escrúpulos., total, lo que iba a nacer, era solo fumar y fumaría, ya lo creo que me lo fumaría encendí la cerilla, la acercfi al extremo del puro, purazo. tal como nabía visco nacer innumerables veces a nii padre y alguna vez a sis hermanos mayo res y aspiré, raas bien sorbí , con fuerza, pero aquello nó tiraba ni sacaba humo, otra vez y otra cerilla, nada, entonces recordé, había que hacerle una pequeña endídura por donde sorber, o pincharlo con alguna aguja o con la tijera. Lo dejé encima la mesa y fui a. buscar el costurero d mi madre, cogí las tijeras y al llegar al comedor, Jesús, el puro estaba • encendido y quizá quemaba la brillante, pulida y barnizada tabla de la mesa, m e abalanzó sobre el purazo levantándolo; que suerte, no había llegado a quemar nada, la superficie pulida reflejaba mi cara asustada sin mostrar mancha y1 de quemadura ni la más mínima señal : me dejé caer entonces de nue vo en el sillón y tras respirar por dos o tres veces traxiquilizandome, rae llevé el-puro a los labios,chupándolo, nada, se había apagado o ni había llegado siquiera a encenderse. Ahora sí, con calma, y al mismo tiempo con ansia, le pegé fuego y chupé de el viendo como la aplicada llama se agrandaba a cada chupada. Un 24 sabor fuerte, fuertísimo, me lleno la boca a cada chupada, quemándome casi la lengua, pero el puro tiraba y desprendía un aroma de su extremo encendido, al menos así me lo parecía a mí. o quizás por haberlo leído en alguna parte, pero tuve que apártalo y depositarlo con cuidado, eso sí, en el borde del brazo del sillón y acercarme a la cocina a beber un poco de agua; y chupé de nuevo, la tos me invadió con espasmos violentos sin po- derlo remediar, el humo era fuerte, aunque agradable, calentaba la boca y parecía -jue la perfumaba, pero no, no la perfumaba, un gusto casi repug nante ae la llenaba, era la nicotina a la que no estaba yo acostumbrado, pero no ceje, tozudo seguí, una y otra vez. chupé y chupé y ya casi se me hacía agradable pero un humazo acre se me metió en la nariz y contemplé ej purazo como un enemigo que me iiabía cogido por sorpresa. Mano del pa- ñuelo y a sonarme hasta que aquel sabor a humo dejó de cosquillearme la nariz. El humo, absorvido, me recordó y familiarizó con el que olía cuan- do fumaba <fiú padre. Pero hube de pegar un salto y sacudirme algo de ceni- za caída sobre mi rodilla, casi me había quemado, pero comprobé que no tenía nada; luego mi atención se concentró en el puro y en ir chup¿índolo con pausa, despacio, casi cerrados los ojos y soboreándolo a cada chupada, llenando más pulmones con el acre humo y ese fue mi fallo, la tos me sacudió sin casi dejarme respirar, los espasmos de ella me hacían casi vomitar el aire y tosiendo sin cesar no podía renovarlo con una nueva aspiración; une momentos terribles áa ahogo que por suerte fueron mitigándose y pasando. Con una mano en la boca y la otra, con el pañuelo, enjugándome los ojos.• quedé como reponiéndome de unos momentos terri5les de tos ahogándome y con un regusto de agrísimos sabores que subían de mi estómago, convulsionado todo yo me acordé del puro, ¿Qué había sido de el mientras tanto? asustadt miré en el sillón •> si lo había soltado sin darme cuenta y lo quemaba, ya podía irme preparando para lo peor. Pero no, menos mal. el puro, sol- tando un tenue humo por su encendido yxcremo. yüeía tirado en el suido, 25 ardía pero sin quemar nada, pues el suelo era de baldosas y no había alfombra en aquél sitia, solo un pequeño montón de ceniza estaba derramado por el suelo. Lo alcé con cuidado, chupé para que no se apagara, fui a buscar la escoba y el recogedor, barrí con cuidado y esmerándome; pero sin soltar el puro, auando acabé, otro poco de ceniza volvió a caer, vuelta a empezar con la escoba y el recogedor. Después . para que no volviera a suceder, me ilegé a la cama, me tumbé en ella boca abajo y la ceniza la iba Sacmdiéndo encima de la mesilla de noche, en el marmol que la cabría; añora me resultaba placencero el chupar despacio y retener el humo un poco, soltándolo luego con cuidado y viendo formar con ello espirales y fantasmales formas. Juntaba los labios cual si silbara; una de las veces se me ocurrid soltarlo por la naris, no fue fácil y el acre humo me iiizo de nuevo estornudar; rae di poco humo en la boca cuanta también, que si respiraba cuando ;ne quedaba el calor me resbalaba hacia dentro,, di una chupada mas ligera y aspiré el aire, un reconfortante calor me llenó el pecho, el gusto de tabaco di-;ueii-o en el aire aspirado me alimentaba y su aroma se suavizaba,, era sorprendente lo que iba descubriendo, rae fui llenando de un agradable sabor y olor de suave humo, como de un condimento algo pican! y caliente, lo paladeaba y disfrutaba. Me sentíia transportado a un mundo desconocido e incitante, mi imaginación volaba como a Qi;ros estratos sublimados, me sentía volátil, etéreo, sin ataduras, a cada nueva inhalaciói notaba «ni interior, hasta ese momento no había tenido consciencia de poseer un interior y ahora go y ese descubrimiento parecía como si sorprendía. llenara ese interior de al- También se me hizo curioso el comprobar que mi estómago lo sentía como si en vez de tragar üumo fuera algo sólido llenándolo. Aspiré tres bocanadas mas para analizar esta nue va sensación y a cada chupada se hacía notorio que mi estómago partici paba en el acto de la aspiración de humo, vaciarse. cual si a no tardar hubiera qu¡ Constaté, asimismo, que perdía peso, que iba a flotar y segui- 26 cianiente un curioso efecto cíe caer si no rae sujetaba, mi cabeza empezaba a pesarme mas que jai cuerpo y asi una y otra vez, po iban de acuerdo. ni m.i cabeza ni- mi cuer- Dos veces mas chupé del purazo que ya no parecía ni hermoso ni grande ni apetitoso, apestaba y por donde lo ponía en la bo- ca se deshacía y colgaban húmedas y saiibosas hilachas que mal sanar de boca horrible. También comprendí dejaban un de golpe que la habitación no estaba igual, se movía un poco, los muebles no guardaban la compostura cié siempre, visceralmente dime cuenta que entre yo y los muebles ya no guardaban la relación acostumbrada de servirme, querían desplazarse del sitio con movimientos oscilantes y de lenta pero segura movilidad; quizás se distorsionaban; esto me molestó e hizo sentirme mal. Quise levantar- me, pero la cama comprendió que la iba a abandonar y protestó lanzándose u una amenazadora ddnza. pausada ai principio 3e mas deprisa después, y qui pensar en todo aquello, perú la cabeza se negaba a pensar y parecían. que quería también bailar por su cuenta o con los muebles, incluso ias paredes volvíanse locas y se sumaban ai movimiento general: me asusté un poco, pero lo superé y decidido a todo me puse el puro en la boca, dándome valor, pero apestaba y se había apagado, lo despanzurré encima el marmol á<. la mesilla de noche y cerré los ojos a ser que pasaba, y pasó que empszé a bailar yo aun estando tendido, en aguas agitadas que mareo de baile, parecía navegar y poco a poco le fui cogiendo el compás al vaivén de la; olas qie iban y venían y mientras, las paredes de un negro pozo sin fondo empezaron a sorberme y caí en suave caída cual una mecedora acuñadora acogiéndome y meciéndome, y así, con un mareo imparable, queué dormido sin darme cuenta del cuando ni del como. Me desperté sin tener conocimiento de nada de 1© sucedido, poco a poco fui recordando todo, no tenía ni idea del tiempo transcurrido y de lo que había pasado, solo un amargar de boca, un ligero dolor de cabeza y un inestable estómago te. queriendo salir afuera, era todo cuanto percibía físicamen- Como pude llegé al cuarto de bario; allí las fuerzas de ini interior entablaron batalla con un. estómago revuelto, ganando la batalla ese último, ; 2? sintiéndose vencedor soltó afuera cuanto quiso y sin c.darme de pasar el mal trago. tregua hube Pero me aii/ió la cubeza, la cual se fue acla- rando y con un buen chorro de agua fría vertido sn la nuca me sentí lo bu; tar-te aliviado para volver al dormitorio pasando antes por el comedor pa: comprobar la hora, bien, airear toda la casa, • quedaba una buena media hora para arreglar y Arregló la cama tirando de sabanas y colcha, recogf después de contemplarlo, el despanzurrado despojo de lo que había sido ui hermoso purazo, lo lanzé al'Vater tirando do 3a cadena • abrí ventanas par; renovar el aire, con ello me encontré mejor, después de comprobar que los muebles se mantenían en su sitio me dispuse a recibir a mí madre, que no tardaría, en cuanto sintiera la llave hurgando la cerradura, correría a cerrar las ventanas, y ensaye frente al espejo una sonrisa inocente con la que pensaba recibirla. Mientras, dejé vagar la imaginación, recordé' aquella otra vez que también tuve la premonición de que me iba a tocar un libro que el maestre quería sortear entre toda la clase y asi fue, me tocó a mí . "Las aventuras de Guillermo" , el libro había servido durante todo el curso en las clases de,dictado, me acordaba como todos seguían en silencio la vos del profesor leyendo el libro y dictando así a coda la clase, Don Fernando se llamaba el profesor y era el director del colegio que se llamaba "Colegio de San Fernando" y ellos, los alumnos, habían cogido la música de ui: canción de moda y le habían puesto una letra propia pero que concordaba bastante con la original y era "Si a tu ventana llega un burro pégale con la escuba que es Don Fernando", andando, El dictado siempre lo hacía el diivcicr, Don Fernando y era lo que más se temía, pues era duro de vera El dictado no había acabado con el libro y todos teníamos la ilusión de qu nos tocara para poder leer él final de tales aventuras durante las vacacio nes de verán..' y a mí me tocó para envidia de toda la clase. Ahora, pasados los años recuerdo con cariño el director Don Fernando, pues sin dudar era una bellísima persona $rn buen director y un excelente ;Í8 profesor, pues hasta los mas negados llegaban a entender y aprobar los temas más áridos y las asignaturas que menos gustaban, pero su porte y serie dad nos imponían suponiéndole una dureza que seguramente no tenía, la prue ba era la dulzura conque nos dictaba, con voz agradable y bien timbrada y las notas que nos ponía en los dichos dictados, notas nada duras por las faltas y correcciones que salpicaban nuestros emborronados cuadernos de escri tura. También recuerdo con satisfacción, casi veneración al profesor, maestro de la clase en qué iba aparte de los dictados, Don Xamon, hombre con ur saber hacer especial, con una paciencia a toda prueba y con unos métodos, que sin saber yo y ahora, explicarlos, nos hacían a todos superar las dificultades de las lecciones. él nos enseñó a escribir, que no sabíamos, con pulcritud y corrección, él nos explayó de un raudo tan atractivo las áridas matemáticas, que todos las comprendimos y con satisfacción íntima comprobamos que no éramos tan tontos como ncs creíamos, y así la geografía, la histeria, la geometría y todas las asignaturas que él impartía. Un recuerdo agradecido a nuestro Don Ramón, cuyo aspecto recordaba el del detective Hercules Poirot de las novelas de Ágata Cristie y a Don Fernando, el director, ambos de grata memoria y que gracias a ellos aprendí lo poco que se. Pero llegó mi madre; al sentir abrir la puerta, c^rré rápido todas las ventanas que me dio tiempo y ella entró, ni olió nada n| dijo notar algo fuera de lo común y yo me puse a hacer ver que estudiaba .'e.cfrascando" me en la lección. Pero en mi interior me iba calmando poco a poco al ver'que,.todo-acababa bien. Había cometido una tontería haciendo algo que por mi edad no se toleraba, pero que solo me había costado cinco céntinos, pues la culpa, o falta, si la había, uno se confesaba y quedaba tan tranquilo, así al menos era IB costumbre y la seguí. Al cabo, lo único que pasó era que había gastado cinco céntimos en la ruleta de la fortuna y había ganado. niquelada pistola marca "Dalia" Aunque no lo que yó quería.} la 29 RECUERDOS DE UN COLEGIO Por aquella época de mis siete años yo estaba algo rollizo, gordo, perc era de complexión fuerte y alto por mi edad. Mi gordura me creaba serios problemas en los colegios donde iba junto con mi hermano Juan, casi dos años mayor que yo; siempre había algún alumno, generalmente el gallito de la clase, que se burlaba de mi llamándome gordo o algo similar, claro que en el recreo se lo hacía pagar y siempre estaba liado a peleas, o mejor dicho, estábamos, pues mi hermano siempre estaba a mi lado y peleábamos juntos, codo a codo o espalda contra espalda cuando los contrarios era varios, cosa que sucedía con frecuencia y nunca, que yo recuerde, fuimos vencidos. Los chicos siempre han sido burlones y de broma en broma se lían y caen en la crueldad para con los otros a quienes aprecian algo, como por ejemplo mi gordura: es un modo como otro cualquiera de afianciarse en una personali dad aun en desarrollo; muy lejana a la madurez y la comprensión. A propósito de eso y haciendo punto y aparte de por donde he empezado, mis recuerdos me llevan a remontarme más atrás, a cuando me llevó mi madre por vez primera a un colegio muy cerca de casa, creo que en la calle Encarnación; una' torrecita de planta baja y un solo piso, con patio trasero como se acostumbraba en el barrio de Gracia: la planta baja y el patio eran propiamente el colegio y el piso la vivienda de los maestros, un matrimonio de cual casi no recuerdo nada, o casi nada. Pues no creo haberlo dicho pero ei tonces tendría a lo sumo cuatro o rondando cerca de los cinco años, es el r< cuerdo más lejano que se me acude no de mi niñez, sino de colegios. En aquél entonces, tierno infante aun no desbrabado y asido con desesperación a las faldas de mi madre y en aquél nuevo medio desconocido fui abandonado pues allí me hizo soltar a la fuerza su falda y dejándome en manos di una señora desconocida desapareció. En mi imaginación infantil abierta a cuanto de malo pudiera ocurrirme y a quién su querida madre, con casi traición o abuso de confianza lleva a un sitio adonde lo abandona, en un medio 3 ambiente que no es el acostumbrado y allí, en medio de una mezcolanza de 30 chicos mas o menos de la misma edad, niños, de cuya abundancia por metro cuadrado uno no tenía ni la mas mínima idea, con caras desconocidas, todas llorosas o a punto de hacerlo y casi raras por como las recuerdo envueltas por la distorsionada perspectiva de los años y años transcurridos. Pero dejémonos de divagar y vayamos al grano. Pronto, ni transcurrida media hora desde que mi madre me había abandonado en aquél desconocido e in grato sitio, me fui dando cuenta que yo no era el único en sentirse solo, desamparado, sin saber ni comprender nada. Casi todos los niños que me ro- deaban se sentían igual que yo y aquello, absurdamente, fue un consuelo que en mi poca edad de entonces no comprendí. También lo fue que muchos de ellos lloraran desconsolados llamando a gritos o hipando a su mamá. Los maestros, que aun no sabíamos que lo fueran ni lo que pudiera representar el ser maestro, nos dieron, repartieron, lápices, libretas, en ese punto se fueron acallando los lloros, pero lo que nos entregaron a continuación cambió nuestra expresión en contento, gomas de borrar y de colores y m¿ ravilla de las maravillas, unas preciosas maquinitas de sacar punta a los 1¿ pices que nos encantó conformándonos por el reciente abandono de nuestras me dres e hicieron el milagro de secar las lagrimas de los llorones. Aquél reparto nos empezó a integrar en el ingrato y novedoso medio del colegio parvulario; repartidos todos en bancos con sus mesas delante y su CÓ joncito para guardar nuestras nuevas y preciosas poseciones, garabateamos a placer en las blancas páginas de la libreta que pronto se acabaron 7 y-iios maestros, atentos, nos dieron otras; los lápices no terminaban de romper sus puntas o se gastaban,; pasábamos mas tiempo con el sacapuntas en la mano dan dolé vueltas y mas vueltas desmenuzando en rizos de fina madera el largo lápiz que pronto se acortaba y al ser difícil de coger por nuestros menudos y torpes dedos, pedíamos a gritos uno nuevo. Las sufridas páginas de las li- bretas las mas de las veces se desgarraban en protesta por la presión del lápiz sobre ellas, por cuyo motivo también eran repuestas con rapidez por Dtras nuevas; pero el casi silencio que todos guardábamos, pues bastante tra nos costaba el ir llevando la lengua de una comisura de los labios a 31 la otra y que no se nos cayera la baba encima de las frenéticas rayas o cur vas conque rayábamos, que no escribíamos, las blancas páginas de la nueva libreta. Ni lo sospechábamos nosotros, pero seguro que nuestras madres se asombr rían cuando les presentaran factura del material escolar gastado con tanta inusitada rapidez. Pero así nos fuimos acostumbrando al colegio y a mane- jar lápices e intentar de dibujar algo que pareciera alguna cosa, pero ciar cuando al poco tiempo lo intentábamos, siempre nos faltaba página y lo que fuera que quisiéramos dibujar se salía de madre, o sea, de límites cuestionables del tamaño de la libreta. También ayudó a nuestra conformación el qui pasáramos mas tiempo de recreo jugando en el patio que rompiendo lápices, gastando gomas de borrar, rayando libretas y usando el sacapuntas. Con todo, el tema principal es la facilidad que tienen los niños de burlarse de cualquier defecto, tara o cosa rara que detecta en otro. Yo, como era la vez primera que me veía integrado en un rebaño de ignorantes borriquj tos de largas orejas, que por cierto, eso era lo que en; aquél, tiempo, aun en el parvulario, nos ponían en la cabeza cuando no sabíamos o no contestábamos con corrección a cualquier pregunta de los maestros, unas postizas y largas orejas de burro, de las cuales todos los colegios estaban bien provis tos, y aquella mañana, o tarde, las teníamos que llevar puestas, cuando no y a mas abundancia, castigados de cara a la pared en cuya superficie se sombreaba nuestra silueta con las orejas alargándose y recordándo;al sufriente castigado que era eso, un asno. Otras veces, según la gravedad de la falta, con los brazos levantados en cruz. De mas edad y en otros colegios, se acos tumbraba poner de rodillas, de cara la pared, con los brazos en cruz y con Las palmas de la mano abiertas hacia arriba y en ellas se tenía que sustentar el peso de algún libro, generalmente el de la lección que no se había es :udiado, y ale, aguantar así media hora y a veces más y que no se te cayera :1 libro o se te ocurriera bajar los brazos, entonces eran dos o tres palmeazos en la abierta mano que no había soportado el peso dejándolo caer. Pero en aquél parvulario y por fortuna, aún no se aplicaban tales casti- "32 gos pues el propósito de llevarnos allí era el de que nos acostumbráramos al manejo de lápices, libretas, nos ejercitaban para después aprender las primeras letras, a ser obedientes, no depender de las faldas de la madre, bueno, eso no hace falta explicarlo, todo el mundo lo sabe-y lo ha pasado. Por vez primera en aquel parvulario oí llamar a otro niño"cuatrojos" por llevar gafas, cosa bastante rara en aquella época que un niño necesitara ta artilugio cabalgando encima de la nariz. Con los años el llevar gafas se ha generalizado y no asombra ya a nadie, pero entonces era inusual y pobre de quién las necesitara pues el mote no se lo quitaba nadie, fuera niño o mayor. Yo, y allí, lo oí por primera vez y fue el principio de una abalan- c h a d e motes desencadenado por un suceso banal y ridículo a mas no poder. Cierta mañana uno de los niños pidió permiso a la maestra para acudir al servicio; regresó riendo y mirando a cierto compañero, cuchicheó algo al más próximo a él y pronto ese se levantó pidiendo permiso para lo mismo. Regresó también aguantándose la risa y dijo algo al más próximo, asimismo ese recabó el permiso y volvió aguantándose la risa, así uno y otro y otro, toda la clase desfiló por el servicio menos uno, el qué al principio aquél primero había señalado con la mirada; cuando me tocó el turno vi lo que tar ta curiosidad y risa contenida había despertado: dentro del inodoro un enoi me, ejem..: ejem; doblado en espiral sobre si mismo y negro como el carbón. También yo me maravillé, me asombre y lo contemplé sin creérmelo. Qué ha- bría comido o cenado para soltar semejante grandiosidad negra: a partir de aquél momento se le llamó el "caganegro" olvidándose su nombre para todos; pero no acabó aquí la cosa, puestos a motejar salió el "Cagablando" el "cagarubio" el "cagarrutas" el "cagafideos" en fin, todas las variedadeí que uno se pueda imaginar y que la mente infantil en mayor abundancia de motes crueles aplica en cuanto la ocasión de reírse salta sin mayor malicií por el motivo de descollar por encima de otro, pues la compasión a tan temprana edad es desconocida; así, en aquél parvulario nació una moda desatada, o costumbre, de aplicar motes porque sí, por divertirse, con una intensadad asombrosa y sin maldad ,'solo burlona y porque gusta el hacerlo. 33 Tal fue el caso de uno un poco cargado de espaldas, en seguida saltó el "chepa" y los nombres propios cayeron en el olvido, ya nadie se llamaba Juan o Pedro eran el "arrastraculo", otro el "patacorta", el "renco" pues sus rodillas n guardaban la rectitud debida, o el "equis" si se le juntaban demasiado, el "pelao"si .llevaba el pelo al rape, o sea, cortado al cero, cosa muy corrien te en aquellos tiempos, fuera por el tifus, por. tina, parásitos o simplemente por esta castigado sea por sus padres o por alguna causa. También el "cegato" si se tenían los ojos pequeños, el "tarta" si se tartamudeaba aunque fuera un poco; también el "narizotas" por nariz, grande o "narizetas" por lo contrario el "patizambo", el "pezuñas" por no cortarse las uñas, el "deslustrado" era el caso de un casi albino, el "sinculo" el "escurrió" el "mofletes", el "so rosado" , el " rostropalido", el "indio", el "asustao" por su cara reflejan do asombro de continuo, el "recalentado" por sudar demasiado, el " escuchimizo" por delgadez, el " huesos" por demasiada delgadez, el " inflao" por 1 contrario, y como de gorditos había muchos se repartieron los motes para qu alcanzaran, el " gordo", que fue el primero, el " fati" sea porque en catalán asi se tildaba la gordura o por el entonces famoso cómico de peliculas americanas ,y aunque nosotros no íbamos al cine habíamos oído hablar de él, el gordo de el"gordo y el flaco " hubimos de repartirlo entre dos, uno fue el "Oliver" y otro el"Ardy" , así sin hache pues no teníamos aun:ái-idea de la existencia de las haches, otro fue el "globo" y otro el "mantecas", uno lo apodamos el "enterao" por querer saber demasiado y otro el " sinseso" po lo contrario. A míy que a mis cuatro años y pico aún no estaba gordo me 11. marón el " metemeentodo" y no sé el porqué. Así, en aquél primer colegio de mi vida, . llegó un momento en que ningún chiquillo conocía el nombre de nadie, solo motes o apodos, y cuando el maestro o la maestra llamaban a alguien por su nombre, todos nos quedaba mos asombrados, a veces también el propio nombrado pues habíasecacbstumbitad< a ser nombrado por el defecto o singularidad que daba pié a su alias o remo quete . 34 Pero volvamos a mis siete o cerca de mis ocho años cuando fui al colegio llamado "Centro Moral e Instructivo de Gracia" el cual, por cierto y pasados casi setenta años aún existe, no se si como colegio, pero si como teatro pues leo muchas veces en el periódico el anuncio de la obra que se representa en el. Pues a mas de colegio, bastante grande y de varios pi- sos y con su correspondiente patio de recreo, poseía una sala de espectáculos o de cine, puesto que solo cine se'proyectaba:por aquél entonces, era lo bastante extensa para dar cabida en la platea a los familiares de los alumnos y en un piso a los chiquillos y a los curas, o hermanos, no lo recuerdo bien, que eran asimismo los profesores de las distintas clases o como ahora se llama, aulas. En dicho cine, los sábados por la tarde y los domingos nos proyectaban películas, mudas por supuesto, pues el sonoro aún no había llegado y con un fondo musical acompañándolas que siempre era el mismo, el "Danubio azul" o "La leyenda de un beso" éstas dos y basta, repetidas hasta la saciedad un y otra vez, tanto daba que la película fuera de acción como romántica. dichas secciones de cine y en un palco tras de nosotros , ubicado En en el primer piso, se situaban los profesores maestros y el director con sus sotanas negras y sus alzacuellos blancos, almidonados. Lo* Curas, por cier to, fumaban como descosidos, pues el cine y el fumar se conocía que era el único pasatiempo o vicio permitido entre su Orden, pues a alguna pertenecerían, cosa que no recuerdo. Cuando en la película proyectaba tenía que sa- lir algún beso o abrazo entre los protagonistas, el operador de cine, dentro de la cabina situada tras nuestro, ponía simplemente la mano ante el proyector y en la pantalla se producía un negro vacío revelador del beso o abrazo censurado y así sencillamente se solventaba la para él y los curas asistentes, y para nosotros, los niños, la escabrosa escena. Allí recuerdo haber visto " El jorobado de Ntra. Señora de París" o como se titulara la versión primera y muda protagonizada por Lon Chaney, de la cual guardé tan grata memoria durante años y años y en mi interior la entroniza como lo mejor y más asombroso visto de un ser monstruoso que fiuá? 35 ca pudo existir; hasta tal punto me hechizó que cuando ya de mayor vi la nueva versión protagonizada por el gran actor Charles Laugton, su caracterización del jorobado, siendo genial, no era ni sombra de la por mí recorda da del mítico Lon Chaney. Claro, eso siempre ocurre con los recuerdos gua: dados dentro de una mente infantil, magnifica lo visto o vivido en su niñez y nada podrá oponerse al recuerdo. A mis casi cincuenta años, en una repos. ción de celuloide rancio, la volvieron a proyeetar y sufrí una decepción en cuanto a la película en si, no era ni mucho menos lo que yó guardaba como recuerdo, aunque la interpretación y caracterización de Lon Chaney me pareció maestra y tal como la recordaba, casi sublime. Recuerdo otras películas como "El nacimiento de una Nación" o el "Quo Vadis" con Ramón Novarro, • también alguna de Ramón Mojica y como no, las del Oeste, muy movidas, siempre con persecusiones a caballo y cuando disparaban, alzaban la pistola hasta el hombro y la bajaban con tal rapidez que mas parecía que sacudían el disparo y asi salía la bala y no por la pólvora que se suponía era la impulsora? nosotros, los crios, llamábamos a tales películas de "Nortas" por lo de norteamericanas. Pero el propósito de esas memorias de,infancia no es el recordar películas, sólo es el testimonio de la sala de cine de entonces. El como será ahora, no lo se, pues aun cuando de mayor he pasado por la calle Ros de Olano y frente al Centro Moral, no se me ha ocurrido volver a entrar, acaso por ser día laborable y ver su portalón cerrado y por lo tanto ignoro si dentro del edificio continuaran dando :lase y seguirá habiendo colegio. De entonces y como tal colegio poco puedo decir pues no recuerdo sus cía ¡es ni el rostro o nombre de los hermanos curas maestros; pobres, que v>un~ ilumno, por años que pasen no guarde memoria de ellos es bien triste, pero isí es; sólo una muy vaga memoria de la clase dónde asistí y del patio tan ;rande en el cual salíamos a recreo; eso si lo recuerdo, el recreo, que no ra tal por las peleas que después explicaré. Y la gran capilla, casi igle- ia por como cogíamos en ella tantos alumnos con sus familiares para oír mi- 36 sa todos los domingos y fiestas de guardar, siempre cantada y solemne y por lo mismo alargada e interminable y no por falta de devoción, sino por las tripas revelándose por obligarlas a guardar tan largo ayuno, pues era forzoso el comulgar todos y en aquel tiempo el ayuno se empezaba después de la cena del día anterior hasta acabada la misa, que al ser solemne, cantadc y con comunión de todos los asistentes, se alargaba hasta casi las once de la mañana del domingo o fiesta de guardar. De ella salíamos como lobos am- brientos esperando devorar cuanto delante nuestro nos pusieran, que por SUÍ te sí nos ponían en el comedor, nata a veeet, chocolate deshecho, pastas o melindros y leche. Los que padecían eran nuestros padres, obligados a esperar que acabáramos nosotros el desayuno para hacerse cargo de nosotros y luego poder co- mer ellos, o en casa o si el hambre les apretaba, que sí les apretaba, en cualquier lechería de los alrededores. ¡5h! Domingos inolvidables, por la mañana misa por la tarde cine mudo ; censurado por una mano previsora. Lo que si recuerdo con imborrable rnemor: es el patio de recreo, de cuya ubicación no puedo precisar pero si de las innumerables peleas tenidas en el. Al empezar a contar eso ya he hablado de mi gordura, pero también de mí complexión fuerte; pues bien, esa dichos; gordura era causa continua de que durante el recreo se convirtiera en pele en la cual me hacía lado mi hermano, pues los adversarios siempre eran aarios, no atacaban uno a uno, sino como jauría numerosa de perros rabiosos; entonces, nos colocábamos, mi hermano y yo, espalda contra espalda y así los rechazábamos y nos convertíamos en imbatibles: ellos ya podían juntar se casi una docena, pero nosotros dos, formando bloque, los resistíamos y casi siempre los derrotábamos, salían aporreados, con narizes sangrantes, orejas encarnadas y culos doloridos; al no poder con nosotros a manporros siempre acababan asaltándonos y saltando encima de ios dos cual lobos enfu recidosj esa era la nuestra, fuertemente apoyados el uno contra el otro soltábamos patadas contra los de abajo, puñetazos a los de mas arriba sin distingir partes pudentas mas dolorosas o barrigas a nuestro alcance y si 37 alguno de ellos había logrado alzarse mas, nuestros dientes se encargaban de morder sin soltar presa, al menos la ropa salía desgarrada, entonces nos movíamos con violencia a un lado y otro y mas de uno salía- despedido contra el duro suelo. Si raramente nos lograban separar, yo soportaba a tres o cuatr encima mío, entonces no tenía mas que tirarme al suelo o contra una pared y los contusionados eran ellos, yo solo chocaba contra blando, pues S M S apr tados cuerpos me hacían de colchón amortiguador y disfrutaba contorsionando me por encima de los caídos o cuando no, levantándome., repartía patadas a diestro y siniestro y algún puñetazo bien medido, mi hermano lo mismo: siem pre hubieron de retirarse vencidos y nosotros dos imbatidos y victoriosos. Entonces les invitábamos burlones a que se aproximaran si se atrevían: nunc tuvieron ánimo en un mismo recreo para intentarlo de nuevo, pues las batas de colegial se resentían y quién más quién menos algún desgarrón presentaba también manchas de sangre restañada y las contusiones por caídas o manporro recibidos eran dolorosas y ninguno quería repetir. Al volver a clase terminado el recreo, que por cierto, ahora que lo recuerdo, estaba m^y poco vigilado, pues sino esas continuas peleas no las hubiéramos podido celebrar; elcbos, como digo, al volver a clase, se las veían para ocultar al cura encargado j\ que np se enterara. de las contusio nes o desgarrones de las batas. La que sí se enteraba era su madre, pues los remendones a que se veía obligada para arreglar descosidos, roturas y manchas de un sospechoso rojizo que las sangrantes narices delataban; ellos se justificaban diciendo que les habían sangrado sin saber como, quizá al hurgarse sin darse cuenta; las madres, a veces les soltaban un bofetón por habérselas tocado si se creían la versión de sus retoños, de«o»yabofetada, íiSSGtros, al mismo tiempo que nos alegrábamos, nos reíamos. Eso es lo que recuerdo, peleas, sopapos, embestidas, caídas, narices sangrantes, contusiones, batas desgarradas y reprimendas de las madres al ir a recogerlos, batas a rayas azules ceñidas por cinturón todo azul; una ancha y espaciosa clase, el patio del recreo, la confesión de los sábados, 38 la inacabable misa solemne de los domingos y fiestas de guardar con la consiguiente comunión, el leve refrigerio como desayuno, y el cine mudo de las tardes dominicales con los profesores, hermanos de la Orden, o curas, no le sé ni recuerdo, y el director, tras nuestro en su palco, y tragando humo casi todos ellos; la música de fondo "El Danubio azul" o "La leyenda de un beso" repetidas una y otra vez durante la proyección. "Jorobado de etc..." El Lon Chaney del "El nacimiento de una Nación" el "Quo Vadis" y como no, alguna de "Nortas" como decíamos, del oeste o western como se dice ahora. Es todo cuando se me aleanza del lejano recuerdo del "Centro Moral e Intructivo de Gracia". Y... sin estar seguro, mi primera comunión junto con mi hermano, yó sin casi llegar a la edad, él rebasándola para poder hacerla juntos, los dos vestidos de marinero con nuestro libro de tapas nacaradas cogido entre un fino pañuelo bordado, rodeado todo por un rosario de irisadas . cuentas con su crucifijo de plata y todo ello cogido con fuerza con la mano bien cerrada, no se nos fuera a caer; del desayuno en una afamada granja, de la siguiente semana resiguiendo parientes, repartiendo estampas, recogLendo mi madre las dádivas generosas que se acostumbraba a dar al recibir la estampa y el beso delrecién comulgado, de las cuales íbamos mi hermano y yo bien provistos, de estampas claro; cuando se terminaron los parientes aun quedaban los amigos, conocidos, vecinos: era una semana provechosa y que se alargaba a tres o cuatro domingos siguientes. Esta nuestra primera co- munión, si se celebró en el Centro Moral, sería al principio de ingresar en el como alumnos, es uno de los recuerdos que no situó con precisión. Una láltima cosa curiosa h,e de contar a propósito de las peleas tenidas durante los recreos de aquél curso en el "Centro Moral e Instructivo de Gracia". Un dia, al salir a la calle terminada la clase, uno de los que siempre s#lía derrotado y con la bata rota, quizá a instancias de su madre, pues ells permanecía alejada pero vigilándolo, nos pidió disculpas con la cabeza baja, reconoció mi fuerza y la de mi hermano y lo injusto de su conducta, 39 y diciendo que por él se habían acabado las peleas, nos alargó la mano y corrió tras su madre, que lo besó. Al día siguiente en el patio fuimos tres para enfrentarnos a los seis o siete que siempre nos buscaban, con gran sorpresa de ellos. Tras su con- sabida derrota y por la tarde, otro se unió a nosotros y ya fuimos cuatro, al día siguiente éramos cinco y aquél quinto reconoció que mi supuesta gordura era robustez; a él siguió otro y luego otro: el resto se dio por vencido y empezaron a buscar nuestra compañía. Se habían terminado las peleas; el fin de curso nos sorprendió a todos con una paz conseguida a fuerza de manporros, de los cuales salieron escarmentados y todos amigos y aquí no ha pasado nada, pero he de confesar con bastante poca vergüenza que a partir de eso, el recreo me pareció bastante aburrido, menos mal que acabó el curso y no recuerdo el porque nos cambia- ron a otro colegio y claro, será otra historia. Eso sí, verdadera. Grato recuerdo del "Centro Moral e Instructivo de Gracia" de la calle Ros de Olano y de nuestras peleas, pues mi hermano, en aquellos tiempos de nuestra infancia, era un verdadero hermano y nos queríamos y siempre permanecimos uni-dos durante el feliz transcurrir de nuestra niñez. no siguiera todo siendo así por toda la vida. Lástima que 40LA BICICLETA Pedaleaba yo con gran entusiasmo ealle adelante montado en mi bicicleta.. Subido en ella y notando como el aire revoloteaba mis cabellos y penetraba en el pecho a. través del tejido sa, la ciudad se me entojaba como mía. fino del jersey y de la cami- Bueno, la ciudad no, pues quedaba lejos; la villa, llamada aún por aquél entonces la Ex Villa de Gracia; o más modestamente, el barrio, mí barrio; éste sí se me aparecía cual si fuera de mi exclusiva propiedad al recorrer libremente sus calles, plazas, rincones y todos los apartados lugares en cuyos vericuetos, mis amigos, peatc nes ellos, los pobres, no llegarían nunca a sospechar de su existencia al ser alejadas de nuestro entorno habitual. Éso me lo imaginaba yo por aque líos tiempos al transitar raudo por ellas montado en "mí" bicicleta. ¡Ciclista yo! en la lejana época de mi niñez; recordada ahora y hoy en la de mi vejet, en la cual la rememoro con nostalgia por la plácida inocencia de aquellos mis pocos años, pues no debía contar más que ocho o rondando los nueve escasos. La que montaba tan orgullosamente era una ve- tusta y pesada bicicleta de segunda o tercera mano; demasiado grande para mi talla; aunque nunca he sido bajo, pero, la. "bici" superaba con mucho mi estatura. Era una antigualla desechada por algún mayor debido seguramen- te ea'i. su pesadez o apartada por vieja. Eso sí, la habíamos pintado de nuevo mi hermano y yo, sintiéndonos nvuy orgullosos de como había quedado. La llevábamos bien engrasada, dema- siado, tanto ruedas/pedales, ejes y cadena, intentando inútilmente que resultara más ligera; de lo cual, la grasa, daban fe mis pantalones de golf, i uso de aquellos tiempos; al regresar a casa, procurando que fuera tarde y oscuro, me los quitaba y lavaba a escondidas, no -cjüería yo provocar prohi- biciones de mi madre a usar la tan, por mí, querida bicicleta: éso temía y me afanaba para evitarlo. Me encerraba en el lavabo para lavar y fregar con furia, y aunque existían entonces escamas de jabón y tierras bastas para quitar manchas ye^eldes y grasas, el tejido, al quedar limpio se iba ade. gazando y gastando de tanto frotar. Mi madre, cuando ella los lavaba, los Ai miraba y fruncáa.el cíííio, pero no decía nada al no sospechar mis ocultos 1; vados y eso era lo que a mí me importaba. La bicicleta era toda ella de hierro, incluso las llantas los dos pi ñones los pedalesyy-. el manillar; éste último tenía la forma , que no el peso de los de carreras, quizá un poco abierto. Se asemejaba a las astas de ciertos toros que presentan la cornamenta absurdamente doblada hacia abajo buscando o amenazando al suelo; o sea, para cornear, en vez de alzar la ca bbza, la deberían de bajar ladeándola para buscar el cuerpo, el cual, se " tendría que presentar tendido en la arena y no de pié como es de uso y de rigor. Dicho manillar estaba dotado de unas enormes gomas abrazando sus extremidades y atenuando la frialdad del hierro, con frenos que envolvimos con tiras amarillas, en ellos podíamos apoyar las palmas de la mano y deca tar por delante el peso del cuerpo pedaleante, tal como lo habíamos visto hacer a los ciclistas de competición. La pesamos desmontada en una vieja balanza romana, montada no podíamos alzarla, subidos mi hermano y yo en sendas sillas; tras varias pruebas de apuros y equilibrios dio cuarenta y siete kilos y medio, sin accesorios, ni ruedas; en canal, como los toros. Empleamos una semana y media de núes* tras vacaciones de aquél año en limpiarla bien de porquería, lijarle la herrumbre, después pintarla de nuevo con una mezcla de azul y verde que encoi tramos en culos de viejos potes de pintura de mi padre: yo diría que quedó más bien embadurnada que no pintada; al secarse la veteamos con unas rayas rojas y blancas, bastante rectas; nuestra alegría fue encontrar un poco de purpurina y poder reseguir el manillar, piñones, pedales y casi todo lo que no pintamos de verde y azul. Quedó entre un^ oro. y; plata sospechoso, «án se i ocurrió darle una mano de barniz incoloro, con lo cual adquirió presionante, de una brillantez multicolor. un tono im- Después a montarle todas la pi« zas y acccesorios; un portamantas o portaequipajes, pintado de negro para tapar el óxido; una vieja dinamo con su correspondiente farol, un rojo cris tal reflectante enmarcado en hierro, un timbre, su caja de herramientas debajo el sillín, la mancha o bomba para hinchar los tubulares, que no neu- 42 máticos, como las de carreras no os creáis. Todo eso iba ya montado e in- cluido en la bicicleta y en el precio; estaba bien equipada. La habíamos adquirido a un chatarrero, el cual estaba a punto de desguarzarla. De he'- cho lo cogimos con el mazo de hierro alzado y a punto de descargar el primer golpe y la pobre bicicleta tendida en el suelo como un animal asustado La rescatamos del pesado martillo a cambio de nuestros ahorros de casi un año. Mi hermano, dos años mayor, puso casi el doble que yo y por la edad y lo aportado, me pareció muy natural que se erigiera en el dueño principal Después de mucho regatear lo convencimos con un buen fardo de periódicos viejos, de los cuales en casa no faltaban, y diez y seis pesetas y un rea] Tuvimos que romper los dos las huchas de barro y pedir una peseta a nuestre madre y dos pesetas con quince céntimos a nuestro padre, con la previa condición de devolvérselos poco a poco por la expedita manera de no pedirles ce'ntimos durante dos meses. Contábamos para esa honerosa condición, claro, y era nuestra futura esperanza, con la colaboración de maestra abuela materna, la cual vivía con nosotros en casa, cuya generosidad con nosotros, sus más queridos nietos, era bien patente y nos compraba golosinas y jugetitos a la menor'ocasión. Hoy en día esas pocas pesetas parecerán una miseria, pero hay que tener en cuenta aquellos años, en qué, por diez céntimos, regateados con muchos mimos y ruegos a mi padre, nos pagábamos la entrada del cine Verdi y nos llegaba para comprar merienda; un "llonguet" y una pastilla doble de chocolate, la cual nos comíamos durante la proyección de tres películas, otra de dibujos de Popeye u otra de la Betty Boop, una corta de Jaimito o Charlot y un noticiario de actualidad, Todo éso y merienda por diez centi»; m °s cada uno. A veces, sea porque las películas fueran más largas o por lo c/üé fuera, no proyectaban alguna de dibujos o la cómica, y la entrada nos costaba quizá un poco menos, si juntábamos cinco céntimos, nos permitía tomarnos para los do's, dura-nte el "descanso y en el bar del vestíbulo del cine un Orange Cruz o un Picón, creo que se llamaba, y era la bebida popular de aquellos tiempos, como una especie de Coca Cola de ahora. 43 Volviendo a la bicicleta, cuando la pesamos, con el peso que dio, nos consoló por lo pagado. Nos salía a menos de treinta y cuatro céntimos por kilo, éso nos conformó de su pesadez cuando sudábamos pedaleando. Al dar 1< primera vuelta con ella, pintada y arreglada, pasamos por delante del chatarrero, el cual, sorprendido nos llamó y ofreció casi el doble de lo que habíamos pagado. Por supuesto, nosotros, sonriendo de gusto, se lo rechaza- mos muy satisfechos. Entonces él pretendió pesarla en su báscula, quizá pa- ra apreciar si desguazada y a peso no habría hecho mejor negocio; pero nuestro temor a posibles reclamaciones nos movió a negarnos y salimos disparados montados los dos, uno en el portaequipajes y el otro pedaleando con ganas. Yo, aunque era alto para mi edad, no alcanzaba con los pies a los pe"dales si no me alzaba sobre ellos, abandonando mi trasero el sillín y con le única posibilidad de asentarlo sobre el macizo cuadro de hierro . ' Eso ocurírá en terrenos llanos o de suave deslizamiento; en los otros, que casi eran todos, o en subidas ,. debía de emplear toda rni fuerza y peso para moverla y avanzar, sin contar las calles empedradas de adoquines, o de tierra suelta con pedruzcos, las más, pues el asfaltado casi ni se conocía. Así fue como fuimos abandonando la práctica de subirnos los dos en leí bicicleta, y hacíamos rondas por turnos-; mientras, el otro, esperaba1 paciente Mi hermano - se cansó incluso de ir solo y me la fue abandonando poco a poco para mí uso¿ Y empezé mis rondas solitarias, mis proezas, mis recorridos, mis caídas, que también las hubo, aún qué sin consecuencias graves; el atropellar sin intención algún gato o perro, sus marramiaus o ladridos coléricos me acampanaban cuando no los mismos animales me perseguían, entonces debía de emplear todo mi impulso para escapar, eso si no salía la dueña de los animales insultándome y amenazándome, Bespués, con más practica, aprendí a es- quivarlos cuando, atolondrados, se ponían delante de mis ruedas. También ocurrió que mi hermano, al ser mayor, sus estudies y deberes fueron mas complicados y les tenía que dedicar ítiemp® y atención;- se afanaba en ellos; mi caso era distinto, él me ayudaba en las asignaturas que ya habí 44 pasado, y tenía más tiempo libre. Así, durante días y días me apropiaba ( la "bici" con todo el tiempo del mundo. Y me aproveché bien, encontrarme cámo único dueño, aunque provisionalmente, se traducía, en un ir y venii y recorrer todo el barrio, cada vez más lejos, incluso fuera de el, llegai do hasta ios aledaños de la montaña. ¡Inolvidables fueron las mañanas, tas des y noches de aquél verano! ¡Cuantas aventuras no corrí caballero en mi montura! . Las, corría de imaginación, claro. Entonces a mi madre se le ocurrió que para jugar y no ir a la escuej durante el verano, con los viejos pantalones cortes y de recia pana, susurrantes con cualquier movimiento de las piernas, iba bien y bastaba; no dt jaba de mirar sospechosamente el adelgazamiento de las perneras de los de golf, que eran los de semi vestir, ir al colegio o en caso ude visitas: a mas de aquellos tenía otros para las fiestas, guardados como oro en paño, a sal\ para las ocasiones excepcionales, no me los ponía más que de uvas a peras. A mi hermano, como mayor, se le concedió el privilegio de seguir llevando los largos, de golf también. Se acostumbraba también entonces^, solo empez las vacaciones, decir las.madres,- °ala* al barbero y pelarnos al cero: así todo el verano y vacaciones nos veíamos todos los chabales sin pelo. Menos mal que el barbero nos comprendía y nos dejaba por delante un _.puequeño me chón de medio centímetro de altura. A mi hermano le dio tanta rabia que aquella tarde no quiso estudiar y salimos con la "bici" los dos. decer y Al atar- regresar a casa, él no se dio cuenta de la grasa manchando sus pe ñeras, yo, como los llevaba cortos solo me ensucié las piernas y las vieja alpargatas. Cuando nuestra madre nos vio aquello fue Troya, tuvimos de aguantar en silencio una fuerte regañina con cara compungida pues en su mano empuñaba una amenazadora zapatilla; menos mal que estábamos confortados por la socarrona sonrisa de nuestro padre, su mirada, co'mplice, parecí decirnos que no nos quedaríamos sin bicicleta. Al día siguiente, segúrame te tras una conversación de alcoba, mi padre, bajo la mirada complacida de nuestra madre, nos cogió de la mano a los dos y nos llevó a una tienda de accesorios y velocípedos. Nos compró para cada uno un par de protectores para los camales del pantalón. 45 A mí, y para probarlos, consintió mi madre ¿ja. prvtictc que usara de nuevo los pantalones largos. A partir de entonces, el pa^r^qu no usábamos lo .colgábamos del cuadro debajo del sillín y así, siempre, nos acompañaba una tintineante musiquilla metálica al rodar por la calles empedradas de adoquines, y también, como no, por las de tierra, piedras y baches, que no faltaban. !0h¡ Calles de Gracia, ! Y plazas!. Has que nada plazas, la de San Juan, del Sol, la de la Libertad, del Diamante, del Raspall, de Joanich, Ruis y Taulet, del Norte, y sobre todas y en mi recuerdo la de Rovira. Esta última la atravesaba el tranvía viniendo en uno u otro sentido y en ell. tenía su principio y final de trayecto. Todas las recorrí infatigableroeDte especialmente la, de< Rovira y...Trias, siempre llegaba a ella remolcándome detrás de los tranvías, cogido de una mano y dejándome llevar. Había una pega, el cobrador, el cual no nos soportaba y teníamos que soltarnos. pleo el plural porque no íbamos Em- nunca uno solo. Antes de tener bicicleta o cualquier otro vehículo o trasto con ruedas, ya nos colgábamos del estribo trasero o simplemente subidos a los topes, allí sentados y con la cabeza agachada para urtarnos a la vigilante mirada del cobrador, cuantas veces no habíamos subido Menendez Pelayo para arriba o para abajo, y el Torrente de las Flores a la calle de la Providencia, en ambos sentidos, puesto que en la Plaza Rovira convergían las dos líneas; antes de llegar a ella ya nos cuidábamos de apearnos y disimular. pequeño. Esto fue un principio cuando era más Al crecer nos agenciábamos de viejos cojinetes de-bolas, tirados en la basura cerca de los talleres, y nos contruíamos unos pequeños patines Después nuestra ambición de vehículo con ruedas nos hizo construir tablas reforzadas con tres y cuatro cojinetes, las de cuatro eran más seguras,pe- ro las de tres permitían que la delantera pudiera girar al estar cogida en medio de una gruesa madera para apoyar los pies y nos servía de dirección. Un poco más abajo de mi casa existía un taller mecánico de dónde nos proporcionábamos los cojinetes viejos. Entonces vino la moda de los aros: en el barrio aunque - siempre se conocieron, la tal moda hizo furor. Había '•'••también" 4.6 y en la calle de arriba un tonelero, el cual, de aros viejos estaba bien surtido y no nos los negaba: entonces solo era cuestión de machacar bien 1 unión de la circunferencia, si el aro correspondía al de la mitad del tone mejor, era más grande y plano. Guando ya los remaches estaban bien aplana dos a golpes de martillo, con un alambre nos hacíamos el mando, doblado ce mo una media argolla por un lado lo aplicábamos al aro y con e'l lo dirigía mos. Adquiríamos habilidad suficiente para pararlo al lado de la acera,;..c recho y sin tocarlo, y todo lo que fuera necesario para que resultara dive tido e ir recorriendo las calles con el aro y hacer competiciones. Así aquellos tranvías cuyo final lo tenían en la Plaza Rovira, nos sufrieron con nosotros subidos y el correspondiente aro manejándolo desde el estribo/ cogidos a los topes de atrás deslazándonos con nuestros patines y tablas con cojinetes; nos remolcaron con la.bicicleta los que la teníamos. Hasta que hacíamos parada y ...fonda en la plaza. Pausa obligada, descanso; beber agua án la fuente.jY! acudir a los urinarios, no con ganas de nada, sólo de jugar. Estaban dichos urinarios públicos ubicados en la parte baja de la plaza, construidos de estructura metálica, eran redondos y a mí,; y..-en mi recuerdo, me parecían grandísimos y fascinantes, seguramente cosa de mi poca edad y estatura. De su redondez sobresalían dos vallas una a cada lado, separadas del cuerpo central lo suficiente para permitir el paso al interior, como dos alargados burladeros. dían al mingitorio un interés super fantasear y jugar. tremos Esas vallas le aña- debido quizá a mi imaginación para Cada una de ellas tenían entrada o salida por ambos ex y eran le; suficiente -altas para hurtar a las miradas indiscretas 1 que dentro se hacía, aunque la olor penetrante lo delataba con bastante el ridad. Pero, tengo mis dudas ahora y será por la edad y los años transcu- rridos, de si no formaban las paredes exteriores como dos curvas distorsio nadas sobreponiéndose sus extremos para formar las entradas y salidas. Como sea, a través de ellas se accedía a un estrecho pasillo circular rodean do todo el conjunto central. Esa parte del medio era la principal y pro- piamente dicho los urinarios, múltiples. Consistían en un escalón centra- 47 do, en donde, subidos a el, de espaldas al pasillo y enfrentados a una pared, también circular, los que allí acudían aliviaban sus necesidades. La aguas menores se mezclaban con profusión con otras normales brotando de la pared por una tubería con agujeros que la rodeaba. Todas ellas desaguaban a un canalillo, el cual, más bajo que el escalón, lo reseguía por el interior. Todo éste compendio levantado en el medio de la estructura se eleva ba hasta el techo, al cual sostenía, y todo metálico; terminaba en el exterior apoyado sobre columnas de hierro fundido, que asimismo aguantaban las paredes de afuera, esas estaban alzadas casi dos palmos del suelo y no llegaban a unirse con el techo: sin duda para facilitar el airear todo el conjunto. Pero aún y así y a pesar de verterse abundante zotal, no basta- ba para evitar la condensación de vapores pestilentes propios del fin a qu> estaba destinada toda aquella arquitectura de metal. A nosotros, los crios que allí nos juntábamos para corretear por su interior, no nos molestaban la vaharadas que desprendía, y aquella poca altura que guardaban respecto al suelo las paredes exteriores, nos permitía deslizamos ágilmente como anguilas por debajo y zafarnos así, cuando molestábamos, que era siempre, de algún amagado cachete o bastonazo, pues en aquellos, ahora lejanos tiempos, todos los hombres, a cierta edad, usaban bastón, basto o lujoso según la condición de cada uno. era muy mayor, n©s bastaba para librarnos vueltas Si el perseguidor correr por el pasillito dando ^ o pillando la salida más cercana; siempre escapábamos por piernas y agilidad. No üodos los que acudían allí eran quisquillosos, .muchos en- traban, se aliviaban y sin hacer caso de nuestros gritos y dacjcerías salían sin inmutarse. sin más. Ni tampoco siempre alborotábamos.,- nos gustaba entrar También, cuantas veces en horas de menor afluencia, no le di yo vueltas y vueltas por el interior del dichoso urinario,con mi aro, con mis patines de rodamientos a bolas o montado en bicicleta, cual caballero triunfante: saliendo y entrando como, si se tratara de un castillo encantado. Y tomándolo con imaginación, que no faltaba y como no, tal como lo veíamos, nos parecía a veces un laberinto, eso sí, sencillo y maloliente; 48 pero en la niñez la mente fantasea y de un montón de arena forma una monte ña y de un vulgar mingitorio forja una espléndida fortaleza llena de aventuras, cuya conquista la emprendíamos con más ganas de jugar que de necesi dad fisiológica. Con pocos años, tal necesidad nunca es perentoria; y sin embargo, después de satisfacerla, por capricho o por emulación, siempre es taba uno dispuesto a soltar el chorro por apostar quién llegaba más lejos, o de si era uno capaz de llenar con las cataratas íntimas algún pequeño en. balse construido con barro, o con la misma agua soltada de dentro se amas ba el barro necesario. ¡Inolvidables e irrepetibles momentos y tiempos! de los cuales, hoy, en que ya peino canas y la frente despejada se me ha juntado con la coroni lia y el peine para mí es un utensilio para el recuerdo, y que cuando lo necesité, pues el pelo me tapaba los ojos y el remolino de atrás no se doblaba ante nada, no me preocupé de usarlo, lo desprecié durante años como un objeto torturador e inútil: un poco de agua con la mano, generalmente estancada y los dedos cuidaban de marcar la raya.-} así me gustaba yo y curiosamente gustaba a mis amigos. Y amigas. Pero éso, desgraciadamente y para mí, ya pasó, me refiero a las dos cosas, la de gustar y lo del pelo. Por supuesto, aquél memorable urinario público, metálico y circular, con sus apestosas vaporizaciones, hace ya bastante tiempo que desapareció; no se puede comprobar si fue tan grande como lo recuerdo ni si merecería las páginas dedicadas a el. Como ejemplo comprobado pongo un poyo elevado de la Parroquia de San rJuan en la plaza del mismo nombre en Gracia. Consis tía y estaba, y está, ubicado en la fachada de dicha parroquia; en aquella mi lejana edad, era una proeza subirse gateando pos, los intersticios quede jaban los bloques de piedra hasta alcanzar lo plano del poyo y allí sen- tarse; los que lo lográbamos, desde nuestra altura coreábamos con risas lo; inútiles esfuerzos de muchos, desde allí explicábamos chistes, cantábamos Hacíamos burla de los pequeñajos, jugábamos a canicas, tirábamos piedras, y cuando teníamos que bajar, se nos presentaba una muy dificil elección, saltar con riesgo de rompernos algo, o volver a gateas buscando ranuras 49 a ciegas. Hace unos pocos años, en mi madurez y pasando por frente de la P rroquia de San Juan de Gracia, miré y examiné el dicho poyo de mis recuerdo ahora se me presentaba cubierto con argamasa haciendo bajada e imposibilitando el que en él pudiera subirse y sentarse ningún crío, y me llegaba escasamente al pecho; tuve una decepción de mis recuerdos y me asombré, ¡'ésa, poca altura era la que recordaba cual una escalada heroica! ¡Traidora y engañosa memoria! ¿ Sería que nuestra mente falsea^ >todo< con la perspectiva del tiempo transcurrido y de aquella nuestra poca estatura y edad?. cosas, idealizadas en el recuerdo y la lejanía de los años. Así son la La memoria est encerrada dentro de una caja tonta falta de veracidad. Pero no olvido calles ni plazas por cuyo entorno tanto pedaleé, jugué y recorrí. Hoy no las reconocería, pero prefiero resguardarlas tal como la: vi con ilusionados ojos inmaduros. La fea realidad bastantes desengaños no. dá durante el transcurso de una vida. No quiero añadirles otros comprobandi con desilusión que el recuerdo es a veces una quimera engañosa de nuestra mente presentándonos nuestra niñez preñada de falsas proezas. ¡Aquél inolvidable verano del treinta y cinco! ¡ Y mi pretensiosa ha- bilidad con mi bicicleta! Era capaz de pararme del todo manteniendo el equilibrio, hacerla andar de lado a base de pequeños saltitos, desplazarme con la rueda delantera'alzada, soltar el manillar cruzándome de brazos y con los pies encima del cuadro, en fin, las habilidades comunes de todo buen ciclista. Claro que alguna caída sufrí, pero con ellas acumulaba experiencia. En casa, y estando solo, recorría todas las habitaciones y daba vueltas por el comedor sin rozar ningún mueble; bueno; alguna pequeña raspadura sí hize, pero por suerte nadie lo notó. Poco a poco ampliaba el círculo de mis correrías. Campo del Grasot; Sagrada Familia; Glorias; todo ésto en aquella época estaba rodeado de campos que aún se labraban» fui subiendo por Cerdeña, campo del C.D. Europa, Canelias, Parque Guell, en sucesivas escapadas de las cuales siempre regresaba atemorizado por si se enteraban mis padres. rria y Can Caralleu. Llegé a Vallvidrera por Sa- Un día me atreví a ir hasta el Paralelo. Claro que ?or aquél entonces no había tráfico, no circulaban más que los tranvías: en 50 mi calle, Torrente de Vidalet, pasaba algún coche cada dos o tres semanas: cuando eso sucedía nos lanzábamos toda la chiquillería tras él, unos con pa tines, los más con los correspondientes aros, unos pocos con tablas rodantes, y los menos, dos o tres, con bicicletas. Muchas veces el conductor pa raba el coche y nos perseguía con un palo cual si fuep& un espantamoscas. Pero volvamos al Paralelo. la paterna. En la Calle Rosal vivía mi tía y mi abue- La idea que tuve al llegarme allí fue la de darles una sorpre- sa agradable, con la mano en el picaporte me repensé, se asombrarían de mi atrevimiento de cruzar toda la ciudad y en bicicleta, me lo recriminarían, se escandalizarían de mi inconsciencia, echarían las campanas de su imagina ción timorata a volar tocando a desgracia, sino a muerto. Y cuando me fuer se quedarían intranquilas, me abrumarían todo el rato con lamentos por lo que me pudiera pasar a la vuelta. No, no llamé, emprendí el camino de regr so temeroso por si me habían visto; a más, cada Domingo acostumbrábamos a ir con mis padres a visitarlas, e imaginaba lo que les dirían por mi teineri dad, les llenarían la cabeza con mi proeza y ellos me prohibirían la bicicleta, estaba seguro. Volví por donde había ido, algo desalentado, pero po el camino me fui distrayendo y olvidé mis preocupaciones. Cuando llegé a la Calle Mayor de Gracia, entonces Salmerón y saliendo de la Rambla del Prat, al desembocar en la C/ Mayor e í r a cruzarla para enfocar la de Asturias. ¡Un tranvía! bajando a toda pastilla, como solían hacer y tocando la campanilla con furia; me asustó más su imperioso campanilleo que la peligrosa proximidad del vehículo eléctrico a punto de arrollarme: tan macizo, compacto; lo vi como un mostruo echándoseme encima. No cabía el dudar y en una fracción de segundo, optando por la única alternativa viable, me alzé de pies sobre los pedales con todo mi peso y con mucha energía pedaleé, electrizado por el peligro inmediato con furia lo hice, cual si hubiera visto una legión de demonios persiguiéndome y con el pelo erizado. ¿Quién mide el tiempo en una situación así? un sudor helado te recorre la espalda ante el inminente peligro, y el pensamiento, rápido, se imagina lo peor, aquél dramático instante dura y no tiene fin, -se te representa a tú madre, tu cuerpo macerado, el impacto, sientes el dolor an- 51 ticipado, oyes algún grito de angustia, pero no te paras y rebasas al tranvía, por los pelos, ¡Y te libraslu Sólo sentí, atrás, como un ligero roce que me hizo tambalear y el aire desplazado por la mole del tranvía, como si me succionara y la maldita campanilla ensordeciéndome, sentí frío, pánico, y al mismo tiempo sorpresa por haberlo conseguido. marcha pues del lado ascendente No paré ni desminuí la de la calle Mayor, o Salmerón, me llegó apremiante un sonoro bocinazo, por el rabillo del ojo vi un camión subiendo y alertándome. Hasta estar a lo menos cien metros dentro de la acogedor. y tranquila; así me lo pareció al menos; calle Asturias, no paré, y ésto porque un fregoteo y un arrastrar algo por el suelo me obligó, la bicicleta iba como frenada impidiéndome continuar. tubular La llanta estaba abollada y el salido y deshinchado arrastraba por el suelo y rozaba contra el cuadro, ofrecía un aspecto lastimoso, parecía una "butifarra" vacía, sólo piel. Menos mal que por aquellos tiempos y a unos pocos metros mas allá, en la misma calle, existía un pequeño taller de mecánica que igual arreglaban abolladuras de ruedas como cacerolas y sartenes. Me dieron cuatro mazazos en la llanta, enderezándola, y como yo llevaba siempre parches para la cámara en mi pequeño estuche de herramientas, me localizaron el desgarrón y un pequeño pellizco por donde se podía escapar el aire y me ayudaron a repararlo coserlo y montarlo de nuevo. No me quisieron cobrar nada, yo llevaba quin- ce céntimos que les ofrecí, pero captaron mi susto y les expliqué lo sucedido; el jefe del taller me pasó su callosa y sucia mano por la cabeza y me dijo que me fuera con Dios y tuviera más cuidado, la frente me ardía y me la refrescaron dándome al mismo tiempo de beber. Llegé a casa, que caía frente a la calle Asturias justo cuando mi maire salía a llamarme para cenar. Me preguntó al verme - ¿Vienes de muy le- jos? - contesté con un ruido gutural que se asemejaba a algo indefinido y íue al repetirlo podía tomarse por lo que conviniese. tbiertamente. No quise mentirle Pero no escarmenté, no. Me acuerdo de otra vez, finalizando la vacaciones, y en la calle Tres 52 Señoras, en dónde vivía una mocita de más o menos mi edad y que me hacía tj lín. Sabía la escalera de su casa, pero no el piso ni su nombre, la había visto dos o tres veces por la calle acompañada de su madre, una matrona robusta y con cara de pocos amigos; en cambio ella me parecía un ángel, eso sí, moreno, de buena figura, gracia en el andar, delgada, muy agraciada, ur. tipo espigado pero juncal y una cara expresiva, hermosa, bella, con unos o; zos negros y destellantes y una naricilla de figurita, labios adorables y dientes perfectos, un conjunto maravilloso que me sorbía el seso y el corazón. Pero ella, mi amcr, ni me conocía ni me miró nunca, pasaban dándose e brazo las mi adorada dos, no hablando se ; y yo como un tonto, comiéndomela con la mirad dignaba ni mirarme, ni me notaba, yo no existía para ell Así fue como me habitué a pasar y repasar dicha calle, siempre caballero en mi "bici" para llamar su atención, me parecíci a mí que la poseción de una bicicleta y mi habilidad serían suficientes para que ella me adorara, al me nos que me admirara, después, al conocerme ya me amaría, no podía ser menos de ése- estaba tan convencido que en la tal calle desplegaba yo todas mis habilidades ciclistas: pero en vano, o no me veía o no me la encontraba sola, siempre con su madre; ese parentesco lo daba yo por seguro. Lo ignoraba todo de ella, solamente que me tenía cautivado, que su angelical cara me ob sesionaba, me enamoraba como más la veía. Si no me la encontraba al pasar, volvía, una y otra vez, siempre haciendo acrobacias por si acaso, así noches y noches, o al oscurecer, cuando tenía más provabilídades de encontrarla, pues durante el día ya sabía yo qu< no, no salía o iba a alguna academia, no lo supe nunca. El caso es que al acercarme a su escalera yo aceleraba la marcha , a más velocidad de la debida, sin darme cuenta. Y es que deseaba y temía, no me atrevía a desear del todo, ¿Acaso vergüenza? no lograba analizarme, pero lo que sí sabía que mi acuito y hondo ''amor" me ataba en aquella calle y era más fuerte que mi tenor y posible vergüenza. Después, de mayor, lo he pensado y llegado a la conclusión que si no hubiera sido por la bicxcleta, como peatón, ni me hubie ra atrevido el cruzarme con ella en la misma acera; cosas de mi eácasa edad 53 y por ser mi primer enamoramiento. Un atardecer recorría yo por cuarta o.quinta vez la calle, siempre cor la esperanza de verla; unos cuantos metros antes de su casa, solté el manillar y cruzé los brazos, encogí las piernas y apoyé los pies sobre el robusto cuadro, en ésta posición avanzaba con bastante velocidad, pues antes me había cuidado de pedalear para darme impulso. Levanté la vista a los bal- cones cerrados, no se escapaba luz de ninguno de ellos: ¿cual sería el de mi amada? ¿donde estaría? ¿me la encontraría más adelante, en la acera? y miré al frente. ¡Horror! ante mí, en medio de la calle, una mujer gorda cargado de paquetes se me venía encima, o yo iba .ytorría hacia ella, la arrollaría sin remedio; rápidamente bajé las manos y los pies para frenar o esquivarla: vi1 enseguida que no lo lograría, no tenía espacio suficiente ni tiempo para hacerlo, la mujer se puso ante mí asustada, mirándome con intensidad y la bicicleta iba a echársele encima en el mismo momento que mis manos asían el manillar intentando desviarme, pero no podía, era imposible. Entonces, pare mi sorpresa, desapareció de delante, se esfumó, se zafó del encontronazo pe'gando un brinco increíble, sin soltar ningún paquete y aterrizando en la mis mísima acera, de pié con toda su carga y a pesar de su gordura y supuesta pt sadez, incólume, indemne y a salvo. Sólo entonces soltó un grito desgarra- dor: en aquél fugaz instante la reconocí, era la mismísima madre de mi amada. Su grito histérico me persiguió calle adelante, agaché la cabeza para no ser reconocido y doblé a toda marcha y aterrado la primera esquina. Su segundo grito fue un "ANIMAL" tan fuerte y sonoro comuna voz atiplada que nc iudé en qué todos los cerrados balcones se abrirían al momento. No me paré jara comprobarlo. Doblé:una segunda esquina para alejarme, temía que pu liera seguirme y ni me paré frente a mi casa, seguí pedaleando, lo suce- lido llenaba mi mente, por si me había reconocido, ése suceso vetaría el paso por la calle de mi amada, ¿Que hacer? pensaba, en lo sucesivo no podría ii acercarme, éso significaba perderla, olvidarla: imposible, me sentí un esgraciado amante sin esperanzas. ¿La acecharía de lejos, oculto? al menos erla, ella no llegaría ni a conocerme. Solo más tarde pensé en la suerte 54 que tuve en no hacerle daño, no atropellarla, entonces sí que me hubiera ob gado yo mismo a detenerme, a socorrerla, en éste caso ¿que hubiera sucedido' ¿Me hubieran detenido por mi imprudencia? ¿Pero? y mi consciencia, mis remo; oimientos por el daño causado a una persona. ¿Y su hija? a la cual amaba. ¡Me hubiera aborrecido! de conocerla en circunstancias tan penosas no me habría perdonado nunca ¡NUNCA! resonó como un grito silencioso en mi interior El pensar eso me transtornó, aunque había tenido suerte en no lastimara su r.kji al no poder pasar por su calle la había perdido para siempre. Aún qué un di; lejano pudiera conocerla su madre me reconocería, diría: ¿éste; pero si es ¿ animal que casi me a tropelía? ¡Y me odiaría!. A punto de volver a mi casa me acordé de una cosa que hasta entonces no pensé. ¡Tanto yo como aquella se ñera , gruesa y cargada, íbamos por en medio de la calle! ¡Entonces! ¡Había dado un salto de al menos dos metros y algo! ¡Increíble! y niño al fin, me reí. Estuve tentado de volver para comprobarlo: pero el temor no extinguidc me hizo desistir. Mi'madre se extrañó de mi pronta vuelta. - tengo que esti diar mamá, la lección es muy difícil - dije. aprendérmela, en parte por mi mente distraída aquella señora. Y en verdad fue enrevesado ej • recreándose en el salto de Pero estuve muy acertado en estudiar, la lección de veras fue penosa, incomprensible, pero algo asimilé y me valió. Al empezar i® cía 3£ lo primero que me preguntó el maestro fue aquella aechóse lección y al me ios contesté por aproximación: vio mi esfuerzo, notó, creo, que me la había istudiado, sin entrarme del todo, claro, y me aprobó. Con el tiempo. Un mes, sin pisar, rodar por la calle de mi amada, la >lvidé, en parte debido a que despuntó otro querer. Mi casa tenía un patio nterior, como casi todas las casas del barrio, y bastante espacioso en dóne criábamos gallinas, conejos y palomas. Albergaba árboles frutales y plan as, muchas, y una palmera y otro que daba flores encarnadas. Daban?;;\mucha :'soir ra, pero nos impedían vernos con los vecinos; Al fondo del patio una altísima ared medianera, perteneciente a la casa que daba a la calle de atrás, acabab n terrado, pero ni ellos ni nosotros no nos conocíamos puesto que no nos síamos por los árboles, hojas y enredaderas; todos los patios de los aireadores eran así de aprovechados. En un lado del patio, a la derecha confor 55 me salía uno de la casa, había un cuarto larguísimo para trastos y herramiér tas, servía a mi padre como taller para sus aficiones carpinteriles. Mas al lado de la vivienda y en el ángulo que ambas paredes hacían, existía un lava dero grandísimo, casi alberca, en el cual nos bañábamos mi hermano y yo juntos, casi podíamos nadar en el. Encima del lavadero, sostenido por pilares de obra, un techo, y a un lado una escalera de mano para subir al techo y pa sarse al del largo cuarto de herramientas. Encima de éste último había cons truído mi padre un gran palomar, en dónde las numerosas palomas podían volar cómodamente; con sus criaderos de obra y comederos de barro. Un domingo por la mañana, al salir al patio, una de las palomas asomaba el hueso pelado del cuello, sin cabeza, por los alambres de la jaula -iha sido un gato¡- gritó mi madre, entonces subimos mi padre y yo. También asomaron los vecinos del terrado que por no vernos no nos conocíamos. ¡Y Dios! entre ellos vi a una criatura presiosa. su cara divina la orlaba una cabellera de oro, unos ojos azules y una boca que me pareció un poco desdeñosa, claro que el ritus que la contraía podía ser debido por la vista de la paloma.degollada, entonces pt sé que tendría un corazón tierno. lie enamoré como un loco en cuando la vi. Lo de la otra, la del atropello de su madre, sesme borró al instante, la olvidé al segundo. Más tarde ni recordaba su cara ni corno serían sus rasgos que tanto había amado. ¡Qué inconstante es el amor! en mi caso el de los . corazones, como el mío, infantiles. A partir de aquél instante del flechazo abandoné la bicicleta y mis co rrerías por el barrio. Mi afán fue el dar de comer a las palomas, rellenar los bebederos con la oculta esperanza de volver a ver a mi encantadora vecina. Y sí la vi, muchas veces, pero ella se limitaba a sacarme la lengua bur- lándose de mí, y hacerme carotas, darme la espalda. sntender que yo no le gustaba. Bien claro me daba a ¡Oh! ingrata niña, cuanto no me hiciste su- frir con tus veleidades, tus desdenes, tus expresiones burlescas, tu indiferencia, tu darme la espalda con desprecio sin decirme una palabra amable, amorosa, aún que hubiera sido de vecina a vecino, no, nada, sólo insolencia 7 una pose altanera, sus ojos decían bien a las claras -"Adonde vá ése pejueñajo"- me lo hizo sentir con crudeza, sin compasión, me sentía ante 50 ella, mí amada, cual un caballero desencantado, alelado ante una fortaleza inexpugnable, pero que a más burla, sus puertas no se cerraban despreciando al pretendido asaltador. Pero todo tiene un fin, y llegó para los dos. Fue un día infausto para mí ese en que llegó mi desengaño completo, aunque también para ella, nifíata fatua y altanera acosada por mis amores no correspondidos. Éste día a que me refiero sucedió que mi hermano subió al palomar para ver lo que pasaba conmigo al entrarme tal afición por las palo mas. Y se asomó ella y lo vio; al instante cambió su expresión, se mudó su bello semblante, se dulcificó su mirada, sus adorables ojos parecieron de pronto cual los de una vaca amansada, mientras, con coquetería ahuecaba sus cabellos de oro, compuso el gesto como si posara para el fotógrafo. Nunca para mí. se transformó tanto en insinuaciones descaradas, y aún qué seguía queriéndola y adorándola, sentí tal golpe de celos dentro de mi pecho y mi corazón tan sangrante, que me quedé mudo por el cambio operado en ella simplemente por la presencia de mi hermano. Y yo les hablé, ni me acuerdo lo qu dije, a los dos, y ella le contestó sólo a él, con dulzura empalagosa, pero con qué diferiencia de expresión, con qué dulce voz, con qué mirada, cómo lo envolvía sin gestos, solo mirándolo. Nunca conmigo, aquella adorable criatura, había empleado sus buenos modales, que ahora desplegaba tan a lo descarado y a gusto para otro, aunque fuera mi hermano. Sentí, y padecí ra bia e impotencia, yo era como un enano ante un principe y una princesa. Estaba claro, el le gustaba y yo no. Y grité como el tenor de cierta ópera escu- chada hacia poco por la Radio. "¡INGRATA DONNA!", me salió de mi alma dolorida cual sii se me rompiera el corazón; sin pensarlo siquiera, espontáneamente, puesto qué el lamento de aquél tenor lo comprendí con toda intensidad. Los dos me miraron asombrados y después entre sí, Mi hermano lo com- prendió todo al instante al volverme a mirar, leyó en mí que la .aborrecía :omo antes la amé, no dijo nada por un momento, sus ojos iban de uno al otr La bella me miró con gesto adusto y reponiéndose del asombro volvió a componer el gesto para agradar, insinuante. Iblo todo, me cogió del brazo diciendo. Mi hermano, entonces, comprendién 57 Vamos. Deja de una vez a las tontas y vanidosas ...palomas. Iremos a dar una vuelta en bicicleta. Y la dejamos con sus frustadas zalamerías. Vi con gusto como mi her- mano le dio la espalda: bajando aún alcanzé a ver sus mejillas arreboladas por el desaire, deseé con toda mi alma que estuviera dolorida tal como yo me había sentido tantas veces ante su indiferiencia. Mis subidas al palomar cesaron y si alguna vez lo hice procuré dar siempre la espalda al terrado de la vecina. Al paso del tiempo, unos dos años, habiéndome yo desarrollado y dando el brazo a una amiga, se cruzó el con nosotros e inició el amago de un saludo. to y seguimos adelante. Se lo devolví con un leve ge La encontré muy crecida, apreciando que su bellez se le había disipado, mostraba sólo una sombra de lo que fue y sin duda,pe su tímido saludo, los humos se le habían bajado. De veras que lamenté lo de su belleza, por ella, pero es tal como les sucede a muchas, y a muchos; al crecer se desproporcionan en talla y rasgos: luego, más tarde y con une. pocos años más, la harmonía y belleza vuelven; san embargo, lo que puedan perder de ella lo ganan en trato y simpatía. Seguí pedaleando siempre y por todos los sitios imaginables, éso en ouando tenía ocasión, Una tarde de fiesta y por el Campo del Harpa, me pe rece recordar, reseguía con la bicicleta la orilla de una ancha y profund* acequia para riego. Mirando el agua me distraí y se me resbaló la rueda delantera cayéndome en la acequia sin remedio, la bici y yo nos remojamos bien. Menos mal que aún hacia calor y la máquina la llevaba bien engr¿ sada,. .preservándose así del agua y humedad. En menos de media hora estaba fleca; entonces me dio el gusto de bañarme, desnudo, por supuesto: como nc se veía a nadie por las cercanías me capuza a gusto durante un buen rato. Cuando iba a salirme del agua, des niñas estaban mirando la bicicleta sin apercibirse de mi presencia. El agua ocultaba mi cuerpo desnudo peco elle impedían el que yo saliera de la acequia. Entonces acertó a pasar por allí un chico grandote, el cual al verlas se paró y les Raíalo con insolencia , se acercó descaradamente y vio la bicicleta, la levantó del suelo miran- do a su alrededor por si veía a alguien. 58 Yo no sabía que hacer, sin la presencia de las chicas no hubiera dudado en salirrne del agua y reclamar mi propiedad, pero mi desnudez me tenía atado. gritar optándole a dejar en paz la máquina. No se me ocurrió más que El chicarrón me miró asombra- do, pero enseguida adivinó el porque no salía yo del agua y sus ojos se mo traron burlones, también vio mi ropa y soltó una carcajada y una soez pala brota a las niñas sobre mi vergüenza a mostrarme. cicleta y se montó en ella riendo. Volvió a levantar la bi Ya no lo dudé ni un instante, me salí furioso olvidando mi cuerpo desnudo; de un salto me planté ante el sinvergüenza y de un soberbio bofetón lo apeé haciéndolo rodar por el suelo, sin pensármelo dos veces y con el pie desnudo, pero de lado para no lastimarme lo, le arreé dos patadas y enseguida recogí una piedra del suelo para estai pársela en la cara. El grandullón no se esperaba tal reacción y el temor se reflejó en su rostro, levantándose se largó más que corriendo. Sólo en- tonces y por unas ahogadas risas me acordé de las dos niñas y de que estab; en cueros. Recogí con rapidez una prenda del suelo, creo que la camisa, y me tapé por delante, pero una de ellas quedó tras mío y aún rió más; me aturdí y me pasé la prenda atrás, entonces rió la de delante, me giré y fue peor. Al fin, sin saber ya lo que me hacia me capuzé de nuevo en el agua. Sólo entonces me di cuenta de que llevaba la camisa en la mano. Ellas quiz< compcendieron mi apurada situación y sin dejar de reir se retiraron. lloré de rabia y de impotencia. Casi Cuande me alejé de aquellos pagos juré no volver a ellos nunca más: al menos sin bañador. MI hermano tampoco se libraba de percances. arrastrando la bicicleta y cojeando. Una tarde acudió a casa La pernera del pantalón rasgada y la rodilla en carne viva; había sufrido una caída fatal para él y la bici. La tuvimos que desmontar para desdoblar la llanta delantera," enderezar el ma>nillar y poner un par de parches en la cámara del tubular. La pierna se la vendó mi madre, pero prohibiéndonos de coger de nuevo la bicicleta. mano cumplió la orden, al menos unos días por la Mi her rodilla: pero yo, a los dos días, en ausencia de mi madre, me di garbeos por todo el barrio, eso 59 sí, procurando estar de vuelta antes de que ella regresara. Como mi madre creyó de buena fe que la obedecíamos, me arrepentí de haberla desobedecido engañándola y espontáneamente le confesé el- haber cogido la bicicleta sin su" permiso, n pesar de ello, el jueves por la tarde, fiesta del colé" nos hizo mudar de ropa para dar un paseo. El cual consistió en dirigirnos a la calle Mayor de Gracia o Salmerón, coger un tranvía de los llamados im periales, que tenían dos pisos y el segundo. descubierto, al aire. Sentado allí arriba parecía que uno fuera dominando todo lo que desfilaba abajo y~ por la calle. El paseo, o trayecto, consistía en bajar a Barcelona, al me nos así se decía entonces, calle Mayor ña, Ramblas .y Colon. abajo, ?- de Gracia, Plaza Catalu- Luego vuelta a subic sin apearse del tranvía. No otr cosa hicimos; alguna vez, recuerdo, nos apeábamos en Plaza Cataluña o Ramblas e íbamos paseando para ir a los entonces "Grandes'Almacenes Jorba", p ra nosotros, niños, el no vá más. Recuerdo al Sr. Jorba saludando en per- sona a las dientas, entre ellas a mi madre, acariciándonos la cabeza y aeccompañándonos al patio jardín que había instalado en el primer piso, por la parte trasera del edificio; allí había un pequeño y surtido "Zoo", con un mono ca-si en libertad haciendo las delicias de los pequeños, unas gruta: con dioramas y un tren eléctrico recorriendo montañas de cemento o -yeso. En aquellos tiempos se acostumbraba mucho hacer ésos paseos económicos y tambie'n, como no, comprar algo, nunca nos íbamos de balde, siempre se necesitaba alguna cosa. Cuando menos, los pequeños, algunos confites siempre nos daba el Sr. Jorba o un dependiente encargado de vigilar a los animales y cuidar el pequeño tren, también nos encandilaban las escaleras mecáni- cas subiendo y bajando pisos sin tener que esforzarse uno, ahora parecerá como una cosa de lo más normal, pero entonces y a nosotros, se nos presentaba cual una agradable y fantástica novedad, casi un juego por lo divertido. El fin de la bicicleta lo marcaron varios sucesos encadenados cierta tarde primaveral en la cual empezaba a oscurecer; iba yo marcándome proezas velocípedas en la calle Asturias, en dirección a mi casa, cuya fachada caía 60 enfrente de la referida calle. Al desembocar en ella tranquilamente, un coche, de los pocos que circulaban, hubo de frenar violentamente al salirle yo de sopetón. El hombre, airado, empezó a gritarme y a dar voces, y es delante de mi casa. El ruido del frenazo y su vocear alarmaron al vecinda rio; empezaron a chirriar goznes y abrirse puertas y balcones y a encender se luces interiores. miel. La curiosidad atraía a los vecinos como moscas ante Pero, se encendió la luz del recibidor de mi casa, la cual cayó enci ma mío iluminándome. ¡Horror! ¡Mi madre! iba también a salir; a través de los traslucidos cristales de la puerta vi su silueta y escuché aterrado el "cric" del pestillo al levantarse: estaba a punto de abrirse la puerta y aparecer ella, y allí me encontraría, apabullado por los gritos de aquél energúmeno culpándome de inconsciencia; aquello sería el final de mis corr rías, de rni bicicleta, la cual veía ya arrinconada y yo castigado sin reme dio. No podía quedarme allí esperando que todo aquello sucediera. Con sú bita decisión me puse en pié sobre los pedales,; antes que se abrieran pue tas y balcones pedaleé con furia calle arriba huyendo de la quema y dejan- do al quisquilloso conductor con sus ahora inútiles gritos, que subían de tono ante mi huida, aanque-me persiguieron inútilmente. Giré a toda marcha por la primera bocacalle a la derecha, calle del Congost, y mala pata, me di de cabeza con el caballo que tiraba del carro de la alfalfa, el cual ya vaoío en aquellas horas, seguramente se retiraba,, pues no acostumbraba a seguir tal dirección en su habitual recorrido. En casa le comprábamos seis gavillas cada dos dias y el carretero como el caballo me conocían. Pero vaya- mos al caso: el caballo se quedó tan sorprendido y acaso asustado como yo; antes de que pudiera reaccionar y reconocerme el carretero,< corría calle adt lante perseguido por un airado relincho y oyendo un trallazo a destiempo que restalló muchos metros detrás mío. Aquí tengo que explicar algo curio- so por éste encontronazo; el hombre no me reconoció, pues pasé como una exhalación, pero el caballo sí. Era muy manso y sáempua se dejaba'acariciar, comía de mi mano algunas briznas de alfalfa que yo recogía del suelo y se las tíaba. Pues a partir de aquel dia no me pudo tragar; me reconoció sin 61 duda y no me perdonó el golpe tazo, me guardó rencor para siempre, no pude ni siquiera acercarme a el, pues me lanzaba bocados y relinchaba sólo al intentarlo.- Mi madre y el carretero no se lo explicaban, pues siempre hice buenas migas con aquél caballo, pero yo me guardé mucho de acharárselo. El animal gozaba de muy buen olfato y mejor vista, y de más memoria que su dueño . Pero volvamos a mis cuitas, que no acabaron alli. Giré, huyendo de caballo y carretero por una calle estrecha que unía la del Congost con la de abajo, la de La Encarnación. Solo doblar la esquina como un desespera do vi en medio de la calzada, y dándome la espalda, cuatro o cinco mujeret y a otra ocupando la estrecha acera; llevaban grandes cestos de ropa apoye dos en las caderas y sostenidos con una mano. En dicha calle existían por aquellos tiempos unos lavaderos públicos y ac\idían a ellos las mujeres que en su caso carecían de lavadero, e incluso de agua corriente, cosa bastante común en la época. Las mujeres, de allí salían con su colada , i.cnarlandc entre ellas, y lo que era peor, distraídas, ajenas a que yo me les echaba encima a toda velocidad. Al menos a una me la cargaba. ¿Qué hacer Dios mío? no tenía ni elección ni remedio, salvo frenar desesperado y tocar el timbre furiosamente. Y lo hice, pero viendo que no bastaba me lanzé contra el bordillo esperando que eso frenara mi marcha y evitar el atropellarlas: los dos frenos, e de atrás y delante se quemaron, salió humo de ellos; el freno delantero se usa poGoj puesto que se corre el riesgo de salir despedido el ciclista por encima del manillar; y fuera eso, sumado al dar contra el bordillo de la acera, volé hacia adelante: sentí como se deshacían los radios o varillas de las ruedas, el manillar se me dobló junto con la horquilla desprendida buscando el suelo y atravesando la rueda, destrozándola, el sillín lo sentí alzándose y empujándome'por la parte posterior, crujiendo y todavía bici encabritada , salí disparado cual un bólido humano, oyendo como un rasguear de las, ruedas contra los duros adoquines de le acerac ¡Fue.un cualo de casi dos metros en una fracción de segundo, durante el cual, como en fuga- 62 ees secuencias de película, cuadro a cuadro como en cámara lenta, tal cono siempre se cuenta que sucede en momentos de peligro, visualiza a la mujer que andaba por la acera empezando a girarse, querer apartarse andando de 1 ^ o , dejar caer el cesto, al ladearse más. tropezar con el y empezar a derrumbarsi mientras yo volaba en su dirección, su nuca girada dirigirse contra la pa red, su expresión asustada, sus facciones contraídas al intentar gritar, y yo, con un sexto sentido, más rápido que el pensamiento, alargé la mano derecha, interponiéndola entre su cabeza y la dura y rugosa pared, como comprové desollándomela dolorosamente. Muchas veces me he preguntado la manera o el modo en como pude contorsionarme ro lo iiice. en el aire para lograrlo, pe- Mis hombros y mi cuerpo pasaron por atrás del suyo protegien- do su espalda y nalgas y se derrumbó encima mío. Mi brazo y mi mano des- cendieron rascando la pared, pero preservando su cabeza y cuello de cualquier golpe o rasgadura. La pared irradiaba una calor intensa, quemaba, pero era debido al descarnarme la'ínáno y dejar la piel sobre la pared. La mujer quedó sentada y yo debajo de ella, estaba sorprendida más que asustada y mi piel, a pesar de la ropa, notaba la calidez de su cuerpo blai do, y aunque maduro, agradable. No podría decir si pasó un segundo o una hora, pero me sentí eufórico, había evitado una desgracia y el peso de su cuerpo se me hacia liviano: si no fuera por mis nueve años, diría, sin entonces entenderlo aún, que sostenía un intenso peso erótico. No me enteré de cuando sus compañeras corrieron para levantarla, en vez de sentir su peso experimentaba placer; así no comprendí el interés de aquellas buenas mujeres por si estaba yo aplastado debajo de sa compañera: ella misma me ayudó, pues estaba y me sentía atontado y no me veía capaz de levantarme por mí mismo. Todo, por lo rápido, me pareció un sueño, intenso, apretado en unos segundos vitales, de los cuales me costaba despertar. Ellas lo toma- ron por que' sufría algún daño y se desvivieron en reanimarme. Cuando me vi de pié y rodeado de mujeres temí lo peor y empezé a disculparme; de si lo hice sin querer, que me perdonaran y casi conseguí el hacer asomarse dos lagrimas en mis ojos: me esforzé apretándolos y logré «./ 63 ponérmelos húmedos. Pero cual no sería mi sorpresa cuando lo atribuyeron a las desolladuras y al dolor que debería de sentir por ellas . La mujer q yo había aguantado, librando su nuca del golpe, me dio un beso y las graci las otras se lamentaban de mis magulladuras , de mi mano, me la lavaron con humedec dos pañuelos, sacudieron mis ropas con ternura, me fueron besando,y todo ce frases que no entendía como me las dirigían a mi. La que se había caído s disculpó muchas veces, decía no comprender el como se cayó tan tontamente, y añadía, "menos mal que acudiste a sostener mi cabeza, sino me descalabro contra la pared ". Y volvió a besarme. Una me acariciaba el pelo, otra sacudía mis pantalones, aquella me arreglaba la camisa, otra me besaba; el "pobre chico" salía de sus labios sin parar. Aquello se me figuraba como el mundo al revés: empezaba a cansarme, aunque me alegrase de su apreciación del suceso y no me culparan, yo tenía clarísimo que fue mi culpa, per ellas no. Esperaba con ansiedad el momento en el cual pudieran darse cuen- ta de raí temeridad, pero no fue así, con su actitud parecían ignorar miimpr .iencia con la bicicleta ni de que hubieran oído mis desesperados timbrazos para que se apartaran: o no los habían escuchado, distraídas con su charla o es que eran tontas. ¡Pero! .¡Todas!, no podía ser. En un momento lo vi clarísimo, es que eran buenas, buenísimas. y yo pensando mal de ellas. Cuarr do me dejaron levanté como pude la bicicleta, daba lástima el verla: entonces ellas se lamentaron del estado en qué había quedado y entre todas reunieron seis o siete pesetas, que rechazé y me fui renqueando,/arrastrándole como pude; una me alcanzó, y quieras que no metió las pesetas en mi bolsillo abrazándome de nuevo. doblar la esquina. de una vaquería Los Me refugié comentarios de ellas me siguieron hasta en ia oscuridad acogedora del amplio portal que allí existía, oliendo la fortor de los animales ence- rrados y frotándome a gusto todos mis miembros doloridos. No lanzé un ay porque vi a las mujeres doblar la esquina explicándose cada una el percance sufrido. Por suerte doblaron en sentido contrario, alejándose . Solo enton- ces abandoné la protección del portal y/en .la fuente que allí había refresqué mis heridas y mi reseca boca. 64 Quedaba por hacer lo más díficil, entrar en mi casa sin que nadie se diera cuenta del percance sufrido, tanto en mi persona, mis ropas como el estado de la pobre bicicleta. Allí, en el ancho portal cerrado de la lechería, o cuadra de la lechería, y oliendo la fortor de los animales encerrados en ella, pase casi una hora en lamerme las heridas y compadeciéndome yó mismo al mirar la ruina en que se había convertido la bicicleta. Cuando me decidí, la suerte se puso de mi parte. Mi madre, desde la cocina y sin salir, tiró de la cuerda que se usaba entonces para abrir la puerta cuando yo, gritando, dije quién era. Al pasar fente la cocina es- taba ella de espaldas y se contentó con preguntar y contesté algo impreciso. Mi padre, acabado de llegar del trabajo, estaba cambiándose de ropa en la habitación y no me vio. Mis hermanos mayores estaban en el piso, dónde, en el dormitorio del raayor se habían instalado un escritorio, por alJí no había peligro. Quedaba el otro, el que compartía conmigo la bici- cleta, pero estaba tan enfrascado estudiando la lección que ni levantó la vista al atravesar yo el comedor, Salía la galería, abrí la puerta que daba al patio y entonces recuerdo que el gato, gata, por cierto, se coló para entrar entre mis piernas maullando y deslizando su largo rabo entre mis muslos . Bueno, quedaba soslayado lo peor, el primer momento de explicaciones y reprimendas, después Dios diría. Introduje la bicicleta en el cuarto de herramientas;,, cuarto bastante grande ubicado bajo el palomar de que antes he explicado, la apoyé tras unas maderas que casi la tapaban, tiré unos trapos viejos encima de ella y medio saco que encontré y respiré con alivio. Después, me deslizé dentro del lavabo, me lavé bien, me arreglé lo mejor que pude, bajándome las mangas de la camisa hasta los puños para intentar tapar los arañazos, me quité los vendajes o trapos de las manos puestos por aquellas busnas mujeres, demasiado llamativos, atraerían la atención de inmediato, las desolladuras las ocultaría como pudiera, sin usar abiertamente la mano, al menos lo intentaría y si fuera necesario mostraría sólo la palma. Así transcurrió la cena, saboreando la sopa, que no me gustaba ni gustó nunca y llevándome la cuchara a la boca cuando nadie me miraba, la tragé para no llamar la atención, aquella noche no era caso de protestas ni melindres y comí todo cuanto me pusieron. Mi madre, se extrañó y me lanzaba miradas que yo devolvía sonriendo y con la mano debajo la mesa. Aquella noche el cuerpo me dolió y dormí mal pero aguantándome, pues mi hermano dormía en la misma habitación y no era cuestión de alertarlo. Al día siguiente, al mediodía, mostré en casa las magulladuras y la mano desollada explicando una caída en el patio del colegio. daron todo muy hien ríe lo ven- y me sirvió para hacer fiesta aquella tarde. Cuando mi madre salió a comprar algo, aproveché para volcar encima la destartalada bicicleta un gran cajón lleno de hierros oxidados que en una estantería encima de la"bici" me vino muy a propósito para acabar de simular, cuando la encontraran, un accidente casual que justificara su lamentable estado. Luego me subí al piso de arriba a estudiar, de hecha a di- bujar, que era lo que rae gustaba. Eso explicaría no haber oído ningún rui do cuando descubrieran la bicicleta enterrada bajo aquél montón de madera e hierros, aplastada mas bien. Dios me perdone por mis argucias, pero en- tonces no vi otra forma de salirme de aquél apuro. La proximidad de exámenes nos hizo olvidar la bicicleta a mi hermano y a mí. Cuando la descubrieron, ni mi madre ni nadie hicieron comentario alguno. Ella se limitó a llamar a un trapero para que se la llevara, sa- có de la bicicleta treinta y tantas pesetas, pues la mancha, la dinamo y el timbre estaban intactos. Mi madre se quedó diez y el resto nos lo re- partió para los dos, con lo cual salimos ganando. Aquel verano nos lo pasamos atracándonos de chucherías con el importe de la vieja bicicleta y aún guardamos para meter en la nucha. jAH-i y de las seis o siete pesetas de aquellas buenas mujeres que atro pellé al destrozar la bicicleta, ¡Nada de nada! bueno, si un poco, trein- 66 ta y cinco céntimos en pequeñas monedas de cobre de un céntimo y alguna de cinco céntimos, y claro, como abultaban me parecieron pesetas, de entrada ya me hubiera tenido que extrañar, pues una peseta en aquél tiempo era una peseta, o sea mucho, y aquellas pobres mujeres, lavando ropa, no creo que vieran reunidas nunca seis pesetas juntas. pero con treinta y cinco céntimos había para muchas cosas, más de las que me pude imaginar, pues me duraron casi dos meses sin privarme de nada: claro que en aquél tiempo lejano de mi niñez habían tan pocas cosas que estubieran al abasto de una mano infantil que decir no privarse de nada significaba bien poca cosa . No digq__que no añoré la pesada bicicleta ni mis correrías montado en ella, pero salí conformado por lo bien que acabó todo. Todo vá bien si acaba bien y el tiempo todo lo borra. Hasta unos cinco:: o ée£s años después y con una guerra civil entremedio trabajando ya mi hermano, no pudimos comprarnos otra; por supuesto mejor y menos pesada, y también, como no, de segunda mano: pero eso ya es otra historia . 67 EOS HERMANOS Y PARALELO 34 Y 35 En el barrio de Gracia y en la calle Iglesia, de una sola manzana de larga al lado de la Parroqia de San Juan de Gracia, existían por aquél entonces de los años 34 y de muchos años antes, el Colegio de los Hermanos de la Salle, el cual y por su fama y renombre, a los chiquillos de entonces nuestros padres siempre nos solían amenazar con llevarnos a el cuando nuestra conducta o notas de colegio no eran lo satisfactorias que se esperaba, Los Hermanos gozaban de justa fama de rectitud y buena enseñanza; pero entre nosotros no sé el porque nos atemorizaba en grado extremo ser inscritos como alumnos, sería, quizás, por la constante amenaza, que no lo era, de nuestros padres, pero como tal nos la tomábamos y mentar a los Her manos, para nuestra mente infantil era como hablar del diablo. Por contra, nuestros dos hermanos mayores en su niñez habían ido alli y siempre contaban, para tranquilizarnos, que enseñaban mucho y bien y no castigaban tanto como nosotros temíamos . Al fin y a mis ocho años allí nos inscribieron para el siguiente curso. En mi mente los Hermanos eran el no vá más de la severidad; los veía como rectos e inflexibles estiletes que se clavarían en mi mente para exprimirla de toda tontería llenándola de severa austeridad. Dejé de dormir tranquilo esperando asustado el momento de empezar el curso y durante el final de aquellas vacaciones ,sque se iban terminando demasiado aprisa, ni casi ganas de jugar me quedaban al ver_ aproximarse el momento de empezar las temidas clases con los rígidos y severos Hermanos. LLegado el momento de ingresar re- cuerdo que mi madre casi me arrastró, en cambio, mi hermano iba bastante tranquilo y su actitud me sosegó lo bastante para aceptar todo cuanto de malo me temía. Un ancho portalón, enrejado y abierto para acojernos en un gran patio, inmenso, ocupando toda la extensión de un enorme edificio al fondo y con varias puertas que seguro darían acceso a las numerosas clases,* ante el edificio y esperándonos, los Hermanos profesores parados daiante la puer- 68 ta correspondiente a la clase que cada uno de ellos presidiría, encima de las puertas una abreviada inscripción numeraba las distintas fíelas a las cu .Tes cada puerta daba acceso. Madres y alumnos, separados, formamos mon- tón ante el hermano apostado bajo la cer nuestra madre la inscripción. Me encontré haciendo bulto entre otros muchos indicación de clase asignada al ha y contemplando al joven hermano que supuestamente iba a ser nuestr profesor, el cual sacando una lista nos fue llamando por nuestro nombre y nos señalaba donde formar. tuando ante él: Así y en apretadas filas todos nos fuimos si- mi hermano como era mayor que yo, estaba asignado a una clase más avanzada que llevaba otro Hermano; las madres fueron quedando atrás mientras nosotros formamos grupas alineados dispuestos a ser tragadc por el imponente edificio que abría sus fauces, puertas, según edades o conocimientos adquiridos, y allí dentro, como borregos destinados al matadero fuimos introducidos , casi balando de miedo, al menos yo, tras nuestro pastor, maestro, Hermano tonsurado y con negro hábito ceñido por correa identificadora de la Orden de la Salle, también y con el mismo propósito, supongo, un morado cordón en el cuello del cual pendía un sencillc crucifico de madera y en el pecho, un escudo o anagrama con la misma finalidad, todo lo que describo, acude a mi memoria como vago recuerdo de cuya exactitud no estoy nada seguro, pero que creo que era, al menos la vestimenta de los Hermanos, así o algo muy parecido. Una vez ocupados nuestros sitios en la clase, se nos presentó, dijo llamarse Fermfin, vasco, y que cuando nos dirigiéramos a él, simplemente lo llamáramos Hermano, era noble, francote, amable, abierto a cuanta sugerencia quisiéramos facerle y muy joven; a mí, tras esa presentación se me desvaneció el miedo o la prevención sentida, todo lo que posteriormente nos enseñó, lo hizo con simpatía y una humildad extrema, nos ensanchó el corazón que llevábamos en exceso apretado por unas falsas("conjeturas vertidas contra tal colegio y la Orden de la Salle. El Hermano Fermín incluso poseía un fino sentido del humor que vertía sobre nosotros con una afable seriedad que los hábitos le imponían, y una caridad hacía no- 69 sotros al soportar nuestra notoria estupidez, pues caridad no significa so lo el dar limosna, sino el trato afable que se desprende de todo aquél que la posee, mejor decir que está imbestido de caridad. Todo eso no fue sólo una impresión mía y quizá algo partidista o influida por el Hermano tuvimos la suerte de tener. que Mi hermano Juan, asimismo, confirmó tal opi- nión en distinta clase y profesor, lo mismo que un amigo nuestro del barri que iba a diferente clase, estaba encantado y así lo decía. El curso transcurrió agradable y provechoso para nosotros: recuerdo el intento de representar como si fuera una obra de teatro en la cual cada alumno teníamos nuestro pequeño papel, el argumento, bastante diluido por los años transcurridos desde entonces, versaba sobre una cierta clase de gramática en la cual se escenificaba sobre las fávulas que en el libro de tal asignatura entonces estudiábamos, fávulas sobre la~zorra"r- y las uvas que estaban verdes al no poderlas alcanzar, del panal de rica miel en el cual dos mil moscas quedaron arrapadas, del perro que mientras bebía en el río corría, del sabio que tan pobre era que oomía de las hierbas que encontraba, etc... a mí me tocó el recitar, tartamudeando, la fábula, o cuento, del perro del hortelano, que no comía ni dejaba comer. Aquello, desafor- tunadamente, no se llegó a realizar y así quedó truncada mi recién nacida vocación de actor. Poco mas recuerdo del curso transcurrido en el colegio de los Hermanos de la Salle, sólo un nostálgico recuerdo , grato, del Hermano Fermín, bellísima persona de una gran comprensión y una joven vocación de bondad que sabía transmitir a sus alumnos y también, que allí aprendí bastante de lo poco que aun ahora, ya viejo, puedo saber. No recuerdo con claridad si llegé a terminar aquél curso empezado en los Hermanos de la Salle: pues no sé bien el porque, puesto que vista mi poca edad mis padres no me lo explicaban todo, nos trasladamos de domicilio y de barrio, de Gracia fuimos a parar al Paralelo " Pobla sec" como decíamos entonces, en la calle Rosal, en donde mi abuela paterna y mi tía 10 vivían por aquél entonces en una casita de planta baja con terrado y pati< trasero, de su propiedad en y hacía esquina con la calle Blay, y que al i^do otra casa con las mismas características, adosada con la de mi abuela y que asimismo era suya, fue adonde nos mudamos. Mi abuela, en el comedor, tenía un cuartito trastero de quizá un metr< de fondo por metro y medio de ancho lleno de estanterías, las cuales guardaban maravillas para nosotros dos, quizá fuera por nuestra poca edad y mi cha fantasía; muñecas antiguas, jugetes de hojalata.de vivos colores, pertenecientes sin duda a mí tía y guardados de su lejana niñez; tebeos viejc que ojeábamos con avide'z ; y pelotas, un cesto lleno de pelotas de todos los tamaños, colores y de diferentes materiales, de goma, de cuero, de trapo, rellenas o hinchadas de aire, esas pelotas eran las que nos robaban el cor razón y mi abuela nos las iba dando una a una bajo la expresa promesa de no sacarlas a la calle pues único. de ella procedían, todas eran de un origér Los chicos del barrio, cuando jugaban a pelota en :ia esquina de las calles Blay con Rosal, por haber mas anchura, raro era que no se les colgara el balón en el terrado o patio de mi abuela; entonces llamaban a la puerta pidiéndola, ici tía se la devolvía advirtiendo que a la tercera vez se la quedaba, y si, a la tercera aun la devolvía, pero a la cuarta nc e iba a engrosar el contenido del cesto, para que escarmentaran, decía, pe ro como tenía buen corazón y mi abuela también, cuando el cesto estaba lie no los llamaba y que cada uno volviera a coger la que le pertenecía. Pero al llegar nosotros consideraron que también teníamos derecho a ju gar y nos daba una, cuando aquella se rompía, otra y así siempre teníamos una para nuestros juegos en el terrado o en el patio. También poseían un perro de tamaño mediano tirando a pequeño y de raza indefinida, lo que nosotros llamábamos un perro "petenero" y un gato, gata zo más bien, enorme de estar bien cebado, lanudo, blanco y con los ojos en carnados, supongo que era de los llamados de angora, manso a mas no poder, engordados tanto el gato como el perro aparte de la buena vida por la falta de ejercicio como por sobra de comida. El perro se llamaba "Florín", 71 el gato "Mixinus" y al llamarlos por su nombre acudían obedientes como coi deri tos . Dos esquinas mas arriba de la calle Rosal, por aquellos lejanos tiempc empezaba la montaña y allí nos enseñó nuestra tía a llevar a los dos animé les, para que se purgaran, decía, y si, lo facían mosdisqueando ciertas hierbas que su instinto les indicaba y allí, en una incipiente naturaleza aún no invadida retozábamos tanto nosotros dos como los animales, sin ataduras, libres; hasta declinar el día no regresábamos. Mi tía, de mediana edad, en su juventud había sido monja, pero colgó los hábitos cuando mi abuela enviudó y dedicó el resto de su vida a cuidar la. Mi abueJLa, bastante vieja, siempre entonaba un estribillo, o una canti- nela, quizá recordando su juventud en la cual los vendedores ambulantes cantaban las excelencias del género pregonado y decía "Alabado sea Dios, de "samarretas" por una peseta doy dos", al menos una vez por semana le oí canturrear eso, y sinceramente, creo que exageraba el precio, pues una peseta por aquellos tiempos era casi una fortuna y las camisetas no costaban tanto^ues se contaba por céntimos, uno dos, cinco y diez, incluso medio céntimo; .detrás de la puerta de entrada y en un cajoncito de cuatro dedos siempre se solía tener monedas de medio y un céntimo para cuando un pobre llamaba a la puerta recitando" Santa María purísima" y se contestaba "Sin pecado concebida" y se le daba el céntimo acostumbrado si era habitual, si era desconocido, con medio céntimo se cumplía y bastaba. Las dos casitas en dónde vivíamos, así como dos casas de cuatro o cinco pisos ubicadas muy cerca de allí, en la calle Poeta Cabanyas y otras do que poseía en Hostafranchs, las había construido mi abuelo, al cual no lie gé a conocer pues murió mucho antes de nacer yó. Fue paleta y después pe- desto constructor de obras; de las rentas, o sea, alquileres de esas casas vivían mi abuela y mi tía, modestamente, pero bien. También poseía algo en Sta. Coloma de Gramanet, por cuya causa, mi padre, cada cierto tiempo se llegaba allí, segiaramente para liquidar los alquileres. En aquellos 72 tiempos el ir a Santa Coloma suponía un viaje a la conchinchina; levantar se antes de despuntar el día, llevarse provisiones para todo el día y regresar de noche, eso en el verano que los días se alargaban. Viviendo en el Paralelo nos llevó nuestra madre al cine después de un. tozuda insistencia por nuestra parte y casi a escondidas de nuestra abuel. Se proyectaba el "Tarzán de los monos" con Jomny hWeismuller; un recuerdo mas de infancia; también recueiído el "King Kong " pero no estoy seguro de si fue entonces o posteriormente viviendo de nuevo en Gracia. En la esquina opuesta, bajando, a la de mi abuela, existía un colmado, tienda de comestibles, nuestra madre nos dijo, esa tienda fue propiedad de mi madre y aun se la recordaba por parte de los corredores de los distintos productos que allí se despachaban y por el vecindario. . ka vmuda Cortal, de Nombre Catalina Livesey Mackintoch, la cual yo recordaba por haber vivido en.su vejez con nosotros, en Gracia , y que siempre nos compraba chucherías y jugetitos de hojalata con una generosidad ilimitada y nos sacó, a mi hermano ya a mí, de mas de algún atasco monetario o alivió, con su bondadosa intervención, castí,<gps merecidos por nuestra conducta traviesa e infantil. Nos llevaron en un pritipio a un colegio de la calle Vila Vilá, del cual solo recuerdo que era muy grande, todo rodeado de jardín y que nuestra estancia en el fue corta. Después fuimos a otro un poco mas lejos, en la calle de la Ca- dena y cuyo maestro, o director, o dueño, pues no había otro que él, nos recibió para la inscripción fumando un cigarro liado de un grosor inusitad< y con la palmeta debajo del brazo, amenazante; mientras duró la entrevista lió otros dos cigarros. Mi madre, a la vista de eso, previsora, se cuidó de llevarle cada semana una eajetilla de picadura como obsequio y esa previsión nos libró de conocer la escozor de los palmetazos repartidos sin tr< gua entre los sufridos colegiales, lo peor de esos palmetazos era cuando, con saña, hacía cerrar la mano y juntar los dedos hacia arriba y recibían sobre sus yemas el salvaje palmetazo. Cigarro y palmeta, esas eran sus 73 armas afirmativas para ejercer una autoridad temida por todos; en cuanto a lo importante, la enseñanza, ni Ja recuerdo. Allí tuve yo que sufrir a otro gallito de la clase, del cual me libraba no pocas veces el oportuno palmetazo del maestro fumador. También en dicho colegio se acostumbraba a Hacer formar las tardes de los sábados para salir calle San pablo adelante hasta la iglesia de San Pablo Del Campo para confesarnos, práctica obligatoria en todos los colegios de la época. Cierta tarde de un sábado, ya formados, el maesto sintió una necesidad urgente, perentoria de acudir al servicio. El tal gallito aprovechó la ausencia para provocarme y no me acuerdo de el qué me.,diría que rae giré, sin pensármelo y le propiné tal puñetazo en las narices que cayó cuan largo era y le empezaron a sangrar sin darle ocasión de revolverse, el pañuelo y la camisa no le bastaron para contener la sangría. Cuando el maestro apareció el derrotado gallito explicó como había resbalado dándose contra el canto de un pupitre; entonces el conven cido maestro lo hizo acompañar por dos alumnos hasta su casa. El lunes siguiente, durante la clase, todo era mirarme; yo pensé, hoy en el recr«eo la liamos, salimos al patio y se me acercó, con gran sorpresa me tendió la mano diciendo ¿amigos? no dijo otra cosa y se la acepte; a paj tir de entonces nos unió una amistad sincera mientras duró el curso. Lo qi puede hacer un puñetazo bien aplicado: no guiero ni muchos menos presumir de ello, pero me salió dicho puñado espontaneo, sin pensarlo ni poco ni mucho y por casualidad di adonde devía, ni mas ni menos, allí donde los humo* se le disiparon de una vez para siempre. Una última explicación a propósito de la palmeta del maestro, todos los crios, sólo entrar en clase, iban al servicio y se orinaban en las manos, decían que así los palmetazos dolían menos y eran amortiguados por la solusión alcalina de la orina, lo que si era cierto, que la clase olía a demonios, tanto por las manos impregnadas como por el apestoso humo de los cirragos del maestro "palmetazo" como acabamos llamándolo. EARGO VERANO DEL 36 74 Y que consiguiéramos, entre-todos, evitar q en España sonaran-otra-vez disparos de muer José M 9 . • Gironella -. -Pueblo, 1.966. de su li bro. Gritos del mar. Habíamos vuelto a Gracia, porque, no lo se o no lo recuerdo. El caso era que mi hermano francisco, por aquél entonces peluquero de señoras y por lo que parecía bastante bueno, quiso establecerse por su cuenta y en la habitación que había sido de mis padres, en la planta baja y situada casi en la misma entrada a'la derecha del recibidor, habitación de aquellos tiempos, amplia y lo que se conocía como sala y alcoba y que ya no usaban por tener otra habitación en el piso junta a la nuestra. Mi hermano inste ló una roja cortina separando la sala de la alcoba y en cada una de ellas fue poniendo los aparatos necesarios de peluquería y para hacer permanentes, con las'correspondientes asientos, tocadores, espejos y todos los accesorios indispensables para ejercer tal oficio con eficacia. Corriendo la cortina separadora podía atender a dos dientas simultáneamente. No entro en mas detalles de la peluquería, solo resaltar la roja cortina que a nosotros^nos fascinaba, en nuestra infantil imaginación aquella cortina se convertía en el telón de un teatro de verdad, no el de polichinelas con el cual dábamos funciones los festivos a todos nuestros amigos. Con el previo permiso de nuestros padres y por supuesto del de mi hermano Francisco, aquel salón de peluquería se convirtió en el teatro mas fantástico que hubiéramos podido imaginar; todos éramos actores y espectadores en un rotativo turno que sólo se rompía cuando uno de nosotros, como dueños del tal teatro, tenía alguna idea genial para representarla, lo cual ocurría con tal asiduidad, que la idea del teatro fue decayendo y nadie se conformaba en ser simplemente espectador. Aquello duró solo unos pocos festivos y volvimos a lo de siempre, corretear por la calle jugando a lo que fuera, que siempre fue el juego mas atractivo jamas inventado. Gomo la peluquería marchaba viento en popa, hubo de buscar un dependiente pues no se daba abasto a cuanta clientela acedía a poner:SÜ pelo bajo las manos expertas de mi hermano, se halló el tal dependiente, un mocetón llamado Castro. Por la verbena de San Juan mi padre guarnecía el 75 patio con girnaldas y farolillos de papel decorado y rizado y con una vele dentro, por la noche las encendía y bajo su temblorosa luz comíamos la coca y bebían, los mayores, el champan, que aún se llamaba así y siendo cava no se aplicaba ese nombre. Los pequeños nos conformábamos con beber Picón si mal no recuerdo su nombre, una bebida negra y burbujeante de aquél tiem po. Como el Castro permanecía soltero y no tenía la familia en Barcelona, en todas las fiestas estaba convidado, era uno mas de la familia. Aquella noche verbenera soplaba un vientecillo algo molestoso y uno de los farolillos, impulsado por el aire, se volteó incendiándose con peligro inminente de propagar el fuego por todo el guarnecido patio; mi madre gritó asustada mi padre corrió a por agua, el resto nos apartamos para no quemarnos, pues las chispas empezaban a saltar de girnalda a farolillo y aquello amenazaba en convertirse en una catástrofe, pues al fondo del patio mi padre había dispuesto unos modestos fuegos de artificio como fin de verbena. Entonces, el Castro, el único que permaneció sereno, se subió encima d« una silla y soplando con fuerza y a pleno carrillo fue apagando el fuego t< talmente . Lo aplaudimos entusiasmados por su azaña soplante y a partir de aquél día lo apodamos el bombero. Pero la peluquería de señoras no duró mucho, a mi hermano el peinar y arreglar señoras le gustaba, pero las tales se traían a sus hijos para cortarles el pelo y eso a él ya no-le iba; aun a nosotros, nuestra madre quería que nos lo arreglara. Las manos suaves en las cabezas femeninas se cor vertían en verdaderas tenazas agarrando nuestros cráneos, vuelta brusca a un lado para arreglarnos el oontrario, maquinilia>;.de pelar que pellizca, mano dura Hundiéndonos la barbilla contra el pecho para recortarnos el cogote y vuelta a pellizcar; bien a las claras nos daba a entender que arreglar el pelo a los chicos no le iba nada, pero que nada bien. Empezó entonces a frecuentar la panadería de un poco mas abajo en nuestra calle y esquina a Encarnación, allí y por amistad aprendió el oficio de panadero y al poco convenció a mi padre para comprar panadería propia. 76 Fue en la calle Roger de flor dónde al fin encontró la adecuada y allí vuelta a trasladarnos todos, mi hermano de panadero, mi madre despachando el pan tras el mostrador y nosotros dos, los pequeños, al colegio nuevo, pero antes de acudir a el teníamos que repartir pan por las casas y pisos cosa que en aquellos tiampos estaba en boga de hacer, reparto a domicilio de pan, bollos y panecillos de viena, nos cargábamos un gran cesto a la e palda y hala, al reparto y luego colegio. temprano y Mi padre también se levantaba abría la tienda antes de ir al trabajo y a la noche, en cuanti llegaba, otra vez tras el mostrador para que nuestra madre descansara y d; pusiera la cena. Total, que menos mi hermano el mayor, que trabajaba en e Banco y por.JLo tanto se libraba de cualquier ayuda, todo el resto de la fe milia éramos esclavos de la panadería. Teníamos un obrero llamado José, que hacia la pala, eso consistía en encender el horeo, conservarlo a la temperatura conveniente y hornear el pan: el "palero" se llamaba su especialidad, cose en la que se requería un gran destreza pues las palas medirían sus buenos cuatro metros de largo" y cuando recorría por dentro el caliente horno' metiendo y sacando pan o sim plemente moviendo las piezas medio horneadas para que no se quemaran o que darán crudas , el largo mango de la pala salía humeando y quemaba: el 3ose no se quemaba, tenía las manos curtidas y una gran habilidad y rapidez en manejarla y sus manos parecía que resbalaban sin tocarla, Era afable e ib siempre con una colilla apagada colgada en la comisura de los labios, sólo le veíamos encender un nuevo cigarro cuando acabada la faena, lavado y cam biado, se dirigía hacia la tienda para irse. El colegio adonde íbamos, creo recordar que estaba en el paseo San Juai muy cerca de allí/ donde el horno, pero no guardo memoria de el ni de los maestros . Así vino el año treinta y seis y fueron pasando meses hasta llegar a Julio. Cierto domingo nos levantamos, o mejor decir, nos despertó el cre- pitar de numerosos disparos y alguna explosión lejana; Levantamos con pre- 77 caución la puerta metálica desde dentro de la tienda y vimos a varios hombres vestidos con monos y alguno con camiseta que disparaban apostados en esquina, estaban armados con escopetas o fusiles y también con arma corta y disparaban contra alguien o algo no visible per nosotros. Mi padre inten tó salir para averiguarlo, pero aquellos hombres armados le indicaron que entrara otra vez y cerrara, que bajara la puerta metálica. Entonces pusim la radio y nos enteramos de qué no sé quién se había sublevado, yo, por mi edad, no entendí bien lo que decían de fuerzas leales y otras desleales, recomen daban a la población que permanecieran en sus domicilios. Lo que sí sabía er¡ que desde hacía meses por radio recitaban una larga lista de atentados, boi bas, enf rentamientos, tirotigos y muertos. Yo al menos no comprendía aun lo qi tales sucesos podían representar, pero los mayores y mis padres parecía qut si y comentaban lo que la radio decía de aquellos sucesos y de las lejanas explosiones que menudeaban y el tiroteo, este muy cercano, en la propia calle y sonando con estampidos secos y amenazadores. Aquello duró todo el día y parte de la noche, con intervalos en los cu£ les cesaban las detonaciones y que los mayores aprovechaban para salir a l£ calle y curiosear. La radio todo era decir que la situación estaba contro- lada, pero que nadie abandonara su hogar; de cuando en cuando daba partes de dónde y quienes luchaban. Aquella noche, con lógica infantil, pensé, bueno, mañana lunes seguro que no habrá colegio y ¿* mas-na.- tendré que ir re partiendo pan y bollos a domicilio y con ese pensamiento me dormí con la tranquila placidez del que no sabe. Mi hermano si se levantó, amasó pan horneándolo el solo, pues el José, dadas las circunstancias no se presentó, mi padre le ayudó en lo que pudo, pues aconsejados por todo lo qué radiaban, que nadie abandonara su domi cilio si n¿. era absolutamente necesario, no acudió al trabajo, ni mi hermano Jaime tampoco. El lunes amaneció mas calmado, solo esporádicamente se oían disparos y algún bombazo aislado. Nosotros, con la puerta metálica a medio subir 78 despachábamos pan, las mujeres iban acudiendo y entraban agachándose; el resto de tiendas de la calle permanecieron cerradas a cal y canto. A medi. mañana desfiiaron algunos grupos de aquellos hombres armados, con el arma en banderola y muchos de ellos iban cubiertos con birretes de cura y otros con estolas cruzándoles el pecho, llegaban en las manos trozos de santos y algún crucifijo y entonaban burlones cantos litúrgicos, cuando uno menos s« lo esperaba, sacaban la pistola y disparaban al aire, de inmediato, cuantos vecinos asomaban por ventanas y balcones cerraban metiéndose dentro de sus domicilios y bajando persianas se imponía un largo momento de atemorizado silencio . Uno de aquellos sujetos armados al ver nuestra tienda abierta, se intro dujo sin más y se llevó una brazada de panes y por pago nos dejó un arrugad papel en el cual había escrito, con letra de colegial, que el importe se pa garía en un centro de no sé qué partido y firmaba, *por el comité-' el dónde estaría el tal comité se olvidó de decirlo y quién no aceptaba tal nota ante las armas que mostraba y una sonrisa burlona rondando sus labios. No tardó en correr la voz que quemaban iglesias y conventos, por encima las casas el cielo mostraba espesos humos elevándose eual negros nubarrones de tormenta y olía a quemado. Eso de las iglesias y conventos ya todos lo suponíamos por como veíamos pasar aquellos hombres con objetos sagrados. No obstante, lo que animó a la gente para ir a comprovarlo, fueron unos pintarrajeados coches con altavoces que instaban a grito pelado al vecinda- rio a que comprobaran por si mismos los ocultos secretos vergonzosos de los curas y monjas, la religión decían, es el opio del pueblo, era el eslogán repetido una y otra vez por todo el barrio. Todos corrían a verlo, incluso nosotros, de la mano de nuestra madre, pues mi padre no quiso, se negó rotundamente; nos acercamos a las iglesias del barrio. Presentaban sus puertas abiertas sino arrancadas y quemadas,, ante ellas, en medio de la calle, grandes piras ardiendo y alimentadas de continuo con libros estrujados, trozos de santos, cruzes, reclinatorios, 79 destrozados confesionarios, pequeños altares, ropas litúrgicas, y todo cua to podían arrancar y hacer arder. Pero eso sí, a un lado, bien costudiado en un descarado aparte, un buen montón de objetos de preciado metal y algu na pedrería arrancada de quién sabe que mantos o adornos. El espectáculo mas repugnante y que mas nos afectó fue el del convento de Las Salesas, en el Paseo San Juan. Allí, aparte de los amontonados obj< tos religiosos ardiendo«¿n.medio de la calle, habían colocado apoyadas contra el muro y las rejas una serie de acartonadas momias de monjas, proceder tes del violado cementerio particular del convento. La mayoría de aquellos despojos, parecían de un sucio cartón amarronado con restos de vestimentas pegados al momificado cadáver. Otras, que no se habían conservado tan tie- sas y bien, las sacaban dentro del abmerto ataúd, que apoyaban asimismo cor tra la tapia para que el público pudiera contemplarlas a su gusto, un guste detestable, por supuesto, mi madre y yó nos apartamos asqueadoslos mirones, hombres, mujeres y niños y no todos por fortuna, Pero entr bastérites se reían o hacían comentarios burlones y obcenos sobre la postura de alguna de aquellas acartonadas momias sin pensar siquiera que aquello pudiera ser de tíido a la edad . o enfermedad padecida antea de su muerte. Entences, cuando íbamos apartándonos de lo vandálico que allí se mostraba sucedió algo inesperado y que nos cortó el aliento. Uno de aquellos fero- ces hombres, sin duda ayudado por otro, desde dentro de la verja lanzó con fuerza una de aquellas momificadas muertas que fue a caer en la acera y cas encima de nosotros, se rompió a pedazos y del golpetazo se levantó una polvoreda apestosa y sucia salpicándonos a mi madre y a mí; que asco, nos sacudimos frenéticos y mi madre, sin poderse contener le lanzó un insulto, pe ro aquél anergúmeno asomó su feroz cara riendo ante el "animal" que gritó mi asustada madre. Salimos de allí casi corriendo y asqueados; tamaña bar- baridad no nos la hubiéramos creído nunca: yo estube dos días que casi no pude comer al representarme aquél pobre bulto de forma humana rozándonos al caer y rompiéndose en pedazos y el polvo de sepultura envolviéndonos a los dos . 80 Al día siguiente, en la Sagrada Familia, en medio de la acera y ante el templo habían depositado un ataúd abierto y en el descansaba, pues no d otro modo podría describirse la mujer que allí se mostraba en un apacible des canso, como si acabara de fallecer en aquel peeciso instante, con una leve sonrisa en los labios, mejillas sonrosadas y con una indeterminada edad, pues su incorrupto cuerpo , engalanado, no expresaba otra cosa que una dormida felicidad asombrosa. La multitud silenciosa que ante ella desfilaba, de vez en cuando murmuraba si sería la generosa donante que con su fortuaa sufragó los gastos de construcción del templo con sus altas y no terminadaí torres, y que la habían sacado a la luz violentando la cripta en donde des de hacía años reposaba. La palabra santidad saltaba sin querer de boca en boca; había quién decía que al exhumarla y mostrarla en publico a los armados violadores de tumbas les había salido el tiro por la culata. Allí permaneció expuesta no sé cuanto tiempo e ignoro lo que con ella harían posteriormente. Pero doy fe que la vi y parecía una virgen dormida; su recuerdo está vivo en mi memoria. Mi madre ya de unos meses antes había cogido como sirvienta a una chica gallega, no muy agraciada, joven pero no demasiado y muy buena y servicial; creo recordar que se llamaba Delfina o algo parecido, tenía libres los jueves, domingos y festivos por la tarde, estos días la venía a buscar una ami ga que igualmente servía,para salir juntas o según la Delfina nos explicaba ir al Centro Gallego, pues esa amiga, algo mayor, también procedía de Galicia. Al domingo siguiente de los sucesos de Julio, después de comer me es- tiré un poro en la cama y desde allí y sin querer escuché a las dos chicas charlando, en elpasillo una, mientras la otra, la Delfina, se arreglaba en el cuarto de aseo con la puerta abierta para oír a su compañera explicándole algo y .oí como aquella decía. - Pues si chica, no faltaba mas, el asqueroso cura, lo denmncié al comité de barrio, vinieron a buscarlo anoche, lo metieron en un coche y lo llegaron a "pasear". 81 La otra, la Delfina, le preguntaba desde dentro del cuarto de aseo. -¿ Pero quién era?. - Un cura, ya te lo he dicho, pariente, creo que.primo, o algo así, de mi amo. Creyó que vistiendo de paisano y ocultándose en casa de mis amos se libraría, pero yo lo reconocí por haberlo visto de cura en la parroquia y lo denuncié. Hubieras visto como palidecía al ser montado en el coche para el"paseoV La Delfina habia entretanto terminado su tocado y sentí como se alejaban pasillo adelante y decían unas buenas tardes a mis padres y dejé de oí] las. Yo me quedé pensando, así, los del comité aquél, si eras cura se dedicaban a llevarte a pasear y en coche, vaya suerte, que ganga ser cura. Después, ya levantado se lo expliqué a mis padres que se lo tomaron mu> en serio. Entonces me explicaron que el término empleado de "pasear" no terminaba en nada agradable para el pobre paseado, sin llegar a decirme por mi corta edad el significado exacto de llevar a alguien a pegarle cuatro ti ros. Mas tarde, juntos mis padres con mis dos hermanos mayores, se quedaro hablando en voz baja en el comedor, al mandarme a mí a jugar, comprendí que seguían hablando de aquél tema, pero como por los sucesos nos tenían prohibido el salir a la calle, me baje al obrador con mi otro hermano Juan y all entre sacos de harina, haces de leña y dos gatos que teníamos, jugamos hast bien entrada la tarde. Aquella noche, mientras cenábamos, mis padres hablaron con la Delfina, pues mi madre no consentía que ella comiera sola y de pié en la cocina y siempre lo hacía sentada junto a nosotros, en el comedor. Mas o menos le dijeron eso. - Mira Delfina, ya ves como está la situación aquí, gente armada y cuando menos te lo esperas, tiros; por la Radio sabemos como en todas partes ocurre igual, tus padres estarán padeciendo por tí y tú por ellos al estar tan alejados unos de otros. No creemos que eso dure mas de un mes, al menos 82 eso se dice, quizá dos; pues bien, te pagamos el billete de tren, este mes y el próximo, te reúnes con tus padres y cuando eso termine aquí nos tiene y volveremos a cogerte. ¿Qué te parece?. Ella estubo de acuerdo y muy contenta, áa idea de ver a su familia y el pago de dos meses adelantados la convenció. Al dia siguiente, lunes, ip: padre y mi hermano mayor la acompañaron a la estación, sacaron biliete par; la lejana Galicia y no se fueron hasta que el tren partió saliendo de la e: tación. Antes ,ella, desde una cabina de la misma estación, llamó a su cor pañera despidiéndose, no fuera caso que aquella se peesentara en casa extrz fiándose de su ausencia y desencadenara algo no previsto. Le Delfina, por teléfono ya se cuidó de explicarle el motivo de su viaje y lo generosos que eran sus amos.- Hasta de aquí a dos meses - dijo antes de colgar el auricular. Un peligro soslayado, no por la buena Delfina, sino por la arpía de su compañera. Claro, como la gnerra duró mas de dos meses no volvimos a sa ber de ninguna de las dos. Mucho antes de esos sucesos de Julio, el José, el"palé", se puso enferra por casi tres meses y cogimos para sustituirle mientras durare su enfermedad a otro '"palé" amigo del José. El cual ya había venido como refuerzo en varias ocasiones, mas bien eran dos que se turnaban cuando los necesitábamos, los dos muy buenas personas: el primaro se llamaba Faulí y el otro "Sebas" por Sebastian. A los pocos días de aquel diez y ocho de julio, los dos se nos presentaron vistiendo el consabido mono y armados con arma corta uno y el otro, el "Sebas" con un gran armatoste de madera colgando pesado de su lado derecho, asustaba el pensar el arma que allí dentro llevaría. El Faulí lucía una estrella y unas insignias en sus solapas y mangas y en el multicolor gorro en forma de quepis, el otro nada, se conocía que no ejercía mando, el Faulí si. Pero no se habían presentado en plan amenaza- dor, sino protector y para saludarnos; dijeron que si eramos molestados por patrullas ellos nos protegerían, no teníamos mas que avisarles, pues mis padres no eran podridos burgeses sino trabajadores como ellos mismos; mi 83 padre se quejó de las continuas requisas de pan, enseñándoles los vales qui dejaban. El Faulí se los repasó y dijo que no pertenecían al comité por é. presidido ni muchos de ellos a su partido, salvo dos o tres de los vales, pero por desgracia, dijo, eran comités descontrolados y de otros barrios: aseguró que nos mandaría a quién visitara a tales aprovechados y lamentaba de que todo no fuera como la revolución del pueblo requería. Mientras, el "Sebas" nos dejaba tocar la enorme funda de madera y abriéndola nos dejó contemplar, sin tocar, el formidable pistolón c lo que fuera aquello que alJ dentro reposaba; nos aseguró que era capaz de disparar veinticuatro veces sin cargar. Sus visitas menudearon, pero las de los que se llevaban el pan por las buenas también, no había remedio. Los frenazos inesperados y continuos nos sobresaltaban y el irrumpir de aquellos hombres armados, que ya ni sabíamos al comité o partido al cual pudieran pertenecer, pues hatbía tantos con siglas, abreviaturas, letras, ideologías que mas parecía que se enfrentaban unos con otros, cual si no lucharan o pensaran igual; mis padres no sabían que hacer y vivían con los nervios alterados. Una de las veces, al nombrar a nuestro conocido Faulí y las seguridades dadas por él, uno de los buscadores de pan gratuito sacó su arma y encarándola a mi padre aseguró que dispararía si volvíamos a mentar a nadie. Pero lo mas grave aún nos tenía que ocurrir. Penetraron dos de aquello.' individuos armados miantras en la acera los esperaba el pintarrajeado coche requisado, con el motor en marcha y uno frente il volante, no se pararon en la tienda, siguieron pasillo adelante y bajaron los seis escalones de desnivel hasta el obrador, arrimados a la escalera teníamos tres sacos de harina uno encima de otro y al frente uno entero y otro empezado, mis padres los siguieron desalados y yo tras ellos, mi hermano Francisco dormía después de una noche de trabajo, los otros dos estaban ausentes; yo me escondí tras de la puerta del pasillo, escuchando. Mis padres protestaban y los dos hom- bres, de espaldas a raí, en un momento dado sacaron las armas apuntando a la 84 cabeza de mi padre y le amenazaron con darle el consabido paseo. E iba en serio, no bromeaban, pues lanzaron un seco "vamos" cogiéndole del brazo y tirando de él, mi madre, entonces, asustada a mas no poder pero con un áni mo desesperado, se cogió a mi padre y les espetó - si se lleuan a mi marid tendrán que llevarme también a mí - que maravillosa madre tenía y que valiente; aquellos hombres, riendo brutalmente,contestaron - no hay inconveniente, lo mismo dá dos que uno, estamos acostumbrados - y uno de ellos cogía el brazo de mi padre y el otro tiraba de mi madre, sin dejar de apuntai les con el arma. Entonces yo vi llegado mi momento, tal como había visto hacerlo en el cine en las películas de "Nortas'i léase "Oeste". ma de los sacos de harina De un salto me subí enci- arrimados a la escalera dispuesto a saltar sobre ellos y abatirlos, inicié el gesto de lanzarme adelantando un pié y alzando los brazos con los puños apretados y si mi madre no me para con un grito de espanto juro que lo hubiera hecho, pero mi madre, frente a mí, me vio y gri tó - Guillejn , no ho facis per Deu - los dos hombres se giraron sorprendi- dos y al verme se rieron, de mí, pero yo les corte la risa - también tendrán que darme un paseo a mí - aquello les pilló de sorpresa, no esperaban el tener que enfrentarse a un crío: mientras les duró el asombro descendí de los sacos de harina y me abrazé a mis padres, formando un apretado grupo que les desconcertó; no esperaban aquella complicación y a las claras mostraban no saber que hacer ni como salir airosos de la situación. Al fin, uno de ellos, vacilando, enfundó el arma y brabucón nos lanzó una última ba ladronada en forma de amenaza - volveremos, no os quepa duda - el otro acabó - eso no quedará así - y se largaron no sin antes, al pasar por la tiend; coger una brazada de pan cada uno y, en aquel momento no supimos el porque, cogieron el peso de kilo de encima de la balanza: subieron al coche y antes de moverlo lanzaron con fuerza contra los cristales del escaparate la pesa cogida y arrancaron el cehículo sin comprobar que el lanzamiento resultó fallido, corto, no dieron al cristal pero la pesa arrancó una astilla de la 85 base de madera sustentadora del escaparate: quisieron descargar contra los vidrios su frustación. Por descontado, no volvieron a presentarse en el hor- no . El que si se presentó fue el Sebas dándonos la noticia que el Faulí se había marchado voluntario al frente recién formado para oponerse a las fuei zas rebeldes, al mando de una compañía de también voluntarios, y ya no volvimos a saber nunca mas de él; lastima de hombre, cabal, recto y bueno come el que mas. El tal Sebastián era $m buen hombre, a pesar de lucir el gran armatoste colgado de su costado y saludarnos siempre alzando el puño, pero nosotros le contestábamos alzándolo también, eso en sí no tenía ninguna importancia. Al cabo de un tiempo, en la confluencia de nuestra calle con la de abajo, se intaló una feria de tíos vivos, atracciones y barracas de tiro al blanco y chucherías, el Sebastian nos pagó casi todas las atracciones en que quisimos montar y patatas fritas y golosinas; tomándolo como ejemplo, no todo era malo en aquella empezada guerra civil, ni todos los que se ech; ron a la calle armados se aprovechaban de su condición de milicianos, como mas adelante se empezaron a llamar. Cierta tarde en que estábamos solos mi hermano Francisco y yo, entró en la tienda un individuo mal carado con el correspondiente pistolén al cinto y una vistosa correa llena de balas cruzándole el pecho, no se lo que queríí ni quién era, pero mi hermano y él se enzarzaron en una discusión que iba subiendo de tono y el tal individuo lanzaba continuas amenazas y su mano acariciaba con deleite el arma. Mi hermano me gritó - ves a buscar un guar- dia, corre. - y corrí, adonde, no lo sabía, volví la esquina corriendo, giré p Paseo San Juan , seguí corriendo paseo abajo, seguí por no se donde y vi a una pareja de guardias civiles, entrecortadamente les expliqué lo que sucedía, pero me contestaron no estar de servicio, y que una esquina mas allá encontraría el cuartel: allí, centinela, cabo de guardia, explicaciones y al fin un despacho, bastante tétrico por cierto, en dónde un sargento o brigada, vete a saber, fumaba con parsimonia de un grueso cigarro liado y sen- 86 tado en un sillón giratorio ante una mesa enorme llena de cachivaches, entre ellos ¿1 revolver reglamentario enfundado en negro cuero y sobre el cual reposaba la mano que solo retiraba para coger con manchados dedos el grueso y apestoso cigarro, ya casi colilla. Quise hablar y me paró con ui gesto diciendo - espera- tiró la colilla en el suelo, sacó papel, petaca y lió otro y aun mas grueso cigarro, chupándolo con fruición al acercarle la llama de un mechero chisquero, solo entonces se dignó mirarme y dijo un frió y seco - di - escuchó mi angustiosa petición de ayuda explicándole lo de aquél individuo armado amenazando a mi hermano. Escuchó en silencio, chupó una y otra vez del cigarro, sacudió la ceniza en el suelo y lanzó el humo hacia el techo, al fin dijo. - Mira chico, no sabes los tiempos que corren, nosotros, ante cualquier sujeto armado , sea de un partido u otro, nada podemos hacer. *- Pero señor - dije acalorado " .•?. - mi hermano necesita ayuda, por eso he corrido yo. - La orden que tenemos es de no intervenir, así que nada podemos hacer. Inútil que insistiera, el prestaba atención al grueso cigarro soltando humo por las narices, pues el tabaco ardía con un sospechoso chispoterreo causado por la saliba que humedecía el poco papel y tabaco que contendría algún tronco como por aquellos tiempos solía ocurrir con la picadura barata. Ya no me prestaba ninguna atención pues, viendo el cigarro convertido o a punto de convertirse en una inmunda colilla, se aprestaba a liar otro, por lo visto, aquello requería de toda su atención e hizo un gesto de evidente despido. Con el corazón apretándome dentro del pecho regresé a casa. Mi hermano me había mandado en busca de ayuda y había fracasado; quién sabe lo que le habría pasado entretanto, si no lo encontraría tirado en el suelo y sangrando, acaso muerto, pues no se me olvidaba que aquél individuo iba armado. No exajero; todos esos pensamientos cruzaban por mi mente y me atosigaban mientras corría desalado para comprobar lo que podía haber ocurrido. Tenga- 87 se en cuenta que por aquél entonces no tendría yó mas que unos diez años y medio. Por fortuna mi hermano seguía bien, solo un pequeño rasguño en la frenti delataba el forcegeo tenido; cuando le expliqué lo pasado con los guardias civiles y en el cuartel, me dijo sólo que no me preocupara y nada mas, era yo demasiado crió para darme explicaciones, pero me dolió el que no lo hiciera . Poco mas hay que contar mientras duró aquello, requisamientos de pan, sustos cuando se presentaban inopinadamente, guardias de asalto que sólo se mostraban para pedir lo mismo, pan, eso sí, con mesura, pero que no pagabar vecinos que desaparecían al ser detenidos por alguna denuncia, también que nadie lucía corbata ni sombrero, pues era una excibición peligrosa a mas no poder, era una época de ir con camisa abierta prescindiendo de la -'americana, j con los puños desabrochados pues todo era tomado como señoritismo, cosa bas tante peligrosa. Las fabricas, talleres, industrias y comercios con trabajadores fueron incautados, claro que los patronos que pudieron o previnieron, se habían largado del, pais, los que no, fueron paseados o, mas tarde, al terminar todo aquello, lo supimos, encarcelados en "checas", termino para designar unos sitios espeluznantes de tortura continua de la cual, algunos, no lograrpn sobrevivir. A proposito de los "paseos", en las cunetas de los alrededores de la ciudad, en fuentes protegidas por arboles, en descampados, en\Aas tapias de los eementerios,, en el: tris temente célebre Campo de la Bota, diariamente eran recogidos cadáveres fusilados y a veces, según rumores verídicos, irreconocibles por el tiro de gracia que los desfiguraba. Muchas mujeres desconsoladas peregrinaban durante aquellos infaustos día por tales sitios en busca del padre, del esposo o hijo, o por los depósitos de cadáveres del Clínico para no llegar casi a reconocerlos. En la casa en que trabajaba mi padre, Casa Manyac, sita en la Riera de San Miguel, el dueño, el señor Manyac, no sé seguro si el nombre es así o 88 con ch final, ya en los primeros días desapareció junto con toda su familia mi padre, como apoderado que era hubo de hacerse cargo de su continuidad hasta ser intervenida o incautada por los mismos obreros y las máquinas que fabricaban cerraduras, liaves y cerrajería se adaptaron para tornear balas obuses y bombas, material de gaerra rezaba, bueno rezaba no, pues estaba prohibido, decía, el nuevo cartel que colocaron en la entrada; mi padre (.obtuvo una ventaja al declararse ia fabrica como dedicada al material de gaerra y fue un suministro extra de picadura para los fumadores, aun que por otra parte salía perdiendo, pues dedicándose a las funciones de apoderado y por lo tanto responsable general de toda la fabrica, el sueldo era el mis mo que el de cualquier obrero o aprendiz, pues ésta fue una de las primeras medidas que se impuso, que todo el mundo ganara lo mismo, que no hubiera di feriencias de categoría y por lo tanto de sueldo. Dos datos al margen sobre la casa Manyac o Manyach. El primero es que fue la primera de España en fabricar las cerraduras con llaves de serreta, pequeñas, de acero totalmente plano y con dientes combinables en interminables disposiciones, precursoras de las que se usan hojí en día. Lo segundo e que cerrada 4es4e largos años, está ahora, rodeada de vallas o tapias; y 3e conserva tal cual era, pues -fue' declarada como futuro monumento por sus te jados y respiraderos, que según parece, de origibal diseño, es casi una úni ca muestra conservada de no recuerdo cual genial y reconocido arquitecto de principio de siglo y esta pendiente de contar con fondos suficientes para restaurarla y abrir al público, eso he leído yo en el periódico hace no se cuantos años, pero así sigue, esperando. Volviendo a los tiempos aquellos del año 36, como una panadería no dejaba de ser una industria, aun que pequeña, con trabajadores, ai mas no, uno solo, y una fabrica de convertir harina en pan, también nos fue incautada oficialmente y tuvimos que abandonar todo y menos mal que en Gracia conservaban mis padres la casa de propiedad, sin alquilar, de planta baja con pise y patio posterior, pero para mis padres no dejó de ser un beneficio la tal incautación para sa salud, pues los continuos sobresaltos a que eran sometí- dos tres o cuatro veces por semana por los descontrolados hombres armados llevándose pan y cuanto podían y encima, amenazando, compensaba de sobras la incautación o pérdida del dichoso horno, yo, sinceramente, creo que fue lo mejor que les pudo pasar, pues los patrulleros, milicianos y toda clase de descontrolados hubieran acabado por llevárselos algún día y quién sabe lo que les hubiera pasado. En la casa del Torrente de Vidalet, al contrari vivimos a salvo de todos esos riesgos, aunque hubo otros, pero quizá merezcan otro capítulo aparte. También fue una suerte para nosotros la colectivisacion por lo siguient Barcelona, mas entrada la contienda, fue bombardeada con bastante asiduidad en uno de esos bombardeos, una bomba cayó por la parte de atrás del edifici en el cual estaba ubicado el horno; la bomba fue rebañando todas las galerí traseras de la finca, penetró en el obrador del horno y allí explosionó derrumbándolo todo y la onda expansiva arrancó los tabiques correspondientes a las primeras dos habitaciones, a mas'de la cocina y cuarto de aseo y siguió por el largo pasillo haciendo estallar cristales y arrancando ventanas y derrumbando cuanto objeto se opuso a su paso, incluso la puerta metálica de la tienda quedó combada hacia fuera. No causó víctimas por no ser ho- ra de actividad en el horno y no encontrar a nadie; pero si hubiéramos continuado nosotros viviendo allí, sí que nos hubiera pillado y a saber la des gracia que hubiera podido pasarnos. Así que el desalojarnos de allí por la incautación, nos libro' de la bomba destructora. Nadie sabe de cierto dónde está su suerte y no hay duda que no hay mai que por bien no venga. 90 TRES LARGOS AÑOS Gracia otra vez, calle Torrente de Vidalet, un principio de tranquilidad lejos de incautaciones, de asaltos en pos de pan, vuelta a la peluquería de mi hermano hasta que encontrara faena de panadero, que era lo que al parecer le iba; mi padre en la fabrica, ahora de granadas, obuses y bom bas, el otro, el mayor, en el banco y nosotros dos otra vez al Colegáo Acá demia, así, a secas, el San Fernando había desaparecido; allí con reenciaen tros con Don Fernando y el simil de Hercules Poirot, el querido Don Kamon el bueno. También, como no y en el barrio, la calle,,el renacer de viejas amistades; el Diego, el Has, carbonero, no él, sus padres, Ernesto y un Ro berto o algo parecido que no recuerdo bien, pues se marchó del barrio al poco de nuestra llegada. Y la Mercé, vecina de enfrente nuestro y la Neus, también enfrente pero dos pisos mas arriba, o sea un segundo: hubo mas, pues formábamos una pandilla de al menos diez chicos y cuatro o cinco chicas, pero no recuerdo sus nombres: y otra chica aparte y que era mayor que nosotros, al menos tres años o mas; se llamaba Carmen, como la de Merime y enseguida me robó el corazón y no por su belleza, que no poseía, sin ser fea pues tenía unas facciones correctas, sin destacar, y morena. Un tipo bastante corriente con hechuras empezando a desbordarse: pero lo que de veras me fascinó fueron sus dientes, ni perfectos ni semejando perlas, sin< separados unos de otros por menos de un milímetro, unos espacios ésos bastante turbadores y un si es o no un poco agudos dando la sensación de poder morder sin soltar presa; precisamente esa imperfección dentada me mordió el corazón de un modo absurdo, pero es que tales dientes le daban una imagen de soltura, de un poco sinvergüenza, de un no se qué indefinido pero interesante, cual si con ellos tuviera que morder la fruta prohibida de la sensualidad, que por cierto a mi edad aun no conocía y por lo tanto no entendía, pero que un instinto desconocido } a la vista de su boca, me reve- laba . Cierto; fui cautivado por unos dientes imperfectos asomando por unos labios casi perfectos: pero el caso es que la tal boca ni labios no los recuerdo, por el contrario, sus dientes si. Aunque, claro, fue un amor oculto, su edad, superando con mucho la mía, me vedó el ser para ella otr cosa que un amigo de la calle y no de los más íntimos, puesto que con ra bia la veía flirtear con mozalbetes a los cuales el vello precursor de ba ba empezaba a sombrearles el labio superior, afeándolos, eso bajo mí punt de vista de amante desconocido y despechado, pero que a ella parecía gust le y coqueteaba sin ocultarse de nosotros. Pero cuando jugábamos A lo que fuera, la Carmen de mis amores siempre se apuntaba y claro, al ser mayor, nos vencía: ella era la que mandaba cu prenda nos tocaba pagar, o sufrir, pues sus deseos eran maquiavélicos y muchas veces nos avergonzaban; pero la seguíamos como cegados por su mayo: desenvoltura, para no decir desvergüenza y yo, pobre infeliz, por sus diei tes, tan vergonzones y tentadores en su imperfección que prometían delici< sos paraísos de perdición. Y es que hay que decirlo, era una fresca como una casa. Pronto se perdió desapareciendo durante unos meses al fugarse con un imberbe patrullero del barrio que no contaría ni los veinte años. Cuando reapareció era una mujer desconocida que había perdido las Jganas de jugar y de juntarse con nosotros. Encontró faena en una fabrica y al poco sus padres se mudaron de barrio: desapareció ella y sus padres y también, come no, su recuerdo atosigador. Pero fue substituida por la Merche, Maria de las Mercedes era de mi edad y enseguida me gustó y yo gusté a ella, nació un idilio de dos inocen cias atraídas por el amor infantil despertando en nosotros, qué, aun no co nocíamos , el- secreto de amar ni en lo que podía consistir el ser novios pero lo fuimos con una total ignorancia y una ingenua idealización por par te de ambos. Aqui hago constar que había adelgazado: lo pasado en el horn los repartos de pan, los sinsabores, angustias por los mayores y sobre to do, al estar harto de ver pan lo comía con mesura, el caso era que ya no 92 era el gordito relleno que por ésta causa siempre me estaban lloviendo pe leas, quizá era fuerte y no denotaba delgades, pero gordura tampoco. Pero dejemos las divagaciones amorosas y volvamos a los recuerdos, ma bientoaschosacaecidos mientras duró nuestra ausencia del barrio. La Iglesia parroquial de San Juan aparecía chamuscada en su fachada, sus anchas y majestuosas puertas eran miserables recuerdos de pasados y brillantes tachonados metálicos y nobles molduras astilladas, la nave de la Iglesia la habían convertido en almacén, tal como dijo Jesús ante el Templo de Jerusalí "La casa de mi padre la habéis convertida en cueva de ladrones"; así hicieron con la Parroquia del barrio y todas las parroquias de todos los barric y aunque n o s e podía entrar para ver el miserable aspecto en gue la habían reducido mudando su esplendor de antaño en depósito de pertrechos o ¿aeva de acaparamiento, corrían descripciones de como con vandálica avidez había arramblado con todo quemando lo sagrado y arrancando cuanto no les servía o no tenía valor. Con todo, lo que más nos sorprendió fue la total desaparición del edáficio escuela de los Hermanos de la Salle; no quedaba otra cosa que unas > desmanteladas ruinas invadidas por una tupida maleza, sus muros aparecían derruidos, sus rejas desgajadas y por la parte de atrás, dando a nuestra calle, que antaño ostentaba un imponente muro de recias paredes de piedra y de considerable alzada corohada por las tupidas ramas de añosos árboles, aparecía derruido en su totalidad y los cascotes invadiendo la acera; • los árbeies sólo mostraban un pelado tronco sin ramaje cual si un vendafeal de furiosa violencia los hubiera desvastado. Sin siquiera saltar, podíamos in- troducirnos sin mas en el vasto campo arrasado de los edificios colegiales Aquello no era obra de piqueta sino de dinamiteros o bombazos aplicados sii consideración en todas sus partes para derruirlo completamente; una saña demencial y revolucionaria, sin razonar. Pero a nosotros, por aquél enton- ces, la vista de tanta devastación no nos preocupó lo mas mínimo ni nos preguntamos el porque ni el como: nos bastaba comprobar que aquel campo • 93 con sus restos de paredes, sus desniveles, zanjas abiertas a bombazos y 1. espesa maleza invadiéndolo todo y lo más importante, los miles de trozos < piedra desmenuzada que nos serviría de inacavable munición para ser lanza; con destreza, agazapados cual soldados, contra los invasores de un imagim do campo de batalla y en eso fue convirtiéndose, luchando a pedrada límpií contra los chiquillos enemigos de la vecina calle del Ccngost, pues entee ellos y nosotros se había declarado una guerra sin cuartel, y se dirimía a bombazos, léase pedrada lanzada con mala uva, y que a veces se estrellat contra la cabeza enemiga causando bajas y teniendo que izar, tanto ellos c IÜÜ nosotros, los buenos, bandera blanca pidiendo una tregua para restañar sangrantes heridas. La calle Songost estaba vedada para nosotros y asimismo para ellos lo estaba Id nuestra, si alguno se atrevía a invadir lo vedado sin escolta, era apresado y debía rescatarse entregando o bien cromos, chapas o cualquier chuchería para ser librado de sufrir tortura; nadie llegó a torturar a nadie, pues procurábamos todos ir bien provistos para el caso de tener que liberarnos. Cuando la tensión subía entre ambas calles, se acordaba d< clarar la guerra y saltando al arrasado Colegio de la Salle ocupábamos posiciones y a pedradas defendíamos nuestras trincheras. Cogimos tal práctica en esquivar piedras , que de vez en cuando nos alzábamos dando el pecho y pon pericia esquivábamos la pedrada viéndola venir. Cidro, la batalla termina- ba cuando los respectivos jefes supremos de cada combatiente nos llamaban para la comida y tales jefes eran nuestras madres; así, de esa manera tan poco ortodoxa terminaba en tablas la batalla campal, ni vencidos ni vencedores, solo chicos acudiendo a la apremiante voz de nuestra jefa natural, la madre. Guando llevábamos muy poco en Gracia, cierta noche nos despertó el fragoroso estruendo de un cañoneo sobre la ciudad y el estallar de proyectiles de gran potencia que previamente silvaban estremecedoramente sobre nosotros, en seguida el ensordecedor estallido del obús cayendo cerca. 94 Por la mañana nos enteramos que nos había cañoneado el Cruzero Baleares y también que su objetivo era el destruir un almacén situado por encima de nuestra calle, creo que en la calle Tres Señoras, tras de la Iglesia de S Juan, pero no estoy demasiado seguro de tal ubicación. Dicho almacén per tenecía a la Defensa Civil y todo el barrio se dirigió alli para observar los destrozos causados; También habían resultado tocados varios edificio de la DtagóMái y daba grima contemplar los destrozos causados pensando en las víctimas inocentes del tal bombardeo. No tardaron -. las autoridades en asegurar' al público an general que . aquellos criminales ataques se repetirían fuera por mar o por aire, que previniéndo.los se habían instalado las oportunas sirenas de aviso y cañones antiaéreos en las montañas del Carmelo y Montjuic,. que el vecindario al ser advertido por las tales sirenas se apresuraran a buscar refugio en só •taños seguros o sitios similares, que se nombraran comisiones de barrios para construir refugios subterráneos, los cuales gozarían de subvenciones para su construcción. Mas o menos el parte oficial rezaba, no, rezaba no pues estaba completamente prohibido el rezar o siquiera emplear tal palabra; tengo que poner decía de esa manera. En nuestro barrio se creó una comisión que encuadraba las calles de Tres Señ< ras, parte de la calle Rubí, calle del Congost, Torrente del Vidalet y pai te de Asturias; como presidente fue nombrado en señor de la calle Tres Señoras, como cajero y contable mi padre y vocales diferentes vecinos del ei torno. El refugio decidieron hacerlo por debajo del descampado que era nuestro campo de batalla, el solar dónde se asentó el desaparecido Colegie de los Hermanos y como entrada la derrumbada pared que daba a nuestra cal! a tal fin se reforzó con cemento y piedras la parte de encima y se reconstruyó el trozo de pared una vez practicada la obertura que iniciaría el di cendente refugio. Conforme se QH&avaba, la tierra sacada se depositaba encima d e i a parte reforztda con cemento piedras y asi se elevaba con un espesor que daba un margen de mayor seguridad. Se nombraron turnos rotat: 95 vos entre todos los eecinos capaces de empuñar un pico o una pala y en poc días se había alcanzado una profundidad descendente lo suficiente protectc ra para el caso de impacto de bomba. Nosotros, los chicos de todas esaa calles, olvidando pasadas discordias, nos afanábamos acarreando capazos de tierra extraída para depositarla encima de dicha entrada apisonándola come refuerzo, y para nosotros, aquello era una diversión, jugábamos a trabajar El presidente prorefugio, se reunía mucho con mi padre para repasar cuentas y prevenir gastos; era un honñure de mediana edad, simpático y jovia cuarido trabajaba picando tierra, se quitaba la camisa y entonces podíamos apreciar una profunda depresión por encima del omóplato izquierdo, presentaba una larga cicatriz hundiéndose en su espalda y en la cual, en broma, por la calor bajo el refugio y par el enérgico ejercicio de darle al pico, pedía le vertieran un vaso de agua en la tal depresión para refrescarla y sí, le cabía de sobra y no se vertía una gota. Nos explicó haber servido en la guerra de África y que una bala de las llamadas "dum dum" le entró por el pecho explosionando al salir por la espalda pero tocando hueso y le ocasionó aquella herida tan profunda capaz de contener un vaso de agua sin derramarse. Arraigada nuestra relación, un día nos preguntó si nos gustaba leer y qué leíamos, le enseñados una novela de Emilio Salgari explicándole que en el colegio nos dejaban elegir cada fin de semana un libro de la extensa bibli teca que Don Fernando, el director, poseía para tal fin y como un añadido didáctico de lectura. Yo me había leido casi todas las de Salgari y algu- na de Feminore Cooper y también Robínson Crusoe, la lectura me apasionaba y se lo dije. NQs invitó a su casa y que maravilla de biblioteca, toda un. habitación repleta de estanterias rebosantes de libros y en medio, una mesa convertida como si fuera un cajón protejido por un cristal corredero; dentro üa mas variada muestra de novelas de aventuras. El Conde de Montecristo, De la tierra a la luna. La vuelta al mundo en ochenta días. Rebelión a bordo. El jorobado de Notre Damm. Los tres mosqueteros, Veinte años 96 después. Viajes de Gulliver, etc, etc, e t c . . Toda la colección de clásicc de la Biblioteca Oro, la cual nos fue dejando para que los leyéramos, que memorables y largos momentos de lectura nos proporcionó. Desafortuaadamer te de aquel buen hombre y mejor persona no recuerdo su nombre, pero de él he tenido durante toda mi vida una de los mejores recuerdos que se puedan guardar de una persona. Por desgracia y mientras duró la construcción-del refugio los bombardeos no cesaron, pero aun que no terminado nos sirvió perfectamente a todo el barrio: pero las bombas ya no se lanzaban sobre nuestro barrio, que yo recuerde resultó muy poco afectado, aun alguna salpicaba de vez en cuan do algún edificio próximo y caudaba por desgracia víctimas } también fue causa de que fuéramos atacados los antiaéreos emplazados cecea de nosotros pues la metralla de los obuses nos caía casi sobre nuestro, al día siguien te de algún raid aereo, por los terrados y calles recogíamos pedazos de metralla. Alguna de las veces, al apresurarnos a recogerla nos habíamos quem; do la mano pues aún ardía y teníamos que soltarla soplándonos la quemadura Pero los barrios mas afectados por los bombardeos eran los cercanos al puerto y a la estación de trenes, Barceloneta, Ramblas, Paralelo por estar allí la conocida fabrica del gas, llamada, como las Tres Chimeneas, tambiéi el ensanche fue perjudicado, aunque ningún barrio se libraba pues muchas v< ees parecía que los aviones bombarderos esparcían sin ton ni son, pues los edificios derrumbados por sus ataques no eran objetivos militares ni mucho menos. Guardo un recuerdo sangriento del P 9 de San Juan, saliendo de una seción delcine Roxi ,; las sirenas y a continuación las explosiones, muy cercanas, nos amparamos dentro del cine y al cesar el bombardeo y salir vi una manzana mas arriba los destrozados balcones, la calzada levantada por la explosión y restos sangrantes colgados de los árboles y varios de esos árboles arrancados de cuajo, las ambulancias tapando inmóviles formas y mucha, pero mucha sangre manchándolo todo; horroroso. Cierta tarde estábamos toda la familia en el cine Mundial de la calle 97 Mayor de Gracia o Salmerón, ponían una película sobre la guerra de secesión americana, me acuerdo perfectamente, llamada"Suzi" y protagonizada po Randolph Scott, mi actor preferido de antences y de ahora cuando reinen una del Oeste de él; en una inolvidable escena, los cañones Nordistas disparaban contra las tropas Sudistas, su tronar ininterrumpido estremecía la sala: de pronto se paró la proyección y se encendieron las luces, pe£o el estruendo del cañoneo no paraba, todos pensamos, al ignorar como se pasaban las cintas de cine, rotura de cinta, muy corriente en aquella época, y no desconecjtai!.-. : el sonoro. Pero por los altavoces Una voz apremiante dijo; '"bombardeo, bombardeo, abandoneB la sala, busquen el más próximo refugio, abandonen la ..sala, bombardeo'.' Curiosa coincidencia de simultaniedad entrt la ficción cinematográfica y lo real. Por aquél entonces, como el paralelo era una de las zonas mas afectadas por los bombardeos, mis padres acordaron ir a buscar a mi abuela paterna y a mi tía y que vivieran con nosotros en Gracia, mas tranquila en ese sentido. Así lo hicieron y aquello ya fue para siempre, con nosotros vivieron en gracia hasta terminar la guerra y después en un piso alquilado en Roger de flor hasta su muerte, ocurrida bastantes años después, cuando yo, casado y con hijos las visitábamos. Mi abuela seguía y seguiría recitando el sonsonete de "Alabado sea Dios, de "samarretas" por una peseta dan dos" y con un régimen hasta su muerte a los noventa y tantos años, de tees tazas diarias de chocolate deshecho, no comía otra cosa, sólo de eso se alimentava y llegó a esa edad tan avanzada y murió de ninguna enfermedad, solo de vejez. Uno de mis amigos, apellidado Mas, vivía casi enfrente nuestro, su padre era carbonero y tenía una tienda almacén de despacho de carbón, casi único combustible usado entonces, de la tienda se ocupaba su mujer y él, con un camión, único en el barrio, hacía reparto suministrando al mayor a Industrias, fábricas, calefacciones industriales o de inmuebles del ensanche que disponían de calefacción central. Por las mañanas temprano eiaraos 98 el motor poniéndolo en marcha, por la noche, estando nosotros jugando en calle, mi amigo decía - escuchad un motor, és mi padre, por ahí llega -. Pues bien, cierto día aciago en que menudearon los bombardeos, por la noche no apareció el carbonero con su camión. Á la mañana siguiente lo er contraron cerca de la estación, el camión parado y él sentado frente el ve lante, pero muerto, al principio no supieron de qué; al examinarlo detenic mente vieron que una muy pequeña esquirla de bomba le había penetrado por el cuello matándolo. A su entierro acudió una ingente multitud, tanto del barrio como de sus clientes y proveedores, había tomado una parte muy acti va en la construcción del refugio y todos sentirnos profundamente su desgra ciada muerte... Me rectifico aquí, no recuerdo bien si fue mi la estación o "en elpuert Como curiosidad de esas casualidades que se dan en la vida, hace basta tes años, buscando mi hijo el mayor un coche fue a parar en la calle Ariba en una tienda de vehículos llamada "Automóviles Mas", al darse a conocer al dueño, éste le soltó, hombre, acaso su padre, con el mismo nombre de Ud vivió de pequeño en Gracia, ante la afirmación de mi hijo le dijo cuanto 1< gustaría el saber de mí y saludarme recordando nuestra niñez. Yo, al>, volver del trabajo en autobús, lo vi varias veces a la puerta d« su negocio, muchas veces estuve tentado de apearme y darme a conocer, saludarlo ,rememorar con él viejos tiempos pasados; pero, que le iba a decir y de qué podríamos hablar si nos habíamos convertido en desconocidos al trans currir tanto tiempo y me abstuve; de lo cual me arrepiento, hoy siento no haber seguido el impulso de hacerlo. Apreciado Mas, guardo un agradable re cuerdo de tí y aunque no lleges a leer nunca estas líneas en ellas hago constar mi'profundo aprecio"hacia tu persona, Mis dos hermanos mayores habían sido llamados a filas, pues se estaba organizando el ejército leal y aunque muchos mandos lo formaban militares de carrera no se disponía de los suficientes para formar una jerarquía mili tar completa, demasiados habían sido eliminados en los primeros días del infausto Julio por los armados milicianos que sin ningún motivo real se de- 99 dicaron a "pasear" a todo quién ostentaba algún puesto de mando, o simplemente vestía uniforme y sotana, sión acomodada. lucía corbata, era burgués o vivía en mai Entonces sucedió con demasiada frecuencia que los soldad< eran mandados por gente de un partido u otro que desconocían la mas elemei tal disciplina castrense, incluso una media elemental de cultura para poder rellenar partes o estadillos dé- las formaciones encuadradas bajo su nic do. Mi hermano mayor sirvió en infantería y después nos explicaba como er los mandos intermedios había gente que no sabía leer ni escribir y tenían que recurrir al soldado raso que demostraba saber. Él se encontró en tal caeo y sin aceptar galones estuvo muy bien considerado librándose de numerosas guardias y molestos servicios. El segundo de mis hermanos, en su calidad de panadero fue destinado a Intendencia Y «o usó de otra arma que de los chuscos sobrantes, su unidad estuvo siempre en un relativo alejamiento de la linea de fuego, enclavada en algún pueblo y los camiones de avituallamiento cuidaban de la distribución del pan y rancho en los alejados frentes de batalla. De él tuvimos 1 suerte de ser proveídos de una cartilla extra que nos aseguraba un pan dia rio, pues .los panaderos, desde siempre tenían derecho a llevarse un pan gr. tuito para su casa, tal privilegio se traspasaba a la dTamilia del combatig: te¿ así, nosotros, de pan al menos no íbamos tan escasos com el resto de población. También de vez en cuando recibíamos paquetes de él, por ejemplo almendras a su paso por Reus, otro de higos secos a su paso por Fraga, otro de boniatos, de los de entonces, verdaderos p blancos boniatos, no.las batata; de Málaga tan sucedáneas del verdadero y dulce tubérculo; de su destino en un pueblo de casi la frontera también un .escaso cuarto de saco de habas se- cas, que no sé de dónde las sacaría ni los años que tendrían de estar secándose almacenadas, pues estaban minadas por toda su rugosa superficie; al hervirlas, empezaban a soltar todos los bichos que dentro de ellas proliferaban. Mi madre, conciente de los malos tiempos de hambre que padecía 100 el resto de la población, con el cazo se limitaba en irlos pescando y sepa rándolos aparte los depositaba en un plato para gozo de las escasas gallinas que nos quedaban, tres, una de ellas de estas blancas que crecen pronti pero no desarrollan una gran talla, pero la nuestea n¿ crecía n* engorda- ba, mi hermano Juan decía que la •hipnotizaba poniéndola acostada panza arril y la tonta se mantenía en esa postura todo el tiempo que uno quería; desput he sabido que todas las gallinas hacen lo mismo como aves tontas que son. Aquellas habas secas, resecas mas bien, al comerlas dejaban una negra huella de bichos hervidos en el plato, imposibles de eliminar por completo, pero estaban buenísimas, si, nos las comíamos con ganas, las saboreábamos hasta no dejar una; por otra parte, las gallinas se volvían locas picoteando el sabroso plato de bichitos hervidos y sin aceite. Mucho se podría contar sobre la cada vez mas acuciante carestía de las cosas íiiBipresindibles, como el aceite, las grasas y una de ellas de las que teniéndola no se hace demasiado caso era la escasez, o falta total de'-choco late, harina y azúcar que impedían a mi tía Josefa preparar el acostumbrado chocolate deshecho a que estaba acostumbrada mi abuela Margarita y cae** era lo único ,que comía. Entonces, nosotros, mi hermano y yo, provistos de la cartera de cuero colgada a la espalda que se usaba por entonces para ir al colegio y con algún capazo en las manos, nos llegábamos al Parque Guell, do de, por debajo de la gran plaza circular sostenida por columnas decoradas con trozos de vidriados azulejos y tirando a mano izquierda se encuentra otro recinto asimismo sostenido por columnas , pero estas inclinadas hacia dentro con original diseño del genio de Gaudí, alli existía un bosquecillo de garroferos; ignoro si actualmente aun están; inclinaban sus rugosas ramas cargadas de algarrobas hacia el suelo y casi penetraban en el recinto de las dichas columnas, el suelo estaba sembrado de los nosotros hacíamos acopio de ellos, de los maduros, secos, En casa teníamos un gran aparato manual • frutos maduros: negros y dulces. con una manivela a u n M a d o , y el tal aparato servía para-triturar el pan seco y tostado y hacer la harina de galeta, procedía del horno antes de su incautación; pues bien, alli dentro 101 metíamos las "Garrofas" y hale, dale a la maneta para triturarlas, consegu mos una negra harina de un dulce sabor que hervida hacía un excelente suce dáneo del chocolate deshecho, jné. abuela pudo entonces volver a susíacostumbri das "tres tazas de chocolate, tres veces al día, y como no se quejó es de ri- gor pensar que gustaba de el: también nosotros desayunábamos con este bre- baje que sin ser chocolate, lo sustituía de una manera bastante pasable. En los alrededores de los mercados, desabastecidos de todo, en las aceras se empezaron a montar puestos de algarrobas por el sencillo procedimiér to de tender en el suelo un gran pañuelo de los llamados de hierbas y encima unos montoncitos de cinco o seis algarrobas a peseta el montón, la gente recorría uno_.y otro contando si eran cinco o por si acaso eran seis los negros, retorcidos y dulces frutos ofrecidos, y se decidían por el que amor naba mas de los cinco y que fueran mas gordos o bien largos. No transcurrí demasiado tiempo que cada montencito subió a dos pesetas, después a tres, llegando a séés y siete pesetas las seis algarrobas; claro que no hubo problema en pagarlas, pues los sueldos también subían y la gente disponía de difaero, pero no en qué gastarlo. Las algarrobas, que antes del conflicto se' daban como pienso a los animales de carga, fue uno de los primeros artículos alimenticios creadores de un mereado negro o como mas tarde se llamó, estraperlo, aún que por aquél entonces nadie se imaginaba siquiera estas dos nominaciones de venta por debajo mano y a precios abusivos, esta es una apreciación mía que acaso carezca de fundamento, pero es como lo recuerdo y n soy historiador, si acaso, reconozco por adelantado mi ignorancia de tales cuestiones. Me limito a contar lo que vi o mas bien, viví. Si acaso estoy equivocado, con pasar por alto esas líneas problema resuelto. También en el mercado de Gracia recuerdo haber hecho cola para consegui un solo kilo de naranjas, de patatas o cualquier género alimenticio que se ponía raramente a la venta, cuantas veces después de aguantar una hora y a veces dos de largas colas, casi tocándonos el turno, cerraban la parada por haberse agotado el género, habías perdido el tiempo para nada, pero cuando LQ2 no era así y te tocaba, que alegría dirigirse hacia casa con aquél kilo ta deseado. A propósito de las colas, recuerdo el caso <^ne reflejaba lapoca higiene o limpieza imperante, estábamos mi madre y yo haciendo cola en un puesto frutero de fuera del mercado y se puso a llover, abrimos el paxragua; los que lo llevábamos, cual no fue nuestra sorpresa cuando al abrirlo la mi jer que nos precedía cayeron pequeños y vivos bichitos contra ell suelo y oti se paseaban entre las varillas y la tela; eran chinches, sí,, esos asqueroso parásitos chupadores de sangre. Nos apartamos asqueados y mantuvimos una prudencial distancia, no nos fuera a pegar alguno: por suerte no hubimos -cde padecer demasiado por tal demostración de poca higiene, se acabó el gene ro y se deshizo la cola; fue una de las veces que no lo lamentamos pues no hubiéramos aguahtado demasiado la proximidad de tal persona. Ese y no otro, la proliferación de tales parásitos chupadores de sangre en las casas, fue la motivación de entonces o poco mas tarde, de arrancar de las paredes el papel pintado usado por todos y encalar, para intentar el minarlos, pues se decía que el papel era la causa que se criaran tales inse tos, no se dijo nunca que pudiera ser motivado por la suciedad o poca limpi za de sus moradores. En mi casa, todas las paredes estaban empapeladas y nunca detectamos a ningún insecto hemiptero chupador de sangre: cáaro que no era eso solo, de muchas personas de entonces tenías que apartarte al detectar que llevaban piojos adheridos al pelo o cuello de las prendas de ves tir? hasta muy pasada la guerra civil, después de años de usar cal, yeso, cola y color, no se volvió a empapelar, desechada ya la equivocada idea que el papel criaba tales insectos. En la calle Asturias, pasada la plaza San Juan, hoy de la Virreina, estaba ubica do el Orfeón Gracienc y por una módica cantidad mensual se hacía uno socio y los festivos hacían teatro o secciones musicales orfeonistas; mis padres y nosotros dos, los pequeños, nos apuntamos como"socios. Alli, aparte de ver muchas y variadas obras teatrales, de las cuales guardo un recuerdo de un tal Sr. Mussons, cómico aficionada como no he conocido otro y que nos hi zo desternillar de risa, pero no en el sentido figurado, sino en el real de sentir dolor de tanto como reimos, era un cómico nato. También actuó repe- 103 tidas veces el entonces renombrado Cuarteto Orfeos, su director, del cual no recuerdo su nombre, años después de terminada la contienda, dirigió la pequeña orquesta de los LLuises de Gracia cuando se representaba en su tea ero algo lírico como por ejemplo "El rey que rabió" o los "Pastúrenlos de Belén" por Navidades, eso si, solo actuaban hombres, fiero volviendo al Orfeón Gracienc y al Cuarteto Orfeos, formaba parte de el, como tenor, el se ñor Caietá Renom, que asimismo volví a ver ei los LLuises de Gracia. Post* riormente lo conocí personalmente trabajando yo en Radio Barcelona y también y cerno sabéis de vecino en nuestra escalera. Hombre amabilísimo por demás, alguna vez habíamos hablado del Orfeón Gracienc. de Los Luises de Gracia y del director efectivo y espiritual de ese último centro, Mosen Penina, del cual guardo un recuerdo efectuoso por su buen hacer, su bondad, director espiritual de nuestra juventud y sacerdote incansable, moderno, ar go entrañable de todos cuantos frecuentábamos Los Luises. Del seíior Renóm guardo un cassette con sus canciones mas populares, dedicado a nosotros y con su firma* una cariñx)sa?OTemoriapara los dos, querido y no olvidado Mosen Penina, de quién recuerdo con preferencia sus charlas sabatinas, en especie un ciclo dedicado a la sexualidad, tema intocable por aquél entonces y que él), sin tapujos ni falsas vergüenzas nos desveló de pe a pa; Mosén Penina j señor Renóm, los dos de tan grata e inolvidable recordación. Pero me he ido elevando a una incipiente juventud y caído a una casi ac tualidad de vejez, alejándome como sin darme cuenta de la consideración mas principal de unos tiempos pasados, objeto de ese pergañar torpemente esas pocas páginas destinadas sin dudarlo a permanecer olvidadas en lo profundo de algún cajón desvencijado repleto de trastos pasados de moda. Mi madre hizo amistad con una señora de la calle Asturias, la cual nos ofrecía de cuando en cuando algún puffiado de almendras y avellanas, tenía una hija de nuestra edad que jugaba con nosotros, dicha señora le explicaba a mi madre como con aquellos frutos secos y en intercambios conseguía otros alimentos y artículos diversos. Las avellanas y almendras procedían de su 104 pueblo natal la Pobla de M,,, del campo de Tarragona. Nos instaba de continuo a que la acompañáramos, pues allí las avellanas abundaban, también las almendras y resultaban tan baratas, según ella, que valía la pena de ha cer el viaje. Tanto insistió una y otra vez que al final nos decidimos. Solo querer coger el tren ya fue una odisea, aparte del retraso habitúa dos alarmas aéreas y otra hora de demora, cuando ese se formó nueva decepción, sólo dos vagones destartalados de tercera, el resto de mercancías y no todos tapados, sino solo plataformas de carga con barandillas pero sin techo; el tren fue asaltado de inmediato por una jauría humana desbordada cual nunca habíamos visto; nosotros, dos mujeres una niña y dos chiquillos nos vimos desbordados y gracias poder ocupar uno de los vagones descubiertoí así, al aire libre,nos acomodamos sentándonos en el suelo. Otra demora sin explicación, casi otra hora y cuando arrancó nuestros cuerpos aguantaban el embate de todos los vientos, incluido el aire del tren marchando, el cual con una marcha lenta no levantó mucho, tal parecía que a la máquina no le echaran carbón en la caldera, se la racionaban. En aquel tiempo y aún después y por años, todos los empleados de la RENFE cargaban'al hombro un gaan cesto de minbre so excusa de llevar la comida, y les veías andar deprisa y erguidos, pero al terminar la jornada, caray, como les pesaba la vacía cesta, casi se doblaban bajo su peso. Pero, si necesitabais carbón, también escaso, se acudía a la mujer de un ferroviario y pagándolo a peso de oro tanto como se quería. Volviendo al viaje, cuatro veces nos detuvimos por alarma aérea, todo el mundo abajo, guarneciéndonos estirados en una-wiña, eso la primera vez y cogiendo otiantos racimos de uvas estaban a nuestro alcance, fobre payes lo viera, se desesperaría. cuando La segunda alarma nos paramos en una plantación de manzanos, la fruta pendía- madura y nos artamos de comerla. La tercera y cuarta alarma y parada, nos encontramos detenidos por una destrozada dueño con sus hijos valla y el armados-, Apuntando al tren para impedir el pillaje de su huerto, también lo mismo en la cuarta parada antes de cruzar el Ebro. 105 El puente sobre el río se presentaba bastante deteriorado y el jefe de tren se apeó y paso a paso reseguía la insegura vía y comprobaba cada pi. za dé¿ puente que presentaba claros signos de haber sido bombardeado, casi una hora tardamos en cruzarlo con la maquina resoplando al ser contenida p< un cansino paso del precavido guía: cuando llegamos al destino habían pasac no menos de quince horas desde nuestro embarque o subida al tren en Barcelona La Pobla de M.* . . y el padre de nuestra vecina, que decepción de casé de persona y de la mas negra desilución ante su fría acogida,- la sala dónde comía, si se puede Siamar comer el como lo hacía, estaba llena de desperdicios de comida rancia que él dueño tiraba simplemente al suelo para no mole tarse en retirar las sobras de encima de la mesa; en ese sucio suelo un perro y dos gatos se revolcaban a placer y el pelo de los animales lo invadía todo, lo ...mismo que sus deposiciones, secas o recientes, orlaban los rincones. En un rincón de la misma sucia estancia y separado por un saco colgado de un clavo y un cordel, un redondo agujero en el suelo dando encima de la cuadra, era todo el servicio dispuesto para cubrir las necesidades naturale dal cuerpo y aún ese saco, según nos confieso, lo había puesto al saber de nuestra visita, ppes él, dijo, prescindía de todas esas "zarandajas" de finolis de la capital y nos miró casi con disgusto por haber tenido que tomar se semejante molestia. El caballo y la muía, abajo en la cuadra, sin duda e carmentados por lo caído encima de ellos en alguna ocasión ya cuidaban de n acercarse al sitio que el tal agujero dominaba. Aquel hombre, desaseado, adusto, avaro^V sin ningún sentimiento hacia si hija y su nieta y sin asomo de hospitalidad hacia nosotros, extraños para é se puso a cenar unos restos de conejo guisado tirando los huesos por encima de su hombre, en el suelo, en donde los animales se apresuraban a recogerlo; para dejarlos mondos y lirondos. Ante los ruegos de su hija, al fin consin- tió en bajar a ordeñar una de las cabras y un escaso medio vaso de leche fue todo lo que cenamos aquella noche. Dormir, lo hicimos en jergones tirados er los suelos de dos habitaciones tan desaseadas como el resto de la casa. 106 El día siguiente se nos pasó en procurarnos algo que comer no fiando tr que el padre de nuestra acompañante nos lo proporcionara. Por avellanas nos mandó a una masia bastante alejada y qué, 3egún él allí las encontraríamos baratas y en abundancia, una hora de camino, dijo, eso no es nada. Después de comer emprendimos el camino que resultó ser de una hora de payes, o sea, que llegamos anocheciendo y hubimos de dormir en un altillo lleno de paja dentro de la cuadra de las vacas; que noche; los mujidos, la olor penetrante, el n dejar de moverse en toda la noche rumiando éá pienso ingerido, sus pezuñas dando contra el duro suelo; por la mañana, al salir al aire puro del exte- rior a todos nos entraron unas bascas angustiosas queriendo nuestros estoma gos librarse _de todos los afluvios respirados durante tantas horas. Cargamos las avellanas, tantas como pudimos, pues las almendras se habían terminado, otro largo camino de vuelta hasta la Pobla de M..t en donde nuestra compañera y su hija quisieron despedirse de su padre, nosotro ni subimos, para qué, aquél hombre había mostrado todo lo mas desagradable de la condición humana. Otra vez tren de vuelta, vagón de carga pero esa vez tapado, menos mal pues llovió,; saltar del tren en marcha cuando se acercaba a la estación tér mino, pues allí, si no te lo quitaban todo los vigilantes de la estación, lo hacían después lo "burots", puestos que montaban los ayuntamientos para controlar toda mercánéáa que entraba en la ciudad y que tenía que pagar un cierto canon o impuesto, pero como nosotros y todos los del tren no éramos comerciantes establecidos, simplemente se incautaban de todo el género. Después de todo lo pasado, cuando quisimos comer avellanas, easi todas estaban secas y las que no, encogidas cual si se averganzaran de su condición de frutos secos. todo para nada. Tiempo, caminata, sinsabores pasados, dinero perdido Dicha señora de la Pobla de M.., , pasados treinta y pico de años, cierto día se presentó en Radio Barcelona preguntando por mí para que la dejara pasae a ella y su hija, ya de mediana edad, soltera y bastante desfav-orecida, a las emisiones cara al público que se emitían des- 107 de el estudio Toresky de la planta baja, no sin antes preguntarme con an sia si permanecía soltero; se la presenté al Sr. Cabot, quien cuidaba por aquél entonces de repartir las entradas previa presentación del carnet de socio de la Emisora y después controlaba la entrada al estudio. A los dos meses, el señor Cabot, en un discreto aparte, pues era todo un modelo de caballero, me preguntó si tenía gran interés en aqueláas dos mujeres, pues cada día y en las diferentes emisiones cara al público, se 1 presentaban aduciendo su amistad conmigo y sin siquiera ser socias ni ince tar serlo. Entonces, con tacto~y~so excusa de alguna protesta habida por continuada presencia, les expuse que distanciaran su concurrencia,. pues no e: prudente su .asidua asistencia sin carnet de socias y que había habido pro • testas que me comprometían; dejaron de hacerlo, solo muy de tanto en cuanti se presentaban, hasta que se cansaron y dejaron de ir y ya no supe nada ma¡ de ellas. bla de M.« % Dichosas y mal recordadas avellanas, el viaje, su padre y la Po, que espero que todos sus habitantes no fueran así. Los bombardeos no cesaban, el refugio, salvo retoques, estaba terminadc se le había provisto de un respiradero que consistía en un pozo cavado en medio del desvastado campo de los Hermanos/ unido a un estrecho túnel horj zontal.de unos dos.metros de. largo y ¿enrejado, e iba a dar en el techo del refugio; ese pequeño túnel enrejado tenía por finalidad el que no cayei dentro del refugio cualquier objeto del exterior lanzado dentro del pozo, 3 laa^-Jíejas, de tupidas mallas metálicas impedían el paso de cualquier roedoi que en el campo de encima era de suponer que no faltarían. Dicho pozo era otra de nuestras diversiones, con cuerdas viejas atadas a solidos restos de muros, nos descolgábamos hasta su fondo y nuestro juegc consistía en bajar y subir ayudado por la cuerda, también en permanecer en el pozo como si fuera sitio de reunión para planear travesuras, nuestras piernas, cortas por la edad, no abarcaban los dos lados del pozo y nos era sumamente difícil escalarlo sin cuerda, Pera yo. hube de pasar por el trance de quedarme atrapado allí, en su hondura; ocurrió en un día normal de colé- 108 gio, al mediodía, poco antes de la hora de comer: bajé solo, sin que hubier otro chico en el campo, con el único y bobo propósito de mear, tonto capri cho y mas tonta ocurrencia pues campo de sobra había para hacerlo, pero lo hize a gusto rodeado de las paredes cortadas a pico, al intentar izarme tirando de la cuerda , esa se rompió a unas tres metros por encima mío. Grave problema se me presentaba, después de intentar escalar las lisas paredes un docena de veces fracasé rotundamente: nada, allí abajo me quedaría hasta qu alguien se diera cuenta y me auxiliara, grité en vano, me desgañité gritando y nada, el caso es que no estaba asustado por hallarme allí prisionero, para mí lo veía como una aventura emocionante, solo padecía por acercar;,^ 1 hora de comer_..y por el trastorno causado por mi búsqueda y por llegar tarde al colegio. Una y otra vez volví a intentarlo, excavé bajo mis pies en busca de alguna piedra, encontré una muy pequeña y con ella procuré hacer unos pequeño agujeros en la lisa pared dónde apoyar pies y manos; así, en precario equil. brío logré ir subiendo lentamente y sudando como un condenado hasta alcanza: la rota cuerda y ya con su ayuda izarme hasta alcanzar el brocal. Lo había conseguido,* estaba fuera, me tumbé para descansar y luego corrí a casa. Al día siguiente, con unos amigos, entre ellos el Diego y el Mas, tiramos piedras al ¡fiondo del pozo, anudamos otro trozo de cuarda a la rota, bajamos, amontonamos las piedras a modo de escalón de casi un metro de altura y con una piqueta fuimos haciendo agujeros escalonados en la pared lisa pan asentar manos y pies y facilitar la ascención, si se nos volvía a romper la cuerda no quedaríamos atrapados. Desde aquél momento no usábamos casi la cuerda, era mas esportivo y divertido escalar el pozo usando los agujeros practicados, incluso hicijnos campeonatos de quién bajaba y subía mas apri- sa usando solamente las manos y pies: una diversión añadida a las pocas, o muchas, que inventábamos para no dejar de jugar con imaginación infantil. Era el Colegmo Academia San Fernando, el San lo habían suprimido; el sapientísimo maestro, nuestro buen Don Ramón, seguía con su pedagogía bien en- 109 tendida y mi hermano Juan asistía a la clase de Don Fernando. Nuestro mae tro, durante los recreos, nos dejaba jugar al "Butxí" consistente en volte un hueso de; la pata de cordero o cabra para conseguir que se pose de uno di sus cuatro lados y se gana o se pierde según cae dicho hueso, y también a otro que consistía en hacer pasar por .debajo la mano en distintas posicio una piedras planas que afinábamos frotándolas contra las paredes, bueno, tonterías de entonces. También, todos íbamos provistos de un corto tubo d los llamados bergman, o algo por el estilo, muy usados para hacer pasar los cables eléctricos por dentro y aislarlos de las paredes, dichos trozos, de un palmo y medio de largo, cogidos con dos agujas de tender la ropa, eran las pistolas, la munición consistía simplemente en pedazos de papel de per; dico enrollados como pequeños cucuruchos ala medida del agujero de los tub( entonces mojábamos con saliba sus punta, lo introducíamos dentro de el y s< piando con fuerza lo lanzábamos contra el cogote de los que nos daban la e; paida, también y casi masticando la punta del pequeño cucurucho, se lanza- ba contra el techo y allí quedaba pegado, hubo un momento en la clase que mas de cien de esas "paperinas" oolgaban de los techos del colegio, hasta qu< se üaba cuenta el director y se arraaba la gorda y todos con escobas nos ap; cábamos para hacerlas caer y dejar los techos limpios. Un día, al mediodía, al salir de clase, en plena calle y rodeados de compañeros, sobrevoló por encima nuestro un avian leal, leal quería decir de nuestro bando, la República; los del otro bando eran llamados facciosos y sus aviones.,, quizá porque nos bombardeaban y lanzaban bombas, pavas, y s< me ocurrió un chiste a.propósito de eso, laB pavas lanzaban las bombas, huevos, dije y los nuestros no, porque no tenían, algo así, no estoy seguro. Pero lo escuchó un transeúnte y se me acercó amenazante diciendo que aquell no había salido de mí sino de mis padres, sacó libreta y lápiz y preguntó mi nombre el de mis padres y la dirección, atemorizado por las consecuencias pero con un intento de despistarlo, dije los que se me ocurrieron, Anselmo no se qué y una dirección imaginaria, un nombre de calle que ni si' 110 quiera existía, aquella mañana habíamos estudiado la aritmética y el "pi erre" y su número el 3 - 14 - 16 ; han pasado tantos años de aquello y de mis estudios que no se bien si me equivoco con eso del dichoso "Pi Erre" pe ro para el caso no importa demasiado. calle, la de Al sujeto aquél le di el nombre de J "Ramón Pierre" y el número, el tres primero cuarta, pero rec- tifiqué con cara de tonto y dije, no, es el primero sexta, eso es. Todo le apuntó y diciendo que ya nos veríamos, se alejó. Vaya susto, todo por un tonto chiste; por si acaso me dirigí en direcci contraria a la de mi casa, vigilando por si me seguía di un gran rodeo. Na nos mal que no lo volví a ver mas; aunque por precaución, durante unos días miraba arriba y abajo para asegurarme que aquél hombre no me estuviera acechando. Quizá aun estuviera buscando "la calle Pierre o se había perdido en la búsqueda, ojalá. Qué mas tendría que contar, muchas cosas pero que me parecen minucias nada interesantes; como cuando mi hermano mayor se presentó en casa con fusil, cartucheras y casco huyendo de la desbandada causada por la batalla de^ Ebro, descansó unos dias y volvió a presentarse, no fuera que lo prendieran como prófugp y sería peor; de su estancia de esos pocos dias me quedó un objeto muy apreciado y era una camtimplora forrada de bó el. corazón fieltro que a mí me ro- y viéndolo mi hermano me la cedió: esa cantimplora me recor- daba tanto a las vistas en las películas del Oeste que me encantaba el colgarla del cinturón y salir con ella, llena de agua, aunque sólo fuera al Par que Guell. De como haciendo cola para el pan vi como a un chiquillo que iba sentado en la parte posterior de una camioneta, eon la© piernas colgando futsa de ella, al dar esa marcha atrás para variar de dirección, se subió encima de la acera y dio contra la pared atrapando las piernas del chico; no hubo sangre, pero el gesto de dolor y ver las rodillas aplastadas me dio tal mare que tuve que apoyarme para no caer redondo al suelo. O de una pobre mujer a quién mi madre procuraba socorrer con lo poco que 111 se disponía en aquellos días, y por el régimen único de calabaza hervida, que todos hacíamos, pues nosotros también dias y dias no comíamos otra cosa» aquella pobre mujer, quizá por estar desnutrida al máximo, como muchos iba dejando tras suyo en la calle, un regero de descomposición que era inc paz de contener; pero a otros muchos vi como les pasaba igual: las tripas necesitaban grasas y al no ingerirlas se descontrolaban. También de como unos militares de permiso, eso dijeron, nos pararon ce: ca de huestra casa a tres o cuatro qué estábamos jugando y nos preguntaroi a nosotros, niños ignorantes y vergonzosos, si por allí cerca sabíamos de alguna casa de p... ; ante nuestra expresión bobalicona pues no entendíamo; el qué podía.jser aquello, rectificaron diciendo a de mujeres, chabales - n< supimos ni contestar: éramos tan, tan inocentones que no sabíamos nada de nada. Cuando mas tarde nos lo aclaró un amigo mayor, dijimos con una tota.' ingenuidad - pues les costará un dineral si con ellas hacen ésto, pues cad< vez nacerá un crío y necesitaran una fortuna hasta que el crío crezca - esc creíamos nosotros y con una edad de casi doce años y alguno mas, éramos une babiecas por aquél entonces. Habíamos dejado de creer en la cigüeña, pe ro aún no sabíamos como substituirla. 112 OCUPACIÓN O LIBERACIÓN Estábamos en el primer mes del año 39 y la larga guerra civil iba terminándose, al menos para Barcelona y su provincia, las tropas del general Yague entraron triunfantes en una ciudad abandonada y silenciosa* pues todos los que ocuparon cargos públicos, políticos o que portaban armas ha- bían huido y el silencio se cernió por largas horas sobre la ciudad; silen ció sólo roto por el lejano tronar de los cañones anunciando la proximidad de la batalla que se libraba contra unas tropas derrotadas y en retirada. Las tropas victoriosas entraron por las calles más importantes en plan casi de desfilada y fueron recibidas por la vecindad como liberadoras, la multitud se lanzó a la calle entusiasmada aclamándolos y repetía sus vivas a eso y lo otro y sobretodo al general ausente, no visible, al elevado a Generalísimo y que, a no tardar, su faz, pintada con plantillas, inundaría las paredes y fachadas de todas las fincas de la ciudad, permaneciendo en ellas, imborrable, por años y años; casi tantos como doraría su inacabable jefatura Entonces fueron apareciendo rostros casi olvidados que en sus facciones mostraban el sufrimiento padecido por largas detenciones o simplemente, en algunos, la palidez de calladas y no menos sufridas ocultaciones; también, como no, camisas azules en insospechados pechos que mas bien, durante la larga contienda, hicieron alarde de todo lo contrario. Claro que yo por entonces, recién cumplidos los trece años, no sabía distinguir ni de ideas, de luchas silenciosas, de emboscadas, ni mucho menos de quintas columnas como eran tachados esos ocultos simpatizantes que mostraban, yasir tapujos., cu ideología- • • • El caso es que también nosotros, © sea, mis padres y yo, fuimos a ver desfilar a las tfopas entrando triunfantes en la cuidad silenciosa, pues tres años pasados bajo el temor de requisas, bombardeos, cartillas de racionamiento, escasez y falta de lo más elemental y viendo, año tras año aquellos mocetones aptos para todo paseándose en la retaguardia con gran- 113 des pistolones al cinto y luciendo chillones colores en gorro y camisas y queriendo, siempre, poner orden y paz en las interminables colas que se hacían para conseguir cualquier género alimenticio, pero, que su interven ción ordenadora terminaba a los diez minutos escasos y acababan, todos, p alejarse llevando paquetes bien surtidos de los géneros por los cuales se montaban aquellas largas y pesadas colas. Todo eso y mas cosas habían caí sado y desilucionado a la población que no comulgaba con la propaganda lai zada de "Todos a luchar" o el "No pasarán" mientras, eso si, los hijos de esa sufrida población desengañada, llevaban tres años en el frente, quizá muriendo, por un sistema que había derivado en algo que nadie había elegic ni querido . Pero dejémonos de elecubraciones que van entrando en políticas sufrida y nunca entendidas, y menos por mí en mi corta edad de entonces, aunque ahora, ya viejo, tampoco entiendo el entusiasmo de como se lucha y se muere, y todo por enfrentarse a unas ideas contrarias en vez de dialogar y mirar de entenderse pacificamente. Cuando en los periódicos o en la televisión veo a ecos muertos tirados 'de cualquier forma yaciendo trágicamente en el suelo, siempre me pregunto ; de qué podrá servirles la idea o el motivo por cuya causa han luchado si ahora, están muertos. Siguiendo con lo contado, mis dos hermanos mayores, soldados» y en el. bando derrotado, uno en intendencia y el otro soldado raso con arma al hombro, fueron cogidos en la envolvente tenaza de las tropas victoriosas: uno el menor de los dos, sirviendo en intendencia en su calidad de panadero, d< sechó armas y uniforme y agenciándose ropas de paisano desertó, cosa muy común pues se habían quedado sin órdenes ni mandos y fue ocultándose en masias y casas abandonadas: allí encontraba lo suficiente para subsistir y a veces,( cuando menos se lo esperaba, una abundancia de víveres por la urgencia en que se había abandonado el caserón ante el temido avance del enemigo. Así fue descendiendo en dirección a Barcelona en una huida contraria a la esperada, que era la más natural, hacia la frontera con Francia como todos; así llegó hasta San Sadurni de Noya, con todas las cavas de champan-, HA sí, champan como entonces se llamaba, pues aún no se conocían denominaciones de origen ni reclamaciones del vecino país, abandonadas y llenas del preciado espumoso y de arrope llenando inmensas tinajas que iban derramando su dulce contenido por agujeros de impactos de bala que sin duda los ce mités incautadores de las cavas habían disparado en un intento de destrucción antes de abandonar precipitadamente el lugar, también encontraron víveres en abundancia y allí, en lo mas profundo de las bodegas, se ocultó mi hermano junto con otros compañeros esperando que se calmara en el exterior la efervecencia de la ocupación. Cuando al fin alcanzó Barcelona, separándose de sus conpañeros se lleg tranquilamente a casa y con astucia permaneció escondido los suficientes días para que las aguas volvieran a su cauce. Luego, como panadero, pues habíamos tenido horno de pan de propiedad que luego al estallar la guerra nos incautaron y el cual, a la sazón, estaba destruido por una bomba caída durante uno de los bombardeos; recabó del gremio de panaderos los correspoi dientes avales para regular su posición y no tardó en encontrar faena y tr; bajar de nuevo. El otro hermano, el mayor, fue capturado al intentar cruzar la frontera y conducido en interminables columnas de prisioneros h&Mtú Barcelona y al pertenecer ál ejército derrotado fue encarcelado como desafecto al nuevo régimen en uno de los sitios que como prisiones fortalezas se habían habilitado. Uno de los sitios era los ya conocidos - Salecianos de Horta que lo formaban varios edificios circundados por una alta tapia, la cual hacía fácil el aislamiento de los miles de prisioneros en ellos internados. El otro lo constituía un enorme edificio de varias plantas sin terminar, pues ni ventanas ni casi paredes exteriores , existían, salvo unas pocas empezadas y sin separaciones interiores, ni suelos como no fuera el frío y rugoso cemento y según contaron después, las escaleras sin peldaños ni barandillas protectoras, allí, expuestos a los cuatro vientos, sin camas.Jni mantas eran confinados otros miles de prisioneros de guerra. Era conocido como El Hospital Americano y ocupaba una 115 superficie similar a una manzana de casas y una altura de al menos cinco plantas, estando la última sin techar completamente; ese imponente edific lo vallaron con alambradas que lo rodeaban casi completamente, salvo por i lado orillado por un profundo barranco que hacía innecesario otro medio di aislamiento: por aquel lado del barranco y al otro lado de el se situaban los familiares con la esperanza de ver, aun con la distancia, al ser querido asomando y haciendo señas. Ambos campos o edificios de , prisioneros estaban situados en la carrel ra de Horta, los Salecianos casi a la entrada de dicho barrio o población como entonces aún se nombraba y el Hospital Americano más hacía el Valle de Hebrón, mas o menos adonde actualmente está ubicada la actual Residencia Sanitaria. Todos esos son recuerdos de sesenta años atrás, o sea, que puedo marra por un metro más para allá o para acá, pero poco.será lo que me pueda equi vocar y en mi recuerdo, así era. El Hospital Americano, en dónde al fin nos dieron noticia de mi hermano, era, como he dicho, un inmenso edificio sin terminar y que nunca se llegó a ver acabado!,, pues pasado un tiempo, no se cuanto,, pues una vez liberado mi hermano no volvimos por aquellos pagos fue derribado. Lo unía a la carretera un camino de tierra de sinuoso tra- zado y de unos cuatrocientos metros, o más, de largada, siempre embarrado y ocupado por largas colas de familiares intentando entregar un paquete de víveres para el hijo,i marido o padre allí encerrado, eso cuando n o } una larga columna de andrajosos y macilentos prisioneros eran conducidos como borregos, costodiados por feroces, así me lo parecían, soldados bien armados y con la consabida y amenazante bayoneta calada con la cual azuzaban al prisionero poco andador y rezagado, sin hacer ni caso de las airadas protestasríque se elevaban de "la larga cola de familiares. El suministro alimenticio que les proporcionaban a los infelices y famélicos prisioneros allí confinados, consistía, para cada cuatro-de ellos y por d en una.sola lata de sardinas normal , corriente y de las pequeñas y un chu; 116 co también a repartir. Así a los pocos días de tal régimen alimenticio. las descomposiciones de vientre eran comunes y según contaba después mi he mano, se pasaban todo el día agachados por los rincones intentando aliviar los agudos dolores de vientre producidos por las dichosas sardinas en lata y lo peor, intentando que la tripa culera no se les saliera por el esfuerzo y la consabida diarrea sufrida por todos. Algunos perecieron por deshidrita- ción o por falta de nutrición: en las largas colas diaria© y guardando un a gustioso silencia, veíamos sacar cuerpos envueltos en arpilleras y tira- dos sin miramientos en el interior de destartalados y pestilentes camiones fúnebres, los cuales después se alejaban renqueantes y con el ruido del pe tardear del _yiejo motor por una gasolina de bajos óptanos que casi no podía con la carga macabra de la cual lo abarrotaban. Eso diariamente, menos mal que luego, cada cual veía a su familiar haciendo señas y sabíamos al menos que seguían vivos. A la entrada de este campo de concentración, por mas que entonces aún no se les llamaba así, y las largas colas de familiares.que se formaban, eran por el motivo de intentar entregar paquetes de alimentos con el nombre del destinatario y el piso en el cual estaba asignado. mi hermano algo mayor, dos años, y yo formábamos También mi madre, pacientes en dicha cola con el consabido paquete muy: atado y el nombre de mi hermano bien a la viü ta con letras grandes y mayúsculas. La tropa de guarnición del lugar, biei a las claras nos mostraban su resabio contra nosotros, y era que áormaban las dichas tropas, veteranos que al menos llevaban en el ejército cinco o seis largos años y sin vislumbrar el término del servicio ni el tan ansiado licenciaménto, no exagero, cada uno de ellos llevaba sirviendo dos o tre .años antes de estallar la guerra civil, mas tres de campaña sumaban los cir co o seis mentados y claro, la artura de tantos años servidos y la incógnita de cuantos mas tendrían que servir, los mantenía vacíos de cualquier .'• M muestra de compasión y que duda cabía, la guerra con sus atrocidades los había endurecido, también se sentían como vencedores ante el vencido y sin 117 quererlo nos lo hacían pagar. Menos mal que al frente de ellos y de ser- vicio en la dichosa entrada, siempre estaba presente un oficial, tanto o mas veterano que ellos y ese oficial si era humano, nos trataba con miramiento y hacía recoger los paquetes y exigía que los depositaran con todo cuidado y no que los tiraran como solían cuando el oficial no estaba preser te. Tantos años pasados y lo recuerdo con agradecimiento por su bondad. Pero, al día siguiente y al otro y siempre, desde el otro lado del ba- rranco separador y preguntando a gritos por los paquetes recibidos, la res puesta siempre era negativa, decían no haberlos recibido y seguían con las consabidas y escasas sardinas y el poco pan racionado. Y por supuesto, con las tripas vacías y protestando con una temida evacuación anal de rabiosa diarrea. Aquello era desesperante, para el prisionero y el familiar. En aque- llos días de penuria y escacez de todo, el poder reunir diariamente algo de comida para llenar un paquete, significaba un considerable sacrificio y desconsolaba saber que había sido confeccionado con tanto amor y esmero para no llegar al destinatario y a saber quién se aprovecharía de el. Una tarde, situados mi madre hermano y yo junto con otros familiares en la ladera y al otro lado del barranco separador, estábamos intentando como siempre comunicarnos con los prisioneros y preguntando por los dichosos y ansiados paquetes. En la franja entre el enorme edificio y el barrar. co, como siempre, patrullaban arriba y abajo los soldados de guardia armados y con la bayoneta calada, salvo uno de ellos, o cabo o sargento armado con un naranjero, especie de arma mas corta que el fusil y con doble -cañón refrigerante y capaz de disparar tiro a tiro o bien ráfagas cual si de un pequeño ametrallador se tratara. Según he sabido después, tales armas eran bastante inseguras y si no ponian el seguro, solían dispararse al menor tropiezo o golpe, así sucedió, de pronto dicha arma soltó una ráfaga que fue impactando en el frontal del edificio lleno de asomados prisioneros. Uno de ellos, en el tercer piso, se derrumbó con un grito de dolor y detras 118 nuestro, una madre soltó tal grito escalofriante que nos heló a todos la sangre en las venas y empezó a gritar desesperada "Hijo, hijo mío". grito angustioso de una madre viendo como su hijo caía herido. Un Menos mal que el herido vimos como se levantaba ayudado por sus compañeros, y aunque sangrando por hombro y cabeza, le aplicaban unos trapos que pronto se tiñeron de rojo, pero él, alzando los brazos tranquilizó a su madre gritan dolé que se encontraba bien y no había sido sino un rasguño. El cerdo del sargento, y lo digo por como se portó luego, llamó a los soldados y les hizo apuntar con sus armas a los asomados prisioneros, obli gándolos a retirarse al interior del desvencijado edificio y que por aquel día se acabó el contemplarse ellos y sus familiares y tuvimos que reti- rarnos antes de hora por la amenaza de los fusiles que tanto apuntaban al edificio como a nosotros, con un "apremiante mensaje de animosidad tanto a los prisioneros como a los familiares? qué reconcentrado odio rezumaba el tal sargento. Aquel día se había acabado la visita y los encanallados sol- dados se reían y bromeaban con su sargento. Así pasaron días, semanas y algún mes. Mientras, mi padre, no paraba de ir mendigando el ansiado aval liberador, alguno consiguió, pero quizá el librador no era lo bastante influyente o se perdía el aval por despachos castrenses que no se veían obligados a dar cuartel al perdedor. Un día ocurrió que un hombre, desesperado por ver a su hijo allí encerrado y con el aspecto cadavérico que todos ofrecían a la ^ista pese a la distancia separadora, mostrándole el paquete que traía y no había entregado a la entrada como solía , a voces le dio a entender que hiciera descender alguna cuerda o lo que fuera, que él intentaría cruzar el barranco y atar el paquete cuando el centinela estuviera distraído o alejado. lo suyo hacérselo entender por la distancia que los separaba. Costó Entonces se vio como aquél chico hablaba con sus compañeros y se quitaban los cinturones, camisas y algún que otro incluso los pantalones y con todo ello formaban una irregular cuerda lo suficiente larga para llegar abajo. El chico 119 aquél estaba en el tercer piso del edificio. Cuando la mostraron cuidan- do que los centinelas de ronda no la vieran, el hombre se descalzó y se deslizó como pudo y ocultándose con los matojos que encontraba hasta Ib hondo del barranco? lo mismo hizo para escalarlo, guiado desde arriba por el hijo , quién por señas le hacía saber cuando podía o no avanzar poi la presencia o situación de los armados centinelas.,Cuando estos le dieror la espalda alejándose, se alzó sobre el terraplén en el cual aquellos patrullaban y alcanzando la cuerda, soltada con tode. la rapidez pocible por su hijo , ató el paquete y con un sacudimiento aviso para que lo iza ran mientras el volvía a bajar por el barranco, ocultándose y mirando con el apreciado paquete era recogido y desaparecía de la vista de lbs burlado Centinelas que ni siquiera se habían dado cuenta de lo ocurrido. Durante unos cuantos días otros intentaron con éxito hacer lo mismo, pero los dichosos centinelas se dieron cuenta y algunos paquetes fueron derribados y pisoteados con furia por sus claveteadas botas de campaña. Al- gún que otro disparo hacía desistir al desesperado de turno y muchos se vo vieron atrás sin intentarlo de nuevo. Pero por suerte, aunque disparaban a los prisioneros y al atrevido familiar, a ninguno alcanzaron y nadie salió herido. En esas, cierta tarde le dije a mi madre que no entregara el paquete que yo lo intentaría atar a la cuerda si mi hermano, desde el cuarto piso, era capaz de soltar el suficiente largo para que yo la alcanzara. Empezó un temeroso negar de mi madre para hacer aquello, yo persistiendo y ella que no, demasiado peligroso, y yo dale que dale en que-sí, ella que no, yo, tozudo, que si y como previamente me había provisto de cordel lo suficiente grueso, até el paquete para asegurar su contenido y volví a insis- tir en intentarlo. Después de un forcejeo verbal y temeroso por parte de mi madre, fue cediendo no del todo convencida y al fin accedió de mala gana a provarlo, solo provar, pues era peligroso, así decía una y otra vez, y por cierto , lo era. 120 Situados frente al inacabado edificio y separados de el por el barran co, en cuando vimos a mi hermano alzé el paquete y por señas le di a ente der mi intención; hizo gestos de que esperara y al poco apareció con una larga y multicolor cuerda formada por diversidad de prendas y correas, mostrándola e iniciando el gesto de hacerla descender. Bueno, había llegado el momento, armándome de valor, que no tenía, pu< el ánimo empezaba a flaquearme ante la inmediatez de hacerlo.y un tsiédo ir 'tárior se apoderaba de mí; pues una cosa es planear lo quo.sen y otra muy distinta llevarlo a la práctica. Sin mirar siquiera a mi madre, la cual, insistente me rogaba que no lo intentara y mas que nada para no sentir sus palabras, me lanzé sin pensarlo cuesta abajo con el paquete apretado a mi pecho pero procurando ocultarme cuando alguno de los centinelas me daba la cara3 al llegar a lo más hondo me; pace mirando para arriba, vi a mi hermano ha ciéndome señas para que siguiera, señal que los centinelas se alejaban: co mo pude y arañándome manos y rodillas llegé al estrecho terraplén donde se asentaba el edificio y por donde los centinelas se paseaban vigilantes; en aquel momento me daban la espalda y vi la cuerda descender caracoleando también, que mi hermano, previsor, la había dotado de un gancho de grueso alambre retorcido para facilitar el enganche del' paquete y no hacerme perde un tiempo precioso, Salté, colgé el paquete y di una sacudida a la cuerda para que fuera izada e iba a retirarme apresuradamente cuando de re jo vi a uno de los centinelas, que alertado no se como, se dirigía corriem hacia mí, en un segundo, que me pareció larguísimo por la intensidad de como transcurrió y dándome cuenta de una acerada bayoneta apuntándome direetc al pecho mientras quién la empuñaba corría hacia mi, me lanzé al suelo para intentar el dejarme caer por el terraplén y hurtarme al peligro de ser ensartade vi de pronto un brillante acero clavarse a dos dedos de mi hombro y sentí un furfullar de maldiciones justo cuando una clavateada bota daba contra mi costado de refilón, después resonó un disparo, el cual, por lo cerca que estaba, me pareció un horrísimo trueno, después supe que fue dirigido 121 contra el bamboleante paquete que alcanzaba su destino, pero yó, sin sabei lo y asustado, me tire de cabeza al barranco y fui rodando cual pelele haí ta alcanzar su hondura 7 el trepar por el otro lado fue más fácil, a pesar que el soldado, desde arriba , me lanzaba juramentos y maldiciones y hacía ademan de dispararme, pero por suerte no lo hizo y alcancé ileso la seguridac de los brazos de mi madre que lloraba desconsolada, Desde allí ya calmados, vimos como mi hermano nos saludaba alzando el ansiado paquete, lo abría y repartiendo las viandas entre varios compañero se dispusieron a comerlas frotándose con satisfacción la barriga. Uno de los compañeros, asomado junto a mi hermano tenía a su joven esposa a nuestro lado con un pequeño de meses en los brazos, saludó a ella y a nosotros enseñando lo que había recibido del repartido paquete y llevándoselo a la boca empezó a comérselo con gran satisfacción de su joven esposa, que nos "dio las gracias de su parte. Entonces, ella, levantó al pequeñuelo mostrá dolo a su marido y el bebe se puso a llorar; ella lo acunó diciendo - es que tiene hambre, como su padre - y ni corta ni perezosa se desabrochó la blusa, sacó un sonrosado mar al niño. pecho mostrando un pezón erecto y le dio de ma- Yo, al verlo, me sonrojé; da que se me daba el contemplar un era la primera vez en mi corta vi pecho de mujer y aun ahora lo recuerdo como la primera maravilla que vi. Al fin mi padre consiguió el tan deseado aval, se lo facilitó un Sr. j^ Aurelio Ja * * „ el cual llevaba los asuntos legales de la casa en donde mi padre trabajaba y había ostentado el cargo de concejal y el de procurador en cortes de antes de la Replublica, por cuya causa su aval fue tomado en consideración y a los pocos días abrazábamos a mi liberado hermano en la dichosa y guardada entrada llena de pinchos de aceradas puntas, entrada que por efecto del aval se convirtió en salida del infausto recinto poco acogedor y nada propenso a soltar a nadie de cuantos allí fueron encerrados bajo la sola sospecha de rojos por haber servido en el ejército derrotado. Ay de los pobres que de allí salieron solo con los pies por delante 122 Aquel principio- de año liberador o quizá ocupador por unas fuerzas en las: cuales destacaban sobretodo unos fuertes contingentes que se hacían notar, los soldados moros, con sus chilabas pero bien armados y que montaban a cada paso sus tenderetes vendiendo chocolate, arroz, pan,, mantequilla, azúcar y cuanto genero escaseaba o no se encontraba en las vacías ti< das ni pagando con plata, que en los primeros tiempos de la liberación er; la moneda única aceptada, pues la moneda roja, de la que todos tenían abui dante provisión, había caducado, no servía de nada y como cosa simbólica, las nuevas autoridades habían decretado que fuera entregada a Bancos y Cajas de Ahorros a cambio de vales. Pero dichos vales no llegaron nunca, a \ ler-Tnada ;de nada. Sólo corría una nueva moneda nacional, pero de la cual casi nadie estaba provisto, pues en los sitios de trabajo los jornales o mer sualidades se pagaban escasamente, pues ni los patronos estaban lo bastante provistos de ella para afrontar los pagos más urgentes. Entonces, lo único que valía eran los duros y pesetas de plata, que asimismo y para quién los tuviese, se anunció que fueran ingresados, o entregados, no recuerdo bien, en Bancos y Cajas, claro nadie hizo caso de semejante orden, salvo unos pocos que luego se tiraban de los pelos por haber sido tan ingenuos la moneda' de plata, duros y pesetas, hacía años que no corría, pero enton ees era la única que servía y era aceptada, salvo la Nacional tan escasa que era como si no existiera. Los moros, pillos a mas no poder, solo acep taban plata y la gente miraba sus tenderetes y sus géneros expuestos en ellos con decepción. Pero empezaron a salir duros escondidos desde hacía años, al menos de antes de la guerra, quién más quién menos, alguno guarda ba como oro en paño y ante la necesidad buscó por olvidados rincones recuperándolos: mi padre algunos pocos tenía y gracias a ellos pudimos subsistir aquellos primeros tiempos de posguerra. Pero siempre hay la excepción, los pobres que ni antes de la guerra pudieron reunir para guardar un solo duro y estos si lo pasaron mal. bién se decretó, para acabar de arreglarlo, congelar Tam- todo depósito, cuen 123 ta corriente o libreta de ahorro abierta con las entidades bancarias hasta tanto no se averiguara la procedencia del dinero en ellas depositado. És- to perjudicó de inmediato a cuanto empresario intentaba poner en marcha el recuperado negocio, fabrica o establecimiento comercial; Todos ellos hu- bieron de recurrir a créditos que demoraban el libre quehacer de los propietarios perjudicando en sus haberes.a los sufridos trabajadores, pero ya se sabía, estábamos en una zona liberada o quizá mejor decir, ocupada. No tarde' ni otro mes en buscar trabajo y lo encontré en una fábrica de dulces de todas clases muy conocida por aquél entonces, ubicada en la calle Balmes, Casa Reñé; Un edificio de al menos cinco plantas y cada un; de ellas dedicada a una especialidad, la quinta, en donde fui destinado, y con un sueldo semanal de ocho pesetas con veinticinco céntimos, era la destinada a fabricar caramelos en todas las variedades y gustos imaginables. Allí hize mis primeros pinos en una maquina en forma de campana in- vertida y por cuyo interior circulaba el vapor para calentar y deshacer los dulces menbrillos que yó, con una espátula de madera iba revolviendo hasta conseguir una masa sin grumos y de aterciopelada textura; mientras, en una gran mesa metálica y también calentada con vapor, los oficiales carameleros deshacían azúcar hasta el punto de caramelo y lo iban girando con unas manos endurecidas y que ya no se quemaban con la líquida pasta, en ella y previamente aplanada vertía yo el caliente producto conseguido, Ib envolvían con el deshecho caramelo y girándolo de un lado a otro lo iban estirando para hacerlo entrar en otra máquina con unos moldes giratorios por donde pasaba el caramelo relleno y lo moldeaba cortándolo en pequeñas por- ciones que formaban el dulce caramelo terminado, con algún dibujo grabado sobre su pequeña superficie y en un atractivo relieve desvelador del nombre de la casa o en su defecto de su gusto, naranja, limón, fresa etc... y de tal gusto se impregnaba con esencias el relleno que yo había deshecho en el ceceptáculo calentado con vapor. De ésta sección caramelera guardo muy )uen recuerdo del maestro o primer oficial, hombre muy bondadoso y bellísi- 124 ma persona, muy efectuoso y condescendiente con los aprendizes y cuyas fal tas nos disimulaba. También recuerdo una excelente persona, cariñoso a ma no poder con todos, con una bellísima voz y una correcta dicción mientras cantaba, voz acariciante y un estilo melódico profesional; era de piel osci ra pero no demasiado por su raza, casado con una blanca preciosa, pues algi na vez lo esperaba al salir y la pudimos conocer. Cuando al pasar los añoí irrumpió el inigualable antonio M... cantando sus famosos angelitos negros, siempre me quedó la duda si no sería el mismo que yó conocí en la sección de caramelos de Casa Reñé . Pasado el tiempo empezó a escasear el azúcar, materia imprescindible pa ra la elaboración de caramelos, y bajó la producción; entonces fui traslada do al primer piso, sección confituras, de las cuales me harté de llenar recipientes de barro cocido y apilarlos hasta llegar al techo y de cuyas frutas confitadas en almíbar me§ deleité hasta casi reventar, cansado de comer ca ramelos fue un excelente cambio a más dulce. También recuerdo como me metí dentro de grandes tinajas para limpiarlas y después ir llenándolas de oóstezas de sandia para confitarlas y de cuya jugosa y roja pulpa llenábamos pañuelos de los llamados de hierbas y nos la llevábamos para casa y tenía- mos para dos o tres días de postre refrescante. Sería por entonces que me subieron el sueldo a nueve pesetas con treinta céntimos y me destinaron una corta temporada al sótano, donde las calderas y ala, allí apaleando carbón para alimentar las enormes calderas que surtían de vapor a todos los cinco pisos y-: af la innumerable maquinaria de la casa: aquello fue un infierno de fuego, calor y negrura del polvillo de carbón, menos mal que el encargado de dichas calderas era un hombre taciturno pero de un gran corazón que nos aliviaba del trabajo mas duro haciéndolo el mismo y sin ninguna obligación; dos o tres meses pasé en aquél suavizado infierno de calor, hasta que, la continuada falta de azúcar se hizo notar tanto que la mitad de maquinaria no se usaba y no hacía falta tanto vapor y por lo tanto se apagaron la mitad de las enormes calderas. Nuevo traslade 125 esta vez al cuarto piso, peladillas, anises, confites con todas las variedades de rellenos y colores que se puedan imaginar y que yo* nunca había visto, lisas, rugosas, de colores, grandes, pequeñas, con su corazón de almendra, de piñón, de cumí, de fruta escarchada, de chocolate, de praliné una variedad asombrosa de frutos secos, blandos, dulces; cubiertos por la corteza, o como se llame, de un azúcar blanco y duro conseguido por un incesante rodar de otra maquinaria calentada con vapor y que dentro de su redondez giratoria se vertía la almendra o el fruto grande o pequeño y dando vueltas de continuo se le iba añadiendo el azúcar poco a poco y derritiéndose a un punto adecuado cubría el fruto rodante con unas capas envolventes en principio blancas, pero añadiéndoles colorantes de todos los colores y texturas, adecuados se conseguían que luego, unas hábiles manos de mujer, convertían en vistosos y sugerentes paquetitos para bautizos, comuniones, fiestas u obsequios atados con cintas y dedicatorias; o cuando no, en grar des recipientes de cristal pasaban a engrosar los apetecibles productos que en hilera casi interminable se mostraban en la tienda de venta al detall qu dicha casa Rene mantenía abierta en la planta baja abierta a la calle. : Dos, tres meses en confitería y me trasladaron a la primera planta, pastelería en donde pronto vi incrementado mi sueldo semanal a las diez pesetas con treinta céntimos. Allí, pastelería en general, era el paraíso soñado por todo goloso que se precie, pasteles, brazos de gitano, pastas a cual mas dulce y sabrosa, leonesas de nata, crema y chocolate, repostería, en una asombrosa variedad, y no se cuantas cosas más que solo de recordarlas se me hace la boca agua, y con una muy buena, buenísima, consigna, come cuanto y de cuando quieras, sin tasa y lo que puedas, pero sin estropear nada ya terminado da una vez empezado. buena talla ni tirar na- Seguro que allí engordé bastante, pero como era de no se me notó. Sólo una cosa me mortificaba, por necesitar dicha sección de pastelería de chocolate, praliné, bombones y otras materias relacionadas con el chocolate, tenía la obligación de ir a buscarlas a la sección adecuada, en el tercer piso, todo el dedicado al chocolate 126 y a la fabricación de bombones, entonces aun manual, no se si ahora será de otra manera, pero había una larga hilera a ambos lados de guapas chicascc variados recipientes y de sus manos salían los apetecibles bombones de todas clases y a cual más tentador, y no te escatimaban de dártelos, pero las mujeres, en cuanto se juntan media docena, ya se sabe de que pié cojear pasar por medio de ellas, aceptar sus bombones y oírlas decir cuanto de apa búllante te lanzaban con su encantadora boca me hacía poner de color granate , 'avergonzado; una deseada y al mismo tiempo temida experiencia que cada día se repetía por tres o cuatro veces. Lo más curioso del caso era que a otros aprendices menos espigados pero con mas desparpajo, eso no les pasaba no sacaban ni.un bombón y las que se sonrojaban eran las bomboneras y las encargadas siempre exigían <que a-los tales no los mandaran para nada a dicha sección.; y claro no me tocaba otro remedio que ir siempre yo y pasar mi vergüenza pero con buena cosecha de variado chocolate rellenado de la mas dulce ambrosía. Me faltaba recorrer otras dos o tres secciones, cada una con su especia lidad y ocupando una planta del enorme edificio, pero la falta de azúcar ib. cerrando plantas, entonces me destinaron al patio, en donde tres o cuatro docenas de mujeres maduras limpiaban frutas variadas, todas ellas se portaron muy bien conmigo y eran muy comedidas en el hablar entre ellas como con Si personal masculino: yo era el encargado de trasladar los barreños ya lie nos de fruta limpia y llevarlos al sitio adecuado y reponerles con otros vacios los retirados para que no tuvieran que parar. Eso duró poco, la falta de materia prima endulzante siguió con la esca^sez apremiante de toda clase de genero y empezaron los despidos, primero los recien entrados, después los jóvenes y me llegó también a - mi. Después de un tiempo, y trabajando en una imprenta cerca de casa, pasé por la calle Balmes y la"; enorme fabrica denominada Casa Reñé su lugar lo ocupaba un extenso solar. t 3 había desaparecido, Un poco mas abajo, en una pequeña 127 tienda de pastelería, recién abierta y cuyo rótulo aun no habían instalado mirando a través de los cristales del escaparate, creí reconocer al maestr pastelero tan amable y bondadoso y a una de las dependientas como si me re cordara a alguna de las picantuelas bomboneras que me ofrecían con generosidad los tan deseados bombones o chocolatinas y que con tanta vergonzosa actitud yo aceptaba. Pero no me atreví' a entrar para comprobarlo. Pero claro, a partir de aquí y casi recién cumplidos mis catorce años ya no es la historia o recuerdo de mi niñez. que no tiene nada que ver con esta En todo caso es otra histori y que algún día, si puedo, ya contaré. 128 LA SAGA DE LOS MONTEAGUDOS TALAYERA No sería justo cerrar esas memorias si no incluyera en ellas recuerdos de los ascendientes de vuestra madre y abuela, mi mujer Vicenta; pues vosotros lleváis como segundo apellido el suyo, Monteagudo, aunque no el de Taiavera, ni tampoco lo llevan, ni el uno ni el otro apellido de ¡Calavera nue tros nietos y nietas. Pero es bueno saber de quién procede uno y recordar nuestros predecesores. Nuestras facciones> tallas y costumbres serían distintas sin estos parientes que a través de su sangre nos han transmitido sus genes, pues sin ellos no estaríamos; o si estuviéramos, nos llamaríamos de otra manera y se riamos otros, quizá mejores o quizá peores, quién lo sabe, misterio por resolver de si nacemos queriendo ser como somos o estamos predestinados a ser así y no de otra manera. En todo caso ahí vá esta saga de los Monteagudos Talaveras. Y también, como dice vuestra madre y abuela - yo que los he parido soy mas importante que tú - y tiene toda la razón, se la doy y pobre de. que no se la dé, con razón o sin ella, le aseguro que lo pasaría mal. Bueno, empiezo por la abuela Maria Talavera Benito, nacida en la Barcelc neta, Barcelona capital: sí, tal como lo leéis, catalana de nacimiento aunqt a los pocos años fue trasladada a Valdemoro de la Sierra, Cuenca; pero recoi daba el idioma catalán y lo hablaba, cuando quería sorprenderme lo hacía; reconozco que era en pocas ocasiones pero lo sabía hablar si se terciaba. Yo que la conocí bastante a fondo sé que era inteligente, lista, buenísima y de una sencillez que encantaba. A pesar de las penurias que le tocó de pasar, vivió dando cuanto tenía a quién ni siquiera se lo pidió; envejeció prematuramente por unas circunstancias adversas, pero siempre salió adelante con una sonrisa en sus labáos 7 con un valor callado y paciente como no os lo podéis imaginar. Con el ma- rido, mi suegro, preso y una posguerra de escacez fue obligada, por la falta le humanidad de los eencedores y de su pueblo en general a trastalarse a 129 Barcelona con numerosos hijos afrontando con singular energía y siempre co la sonrisa a punto, inmensas dificultades que se le presentaron cual plaga innumerables. Mi suegro, el abuelo, Vicente Monteagudo Royuela, hombre admirable y con un caudal de experiencias a cual mas dolorosa y amarga por la época y circunstancias adversas que le tocó vivir, se vio obligado , sin causa pré via ni justa a pasar buena parte de su madure'z en cárceles; salió amargado y casi apagado, pues la vida encerrado es dura, mas al pender sobre él una pena de muerte injusta, solo por haber vivido en el bando perdedor y ser de nunciado anónimamente por alguna envidia sin justificar. Absurda. Tenía un carácter varonil, con una memoria asombrosa, pero al mismo tie po aplicada a perdonar cuanto de mal le hicieron y tuvo que soportar sin cu pa alguna . Tenían mis suegros casa propia en el pueblo, poseían animales como pollos, gallinas ,conejos, una muía, perros de caza a la cual era muy aficionado tan£o él como todos los vecinos; también varios huertos muy bien cuida dos y otro que a mas estaba lleno de manzanos, conque vivían bien, sin dema siados ageyios a pesar de la numerosa prole que Dios les había dado. Pero estalló la dichosa guerra Civil y se desataron pasiones ocultas entre gentes que nunca nadie hubiera sospechado que ocultaran un fondo tan malvado, más en un pueblo en que todos se conocían, se trataban y casi se emparentaban entre sí. El que nunca tuvo donde caerse muerto se erigió en caciquillo de pueblo por el solo modo de encasquetarse un gorro rojinegro y salir a la calle empuñando un arma, claro que unas siglas de unas pocas letras amparaban cuando hiciera y eso solo bastaba. Las envidias ocultas afloraron haciendo pagar al siempre envidiado; el pueblo y sus gentes cambi ron de la noche a la mañana levantándose unos pocos exaltados contra otros para quitarles todo cuanto poseían. Alli no se conocían coches, pero fue igual, también"pasearon" a quién no supo ponerse a salvo; un populacho pequ ño en número, pero p"Q)Seido del mismo entusiasmo demoledor, asaltó, destruyó 130 quemó y robó, solo que se decía entre ellos incautarse. Quién no tenía tu1 quién tenía poco poseyó más, quién vivía en choza se incautó de una buena < sa y todos sus enseres y vivió opulentamente; si los antiguos dueños habíai huido a tiempo, bien, sino se les daba el "paseo" y listo. La Iglesia, cor siempre, fue la primera despojada de adornos, santos, vestiduras, crucifijc bancos, altaresv copones y de todo cuanto en.la Casa del Señor, el mismo puebJ había ido dotando con devoción pidiendo al cielo favores, todo al fuego púi ficador, encendido con un ardor digne de mejor causa; tal como dijo uno que no aprovaba todo aquello por guardar en su corazón algo de la devoción no extinguida - esto es la reos... - eso mismo lo escuché yo decir a uno cuando años mas tarde, saliendo de misa, comentaba lo sucedido en aquellos tiempos expresión nada ortodoxa en labios que momentos antes rezaban con devoción; pero era la fe del carretero blasfemo que un santo había justificado absolviendo sus blasfemias si con ello lograba que la muía se levantara y avanza ra como era devido. ideario desbocado. Pero volviendo al pueblo y aquella época de fanatismo Como era un pueblo relativamente pequeño y todos se co- nocían, fue más incomprensible que pasara lo que pasó. Mi suegro Vicente Montea¿udo, guarda Eorestal con arma legalizada, se enfrentó sólo con su escopeta a casi todo el pueblo levantado con la idea de asaltar la Casa Cuartel de la Guardia Civil; gracias a él y su valentía, se libraron los guardias y sus familias de lo qué la do. turba les tenía reser Él sólo, con la escopeta armada, disuadió a todo aquél tropel de exalt. dos a que se retiraran y respetaran las vidas de los acogidos en la Casa Cuartel, pues a eso iban, .a despachurrarlos; gracias a B U intervención pudií ron ponerse a salvo los guardias con sus familias. Un episodio contado por él y confirmado años después pon algún anciano del pueblo al identificarme como su yerno. Por dos o tres veces más salvó con su intervención y labia de que alguíf fuera sacado del pueblo para saciar la furia que poseía en aquellos primeros tiempos de la guerra a la mayoría de la gente del pueblo. 131 Después se fueron calmando los ánimos, el que se había adueñado por la buenas de alguna casa, se aquietó en su disfrute: el que se permitió agenci se de algún huerto de los mejores vio colmada su ambición: quién se nombr jefe de lo que fuera amparado en su camisa roja, su carnet y su arma se apoltronó para disfrutar de lo conseguido: otro se nombró encargado de rae nar la miel, a tal fin se instaló en la casa más bien situada y que accide talmente era la más grande, mejor y que tenía un gran almacén con las panz das tinajas repletas de la dulce miel: claro que pensando con anticipación en eso, hizo que los dueños lo abandonaran todo y se largaran del pueblo s amenaza de tomar las medidas pertinentes, las tales medidas serían una esc» ta bien carga.da y un gorro rojo y negro que delataba al partido a qué pert< necia. Esa casa, partida actualmente por la mitad, mi nieto David la recoi dará pues en ella pasamos unas vacaciones en el pueblo, está detrás de la Iglesia. El pueblo era cosechador de miel y no faltaba, pero se cuidaron bien de intervenirla toda pues aquél sujeto mentado, se alzó como jefazo } fetr© mas de la revolución del pueblo para el pueblo. Podría citar nombres y apellidos, tanto de los que se largaron como de los que se quedaron para disfrutar de todo lo incautado, pero para qué, no vale la pena. Pasaos años de todo aquello, mi suegro, en sobremesa, me fue contando todo, sucesos, casos, cosas, y acciones de aquellos revueltos años, tenía ur. memoria excepcional y una gracia natural para contar que dejaba embobado a quién le escuchaba desgranar uno por uno todo lo sucedido por ^quél entonce Cuando esa guerra acabó y el pueblo fue liberado o quizá ocupado por la fuerzas nacionales, moros casi todas, los dueños de todo lo incautado se pr sentaron como vencedores vistiendo camisa azul con boina del mismo color y ejerciendo una revancha feroz sin ningún miramiento; para ellos, todos cuan tos se habían quedado en el pueblo durante la guerra civil, eran unos rojilios sin derecho a nada más que a ser encarcelados sino ajusticiados, no hicieron distinción de nada ni de nadie: muchos, sin culpa,fueron fusilados sin mas, no valia defenderse ni aportar pruebas de su no intervencián en lo 132 desmanes que asolaron al pueblo. Las denuncias, anónimas, eran suficientes para ser detenido y encarcelado, con suerte, pues los fusiles tronaron lugu bremente sobre deggraciados que no tuvieron la oportunidad de defenderse. Tal fue el caso de mi suegro, una denuncia anónima y a la cárcel; como Guarda Forestal con arma, igual a como lo había sido siempre, antes de la guerra y durante ella, pues el cargo no lo usurpó, puesto que dependía de 1 Diputación de Cuenca. Sin darle a conocer el motivo ni quién lo denunciaba fue preso y encarcelado. Afloraron de lo profundo de personalidades mezquinas todo lo que por años se estaba cociendo en envidias, en deseos de tener, aunque fuera con falsas delaci.anes lo que el prójimo poseía: el modo de comprar a bajo preci* cualquier propiedad era el denunciar y después aprovecharse de la indefensa mujer desamparada del denunciado, pues nadie le daba trabajo ni le fiaba; al fin, aburrida, vendía y se quedaba sin nada. Tal fue el caso de mi suegra, sin marido, ni sueldo ni modo de ganarlo, mal mirada y peor considerada por ser mujer de rojo detenido, y con numerosos hijos que mantener^ o vendía o se largaba del pueblo con lo puesto, na- da le estaba permitido llevarse, solo lo puesto y gracáas. sistió todo lo que pudo. Pero ella se re- No quería alejarse de su marido preso, pues siem- pre cabía la esperanza de poder verlo al permanecer en la Región. De los íuertos nada, si algo intentaba cultivar, se lo desvaataban arrancándolo 5 pisoteándolo, no era ni dueña de lo que tenía para subsistir. Que"* de penalidades no pasaría, tanto ella como sus hijos e hijas. Mien- tras, mi suegro, rodando de cárcel a cárcel, una semana allí y traslado, [uince dias aquí y/vuelta a trasladarlo y sin poder comunicarlo a la familia, ; stos, sin saber hada de él ni de su paradero, sólo rumores nunca confirma- os: parecía que querían castigar tanto al preso como a su familia. Viajes de mi suegra y mi mujer, entonces casi una niña, a Cuenca, sin oderlo ver ni intentar de aliviarlo con un pedazo de pan conseguido y guarado con apuros. Después Cañete; también al Penal de Ocaña. Imaginaros 133 aquellos tiempos de penuria sin coches, ni autobuses de linea, casi sin tr< nes y que si los había se necesitaba un salvoconducto para desplazarse,y SÍ negaban fríamente, mujer de rojo, jo... , entonces no quedaba mas recurso q\ recorrer las distancias a pie, kilómetro y kilómetros andando con alpargate o abarcas que uno mismo se hacía y recosía cuando se desgastaban, con apure para poder comer ni alojarse en ningún sitio; dos días ir y volver, a veces tres y también una semana de un sitio a otro sin poderlo var, llegando con los pies llagados, el estómago vacío y con un cansancio acumulado sobre une huesos doloridos, para encontarse vedada la entrada, o les decían que estaba incomunicado, o castigado, también que unas órdenes superiores no permitían acceder al interior del recinto, todo lo que queráis lo pasaron en una peregrinación desconsoladora. Un largo calvario sin fin ni utilidad para na die, solo venganza del vencedor sobre el débil vencido. Mi suegra, entretanto, espaciando los intentos de visitarlo, pues cada vez era mi suegro trasladado a más lejanos lugares j- y soportando por parte del pueblo o los vencedores, vejaciones, tanto ella como mi futura mujer, pues quienes lucían camisa azul, tanto hombres como mujeres, se aprovechaba de los familiares de pteses, ptíes eran considerados solamente como rojos ve: cidos. Un día los llamaban para fregar el Salón, mientras fregaban, ellos, vencedores, se paseaban adrede pisoteando lo fregado y abligaban a empezar de nuevo, una y otra vez, amenazándolas con pelarlas al cero si. no lo fregaban a conciencia, cosa que alguna vez hicieron, otro día las bacían formar 2n la plaza y las purgaban con aceite de ricino. Así hasta que tanto les hicieron la vida imposible que un día liaron el >etate y se vino toda la familia a Barcelona para vivir en casa de la tía 'ilar, en la calle Arenys, en donde, antes de la guerra ya había estado mi mjer para cuidar a la Remedios, entonces recién nacida y como la Pilar tra'ajaba en los Orfelinatos Rivas, cuidaba ella de la pequeña y se la tenía ue llevar cada dos o tres horas para que le diera de mamar. Hasta que es- alló la guerra y empezaron los bombardeos sobre Barcelona, entonces, por 134 temor a las bombas, se marchó al pueblo. Mientras, mi suegro, después de no se cuantos años de cárcel en cárcel, pasando hambres, miserias, sufrimientos, vejaciones y todo cuanto os podáis imaginar y estar siempre pendiente de una pena de muerte por una causa aun no sabida, pues siempre fue secreto de sumario. Un día, áo vio un oficial de cierta graduación de la Guardia Civil y lo reconoció como aquél Guarda F restal que enfrentándose a todo el revuelto pueblo los salvó a todos; se di a conocer preguntándole si no lo reconocía o si lo recordaba y le mentó su azaña nunca olvidada: preguntó por la causa de su encarcelamiento; después se cuidó de mirar su expediente, comprobando que no contenía mas que una de nuncia anónirna. y allí no constaba ningún crimen ni nada parecido: entonces lo avaló personalmente haciendo constar su pasada proeza y bajo su influencia fue excarcelado. Eso, sí, como se decía entonces, desterrado de su pue- blo, que allí no volviera por ninguna cauaa, que ni se acercara a el. Pien- so yo, no sería que tenían miedo que se topara con su denunciante y se lo hiciera pagar como era lo mas natural tras tantos años perdidos recorriendo miserablemente cárceles sin ninguna causa ni motivo. Menos mal que le permitieron elegir su futura residencia; como sabía qu« su mujer estaba aquí con toda la familia, eligió Barcelona y se vino como pudo para ésta ciudad. Así fue como los conocí, en la calle Arenys, al ir yo a pddir la mano le su hija, vuestra madre y abuela Vicenta: de eso hace ya cincuenta y oasi 3iete años: por cierto, en una entrevista, o visita por tal motivo y azarosa para mí, de dos largas horas de duración, tomando café con ellos y repi:iendo para alargar el momento crucial de declarar mi pretención, no supe íi pedir la mano ni tenía la mas mínima idea de como empezar ni como se lacia ni qué se podía decir para que mi petición ^aeta,bien recibida; menos tal que mis futuros suegros comprendieron mi cortedad y sin otorgármela, ues no la había pedido, no se opusieron a qué nos casáramos. Por aquél entonces vivíamos en la calle Roger de flor en el 254, princi- 135 pal primera, y. la hija de la portera, modista en ciernes, cuidó de confec cionarle a vuestra madre toda la ropa interior, con primorosos adornos de puntilla turbadora, de color rosa, mirad si me acuerdo a pesar de los años pasados. Siempre he pensado que lo que puedan esconder unas bragas han mov do mas imperios que la falsa e inconfesable política. Ella, mi mujer, sie pre dice que más pueden dos tetas que dos carretas. En esa escalera de aquellos tiempos, vivió por aquél entonces una arti ta de cine española muy famosa, la Lina Yegros, que había interpretado la lícula " La hermana San Sulpicio" en la nueva versión sonora; ya sé que pe saréis, y a mí qué, bueno, es un dato más para añadir a unas memorias que se están alargando demasiado. También hacer contar que una finca mas abajo en el número 252 de la misma calle, es en dónde mis padres tenían el horn de pan, Horno Nuria, quizá como redundancia del título que mostraba el cin ubicado en la misma finca; Cine Nuria; hoy día convertido en garaje, entre el cine y el horno, una bodega y la portería, dicha bodega, posteriormente la adquirió mi hermano Francisco al casarse. Recuerdo a la portera de esa finca, Angelina, la cual tenía un hijo de menos de veinte años calvo como una bola de billar, y la Angelina muy meliflua, untuosa , llamaba a mi mujer "Vicentetaaa, reynaaa",sé que hubiera deseado que ella fuera para su hijo el pelao, no creáis, a pesar de su falta total de palo se parecía a u: Yul Brummer de veinte años, era bastante agraciado de facciones^ pero algo pasmado, claro que yo llegé antes. casi tan guapa como ahora. casi de su madurez. Vuestra madre y abuela, de joven, era Sigamos con su niñez, puesto que lo contado es También pasa que poca cosa se puede contar de la infa cia de otra persona, que es tan personal que solo la misma podría explicar la. Sólo que sabía montar a caballo, como en 41 lejano Oeste, pero en vez de caballo poned muía y en vez de silla enjaezada, una albarda para transportar alfalfa, grano, fruta o lo que fuera desde el huerto al pueblo, que una vez y en compañía de la Florencia, ambas montadas en sendas caballería 136 muías o borricos, al ver una manada de pacíficas vacas, las tomaron por toros bravos y escaparon a escape, perdiéndose entre cañaverales y sin saber volver al pueblo, creían ambas que los toros con ubres las perseguían. No se perdieron porque con m^y buena razón pensaron que áas caballerías sabrían volver al pueblo y las ;degaron caminar a su aire.o instinto. También que en el pueblo hubo pretendientes a granel, o de marca, no sé pero alguno conocí pasados los años y que queréis, ella siempre ha dicho qu no los aceptó nunca y se lo perdió, pues estaría viuda desde hace años y no como ahora soportando un marido inútil y atontado. Gages de la vida. También he de contaros que un abuelo, o bisabuelo, suyo, fue conocido como el artillero: era según me explica mi suegro, pequeño, pero de una fue za fuera de lo común y lanzaba con tal robusto brazo el eje de las ruedas de los carros, pues ese pesado hierro se usaba para organizar competiciones de lanzamiento entre los mozos y por las fiestas del pueblo; siempre supera ba el lanzamiento de los otros mozos en varios metros, en los bolos solía lanzar la maciza bola con una furia tal que quedaban astillados los palos puestos como objetos abatibles de una certera punteria. también me contó como era capaz de cargar sobre sus espaltas a una caballería y pasearse con ella en los hombros durante bastantes metros de distancia, cosa que intenta ban los otros sin llegar siquiera a moverla. En aquellos tiempos, a los que no daban la talla requerida al ser llama ios a filas, o los licenciaban sin llegar a incorporarse o si la sobrepasaJan aun que fuera por un centímetro, eran destinados al cuerpo de artillerí; mes para manejar un cañón no hace falta ser alto y a mas ni siquiera iban i pié marcando el paso sino montados encima del armón que sustentaba \$ tra: adaba la pieza artillera. Este bisabuelo no sé si llegó a servir por- su talla •equeña, pero eso no lo libró de que le pusieran el mote o alias del artillí o; así, toda la familia pasó a conocerse como los artilleros, mi suegro y odos sus hijos eran de los artilleros y mi mujer asimismo es artillera. Si alguna vez se os ocurre ir a Valdemoro, de seguro que enseguida os 137 preguntaran, tú de quién eres, no quién eres, sino de quién eres, si decís vuestro nombre o apellido no sabrán, o alcanzarán a situaros, tenéis que decir, por parte de madre, o abuela, soy de los artilleros y enseguida sabrán quienes sois. Mis suegros murieron rfeiativamente jóvenes, pues las penurias pasadas marcan sus surcos con más intensidad que la edad. en vida no tuvieron. Descansen en la paz que Pero como todo ese capítulo pretendía ser de unos re- cuerdos de la niñez de mi mujer, poco más puedo explicar; conste aquí todo lo contado por la parte de la saga de los Monteagudos Talaveras. GUNA COSA MÁS QUISIERA AÑADIR. En Valencia vive uno de nuestros sobrinos? sus Monteagudo-, hombre ááto, fuerte y simpaticote el cual, queriendo igualar su bisabuelo, en su juventud levantó a un borrico de los mas grandes y lo pa 0 bastantes metros por el puebio; así ganó la apuesta pero quedó "torozao" QO dice él> por el resto de su vida; tiene que usar riñonera y sentarde con 1 almohada que le aguante la espalda, pero aun y así ha trabajado toda su vien oficios en los cuales su fuerza muscular le ha valido ser muy bien consiada. Posee una Hermosa voz de tenor, potente, que nos ha deleitado cuando nos heencontrado en Valdemoro. Por cierto, en éste pueblo de la Sierra mas de , cantando gotas, me ha asombrado con unos agudos sostenidos que me han 3to la carne de gallina, también trozos de zarzuela, opera no, no han llegai tanto. TSdo eso teniendo como escenario un bar estilo ventorro como si eséramos en época de Don Quijote, con sus panzudas tinajas hasta el techo lie de vino de la tierra y unas cervezas refrescadas en las profundidades de un de aguas fresquísimas. El dueño de éste típico bar-venta, ya retirado y apodado"Lucumba", me dijo. Mieusté, esas tinajas ya no se hacen, su valor tendrán, digo yo, da lastiL tirarlas, pero mieusté, antes las rompo que tirarlas ndk darlas. Verda' :i. Usté que diría, verdá que tengo la razón. " 138 EPÍLOGO Y vivieron felices comiendo perdices. Muchas cosas más podría contar de aquellos tiempos de mi niñez, tiempos pasados. Por ejemplo de cuando invadían las calles y plazas de Gracia, de paso hacia la cuidad, rebaños transhumantes de ovejas y corderos para ser vendidos cuando se aproximaban los dias de la segunda Pascua, que como es sabido se acostumbra a comer coi dero. La gente los compraba pequeños y vivos, los engordaba y los sacrifi- caba sin espavientos como la cosa mas natural del mundo. Dadle ahora a cua quier ama de casa un cordero para matarlo y veréis la que se arma. También se sacrificaba en casa a los conejos, pollos y gallinas, sin contar las palomas criadas por cada quién en palomares puestos en los térra dos, el domimgo ya se sabía, arroz a la cazuela con paloma y con pollo cri do an casa. Y los entierros, el muerto velado en casa toda la noche rodeado de fami liares y vecinos, que entraban y salían del dormitorio en dónde reposaba so bre la cama, con los espejos cubiertos y ventanas tapadas con crespones negros, en el comedor todas las sillas disponibles rodeando la mesa y encima de esa, café, licores, tazas y copas, también galetas o pastas, y allí en un fúnebre silencio se comía y bebía, eso al pricipio de la noche, después, sea por lo bebido o por lo insorportable del silencio sólo roto por los lio eos de las mujeres, la gente se empezada a soltar explicando al principio :osas relacionadas con los velatorios, pero siempre saltaba algo gracioso ) chusco y ^eaesfedfek explicando chistes y riendo; recuerdo al tío Estebet, ra mentado, que era un ás contando y haciendo reir. Al día siguiente el ¡ntierro con un largo cortejo desfilando por las calles hasta la parroquia tara los oficios religiosos, en ese cortejo yó es en dónde he escuchado los :histes mas buenos y picantes jamas; contados. Y cuando había un enfermo, el cura llevando el Viático bajo una sombril ostenida por un monaguillo y otro haciendo sonar la campanilla para que to os los viandantes se arrodillaran e hicieran la señal de la cruz, incluso 139 los coches, pocos en aquél entonces, y los tranvías, paraban a su paso.. También las Caramellas, no se bien si por Pascua Florida o antes de en pezar la Cuaresma, como sea, dichas Caramellas, formadas por coros de cant res recorrían todo el barrio cantando ante las casas y llevaban un gran ce to adornado al final de un largo palo para llegar a los balcones, pues des pues de cantar eran obsequiados con vituallas o dinero que los vecinos depositaban en el cesto. Creo recordar que era un día antes del jueves lard ro; esos obsequios recogidos les servían para salir a la montaña y celebra una comida de hermandad de todas las "collas". Nosotros, los crios, después de su paso, nos juntábamos y hacíamos nue tras propias Caramellas, cantando y pidiendo como ellos, algo siempre nos caía. Creo recordar parte de lo cantado por nosotros. " Serra la vella que's caga a la escudella - Serra al vell que 's caga en u plat vell - Jove, jove tría ous - que demá será dijous - Ous y butifarra la vella está enfadada - Ous y vi, el vell es vá morí -. 0 también - la se rra está embusada - ous y vi, la serra no vol seguí-. Aquí algo que no recuerdo y seguía - pasa una rana vestida de sargantana - pasa un pardal, ve tit de general - pasa una monja, li tira una taronga - pasa un capellá, li tira un tros de pa y pasa un escolanet, li tira un ganivet - pasa 1 éscombriaira, li tira el carro enlaira. L'os bautizos eran otra cosa y nos ofrecían la ocasión de juntar bastan te calderilla; nos apostábamos en la puerta de la Iglesia y en cuando salía con el bautizado cantábamos. Tireu confits, que son pudrits - tieeu aveilanas, que son torradas - si no en voleu tirar - el nen es morirá. Caía una lluvia de monedas lanzadas por los padrea'sy padrinos que nos apresurábamos a recoger y entonces, en vista de su generosidad, les desean tábamos lo anterior con; otra tonada de alabanzas deseando larga vida, per de esa otra no me acuerdo. Pero no siga, todo son pequeneces y costumbres de la época y tiempos de callejear, pues en la calle es en dónde se cocía todo lo que después solía hacerse. Lo que si es justo consignar pepasando J. 40 que siendo cierto todo lo escrito, me ha parecido que sólo cuento lo favorable, constan los manporros dados y repartidos por mí, o peleas en las cuales siempre salí vencedor y aun siendo la verdad también a veces quedé vencido y con las narices hinchadas; también muchas veces hice el ridículc mas espantoso; metí la pata con mucha frecuencia; confieso que no siempre me las he sabido todas; mis notas colegiales demasiadas veces no fueron de recibo, mi padre me soltó algún que otro sopapo por ello; fui castigado er los colegios y me vi de rodillas, cara a la pared con los brazos alzados; me sacudieron muchas veces a mas y mejor; que no brillé especialmente por mi limpieza, que a mi madre la hice enfadar demasiadas veces, fui un zoque te en mis estudios; la lección me sabía muy mal el estudiármela y al día siguiente balbuceaba como un tonto. En fin, resumiendo: un gandul algo deslenguado, perezoso, marrano, descuidado, haciendo cosas que no debía y unas cuantas casi olvidadas. Eso sí, embustero poco, claro que todo el mundo tiene a gala el no serlo; pero sigoj fantasioso mucho y enredador bastante, o sea, una joya, un cristal pasando por ser diamante. 0 como dice mi mujer - mas cuentista que Calleja - aunque seguramente ella no sabe quién fue el tal Calleja. Si vosotros tampoco no lo sabéis, preguntádmelo y os lo explicaré. Así que •qu^ár^¿ÍÜM?qr-i» me confieso de todo esto y más y al llegar aquí, digo como dijo aquél, no se quién, apaga y vamonos: fin de todo eso. Í N D I C E PAG. 2 LARGO Y PESADO PREFACIO 17 LA RULETA DE LA FORTUNA 29 RECUERDOS DE UN COLEGIO 40 LA BICICLETA 67 LOS HERMANOS Y PARALELO 34 y 35 74 LARGO VERANO DEL 36 90 TRES LARGOS AÑOS 112 OCUPACIÓN O LIBERACIÓN 128 LA SAGA DE LOS MONTEAGUDOS TALAV: ,138 EPILOGO