Revista de Antropología Experimental número 4, 2004.

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Revista de Antropología Experimental
número 4, 2004.
Universidad de Jaén (España)
www.ujaen.es/huesped/rae
ISSN: 1578-4282
ISSN (cd-rom): 1695-9884
Deposito legal: J-154-2003
LAS NUEVAS IDENTIDADES DE GÉNERO
EN EL MARCO DEL SIGLO XXI:
DEL CYBORG A LAS IDENTIDADES QUEER
Almudena García Manso
Pilar Moreno Díaz
Jesús Sanchez Allende
(Universidad Alfonso X El Sabio, España)
agarcman@uax.es
Resumen: La teoría de género feminista, tras el advenimiento de la Sociedad de la Información y la consecuente
germinación de espacios sociales en la Red Internet (Cibersociedad), así como la incidencia de los avances en la
medicina quirúrgica, biotecnología y genética, han supuesto un fuerte cambio en la composición, gestación,
conformación y demostración de nuevas identidades de género. Todo ello desde la premisa de los denominados
post-feminismo, más concretamente el Ciberfeminismo de los años noventa y actualmente en las teorías Queer.
Un cambio y giro que se orienta hacia el derrocamiento del tradicional dualismo de género
masculino/femenino, primeramente considerado tal derrumbe dual.
Palabras clave: Cyborg, Ciberfeminismo, Internet, Teoría Queer, Géeros, Cuerpos, Sexualdades, Identidad.
Abstract: The Gender theory in the 21st century changes and is regenerated due to the processes of change
happened in the Informational Society and the social incident of the New Technologies, as well as the incidents
of the scientific advances in the medicine, biotechnology and genetic, have supposed a strong change in the
composition of new gender identities. All it since the premise of them called post-feminism, more concretely the
Ciberfemins, mythical image of the Cyborg and Queers Theory. A change that announces the failure of the
male/female binarism and the triumph of the hybridization, the plural genders and the other options of gender
identity.
Keywords: Cyborg, Ciberfeminism, Internet, Queer Theory, Genders, Bodies, Sexualities, Identities of gender.
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I.
En la realidad caleidoscópica de la sociedad emergente en el espacio social de la Red, la
cibersociedad, se encuentran todas las estéticas feministas postmodernas que desarrollan una línea de
pensamiento sociológico novedoso. Una mitad de estas corrientes teóricas feministas inician el
enfrentamiento crítico con la autoridad del discurso androcéntrico hegemónico. Todo ello no es más
que la construcción, deslegitimación, des-potencialización y trasgresión de los márgenes del
mainstream de la modernidad occidental. Estos feminismos han supuesto ser desde un principio un
giro políticamente activista y socialmente reivindicativo que se desplaza hacia lo otro, lo diverso, lo
diferente, incluyendo tanto lo otro sexual y cultural como al otro étnico y racial, permeable a los
diferentes análisis elaborados en los contextos de los denominados Gender Studies, entre los que se
hayan el ciberfeminismo y la teoría y/o estudios Queer. Es a raíz de la existencia de estos estudios
desde donde se abordan determinados temas considerados hasta entonces conflictivos y tabú. Temas
tales como el cuerpo y la sexualidad.
Erradicando topes, el cuerpo se convierte en un discurso que se pone en acción, un elemento de
choque y protesta. Un planteamiento que aborda determinados aspectos íntimamente relacionados
con las estéticas feministas desde las siguientes posiciones o perspectivas, la primera de estas
perspectivas pretende establecer una diferencia entre los dos tipos básicos de feminismo que entran en
escena y que, frecuentemente, se consolidan entre sí, el feminismo esencialista de la identidad de los
años sesenta y primera mitad de los ochenta del siglo XX, y el feminismo de la diferencia de los años
noventa y segunda mitad de los ochenta, como segundas posturas se contemplan los postulados del
ciberfeminismo y los postulados de la teoría y estudios Queer, a modo de bastiones de lo trasgresor, lo
limítrofe, lo fronterizo, de la negación de lo genérico dual y binario.
Los estudios de género inician sus investigaciones y desarrollos teóricos sobre los años setenta,
conformándose como una de las múltiples ramas de investigación de los llamados Cultural Studies.
Estudios caracterizados por su peculiar enfoque enteramente interpretativo y la presentación
narrativa de las cuestiones ligadas a la cultura popular y a la cultura mediática o “de temas vinculados
con la identidad religiosa, nacional, política, étnica o sexual” (Jameson, 1996: 120).
Estudios desarrollados en un escenario heterogéneo, con un común parentesco, de mayor o menor
grado con las teorías postmodernas “desde Freud, Lacan y Althusser hasta Barthes, Foucault, Derrida,
Nietzsche, Heidegger o Wittgestein” (Escudero, 2001:246).Las tramas teóricas de las que se alimentan
indican cómo en los estudios de género “se pueden establecer una serie de afinidades electivas entre el
feminismo y el postmodernismo” (Benhabid, 1995:18).
Ante el más que evidente sesgo patriarcal de la historia y la historiografía tradicional, la datación
de las desigualdades y diferencias en función de dualismos, considerados como ontológicos, que
“conciben a los hombres como agentes activos, racionales y civilizados, y a las mujeres como
elementos reactivos, irracionales y naturales” (Amorós, 1994:6-21), las teorías feministas coinciden en
“la necesidad de poner fin a la dominación masculina y de abrir simultáneamente espacios
discursivos de redefinición de la identidad de las mujeres” (Butler, 2001).
Aún a pesar de la diversidad de estas teorías sociales de género, se puede apreciar una constante:
el esfuerzo histórico, individual y colectivo para replantear la condición de las mujeres en oposición
directa a las normas patriarcales vigentes, es precisamente la polifonía del movimiento feminista la
expresión más nítida de su vitalidad y de su capacidad de adaptación a diferentes culturas y épocas.
(Osborne, 1993: 165), aun así el movimiento seguía vivo, una vitalidad más que demostrada en sus
programas centrados en la defensa a ultranza de los derechos de la mujer, donde nuevamente
reafirman la condición, más que innegable, de las mujeres como seres humanos y no como meros
objetos.
Dos de las ramas del movimiento feminista a tener en cuenta en el caminar hacia la nueva visión
rompedora del género dada por los postfeminismos, el ciberfeminismo, la imagen o idea política del
Cyborg y las teorías Queer, que han tenido mucho que ver con el paso de la inmanencia a la
trascendencia femenina son, por un lado el feminismo esencialista de los años setenta “Judy Chicago,
Miram Shapiro y los colectivos Women Artist in Revolution/1969 y Feminist Art Workers/1973” (Ver:
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Rickey, 1994) y el feminismo de la diferencia de los años ochenta y siguientes, cuyas máximas
exponentes son Mary Nelly, Shophie Calle o Annete Messager.
El feminismo esencialista proclama tanto la diferencia radical de las mujeres frente a los hombres,
así como la superioridad moral de la feminidad como una forma de vida. Invocando una feminidad
pura y original, no manchada ni contaminada por el orden de lo masculino. Uno de sus máximos
lemas aboga por la imperiosa necesidad de un poder femenino que anule las diferencias originadas
por la subyugación del sistema patriarcal: “¿Por qué no disfrutar de nosotras mismas? Podemos
arreglárnoslas sin modelos, normas o ejemplos. No nos demos órdenes, mandatos o prohibiciones.
Que nunca nos establezcamos leyes, ni moralicemos ni hagamos la guerra” (Irrigaray, 1982: 212). Una
firme proclama a la libertad y la liberación de la mujer, donde los elementos prototípicamente
femeninos pretenden ser erradicados hacia una extinción de la diferencia entre los prototipos
masculino/femenino, marcando desde un principio en que consisten las diferencias esenciales entre
ambos “la respuesta es tajante: en el cuerpo, en el sexo” (Escudero, 2001: 248) el cuerpo partiendo de
estas premisas pasa a conformarse como la experiencia primordial del cuerpo femenino, es en este
sentido cuando se rescata la experiencia personal de la mujer en un intento de reapropiarse de forma
crítica y positivamente de la sensibilidad femenina, reconstruyendo por ello su identidad a partir de
su especificidad biológica y cultural “el sexo femenino se propone desde la concavidad del útero, la
vulva” (Jones, 1996: 125).
El “cunt-art” (Jones,1996) proporciono un nuevo trasfondo al sexo femenino, donde efectuaba un
cambio de la inactividad y pasividad sexual a una actividad sexual fructífera y libre, un sexo tan
activo que hace referencia a las maquinas deseantes descritas por Deleuze y Guattari, máquinas que
no se conforman con ser sujeto pasivo del deseo masculino, sino que pretenden romper las barreras
heteronormales del deseo como elemento de la cadena de la norma heterosexual, donde la mujer se
haya en una posición de subordinación respecto a su deseo, un deseo secundario que es eclipsado y
sometido por el deseo masculino, reconocido como el dominante y el dominador.
La recuperación y rehabilitación de la sexualidad y experiencia sexual de las mujeres se torna en
las dos últimas décadas del siglo XX en una de las piedras angulares, útil en la asimilación de las
orientaciones sexuales, dejando paso a la noción de “continuo lesbiano” (Escudero, 2001) que abre
paso a la hora de expresar el doble movimiento de resistencia a las acciones consecuentes de la
heterosexualidad normativa y obligatoria como lo aceptado y normal, mostrando aires de solidaridad
interfemenina frente al patriarcado (Rich, 1980).
Se hace constante un vínculo lesbiano, donde el componente sexual pasa a un segundo plano, una
perspectiva la del lesbiano, que muestra una separación consciente y radical entre mujeres y hombres
como fuente de su opresión, vínculo que bebe de las fuentes del discurso y de la practica de la
liberación. “Las protagonistas indiscutibles son las mujeres, reales o imaginarias, de todos los lugares
y de todos los tiempos, que al unísono alzan sus voces contra el monopolio del poder masculino;
mujeres que buscan sus raíces históricas, mujeres que bucean en sus deseos, mujeres que anhelan
trasmitir sus experiencias, mujeres que necesitan recuperar su cuerpo, mujeres que ya no se
conforman con una existencia en simulacro” (Escudero, 2001: 249) Un feminismo criticado por ser
excesivamente idílico e ingenuo, que no considera el sexo anatómico como construcción sociocultural,
proponiendo la reconstrucción de la sociedad en los valores femeninos, sosteniendo el innegable
atractivo y vinculación con los movimientos de corte más social y ecológico, algo mucho más
espiritual.
Mientras tanto el feminismo de la diferencia sexual postula como esencia las diferencias sexuales
como lo único irreductible del ser humano. Una diferencia que no se remite tanto a la antítesis de
mujeres y hombres, sino a una diferencia y alteridad como espacio genuinamente femeninos.
Feminismos entre los que se dejan entrever el feminismo inherente al postestructuralismo, el cual no
opera desde los esquemas dicotómicos de masculino/femenino, hombre/mujer, Público/privado,
dominador/dominado, sino que sus objetivos se ahondan en los intentos por desmontar los roles
estereotipados de masculinidad y feminidad (ver Owens, 1985: 93-124).
La diferencia biológica se muestra desde el feminismo de la diferencia en algo insuficiente, puesto
que no sopesa la compleja cuestión de los procesos de construcción y legitimación del poder
masculino, es por ello por lo que se nutren de la teoría de poder de Foucault, de la teoría psicoanalista
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de Lacan y de las aportaciones de Judith Butler, con el fin de ir desplazando la reivindicación sexual
por la reflexión sobre la cuestión de género. Permitiendo la problematización de las nociones de
naturaleza, cuerpo y sexo, puesto que estas nociones clarifican la vuelta o retorno a determinadas
experiencias que rara vez son inmediatamente accesibles, nociones que al igual que la de raza se
constituyen en formaciones propias del imaginario que produce la realidad, y que se instauran en la
sociedad y en los sujetos por su correspondiente significado cultural.
La problemática del feminismo de la diferencia sexual radica en el acrítico uso que de dichas
categorías se hace, puesto que estas no quedan sometidas a una revisión genealógica que ponga al
descubierto su procedencia histórico-cultural. La noción de sexo, tal y como señala Foucault, agrupa
en “una unidad artificial elementos anatómicos, funciones biológicas, conductas, sensaciones,
placeres, y permitió el funcionamiento como principio causal de esa misma unidad ficticia” (Foucault,
1992:187).
Una nueva percepción del sexo que abre un paréntesis al planteamiento real de lo que se entiende
por sexo, y su origen natural, anatómico, cromo somático u hormonal, lo cual permite a Judith Butler
afirmar que tanto el género como el sexo carecen de un significado unívoco en tanto que ambos son
fenómenos culturales, al igual que la raza, la clase social, la edad o la religión. (ver Butler, 2001). Por lo
tanto el sexo queda desprovisto de cualquier valor ontológico y prediscursivo: “No hay identidad más
allá de las expresiones de género. Esa identidad se construye performativamente” (Butler, 2001: 3). En
este contexto, Donna Haraway procede a dar un salto más allá en el preciso instante de su intento por
subvertir las tradicionales categorías de naturaleza o sexo, ayudándose para ello de la imagen del
Cyborg: “El cyborg nos ayuda a problematizar la estabilidad de las definiciones de los significados de
mujer, hombre, animal, máquina o naturaleza” (Haraway, 1995:279).
II.
En el mundo gestado por los discursos dominantes, en el preciso instante en el que irrumpe la
tecnología como el balaustre de la sociedad contemporánea, ésta se torna en el elemento por ende antihumano, des-humanizador, aquel que deroga el poder del sujeto por el poder mecánico, el sustituto
del hombre estaba llegando, y su advenimiento era un acierto para el derrumbe de los discursos
dominantes, marcados por una férrea idea de naturalizar el cuerpo, postrándose en lo esencial que lo
femenino supone. El punto de atención no radica en lo que dichas prácticas de representación han
supuesto en la delimitación de las fronteras, claras e inequívocas, sobre lo que constituye la mujer, la
feminidad o lo femenino y con ello el género.
Por el contrario, lo que se intenta mostrar es una serie de piezas visuales que sirven como pretexto
para hacer implosionar la imagen perturbadora de lo femenino, exponiendo lo ambiguo, lo
indescifrable, aquello que sin poderse todo-contener despierta insospechadas pasiones, apelando a los
más recónditos e in apalabrables deseos.
Dentro de esas imágenes aparece la imagen/figura del Cyborg (Haraway, 1995), un organismo
cibernético, hibridación humano-máquina, cuyas fronteras son sumamente ambiguas, así como sus
formas de representación arrojan inquietantes preguntas con respecto cómo se contituyen las
fronteras: ¿Dónde termina la máquina y comienza lo humano?
Cuerpos que han sido convertidos en la hibridación que supone la fusión del cuerpo y la máquina,
convertidos o invertidos en algo lejano a un cuerpo original: “Este es el caso de Motoso Kusunagi,
personaje en Ghost In The Shell, su cuerpo ha sido convertido casi totalmente en un robot, solo una
sección de su cerebro, pertenece a su cuerpo original. Ghost IN The Shell se basa en un manga (comic)
del popular artista Masamuse Shirow […] combina gráficas computarizadas avanzadas con animación
tradicional” (Figueroa, 1999: 27).
La fuerte hibridación consecuente de estas representaciones de lo Cyborg ahondan en lo supuesto
binario que posee el género, dejando al descubierto una confusión entre las barreras de lo
comprendido como femenino y lo comprendido como masculino, confusiones acompañadas por las
practicas de representación que se acercan a las posibilidades que el imaginario cyborg detenta a la
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hora de conformar una nueva identidad de género: lo postgenérico que traspasa dichas barreras
confundiéndolas.
La imagen o imaginario Cyborg dirige su mirada en un primer momento hacia los mecanismos
que producen la feminidad como mascarada, como código programable, como acto performativo, a
consecuencia de ello la imagen Cyborg se constituye en una línea de discusión que no erradica el
género, sino que lo sitúa en un artificio discursivo.
La tecnología y la mujer vienen ocupando el lugar del “otro” en el discurso masculino, un lugar de
lo aquello que es considerado como algo “que debe mantenerse bajo control” (Figueroa, 1999:27), pero
que a la vez se torna en el lugar de aquello que es temido por la imposibilidad del ejercicio absoluto de
ese mismo control. “Se les niega la agencia (la capacidad de forma autónoma) y sin embargo, se teme
esta agencia y la consecuente posibilidad de que el hombre quede relegado a un apéndice periferial y
prescindible” el poder que puede proporcionar la tecnología, más concretamente las TICs e Internet,
se va conformando en una arma de acción política y acción reivindicativa para las nuevas olas del
feminismo, el ciberfeminismo y lo manifestado por Plant en su obra Ceros + Unos: La mujer + la nueva
tecnocultura (Plant,1997) asumen este nuevo reto de tomar como propias las tecnologías para intentar
reconstruir una realidad genérica desde la hibridación que produce la imagen Cyborg como lo
genérico en el ciberespacio y en las nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones.
El temor que funda la conexión entre la máquina y la mujer, lo creado o lo posible recreado, está
basado en el miedo a la perdida del control por parte del poder masculino para con el femenino, la
búsqueda de la hegemonía genérica queda marcada en un sinfín de metáforas de lo que supondría la
creación artificial de la mujer por parte del hombre (ver Pedraza: 1998) La relación humano-máquina y
la posibilidad que lo creado artificialmente funcione regido por sus propios deseos y preferencias,
haciendo caso omiso de las normas y mandatos impuestos por su creador, genera un temor: la pérdida
de control sobre lo creado.
Temor que se traduce por el miedo al poder del sujeto híbrido no infundado, si se tiene en cuenta
que el Cyborg no posee origen edípico, ni conflicto edípico que superar, genera un miedo de
desvinculación con el supuesto genérico de diferencia del psicoanálisis, así como introduce a un
nuevo conflicto que solventar: “su inserción en el cruce del capital-estado, históricamente también ha
sido conflictiva. El cuerpo orgánico del trabajador/a resulta necesario y al mismo tiempo representa
un obstáculo dentro del proceso productivo y de gobierno de las sociedades. Por ejemplo los cuerpos
que se resisten a ser secuestrados sobre sus actividades sexuales o se fatigan y accidentan en el
escenario del trabajo, parecen ser un problema para la gestión del capital y la administración de lo
social” (Figueroa, 1999:27). Es desde estos miedos y temores cómo el cuerpo se erige como un
elemento de carga desde la sociedad binaria, marca el trabajo, marca la sexualidad, marca la posición
del sujeto en el marco del sistema de género, se torna en una carga más que en una condición propia
del sujeto, un elemento secundario identificado por lo material inmanejable, lo que no cambia por ser
natural, lo biológico del sujeto, lo perecedero o, siguiendo el dualismo cartesiano, lo secundario del
sujeto sobre el que primará el conocimiento, el alma, lo racional frente lo natural que ha marcado la
posición de los sujetos en las relaciones sociales y cómo no en las relaciones de sexo y género.
El cuerpo del Cyborg es el cuerpo del ciberfeminismo, un cuerpo híbrido y monstruoso, y como tal
constituye un espacio semántico temible y seductor. Lo monstruoso como toda figura híbrida tiene un
aura de atracción, por el hecho de ser monstruoso está atravesado de violencia en tanto que
desestabiliza el cerco semántico, las fronteras del significante que permite la discriminación adentroafuera, masculino-femenino, normal-anormal, “una practica representacional que anida lo femenino
con lo monstruoso” (Crescent, 1974: 72). Si lo monstruoso esta del lado de la seducción, la perversión
y la violencia, se ve preciso efectuar un puente que una a dichos significantes para que reviertan en
una práctica política y asertiva de lo femenino. Un ejemplo claro de cómo efectuar dicha conexión se
materializa en el movimiento ciberfeminista, más concretamente por el grupo ciberfeminista Guerrilla
Girls, en cuanto a que estas net artistas hacen uso de la Red para subvertir la identidad tradicional de
lo femenino a través de sus trabajos de arte en la Red, en los que hacen uso de determinadas
estrategias, entre las que se encuentran en primer lugar el uso de la parodia a modo de práctica
política, que juega con las formas de representación para facilitar una imagen de las mujeres de
formas más afirmativas, como segunda estrategia hacen uso de las máscaras con el fin de mantener la
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atención sobre los asuntos que están planteando en sus creaciones y no en sus personalidades, y la
tercera estrategia que utilizan muestra cómo estas net artistas generan una serie de practicas con tintes
violentos, como respuesta a la hostilidad del tejido social, y que a su vez generan una fuerza
productiva en la construcción de discursos alternativos, que imperan en los distintos escenarios
sociales.
El cuerpo en la Red, el cuerpo tratado por y desde el ciberfeminismo, el cuerpo y la corporalidad
actual de las teorías Queer, es el cuerpo que se habla en términos de encarnaciones o embodiment (ver
Braidotti,12/02/03), un término que hace sugerencia a la existencia de múltiples cuerpos o múltiples
posiciones encarnadas. Los sujetos y los cuerpos en el complejo societario de la Red se tornan en,
sujetos situados como sujetos capaces de ejecutar múltiples interacciones, diferentes en diferentes
contextos y tiempos, paradojas de sujeto y de cuerpo que permiten engullir lo viejo, con el fin de
acceder a otras y múltiples opciones cargadas de nuevas intensidades:
“Utilizando técnicas analógicas y digitales, la artista Jane Prophet, elabora las formas
de alteración del cuerpo por la hibridación humano-máquina. Es una reflexión sobre
la inestabilidad de las fronteras corporales. Esta desestabilización cuestiona los
entendidos que conforman estas fronteras como son asumidas por el sentido común,
el canon estético de la apariencia corporal, el presupuesto de 100% naturaleza del
cuerpo todo-autocontenido…etc. Un corazón híbrido, cuyo único sustento es un
artificio que pone de manifiesto la imposibilidad metafísica” (Figueroa, 1999: 29).
El cuerpo, una de las marcas más significativas del sujeto sexual y genérico, se muestra como
elemento de conformación de la identidad de género y sexo, el arma de la Biopolítica de Foucault, lo
que se ha debido de normalizar para que la sociedad se hetero-regule (ver Preciado, 2002), pero se
puede desligar de su posición natural, incluyendo al cuerpo femenino, el cual se ha considerado como
el más natural de todos, mostrando la línea de evolución hacia el cuerpo de la imagen Cyborg:“El
cuerpo femenino ha sido tradicionalmente uno de los temas más debatidos en el discurso biomédico.
Fundamentalmente esto se ha debido a la vinculación de éste con las funciones reproductivas. El
cuerpo femenino ha sido visto como objeto natural, desligado de las relaciones sociales que lo
construyen como objeto clínico, menstrual, maternal, ginecológico, obstrético, uterino y últimamente
mutante y encubador de mutantes. La tradición feminista señala que el objeto de la ciencia y la
tecnología es dominar el cuerpo femenino para mantener el control patriarcal sobre la esfera
reproductiva a través del control de la sexualidad femenina” (Figueroa, 1994:189).
La premisa a considerar entre el cuerpo, lo femenino/mujer y la tecnología inicialmente parte de la
idea de que la tecnología ha de ser asumida a modo de espacio de enunciación, pudiendo negociar sus
intereses fragmentados y heterogéneos derivados de diversas relaciones sociales. Los elementos que
poseen una fuerte relación con la construcción de género están inherentemente conexos a los debates y
proyectos tecnológicos, anunciando la imposibilidad de separar las relaciones de género, diseñadas y
expresadas en el diseño tecnológico, de las estructuras más amplias, las cuales las mantienen y
sostienen.
Gran parte de los análisis feministas de ultima ola (años 80 y 90 del siglo XX), han volcado todos
sus esfuerzos en demostrar como: “las formas en las que el pensamiento patriarcal está impregnado en
el discurso científico y tecnológico a través de las formas de estructuración lingüística de los saberes
de las distintas áreas. En un segundo momento, los discursos feministas se trasforman al concluir que
no basta con el reclamo de igualdad de participación en aquellas áreas que tradicionalmente están
asociadas a los hombres si no se reestructuran los saberes que las edifican” (Figueroa, 1994:209).
La discusión fundada por estos feminismos, se posiciona desde un punto de vista que aboga por
cómo los diseños tecnológicos se van conformando en productos culturales, tecnociencia que
constituyen un escenario donde los supuestos tradicionales de la construcción del género masculino y
femenino, son reconstruidos y reescritos a la vez que son desestabilizados.
La mayor parte de las respuestas feministas actuales respecto el encuadre tecnológico tienen como
premisa común el supuesto esencialista de lo que constituye ser mujer. Desdeñando la idea de lo
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constituyente natural del ser mujer, e irrumpiendo con la idea del cuerpo posthumano y
postmoderno.
Estos análisis feministas-tecnológicos se concentraron en un principio en el impacto que la
tecnología supuso para dos áreas diferenciales: El trabajo, ya sea este doméstico o
remunerado/asalariado, y los efectos de la tecnología en las funciones reproductivas y formas de
sexualidad.
La asunción de la discusión contemporánea del diseño de alta tecnología, y sus formas de
comunicación social, conducen de forma directa al desarrollo de la línea de pensamiento
ciberfeminista: Las formas en las que se puede desestabilizar el género binario, labor efectuada desde
la centralidad de las metáforas sexuales en el diseño de las Tecnologías de la Información y las
Comunicaciones, más concretamente Internet
Las TICs y su acogimiento por las teorías feministas conllevan a una serie de trasformaciones
significativas de las teorías tradicionales: el supuesto de la externalidad de la dominación con respecto
a la resistencia, la polaridad de la dominación por un lado y subordinación por el otro, en el marco del
sistema dual patriarcal, derivándose de todo ello la limitación de la tecnología como vehículo de la
dominacion de los cuerpos femeninos, reconsiderando los artefactos tecnológicos como espacios
donde se fragua conjuntamente la espiral dominación-resistencia. Un acogimiento teórico que no
demostraba a unas tecnologías neutrales, sino que se corresponde con el acogimiento de los espacios
tecnológicos en su complejidad discursiva que asigna lugares, significados y valores, que no han de
ser necesariamente coherentes y unitarios.
Feminismos sostenidos en los ares de la tecnología que limitan al máximo las formas en las que se
argumenta la construcción y formación del género en base a recursos anatómicos y biologicistas. Una
serie de recursos excesivamente recurrentes en los textos feministas que “nos lanzan irreparablemente
en la trampa discursiva de reproducir justamente aquellas categorías que tradicionalmente han
servido a los propósitos de la regulación y la normalización de nuestros cuerpos” (Figueroa, 1994:
211).
Las relaciones sociales en la Red, al ser construidas inter-textualmente proporcionan una visión de
su significación como multiplicidad de discursos procedentes de diversos campos que se entrecruzan
en la vivencia social con el fin de producir efectos de poder en determinados regímenes disciplinarios,
que van formando y conformando de formas contradictorias a las maneras en las que se suelen pensar
las categorías sociales tales como son las de sexo, cuerpo, maternidad, masculino, femenino, entre
otras. Todas estas categorías se construyen en contraposición entre sí, unas contra otras, así como lo
hacen de forma dicotómica, polarizadas y asimétricas. De tal forma que se produce una serie de
dilucidaciones al respecto: “solo una de las partes de la polaridad es abstraída, en la abstracción, la
parte abstraída se construye en posiciones subordinadas […] sujeto/objeto, masculino/femenino,
normal/patológico, humano/máquina, naturaleza/cultura, etc” (Jordonova, 1989).
A lo largo de la historia de los feminismos, todos los discursos feministas han generado idénticas
dicotomías, reforzando la noción de que existe la mujer, y que asume tales o cuales características que,
por un lado se muestran contestatarias respecto a lo que se comprende como el régimen patriarcal,
mientras que por otro lado supone una esencialidad del hecho de ser mujer que resulta en nuevas
formas de regulación de los cuerpos.
III.
El recorrido del desarrollo teórico del feminismo hace constancia de cómo éste repleto de
múltiples contribuciones al análisis de las formas, en las que históricamente se han establecido
equivalencias semánticas entre lo femenino y la naturaleza versus lo masculino, y su identificación
con lo tecnológico. Estas relaciones y equivalencias dentro del proyecto de racionalidad instrumental,
donde una parte de la dicotomía se erige como lo extraño, lo peligroso, lo conquistable, lo patológico,
lo otro, propician la discusión del ciberfeminismo, generando a la vez la reproducción de dichos
esquemas dicotómicos:
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“La tecnología y los artefactos tecnológicos son tratados como objetos que entran en
interacción con los cuerpos femeninos desde afuera, reproduciendo la dicotomía
naturaleza/cultura, por consiguiente dichos cuerpos podrían ser rescatados de tal
nivel de contaminación patriarcal”(Figueroa, 1994: 215).
Una visión que ignora la inmensa complejidad que supone ser la experiencia corporal, así como
soslaya a la noción misma de los cuerpos comprendidas como los productos sociales e históricos,
tejidos en una red de discursos sociales que no poseen, por necesidad y obligación coherencia entre sí:
“Las formas de proceder no contaminadas estarían dadas desde el movimiento
feminista, instituyendo un nuevo orden moral que cobija particularmente las formas
de reproducción y sexualidad, instituyendo, pues, un nuevo régimen disciplinario. Lo
que contiene el potencial contestatario de ésta fórmula (es decir, las equivalencias
entre lo femenino y lo natural) es contradictoriamente lo que apunta a su mayor
debilidad como movimiento de trasgresión” (Figueroa, 1994:215).
En este sentido el énfasis puesto entre lo femenino y lo natural no es una arma útil y hábil a la hora
de retar las polaridades dicotómicas o los supuestos binarios asimétricos, más bien esta relación
naturaleza/femenino proporciona un refuerzo, una potenciación de dichos binarismos contra los que
se intenta luchar, con el fin de paliar sus daños colaterales de marginación y discriminación femenina
por género y sexo.
Los trabajos feministas se caracterizan por contemplar cierta asimetría en el tratamiento de
términos tales como lo es el del género, el cual se haya íntimamente relacionado con el hecho de que
dicho término conecta de forma más directa con la mujer que con el hombre. “tradicionalmente se ha
visto la categoría de mujer como el sexo problemático, se ha visto como el sexo. Esta categoría se ha
visto como el otro relativo al hombre como la norma, el self a partir del cual el otro debe diferenciarse”
(Jordanota, 1989:123). Estos dispositivos de diferenciación se tornan en necesarios en el preciso
instante en el que las partes involucradas se hayan unidas, implicadas en las características de cada
cual. La otredad en este instante conlleva la relación, la fascinación y la repulsión entre las diferentes
pero relacionadas categorías de persona. Una situación de fascinación y repulsión a la vez, que va de
forma histórica constituyendo lo femenino a modo de objeto de estudio, de análisis, de
experimentación del discurso feminista.
La naturaleza es una representación directa de lo otro de la cultura, “La idea de conquista y
dominio”. En la trayectoria feminista (de los años 60 y 70) en equivalencia de la naturaleza y lo
femenino, solo los valores asignados fueron retados. Pero la relación femenino-naturaleza, masculinocultura, no fue alterada. Lo cual. Puede ser un obstáculo importante para el análisis de la formación
histórica de estas categorías desde los esfuerzos feministas.
Lo que se pretende es ver como se procede el giro del movimiento feminista al cuerpo
Ciberfeminista o imagen Cyborg. El Cyborg es una imagen compuesta de materia “orgánica y
mecánica, una criatura de ciencia ficción y de la vida real” (Haraway,1995: 253), en el imaginario
Cyborg los límites y fronteras entre lo real y la ficción se llegan a confundir de forma completa, de tal
manera que efectúa una acción “reestructurando cualquier posibilidad de trasformación histórica”
(Haraway,1995: 253), debido a su inmensa confusión el Cyborg y sus trasvases de fronteras se erigen y
constituyen en las metáforas culturales, unas categorías útiles para el análisis de la contemporaneidad.
Haraway muestra la figura mítica del Cyborg como aquello que se torna y convierte en la imagen
misma de la trasgresión de diversos supuestos modernistas, entre los que se encuentran en primer
lugar cómo el Cyborg brea y pugna a las dicotomías y dualismos abriéndose en un arduo reto,
trasgrediendo por ello sus límites y produciendo categorías fundamentalmente híbridas y mezcladas.
En segundo lugar el Cyborg reta las metanarrativas tradicionales que desde siempre han reclamado el
principio de una unidad fundamental de la que se producen los procesos de
separación/identificación. En tercer lugar, y como consecuencia de los dos anteriores supuestos, el
Cyborg es la imagen que reta y lucha contra la metáfora naturalista que ha posibilitado la dominación
de la mujer/naturaleza, como cuarto supuesto, el Cyborg se torna en la imagen hábil para retar a los
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principios universales/occidentales de corte patriarcal que giran en torno al concepto de la redención
y la totalidad del sujeto edípico, esta lucha se solventa desde el principio mismo de la no existencia de
origen por parte del cyborg, no posee complejo edípico o crisis edípica que solucionar, puesto que se
haya exento de ello: “El cyborg no reconocería el jardín del Edén” (Haraway, 1995: 256).
El Cyborg es denominado como una unidad monstruosa, perversa, ilegitima que permite
interpelar y repeler de forma simultánea a los sujetos, algo idéntico a lo procedido desde el concepto
de lo femenino. En el mundo Cyborg el centro neurálgico en la acción política se considera algo más
propio de la afinidad que de la identidad. Las discusiones que han girado en trono a la crisis de la
categoría de mujer, tan manida en las olas feministas anteriores al Ciberfeminismo, conlleva a que
Haraway plantee la deseabilidad de un mito político, “El Cyborg un mito de nuestro tiempo”
(Haraway, 1995: 275) mito que sea capaz de poner en manifiesto que no es preciso más que una matriz
natural de unidad, así como que ninguna de las construcciones existentes en la sociedad respecto a la
identidad e identificación de los sujetos es total o totalizante: “Las dicotomías entre mente y cuerpo,
animal y humano, organismo y máquina, público y privado, naturaleza y cultura, hombre y mujer,
primitivo y civilizado están todas ideológicamente puestas en cuestión. La situación de la mujer es su
integración/explotación en un sistema mundial de producción/reproducción y comunicación
llamado informática de la dominación. La casa, el lugar de trabajo, el mercado, la arena pública, el
propio cuerpo- todo puede ser disperso y conectado en formas casi infinitas, de maneras polimorfas,
con grandes consecuencias para las mujeres y para otros-consecuencias que son muy diversas para
diferentes personas y que hacen poderosos movimientos oposicionales internacionales difíciles de
imaginar y esenciales para la sobre vivencia. Una ruta importante para la reconstrucción de una
política socialista-feminista es a través de una teoría y práctica dirigida a las relaciones sociales de la
ciencia y la tecnología, incluyendo crucialmente los sistemas de mitos y significados que estructuran
nuestra imaginación: “el Cyborg es una especie de self posmoderno, colectivo y personal
desensamblado y reensamblado. Este self que las feministas deban codificar” (Haraway; 1992: 304).
Son las Nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, las tecnologías cibernéticas y
por ende Internet, junto con las biotecnologías las que se muestran a modo de herramientas útiles en
la reconstrucción del cuerpo en todas las áreas cotidianas del sujeto social, pasando por el trabajo, el
ocio, la reproducción y la sexualidad. En este quehacer de incursión tecnológica en las esferas de lo
social se pone hincapié en la incidencia que estas han aportado al sexo, la sexualidad y la
reproducción y como no al cuerpo y su entera reconstrucción, mostrándose como actores centrales en
los sistemas míticos de alta tecnología, arrastrando con ello al concepto de género, estructurando las
fantasías y formas de seudo-identidad en un entramado que abre puertas a múltiples oportunidades y
posibilidades sociales y personales, tendiendo un puente hacia nuevas reacciones de acción y
reivindicación tales como lo son las teorías Queer.
En este intento se inscribe el trabajo del Cyborg a través de su propia imagen subversiva,
pretendiendo gestar ciertas implicaciones en la reconstrucción de las formas culturales a partir de los
cambios tecnológicos que conducen a la hibridez humano-máquina (ver Figueroa, 1999).
Tal y como se ha señalado anteriormente, el sexo, el cuerpo, la sexualidad y el género se hayan
íntimamente conexos a la imagen Cyborg, el control por la definición de las fronteras corporales se
sitúan en escena a través del interés por las formas de sexualidad, no sólo por su función reproductiva
sino también por la posibilidad del contacto social hedonista en sus formas clandestinas que sabotean
los regímenes disciplinarios.
En este sentido resulta de gran interés las discusiones en torno a los nuevos artefactos que
suponen nuevas formas de subjetividad y de relación social entre los sujetos, estos nuevos artefactos,
denominados high tech, que proporcionan la reconstrucción de los cuerpos a partir de su
prolongación tecnológica, que abren paso a nuevas sexualidades y posibilidades de género lejanas a lo
natural dual o binario:
“por ejemplo, la palabra dildonics (dildo electrónico) fue por primera vez utilizada
por Theodor Nelson (inventor de Hypertext) para describir una máquina capaz de
convertir sonido en sensaciones táctiles. El efecto erogénico depende de dónde la
persona conecta a la anatomía con el estimulador táctil. Se proyecta el teledildonic-
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aparato de Realidad Virtual (RV) con intenciones dildónicas-para mediados del siglo
XXI, ya que se requieren computadores muy poderosos para poder procesar y
controlar los miles de sensores y efectores; cada segmento de piel requeriría un
procesador” (Figueroa, 1994:211).
El ámbito cultural que se proyecta en torno a dichos proyectos de ampliación del cuerpo mediado
por las tecnologías, se dividen en dos vertientes, la primera vertiente versa en torno al efecto liberador
del cuerpo orgánico con el fin de colonizar un espacio diferente (ver Figueroa, 1999); mientras que la
segunda vertiente concibe el medio tecnológico como ampliación del cuerpo a modo de campo de
batalla de significaciones, donde las interpretaciones racionales instrumentales masculinas coexisten
en tensión con otras interpretaciones que retan los entendidos convencionales de las categorías que
ordenan nuestra vida y nuestros cuerpos.
En este sentido ha proliferado el análisis cultural dirigido a las maneras en las que los diseños de
los espacios sociales en la Red, o ciberespacio, se hayan íntimamente ligados a nociones de sexualidad.
“Se ha reconocido la comunidad entre los ingenieros y los/as trabajadores/as sexuales y los/las
empresarios sexuales: todos son expertos en diseñar tokens que son fácilmente reconocidos como
objetos de deseo. El componente erótico está definitivamente presente en los debates en torno a estos
sistemas” (Figueroa, 1994: 222).
Las posiciones feministas sobre esta noción de cuerpo en el ciberespacio y de sexo en el mismo
oscilan entre dos tendencias, mientras que por un lado la tecnología sirve para expandir las
capacidades actuales de los cuerpos orgánicos, reafirmando la recuperación del auto-control sobre el
cuerpo femenino y su sexualidad, por otro lado se contempla el espacio tecnológico como la
posibilidad de transgredir o desestabilizar los entendidos hegemónicos de la dominación: “Cuando
los hombres hablan de realidad virtual…a menudo utilizan frases como experiencia fuera del cuerpo y
dejando el cuerpo. Estos sujetos no están hablando de experiencias fuera del cuerpo, de la manera en
que algunos místicos orientales o indios peruanos lo harían. Están hablando de esto en el sentido de
que si usted se coloca una pantalla sobre sus ojos, usted no tiene que ver la contaminación ambiental.
Esta es la mentalidad industrial occidental de vamos-a- dominar-la-tierra. Cuando las mujeres hablan
sobre RV se refieren a llevar el cuerpo con ellas a otro mundo. La idea es llevar estos órganos
sensoriales maravillosos, no de dejar nuestros cuerpos detrás de un teclado mientras nuestro cerebro
se desliza en un network. El cuerpo no es un contenedor simplemente de este intelecto glorioso
nuestro (Laurel, en entrevista con Susie Bright, 1972, visto en Figueroa, 1994:223).
El desplazamiento del cuerpo va acompañado de una revalorización de lo sensorial como un
recurso del conocimiento, desde una perspectiva feminista dicha revalorización implica una
reapropiación de las formas de placer corporal y de la sexualidad misma.
La reapropiación del cuerpo no puede darse sin la apropiación del ciberespacio, en este sentido se
considera la emergencia de una nueva noción de cuerpo más afín al mito político del Cyborg, el hecho
de entrar en el espacio discursivo que supone el sujeto y el cuerpo proyectado en la Red, supone
entrar en un espacio conjunto de variables y operadores donde el usuario asigna nombres en un
entrono creado por los demás, entrar en este espacio supone una doble experiencia, por un lado el
usuario se haya sujeto en el complejo de situación de dominio propio y al mismo tiempo se haya
entregado a sensaciones de indefensión y dominio por parte del entorno y de los demás usuarios, es
por ello por lo que el hecho de nombrar significa apropiarse de las superficies así como incorporar las
superficies ajenas que le rodean dentro de su propia superficie y experiencia: “La penetración se
traduce en envolvimiento. En otras palabras, entrar al espacio cibernético es físicamente ponerse este
espacio, devenir un organismo cibernético (Cyborg), ponerse en el espacio cibernético peligroso y
seductor como una vestimenta, es ponerse lo femenino (Stone, 12/02/03).
Es en el contexto que se vive en la nueva asunción del sujeto en la Red, el contexto de las
ciberfeministas, cuando se procede a debatir formas innovadoras de la sexualidad de los sujetos,
incidiendo por lo tanto al concepto de género. Una sexualidad mediatizada por la tecnología
cibernética que se constituyen como una segunda piel. A pesar de la multiplicidad de perspectivas
Ciberfeministas, elude a que “esta segunda piel es necesariamente un reto a los entendidos feministas
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tradicionales, sobre todo en lo que respecta a las vertientes esencialistas, universalizantes que
reaparecen una y otra vez bajo interesantes subterfugios camaleónicos” (Figueroa, 1994:226).
El Ciberfeminismo tal vez se tenga que recrear o renovar encaminándose hacia una hetero-utopía,
la cual de paso a la articulación de una multiplicidad de estrategias de lucha que sean capaces de
traspasar, trascender o negar las barreras identitarias que se han constituido desde las políticas de
exclusión y poder heteronormativo, sustentados por el sistema dual de género/sexo.
El género responderá más a un hacer que a un poseer, ya que señala como no existe un sustrato
detrás del hacer, del actuar como un sujeto de un género o de otro. No es preciso fundarse en la
presunción de la existencia de un yo interior, estable y garante de la unidad del ser,
“Guardián de la identidad femenina o masculina, sino que cada uno se va
construyendo en el marco de las relaciones discontinuas y contingentes que mantiene
con los/las otros/as, con los objetos que manipulan cotidianamente y consigo mismo”
(Escudero, 2001).
El poder de lo performativo que posee el Cyborg y el sujeto mediado en la Red, es lo que permite
revalorar, reubicar y reconsiderar términos degradados por el sistema heteronormativo dual de
sexo/género, tales como cuerpo, mujer, homosexual y naturaleza.
Los esfuerzos en este sentido se centran en el intento por recuperar la materialidad del cuerpo,
evitando que el cuerpo se disuelva en el idealismo lingüístico post-estructuralista. El cuerpo no se
corresponde con una formación de simple efecto lingüístico, con el fin de ser reducido a una mera
matriz de significantes, antes que eso, el cuerpo es un elemento productivo, actuante, una realidad
que encierra en si mismo un principio de movimiento y trasformación, “el cuerpo es performativo en
la medida en que es capaz de generar significados, de implantar cierto principio de inteligibilidad y
racionalidad” (Butler, 1993:27).
El cuerpo en esta posición se torna en el escenario y soporte de las practicas artísticas, deja de ser
un elemento pasivo e inerte para alzarse como una plataforma que soporta diversas experiencias
ligadas a lo físico que rodea el cuerpo, “al placer sexual, a la cosmética, a la cirugía o al dolor”
(Escudero, 2001).
El cuerpo actual el capaz de ser performativo, es un cuerpo oscilante entre lo natural, lo
antropomórfico, lo orgánico y lo artificial, lo posthumano, lo simbólico. Un cuerpo que pasa por
determinados procesos de fragmentación lo cual refleja la distorsión física, psicológica y simbólica del
individuo, haciendo hincapié en la insatisfacción que proporciona el modelo establecido de cultura
frente a cuestiones urgentes que afectan al sujeto corporizado, tales como “el sexismo, la homofobia, el
sida, la prostitución, la brutalidad social o los derechos de reproducción” (Butler pdf).
El cuerpo de la mujer, pretende ser despojado de lo bello y sublime que lo ha estigmatizado desde
siempre, la pretensión es la de derribar el orden y el sentido de la corporalidad heteronormativa que
designa culturalmente el reparto y la delimitación del género.
IV.
La idea de un cuerpo que escapa a todos sus estereotipos y estigmas heteronormalizados, muestra
una posible subversión del mismo, una subversión a través de la resistencia y de la resignificación, del
juego y de la fantasía, tal y como se muestra en “la amplia proliferación de las expresiones artísticas
íntimamente ligadas al travestismo, al transformismo, al lesbianismo o al Drag Queen en su empeño
de invalidar el imperativo que gobierna la sociedad contemporánea desde la noche de los patriarcas”
(Escudero, 2001) y que rechaza las ansias por ensalzar las líneas de acción de la heteronormalidad
binaria: “la Heterosexualidad se ensalza tradicionalmente por garantizar la continuidad de la especie
humana, de ahí que desde el principio, la moral dominante implante la heterosexualidad como
institución que regula la correcta orientación sexual de los miembros de una comunidad” (Foucault,
1994: 115).
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El cuerpo que viene a romper lo binario, lo heteronormativo, lo establecido por una supuesta
naturaleza del género en base a su sexualidad reproductiva y por ello dual, es el cuerpo de lo Queer, y
el cuerpo de lo Cyborg. Primeramente el cuerpo Queer se deriva de forma directa del propio término
Queer. El origen se torna en difuso e incierto, ya que además de contener una multitud de acepciones:
en su acepción más peyorativa se emplea como sinónimo de homosexual marica; pero también
significa extraño, raro, peculiar, excéntrico, usado como verbo significa burlarse, ridiculizar, así como
desconcertar, engañar o hacer trampas” (Escudero, 2001).
El término Queer emerge como una categoría de protesta que cuestiona sin sutilezas las
asimétricas relaciones de poder establecidas a partir de un orden social heterosexual patriarcal. (ver
Preciado, 2002).
Los estudios Queer llevan a la destrucción del concepto de identidad, implicando de forma directa
el reconocimiento de la existencia del otro en sus más múltiples formas. La identidad no obedece a
rígidos criterios esencialistas, sino que se articula cultural, económica y sexualmente en torno a
vectores de poder: “La gran ventaja del término Queer reside hoy en día en la neutralidad que
manifiesta respecto de los sexos y de las razas […] Por otro lado, Queer afirma una identidad que
celebra las diferencias dentro de una diversidad social y sexual más amplia. El aspecto negativo de lo
Queer es su tendencia a fantasear tales diferencias; el positivo, su capacidad para articular las
complejas y cambiantes alineaciones de clase, género y sexualidad en la vida de los individuos que
con frecuencia afrontan múltiples opresiones. Lo Queer es claramente una identidad que ha surgido
en respuesta a una urgencia” (Watney, 1991, en Aliaga 1997:101).
El hecho de que el cuerpo se desvincule de lo bello y lo sublime, hace que éste se trasforme en todo
lo contrario ”El cuerpo es quebrantado, humillado, profanado como en las series fotográficas de Cindy
Shermann tituladas Imágenes repugnantes (1986-1990). La artista nos presenta imágenes de residuos,
restos, vestigios de temas que la sociedad elude (como vómitos de anoréxicas, sangre menstrual,
jeringuillas o preservativos usados). Una galería de instantáneas que desubliman el cuerpo, que
levantan el velo cultural que cubre el cuerpo de la mujer, que plasman un cuerpo como los del poeta
Georges Bataille, ausente de belleza, orden y sentido. El cuerpo se convierte en algo que ya no posee el
aura de lo bello y lo sublime, sino que se transforma en su contrario, es decir, en lo obsceno, en lo
impúdico, en lo degradante, en lo abyecto” (Escudero, 2001: 253) que tiene el cuerpo actual,
provocando un estado de crisis y repugnancia que perturba la identidad personal que pone a prueba
los límites de resistencia y tolerancia del orden social (ver Kristeva, 1980).
Con ello se pretende mostrar una posible subversión del mismo, una subversión a través de la
resistencia y de la resignificación, del juego y de la fantasía, tal y como se muestra en “la amplia
proliferación de las expresiones artísticas íntimamente ligadas al travestismo, al transformismo, al
lesbianismo o al Drag Queen en su empeño de invalidar el imperativo que gobierna la sociedad
contemporánea desde la noche de los patriarcas” (Escudero, 2001:253) y que rechaza las ansias por
ensalzar las líneas de acción de la heteronormalidad binaria:
“la Heterosexualidad se ensalza tradicionalmente por garantizar la continuidad de la
especie humana, de ahí que desde el principio, la moral dominante implante la
heterosexualidad como institución que regula la correcta orientación sexual de los
miembros de una comunidad” (Foucault, 1994:115).
De esta forma se procede a una ruptura con el orden binario, lo heteronormativo, lo establecido
por una supuesta naturaleza del género en base a su sexualidad reproductiva y por ello dual, es el
cuerpo de lo queer, y el cuerpo de lo cyborg. Primeramente el cuerpo queer se deriva de forma directa
del propio término queer. El origen se torna en difuso e incierto, ya que además de contener una
multitud de acepciones: en su acepción más peyorativa se emplea como sinónimo de homosexual
marica; pero también significa extraño, raro, peculiar, excéntrico, usado como verbo significa burlarse,
ridiculizar, así como desconcertar, engañar o hacer trampas (Escudero, 2001: 254).
Los estudios queer llevan a la destrucción del concepto de identidad, implicando de forma directa
el reconocimiento de la existencia del otro en sus más múltiples formas. La identidad no obedece a
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Revista de Antropología Experimental, 4. 2004.
rígidos criterios esencialistas, sino que se articula cultural, económica y sexualmente en torno a
vectores de poder:
“La gran ventaja del término queer reside hoy en día en la neutralidad que
manifiesta respecto de los sexos y de las razas […] Por otro lado, queer afirma una
identidad que celebra las diferencias dentro de una diversidad social y sexual más
amplia. El aspecto negativo de lo queer es su tendencia a fantasear tales diferencias;
el positivo, su capacidad para articular las complejas y cambiantes alineaciones de
clase, género y sexualidad en la vida de los individuos que con frecuencia afrontan
múltiples opresiones. Lo queer es claramente una identidad que ha surgido en
respuesta a una urgencia” (Aliaga, 1997:101).
Una urgencia que puede llegar a ser solventada a través de la imagen Cyborg, y la confluencia
entre los sujetos reales de cuerpo-sexo y los sujetos simulados compuestos de bites. Si a finales de la
década de los noventa se hablaba por parte del Ciberfeminismo de identidades genéricas, nuevas,
recreadas, de-construidas o reescritas a través del nexo entre la mujer y las tecnologías, lo cual
indicaba la existencia de identidades genéricas encarnadas en el concepto-imagen del Cyborg. En la
actualidad el género y su concepción retoma nuevas dimensiones que siguen en esta misma línea pero
con matices, puesto que se habren paso a un nuevo concepto de género ajeno al determinismo
biológico tradicional, posibilitando el desarraigo de la naturaleza dual del género-sexo, tomando
forma hacia un novedoso concepto de contra-sexualidad (Preciado, 2002) que puede enmarcarse y de
hecho se enmarca en las representaciones de los sujetos en la Sociedad que confluye en la Red.
Los sujetos contra-sexuales, cyborg o postgenéricos hacen uso de multiples matices de la erótica,
sexualidad y generización que ha supuesto la cibersociedad en la construccion del cuerpo-sexo-género
en la Red. La proyección de los cuerpos en el entramado comunicativo y social de la Red, su
comercialización, representación artística, representación pornográfica, representación cultural,
representación social y demás tipos de representaciones, hacen honor a lo que el sujeto consigue en
ese desdoblamiento de su propio yo, hacia un yo cambiante, maleable y como no cyborg en su estado
más puro, un telos apocalíptico (Haraway, 1995) que irrumpe con la naturaleza del sujeto, y posibilita
cambiar no de forma única su naturaleza total de biología-fisiología, sino que va más allá, cambiando
la forma en la que el sujeto, que se va a autorepresentar, es capaz de trasgredir las normas de lo
políticamente correcto en lo genérico y sexual.
Esta nueva dimensión del género virtual, flexible, de-construido o Cyborg no supone ser una
concepción completamente irreal, bebe de las fuentes de la cibersociedad en la que se haya
enmarcado, sirve como estrategia de acción ciberfeminista conformando su identidad y sus medidas
reivindicativas. Existe pero es simulado, proporciona una nueva idea de cuerpo, pero sigue siendo
virtual, aún así su capacidad de modificar los planos sociales reales en cuanto al género y sus
identidades se evidencian en las relaciones sociales y en la cosmovisión del individuo.
El Cyborg provoca malestar y se corresponde a lo blasfemo en un sentido de ruptura completa con
lo que se puede manejar, con lo conocido y dominado, lo controlado, las identidades binarias, sus
representaciones y su lógica relacional social, por que el Cyborg viene a ser un mero “doble espectral
que obsesiona a su modelo de carne […] tiene que ver con la fase del espejo (Freud define al doble
como un recuerdo de ciertas fases de la evolución del sentimiento del yo) y con los reflejos de la
humanidad que ella construye […] hay algo de brujería en los espejos. Pero hay mucha más cuando
esta imagen se libera del espejo y se hace transportable, almacenable, reproducible a voluntad, la
propia esencia de la reproducción es algo diabólico, hace que algo fundamental se tambaleé” (Dery,
1998: 223), un algo fundamental que quedaría plasmado en los conceptos que desde antaño se venían
considerándose como inmutables y no modificables, únicos e inalterables, casi dados por defecto,
conceptos tales como lo son el cuerpo, la identidad, el género y la sexualidad.
Las Nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones hacen ambigua la idea de la
diferencia entre lo natural y lo artificial, la mente y el cuerpo, son máquinas lejanas de la inercia que el
cuerpo por defecto posee, un cuerpo que no es capaz de desarrollar por si mismo cambios en tiempo
interactivo, la velocidad de los Cyborg hacen que la velocidad de los géneros sea algo más que
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evidente, algo más que real y pauten las nuevas formas, modos, medios y significaciones de los sujetos
que se alejan de una dualidad, en post de una prostética genérica, concluyente en un novedoso cuerpo
virtual, que aunque imposible de ser proyectado más allá de las pantallas de un ordenador, no quede
encerrado en el olvido de la Red, sino que permita, a modo de reivindicación, acción y recomposición
teórica eliminar aquellos topes, frenos y problemas que surgen en torno a la incomprensión de lo
aquello que se escapa a la norma, aquello que se escapa del dualismo masculino-femenino, o bien
aquello que incrementa aún más la desigualdad entre sujetos masculinos y sujetos femeninos, siempre
en una balanza que se inclina a favor de los primeros en post de los segundos.
Quizás el Cyborg junto con el concepto de prótesis de la teoría Queer, sea la mirada social que
precisan los feminismos, y no sólo eso sino todos y aquellos que, enclaustrados bajo el prisma de lo
dual, pretendan mostrar cómo las culturas de alta tecnología, pautan una salida hacia lo plural,
erradicando el poder que el cuerpo ha tenido sobre las relaciones sociales, incluyendo en estas a las
genéricas y sexuales.
Las propuestas de la performatividad del género y sexo, tan defendidas desde las líneas teóricas
Queer y encarnadas en la misma imagen Cyborg, muestran como la identidad genérica y sexual no es
la expresión original de la verdad prediscursiva que encarna el cuerpo, sino que además es prostético,
se da en la materialidad de los cuerpos, una materialidad que aboga por la maleabilidad de los
mismos en el ámbito de la Red, algo construido y que tiene que ver con lo imitado, aquello que diluye
y embarra las fronteras entre la verdad y lo artificial.
El género, desde el punto de vista Contra-sexual es una mera tecnología que fabrica cuerpos, y no
al revés, por ello y como tecnología puede hacerse valer de las nuevas tecnologías que diseñan y
fabrican cuerpos, derivándose en la fabricación de géneros. En este sentido las nuevas identidades de
género, vendría a corresponderse al ejercicio de la parodia de la teoría Queer (Preciado, 2002) y la
blasfemia del Cyborg de Haraway, términos que definirían la imagen de un género aún si cabe mas
modificable, mediado y libre de conformarse por los usuarios de la Red, aquellos que pueden y
efectúan una digitalización entera de sus cuerpos.
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