HACIA UN CONCEPTO DE MODERNIDAD.Por Patricio Contreras Aguilera.Nada nuevo hay bajo el sol, tampoco es nuevo el concepto de modernidad. La palabra, bajo su forma latina “modernus”, fue usada por primera vez a fines del siglo quinto; para distinguir el presente, ya oficialmente cristiano, del pasado romano pagano. Pero es a partir de la Revolución Industrial (siglo XVIII) que la Modernidad adquiere la fisonomía con la que, tentativamente, la reconocemos hoy en día. La Revolución Industrial tuvo ese carácter, pues implicó cambios profundos y radicales, y fue industrial pues los cambios más espectaculares se produjeron primero que nada, en la industria. Estos dramáticos cambios ameritaron una descripción desde el centro mismo del fenómeno, de la cual se encargó Carlos Marx. En su obra “El Capital”, manifiesta fundamentalmente que, en este nuevo escenario industrializado, el trabajador es sobreexplotado por el capitalista para obtener ilimitadas ganancias o “plusvalía”. Esta plusvalía está determinada por ese trabajo añadido que el obrero debe realizar a parte del necesario para satisfacer sus propias necesidades. Antiguamente, el labriego ejecutaba el trabajo necesario en su propio campo, y el sobretrabajo en la tierra señorial. De este modo, el campesino distinguía claramente el trabajo que realizaba para su propio sostenimiento del que ejecutaba para beneficio del señor. La Racionalidad es otro elemento distintivo de los Tiempos Modernos. Emanuel Kant la entiende como aquella proveniente del pensamiento propio, sin tutela; es decir, aquel que se ejerce cuando se deja atrás la “autoculpable minoría de edad”. Da importancia fundamental a la libertad de pensamiento, como vía de iluminación para la cultura y la sociedad en general. En un régimen en libertad, no hay que temer lo más mínimo por la tranquilidad pública y la unidad del Estado. Kant concluye que el género humano, de acuerdo con los síntomas y signos precursores de racionalismo; alcanzará su fin, y a partir de ahí, su progreso hacia lo mejor jamás retrocederá por completo. Para Marshall Berman, la modernidad es una especie de torbellino del cual no se puede escapar. Este remolino de la vida moderna se alimenta de los descubrimientos de las ciencias físicas, la industrialización de la producción, la aceleración de los ritmos de vida, inmensos trastornos demográficos, rápido crecimiento urbano, sistemas masivos de comunicación, estados nacionales cada vez más poderosos y un mercado capitalista siempre en expansión. El mismo Marshall Berman cita con acierto a Juan Jacobo Rousseau, quien en su novela “Eloísa”, desde el siglo XVII, ya vaticinaba este “desvanecimiento de todo lo sólido” de los tiempos actuales : “ Es un mundo en que lo bueno, lo malo, lo hermoso, lo feo, la verdad, la virtud; sólo tienen una existencia local y limitada. Se ofrece multitud de experiencias; pero el que quiere disfrutarlas, debe ser más flexible que Alcibíades, estar preparado para intercambiar sus principios con la audiencia, para adaptar su espíritu a cada paso”; expresa Saint – Preux, el héroe Roussoniano. En este pasaje están resumidos los aspectos esenciales de la modernidad, que la hacen un periodo de múltiples contradicciones, de constantes cambios y a la vez búsqueda de un punto de vista sólido; de negación del alma de hombres y mujeres, y al mismo tiempo intento desesperado por controlar nuestras vidas; de obtención de bienes materiales a costa de la vaciedad espiritual; negación de Dios y búsqueda de la espiritualidad; en suma, vértigo que envuelve implacablemente a la sociedad toda. Un enfoque latinoamericano sobre la modernidad es el que plantea el sociólogo chileno José Joaquín Brunner. Para él , el periodo llamado Modernidad tiene como características principales una angustia existencial producto de los veloces cambios de los cuales, los modernos, hemos sido espectadores y protagonistas; una sensación de no saber con exactitud cuáles son los horizontes hacia donde nos dirigimos, producto de que las ideologías que han tratado de explicar el fenómeno moderno; o bien lo niegan, o bien lo exaltan, o bien unas teorías rechazan a las otras, o son reemplazadas rápidamente sin ni siquiera haberlas medianamente examinado. En nuestros tiempos se produce también la aparición de superpotencias que mediante el manejo económico o la manipulación de la información; imponen sus modos de ser a las minorías que poca o ninguna injerencia en la toma de decisiones. Por último, los medios de comunicación han servido para la globalización de la cultura y de las opiniones; de manera que casi no han dejado cabida para la diversidad y las opiniones divergentes. Para Max Weber, todo el poderoso cosmos del orden económico moderno es considerado como una “jaula de hierro”, en el sentido de que este orden inexorable, capitalista, legal y burocrático; determina sin contrapeso el destino del hombre. Los modernos – concluye Weber – no son otra cosa que especialistas sin espíritu, sensualistas sin corazón; engañados por la ilusión de que se ha alcanzado un nivel de desarrollo nunca antes obtenido por la humanidad. Sintetizando las ideas de varios pensadores sobre el tema de la modernidad, se puede afirmar que es una etapa en la que, en palabras de Carl Marx “ Debajo de la aparente superficie sólida, hay océanos de materia líquida, que sólo necesitan expandirse para fragmentar continentes de roca pura…”. En seguida agrega : “La atmósfera en la que vivimos pesa sobre nosotros con una fuerza de 20.000 libras; pero…¿ Se siente acaso?” Pues bien, ¿ No es acaso aparente esa tranquilidad, esos pseudoconsensos, esas expresiones de buena crianza (¡estoy bien, gracias!), la “convivencia” y “solidaridad” entre los seres humanos; cuando en cualquier momento estallan en forma violenta y cruel las odiosidades, ira y rabia contenida de los hombres? Muestra de ello son los hechos acaecidos ahora poco en Nueva York y Washington. Es que es indudable el avance tecnológico, cultural y económico del orbe; sin embargo en materia de avance espiritual quizás estamos en los albores de la civilización, y no se ha hecho mucho por ello. Parafraseando a Bertold Bretcht : “De qué sirven la modernidad, los avances tecnológicos, los avanzados medios de comunicación, las carreteras, los lujosos y modernos medios de transportes, los veloces cambios de que somos objeto, etc.; si no hay mujeres y hombres felices que habiten este mundo…”.- SANTIAGO DE CHILE, 16 de septiembre, año 2001.-