Porque somos bien machos: homosexualidad y machismo* *Psic. David Alvarado/Vicepresidente de Fundasida david@sidamexico.org.mx y davofanin@gmail.com RESUMEN La articulación entre estudios sobre masculinidad y machismo en hombres gay no está agotado, derivado de ello se destaca que en la ciudad de México exista un sistema de estatus basado en el apego y desapego a lo masculino, concebido éste como la serie de significados atribuidos al varón acerca de las formas de comportamiento socialmente esperado, son dinámicos y se van construyendo de acuerdo a propuestas sociales y también por la interacción entre los varones; el fenómeno sociocultural del machismo en hombres homosexuales ha sido poco tratado, derivado de ello se desprende el análisis de los símbolos y mitos creados y recreados que han venido evolucionando y adaptándose al corpus de la homosexualidad masculina: ante la pregunta “cómo se construye un hombre homosexual machista?” Acerca del paradigma que el machismo es una construcción cultural, basada en la historia de la evolución de la socialización de los roles de género, en esencia es un modo particular de concebir el rol masculino basado en el mito de la superioridad de los hombres. EL MARCO DE REFERENCIA A continuación, se comentan algunos resultados de una investigación cualitativa que utilizó tanto la entrevista a profundidad como grupos de reflexión (Kvale, 1996; Szasz y Lerner, 2002) para deconstruir el modelo masculino tradicional y su interrelación con el machismo en varones homosexuales, a partir del discurso de sujetos pertenecientes a estratos medios y bajos. El estudio consistió en un acercamiento realizado a través de una metodología cualitativa, comprensiva, basada en la teoría de las representaciones colectivas o sociales (Moscovici, 1981; Szazs y Lerner, 1998; Vázques, 2000), a partir de los relatos de propia voz de los actores sociales se construyen planos “microsociológicos”, el investigador se ha apoyado en la observación participante, historia de vida como las formas más adecuadas de hacer una propuesta de investigación; misma que no busca estudiar el género per se, sino el modo tan rígidamente inscrito en el contexto socio-familiar y el devenir psíquico que se manifiesta, la pregunta se centra en cómo el sujeto se experimenta a sí mismo reproduciendo algunos estereotipos machistas. GÉNERO Y MODERNIDAD Cuando decimos que la masculinidad heterosexual es un ideal es porque nos hallamos sumergidos en una temporalidad que hace tiempo ha sido superada. Desde un lenguaje psicodinámico, sabemos que las aportaciones teóricas de Freud en beneficio del falo han sobrevivido al tiempo que se ahonda en temas como homofobia, misoginia y diversidad sexual y genérica. Las investigaciones contemporáneas acerca del movimiento lésbico/gay, los teóricos de la homosexualidad y las masculinidades, y nuevas generaciones de psicoanalistas que han buscado ideas más válidas sobre el sexo y el género han corregido el discurso fálico tradicional logrando considerar como imposible cualquier forma de género o de sexualidad, como única y válida. Si revisamos la propuesta teórica de Freud, nos damos cuenta que gran parte del sustento se basa en la diferencia anatómica, es decir, una distinción social que se fijó en los genitales, si bien dicho autor no abarcó lo que se concibe como género, sí dio pauta para la minusvalía de la feminidad, el dominio normativo de la heterosexualidad y la división complementaria en la polaridad masculino-femenina, que conllevaba las oposiciones psíquicas arbitrarias de actividad y pasividad. Desde esta perspectiva, el punto de partida era la función reguladora de la cultura bajo el supuesto de dos sexos “opuestos” y mutuamente excluyentes, definido cada uno por lo que el otro no era (Goldner, 2003), el género era concebido como un “ideal normativo socialmente instituido” que sexuaba el cuerpo y situaba al género en la mente según el principio hegemónico de la polaridad de género, por ende, la masculinidad estaba definida por la experiencia negacionista de la feminidad (lo masculino era definido como lo no femenino). GÉNERO Y POSTMODERNIDAD El giro postmoderno en los estudios de género reformuló la base conceptual: el género no es un principio atemporal de polaridad, las condiciones de su construcción son mediadas por una red de oposiciones culturales interconectadas. Para Dio Bleichmar (1997), el Yo es desde su origen una representación del sí mismo genérico, no hay feminidad ni masculinidad ni anterior ni posterior al Yo, ya que el Yo se constituye en las identificaciones primarias del niño o niña con sus padres, especialmente con su doble perspectiva de género; y por las identificaciones proyectivas de éstos hacia el niño/a, que implantarán en sus hijos tanto los significados culturales de lo masculino y lo femenino y al mismo tiempo los provenientes de sus propias historias individuales. El sexo, el género y la sexualidad no se pueden concebir como categorías separadas e independientes, implican el uno con relación al resto. Si se conceptualiza al género como “rasgo simbólico” y no como un imperativo cultural inherente, se entenderá que su construcción implica el cruce de elementos socioculturales y subjetivos, los guiones de género son una manera de interpretación personal de una categoría. El género es una forma de elaboración simbólica, que confiere significado a los cuerpos, a los actos y a las relaciones: si lo entendemos como el conjunto de relaciones sociales basadas en la condición de sexo; regula, establece y reproduce las diferencias entre hombres y mujeres; es decir, se trata de una construcción sociocultural que a través de las ideologías de género (construcciones discursivas que surgen en sociedades estructuradas en base a relaciones asimétricas entre los sexos) creará estatus diferenciados, de modo tal que tareas y funciones asignadas a ambos sexos y al interior de los mismos (intragénero) y al igual que otros atributos como el prestigio y el poder, no son comparables. No se puede por tanto, considerar al género como una cualidad de los cuerpos ni algo existente desde el origen de los seres humanos, sino que es un conjunto de efectos producidos sobre los cuerpos, los comportamientos y las relaciones sociales, es un aparato semiótico, esto es, un sistema de representación que asigna significado a los individuos dentro de la sociedad (De Lauretis, en Ramos, 1991). Los estudios de género han permitido conocer cómo las instituciones culturales normativizan de manera diferente el ejercicio de la sexualidad en cada sexo: para el varón, una sexualidad plenamente legitimada se basa en un deseo autónomo que lo ubica como "sujeto de deseo", para la mujer, su sexualidad básicamente es legitimada merced al amor; si consideramos al género como una construcción sociohistórica y por lo tanto perteneciente a una dimensión simbólica, ésta estructura en forma diferente las pulsiones tanto agresivas como sexuales en hombres y mujeres. En el hombre, la agresividad es considerada un atributo "natural" de la masculinidad. Esta visión de la "naturaleza" agresiva del varón está muy arraigada en el pensamiento popular e incluso ha recibido apoyo científico de algunos psicólogos. Se ha sostenido que la agresividad del varón, se desprende de su anatomía y hormonas masculinas. En la sociedad contemporánea, se percibe que el género hegemónico tamiza la construcción de la identidad (individual y colectiva) al tiempo que permea el estado psíquico, es decir, la persona crea una particularidad a partir del intrincado cruce de normas socioculturales y elecciones subjetivas; de ese modo, las personas crean nuevos significados de acuerdo con sus propias biografías y experiencias de vida, los significados se extienden más allá de las categorías culturales. De ello se desprende que los símbolos y mitos culturalmente creados y recreados van a evolucionar conforme a las necesidades sociales; aquellas normas que interpretan los significados de estos símbolos a través de doctrinas religiosas, educativas, científicas o políticas que conforman lo masculino, es decir, la serie de significados atribuidos al varón acerca de las formas de comportamiento socialmente esperado, son dinámicos y se van construyendo de acuerdo a propuestas sociales y también por la interacción entre los varones (Foucault, 1995; Asturias, 1997; Goldner, 2003). La interiorización de los guiones de género es clave en la construcción de la identidad; asimismo, los comportamientos favorecen el fortalecimiento y adaptación de las instituciones y estructuras sociales. Su representación social se expresa como un proceso activo y permanente de creación y recreación del género y sus guiones, con tareas particulares en momentos particulares de la vida y permite responder a relaciones dinámicas inter e intra género; la masculinidad es dinámica: se construye y cambia, de una cultura a otra y en la misma cultura a través del tiempo; a nivel individual durante el curso de la vida y entre diferentes grupos de hombres según su clase, raza, grupo étnico y orientación sexual (Kimmel, 1992). ÁGUILA O SOL: MASCULINIDAD Y MACHISMO EN LA HOMOSEXUALIDAD Clatterbaugh habla que en el terreno de la masculinidad, la literatura al respecto ofrece un par de vertientes respecto a la misma: como una construcción de conductas y actitudes que diferencian a hombres de mujeres; y por otro lado, una constelación de estereotipos y normas acerca de lo que los varones somos y/o debemos ser (Clatterbaugh 1998, citado por Amuchástegui 2001): la masculinidad actúa como un modelo tanto siendo representación simbólica de la realidad (así se concibe al hombre), como norma (así se orienta su conducta). Existe una articulación entre la masculinidad y el proceso de normalización social a través de las maneras en que la cultura permea las acciones de los individuos, para García Canclini (1981, citado por Vázquez, 2000), la cultura hegemónica es transformada en “cultura oficial” y se sustenta como la única forma válida de expresión humana, ejerce su poder desde tres esferas de acción: a) impone normas culturales/ideológicas hacia la sociedad, basadas en supuestos de “naturaleza humana” o “naturaleza de las cosas” sin tener razones sociales, científicas o biológicas de ser; b) legitima la estructura dominante y la hace aparecer como la forma “natural” de organización social; c) sanciona a los sujetos que no se ajustan al modelo hegemónico, dado que hace sentir que pertenecer a este modelo hegemónico es sinónimo de status, socialización y adecuación a vivir en comunidad (normalización). La tesis se centra en que aquellos varones homosexuales que se apeguen al modelo hegemónico tendrán más oportunidad de repetir roles machistas en su comportamiento pues se ha visto que la concentración histórica del poder en el género masculino y la subordinación de lo femenino refleja el ejercicio autoritario del poder que hoy amenaza tanto a hombres como mujeres, pues impuso una desigualdad en el marco de las relaciones de género. La masculinidad hegemónica constituye un saber ideológico que orienta, motiva e interpela a los individuos concretos constituyéndolos en sujetos, a la espera de una respuesta "sujetada" a la norma; la condición masculina está constantemente en reafirmación, por lo que necesita su prueba y afirmación social y personal. La masculinidad como una configuración de prácticas, representaciones sociales y elementos subjetivos constituida en un momento socio-histórico será un factor determinante para destacar el carácter y especificidad del conjunto de normas, valores, principios, costumbres y expectativas que establece una determinada cultura, pues es ésta la que define los elementos, sobre todo simbólicos, que permiten a los individuos identificarse con un género. Si los hombres, debemos pasar por pruebas para probar la masculinidad, es precisamente porque ésta no está determinada por la naturaleza; por esta razón, las sociedades establecen pautas, rituales, pruebas, sistemas de premios y castigos que incentivan la conducta agresiva y activa, inhibiendo los comportamientos pasivos. Cuando se les preguntó a los actores sociales si hombres y mujeres somos iguales se generó un consenso respecto a qué diferenciaba a unos de otras: a los varones se les impide expresar ternura, cariño, tristeza o dolor, y se estimula la competitividad, la ira, la agresividad, la audacia y también el placer, como muestras de la masculinidad ideal; en la mujer tradicionalmente el proceso ocurre a la inversa. Un conflicto masculino se centra en la cuestión de la igualdad de lo femenino y lo masculino; coincidentemente a lo señalado por Fuller (1997), el niño aprende rápidamente acerca de su género, y con ello se percata de que se convertirá en hombre, el varón adolescente construye su masculinidad trazando límites estrictos entre dos mundos regidos por códigos opuestos: la calle y la casa. La casa alberga una escena de normas y condiciones por seguir, de rígidos códigos morales, de permisos, de horarios y restricciones. Para la mayoría de los varones y en especial para los de sectores populares, la calle representa un espacio clave en la formación de la subjetividad, es la posibilidad de distanciarse del entorno familiar y constituye el espacio de transgresión por excelencia. Frente al hogar, la calle plantea sus propios códigos de conducta que ordenan la construcción de hábitos por parte del varón adolescente alrededor de una premisa básica: un hombre verdadero debe ganarse el derecho a ser soberano de sí mismo. MACHISMO El machismo es una construcción cultural basada en la historia de la evolución de la socialización de los roles de género, en esencia es un modo particular de concebir el rol masculino basado en el mito de la superioridad de los hombres. Engloba el conjunto de actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias que justifican y promueven el mantenimiento de conductas percibidas tradicionalmente como heterosexualmente masculinas y también, discriminatorias contra las mujeres y hombres. En el ensayo “El machismo en México” (Mendoza, 1962; citado por Gutmann, 1999) se ilustra un análisis de la “idiosincrasia nacional” de México, Mendoza establece una distinción entre dos clases de machismo: el primero y auténtico se caracteriza por el valor, la generosidad y el estoicismo, mientras que el segundo, básicamente falso, se fundamenta en las apariencias: la cobardía se esconde detrás de alardes vacíos; cabe señalar que antes de los años treinta y cuarenta no aparecen las palabras macho y machismo en el léxico nacional; cabe señalar que durante la Revolución1 la frase muy hombre se utilizaba para describir también a las mujeres valerosas, es 1 Gutmann comenta que si bien existía el término macho, era tomado casi como una grosería, por extensión, el machismo lo define Santamaría [1959:677, citado por Gutmann, 1999] como un “vulgarismo grosero, por varonía, virilidad”. decir, la cualidad de valentía aplicaba tanto en hombres como en mujeres, aunque el término empleado para referirse a esta virtud tuviera un acento marcadamente masculino; a partir de los cuarenta, en gran parte por el cine como medio masivo de entretenimiento y comunicación, consolida el acento en lo masculino colocando al machismo como un superlativo de aquel y con ello adquirió prominencia como símbolo nacionalista instalado en el imaginario social, ubicándolo sobre todo en varones de clases bajas y medias. Aunque el machismo en México puede adoptar formas bastante diversas, no es un fenómeno exclusivo de nuestro país, siendo predominante en culturas latinas. Aparentemente en nuestra sociedad occidental, los ideales masculinos han variado muy poco en el curso de los siglos, merced medios como el cine y la televisión, se proyectan y consumen masivamente héroes viriles que conjugan la disposición agresiva con la inexpresividad emocional en sus acciones socialmente reconocidas; desde una perspectiva psicodinámica se puede afirmar que el Yo utiliza aquellos mecanismos de defensa que no contradigan los ideales narcisistas de su género2; el género al actuar como un marco de referencia consolidará guiones al que el Yo deberá ceñirse para desarrollar los mecanismos defensivos3 ante lo que varón considere como amenazante. De acuerdo con lo anteriormente expuesto, se considera al machismo como causante principal de comportamientos heterosexistas y homofóbicos: un varón homosexual no es considerado como "masculino" a los ojos de la persona machista y en un extremo ni siquiera se lo considera como “hombre”, en el machismo homosexual se denota una manera de aprendizaje “reactiva” en que usualmente se desarrolla una actitud antagónica hacia las mujeres, de una cultura anti-mujer en la cual se degrada todo lo percibido como "femenino" y se evitan a cualquier costa cuestiones tales como mostrar emociones, cuidar tanto de otras personas como del propio cuerpo, hablar sobre sus sentimientos, en algunos casos existe una ridiculización de lo femenino. 2 Sabemos que los mecanismos de defensa son utilizados por el Yo para mantener afuera de la conciencia determinadas representaciones intolerables e impedir el desarrollo de afectos penosos. A partir de los estudios de género que el psicoanálisis ha integrado dentro de su teoría del aparato psíquico, también sabemos que el género es un atributo del yo. 3 En la práctica clínica se ha observado que en los varones con neurosis, sus impulsos libidinales tomarán un disfraz de violencia, el Yo se resiste en la conciencia a estos impulsos crueles, utilizando el aislamiento como mecanismo de defensa: el suceso no es olvidado pero sí es despojado de su afecto y suprimidas o interrumpidas las conexiones asociativas. El afecto, desligado de su representación original puede unirse a otra representación insignificante y vincularse al pensamiento, sexualizándolo. Es común que se aprecie el empobrecimiento emocional de estos pacientes: suelen expresar afectos en forma muy controlada y se sienten incómodos en presencia de personas emocionalmente expresivas. Son formales y serios, donde otros ríen y están contentos. Se preocupan por lo lógico, lo intelectual y son intolerantes con el comportamiento afectivo de los demás; les cuesta expresar sentimientos de ternura. LOS ESCENARIOS DE LA ACCIÓN 1. Hogar El monopolio de la maternidad: áreas femeninas y masculinas Si observamos las diferencias de comportamiento entre niños y niñas como producto de un modelaje cultural, nos daremos cuenta de cómo padres y madres actúan de manera diferenciada con unos y otras: en la familia se ha codificado la agresividad como un atributo valorado, integrante de la masculinidad tradicional. A diario somos testigos en cómo los adultos se acercan de distintas maneras de a los bebés: movimientos bruscos, timbre de voz más alta para los varones, movimientos más suaves y voz más "aniñada" para las niñas: primeros estímulos para la futura mayor agresividad del hombre y tendencia a la dulzura en la mujer. Sin querer ahonda en el tema de la constitución de la identidad nacional4, si cabe resaltar el amplio campo de acción que ha tenido la familia en el tema; figuras estereotipadas del hombre mexicano y la mujer mexicana cobraban importancia, el primero, bravío, generoso, cruel, mujeriego, romántico, obsceno, lejano de su familia y cercano a sus amigos; frente a este estereotipo, la mujer mexicana se la pueda clasificar como obediente, seductora, resignada, servicial, devota de los suyos y al servicio de su marido, sus hijos y (según sea el caso) de su amante. Las madres tienden a repetir modelos de enseñanza hacia los hijos en los cuales ellos aprenden a ejercer poder sobre las mujeres, y este ejercicio incluye subordinar los deseos y la voluntad de ellas a los suyos, el varón homosexual aprende a minimizar y/o despreciar a la mujer y lo que de ella se desprenda. La representación social del hombre masculino puede tener diversas maneras de concebirse, se puede decir que existen los siguientes arquetipos: el macho como una representación superlativa del hombre masculino bajo un par de manifestaciones: a) el galán-protagónico (conquistador, 4 La identidad la podemos entender como el conjunto de elementos materiales y simbólicos que permiten a los individuos identificarse como parte de un grupo social, al mismo tiempo que diferenciarse de los otros. Cabe señalar que la identidad tiene sentido sólo en relación con otras identidades y nunca está firmemente establecida en los individuos dado que se concibe como dinámica; sin embargo el núcleo de la identidad de género es una entidad consistente durante toda la vida de la persona. competitivo, deportista, atractivo y destacado, y en ocasiones solitario), b) el intrépido (audaz, a este estereotipo se le concibe como favorito para conquistas sexuales, competitivo, popular, arriesgado, tolerante a los excesos, y como característica afectiva no es estable); el sumiso o mandilón (no destacado); agresivo-antagónico (segregado, impulsivo e intrépido); el patiño (tiende a ser relajado al extremo se volverse el cómico de su grupo de referencia, no destacado, se manifiesta a la sombra de otros, sin embargo se le considera como incondicional de quien requiere su ayuda) y por último, el afeminado (que puede oscilar entre el varón cuyos rasgos o actitudes son femeninas hasta quienes se asumen como transgénero) y aquellos que tienen relaciones sexuales con otros hombres; cabe señalar que la masculinidad no puede ser etiquetada en categorías extremas como macho o mandilón. La educación que se recibe en familia en la que se ha nacido y crecido tiende a reproducir los patrones de género con los que habitualmente ha convivido, es decir, los estilos de crianza son diferentes según el género. Uno de los rasgos identificados en las familias de los participantes acerca del guión femenino: las madres condicionan a las niñas pequeñas a que "atiendan" a sus hermanos, mientras que a los niños se les dice que "cuiden" a sus hermanas. Burin (2000) cita investigaciones que muestran cómo los padres suelen ser más severos y exigentes con los hijos varones, llegando incluso a la coerción física; con las hijas, por el contrario, son más cariñosos y utilizan con ellas principalmente la coerción verbal. En la casa, los hombres pueden decir "no me molestes, estoy viendo la tele", pero las mujeres no, pues se supone que deben de estar disponibles para atender sus propias necesidades y las de los varones. Estos dobles estándares forman un pilar del machismo actual, y es mucho más evidente en la intimidad del hogar que en el lugar de trabajo o en público. Aunque los hombres están dispuestos a ir al supermercado o hacerse cargo de los niños por un rato, se rehúsan a planchar, a coser, a cortar las verduras o a limpiar el horno o el baño, debido a que estas tareas son asumidas por mujeres. El machismo crea personas con sólo la mitad de las habilidades que requiere la vida moderna. Lejos de crear una complementariedad saludable entre los sexos, esto perpetúa la dependencia en ambos lados y da origen a una amplia y extendida ineficacia. De acuerdo a las descripciones de los informantes y tomando en cuenta que los hogares actuales (más pequeños respecto a los de los 30’s al 50’s) se ubica a la recámara como un espacio común, la cocina sigue siendo un espacio femenino y la estancia o sala uno masculino, las tareas que en ellas se generan conllevan el toque que el género imprime; las parejas conformadas por hombres en muchos casos suelen repetir modelos estereotipados donde uno finca su centro de poder en la cocina como espacio asociado a lo femenino mientras su compañero hace de la sala (televisión incluida) su territorio, espacios que no siempre comparten, “mi pareja [hombre] es quien se encarga de la comida, yo compro lo que hace falta, le lleno la despensa si quiere, pero el otro se hace cargo de cocinar”, dice uno de los informantes. Reproducción del modelo heterosexista La representación de la identidad sexual a través de prácticas que asume la mayoría de hombres responde a un guión socialmente determinado que exagera las conductas más asociadas con la masculinidad, entre las cuales destacan la indiferencia, la prepotencia, el falocentrismo, la obsesión por el orgasmo y también la multiplicidad de parejas. Para Butler (2006), en lugar de naturalizar las relaciones homosexuales, lo que se tiene que hacer es “deconstruir” el género, puesto que hablar de una identidad de género no facilita la legitimación de los homosexuales como sujetos. Butler sugiere que el género es una ficción cultural, un efecto preformativo de hechos reiterativos: la constante estilización del cuerpo; más allá del sexo y del género en el caso de los varones podemos tener la idea que ser hombre no constituye un hecho natural sino una realidad cultural construida merced a actos preformativos, es decir, aquellos que recrean la realidad. Por consiguiente, la heterosexualidad, que se ha visto como algo natural y sin necesidad de explicación, es también una producción discursiva, un efecto del sistema de género y de sexo. Rol masculino: protector En cierta ocasión un informante y yo tomábamos una café, en el punto álgido de la charla me percaté que algo “zumbaba” entre mi interlocutor y quien esto escribe: “me parece que es tu celular”, al acto se sonrojó y apresuró a contestar; "¿pasa algo malo?", pregunté: "no, no es nada", sonríe, "es sólo mi pareja. “Se enoja si llama y no contesto. Se supone que siempre tengo que tener el teléfono a la mano, porque le gusta saber por dónde ando". Experimenté las ganas de salir corriendo, sin embargo opté por seguir en la charla y darme cuenta que solemos repetir el papel del protector, ello tiene que ver con un rasgo machista de propiedad, arraigo y un tanto de temor. La construcción de la masculinidad hegemónica está directamente vinculada con la adopción de prácticas temerarias y de graves riesgos (como en el caso de la actividad sexual, al rechazar el uso del preservativo para prevenir el sida y otras enfermedades de transmisión sexual) y también el consumo de alcohol, que suele facilitar la conducta sexual insegura. Entre los entrevistados destacan las historias en las cuales, independientemente de que hicieran manifiesta su orientación sexual, en la conformación de los guiones de género, madre, hermanas y cuñadas en muchos casos aprendían a cuidar y atender al varón; llamó mi atención que aquellos que asumen guiones más femeninos, suelen tener opciones menos asertivas de negociación: se puede tener sexo a voluntad o solamente porque el “activo” lo quiere. Los entrevistados asumieron que si bien el sentido de protección depende de uno mismo, en ocasiones otorgan dicha facultad a aquel se asumen o representa como “más macho”; al respecto, uno de los informantes dice: “mis amigos dicen que soy un pendejo por meterme con chavos, pero es lo que a mí me gusta, si a ellos no, pues es su bronca, total siempre he dicho, encueradito y en la cama, pues ya ni lo piensas, verdad?”. 2. Sexualidad Uno de los aprendizajes más significativos de la masculinidad (y dado el caso donde el machismo se presenta como un grado superlativo) es que el hombre siempre debe estar dispuesto: a partir de la adolescencia se demuestra la capacidad ante otros hombres de salir adelante en resolución de problemas, desafío a la autoridad, demostración de fuerza y desempeño sexual, por citar los más evidentes; luego entonces toda vez que se resuelve de algún modo la “primera vez”, un rasgo asociado al machismo es la necesidad de la penetración: el varón homosexual aprende que penetrar se convierte en un estatus de prestigio y poder, presumir entre el grupo de pares el éxito (cierto o fingido) de la conquista sexual, la cual se convierte en un modo de asegurar entre los demás un sitio, denotar diferencia y al tiempo caer en una segunda peculiaridad: el orgasmo perpetuo, uno de los informantes asume ser asiduo a lugares de encuentro sexual, “venir a este lugar me facilita las cosas, no tienes qué hablar o querer quedar bien: llegas, te encueras, ves y escoges con quién quieres coger, no tienes que perder el tiempo en averiguar a qué dedica”. A decir de éste, la conquista sexual está cimentada en una búsqueda compulsiva de prácticas sexuales más que a un fin afectivo; dado que este tipo de vínculo tiene que ver con el sentido de compromiso, se suele disociar el elemento afectivo de la práctica sexual. El machismo homosexual se ve reflejado en la multiplicidad de orgasmos que se buscan sin tomar en cuenta necesariamente las necesidades del compañero, además existe la idea de que siempre se tiene por conquistar a alguien mejor en cada ocasión. La conjunción de disponibilidad y búsqueda del orgasmo conllevan a la búsqueda de diversas formas de placer: bareback, parejas múltiples, e incluso prácticas sexuales con personas que viven con VIH y otras infecciones, mismas que se consideran como prácticas sexuales de riesgo, es decir, los hombres estamos expuestos a una cultura que no promueve el autocuidado, sino que fomenta y reconoce la audacia y las conductas de riesgo como parte fundamental de la masculinidad, en palabras de un informante: “desde luego que sé que existe [el VIH] pero uno no viene aquí [lugar de encuentro sexual]a pensar en chin!, qué mala suerte, me puedo infectar, a cualquiera le puede pasar, no?, cuántos a la primera ya lo tienen y uno, ve!, limpio”. 3. Afectividad Para Horowitz y Kaufman (1989) el desarrollo de los estudios de género, y en particular de los estudios de masculinidad, ha permitido pensar que existe una permanente tensión y confusión en los varones entre sus deseos sexuales y las normas socialmente aprendidas de dominación, que generan fantasías y formas de conducta opresivas para las mujeres y otros hombres considerados menos agresivos; sin embargo, existen tensiones entre los deseos de los varones y la construcción de la masculinidad, que se expresan a través de su sexualidad, entendida ésta como una "necesidad irresistible", codificada como expresión de la "naturaleza animal" en los hombres. La negación de los afectos entre los entrevistados fue un rasgo común: una manera de supresión afectiva consiste en la represión de la pasividad en los hombres, lo que lleva a la represión de la ternura y la emotividad masculina. La confirmación de la masculinidad en una sociedad basada en la división de género confirma la hombría: el comportamiento sexual activo dispuesto a la conquista, así como una atracción intensa y permanente suscrita bajo el deseo, confirman esa hombría. El homosexual macho requiere apropiarse del cuerpo del otro y también de su deseo y actividad. La búsqueda sexual no es solamente una búsqueda de placer, sino un intento de colmar ansiedades, de aumentar la autoestima, de confirmar la masculinidad. Uno de los paradigmas a que se enfrentan hombres homosexuales y aquellos que tienen sexo con otros hombres es redefinir los objetos del deseo sexual masculino: la concentración de lo sexual y/o erótico en ciertas partes del cuerpo y la reducción a una de dos "funciones" posibles: penetrar o ser penetrado. Mediante este proceso, el erotismo se reduce a la penetración como símil de “ser activo” y ello asociado a lo “macho” como norma y a la sexualidad genital. La masculinidadagresión y la feminidad-pasividad se sobreponen a la división natural de los sexos, los guiones de género en muchos varones homosexuales se constituyen como una forma de paralelismo a la norma heterosexual. En Occidente se tiene un sistema de oposiciones binarias tales como actividad/pasividad: la construcción social de la masculinidad reprime una amplia gama de placeres sexuales en la medida que se interiorizan las divisiones básicas de esa sociedad: masculino versus femenino, activo versus pasivo. Un hombre homosexual macho requiere dominar aquello que se asocie con lo femenino y a la pasividad como una opción de relacionarse con otro varón. La escisión entre sexo e intimidad convierte al desempeño sexual en un asunto de rendimiento y de autoconfirmación de poder; la identidad masculina, independientemente de la orientación sexual, sustenta una necesidad permanente de demostrar y afirmar que se es hombre, lo que genera una presión interna hacia las relaciones sexuales y transforma el rendimiento sexual en una meta, un medio para demostrar y afirmar masculinidades, uno de los informantes comenta al respecto: “si encuentro a otro que la tenga más grande que yo, pues le llego…, me gusta hacerlo por un buen rato, que el otro lo goce, lo mejor es cuando termino y me dicen que quieren más”. El aprendizaje psicosocial del autocontrol racional de emociones y sentimientos, se considera necesario para alcanzar un grado de autonomía e independencia que requiere el ser masculino. Puesto que la razón se sitúa en oposición a la naturaleza, y la sexualidad se piensa como parte de esa naturaleza, la superioridad masculina se construye controlando la propia sexualidad. 4. Cuerpo, autoimagen y salud El lenguaje corporal La conformación de la subjetividad masculina, hace énfasis en el uso del cuerpo para establecer contacto afectivo y como mediación de conflictos sin el involucramiento emocional que genere la idea de compromiso, la tendencia en la mayoría de las culturas a rescatar los valores asociados a la virilidad y a exigir una serie de comportamientos arriesgados en el hombre, podría explicarse en términos de evolución adaptiva de las sociedades humanas. Los cultos a la virilidad están relacionados con el grado de dureza y autodisciplina requerido para desempeñar el papel de varón. Para Lerner (1998) no existe una clara definición de la cultura sexual del mexicano, sino que se inscribe en las diversas expresiones contemporáneas; el ejercicio de la sexualidad está íntimamente ligado a un grado de demostración ante otros varones, búsqueda de placer y aumentar la autoestima. De acuerdo con las historias de vida de los actores entrevistados, dos de los más grandes logros del macho gay radican por un lado, en la excesiva importancia que se le da a la erección y a la penetración como formas valiosas de expresión de la sexualidad; por otro, el tamaño y forma del pene representan valor, orgullo, potencia, fuerza, bienestar y capacidad de “hacer sentir”, las palabras de uno de los informantes lo sintetiza: “me molesta cuando me preguntan si soy activo o pasivo, eso salta a la vista, si me encuentro con un wey más machín que yo, hasta se las ando aflojando, aunque la tenga así [gesticula con los dedos indicando el tamaño del pene como muy pequeño], y más que al terminar me pregunten te gustó?”. Una de las formas performativas de la sexualidad en los varones homosexuales es el alarde de los logros sexuales ante otros, en el espacio de encuentro sexual se habla poco, sin embargo las frases que se usan para “ligar” o al momento del acto sexual están asociadas al poder de hacer sentir al otro o destacar atributos físicos, tanto de quien penetra como de que es penetrado; Lerner (1998) menciona que es un tema del cual no se habla en cualquier conversación o no en un tono serio, o incluso puede llegar a ser exagerado o sólo destacar los logros, la sexualidad del hombre parece estar concentrada en dos esferas: por un lado a través de las practicas sexo-afectivas con una pareja bajo ciertas normas; y por otro, aquellas en las cuales el motivo no es la demostración afectiva, sino la demostración del poder y del placer, desarticuladas del componente afectivo; esta última parece estar basada en un supuesto mandato biológico del deseo siempre presente, la disposición en todo momento de dejar escapar el placer, cuando a uno de los informantes le pregunté si tenía miedo al asistir a grupos de sexo colectivo su respuesta fue contundente: “a veces cuando voy pienso, y si ya gané [refiriéndose a la infección por VIH]..., pero bueno, mientras no sepa, de qué me preocupo, igual y somos más machos que los bugas, no?”. La demostración (hacia sí mismo y hacia extraños) del desempeño sexual ocupa un lugar preponderante de la identidad masculina de varones homosexuales, no aparece como una forma más de erotismo, sino como una forma de representación performativa y reafirmación de la masculinidad ante una emergencia de salud que ha afectado a este grupo poblacional. La sexualidad es un medio de legitimación del hombre por medio del cual se expresa el poder masculino y marca sus límites, “es ahora o nunca, a veces me tomo la pastilla azul para poder estar en firmes más tiempo y no quedar mal, verdad?”, apunta un informante. ¿Hasta cuándo se es atractivo?... el mercado de consumo. Se ha vinculado singularmente la descripción del machismo (o de su antecesor el pelado) con los pobres, los que no son refinados, los no cosmopolitas; es decir, en el imaginario social aquellos que no se identifican con las tendencias de la moda podrían concebirse como macho; más aún, existe la idea de asociar el sentido del machismo en varones homosexuales hacia aquellos que o bien no se autodefinen como gay o bien pertenecen a ciertas tribus urbanas como “chacales” hombres de estatus social bajo y con características masculinas. Por otro lado, las características masculinas (cuerpo, actitud y comportamiento) son más valoradas respecto a sus referentes femeninos, además que la conjunción entre la noción de ser atractivo y el ejercicio de una sexualidad compulsiva es un medio de legitimación del hombre por medio del cual se expresa el poder masculino y marca sus límites, un informante dice respecto a su idea de ser atractivo y ejercer su sexualidad. La construcción social del varón va ligada a la noción de importancia, ser importante se vive como una demostración constante a fin de obtener una autoafirmación misma que es reflejada a través de la identidad grupal, para los informantes ser atractivo es una conquista que se tiene que hacer en el quehacer diario, si alguien no cumple con los atributos físicos del ser atractivo, entonces habrá otras formas de lograr el estatus, ya sea a través del comportamiento viril o bien, a través del desempeño sexual, en palabras de un informante: “adoro ser libre, aunque a veces no sé si encuentre a alguien para mí..., no, no sería nadie que conozca de este lugar, siempre es lo mismo, llego a casa y me baño, como para limpiarme de tanta cosa, no?, no sé hasta cuándo ande en esto...”. Uno de los imperativos sociales a los que se encuentran sometidos muchos varones es a la idea de sentirse abatidos por la noción de tiempo: la construcción social juventud-madurez determina en muchos casos hasta cuándo se es atractivo, quienes rebasan los treinta años suelen pensar que ya no son tan accesibles hacia los más jóvenes. Este modelo-imagen cumple dos funciones contradictorias entre los varones: a) proveer un refugio, en la medida que las prerrogativas culturales masculinas hacen accesible la vigencia de un marco de referencia varonil y, al mismo tiempo, b) generan un sentido de angustia, en virtud que la grandeza del modelo-imagen masculino no logra ser alcanzada por ningún sujeto, o dicho en palabras de un informante: “sabes lo que tienes, y si les gustas pues es mejor estar entre quienes buscamos lo mismo, entre hombres no nos andamos con hipocresías, pero hay de todo…, total, al más pelón le tejen trenzas”. REFLEXIONES Los resultados de esta intervención no pueden ser generalizados a conjuntos amplios de la población, pero permiten conocer y profundizar en los significados de los comportamientos; un conclusión del mismo es replantearse la performatividad de guiones sexuales de hombres gay que asumen una conducta machista y replantearse si estas representaciones sociales de las identidades de género pueden presentarse como disidentes o si acaso se presentan como una forma de resistencia paralela a la heterosexualidad. Esta performatividad de género está más orientada al parecer por una idea de pertenencia a un grupo social, desde la narrativa de los informantes los puntos análogos al machismo heterosexual son: predominio por la rebeldía asociada a la edad, entre más joven más resistencia; el cuerpo como medio de representación de la fortaleza corporal, actitud viril y tamaño del pene; en la sexualidad existe una gran valoración hacia la demostración de la capacidad de erección y número de relaciones sexuales sin que medie una relación afectiva, así como la penetración que se transforma en un logro y una demostración de orgullo y que cualquier asociación con lo femenino se considera como un fallo, el cual atenta contra la autoimagen de la masculinidad; en la ejecución sexual tiene mayor prestigio en que juega un rol activo y si se es pasivo, no deberá tomarse como sinónimo de femenino. Las prácticas sexuales suelen estar desarticuladas del componente afectivo y en muchas ocasiones se presentan bajo una doble moral, dado que en muchas ocasiones el “hombre” [activo] puede tener múltiples parejas pero cela a su pareja y considera que no debe tener otra pareja sexual, sin embargo este tipo de relación puede resultar a la vez atractiva; está estrechamente articulado al ejercicio del poder y parece una conducta compulsiva poco satisfactoria. Para finalizar, se consideran tres las principales metonimias homosexuales machistas: “nadie lo sabe”, una forma de ocultamiento de la representación social de una orientación sexual tan estigmatizada es tratar de pasar inadvertido ante el escrutinio de otros hombres y de las mujeres, un signo del machismo homosexual es siempre que se pueda ocultar la homosexualidad se traducirá en una forma de sentirse seguro; “soy activo”, negar cualquier indicio de feminizar una actitud o una conducta sirve como escudo ante una masculinidad en crisis: por un lado se asocia lo femenino como poco valioso y por otro, al conjuntar la pasividad con la dependencia emocional el hombre pasivo se equipara a frágil, siendo agresivo, activo y varonil se piensa es más probable que se logre el éxito; por último, la idea de “no se me nota” deviene de la falsa creencia que los homosexuales tienen que ser afeminados, cualquier conducta o actitud femenina será motivo de menoscabo por parte de otros hombres, un homosexual varonil puede a la vez representar un ideal por lograr como una forma de amenaza para hombres heterosexuales. 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